por Alejandro Kosak
publicado el 10/11/23
Inquisición
“Es de fácil comprobación que un efecto inmediato (y aún instantáneo) (...)
ha sido la extinción o la abolición de todos los procesos intelectuales.”.
Jorge Luis Borges (1939)
Para cuando salga a la luz este ensayo vamos a llevar aproximadamente cuatro meses de gestión estatal libertaria; al momento de escribirlo, se cuentan poco más de dos. Muchas cosas pasaron, están pasando y seguramente van a pasar en los próximos tiempos, y todas ellas nos están dejando la muy amarga impresión de que quienes no acompañamos este proyecto tuvimos toda la razón del mundo en estar preocupados. Pero no pretendo ahora venir a llorar o a lamentarme por lo que no fue, sino a aportar al objetivo común que se propone este espacio de resistir con la palabra. También decir que espero no resultar el segmento informativo de nadie, porque en estas palabras recupero apenas una muy miserable muestra de eventos y acontecimientos de este panorama reciente, que no hacen sino arrojar más luz sobre lo terrorífico que es el asunto completo. Algo, a pesar de toda la oscuridad, creo que sí hay que reconocerle como un punto favorable a Javier Milei: honorablemente, nuestro presidente sabe representar a día de hoy el ejemplo perfecto de lo que pasa cuando no se financia el sistema educativo de un país, y todavía más, cuando al campo científico de las humanidades se lo menosprecia.
Por medio de Twitter, Milei defiende que Lali Espósito y Antonio Gramsci son compatibles dentro de una misma oración, y la introducción al debate público de esta figura política no es asunto menor. Según entiende la mentalidad libertaria, el marxista italiano y sus enseñanzas serían los artífices responsables en buena medida de la estrategia de difusión de la ideología de izquierda en el mundo y a lo largo del siglo pasado; a partir de ahí, si uno comete el error de leer la argumentación de Milei al respecto, se puede caer en cuenta de que este experto en crecimiento económico con y sin dinero está no sólo demostrando abiertamente su ignorancia sobre lo que habla frente a todo un país sino que además basa sus conocimientos sobre el tema en algo que bien podría argumentar un podcast de dudosa credibilidad.
Ahora bien, sin pretender alcanzar a desarrollar por completo el trabajo de Gramsci en tan pocas páginas, sí es importante decir que el mismo es ampliamente popular entre las ciencias sociales por dos motivos principales: primero, por sus aproximaciones novedosas al concepto de intelectual, entendido ahora, más que como un centro neurálgico de conocimientos, como agente activo y participante de los entramados sociales con una finalidad científica, social, o cultural; segundo, y más importante todavía, por las condiciones generales de producción de la mayor parte de su escritura, que fue en situación de prisionero político del régimen totalitario de Mussolini. Efectivamente, cosas como su visión adelantada y fundacional de futuras teorías del poder no pueden comprenderse por completo si se las aísla de los años bajo llave de Gramsci, en los que la escritura se convirtió para él no sólo en una manera de comprender los fenómenos del fascismo sino también en un medio para sobrevivirlos.
Hecho ese desvío, que estoy seguro cualquier filósofo, politólogo o sociólogo podría enriquecer, las conexiones y vínculos que nos permite la actuación de nuestro presidente no se terminan ahí; todavía podemos habilitar más. Decimos que las figuras de teóricos como Gramsci resultan esenciales para el pensamiento moderno porque a muchas de ellas les tocó vivir de primera mano el florecer de gobiernos fascistas (o del fascismo como modelo de organización estatal) a lo largo de todo el mundo. Estos procesos, junto a todas sus oscuras consecuencias, dieron lugar al nacimiento de la política de hoy y a la consagración de múltiples eslabones jurídicos de carácter internacional. Sabiendo eso, yo me pregunto: ¿Qué tuvieron y tienen en común, a lo largo del tiempo, todos estos modelos de gobierno?
Dejando de lado una extraña obsesión por el campo de la estética, que merecería un análisis aparte, hablamos de la compartida decisión de gobernar mediante legislaciones y decretos de necesidad y urgencia1. El caso argentino conoce al DNU 70/2023 y a la Ley Ómnibus, ambos proyectos abiertamente inconstitucionales mediante los cuales los actuales dirigentes pretendieron atribuirse facultades que no les corresponden y convertir la división de poderes en algo más bien anecdótico. Adolf Hitler hizo lo propio allá por 1932, con un Decreto para la protección del pueblo y del estado que le garantizó facultades extraordinarias para hacer lo que ya sabemos que hizo. Otro ejemplo más cercano a nosotros es el de Alberto Fujimori, infame expresidente de Perú, que se realizó un autogolpe para así acceder al poder total sobre la política nacional.
