Presentación tes dimensiones del ser humano.

PRESENTACIÓN

El 17, el 24 y el 31 de enero de 1974 X. Zubiri impartió en la Sociedad de Estudios y Publicaciones de Madrid el curso que ahora editamos. El 3 de septiembre del año 1973 acababa de cumplir 75 años. I. Ellacuría, colaborador intelectual e íntimo amigo de Xavier, grabó la segunda de las sesiones para sus estudiantes de filosofía de la Universidad Centroamericana de San Salvador. Los alumnos quedaron sobrecogidos. La velocidad a la que dictaba las lecciones hacía que fuera imposible tomar apuntes. Parece que X. Zubiri no podía escribir antes de hablar, pero misteriosamente, a partir de unas insignificantes palabras clave perdidas en unas fichas blancas, surgían unas densas lecciones perfectamente hilvanadas. Sus cursos grabados eran transcritos y mecanografiados por su esposa Carmen Castro. X. Zubiri revisaba ulteriormente los manuscritos añadiendo algunas correcciones. Después, cuando consideraba el texto o un fragmento del mismo suficientemente maduro, lo incorporaba en la redacción de sus libros y artículos o simplemente lo aprovechaba para una ulterior elaboración de la cuestión planteada. Llama la atención la precisión, rigurosidad y orden de su exposición oral, porque el texto que mecanografió Carmen Castro apenas si fue alterado por X. Zubiri.

Es importante remarcar que se trata de un curso oral del que X. Zubiri sólo preparó para su publicación la tercera de las lecciones: "La dimensión histórica del ser humano" (Realitas I, 1974). X. Zubiri desconfiaba tanto de sus cursos e inéditos que llegó a pensar que lo mejor sería que se destruyesen los inéditos una vez que él muriese. Según I. Ellacuría esta actitud estaría motivada por su preocupación por la exactitud, el rigor y la precisión y por considerar que su pensamiento genuino no era el que había desarrollado a lo largo de su vida, sino aquél al que había llegado en sus últimos años tras penosísimos esfuerzos. Es una cautela a tomar por el lector, pues probablemente si X. Zubiri no publicó en su momento las dos primeras lecciones del curso, la dimensión individual y la dimensión social, es porque no estaba del todo satisfecho con lo allí expuesto.

En el núcleo de la filosofía madura de X. Zubiri se abre un campo virgen cuyo cultivo puede ser fecundo para ir más allá de muchos de los caminos sin salida a que se han visto abocadas las sendas filosóficas más transitadas del siglo XX. X. Zubiri, ante la crisis de la modernidad de la que tiene perfectamente conciencia desde el inicio de su filosofar traza en Inteligencia sentiente (1983) una alternativa a la metafísica moderna. La asunción de las críticas de Nietzsche y de Heidegger a la modernidad no le llevan a la parálisis filosófica ni a un escepticismo absoluto. Tampoco va a seguir los caminos del neokantismo, del neohegelianismo, del neoaristotelismo, de la filosofía analítica o de la hermenéutica. X. Zubiri, cuestionando el punto de arranque de la fenomenología, pretende llevarnos a un marco adogmático que nos permita la criba, el avance filosófico, y un diálogo difícil, pero no imposible, entre las diversas tradiciones filosóficas. Desde la filosofía primera de X. Zubiri es posible una reconstrucción de una serie de nociones como razón, ser humano, realidad, individuo, historia, sociedad, sujeto, ética, experiencia, ciencia, ajena a cualquier voluntad moral y despreocupada de las modas intelectuales. Habrá que valorar en qué casos esta reconstrucción nos salva de algunas de las dificultades y escollos que encuentran otras tradiciones del pensamiento. En cualquier caso lo más interesante es que estos escollos no se sortean apelando a ningún tipo de dogma, sino apurando los interrogantes filosóficos y enfrentándolos sin miedo y sin precipitación en una actitud radicalmente antidogmática dispuesta una y otra vez a clavarse el propio aguijón de la crítica.

Probablemente sea cierto que el fracaso en filosofía es mucho más productivo que la apelación a argumentos de autoridad o a consideraciones políticas, culturales o de gusto extemporáneos al ejercicio filosófico mismo. Y es que la filosofía empieza justamente cuando vencemos estas "dos tendencias antagónicas que surgen espontáneamente en un espíritu principiante: la de perderse en el escepticismo, o la de decidirse a adherir polémicamente a una fórmula con preferencia a otra, tratando incluso de forjar una nueva. Dejemos estas actitudes para otros" (X. Zubiri, Naturaleza, Historia, Dios, 1947, p. 144).

