Leyendas negras

Los medios de comunicación y las redes sociales cumplen un papel importante al contribuir en la formación de esos espíritus demoníacos distrayendo nuestra atención para identificar los verdaderos gestores de nuestras desgracias y mediocridades.

18 de junio del 2022

GERARDO

CAILLOMA


gcailloma@gmail.com


Se asevera que quien primero empleó de forma literal la expresión «leyenda negra», aplicada a la historia de España, fue Emilia Pardo Bazán. Esta expresión encierra toda una campaña sistemática empleada por el mundo anglosajón para demoler la figura colonial española presentándola como la causante del atraso económico, político y social de Hispanoamérica; esta campaña desviaba la atención histórica hacia la España colonialista mostrándola como avasalladora, cruenta y egoísta. Sin embargo, fueron los grandes imperios europeos rivales que fagocitaron a esa España renacentista los que hicieron acciones y planes de conquistas más destructivos, genocidas y saqueadores que la conquista hispana en sí. Sólo basta ver las campañas de piratas y corsarios, y lo que sucedió con la población aborigen de Norteamérica (EE. UU. y Canadá), la situación actual de muchos países africanos y la expoliación de China e India para replantear las ideas sembradas en el imaginario de nuestras sociedades. No es plan de justificación, pero sí ver todo el escenario en su real dimensión.


Esta expresión puede extenderse mucho más de su acepción limitada a la historia hispánica. Hablaba con mi esposa, portuguesa ella, de cómo la historia portuguesa, al igual que la española, ha sufrido también una relectura especial sobre lo hecho por estos grandes navegantes que surcaron casi todos los océanos del mundo para ser desplazados por implacables holandeses (Indonesia y Timor) e ingleses (India y sectores de China). La colonización fue un hecho traumático para la sociedad que sufrió ese doloroso proceso, rodeado de una legitimización religiosa (almas para la fe cristiana), cultural (la civilización), política (la nueva geopolítica imperial), económica (nuevos recursos, nuevos mercados) e, incluso, científica (nuevos descubrimientos, nuevas ideas, nuevos conceptos). Portugueses y españoles establecieron una red de esclavitud que sería absorbida por franceses, holandeses y, sobre todo, los ingleses; la engrandecerán, la harán más cruenta, ampliarán más mercados y construirán todo un sistema filosófico para justificar su accionar. Cuando España y Portugal son ya imperios menores, irán debilitándolos cada vez más con los apoyos otorgados a las campañas independistas contra el dominio español en capa caída como en Sudamérica. El siglo XIX será el esplendor de los imperios inglés y francés en los que las barbaridades eran cubiertas con mantos de acción civilizadora y legitimada por una seudo ciencia que luego traería grandes problemas a la humanidad con la idea de la supremacía racial para justificar barbaridades como el exterminio nazi, el Ku Klux Klan y las leyes racistas norteamericanas (por ejemplo, el Acta de Integridad Racial o la ley racista del transporte público), los Apartheid sudafricanos y otros países africanos menores o la terrible masacre de los tutsis en Ruanda. La acción “civilizadora” europea se convertirá en la escandalosa “Guerra del Opio”, encabezada por los ingleses y sus casas comerciales, secundada por varias potencias coloniales europeas y los nacientes neo imperios como el alemán, japonés y norteamericano. Recuerdo el filme norteamericano 55 días en Pekín de Nicholas Ray en el que se mostraba la acción pacífica occidental representada (mostraba algunos personajes religiosos como pastores o sacerdotes,) y cultural de un grupo de europeos, estos que traficaban con el opio, droga que afectaba a la población aborigen. En los años 30, 40 y 50, una serie de filmes ingleses y norteamericanos difundía una imagen negativa de aborígenes enfrentándose a ejércitos norteamericanos expansionistas y genocidas como los del General Custer o Sheridan, quien acuñó la frase “El único indio bueno es el indio muerto”; o las tropas inglesas en India, Afganistán, Sudán u otras regiones de Asia o África. Recién el cine de Hollywood cambió esa postura en los 60 cuando la historia popular comienza a ser cuestionada por su peculiar lectura sobre los grupos aborígenes durante décadas para mostrar el espíritu de estas comunidades empujadas a vivir en asentamientos o reservas, y la guerra de Vietnam comenzaba a ser un dolor de cabeza para el establishment que ve a su juventud predicando hacer el amor y no la guerra en plena Revolución de las Flores y el movimiento hippie. Así podemos entender propuestas cinematográficas como Pequeño gran hombre de Arthur Penn o Un hombre llamado caballo de Elliot Silverstein. Por otro lado, Francia comenzó a mostrar algunos filmes en los que nativos de sus colonias africanas lucharon en la Segunda Guerra Mundial como en la película Indigènes en la que vemos la participación de soldados argelinos en las tropas francesas. Parte de la propaganda racial que filmaron documentalistas nazis fue mostrar tropas francesas capturadas conformadas por soldados provenientes de las colonias africanas que justificaban la derrota del poderoso ejército francés. Durante la Primera Guerra Mundial, las tropas inglesas enviaron a hombres de las colonias como primera avanzada siendo prácticamente “carne de cañón” ante ataques casi suicidas como sucedió con irlandeses, australianos y neozelandeses, hecho histórico que aún queda en el imaginario de esas naciones como se recuerda en el filme australiano Gallipoli de Peter Weir. La misma Francia envió a muchos hombres de la zona sur francesa, inquieta con la capital desde tiempos medievales, a estas mismas carnicerías en las trincheras de Verdún o Ypres. La India fue desprovista de alimentos y otros recursos durante la SGM para salvar a la metrópoli, causando una hambruna que mató a millones de hindúes. La historia desvela muchas atrocidades.


