por Alejandro Kosak
publicado el 31/05/24
Narrativa breve
La gloria, sabemos, tiene muchas formas. Algunos la encontraron en lo profundo de una calle; otros, quizá en un atardecer que se rompe en noche; yo a veces pienso en ese Rolando al que noblemente nadie mató y que se inmortaliza, aún muerto, en invencible. En este país, hay un grupo particular de mujeres que conoce por gloria un sinónimo de reencuentro y que, para alcanzarlo, practicaron durante algunas cuantas décadas la no banal tarea de resistir. Así, muchas lograron lo que en principio pareció una tarea imposible: hacer aparecer al desaparecido, devolverle la identidad arrebatada, y sacarlo de ese indefinido umbral en el que lo pusieron.
Esas mujeres envejecieron, inevitablemente, y no pocos casos nos conducen a creer que en este mundo irreal sólo se nos van los buenos; poco caemos en cuenta de que los grandes corazones ascienden con la gratitud de los pueblos, mientras que de los oscuros sólo quedan manchas que van tendiendo al escombro. Es por eso que ayer y hoy Nora Cortiñas y sus compañeras son abuelas: porque criaron generaciones de revolucionarios que van a seguir su ejemplo, y no hay revolución más grande que una fundada en el amor.
A la rebelión de las abuelas le debemos todo; a Nora, que ayer fue a reencontrarse con su hijo en el lugar definitivo, le estamos en falta por no haber logrado que lo hiciera en este infierno de los vivos. Pero lo que nos deja, pese a todo, es una cerámica indestructible y que sigue resistiendo por más que la golpeen, una arcilla endurecida de memoria que hoy se tiñe de negro pero que mañana y por siempre será celeste y blanca.
Estudiante de letras y proyecto de escritor. Es parte del colectivo de escritores Letras&Poesía, integrante del comité editorial de la Revista Rabiosa y miembro del Centro de Estudios Teórico Literarios (CEDINTEL). A veces se olvida de respirar.
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