Amanecí con ganas de un gran silencio,
Que con su ventisca lo limpie todo.
Que se lleve el polvo viejo.
Que me lave la piel
con olas de invierno,
de esas bravías,
que limpian heridas,
y me dejen desnudo
al principio del día.
Un último sismo,
que sea potente,
que lo ordene todo,
y con bondad se lleve,
lo innecesario,
lo impertinente.
Tengo ganas de un desierto de noche,
de un día extendido
que cautive el espacio
que detenga el tiempo
y descanse su luz
en las hojas vacías
de los últimos días
de mi calendario.