En el forcejeo filosófico zubiriano el término "actualidad" va cobrando una progresiva importancia hasta convertirse en la clave de bóveda. Justamente en este curso adquiere un peso decisivo. La realidad antes que posición (Kant), intención (Husserl), aparecer (Heidegger) o vida (Ortega) es actualidad y X. Zubiri se preocupa mucho de distinguirla de la idea aristotélica de acto como plenitud de una potencia. La actualidad designa una propiedad de las cosas: su estar presente desde sí mismas en radical alteridad respecto a nuestros actos. No se trata de una relación noético-noemática, ni del estado de comprensible de algo, ni de una imbricación elemental entre yo y circunstancia, sino de una unidad primaria de las cosas y los actos, de lo actualizado y de la actualización. Todas las cosas en su sentido más elemental y primigenio empiezan por ser actuales en los actos y todos los actos son, en su definición más elemental posible, actualizaciones de cosas. Actualidad y actualización son el anverso y el reverso de una unidad radical anterior a toda relación: No hay acto sin actualización de la cosa, y no hay cosa actual sin su actualización en el acto.

X. Zubiri, al mismo tiempo que va haciéndose fuerte en el plano analítico de lo inmediatamente dado, proyecta en las ramas más constructivas del saber filosófico la radicalidad ganada en el mismo. De ese modo intenta una consideración filosófica del problema del hombre desde el análisis de su apertura a una realidad originaria, en la misma medida en que Heidegger trató de hacerlo desde su apertura al ser y Levinas desde su apertura al otro.

Aunque X. Zubiri anunciara en muchos de sus cursos el tema principal (la verdad, Lo real y lo irreal, Dios, etc.) junto con el tema del hombre, la mayor parte de las veces fue, como reconoce I. Ellacuría, “por razones pedagógicas que facilitaran el interés de los oyentes” (I. Ellacuría, “presentación”, Sobre el hombre, 1986, p. XI). En realidad, el término “antropología” no aparece en su obra. No es de extrañar. Zubiri fue muy sensible a la crítica heideggeriana que consideraba a la antropología como propia de los enfoques que todavía se movían en el horizonte de la vieja metafísica. Las antropologías, pensaba Heidegger, se ahogaban en el subjetivismo y presuponían, sabiéndolo o no, un pensar metafísico que les impedía plantear la pregunta por la verdad del ser arrebatando así al hombre su auténtica dignidad (Carta sobre el humanismo, 1946).

Lo que Zubiri desarrolló no es una antropología filosófica, una disciplina autónoma que se pregunta por aquello que caracteriza lo humano en cuanto tal, sino una filosofía del hombre, es decir, un estudio del hombre desde la metafísica o filosofía primera que va elaborando. En cualquier caso, es perfectamente legítimo, como siempre fue el interés de I. Ellacuría o de Pedro Laín Entralgo, tratar de constituir una antropología filosófica a partir de los desarrollos zubirianos.

Quizá, para las teorías antropológicas, sociales e históricas, lo más destacable del trabajo filosófico de X. Zubiri es que pretende instalarnos en un ámbito anterior a toda construcción teórica. Desde la retracción a este ámbito considera factible precisar unos hechos positivos accesibles a cualquiera y susceptibles de ir liberando las construcciones filosóficas y científicas de algunos de los presupuestos que inevitable y permanentemente las están lastrando. Frente a la construcción metafísica tan habitual de dividir el mundo en una esfera subjetiva, personal, y otra objetiva y social, X. Zubiri pretende empezar a filosofar desde un punto de partida radical, anterior a cualquier división o dualidad. Sería justamente el cedazo desde el que podríamos permanentemente ir cribando presupuestos teóricos e ir delineando una serie de hechos sociales, antropológicos e históricos primarios, accesibles al análisis filosófico. La distinción entre el análisis de un ámbito inmediatamente dado y la comprensión y explicación teórica del mismo, entre filosofía primera y metafísica, hechos positivos y sentido, es extraordinariamente relevante en un momento en el que pareciera que no se puede hablar más que dogmáticamente de hechos positivos. De ser sustentable filosóficamente nos permitiría, en el impresionante catálogo de las antropologías, sociologías y filosofías de la historia contemporánea, procurar, con todas las dificultades que se quiera, algunos avances.

