La estrategia revolucionaria hoy

Jordi Corominas

La estrategia revolucionaria hoy.

A la revolución parece que le sucede como a estos raídos posters del Che que cuelgan todavía de algunas viejas paredes esperando que la polilla los desbarate. Poco a poco va quedando confinada al discurso de unos cuantos militantes trasnochados, al canto de cisne de aquellos que ya son demasiado viejos para aceptar una renuncia y un autoengaño más. Si no de mal gusto está cuanto menos fuera de tono hablar de revolución en círculos políticos e intelectuales. Ya no hace falta ni discutir sobre ella. Los pocos revolucionarios obcecados que quedan son tratados como estos adornos que no cuadran con el nuevo mobiliario y que preferimos hacerles, por razones sentimentales, algún rincón antes de echarlos al trastero.

Pero desgraciadamente la revolución es cada vez menos una cuestión de estética. Podemos remozar una casa entera para no ver que las vigas están podridas, pero ni la mejor pintura del mundo evitará su desplome. Algunos revolucionarios habrá sin duda que hagan de la revolución una cuestión de estética y de identidad, pero si algo nos enseña la experiencia histórica mayoritaria de nuestro continente en este último siglo es que la fuerza revolucionaria no arranca de las ideas ni es primariamente una cuestión de valores.

En América Latina el origen y la justificación última de las revoluciones y la proliferación de movimientos guerrilleros desde Tupac Amaru hasta el movimiento Zapatista ha sido el empobrecimiento, la opresión y la exclusión de grandes sectores de la población. Si nos atenemos a ello hoy la revolución es más necesaria que ayer, y seguramente menos que mañana. Con el fin de la guerra fría el abismo de la desigualdad en Latinoamérica y en el mundo ha aumentado de manera escalofriante. No hace falta citar a intelectuales de izquierda ni las últimas estádisticas de algún ínforme aterrador. Los hechos son tan inobjetables que son constatados por todo el muestrario de tendencias políticas.

La necesidad de cambios estructurales y no de puras reformas parece que es una condición para la sobrevivencia incluso de las minorías opulentas del planeta. El problema ya no es como antaño un problema de distribución y de justicia. Hoy en día una revolución socialista de alcance mundial que no transformase radicalmente las formas de vida y la civilización en curso sería insuficiente. Incluso el exterminio de los sectores pobres de la humanidad sin transformaciones radicales en los modos de producción y las formas de vida solo serviría para prolongar la agonía de los ricos. La justificación de la revolución es cada vez menos metafísica, más elemental: para que los seres humanos del planeta podamos sobrevivir, comer, respirar y beber hacen falta cambios estructurales.

Sin embargo se podría decir con cierta dosis de sorna y de verdad que la revolución será todo lo necesaria que se quiera, pero que "lo que no puede ser no puede ser y además es imposible". Ciertamente hay que conceder que las posibilidades de mejora (comer y beber) para las grandes mayorías del planeta han disminuido con respecto a hace tan solo diez años. Si la espoleta y la fuerza de los movimientos revolucionarios ha sido siempre el vislumbrar un camino factible de liberación colectiva más allá de los deseos y actitudes individuales hoy su debilidad residiría en mantener una utopía magnífica sin visos de realización histórica. En este siglo que cerramos la estrategia liberadora ha consistido básicamente en intentar tomar el poder del Estado a través de una guerrilla con mayor o menor apoyo popular y pasarse después al bloque del este como manera más corta y eficaz para sacar de la marginación y la miseria a las grandes mayorías. La inviabilidad de esta estrategia hoy hace en cierto modo que la crisis de los movimientos y partidos revolucionarios sea más radical que una derrota más. Pero el fin de un camino no es el fin de todos los caminos posibles. Así parecen entenderlo las nuevas tendencias emergentes de la izquierda revolucionaria latinoamericana.

El Movimiento de Renovación sandinista liderado por Sergio Ramírez, Joaquín Villalobos en San Salvador, las reflexiones de Jorge G Castañeda en su libro "La utopía desarmada" ejemplifican muy bien la tendencia reformista. Se considera tan difícil la posibilidad de cambios estructurales que pretender constituir movimientos revolucionarios sería más inmovilista que otra cosa. Desde esta perspectiva reformista la izquierda debe optar sin complejos por loa agentes económicos capaces de crear riqueza en detrimento de las clases más débiles (desempleados, marginados) y debe plantearse el objetivo no ya de sustituir el capitalismo sino de atemperarlo mediante políticas sociales redistributivas al estilo de las socialdemocracias europeas. Su principal fuerza reside en que quizá en algún país pueda ofrecer algunas ventajas comparativas al conjunto de su población si logra insertarse adecuadamente en el mercado mundial. La principal debilidad teórica de esta posición es que hoy ya no bastan las reformas para satisfacer las necesidades mínimas (respirar, comer, beber) de la mayoría de los seres humanos.

