por Alejandro Kosak
publicado el 24/06/23
Narrativa breve
Cuando los corazones viven y sueñan de determinada manera durante algún par de años, acaban por acostumbrarse a estos giros y contragiros que la ficción de la vida termina por presentarnos; además de eso, hay quienes conocen de antemano estas inverosimilitudes y consiguen ellos mismos orquestar sus propios relatos.
Esto es particularmente cierto sobre todo en aquellas sociedades en las que el palpitar del caos logra encontrarse un lugar de descanso, atormentando el cotidiano con sus imposibles, sus improbables, y con esas desgracias que parecen un cuento mal contado. En el momento en que empezaron a escucharse los disparos a lo largo de todo el barrio, Lepratti era muy consciente de aquello. Él ya sabía que subiéndose al techo de ese comedor popular un diecinueve de diciembre de 2001 y en medio de una de las peores crisis económicas que se recuerdan, todos esos mitómanos vestidos de azul para quienes la justicia consistía en desperdiciar un poco de pólvora no tardarían un segundo en darle muerte.
Pero aún así se subió y tuvo además la fuerza para decir unas palabras que grabó a fuego en quienes lo vieron, con ese poder que otras muy pocas cosas disputan. Después lo bajaron, pero no conoció el otro lado. Nosotros, que vivimos de la magia y ella de nosotros, supimos pintarlo de blanco y convertirlo en algo parecido a un inmortal, como esos que habitan los mitos y las cosmogonías. Y quizás lo hicimos porque Claudio Pocho Lepratti fue uno de esos raros tipos que, como opinaría Galeano, decían lo que pensaban y hacían lo que decían, más allá de su cuerpo, nuestro cuerpo, y de la corporalidad, incluso.
Estudiante de letras y proyecto de escritor. Es parte del colectivo de escritores Letras&Poesía, integrante del comité editorial de la Revista Rabiosa y miembro del Centro de Estudios Teórico Literarios (CEDINTEL). A veces se olvida de respirar.
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