por Alejandro Kosak
Desde 01/03/2023 hasta 31/03/2023
publicado el 01/04/23
Poemario
hace no mucho
leí a Girondo
y me parece que
su literatura
es
amor
ciudad
mirar
forma
azar
preñar
rezar
ataque
matar
todo
ésto me parece
que es la literatura
porque leí a Girondo
hace no mucho
Quietud,
la violenta quietud
de un verano silenciado,
obliga a medir distinto el tiempo.
Yo soy sus unidades,
la inconsciente paciencia
que aguarda, y no sabe,
la fuerza explosiva
de un mensaje,
-cualquier mensaje-
La ruta hacia un momento diferente.
Esa fue tu sabiduría:
enseñar a fingir que a veces
la vida es como pelar una fruta.
Una para vos, y otra para vos.
-dijiste-
Lo demás fue vacío,
la callada lección de que
con unas cortinas,
un buen cuchillo,
y una porción de tarde
alcanzaba para ser feliz.
Así, sin figuras retóricas.
Simplemente así.
Es cuando escribís ese poema
que te das cuenta de que algo
te está llevando.
Entonces te quedás quieto,
y con las últimas sobras de tus fuerzas,
agarrás la guitarra y tocás
esos acordes imposibles.
Clavo
Coito
Dios
(suena de fondo)
Todo este mundo indescifrable,
de golpe,
tiene un poco más de sentido.
Concepción del Uruguay:
En sus paredes, calles y baños,
un antiguo pedalear
reclama enseñanzas,
reclama memoria.
Rosario lo sabe.
Artificios de plomo
se llevaron al ángel;
pero entre la pintura,
el metal y la cumbia,
él vive, Pocho vive.
Nos grita la lata,
revive la historia.
Aquel gesto fue lo más valiente
que hice en toda mi existencia.
Mirarlo a la cara
y golpearlo con la
violencia de una palabra,
decirle un puñetazo
en la crudeza de su piel.
Aunque esa empresa terminaría costándome algunas cosas,
como ahora temerle a los movimientos bruscos,
el tener por algún tiempo en mi piel
los tatuajes de su venganza,
y la facilidad para decir muchas cosas,
lo cierto es que yo no soy ningún valiente.
PERO,
si alguna macana del tiempo permitiese
repetir de nuevo ese instante,
sin dudas volvería a vivirlo.
Sin dudarlo volvería a liberarme.
Una y mil veces.
¿Y si existiera el oficio
del poemador?
¿Del poesista?
¿Un fulano, fulana o fulane
que por unos cuantos pesos
te venda el nudo perfecto,
la palabra dorada,
un remate fulminante?
acudiríamos todos
corriendo a sus
sucursales rastreando
una métrica ordenada,
las ideas escurridizas
que se nos escapan,
o las mil y un
maneras de decir
"te amo".
Lo buscaríamos para que para construir nuestras
destrabe las palabras declaraciones de
de nuestra lengua, guerra,
para armar algún o para que cure el
discurso vacío de mal de la prosa
sentido, en verso.
Pero ¿Cómo se sentiría
un poemador ejerciendo
el oficio?
¿Podría un fulano, fulana o fulane
dedicarse a fabricar las ¿Dormir tranquilo
infinitas constelaciones sabiendo que sus
de nuestro lenguaje materias podrían
por unos cuantos pesos? invertirse en matar?
¿En romper un amor? ¿En negar un derecho?
¿Quién podría ayudar al poemador ¿Que es nuestra naturaleza salvaje
a entender que no son la que conjuga por igual creación y
las palabras las que apocalipsis?
arremolinan la vida y la muerte?
Y nosotros…
¿Seguiríamos siendo las palabras
con las que hablamos?
¿O nos convertiríamos en una factura,
en un recibo -otro más-
que cuente el historial de nuestros
gastos, las tarifas de la lengua?
¿Sobreviviría el poemador al eterno dilema?
No querer decir nada y acabar haciendo demasiado,
el castigo infatigable de ser el indirecto destructor de mundos,
de sueños, realidades,
por unos cuantos pesos.
