Escritos y Relatos

Las campañas de desprestigio contra las feministas y sus aliados que se atreven a decir la verdad sobre el poder y la violencia de los hombres no son algo nuevo. En los años noventa los pornógrafos lanzaron una campaña contra la profesora Catharine MacKinnon y la feminista Andrea Dworkin comparándolas con los nazis y acusándolas de suprimir la libre expresión cuando, en realidad, la ordenanza anti-pornografía que ellas habían redactado en Minneapolis en 1983 – definiendo la pornografía como una violación de los derechos civiles de las mujeres– no fue un intento de censurar la libre expresión sino de abordar el daño causado a las mujeres por la industria de la pornografía.

Para atraer a los progresistas bienintencionados, se inventó un movimiento por los "derechos de las trabajadoras sexuales" en oposición a aquellas feministas que creían que la prostitución era la extensión y la perpetuación del poder y la violencia del hombre. El lobby de la prostitución adoptó el lenguaje del movimiento obrero para defender los derechos de los hombres a abrir burdeles y a comprar servicios sexuales de las mujeres, y también el lenguaje del movimiento feminista para plantear la prostitución como una elección de la mujer.

Estos grupos de presión tienen a los medios de comunicación de su parte, así como a los proxenetas y los puteros. De acuerdo a sus intereses capitalistas, los medios oficiales presentan la pornografía y la prostitución como iniciativas empresariales y, en consonancia con sus bases patriarcales, aceptan como norma la idea de los cuerpos de las mujeres como objetos consumibles.

ALIKA KINAN

¿Por qué importa tan poco la violencia machista?

Susana Gisbert Grifo

Fiscal de violencia sobre la mujer. Escritora.

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Ya sé que no soy original. Pero ésta es una pregunta que no dejo de hacerme una y otra vez. Especialmente, cada vez que asesinan a una mujer. Porque salta a la vista que los medios, las redes sociales y la gente en general cada vez se impresionan menos con algo tan impresionante como es un asesinato cada cuatro o cinco días.

Parece que nuestro umbral de tolerancia, o de tragaderas, cada vez es mayor, y ya no nos basta con la muerte, sino que tiene que ocurrir en condiciones especialmente morbosas para que centre la atención. Y a veces ni eso. No, si hay otros temas que atraen más, particularmente política o fútbol.

Aún no nos habíamos repuesto del mazazo del asesinato de una mujer en una residencia de ancianos a manos de su esposo, y nos llega la de la explosión intencionada de una vivienda para dar muerte a su ex pareja. Todo presunto, por supuesto, menos los cadáveres de esas mujeres que son bien reales. Y ya ni eso sirve no para copar portadas sino ni siquiera para ocupar un espacio medianamente digno.

Cada vez que ocurre un hecho de este tipo, parece que somos las mismas –y también los mismos, por fortuna- quienes nos echamos a las redes sociales, a los medios o a la calle a gritar nuestra indignación

Cada vez que ocurre un hecho de este tipo, parece que somos las mismas –y también los mismos, por fortuna- quienes nos echamos a las redes sociales, a los medios o a la calle a gritar nuestra indignación. Pero es como predicar en el desierto. Ahora mismo hay mujeres acampadas en la puerta del Sol que reciben mucha menos atención de la que merecen. Suma y sigue.

Pero esto no es lo peor. Lo peor es la sensación de que no se ahonda en el tema porque resulta incómodo. Porque siempre hay alguien que contesta con el conocido rosario de las denuncias falsas, los hombres maltratados y las perversas mujeres que nos aprovechamos de ventajas y subvenciones. Y, de paso, consigue desviar el debate hacia otros temas pasando por alto la gravedad de un problema que motivó más del quince por ciento de las muertes violentas el pasado año. Y mientras marean la perdiz con sus patrañas, muchas mujeres siguen siendo cada día apalizadas, vejadas, humilladas, amenazadas, violadas y asesinadas. Tal como suena.

Y no solo eso. Quien trabaja, pelea o defiende el trabajo en esta materia, se ve constantemente sometida a insultos, descalificaciones, acosos y toda clase de improperios. Y si alguien cree que exagero, paseénse por algunos juzgados de Violencia Sobre la Mujer donde tenemos que convivir con pegatinas o pancartas en la puerta donde, entre otras muchas lindezas, nunca falta el repugnante apelativo de “feminazis”. Hoy mismo en Madrid, sin ir más lejos.

Puedo asegurar sin temor a equivocarme que el único delito público que es rápidamente contestado con la existencia de otros delitos es éste, como si estuviéramos en una operación matemática en que la existencia de un muerto varón o de una denuncia falsa anula la muerte de una mujer.

Por alguna razón que se me escapa, no conseguimos llegar a la gente. O tal vez no interese que lleguemos. Pero puedo asegurar sin temor a equivocarme que el único delito público que es rápidamente contestado con la existencia de otros delitos es éste, como si estuviéramos en una operación matemática en que la existencia de un muerto varón o de una denuncia falsa anula la muerte de una mujer. Pero ni con esa operación matemática salen las cuentas. El porcentaje de mujeres asesinadas es y sigue siendo escalofriante, y no hay nada que justifique que no salten todas las alarmas. Las de quienes tienen el poder para tomar medidas, y las de la sociedad para reclamárselo.

