Vivían muy cerca de ella sus dos tíos. Jaime era su preferido. Era un hombronazo peludo que debía afeitarse dos veces al día y aun así, siempre parecía llevar una barba del martes, tenía cejas negras y malévolas que peinaba hacia arriba para hacer creer a su sobrina que estaba emparentado con el diablo, y el pelo tieso como un escobillón, inútilmente engominado y siempre húmedo. Entraba y salía con sus libros debajo del brazo y un maletín de plomero en la mano. Había dicho a Alba que trabajaba como ladrón de joyas y que dentro de la horrenda maleta llevaba ganzúas y manoplas. La niña fingía espantarse, pero sabía que su tío era médico y que el maletín contenía los instrumentos de su oficio.