Los gobernantes de todos esos ejemplos, y muchos otros, tienen además en común el hecho de haber llegado al poder mediante las herramientas de la democracia, es decir, de manera 100% constitucional. No hablamos, efectivamente, de dictaduras o gobiernos de facto, sino de fórmulas políticas que adhieren a los mecanismos de la convivencia democrática y que llegan a buen puerto a través de los artilugios electorales. Lo que viene después son los autogolpes o las autocracias, donde todo ese aparatejo constitucional se corroe por completo, pero el antecedente es, en todos los casos, siempre el de los caminos legales. El caso de Milei es particular: su frente fracasó en lograr que el congreso apruebe la disolución del congreso (para sorpresa de pocos), pero aún así, un vistazo a la política de estos últimos cuatro meses parecen ofrecer el caso contrario. Quiero decir: desde que la fórmula libertaria asumió la dirección política del país toda su gestión está siendo desarrollada bajo la lógica de los poderes extraordinarios, aún sin tener la aprobación legislativa. Cualquier ejemplo de algo que haya pasado en lo que va de gobierno es una muestra clara de que los libertarios impunemente llevan adelante su propia agenda política, anteponiendo idearios ideológicos a las necesidades del electorado que los eligió. La justificación institucional es, en todos los casos, la de la “necesidad” de hacer todo eso, o la de que es “lo que hace falta hacer”.
De esa manera, sin que les tiemble el pulso después de despedir trabajadores o de quebrantar acuerdos de coparticipación, lo que vivimos desde el diez de diciembre es en pocas palabras un estado de excepción extraoficial que se mantiene peligrosamente al margen de la Constitución Nacional. Y de un modelo de Estado que se encamina por esta senda sólo deberíamos poder decir y tener en claro que hará de la excepción su única regla (Agamben 2005: 22), como parece que estamos viendo. Quien logra canalizar mejor estas ideas es Giorgio Agamben, quien alcanza algunas conclusiones importantes a la luz de un análisis historiográfico sobre el fenómeno. El punto elemental que organiza y sostiene su propuesta entera radica en reconocer que, sin importar el carácter de las situaciones, nunca existen en verdad necesidades objetivas, y que todo proyecto de carácter excepcional responde a series de motivaciones siempre subjetivas2. Esto, que parece una obviedad, es de hecho la máscara impulsora de todo el programa político de Milei, que encontró en ese significante flotante que es la “casta” la raíz de todos los males, y el justificativo primero del accionar legislativo posterior. Los caprichos del presidente contra los gobernadores o la segmentación de diputados como “aliados” y “traidores” vislumbran la raíz misma de este mal en nuestro caso local, donde la matriz discursiva y epistémica libertaria configuró como lo urgente la eliminación de un enemigo imaginario y un problema más bien liminar. Lo impresionante, además, es cómo esta matriz logró su consagración máxima durante la campaña, sabiendo la derecha cómo capitalizar años de crisis y odio de la población a su beneficio.
Mientras en las calles se discuten distorsiones como los 16 años del kirchnerismo, que nos demuestran que la posverdad llegó para quedarse y el pasado histórico es más maleable de lo que puede parecer, el Estado avanza en contra de la ciudadanía con cada una de sus medidas, no dejando jurisdicción sin desfinanciar. Pensemos en la pintoresca escena de la ministra de Capital Humano, la Sra. Sandra Petovello, diciéndole a miles de personas necesitadas de asistencia que vayan personalmente a hablar con ella para ahí ayudarles; pensemos en los docentes que, convertidos en trabajadores esenciales, pierden sus instancias de paritarias y el FONID; pensemos en los pacientes de hospitales que se quedaron sin apoyo del Estado para salvar la vida. Un gobierno que libremente somete a sus ciudadanos a estas muestras de inhumanidad no hace más que demostrar que no le importan los sujetos, o como diría Agamben, que los puso en suspensión (2005: 22). Ahí radica el peor de los saldos de este camino: el biopolítico, el de convertir a los hombres y mujeres argentinos en seres jurídicamente indeterminados, como residentes de un umbral indefinible. Lo ilegítimo se legitima, entonces, y un Estado que fundamenta su dirección política en la elaboración enturbiada de decretos o en la toma de decisiones plenamente arbitrarias no puede sino convertirse en una dictadura constitucional, una zona intermedia e indecible entre la democracia y el totalitarismo. Escribiendo esto entre enero y febrero del corriente 2024, y con un DNU 70/2023 todavía vigente porque la vicepresidenta de la nación se niega a llamar a las sesiones de senadores3, es evidente que el gobierno de Javier Milei prefiere la segunda opción.