En un interesante libro de Paul Koch, La historia oculta del mundo, este plantea algunas hipótesis por las que España fue postergada en muchos referentes históricos incluso arqueológicos direccionando y favoreciendo estas investigaciones en otras locaciones para colocar a otros países europeos, como Francia, como referentes de los orígenes de la civilización en esta parte del mundo (Capítulo 3, “No escarbéis demasiado profundo”). Aunque el autor es un poco sensacionalista, sus planteamientos no dejan de tener buenos argumentos. A inicios del siglo XX, los grandes imperios europeos se ven amenazados por la expansión de otros dos: el alemán y el ruso. Hay interesante detonante del futuro polvorín europeo: la repartición de África. La Primera Guerra Mundial fue la guerra de familias imperiales descontentas entre ellas que embarcaron a gran parte de la humanidad en la insania de un conflicto bélico. Había que detener el atrevimiento del joven imperio teutón. Tras la culminación de la PGM, el castigo absurdo contra Alemania y, posteriormente, la naciente Unión Soviética va a llevar a la humanidad hacia una nueva hecatombe. Alemania recibió duro castigo y fue alineada tras la SGM. No así Rusia/Unión Soviética, sociedad anatematizada hasta el cansancio durante su existencia como país comunista, ahora como capitalista no democrático.


Hay leyendas y leyendas. Para la existencia de estas se necesitan medios económicos, académicos y redes de comunicación que las sostengan para avivar nacionalismos; despertar temores y odios, revanchas y frustraciones; crear monstruos y seres viperinos maniqueos vistos a lo largo de la historia. Si extrapolamos esta estrategia en nuestra sociedad, basta ver los documentos, panfletos, sermones religiosos previos a la independencia formal de nuestro país, desde 1780 hasta 1824, para conocer quiénes fueron “los malos de la película de entonces”. Lastimosamente, gracias a esa actitud simplista, inculta y pobre que nos rodea, los medios de comunicación y las redes sociales cumplen un papel importante al contribuir en la formación de esos espíritus demoníacos sobre los cuales lanzamos nuestras diatribas distrayendo nuestra atención para identificar los verdaderos gestores de nuestras desgracias y mediocridades.




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