Juana Azurduy nació en Toroca, población aledaña a Chuquisaca, ubicada en la Intendencia de Potosí del Virreinato del Río de la Plata, hoy municipio de Ravelo, departamento de Potosí, actual Bolivia, el 12 de julio de 1780.
Sus padres fueron Eulalia Bermúdez, una chola de Chuquisaca y Matías Azurduy, un rico blanco dueño de muchas propiedades. Su padre tenía una buena posición económica, dueño de varias propiedades en la zona.2
Tuvo un hermano, Blas, que falleció siendo niño. Y este hecho presumiblemente hizo que sus padres esperasen otro varón y por eso criaron a su hija con características de un hijo hombre. Además la sociedad de Chuquisaca por esos años era muy conservadora, y un hijo varón permitiría conservar el apellido Azurduy que era considerado noble y también hubiese podido seguir con las actividades económicas de su padre cuando alcanzase la mayoría de edad.4 Sus padres continuaron buscando el hijo varón y años después nació Rosalía, otra hija mujer que hizo convencer al padre que no iba a tener más varones.4
Juana fue bautizada en La Plata (hoy Sucre, Chuquisaca) por lo que se suponía que nació en esa ciudad. Creció en Chuquisaca viviendo en el campo con libertades que a otros niños no le daban sus padres en esa época.4 Compartió las tareas con los pobladores originarios de la zona a quienes observaba trabajar y dialogaba con ellos utilizando el lenguaje quechua que su madre le había enseñado, y además compartía con ellos las ceremonias religiosas. Ella contaba que su padre le había enseñado a andar a caballo, y lo hacía a galope sin sentir miedo, y además realizaron juntos muchos viajes.4
Sus padres fallecieron ambos en forma imprevista, cuando tenía siete años de edad. Su madre falleció de muerte súbita lo que obligó a su padre a mandarla a regresar a su hogar en el campo. Pero al poco tiempo su padre, que tenía una aventura amorosa, fue asesinado supuestamente por un aristócrata del que nunca logró conocerse su identidad. 15
Poco tiempo después Juana, que esperaba a su quinto hijo, quedó viuda tras la muerte de su marido en la batalla de Villar (14 de septiembre de 1816). El cuerpo de su marido fue colgado por los realistas en el pueblo de la Laguna, y Juana se halló en una situación desesperada: sola, embarazada y con los ejércitos realistas controlando eficazmente el territorio. Tras dar a luz a una niña, se unió a la guerrilla de Martín Miguel de Güemes, que operaba en el norte del Alto Perú. A la muerte de este caudillo se disolvió la guerrilla del norte, y Juana se vio obligada a malvivir en la región de Salta.
La pareja de guerrilleros defendió a sangre y fuego del avance español la zona comprendida entre el norte de Chuquisaca y las selvas de Santa Cruz de la Sierra. El sistema de combate y gobierno conocido como el de las “republiquetas” consistía en la formación, en las zonas liberadas, de centros autónomos a cargo de un jefe político–militar. Hubo ciento dos caudillos que comandaron igual número de republiquetas. La crueldad de la lucha fue tal que sólo sobrevivieron nueve. Quedaron en el camino jefes notables, de un coraje proverbial. Entre ellos hay que nombrar a Ignacio Warnes, Vicente Camargo, al cura Idelfonso Muñecas y al propio Padilla.
Los Padilla lo perdieron todo, su casa, su tierra y sus hijos en medio de la lucha. No tenían nada más que su dignidad, su coraje y la firme voluntad revolucionaria. Por eso, cuando estaban en la más absoluta miseria y un jefe español intentó sobornar a su marido, Juana le contestó enfurecida: “La propuesta de dinero y otros intereses sólo debería hacerse a los infames que pelean por su esclavitud, más no a los que defendían su dulce libertad, como él lo haría a sangre y fuego”.
Juana fue una estrecha colaboradora de Güemes y por su coraje fue investida del grado de teniente coronel con el uso de uniforme, según un decreto firmado por el director supremo Pueyrredón el 13 de agosto de 1816 y que hizo efectivo el general Belgrano al entregarle el sable correspondiente.
Juana Azurduy organizó luego el “Batallón Leales” que participó en la batalla de Ayohuma el 9 de noviembre de 1813, nueva derrota que significó el retiro temporal de los ejércitos rioplatenses del Alto Perú. A partir de ese momento Padilla y sus milicianos se dedicaron a realizar acciones de guerrillas contra los realistas.