Tengo la teoría de que el poemador sería
el individuo con mayor poder sobre la tierra,
aquel del que dependería hasta la última sentencia,
incluso también el más rico y opulento;
aunque no me cabe duda de que,
mientras el planeta y nosotros seguimos funcionando
gracias a ella,
Esta sería la persona más miserable de todas.
Te invito a que no lo hagas,
a que me ignores.
Hoy te pido que mires afuera.
Yo no soy de esta jornada
el protagonista, no es mi derecho.
TRAMPA.
Ya está, cumplí la consigna.
Este día -desgraciadamente, un único día-
Será el lienzo de palabras que lo merezcan.
No de la mía.
Lo que sí puedo decir es que,
si ya sos parte de esta ola y tenés playa donde chocar,
Andá y hacelo.
Y si no, o incluso peor, te creés un ingrato
rompeolas turbando este devenir inevitable,
callate y no estés jorobando.
Cualquier acero violento será
la espada de Borges.
Las partes de una casa,
la mujer que no amó a Bécquer.
Para Alberto Giordano,
César Aira es la literatura.
Un único hombre es el fútbol
según Mariano Kloss.
Dice Galeano que somos las palabras
con las que hablamos de nosotros.
En una sóla línea,
Homero condensa completa su Ilíada.
En la estepa Nocturna, un chajá
figura el orden total del universo.
Y todas esas veces en las
que decir no me sale
y quererte es un desafío
segmentado,
yo me despedazo.
Entonces soy las siluetas
las esperas, de la tarde,
mis señales,
los enigmas,
Los libros cada instante
de la biblioteca, de tu ausencia,
y los poemas
que te invocan.
Todos ellos.
Y
cada
hoja que
cae es la
parte de este
y ésto mundo que dejó y ésto
podría ser de respirar para podría ser
un pedazo convertirse en metáfora. un pedazo
de vida figurada en escena de muerte,
la demoledora revelación de que
el tiempo no es nuestro enemigo
sino una forma de intocable paciencia.
la paciencia de aceptar la paciencia de aceptar
las mil caras de un las mil caras de un
final. Y principio.
que
en
una
hoja
todo
puede
estar.
Con el correr del río,
una antigua verdad se levanta:
La víbora, que baja,
es a la vez la vida y el destino.
Y no es casual lo que domina.
Jörmundgander lo sabía.
Basta morderse la cola
para que el mundo y sus cauces
queden bajo la cola
del mundo y sus cauces.
Por eso los dioses le temían.
El infinito, el azar, y el delirio,
pueden estar en cualquier humedal,
cualquier charco,
cualquier remolino.
Algunos poemas serán auténtica porquería
y otros serán piezas perdidas y capitales
de este mismo universo.
Y eso es así porque otro soberano gobierna
estas cosas
(que convenimos en llamar arte)
en beneficio de una organización
general que ignoramos.
Así como el ciego debe comandar
la biblioteca y una
ciudad caer por un falso querer,
creo que todas las cosas
suceden o se suceden
ya así tienen que pasar.
El destino -el tuyo y el mío-
está pactado.
(sino, preguntá por
Edipo)
Saber lo que ocurre cuando rompemos
este molde no es posible,
pero quizás con cada buen verso
vivimos un minuto menos,
dejamos ir para siempre a un amor,
o dilatamos una respuesta esencial.
Algunas voluntades son
inobjetables, duraderas,
y se articulan con el movimiento
del cosmos. Son el cosmos.
Es por eso una suerte que yo no escriba
buenos versos.
Sin ser yo un arquitecto
puedo saber que las casas
-salvo por los corazones que las habitan-
son todas iguales.
A excepción de aquella, que no nos quería.
Sus paredes electrocutaban,
las conexiones se caían a pedazos,
y el pozo negro ya andaba inútil,
entre tantas otras muestras de su desprecio.
Eso fue un no vivir,
un no lugar, un anti hogar.
La imagen resumida,
la miseria que ni figura en ningún acta,
que no vio ningún juez.
Desde entonces, las cosas son distintas.
Acá tengo la corazonada
de que los amaneceres tienen mejor color,
de que los pájaros antes que silbar
te entonan un tango
y de que sus muros nos protegen
contra la noche, todas las noches.