Ciertamente el texto que ponemos en sus manos rebasa los límites de una filosofía primera, pues apela a construcciones, teorías y explicaciones científicas y de diversa índole que no gozan, ni muchísimo menos, de la inmediatez de los actos. No obstante, se van delimitando ya algunas nociones como corporeidad, yo, historia, sociedad, co-presencia física, actualidad, acto, que entrarán decisivamente en una consideración primaria de lo humano, lo social y lo histórico. “En filosofía el principio es el final. Y recíprocamente, en su primer originario y radical paso, está ya toda la filosofía” escribía Zubiri en 1935 (Naturaleza, Historia, Dios 155). En su Trilogía (1983), en su última andadura, precisa su primer paso, en el que se acrisolan todas las nociones. En este esfuerzo de radicalidad y en el ámbito analítico que nos abre Inteligencia sentiente se pueden contrastar categorías y estructuras provenientes de todo tipo de lenguajes, culturas, construcciones metafísicas, científicas y poéticas. Es una tarea inacabable que quizá posibilite un mínimo consenso de la humanidad, regido efectivamente por un interés por la verdad y no simplemente por algún tipo de poder sobre los demás.

Si bien en sus escritos juveniles y en los escritos recogidos en Naturaleza, Historia, Dios está presente la inquietud por lo humano, es en los cursos que empieza a dar desde su salida de la universidad donde los estudios sobre el hombre cobran más relieve. Su interés por publicar Hombre y Dios en la década de los 70 le lleva a un profundo replanteamiento de los mismos.

En el curso “El problema teologal del hombre: Dios, religión, cristianismo” (1971-1972), Zubiri intenta sistematizar todo lo que ha venido diciendo sobre el tema de Dios y la teología. Tiene 74 años y con la publicación de la "Trilogía teologal”, que anuncia el título, quiere culminar su producción intelectual. Una vez finalizadas las lecciones se sumerge en la preparación del primer volumen: El hombre y Dios. “Espero mucho —le escribe Ellacuría en junio de 1973— de lo que será la presentación definitiva de la religación y espero también mucho de lo que será la gran novedad; el hombre experiencia "de" Dios”. El libro, cuya primera parte se titula “La realidad humana”, le exige repensar sus anteriores reflexiones sobre el hombre. Para hacerlo ordenadamente escribe un guión provisional que en su primera breve redacción de ocho páginas tiene los siguientes parágrafos: 1) Las acciones, 2) Las habitudes 3) Las estructuras 4) La forma de realidad 5) la Actividad 6) morfogénesis de la realidad humana. 7) Los niveles de la actividad psicoorgánica (I. Ellacuría, “presentación”, Sobre el hombre,1986, p. XIV).

En Abril de 1973 el dominico Marie-Emile Boismard de la Escuela Bíblica de Jerusalén, da unas conferencias en la Sociedad de Estudios y Publicaciones tituladas “Nuestra victoria sobre la muerte: resurrección o inmortalidad”. Boismard logra convencerle de que las definiciones dogmáticas de la iglesia católica no obligan a mantener la idea del alma. En el artículo "El hombre y su cuerpo" (19-IX-1973) ya no tiene problema para llevar hasta sus últimas consecuencias su idea de la unidad estructural entre lo psíquico y lo orgánico. En "Tres dimensiones del ser humano: individual, social e histórica" (1974) insiste en que “el hombre es una realidad psico-orgánica [...]. Tan formalmente psico-orgánica, que no cabe que se escinda en dos: de un lado la psique y de otro el organismo. Algunos se preguntarán qué es lo que pasa con las almas después de muertos. No sé lo que pasa. Pero no es de fe que sobreviva. Lo que es de fe es que quien sobrevive es el hombre y no solamente el alma”.

