Daniel Valiente Gómez
Tiene diversas formas y matices con significados distintos. Así hay un silencio inicial al comienzo de cada sesión en el que nadie quiere empezar a aportar algo, y los que quieren no se atreven. En las primeras fases del grupo suele ser frecuentemente de amplia duración.
Los distintos miembros parecen estar absortos en sus problemáticas personales y aparentemente parecen no demostrar el menor interés por los demás. No obstante, están pendientes unos de otros. El grupo entero parece como si no tuviese nada que dar; permanece en una actitud narcisística a la espera de que otro, en este caso, el terapeuta, rompa el silencio y aporte algo que les sirva.
Si este momento se prolonga, se transforma en un silencio tenso y angustioso que generalmente es roto por alguien, que no es capaz de aguantar esa tensión.
Cuando el grupo funciona en una fase de dependencia, Grinberg, Langer y Rodrigué asignan al silencio otro significado: “… el grupo optaba por el silencio, ya que, por ser éste más raro y misterioso, podían atribuirle el poder mágico de curarles”.
Con este “silencio nutricio” parecen mantener mejor su estado emocional de dependencia, ya que así “todos están recibiendo una cantidad similar de alimento por parte del terapeuta”.
Otro significado del silencio grupal suele ser como respuesta negativa a ciertas intervenciones, interpretaciones o actitudes del terapeuta. Suele producirse tras un acuerdo tácito o explícito del grupo de agredir al terapeuta como castigo a algo que, desde el punto de vista de ellos, no ha estado bien. En muchas ocasiones puede ser debido a un estado de frustración porque las demandas orales no han sido satisfechas. Pero es necesario rescatar que en muchas otras ocasiones los pacientes tiene razón y el silencio grupal puede ser una respuesta real y legítima ante la incapacidad, arbitrariedad o inmadurez del terapeuta para el que sería aconsejable continuar su terapia un poco de tiempo más.
Una forma especial de este silencio aparece en los llamados grupos de formación en los que, como ya digo en otra parte, las vivencias paranoides de persecución son muy frecuentes. Estas personas mantienen entre ellas una cierta rivalidad intelectual y un “pique” constante sobre la capacidad de comprender profundamente a los otros. Nadie se atreve a contar cualquier cosa de ellos por el temor a ser descalificado por enfermo o por simple. Todos esperan que sea otro el que lo haga para actuar sobre él como auténticos maestros psicoanalistas, con lo que nadie habla y asi se pueden presentar prolongados silencios.
Daniel Valiente Gómez
"Psicoterapia psicoanalítica de grupo"
Editorial Fundamentos
1987
Manuel Calviño
Este breve ejercicio conceptual nos lleva a sustentar lo esencial: la resistencia, la familiaridad acrítica y el propium prejuicial generan, entre otras cosas, silencios (puntos ciegos y enceguecidos): cosas de las que no se habla, de las que no se “pue-de-be” hablar; cosas que no se ven, cosas que no se “pue-de-ben” ver. Hablo de un silencio funcional, casi inherente al funcionamiento. No hay presumible malsanidad en este silencio, no hay intencionalidad de callar. Es un pacto de autodefensa, una rutina oculta. Obviamente no es este el único silencio: existe el silencio de la mentira, el de la hipocresía, el del oportunismo y también el de la ignorancia, el de la incapacidad de hablar, etc. Por suerte, el de las resistencias (ahora en plural asimilando los tres conceptos delineados y otros del mismo tipo) es un silencio sintomático, que delata el significado de lo oculto incluso en su callar.