La crueldad -aprendí-
no es exclusiva del humano.
se propaga en cada una de sus
maniobras y
lo trasciende,
lo figura,
lo apellida.
Pero cuando son otros los cimientos
y razonadas las antropologías
del ladrillo.
No queda espacio a nada más.
Este lugar, entiendo, me quiere.
Hubo un hombre que falló
su juramento: dejó morir al amor,
cedió al ego de su linaje,
defendió de más sus hazañas,
sus dones.
Y cuando él no estuvo
fue tan grande su lágrima
que aún hoy nos enteramos.
Tan grande fue su lágrima
que todavía hoy la cantamos.
Y ello se llamó la guerra,
la sangre, el bronce,
la espada, la tierra,
el pelo, la carne.
La cólera.
Y ella se llamó Aquiles,
que hoy duerme bajo el sueño
de los libros,
ganando,
perdiendo,
amando.
Mortalmente,
inmortalmente.
Qué jodido es vivir
todos y cada uno de estos
días cuando todos y cada uno
de estos días son una amalgama
de monotonía que no engaña
bajo ningún nombre.
Y así los segundos se consumen
más despacio y los minutos son
una montaña de segundos
sin sabor a tiempo,
sin sabor a nada.
De a poco,
las cosas van pareciéndose
al silencio,
el silencio a la indiferencia,
la indiferencia al olvido.
Y un día, que podría ser un martes
cualquiera, ya no estás.
¿Cómo poner en palabra
la entereza de tu cuerpo
y tu mentalidad de estrellas?
Imposible.
Existe en mí una desaforada
intemperie vocal.
ni los palabros
ni sus constelaciones
Alcanzan para nivelar mis invenciones
y tu realidad.
Quizás, con un poco
de tu mano, pueda dejar
de inventarte, para así
decirte,
enteramente.
La ciudad observaba anónima
mi mirada nocturna.
En el aire,
un hilo de nada volaba,
como esas calmas entre las palabras
que a veces traen el último
remate:
Quieto y abrazado por la noche,
sentí la oscuridad que me embebía
entre augurios de un final.
No hubo reproche; me sentí otro,
la suma de los miedos,
la acumulación de mis ausencias.
Y tragado por esa sombra, dormí,
en absoluto silencio,
en infinita distancia.
Todo en este mundo es
una empresa de causalidades.
Ninguna lágrima es aleatoria,
todo final contiene su historia
y no hay poema que se lea
dos veces.
Yo me contento en sospechar
con que el universo no es
nada bobo
y que lo que hace
por algo lo hace, muy a mi pesar
y a los versos que salgan.
Casi como en aquella infausta
tarde de noviembre
en la que el sol estaba por
demás amarillo
y en una rotisería de esquina
muerta una mujer a la que
le faltaban 20 pesos para
una coca vio entrar a
un pibe tatuado en llanto
y húmedo de moretones.
La realidad, que siempre
tiene algo de mágico,
quiso que el horror
no estuviese en la mujer desprevenida
ni en la cara de este chico.
El verdadero terror,
ese adelanto fugaz de muerte,
quedó en el dueño del local,
que vió encogerse la tierra
ante sus pies y las vitrinas
del caos retrotraerse.
De igual manera, sin poder
abandonar sus espejos, nadie
de los tres durmió esa noche.
Mil vueltas doy
y mil más daría
sólo para poder obviar
la quimérica bestia del amor,
que no me encuentro en condición
de matar.
Yo, que sin embargo me
considero un buen inventor,
entiendo que del tema
hay mejores practicantes;
gente sin corazón delator
a los que el cariño
no les está vedado.
Al menos, las palabras
y tu nombre son mi consuelo;
la brisa redentora
de la espada de Odiseo
que salva mis páginas
de ser materia de olvido.
Pero tampoco hay
que permitirse el engaño.
Estoy solo,
es la plena noche
y todo lo que tengo es un lápiz
junto a unos libros de Borges.
Led Zeppelin es lo único
que quiebra la tranquilidad
de la madrugada y la falta
de un cuerpo en qué ejercerlo
me confiesa que
el querer es secreto y conjetura
Para el que no estoy hecho.
