por Alejandro Kosak
publicado el 10/04/23
Inquisición
Al momento de publicarse esta lectura ya contamos poco más de dos meses desde la conclusión (judicialmente) definitiva de lo que fue y será el caso Fernando. Si esperé tanto tiempo antes de comentar o vehiculizar mis pensamientos al respecto es porque la inmensidad de las olas durante ese navegar fueron tan grandes que cualquier opinión podría nublarse por las prisas y fervores del momento. Situaciones así, como el vino, deben dejarse añejar antes de atrevernos a cualquier degustación profunda.
Poco o nada queda por decir en lo referente a lo contextual de la situación, puesto que ya en el 2020 prácticamente nada quedó fuera de la lupa de los medios; hablamos de un crimen más de violencia generalizada, cometido por un grupo representante de un sistema de valores conflictivos que le costaron la vida a alguien ajeno a ellos. El tema rugbier, si se me permiten las definiciones, es una vena abierta y problemática de la idiosincrasia argentina por lo menos desde el correr de este siglo; ya que inmersos en una estructura social y económica elevada que se oculta tras lo deportivo, los rugbiers son un arquetipo que se confirma y configura así mismo partiendo desde la retórica de la violencia y la virilidad.
Dicha retórica parece, finalmente, haber llegado a sus cuotas más altas con el caso Fernando. Como la figura del tigre en Borges, ocho individuos de repente se convirtieron en un único signo contra el que el país y su gente arremetió demandando respuestas, demandando cambio. La justicia, tras el oleaje, está hecha: todos los responsables fueron debidamente procesados y la mayoría de ellos enfrentará ahora la cadena perpetua. Pero en un mundo de humanidad y atrocidades, ante todo en la parte judicial de estos pagos, la cuestión nunca es blanca o negra.
Tras la lectura de la sentencia, la madre de Máximo Thomsen -quien es uno de los mayores involucrados en el asesinato- culpó a los medios y al periodismo de demonizar durante tres años a su hijo y a los demás implicados. Su reclamo, que se esconde detrás del viejo y pueril eslogan de “¡LA TV MIENTE!”, posee sin embargo una cuota de verdad importante. Los medios de comunicación tienen el poder de construir y destruir imágenes como ninguna otra cosa -poder que rivalizan con la literatura- y es cierto que, en este lapso de tiempo, éstos y todos los rugbiers fueron transformados en una viruela social de remoción “necesaria”. La explotación del tema en la cotidianeidad y la constante renovación del mismo a partir de (seamos claros) pruebas contundentes estratificaron el caso Fernando y lo solidificaron en el imaginario social argentino al punto de ser capaz de mover muchedumbres transprovinciales en favor de la familia Báez Sosa. Los rugbiers fueron perfilados en monstruos, con todo el sentido foucaultiano del término; puesto que se los apuntó con el dedo, se destacó su anomalía, y no se les quitó la mirada crítica de encima ni se terminó de verbalizar su mal en estos tres años.
Todo esto que digo, por supuesto, no los redime ni mucho menos los justifica. El crimen y la muerte de Fernando es imperdonable, insalvable y debería ser irrepetible; los acusados participaron en él de manera activa, poseyendo también plena intención de llevar a cabo ese fatal remate. Lo discriminaron, lo violentaron, lo asesinaron -para que no nos olvidemos de que la violencia es una quimera multiforme- y posteriormente tuvieron el valor y la osadía de jactarse de su movimiento viril como lo harían los cazadores de esos viejos daguerrotipos que se vanagloriaban de ejercer la muerte, cual deporte. A lo que apunto con ésto es a que en el reclamo de esta mujer, pese a querer esconder la gravedad del asunto, se evidencia el matiz cromático de este evento, en el que ninguna lectura o vistazo al evento global puede matizarse de manera polar, en simples opuestos, debido a sus amplias consecuencias, sus ramificaciones.
