No imagines que estás solo en tu pueblo, en tu ciudad, en la Tierra y en los infinitos mundos.
Silo
Hay una secreta distancia que se impone. Es un espacio quieto lleno de un silencio que contiene todos los verbos que nos unen o que nos alejan. Para ese lugar de tránsito, nuestros ojos no son retinas, sino intuiciones y certezas que naufragan en la duda a cada instante.
Ya sea en un viaje de ida o de vuelta existe allí una tempestad que desafía nuestro destino con la misma y paciente persistencia del latido de nuestros corazones. Es un río de fragmentos invisibles, ingrávidos, llenos de memoria y sed, que constantemente se buscan, se disocian o se completan, e inexorablemente se disuelven eternizándose en mágica fuga.
A veces, iniciamos la travesía en frágiles barcas, en un viaje recíproco para encontrarnos y si tenemos la suerte de que nuestras velas no sean desgarradas, llegamos. Tú a mí y yo a ti, entonces compartimos esa danza perfecta de gestos tácitos, cómplices y alegres, como en el amor y la amistad.
Este viaje mueve nuestra intención con sabor de armonía, porque nos necesitamos. Cuando eso ocurre, siempre el regreso es suave y navegamos sobre un mar de calma, movidos por una amable y feliz brisa, porque en la bondad y en todo acto que abandone el yo por un instante, se triunfa sobre la dolorosa contracción de lo propio.
En definitiva este trayecto entre tú y yo siempre será una suave rebelión a la íntima soledad en que nos encontramos. Al fin, el nosotros nos contiene y nos recuerda que debemos volver para poder encontrarnos nuevamente. Como un fénix inacabado siempre ese nosotros renacerá del frío de nuestra ajena distancia…la paz es un nosotros.