Biografía de Xavier Zubiri

ZUBIRI APALATEGUI, Xavier. San Sebastián (Guipúzcoa), 4.XII.1898 – Madrid (Madrid), 21. IX.1983. Filosofía.

Nació en San Sebastián en el seno de una familia católica y tradicionalista. Su padre, Miguel Zubiri, fue propietario de un negocio de coloniales y figura relevante de la burguesía donostiarra. La debilidad congénita de Xavier hizo que sus padres temieran primero por su vida y luego lo rodearan de mimos y cuidados para compensar su natural delicado y enfermizo. Realizó sus estudios de primaria y secundaria en el Colegio de Santa María, regentado por los hermanos marianistas, en su ciudad natal. El director de la escuela, el P. Domingo Lázaro, un hombre de sólida formación teológica y cultural, suscitó en el joven Zubiri un gran interés por las cuestiones filosóficas y teológicas y lo fue introduciendo en los principales debates teóricos de su tiempo. La precoz vocación intelectual de Zubiri, lector voraz desde muy niño, avanzó a la par que iniciaba su camino hacia el sacerdocio, que le parecía a él y a su familia su destino natural. En 1909 quiso entrar en el seminario jesuita de Comillas, pero lo abandonó a los pocos días por problemas de inadaptación. En septiembre de 1915 ingresó en el Seminario Conciliar de Madrid, guiado por el sacerdote Juan Zaragüeta, buen amigo de sus padres, un hombre jovial de amplia formación filosófica y científica, doctorado en el Universidad Católica de Lovaina. Pero al día siguiente de su llegada al seminario, Zubiri padeció una grave crisis de salud y tuvo que regresar a San Sebastián, donde pasó todo el curso haciendo reposo y bajo atención médica, aunque plenamente dedicado a sus lecturas filosóficas y teológicas.

Se instaló definitivamente en Madrid en septiembre de 1916. Juan Zaragüeta, recién nombrado rector, le autorizó a residir fuera del seminario, asistiendo a sus clases como alumno externo. En los años siguientes, Zaragüeta actuó como profesor de filosofía, tutor y mentor del joven Zubiri, viendo en él a un futuro sacerdote enteramente dedicado al estudio y la docencia, y al servicio de la Iglesia española, muy necesitada de mentes claras y de renovación en el terreno de las ideas.

El paso de Zubiri por el Seminario no estuvo libre de turbulencias. Desde sus años en el colegio de los marianistas, se hallaba sacudido por tormentas espirituales que marcaron toda su juventud y su destino vocacional. Su temprano contacto con el pensamiento moderno, gracias a Domingo Lázaro y Juan Zaragüeta, y su propio trabajo intelectual, le habían permitido conocer a fondo el modernismo teológico al que se adhirió interiormente. A pesar de que el modernismo había sido condenado diez años antes por Pío X, Zubiri asumió en sus años de juventud las principales tesis de los sectores modernistas más radicales: la preeminencia de una religión natural, reducida a impulso interior hacia la perfección moral del hombre; la relatividad de las religiones positivas, entendidas como los modos circunstanciales en que los hombres concretan su sentimiento religioso; la negación de la divinidad de Cristo y el carácter puramente cultural y social de la Iglesia católica y de sus sacramentos. Profesó en secreto su credo modernista pero ello no le evitó un grave conflicto con un profesor del seminario que le censuró su heterodoxia.

En 1917 inició estudios de Filosofia y Letras en la Universidad Central de Madrid. Para adelantar en la carrera se examinó de algunas asignaturas en la Universidad de Salamanca. A comienzos de 1919, se convirtió en discípulo de José Ortega y Gasset, que le puso en contacto con la fenomenología de Husserl. Desde entonces asumió el reto filosófico husserliano de construir una filosofía libre de presupuestos no justificados. Ortega contribuyó decisivamente a situar a Zubiri en la senda de la pura filosofía, ajena a intereses teológicos.

Entre febrero de 1920 y marzo de 1921, por consejo de Juan Zaragüeta, estudió en el Instituto Superior de Filosofía de la Universidad Católica de Lovaina, donde imperaba un tomismo dialogante con el mundo moderno, inspirado por el Cardenal Mercier. Allí conoció una filosofía escolástica abierta a los puntos de vista de la filosofía kantiana y de la fenomenología. Intimó con el profesor Léon Noël, del que le interesó especialmente su “realismo inmediato”, filosofía alternativa al “realismo crítico” de otros profesores lovaineses. No escondió ante él ni ante algunos de sus compañeros sus dudas de fe o su militancia modernista. En noviembre de 1920 se trasladó temporalmente a Roma para realizar su examen de doctorado en Teología en el Collegium Theologicum vaticano. En febrero de 1921 presentó en Lovaina una tesina de licenciatura en filosofía titulada El problema de la objetividad en Husserl. Se doctoró en Filosofía en Madrid, en mayo de 1921, con la tesis Ensayo de una teoría fenomenológica del juicio, cuyo ponente fue Ortega y Gasset y que llegó a ser el primer trabajo sobre Husserl publicado fuera de Alemania,

Entretanto, arrastrado por la inercia de su carrera sacerdotal, animado por sus directores espirituales a perseverar en ella y a desterrar cualquier tentación en sentido contrario, temeroso de la decepción de su familia ante una eventual renuncia suya al sacerdocio, recibió las órdenes menores en medio de una fuerte crisis espiritual y se ordenó sacerdote el 21 de setiembre de 1921 en Pamplona, entendiendo su ministerio como mero servicio a una institución eclesial a la que tan sólo podían competer tareas morales y culturales.