En noviembre de 1973, Zubiri dicta en Roma "El problema teologal del hombre: El hombre y Dios" donde reasume la primera de las tres partes del curso de 1971 sobre el mismo tema. Al volver a Madrid toma de base su trascripción para la redacción de Hombre y Dios pues “consideraba que todo lo pertinente a este problema filosófico, tratado en sus cursos o en sus ensayos anteriormente, quedaba recogido y superado por el curso romano” (I. Ellacuría “presentación” Hombre y Dios, 1983, p. IV). El último apartado de la segunda parte revela que es el intento de expresar cómo se concreta la fe en el hombre el que está en el origen de las "Tres dimensiones del ser humano: individual, social e histórica" (17-1-1974). Así termina la sección: “Si la persona es esencialmente concreta, el encuentro efectivo del hombre con Dios y de Dios con el hombre, la entrega del hombre a Dios como verdad no puede menos de ser concreta. Ahí radica la concreción de la fe, modulada tanto por la dimensión individual del hombre como por su dimensión social y su dimensión histórica” (X. Zubiri, Hombre y Dios, 1983, p. 304).

Durante 1974 se consagra con denuedo a la redacción de la segunda parte de Hombre y Dios, “la realidad divina”, y desarrolla diversos estudios sobre el hombre que cree necesarios para el libro: reelabora y publica la última de las lecciones de las tres dimensiones: "La dimensión histórica del ser humano" (Realitas I, 1974), redacta los tres primeros apartados del inédito “La realidad humana” (publicados por I. Ellacuría como los tres primeros capítulos de Sobre el hombre) y añade al guión de la realidad humana: “Las dimensiones de la realidad humana” (I. Ellacuría, “presentación” Sobre el hombre, 1986, p. XIV). Al finalizar el año casi concluye la segunda parte de Hombre y Dios. "No lo hizo, porque al llegar al último apartado sobre la concreción de la fe, le pareció que debía hacer una pequeña digresión sobre la concreción de la persona humana” ( Cf. Hombre y Dios, op. cit., p. V.). Por lo visto, lo escrito en el inédito “la realidad humana”, el curso “Las tres dimensiones del ser humano” y el trabajo publicado, “La dimensión histórica”, no le bastan.

En 1975 lo que tenía que ser una pequeña digresión se convierte en un largo escrito de 200 páginas titulado "La concreción de la persona humana”. Dadas sus largas proporciones fue dejado fuera. “Él mismo quiso que se incluyera en el libro Estudios antropológicos, que si le quedaba tiempo de vida pensaba publicar” (Cf. Ellacuría, “presentación”, El hombre y Dios, p. VI). Ellacuría lo recogió total y literalmente en Sobre el hombre. En uno de las secciones de este escrito resume y desarrolla nuevos aspectos de “Las tres dimensiones del ser humano” y de la lección publicada en Realitas (Sobre el hombre, pp. 187-221). Son notorios, por ejemplo, la fundación de una lógica hermenéutica en una lógica de la realidad y la idea de ser acrescente (Sobre el hombre, pp. 206 ss.). Es a este texto al que se refiere I. Ellacuría cuando afirma que en Sobre el hombre se recoge un texto sobre las dimensiones del hombre distinto del de sus conferencias (Sobre el hombre, p. XVI).

En abril, en las “Reflexiones sobre lo estético” (1975), abunda en su teoría sobre el sentimiento afectante ya esbozada en “La realidad humana” (1974) (Sobre el hombre, pp. 36-41). Al llegar al análisis de la estructura de la actualización escribe: “Pues bien la forma primera y primaria de actualización de la realidad, y por tanto su forma primera y primaria en el sentimiento mismo, es justamente la materia” (Sobre el sentimiento y la volición, p. 374). “Como este vocablo y lo que él designa tiene aspectos distintos, será conveniente insistir algo sobre el concepto de materia, en una digresión.” (cf. X. Zubiri, “Digresión sobre la materia”, archivo I. Ellacuría.) Esta digresión le llevará a desarrollar un escrito de unas cincuenta páginas sobre el “concepto de materia” (corresponde a lo publicado de la página 333 a la 457 en X. Zubiri, Espacio, Tiempo, Materia.).

Teniendo en cuenta estos materiales piensa publicar en breve Hombre y Dios, como muestra la nota que se halla al frente de “El problema teologal del hombre”: “Estas páginas constituyen la introducción al curso que profesé en la Facultad de Teología de la Universidad Gregoriana de Roma en noviembre de 1973, y que pronto aparecerá como libro en su integridad” (“Homenaje a K. Rahner”, Teología y mundo contemporáneo, Madrid, 1975, p 55.).