Lo he dicho otras veces. Si por reconocer que hay hombres maltratados –que los hay- o denuncias falsas –que también las hay- consiguiera resucitar a una mujer, no dudaría en hacerlo. Aun sabiendo que el porcentaje de hombres maltratados y de denuncias falsas es ínfimo en relación a lo que ocurre con las mujeres. Lo que me niego a reconocer es ese supuesto oscurantismo en cuanto a ello. Cuando lo hay, se persigue. La cuestión es que no es frecuente, y por eso se ve menos y son inferiores las estadísticas. Y es curioso que sean éstas también las únicas estadísticas que se discuten. Jamás he leído a nadie atacar las de la Dirección General de Tráfico en cuanto a muertos en accidentes, ni las de las Fuerzas y Cuerpos de seguridad en cuanto a los delitos contra el patrimonio.

Somos el único colectivo vulnerable cuyo ataque no consigue el reproche social que cualquier otro merecería si la cifra de muertes fuera ésta

Y mientras unos se enredan en no molestar demasiado, y otros en no dar demasiado bombo a esas cosas que consideran de interés menor, las mujeres siguen siendo asesinadas. Y somos el único colectivo vulnerable cuyo ataque no consigue el reproche social que cualquier otro merecería si la cifra de muertes fuera ésta. Pensemos si no qué ocurriría si los muertos lo fueran por razón de su religión, de su pertenencia a una etnia o por su orientación sexual. Las redes sociales, los medios de comunicación y la sociedad se volcarían, y con razón. Y se echarían encima de todo aquel que pusiera en duda los testimonios de las víctimas o cuestionara cualquier ley que les protegiera de estos ataques.

Sigo sin comprender que la igualdad entre hombres y mujeres sea un objetivo de segunda división. Ni por qué los ataques a mujeres se asumen con una resignación rayana en la indiferencia. Y sigo sin saber a qué esperan para el tan anunciado pacto de estado. Porque mientras se reúnen, debaten, estudian y crean comisiones, las mujeres siguen sufriendo y muriendo. A razón de una cada cinco días. ¿Hasta cuándo?

Vamos a prestar un cuerpo

01/05/2017 Por MIRIAM MAIDANA

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Vamos a prestar un cuerpo.

Seamos esa pierna que va trozada al peritaje.

Seamos ese tatuaje, ese escote, esa risa.

Seamos por unos minutos esas chicas que no son como nosotras.

Seamos esas chicas sin títulos universitarios, sin iglesia, las de los embarazos prematuros, las que apoyan el culo al ritmo del reggaeton, las que trabajan en verdulerías o tiendas que venden remeras y calzas de La Salada.

Juguemos a ser esas chicas de las que nadie espera nada. Las que se llevan matemáticas a marzo, las que no pueden pronunciar el inglés, las que en los colegios son una vacante bienvenida.

Juguemos a ser ellas, las del rimmel comprado en un puesto callejero, los pintauñas que duran dos pasadas, las de las tinturas hechas por una amiga a la hora de la siesta.

Juguemos a que ser esa multitud que vive explotada toda la semana por las tareas domésticas, los hijos sin padres por ausencia, las que nunca tuvieron ni tendrán Obra Social, ni se perfumaran con Carolina Herrera.

Juguemos a calzarnos esos jeans que explotan, los escotes con rellenos y puntillas de colores chillones adquiridos en una calle de Liniers, las de la cerveza por el pico, el fernet inaccesible, las de la calentura, las de la resaca de domingo.

Imaginemos que son nuestros padres o amigos o familia los que van a denunciar que no volvimos, porque nosotras viviremos el día a día pero siempre avisamos que vamos a volver, que preparen el mate, que llevamos el pan o unos bizcochos porque somos las de los cuerpos excesivos que sobresalen del pantalón y las remeras mínimas así que no, nosotras no desayunamos cereales, no sabemos de pilates, ni de crossfit: nuestras anatomías no dependen de modas. O nos desbordan la panza y los rollos o somos flacas naturales.

Imaginemos que tenemos sueños y proyectos muy mínimos pero que nos hacen muy bien. Por ejemplo, conocer el mar –Mar del Plata, en lo posible-, casarnos con el Polaco, bailar en Tinelli, que nuestros hijos no lleven siempre nuestro apellido, que nuestros hijos no le digan papá a sus abuelos, trabajar en Griddo, que el bolso de 47 Street de la Salada no evidencie que nuestras visitas al shopping solo son para caminar y comprar un helado de $15.

Imaginemos nuestro ferviente deseo de ser UnaMás, que cuando nos tatuamos nos sintamos por 5 minutos la Cande Tinelli –que se tatua en París o Inglaterra, nosotras en Laferrere o Luis Guillón -pero bueno, ambas tenemos Instagram, y algunas comemos salteado por hambre y otras por el ideal de delgadez pero el resultado es parecido: somos flacas, solo que nosotras somos panzonas.