Y blandiré de nuevo la legal espada,
y rezaré al sol una vez más
para que se detenga,
antes de permitir que
tus cruzadas y tus males
me perjuren.
Pero no pondré
ni muros ni murallas;
no los necesito,
tu diestra está cortada.
Yo por hoy te perdono,
pero no me olvido.
esa será mi empresa,
mi destino.
La fatal fascinación,
reverencia, fijación,
que tenemos por dar
nombre y entidad
a lo que usamos
para matar,
sólo es capacidad
de esta especie.
-la historia humana
es una historia de sangre-
Así como yo me llamo
Alejandro
y vos sos hoy mi lector,
(quizás mi escuchador)
Allá afuera el mundo
recuerda los logros homicidas
de Durendall,
y la vez que Little Boy
hizo cenizas a Japón.
Es la muerte
-o los atajos para evitarla-
la que se ingenia estos males.
Así no es nuestra la culpa,
así es nuestra la inocencia,
de volver siempre a la violencia,
y a los verbos que ejecuta.
Cayendo,
siempre cayendo,
la inercia de este evento
florece reliquias
pasajeras.
Como un verso legendario, un atardecer que desafía
a la noche, una canción repetida circularmente, la confesión
de un secreto, cada instante del sueño, escuchar
cantar al pájaro, hacer kilómetros para ver a alguien,
una sonrisa que dibuja universos, sentir la tronadora
fuerza de un beso,
y forjar las listas que todo contienen.
Sin al menos una o dos de
éstas en nuestro descenso,
¿Qué es vivir sino la
rápida tendencia hacia
el suelo?
Estoy convencido de que
el día, un libro y tu cara,
harán que al final de todo
caer haya valido la
pena.
Una sospecha empírica
y fundada me obliga a
descreer y desconfiar,
pero la duda es clara…
¿Cómo saber si ese
árbol que me mira
es un árbol y no es un dios?
Algún otro preguntó
sin conseguir contestar.
¿Quién escribe este
poema? él y yo.
Quizá lo que obviamos
es la consciencia de que
las cosas no son las cosas
que las nombran;
Como cuando digo
“Aquiles” y no pienso sólo
en el héroe sino también
en el león y en todos los
leones y en cada persona
que perdida en la furia
no puede amar;
O también cómo
detrás de cada bramido
de tormenta aguarda
angustiado Thor,
tejido de truenos y de mito.
Entonces creo comprender,
que todo ésto
-nosotros-
nos parecemos al tiempo,
que se acaba, se nos acaba,
y que podría ser un árbol.
Muy en lo profundo
del subsuelo de esta tierra
descansa una quimera
hecha de sangre y sufrimiento.
No dispara fuego,
tampoco vuela,
ni dispone ponzoña.
Esta bestia se diseña
otros males.
En una noche sin luna
hace que un pueblo
amanezca con menos corazones,
evita que los vocablos
floten ligeros en el viento,
y modela paredes de
caras sin cuerpos,
de madres sin hijos.
Su mero signo imposible
ilustra objetos sin nombre.
Pero no es infalible
la criatura.
Ponerla en el caudal
de la memoria
la domina.
Recordarla es su veneno.
Una sustancia hecha de
rostros, ciudades y
horas; de pañuelos,
plazas y banderas:
El letal cianuro
de la historia.
Su derrota
son dos palabras,
treinta mil carteles,
es nunca más.
Aguarda la pistola
cometer injusticia.
Es otro el bolsillo.
Duerme una madre
la calidez de la lluvia.
El monstruo la llama.
Un cacho de alma
se dejaron.
Ya no lo buscan.
La estela de gris es
soberana. Los pájaros,
no cantan alegrías.
El chico mira
con ojos de súplica.
El policía lo ignora.
Siempre haciendo
de la vida un poema,
como el haiku, el hambre.