En 1976, ante las objeciones y problemas que le plantean los miembros del seminario Zubiri, que han estado discutiendo pormenorizadamente su artículo “Notas sobre la inteligencia humana” (1966), abandona provisionalmente Hombre y Dios y se aboca al análisis de la inteligencia que coronará en 1982 con la publicación de la trilogía Inteligencia sentiente. Finalizada su Noología vuelve a su intención de publicar Hombre y Dios. Sus fuerzas, ya muy mermadas antes de su fallecimiento en septiembre de 1983, sólo le permiten revisar y escribir "La realidad humana", la primera parte de Hombre y Dios. Es su definitiva filosofía del hombre. Según I. Ellacuría, Zubiri está completamente satisfecho con la redacción alcanzada ( Hombre y Dios, 1984, p. V). Concretamente, el apartado "el ser de la realidad humana", pp. 52-74, constituye la revisión y conceptuación última —también aquí introduce nuevos conceptos— de las tres dimensiones del ser humano.

El curso que aquí nos incumbe hay que leerlo en este laborioso desarrollo de su filosofía del hombre que emprende para escribir Hombre y Dios. Las fechas son bien precisas, empieza en 1973 con el artículo "el hombre y su cuerpo" y termina con “La génesis de la realidad humana” revisado poco antes de su muerte.

Cuando I. Ellacuría se percató de que Zubiri no iba a publicar nunca una antropología, le propuso organizar él mismo un libro, siguiendo el guión de “La realidad humana” (1974), que recogiera su pensamiento antropológico. A Zubiri le agradó la idea y le animó a emprenderla. Ellacuría le presentó el libro, cabe suponer que en 1975 o 1976, pero Zubiri no quiso publicarlo. “Su índice general —explica Ellacuría— fue revisado una y otra vez por Zubiri y el texto mismo fue objeto de una cuidadosa lectura, comentada por él mismo, en muy repetidas sesiones del Seminario Xavier Zubiri y en el que Diego Gracia recogía notas porque con ellas pensaba Zubiri que podría pulir y perfeccionar algunos textos escritos o hablados hacía tantos años” (Sobre el hombre, p. XXIII).

X. Zubiri no llegó en vida a una satisfacción completa sobre este trabajo que tituló provisionalmente Estudios antropológicos (Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, p. XII), pero el texto publicado post mortem con el título de Sobre el hombre introduce las anotaciones con las que Zubiri lo fue impregnando a raíz de la discusión en el seminario (Sobre el hombre, p. XXIII).

Aunque Zubiri en el texto de partida de Sobre el hombre, “La realidad humana” (1974), sólo escribe los tres primeros apartados de su guión “en los años siguientes—comenta Ellacuría—, desarrolló de un modo u otro todos los demás” (Sobre el hombre, p. XIV). Efectivamente, entre los tres primeros apartados (1974), el curso de las “Tres dimensiones del ser humano, individual, social, histórica” (1974), “La dimensión histórica del ser humano” (1974), “La concreción de la persona humana” (1975), La primera parte de Hombre y Dios “La realidad humana” (1983) y “La génesis de la realidad humana” escrito a finales de 1982 y corregido poco antes de su muerte, Zubiri desarrolla todo su esquema. “Tienen, además, estos escritos—observa I. Ellacuría—, la ventaja de haber sido revisados repetidas veces por el propio autor” (Cf. X. Zubiri, Sobre el hombre, pp. XIV y ss.).

Hay que advertir que la propia reformulación de algunas de las nociones fundamentales de Zubiri, como las de actualidad y las de corporeidad, notorias en “Reflexiones teológicas sobre la Eucaristía” (1980), y el aquilatamiento definitivo de casi todas ellas en su Trilogía, determinan en buena parte la maduración de su filosofía del hombre hasta poco antes de su muerte y la indecisión en torno a la publicación de Sobre el hombre.

Por último cabe señalar que una profusa citación del curso oral y un tratamiento de las tres dimensiones del ser humano con algunas aportaciones originales puede encontrarse en I. Ellacuría, La realidad histórica, UCA (1990) Trotta, (1991) cap. 3 y 5.