¡Somos tan parecidas! La Juanita Viale, la hija de Moria, la Celeste Cid y nosotras tenemos hijos de distintos padres, como Pampita andamos mucho de noche con vestidos del tamaño de un pañal, como a la chica Caniggia a veces novios o amantes nos maltratan, como a la Barbie Vélez nos han moretoneado, como todas cambiamos maridos y novios seguido, pero… .alguna diferencia debemos de tener porque a nosotras no nos invitan al programa de Rial ni somos la tapa de la revista Gente ni nos siguen los fotógrafos pero en lo básico, en lo calentonas, en lo de tener muchos hijos, en beber de más, en ponerle poca tela a nuestros cuerpos, en cambiar cada tanto de pareja, en eso somos parecidas, casi iguales.

A dos días del femicidio de Araceli la mayoría de las opiniones iban en función del recorte: no salir, en caso de hacerlo llevar ropa lo menos llamativa posible, no caminar por calles oscuras, no subir fotos que puedan llamar la atención, no hablar con desconocidos.

No es un dato menor que la mayoría de femicidios los cometan allegados a las víctimas, pero no importa: renunciemos pues a la amistad, la vida sexual, el levante en un baile o lo que fuera. Porque al final…somos nosotras las culpables!

Igual, inconscientemente, la revictimización de nuestras muertas es sutil: Araceli fumaba Paco, Micaela García salía sola, Lucía fumaba porro, Antonella se había “metido” con un hombre casado, y así al infinito.

Un poco lo que nos dicen es: “Si no hacen tal cosa, entonces tienen menos probabilidades de terminar en una zanja”.

Hay que pensar estrategias como colectivo: no solo nos están masacrando, además nos toman por boludas.



ETIQUETAS: #NIUNAMENOS, ARACELI, CUERPOS

MIRIAM MAIDANA

PSICOANALISTA, INVESTIGADORA UBACYT EN CONSUMOS PROBLEMÁTICOS.

Me despierto, miro el celular y busco noticias tuyas. En los diarios, en facebook, en cualquier lugar. Empiezo mi día, salgo a caminar y te busco en cada chica que pasa. Me pienso a mí, tan libre en la calle, siguiendo con mi vida, con mi rutina y vuelvo a pensar en vos. ¿Dónde estarás en exactamente este momento? Me distraigo en alguna charla y sigo con mis cosas. Me siento a almorzar con mi hermana y hablamos de vos. Comentamos algún dato nuevo que alguna de las dos se haya enterado, sobre las cámaras, sobre el auto, sobre tu novio, tus amigas, tu mamá. Tu mamá. Pienso en tu mamá y pienso en la mía. No puedo dimensionar el dolor que la debe estar agobiando hoy. Me angustio de sólo pensar el calvario por el que están pasando tus viejos, tu familia, tus amigos. Pero igual, sigo con mi día. Me preparo un mate y me siento a estudiar. Más tarde me cambio para ir a la facultad y elijo sacarme el vestido. Me pongo un pantalón. No quiero escuchar ningún comentario en la calle, hoy no. Me subo al colectivo y sigo pensando en vos. No te conozco, pero sos como yo. Tenías la misma vida que yo. Estabas lejos de tu casa por la facultad, y salías, y cursabas, llorabas, dormías, te peleabas, caminabas. Igual que yo. Fuiste a bailar y te volviste antes que las demás. Igual que yo. Caminaste por las calles tranquilas de Gualeguay, como también hice yo alguna vez. Pero algo pasó y no llegaste a tu casa. Automáticamente me imagino a mi no llegando a la mía. ¿Qué te hicieron Micaela? ¿Dónde estás? Tengo un nudo en todo el cuerpo desde el sábado cuando supe de tu desaparición. No te conozco, pero soy mujer igual que vos, y yo también me aguanto a diario las miradas en la calle de tipos que no conozco. Yo también trato de no escuchar las bestialidades que me dicen. Yo también me siento medio boluda cada vez que vuelvo a mi casa y le pido a alguien que me acompañe, porque si no me acompañan, no sé si vuelvo (sí, y ahí también escucho callada el comentario de "qué exagerada"). Yo también les escribo a mis amigas "ya llegué", "estoy a 2 cuadras". Mi hermana también sabe mis horarios y por dónde ando por si algún día me demoro y tiene que ponerse en alerta. Estoy muy triste. .anoche después de fijarme si se sabía algo nuevo de vos, no pude aguantarme y lloré. Lloré un rato largo por vos. Y por mí, y por todas. ¿Qué es esto de desaparecernos? ¿Qué es esto de las mil y una precauciones que tenemos que tomar para sentirnos más tranquilas o seguras en la calle? ¿A qué bestias nos estamos enfrentando allá afuera? ¿Quién se creyó con el poder y el derecho de tratarnos, de manosearnos así? ¿Cuándo empezó esta guerra invisible contra nosotras? ¿ Cuándo se va a terminar? ¿Cuándo te van a devolver Micaela?

- Ines Benedetti.