I – LA VIOLENCIA
Entre y lo vi a Tenetor sentado allí, leyendo el diario en un rincón donde todavía unos rayos de sol dejaban caer el final del día.
Sabía que siempre que estaba en Buenos Aires el iba a ese bar y en muchas ocasiones el amanecer lo sorprendía conversando con sus amigos, dejando que la imaginación tomara velocidad, destruyendo mitos, creando nuevas huellas, las que serían “las rastrilladas del hombre futuro”, como solía repetir acompañando su sentencia con resonantes carcajadas.
Yo había presenciado varias veces esos encuentros informales, callado, dejando que Tenetor desandará sus intrincados caminos. Si había algo que me encantaba era compartir ese tremendo movimiento que, hacia su mente, estirando sus límites cuando seguíamos su razonamiento. En aquellos coloquios, lo ordinario tomaba otras formas y la vida abría sus misterios extraordinarios, ante la mirada de muchos peregrinos que compartían la mesa en aquel café de la calle Corrientes.
Apenas me vio, me invitó a compartir la mesa. Cerró el diario tabloide, pero señalando la página principal puso el dedo en la noticia de tapa: “un atentado reciente en París”, donde se ignoraba el grupo que lo había producido. Estábamos en los 90, pero “es una rémora nostálgica de los ‘70”, manifestó sin complejos.
Paso siguiente, me invitó con una picada frondosa que servían en aquel lugar, y comenzó a enumerar los grupos guerrilleros a partir de la llamada Revolución Castrista, y la influencia de este evento en los primeros grupos que fueron la guerrilla rural iniciada por grupos campesinos en América Central.
Luego pasó a los grupos de guerrilla urbana o guevaristas del Brasil (el MR-8 y el ALN) los Tupamaros en Uruguay, el MIR en Chile, el ERP en Argentina y posteriormente Montoneros, etc. Proliferación de grupos que apostaban a la lucha armada para derrotar a las dictaduras, casi en su mayoría en Latinoamérica.
-: ¡La violencia, la violencia! repetía subiendo la voz con cierta ironía…-: ¡esa engañosa posición de la historia…! sentenciaba.
Yo seguía desorientado. ¿Qué habría visto en mí para llevar la charla a esos lugares?
Hacía poco habíamos hecho una sentada en un retén militar en el Palomar para que los llamados carapintadas no avanzaran ante el gobierno democrático de Raúl Alfonsín, y la policía militar nos había desalojado arrastrándonos de los pelos. ¿Sería por eso? Me alarmé internamente.
No aguanté más y le pregunté.
– Estuvo bueno, pero un poco imprudente… ¡a alguno de los nuestros les brillaban los ojitos! me contestó sonriendo. Me sentí señalado en esta parte del relato. Claro, si, a mí me brillaban los ojitos. Excitación se llamaba aquello. Plantarse gandianamente a los militares. ¡Para mí un golazo…! pero quería disimularlo.
Se hizo un silencio un poco largo y rápidamente me fui atrás en mi vida. Sí, de adolescente había admirado a aquellos que vengaron el bombardeo a Plaza de Mayo. Sí, me había contagiado del espíritu rebelde de La Plata cuando estudiaba Periodismo, símbolo de la respuesta violenta a aquellas oscuras y diabólicas dictaduras. Sí, el Mayo francés me había convencido que había que enfrentar a ese mundo viejo sea como sea; aunque sea a los golpes.
Sí, yo me había transformado con el tiempo en un militante de la No Violencia pero no ignoraba mis antecedentes de adherir y justificar la violencia de algún o de muchos modos en otras épocas.
Tenetor siguió su relato con vehemencia.
Los violentos, ¡interesantes son los muy violentos! Ellos de algún modo generan el contraste. Los guerrilleros violentos ¡Los curas violentos! ¡Los esclavistas violentos!