Los estudiosos pueden contar ahora con todos los textos existentes para poder establecer la evolución última de una filosofía del hombre que X. Zubiri fue corrigiendo incesantemente. Tan incesantemente que en los últimos meses de su vida, en "La génesis de la realidad humana" (1983), recogido íntegramente en Sobre el hombre, Cap. VIII, al conocer ciertos datos de la nueva embriología que alteraban los que adquirió en los años sesenta y setenta, empezó a cuestionar la idea de que el desarrollo embrionario fuera mera expresión del contenido genético.

XXX

En el contexto de la última navegación de X. Zubiri, el tema de las tres dimensiones del ser humano cobra particular relevancia. En la perspectiva fenomenológica el yo continúa estando en el punto de partida. Heidegger ya planteó en Ser y tiempo una perspectiva en la que el hombre es radicalmente social desde su propia estructura ontológica. Tanto es así que incluso la soledad es un modo de ser con otros, el modo de la ausencia. Zubiri quiere radicalizar ambas perspectivas.

La noción de dimensión expresa muy precisamente la peculiar visión sistémica de X. Zubiri. No sólo responde al intento de superar el esquema sustancia-accidente por medio de un esquema estructural en el cual todas las notas forman un sólo sistema, sino también el esquema habitual de interioridad-exterioridad, subjetivo y objetivo, mediante una consideración dimensional anterior a este tipo de divisiones. Además, le sirve muy bien para conceptuar la coimplicación de las partes sin confundirlas y sin desposeerlas de su especificidad y para integrar lo que en muchas antropologías se presenta como escindido o en niveles distintos de primariedad. El ser humano es a una individual, social e histórico, y cada una de las dimensiones está imbricada de manera muy concreta con las demás.

En primer lugar, lo individual no es considerado como un carácter abstracto del hombre, ni como su nota más básica, por más que hoy la postmodernidad acentúe con fuerza este carácter, sino como una dimensión que surge de su realidad específica y social. El ser humano solamente es individuo humano por llevar dentro de sí biológica y socialmente la referencia a otros miembros de su phylum, por su diversidad en el interior de la especie y no por mera diferencia con otros hombres. Por esto, toda autoposesión del hombre de su propia realidad, todo carácter personal, transcurre en referencia a otros hombres y dentro de una determinación social e histórica de la propia individualidad. El hombre envuelve desde sí mismo y no por adición, la versión a un “tú” y a un “él”. Zubiri distingue esta noción de "individual" de la noción metafísica que describe toda realidad como algo individual y de la "individualidad personal" que describe cada realidad personal como formalmente suya y tan sólo suya. Aquí se trata de una individualidad interpersonal que menta la versión de cada individuo a los otros individuos de la especie. Si el Yo en mayúsculas es la actualidad mundanal de mi realidad personal, el yo en minúsculas, codeterminado respecto a un tú y a un él, es justamente su dimensión individual. Desde esta elaboración filosófica polemiza con la conceptuación del yo a la que se ha visto lanzada la filosofía desde Descartes.

En segundo lugar, lo social no es considerado como un carácter meramente añadido a la individualidad humana ni como una especie de sustancia que configuraría lo individual por imposición. Lo social aparece como algo incrustado en las estructuras más radicales del hombre sin que ello signifique que sea totalmente independiente de la voluntad y actividad de los hombres concretos. La dimensión social no es más que la actualización de los demás en las propias acciones. La sociedad tiene un carácter físico y real sin necesidad de ser una sustancia. Es precisamente la estructuración colectiva de las habitudes humanas. Esta actualidad en las acciones de los demás es lo que constituye una corporeidad o cuerpo social cuya extensión es hoy mundial. Zubiri sostenía ya en los años 70, antes de que se popularizaran los términos de mundialización o globalización, la tesis de que estamos conformando una sociedad mundial: “Probablemente es nuestra época la primera en que la humanidad constituye, todo lo laxamente que se quiera, una sociedad verdaderamente una y única”. La vinculación que constituye a la sociedad humana es una habitud, un modo de tratar con las cosas y los demás que el hombre posee porque su actividad sentiente ha sido, desde su mismo nacimiento, estructurada por otros. Todo lo que sea presión, trabajo, colaboración, relación, imitación, contrato o lenguaje se inscribe justamente en este ámbito más radical por la que cada uno forma parte de la realidad de los otros y los otros de la propia realidad.