Sería muy fácil terminar estas palabras en una nota negativa; el panorama es, obviamente, desolador a pleno y la gravedad de los ejemplos invocados para mi lectura, junto a todos los que me debo de estar olvidando, demuestran que en tan sólo cuatro meses un grupo de personas puede hacer muchísimo daño comparado a lo que cuesta proponer y construir proyectos verdaderamente amparados en las sociedades. También es importante la regresión política y social que atraviesa toda la Argentina, y que permitió el triunfo de la ultraderecha en primer lugar, donde amplias franjas de la población se inclinaron en favor de un modelo de Estado ausente y represor. El conservadurismo y la derecha se idiotizaron, levantando detrás de sí un largo camino de significados y símbolos que hoy muchos eligen creer, pero el camino, sin embargo, creo que puede ser otro; la apuesta de ahora en más tiene que ser con la educación, que vio realizada su derrota pero que debe reafirmarse, reconstruirse y reorganizarse de cara a los futuros argentinos y argentinas que van a darse la vuelta y ver este capítulo de nuestra historia desde la distancia con la que muchos de nosotros vemos a los 90's. Lo que necesitamos es, más que nunca, volver a las viejas aspiraciones de Gramsci y que nuestros intelectuales de todos los campos estén preparados para un desafío que es más que simplemente económico: es humano y social. Hasta entonces, lo único que nos queda es resistir desde la palabra, desde nuestros cuerpos, y fundamentalmente desde las ideas, que es lo único que no se puede reprimir.
En el mientras tanto, tenemos a Lali Espósito latigueando a Fito Páez en vivo para matar el tiempo.
NOTAS
1: Jorge Luis Borges sentencia en 1952 que “la realidad es siempre anacrónica” (1952, 158). Con mucho menos delirio metafísico y más énfasis en los tiempos verbales, Cazuza canta mucho después “Eu vejo o futuro repetir o passado”, según reza la letra de “O tempo Não Pára”. También está la famosísima línea de Santayana, que quizá contiene a las anteriores: “El que no conoce su historia, está condenado a repetirla”.
2: George W. Bush, por ejemplo, impulsó la sanción de la Ley Patriótica después de los atentados del 11 de septiembre. La misma, en pocos términos, puso la “seguridad” de los estadounidenses por encima de sus derechos. Los detractores fueron tachados de terroristas.
3: El tiempo (y la democracia, opinaría Borges) me refutaron parcialmente, pero todavía queda a deber una solución definitiva; la preocupación, hasta entonces, persiste.
BIBLIOGRAFÍA
Agamben, G (2005) “El estado de excepción es la regla” en FrankBaires n°1. Buenos Aires. FrankBaires.
Burn-Murdoch, J (2004) A new global gender divide is emerging. Financial Times. Disponible en: https://www.ft.com/content/29fd9b5c-2f35-41bf-9d4c-994db4e12998
Gramsci, A. (1967) La formación de los intelectuales, México: Grijalbo.
(1975): Cuadernos de la cárcel (selección), Puebla: Ediciones Era, 1999.
Jelin, E (2001) Los trabajos de la memoria. Siglo veintiuno editores. Madrid.
Said, E (1993) Cultura e imperialismo. Anagrama. Barcelona.
Williams, R (1977) Marxismo y literatura. Península. Barcelona.
También disponible en Revista Rabiosa:
Necesidad de urgencia: palabras sobre una historia recurrente
Estudiante de letras y proyecto de escritor. Es parte del colectivo de escritores Letras&Poesía, integrante del comité editorial de la Revista Rabiosa y miembro del Centro de Estudios Teórico Literarios (CEDINTEL). A veces se olvida de respirar.
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Revista cuatrimestral por y para estudiantes
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