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“Los síntomas hablan ... en ellos es posible poner de relieve una verdad, singular y fundante para cada sujeto, que el síntoma vela y revela al mismo tiempo…En su opacidad el síntoma encarna una verdad. Pero como esa verdad es la de aquello que se excluye de todo saber, el síntoma pasa a ser también lo que se opone a todo intento de totalización del saber. Es un indicador de que 'algo no anda', no encaja”. (“Las adicciones: el fracaso del síntoma”. Augusto Roa Bastos)
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El silencio, para el caso que nos ocupa, puede aparecer, de hecho aparece muy comúnmente, como síntoma. También se privilegia de la pluridad expresiva. Dice Guardini que "harto difícil es hablar del silencio… Se lo considera, de primera intención, como una forma de la nada…Pero, pensándolo bien, se advierte que el silencio es todo lo contrario de la nada”. Pero el silencio sintomático es sobre todo “la falta” (lo que no está y tendría que estar, aquello de lo que no se habla, lo que se omite como ocultamiento inconsciente). En cualquier ámbito o escenario encontramos no la vacuidad interpretativa del silencia, sino muy por el contrario, la inevitable referencia a su significado situacional o extrasituacional.
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La existencia del silencio condiciona, demanda, la existencia de un tipo (en realidad varios tipos) de escucha. Esta denominación de escucha la caracterizaría desde ya como “polisensorial”: no es solo audición, sino también sensorialidad cutánea, emocional, visión, quien sabe si extrasensorialidad o extrapercepción como atributo o dominio profesional, no de “parapsíquicos”, sino de profesionales que estudian el comportamiento. Escuchar es abrir las puertas a la polisemia del lenguaje comportamental de las personas y las instituciones, de los grupos y las comunidades, de la sociedad en su conjunto. Y para esto la condición más favorable es la no implicación activa en el cuerpo emisor del lenguaje, una suerte de distancia crítica que puede establecer las diferencias entre “yo y lo mío” y no se vea en el siempre complejo y difícil atolladero de los compromisos involuntarios, del “mejoramiento/empeoramiento” perceptivo sustentado en la pertenencia simbiótica o participativa. El cuerpo (institución) productor de su lenguaje percibe con claridad lo que dice, puede hasta tener una mirada crítica a lo que dice, pero se “le escapa” lo que no dice, lo que queda atrapado en el silencio. No hablo obviamente de “malas intenciones”, hablo sencillamente de regularidades del funcionamiento psicológico.
Manuel Calviño
"Silencios que piden voz: sustentando la función crítica de la comunicación social"
Revista Área 3
2005
Byung-Chul Han
Solo el silencio nos vuelve capaces de decir algo inaudito. La obligación de comunicar, por el contrario, conduce a la reproducción de lo igual, al conformismo:
El problema no consiste en conseguir que la gente se exprese, sino en poner a su disposición vacuolas de soledad y de silencio a partir de las cuales podrían llegar a tener algo que decir. Las fuerzas represivas no impiden expresarse a nadie, al contrario, nos fuerzan a expresarnos. ¡Que tranquilidad supondría no tener nada que decir, contar con el derecho a no tener nada que decir, pues tal es la condición para que se configure algo raro o enrarecido que merezca la pena ser dicho! (Gilles Deleuze).
Por su parte, lo igual se sigue repitiendo a causa de la obligación de actuar. Solo gracias a las vacuolas que nos da la inactividad tenemos posibilidad de realizar algo cada vez más frecuente: algo que realmente merezca ser hecho.
La inactividad es, pues, el umbral de un hecho inaudito. La obligación de actuar y, aún más, la aceleración de la vida se está revelando como un eficaz medio de dominación. Si hoy ninguna revolución parece posible, tal vez sea porque no tenemos tiempo para pensar. Sin tiempo, sin una inhalación profunda, se sigue repitiendo lo igual. El librepensador se está extinguiendo:
Dado que falta tiempo para pensar y sosiego al pensar, ya no se ponderan los pareceres divergentes: basta con odiarlos. Dada la tremenda aceleración de la vida, espíritu y vista son habituados a una visión y un juicio a medias o falsos, y todos se asemejan a los viajeros que conocen países y pueblos sin bajar del tren. La actitud autónoma y cautelosa del conocimiento es estimada casi como una especie de extravío, el librepensador es desacreditado. (
Byung-Chul Han
"Vida contemplativa: Elogio de la inactividad"
Taurus
2023
Isabel Romero del Hombrebueno
Palabras clave: Silencio.
Fecha de redacción: 02/2024-06/2024
Fecha de publicación: 10/2024