Cada acorde
que le robo a
Spinetta,
el arte
que traduce un par
de sonidos,
las noches repetidas
en bucle bajo una misma
melodía,
esas tardes cuyo silencio
destroza la impaciencia
de la guitarra,
las lágrimas
que me consiguen un tango
de Piazzolla,
y todas las canciones
que jamás voy
a dedicarte,
Son tan parte de nosotros
como la música misma,
como la vida.
Un día decidí
volver a la rotisería
y pude sentir en verdad
el peso del cambio,
que uno ignora,
pero que está ahí,
invencible.
El edificio ahora vestido
de rojo, los cuerpos
trabajándolo…
Esa antropología ya
no era la misma,
aunque algo se había
quedado, inmanente a todas las
cosas.
Un televisor esquinero
silbaba fútbol,
al fondo de la cocina
desfilaba el puterío
más reciente,
algunos muebles
permanecían sin jubilar.
Su esencia sobrevivía;
como yo,
que ya no soy
el chico que
lloró la lluvia
de un sábado,
o el que
iluminado de noche,
compuso un poema
de sombras.
Los dos cambiamos,
Incluso el sol parecía
violentarme distinto,
y un murmullo en las
baldosas me delató
un indicio de paz.
Así que me fui,
satisfecho y como el perro,
olfateando el horizonte,
olfateando lo que vendrá.
Sus ojos no querían
creerlo.
La verdad,
antes líquida en mis manos,
quedaba ahora inescapable
de lo sólida.
Era demasiado tarde
-o quizás demasiado temprano-
como para pensar en
qué hacer.
Pero ¿Tomamos
alguna vez nuestras
decisiones con
auténtica certeza?
¿O es otra la balanza que
camina esas rutas?
Todo lo que entiendo
es que aquella siesta el
cielo lloró todas las lágrimas
que jamás lloré.
Y que yo,
lerdo en acciones,
me aferré a mi hermano y a la silla,
buscando como aún busco en mi vigilia,
algún rastro de cordura
en este raro mundo de emociones.
Las balas de maíz
resuenan en tu memoria.
La muerte, vestida
de hombre,
las disparó
allá en tu selva.
Una selva que nevó
tus alegrías,
que liquidó a los
valientes que te siguieron,
y que te presentó al amor
en el umbral de una
calle de barro.
Misiones -tú Misiones-
aún está hecha de magia,
la misma con la que tu sangre
escapó del horror.
Algo le falta.
Su cadencia colorada añora
las virtuosas motos,
las inundaciones de naranjas,
y los neumáticos en llamas.
Le faltás vos.
Vos sos la magia de
esta tierra que te
vio nacer, pero que
no te verá morir.
En Ilión;
el bronce y el acero
deciden faustos y
perversos el destino
de los hombres,
de la dama,
el universo.
En Roncesvalles;
una derrota será
la traición,
un cualquiera,
el campeón,
una espada,
la leyenda.
En la desaforada llanura;
el grito de un chajá
no delata a dos hombres,
describe el orden
que el cuchillo
hará sangrar,
reventar.
Afuera;
suena la trompeta guerrera
de mis gatos,
luchando y batallando
por la soberanía y el
dominio del
terreno del vecino.
Tengo entendido que vamos ganando.
Huesos y formas,
teléfonos y esperas,
Naranjas de recuerdo.
Discos de vigilia,
bicicletas de memoria,
moretón y libertades.
Las monedas de un dilema,
trampas, salvedades,
las migajas y las partes.
El otoño y el tiempo,
víboras, agua,
la justicia y el balance.
Una construcción endemoniada,
la promesa del héroe,
el martes un miércoles.
Un pedido de ayuda,
esa noche de silencio,
el miedo, sus caras.
La invención del amor,
una superación y perdón,
el nombre del arma.
Un paracaídas, sus motivos,
el árbol, el dios,
un haiku hambriento.
Las canciones de la vida,
una actitud de perro,
la tarde que lloró.
El monte mágico,
la odisea de los gatos,
y hoy, el final.
Estudiante de letras y proyecto de escritor. Es parte del colectivo de escritores Letras&Poesía, integrante del comité editorial de la Revista Rabiosa y miembro del Centro de Estudios Teórico Literarios (CEDINTEL). A veces se olvida de respirar.
INSTAGRAM: @alejandrokosak