Reflexiones sobre una reina

El fallecimiento de la longeva monarca ha hecho que las redes estallen con reacciones de simpatía y animadversión, algunas bastante virulentas; la monarquía británica es una suerte de elefante blanco desfasado que, pese a todo, consume y genera mucho dinero para su país.

10 de septiembre del 2022

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


En una visita a Ámsterdam en 1990 visité una simpática exposición del icono del pop art Andy Warhol en una iglesia ya en desuso y transformada en sala de exhibiciones artísticas. Entre las piezas mostradas, algunas bastante irreverentes, había dos retratos, muy a su estilo: uno de la recientemente fallecida reina Isabel II, el otro de una reina africana que casi mostraba su generoso busto desnudo. Dos reinas, dos realidades. Dos formas de ver el mundo.


Por otro lado, hablaba con una joven estudiante interesada en ver la historia del Perú y la evolución de las ideas, y le propuse hacer una reflexión sobre esa pugna permanente (hasta nuestros días) encarnada en la visión monárquica de la dupla San Martín-Monteagudo en contraposición a la republicana de Bolívar-Sánchez Carrión. Esa pugna dibuja hasta nuestros días una realidad fomentada ciertamente por un centralismo, el que creció a galope desde finales de la Guerra con Chile y que permite el surgimiento de brechas o, mejor dicho, heridas sociales que no se han cicatrizado desde hace siglos.


El fallecimiento de la longeva monarca ha hecho que las redes estallen con reacciones de simpatía y animadversión, algunas bastante virulentas; la monarquía británica es una suerte de elefante blanco desfasado que, pese a todo, consume y genera mucho dinero para su país. Tras la caída de cuatro casas reales (alemana, rusa, austrohúngara y otomana) después de la Primera Guerra Mundial, la casa real británica se sostuvo con los dientes y garras en un mundo en el que surgía un nuevo orden que se va a acelerar con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial. Ambas guerras debilitaron no sólo el poderío inglés, sino el europeo en general. Es gracias a estas dos guerras, por ejemplo, que los europeos tienen la presencia de tropas foráneas a Europa que luchan en su territorio. Desde las intentonas de los hunos y los otomanos, Europa había gozado de cierta tranquilidad en su territorio y se dedicaron a la expansión de su economía, religión, lengua y cultura alrededor del mundo, sobre todo en los siglos XVIII y XIX. Su expansión iba acompañada por una visión misionera y justificadora, portadores de la cultura y una visión del mundo que llega hasta nuestros días. Son ellos los primeros gestores de las dos grandes globalizaciones anteriores al siglo XX. Las secuelas de la IIGM no se hicieron esperar, pues se vieron sujetos a una confrontación entre las dos nuevas potencias y un nuevo escenario: la Guerra Fría. Además, los años 50 y 60 vieron un verdadero dominó independentista en el que surgen muchos países y se liberan antiguas naciones que se vieron desangradas por su condición de colonia. En el caso último, la crisis de la India y la posterior división de vastos territorios en dos Pakistán son una muestra del grave problema creado en varios territorios al formarse muchos países con fronteras artificiales que obedecían más a criterios administrativos coloniales que a realidades lingüísticas, étnicas, culturales e históricas. África es un continente que sufrió más esta terrible situación que se arrastra hasta nuestros días. El colonialismo generó una suerte de “panlingüismo” (permítanme el neologismo) en muchos continentes: nosotros con el español y portugués, muchas zonas de África y Asia con el inglés y el francés. Hace un buen número de sábados escribí un texto relacionado con las famosas leyendas negras, esas que fueron promovidas por franceses y, sobre todo, ingleses que fomentan un sentimiento de rechazo hacia el colonialismo español y, en menor medida, portugués; mostrando una suerte de rol civilizador y portadores del desarrollo y modelo de vida encarnados en los rivales del siglo XVII y XVIII. Las historias de piratas, corsarios, segregaciones raciales u otras acciones criminales han tratado de ser diluidas en la historia. China e India fueron espacios en las que se relatan historias que no pueden pasar al olvido. La corona británica, el gobierno francés y otras casas reales más pequeñas como la belga y neerlandesa, unidos a sus grupos empresariales poderosos de la época, realizaron saqueos y matanzas sistemáticas contra muchas poblaciones aborígenes y fomentaron rivalidades entre pueblos vecinos. La historia está plagada de esos tristes ejemplos: el último caso se dio en Ruanda con la matanza contra la etnia tutsi por parte de los hutus, un odio fomentado por los colonizadores belgas y franceses; o la hambruna que sufrió la población de la India colonial, pues todos los recursos alimenticios se destinaron para alimentar a la metrópoli; si Gran Bretaña la pasó mal, la India la pasó peor. O la increíble Guerra del Opio, guerra en la que nos muestran siempre la crueldad de los boxers sin entender que China era forzada, despedazada y embrutecida por el opio por parte de las potencias occidentales, con Gran Bretaña a la cabeza. El conflicto de las islas Malvinas no hizo sino remover ese orgullo de una potencia en decadencia en el escenario mundial que no podía permitir esa humillación. Muchas personas en las redes argentinas no sólo identifican a Margaret Thatcher como una de las carniceras de esa guerra, sino a la otra cabeza, Isabel II; aunque, del lado argentino, las acciones bélicas se precipitaron para salvar a la dictadura militar que se iba desmoronando.


Isabel II fue una cabeza de estado formal que trató de sobrevivir en momentos cuestionadores de la existencia de este sistema en una Europa que camina por ganar y mantener más derechos centrados en la equidad y el respeto del individuo. Además, las casas reales han sido motivo de escándalo y censura como lo acontecido con la casa Borbón y los hechos de corrupción de Juan Carlos y parte de su familia; la situación de la familia real siamesa que originó una serie de rebeliones en Tailandia y los negocios no tan santos del futuro rey de la casa de Windsor. Ella, testigo de cambios drásticos en el mundo, quedará por un par de generaciones más en el imaginario de su pueblo, si es que la virtualidad no termine, intencionalmente, por desaparecerla.


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