A diferencia de la sociología clásica que subraya lo social, y a diferencia de la fenomenología que prima lo individual, para X. Zubiri no hay anterioridad de lo individual o de lo social. El ser humano es congéneremente individual y social, y su unidad con los demás no es primariamente una unidad de organismo, de solidaridad o de contractualidad, sino de actualidad corpórea física. De ese modo, la unidad del cuerpo social puede históricamente expandirse o reducirse y pueden formar un mismo cuerpo social seres humanos con culturas, lenguajes y sentidos absolutamente diversos, pero que están, de un modo muy preciso, presentes en las acciones de los demás. Considerar de este modo la vinculación humana a los demás tiene importantes consecuencias frente a todo enfoque subjetivista e idealista de la alteridad. El mundo humano no es “un mundo de la vida” de dirección intencional disponible para cualquiera, pues antes de encontrar los otros, los otros ya están metidos en mi vida lastrando mis acciones y posibilitando o negando mi humanidad. La constitución del mundo humano tiene que ver antes con la satisfacción de las necesidades básicas, con lo que los demás me den o me dejen de dar, que con una relación de persona a persona.

En tercer lugar, X. Zubiri esboza una alternativa a la filosofía ilustrada de la historia y al historicismo recurriendo a la categoría de posibilidad y a la historia como a una dimensión de la socialidad y la individualidad del ser humano. En las filosofías ilustradas de la historia ha sido frecuente la aplicación de las categorías de potencia y acto aristotélicas convirtiendo lo histórico en mera actualización de lo virtualmente dado en potencia antes de todos los tiempos. Ahora bien, estas categorías fueron forjadas para pensar la naturaleza, y obturan lo más histórico de la historia, que es justamente su novedad. Las acciones humanas no son meras reacciones a los estímulos, sino que el hombre interpone, entre las cosas y sus acciones, un proyecto que esboza desde su situación. Por eso, las cosas y la propia naturaleza humana no se presentan como simples potencias, sino como posibilidades que permiten obrar. La historia es entonces creación sucesiva de nuevas posibilidades junto a la obturación o marginación de otras, y no mero desarrollo de unas potencias originarias. Este dinamismo histórico no posee una direccionalidad, un progreso o un fin racional, ni es consustancial al mismo el que esté gobernado por una totalidad, un ideal, un sentido o una utopía, sino que simplemente consiste en la actualización respectiva de puras posibilidades, ya sea en forma de alumbramiento u obturación, de progreso o regresión. De ese modo Zubiri se desmarca de todos aquellos autores que han formulado una metafísica de la historia prefijada, cerrada o teleológica.

Por otra parte, el historicismo considera que el conocimiento y su verdad son más o menos relativos al momento del decurso histórico en que tienen lugar, pero para X. Zubiri una cosa es que lo individual y lo social tengan historia, otra que su característica más propia sea exclusivamente histórica o que sea el dinamismo histórico omniabarcador de todos los demás. La transmisión de facultades y potencias se produce siempre sostenida en una forma determinada de estar en la realidad, esto es, sobre unas posibilidades apropiadas, y estas posibilidades no se dan por transmisión genética, sino que se entregan por tradición. Esta entrega de posibilidades reales es lo que Zubiri identifica como lo más propio de la historia. Si bien parece establecido que son sus estudios con Heidegger los que lo apartan de cualquier distinción filosófica entre un orden inmutable y otro temporal e histórico, el dinamismo histórico es para X. Zubiri un dinamismo de actualización de lo real que no se puede reducir a una dimensión ontológica, existenciaria o a un sentido que haya que comprender del Dasein. Frente a una conceptuación hermenéutica de la historia como entrega de un sentido de realidad, en X. Zubiri encontramos una conceptuación de la historia como transmisión tradente de posibilidades de estar en la realidad que funda la tradición y el sentido que cada cultura otorga a esas posibilidades apropiadas. Dado que las posibilidades no se sostienen sobre sí, tampoco la historia es nada sustantivo como parece implicar el historicismo. No hay la historia, sino una dimensión histórica de lo real. En definitiva, la dimensión histórica como dinamismo de apropiación de posibilidades se integra con la dimensión social como dinamismo de actualización y de estructuración por parte de los demás de las propias acciones y con la dimensión individual como dinamismo activo y transformador. El ser humano se actualiza individual, social e históricamente.