Reiterando lo que ahora ya es de conocimiento popular, tanto o más que algunos versos del Martín Fierro, tres de los ocho condenados recibieron quince años de prisión y los demás la cadena perpetua. Fernando Burlando, así como también su séquito de exacerbados seguidores amantes del aprisionamiento ajeno, no demoraron en celebrar vocalmente esta hechura de justicia. A lo largo del país se festejó la perpetua de esta otredad, pero pocos parecen querer reparar en que ahora hay un grupo de cinco familias que no volverá a ver a sus hijos si no es en el espacio de una celda. De nuevo: son asesinos, pero también son jóvenes. Jóvenes como lo fueron o serán todos en el mundo -o como lo es quien les escribe- y que no conocieron otra alternativa que no fuese la máxima pena aplicable.
En la Argentina, debido al sesgo que nos dejan las redes sociales y la inmediatez de los medios masivos, pareciera no existir posibilidad conciliadora. El criminal, o está en la calle, o le dan la perpetua. Apelamos al castigo como LA respuesta frente al culpable, neutralizamos al individuo, lo tachamos como lo distinto y esperamos que la justicia opere sobre él sus peores intervenciones. La herencia de Michel Foucault vuelve con fuerza en todo ésto; importa más el castigo que la posibilidad de la rectificación, la invisibilización del delincuente antes que el reconocimiento de su pertenecer al mismo sistema erosionado del que somos parte. No por nada hay quienes celebran la muerte de criminales ante situaciones de defensa personal convirtiendo en héroes a las víctimas, más de uno instalaría la pena de muerte o como mínimo reflotaría la antropología del panóptico. Se espera de la institución carcelaria su función punitiva, que destierre hasta la inexistencia, que opere como la galera del mago que desaparece sus objetos con magia. Después de todo ¿Qué representación de la cárcel perpetuamos cuando damos circulación a fotos y videos de actuales presos que dicen esperar con ansias a los rugbiers? Legitimamos una negativa visión de la prisión como un no-lugar, el espacio en el que sólo la peor lacra puede residir, donde DEBE residir. Es el espacio donde la otredad, los monstruos, pertenecen.
En términos concretos, se hizo justicia. Los culpables fueron sometidos a los correspondientes procedimientos y los familiares de la víctima encontraron siquiera un consuelo a este asesinato causado por la prevalencia de un aparato intolerable de significaciones y valores, de discriminación basada en capitales económicos que nublan el juicio. Pero ninguna cadena perpetua, por más tiempo que viva el acusado, va a devolverles jamás a Fernando, así como también un grupo de madres no va a volver a ver a sus hijos. Será imposible alguna vez contentar a las dos partes de un conflicto como éste sin dejar salir a relucir una cuestión problemática de fondo, y quedarnos con tan sólo las consecuencias inmediatas -el encarcelamiento, un veredicto- implicaría obviar un escenario gigante por macabro, sobre todo cuando de lo que hablamos es de la justicia. Si algo valioso nos ligó la actividad de Jacques Derrida, es la necesidad total y constante de contemplar los fenómenos del mundo y al mundo desde el lugar de los grises, a ejercitar una observación macro y amplia de lo que sucede alrededor nuestro para no caer en la simplificación y el conformismo, falsamente binario, de la hechura social.
En el desmayo de Thomsen ante la sentencia muchos ven la verdadera cara de esta cultura rugbier puesta en crítica: muy varonil y poderosa en apariencia como para atentar contra los demás, pero en el fondo carente de verdadera audacia. Yo comparto eso y lo entiendo así, en parte, aunque además comprendo que se esconde ahí el signo de una exageración, la imagen de que las cosas deberían, en más de un sentido, ser de otra manera.
Estudiante de letras y proyecto de escritor. Es parte del colectivo de escritores Letras&Poesía, integrante del comité editorial de la Revista Rabiosa y miembro del Centro de Estudios Teórico Literarios (CEDINTEL). A veces se olvida de respirar.
INSTAGRAM: @alejandrokosak