por Candela Amigo Díaz


La luz se hizo, y tal como vino se apagó.

La siguió un desgarrador trueno.

Los periódicos ya habían anunciado que llegaba la tormenta del siglo.


Me encontraba en mi sofá de terciopelo cuando le di el primer sorbo a mi té verde, leyendo la

novela que me tenía tan enganchado.

Por mi gran y oculto ventanal, pude comprobar que la tormenta tardaría en acabar, por lo que era el

momento perfecto, el que tanto ansiaba desde hace tiempo.


Me equipé para tan requerida ocasión y tomé mis infalibles “instrumentos”, no debía perder el

tiempo, ya que éste, jugaba en mi contra.


Bajé a gran velocidad por las escaleras, llegando a la primera planta. A continuación, cerré todas

las ventanas, poniendo tablones de madera en cada una de ellas, apagué la chimenea y tomando un

candelabro rojo, me encaminé hacia el sótano.


Una vez allí, agarré la llave metálica y abrí la puerta de la “habitación prohibida”, a la que no

podía adentrarse nadie que me visitara.


Al entrar, observé que todo se encontraba como la última vez, pero había un pequeño detalle distinto

que me desconcertaba, una pequeña nota con símbolos relucientes. Me acerqué velozmente frente

a ella y pude apreciar lo que ponía, বিদায়। আমরা সাহায্যের চাই না.


Estas extrañas letras que, por supuesto, no entendía.

Se encontraban escritas con una tinta un tanto sangrienta y con las palabras entrelazadas, dando a pensar que el escritor, en este caso, era un niño.


Al acabar, me aproximé a mi mesa “favorita”, donde comprobé que parte de mis marionetas habían

desaparecido. La única que quedaba, Myrtle “La llorona”, en vez de llorar como siempre hacía, me

estaba sonriendo. Me preocupé y subí rápidamente las escaleras. Tomé mi ordenador e investigué las

extrañas letras que acababa de ver.


Tras tirarme horas y horas buscando todo tipo de información que podía hallar sobre el anterior

escrito, por fin encontré su significado en castellano: “Adiós. No queremos ayudarte”.


En ese instante, lo único que se me ocurrió hacer, fue llamar a Mrs. Potts, para contarle mi plan de

aquella noche y que me ayudara a encontrarle solución a lo anterior.


A pesar de las altas horas de la madrugada, Mrs. Potts llegó puntualmente a casa, donde estuvimos

largo rato hablando de lo que me había ocurrido.


Finalmente, llegamos a la conclusión de que mis “instrumentos”, es decir, mis diabólicas marionetas, eran las escritoras de aquel mensaje y, por lo tanto, marcharon.

¿Por que habían marchado?

¿Quién se lo dijo?, esas eran algunas preguntas que todavía teníamos que resolver.


Rápidamente cogimos un cuaderno, nos pusimos nuestros abrigos y emprendimos la marcha en busca

de mis marionetas.


Al salir de mi casa, un fuerte tirón sentí en mi pierna y más tarde un golpe latido en mi corazón, pero a pesar de todo aquello, decidí seguir sin darle mucha importancia.


Ya eran aproximadamente las 4:30 de la madrugada cuando llegamos al “Bosque de los Suicidios”,

(llamado así por multitud de ellos), allí vislumbramos una pequeña luz en una destrozada cabaña.


En el interior se encontraban multitud de armas destinadas a matar y torturar con fotografías de

varias personas, una de ellas que se encontraba en el medio, siendo la más grande de todas y marcada

con distintos colores, era la mía.


La puerta de madera se cerró, y al golpe le acompañaron varios pinchazos en mi cabeza, lo que

causó que cayera al suelo, al abrir los ojos, pude comprobar de que se trataba de mis marionetas vudú

y que yo era su objetivo.


Mrs. Potts al ver que aquella situación empeoró, corrió de aquella cabaña hasta llegar de nuevo a

su casa.


-¿¡A mí, el asesino más buscado del mundo, el que asesina de múltiples maneras, una de ellas el

vudú, me están asesinando lentamente. A mí!?-dije con ira.


De repente, en el espejo que se encontraba a mi derecha, observé como el “jefe” de aquella situación y de que mis marionetas me mataran, se reía malvadamente de mí. Me paré un instante, le miré todavía más fijamente, se trataba de un hombre menudo, delgado, con las facciones muy marcadas, pelo blanco y barba blanca.

¿Quién sería? -me preguntaba.

Y, sobre todo, ¿Qué tendría que ver conmigo?

Al poco caí en la cuenta de que esa imagen sería la mía dentro de unos años.