El curso produjo un debate en el seminario Zubiri y el impacto de las cuestiones planteadas se nota en la ulterior revisión del curso, particularmente en la lección publicada, "La dimensión histórica del ser humano" (Realitas, I, 1974), donde es renovado y ampliado lo dicho en su curso oral. En las lecciones orales, Zubiri no distinguía entre la impersonalidad de la historia (la consideración de las acciones como meras operaciones de la persona, prescindiendo de su carácter personal) y la impersonalidad de la sociedad (la consideración de la persona simplemente como “otra”, es decir tomando sólo en cuenta su habitud social y el lugar social que ésta determina y no su carácter personal). Además, la sociedad y la comunión personal parecían ser dos formas congéneres de asociación humana que emergían de la convivencia. La comunión personal, la convivencia en tanto que personas, no era una convivencia social. Lo social era exclusivamente lo impersonal. En la corrección del curso y en los escritos posteriores se distingue entre la impersonalidad de la historia y la impersonalidad de la sociedad y la unidad de los hombres es concebida primariamente como sociedad. La sociedad abarca tanto lo restringidamente social como la comunión personal y aunque toda persona convive impersonalmente y de un modo u otro en comunión, la comunión personal es concebida como una forma más honda de convivencia que la impersonal.

Sin embargo, si bien por sus habitudes, sus acciones y su cuerpo físico el hombre está parcialmente integrado en la sociedad, la historia y el cosmos, Zubiri subraya que por su carácter de realidad personal, trasciende toda integración. “En tanto que personal el hombre no está integrado en nada ni como parte física ni como momento dialéctico” (cf. Inteligencia y Realidad, 1983, p. 213). En tanto que suya, la realidad humana es «ab-soluta», suelta de toda otra realidad en cuanto realidad. Pero lo es de un modo meramente relativo: es relativamente absoluta.

XXX

Sólo me queda advertir que mi intervención en la trascripción del texto original se ha limitado a la unificación del sistema de divisiones y subdivisiones utilizado por X. Zubiri y a la introducción de algún título o subtítulo en función de estas divisiones. He intentado ser máximamente fiel al curso oral e incluso, siguiendo la sugerencia de Diego Gracia, he tomado la precaución de escuchar sus cintas gravadas. Las correcciones que se han introducido son mínimas: se han eliminado las alusiones circunstanciales al curso y a los presentes, y las repeticiones y giros propios de la expresión oral; se han integrado así mismo las correcciones de estilo que introdujo el propio Zubiri y se han señalado en las notas las ulteriores correcciones fruto del debate al que dio lugar el curso en el seminario. Todas las notas son del editor, y se han añadido por si pudieran facilitar la labor de los lectores. En Apéndice se publica el texto de la última de las lecciones del curso, “La dimensión histórica del ser humano”, sin alteración alguna del original publicado por Zubiri en 1974 en Realitas I. El lector podrá apreciar que la lección oral fue sometida por Zubiri a una importante revisión.

He de agradecer a Diego Gracia y a la Universidad Centroamericana de El Salvador la confianza depositada en mí al permitirme el privilegio de editar este curso, tan importante para la propia aventura filosófica de I. Ellacuría, el apoyo y la inspiración de Antonio González en todos los órdenes y la exhaustiva y minuciosa revisión de Álvaro López Pego.

Por último, quisiera transcribir las palabras que X. Zubiri grabó al final de la segunda de las lecciones de este curso a requerimiento de Ignacio Ellacuría. Sirvan como recuerdo de una impresionante dedicación a la filosofía de dos íntimos amigos en medio, cada uno de ellos, de circunstancias poco propicias: "Un saludo muy cariñoso, muy cordial, a los alumnos de filosofía de esta universidad José Simeón Cañas y muy especialmente a los alumnos y discípulos de nuestro querido Padre Ignacio Ellacuría. Ha sido suya la iniciativa de grabar a sus oídos la impresión de esta cinta que contiene una de las lecciones últimas que he impartido durante el mes pasado. Yo desearía muy fervientemente que su audición sirva para mantener vivo en ustedes el interés por los problemas filosóficos. Un interés del que tengo perfecta información y en el que tenemos que agradecer tanto ustedes como yo al Padre Ellacuría que se interesa por ustedes, que se interesa por mí. Y se ha interesado por que lo que yo haya podido decir llegue a sus oídos. Para todos ustedes, repito, un saludo de gratitud y de cariño no solamente filosófico sino humano."

Jordi Corominas