por Alejandro Kosak
publicado el 17/08/24
Narrativa breve
Cuando uno visita el Museo Histórico Nacional están los trajes y están los cañones, reunidos casi como una curiosidad e indexados con algún esfuerzo. Pero más allá de ellos hay una cierta sala, distinta de las otras, donde una vitrina y una luz contienen una presencia grave como la Cordillera de los Andes. Congelado de nosotros, el sable duerme impoluto sin que los carteles que intentan explicarlo o acaso fundamentarlo lo logren.
Perteneció a San Martín, de quien no sabemos más que una serie de obviedades; que fue correntino, que estaba mortalmente enfermo, y que su convicción en lo que hacía era lo suficientemente grande como para empujarlo a hacer, durante un tiempo irreal, cosas irreales. El sable es ahora el único que conoció al libertador, al verdadero, y que todavía lo conoce; ese hombre contagiado de valor que sintió antes que nadie a la patria y que la puso en boca de los suyos. Después lo transformaron en símbolo de escuelas, pero para ese entonces largo tiempo había pasado y el arma, alejada de lo circunstancial, ya estaba dormida.
¿Qué será del sable cuando se queda solo, entre las imágenes de su hazaña? Fiero y elegante como tigre, a lo mejor espera; espera paciente a la mano frágil pero valiente que comandó, añorándola. Nosotros, que no hablamos el idioma del acero, ignoramos que quizá San Martín puede volver alguna vez de entre la gloria a reclamarlo, como si todavía no nos hubiéramos desencadenado. Ojalá lo haga.
Estudiante de letras y proyecto de escritor. Es parte del colectivo de escritores Letras&Poesía, integrante del comité editorial de la Revista Rabiosa y miembro del Centro de Estudios Teórico Literarios (CEDINTEL). A veces se olvida de respirar.
INSTAGRAM: @alejandrokosak