– ¡ay la violencia! y movía las manos como si tuviera miedo: -: ¡ay la violencia¡!! Movía más fuertes sus manos juntas. ¡No es una cuestión del temor de viejitas gordas! No, no es eso.
No renegamos de ella – continuó bajando la voz – por una simple cuestión moral o por temor. -: La violencia es ineficaz fatalmente. No conduce a nada, solo a mas violencia. Sino – continuó – mira como la venganza produce monstruos mayores, verdaderos diablos que arrasan la tierra…finalizó y haciendo silencio dejó colgada su mirada en la calle, como si viera verdaderamente a aquellos fantasmas deambular siniestramente por la calle Corrientes.
La violencia es un fracaso procesalmente, aun cuando en apariencia sirva y aparezca triunfante en una coyuntura, – siguió diciendo – …pero claro, está allí en el camino recorrido por esta joven especie de pocos millones de años, especie que cree hipnóticamente que los instintos y la respuesta violenta es un adn que no se va a poder sacar jamás si quiere modificar algo.
-: Pero, por otra parte – siguió remarcando – ¡hay que ser violento! ¡Hay que bancarse la violencia! Hay que soportar la violencia interna desatada sobre el mundo. ¡Es un infierno! ¿Qué registro interno dejará, sicológico, emocional? ¡Que sabor amargo cubrirá la propia vida del violento! Quedará el rastro de la sangre en el pasado, oculto como un vampiro del espíritu, talando cualquier alegría futura.
-: Indudablemente, – concluyó – la violencia no es negocio, y espiritualmente te decapita, te mata, te crucifica el alma.
Es entonces la No Violencia un camino todavía poco explotado, – insistió con cierta gravedad – y no digo solo de una especie de pacifismo inerte, no – continuó afirmando – sino de una No Violencia social activa, marchas, denuncias, vacío, cientos de modos de manifestarse socialmente.
Hizo una pausa larga para pedir algo al mozo y arremetió de nuevo: el sendero a explorar, sí; el instrumento para salir de la prehistoria humana de este mamífero pensante, sí, eso… eso. Es un camino valiente el de la NO Violencia – añadió mirándome a los ojos – sino hay que preguntarle a Gandhi, a Luther King y a tantos otros, finalizó diciendo.
Se hizo un prolongado silencio entre los dos. Tenetor seguía mirando la calle y yo un poco tenso tratando de entender lo que habíamos hablado.
Fue entonces cuando me puso una mano en el hombro y me dijo mirándome con firmeza -: pero bueno…uno propone y anda a saber…el hombre dispone…sí, sí… son sus tiempos.
El mundo es ancho y ajeno…ancho y ajeno…volvió a repetir cariñosamente mientras sacaba su mano de mi hombro para encoger los suyos para luego tirar la misma mano de revés hacia el aire, como si se sacara la charla de encima, o “a la humanidad de encima” pensé yo para mis adentros…
Después de eso no recuerdo ya como derivamos a otros temas más livianos, lo que si recuerdo que de la picada inicial solo quedaban unos maníes sueltos y algunas aceitunas en un platito.
Es que mi mente quedó tildada en aquellas reflexiones sobre el aparente destino violento del hombre y la posibilidad de cambiar el rumbo. Cuanto tiempo faltaría. ¿Sería posible? Una correntada de fuerza y esperanza me abarcó por un rato, y cuando quise acordar ya me despedía de Tenetor, ya salía, ya caminaba con paso seguro hacia Avenida de Mayo a tomar el 86 que me llevaría a casa.
Una suave neblina caía sobre la ciudad que se poblaba de sombras.
Pero mañana sería otro día.
(Ale Andrada /2022)
“Sólo pido que esas fuerzas tremendas que desencadena la Historia sean para generar una civilización planetaria y verdaderamente Humana, en la que la desigualdad y la intolerancia sean abolidas para siempre. Entonces, como dice un viejo libro, «las armas serán convertidas en herramientas de labranza».
Silo / abril de 1991