Estaba a pocos metros de la casa y alguien en la puerta le hacía señas que se apresurara. De pronto ya no tuvo más contacto con el suelo, no daba pie, pensó irónicamente. Trató con todas sus fuerzas de impulsarse hacia la casa pero no pudo. Buscó algo para aferrarse y vio uno de los cables que sujetaba la antena del techo, pero fue en vano. En ese momento lo supo: no había nada que pudiera hacer contra aquella fuerza imponente de la naturaleza, más que dejarse llevar. Sintió que dejaba aflojar el cuerpo y volaba junto con las otras cosas sin control.
Mónica sintió un escalofrío y se cubrió. Aturdida, se dio vuelta y miró el despertador sobre la mesita de noche; eran las 5:55, la alarma sonaría en cinco minutos…