La tendencia ortodoxa la encarna el castrismo, y el núcleo duro de las antiguas guerrillas. Esta tendencia pretende separar totalmente el marxismo de la crisis del socialismo real. Hoy se trataría de mantener fundamentalmente los mismos principios y estrategias en la esperanza, bien que llegue al poder la izquierda revolucionaria en algún estado importante (por ejemplo en la Unión Soviética) bien que puedan sumarse las fuerzas de diferentes estados. Se sigue dando por sentado que el partido revolucionario debe liderar y conducir las organizaciones de base. El partido-vanguardia lo constituyen precisamente las personas conscientes de que la revolución tarde o temprano es inevitable por una especie de lógica dialéctica inherente al dinamismo de la historia. Su principal fuerza son precisamente los excluidos, estas grandes mayorías que no tienen ya el privilegio de ser explotados, su disposición a las movilizaciones populares y su oposición sin ambages al sistema vigente. Su principal debilidad sus protestas sin propuesta, sin alternativa real a corto y medio plazo y la asunción de demasiados dogmas y metafísicas que inhiben el debate serio, los análisis profundos y la revisión de las categorías y de los esquemas mentales al uso.

La tendencia civil y popular se manifiesta en movimientos feministas, en el movimiento zapatista, en sectores importantes de partidos de izquierda tradicionales, en movimientos cristianos de base, en múltiples organizaciones populares y ong's críticas con el sistema imperante y los modelos de cooperación. Se parte de la constatación de que hoy más allá de los estados y la diversidad cultural estamos conformando ya una única sociedad mundial. La miseria de los sectores más pobres de la humanidad viene determinada por personas muy alejadas espacial y culturalmente. Para que unos puedan tener carro, nevera, ir de vacaciones y ganar un salario digno es imprescindible en el actual sistema que otros apenas puedan sobrevivir. Desde esta perspectiva la revolucón en un solo estado no deja de ser puro reformismo, mientras que cualquier reforma democrática en instituciones mundiales existentes puede tener consecuencias revolucionarias. El reto está en conformar una fuerza social mundial que pueda luchar y presionar para estas transformaciones. Esta tendencia se toma muy en serio la amenaza y los límites ecológicos del planeta y la importancia decisiva de nuestras acciones cotidianas. La única solución a la paradoja de los chinos: "si cada chino tiene una moto el mundo será invivible", es cambiar las formas de vida. Se reconoce la fragilidad de las propuestas económicas en términos globales. Pero se afirma que en principio una orientación democrática de la economía y el mercado mundial (socialdemocrata e incluso liberal) altera más las raíces del sistema y puede beneficiar más las grandes mayorías de la humanidad que una revolución socialista en un Estado nacional. Se denuncia que el fundamentalismo más peligroso y terrorista de nuestro tiempo es el fundamentalismo del mercado. Se incentiva la lucha en todos los espacios por la democratización de las estructuras y la participación democrática de las personas, desde los grupos, ONG,s, entidades locales y municipales, hasta las grandes redes e instituciones mundiales. Se exige el reconocimiento de una ciudadania mundial y el sometimiento a derecho de lo que es dejado en el mejor de los casos a la solidaridad.

La gran fuerza de esta tendencia es la de presentar una estrategia revolucionaria factible. Su gran debilidad es su estadio germinal, la articulación todavía espúrea de los grupos, la dificultad ideológica de desembarazarse de una multitud ingente de ideas que le permiten al sistema seguir siendo lo que es opacando posibilidades reales. En cualquier caso para ser revolucionario hoy no se trata de soñar con ningún paraíso diseñado por la razón; se trata de luchar por algo mucho más modesto y perfectamente posible si tenemos en cuenta los recursos de que ya dispone la humanidad: un mundo donde cada mujer y cada hombre tengan, como mínimo, cubiertas con sencillez sus necesidades básicas. El debate serio y profundo entre estas tendencias puede aportar alguna luz al sombrío futuro que se cierne sobre las grandes mayorías de Latinoamérica y el planeta entero.