Deseoso de alejarse de España, donde comenzaba a ser objeto de acusaciones anónimas de heterodoxia, consiguió una beca de la Junta de Ampliación de Estudios para continuar sus estudios en el extranjero y viajó a París, donde se entrevistó con Henri Bergson, cuya obra admiraba y conocía a fondo.

Estando en la capital francesa recibió la noticia de que había sido denunciado por un ex-compañero de estudios de Lovaina ante el obispo de Vitoria, Leopoldo Eijo y Garay, otra vez a causa de sus ideas modernistas. Regresó rápidamente a Vitoria para entrevistarse con su prelado y llegó a una situación de práctica excomunión de la que sólo pudo salir retractándose bajo juramento de sus tesis heterodoxas. Aunque había vuelto de Francia resuelto a romper con la Iglesia, la presión de su familia y de sus maestros forzó en última instancia su rectificación.

En septiembre de 1923 se matriculó en la Facultad de Ciencias de la Central para estudiar asignaturas de Física y Matemáticas. Formó parte del círculo del afamado matemático Julio Rey Pastor. Renunció a una auxiliaría de la Facultad de Filosofía para poder dedicarse plenamente a sus estudios científicos, que consideró desde entonces un elemento indispensable de su formación teórica y de su trabajo filosófico. Siempre estuvo convencido de que no era posible una filosofía a la altura del siglo XX que no tuviera en cuenta las aportaciones más recientes de la Matemática, la Física o la Biología.

En 1926, a los 28 años, ganó por oposición la Cátedra de Historia de la Filosofía de la Universidad Central de Madrid. Pronto destacó como profesor de un saber inmenso, algo críptico, que maravillaba a sus alumnos por el rigor y la profundidad de su discurso filosófico imparable, perfectamente trabado, exento de cualquier concesión banal.

En 1927 quedó fuertemente impactado por la lectura de Ser y Tiempo, de Martín Heidegger. Creyó hallar en este libro una senda filosófica que le permitía seguir la vía abierta por la fenomenología, pero liberándose de las adherencias modernas o idealizantes que atenazaban todavía el pensamiento de Husserl. En 1928 se trasladó a Freiburg (Alemania) para estudiar con Husserl y Heidegger. Asistió a las últimas clases del primero y a multitud de cursos del segundo, llegando a formar parte de su círculo más estrecho de estudiantes y colaboradores. Interesado en un diálogo profundo con Heidegger, sólo consiguió intimar con él cuando ya estaba decidido a abandonar Freiburg y empezaba a barruntar una alternativa filosófica personal, un punto de partida más originario que el “ser” heideggeriano. En 1930 estudió unos meses en el Instituto de Física Teórica de Munich y, entre septiembre del mismo año y verano del siguiente, en la Universidad de Berlín, con los físicos Einstein y Schrödinger, los biólogos Spemann y Mangold, el psicólogo Khöler, el matemático Zermelo y el filólogo Jaeger.

Durante su estancia en la capital alemana comenzó su noviazgo con Carmen Castro Madinaveitia, hija del hispanista Américo Castro, compañero suyo en la universidad. En verano de 1931 regresó a la España republicana reincorporándose a su cátedra de la Central. Entre sus discípulos de está época hay que citar a María Zambrano, José Gaos, Manuel Granell, Manuel Mindán o Antonio Rodríguez Huéscar. Junto a José Bergamín y Eugenio Ímaz encabezó el grupo editor de la revista Cruz y Raya, una publicación que profesó un catolicismo abierto y dialogante con la cultura contemporánea, a mucha distancia del tradicionalismo cerrado de buena parte de la jerarquía eclesiástica. También colaboró estrechamente con la orteguiana Revista de Occidente, donde editó algunos textos clásicos y publicó algunas recensiones y artículos, entre los que hay que destacar “Sobre el problema de la filosofía” (1933), de fuerte inspiración heideggeriana. En los veranos de 1933 y 1934 participó en los cursos de la Universidad Internacional de Santander, que contribuyó a crear como miembro del comité asesor.

En 1932 Zubiri recibía con alivio la autorización del obispo de Madrid de no vestir sotana a causa de los ataques de que eran objeto muchos sacerdotes en la cada vez más convulsa sociedad española. En otoño de 1933, comenzó ante la Santa Sede los trámites para solicitar la anulación de su ordenación sacerdotal o, en su defecto, la exoneración de las cargas del sacerdocio. El 17 de julio de 1934 la Santa Sede emitió un rescripto por el que se le concedía la reducción al estado laical, aunque manteniendo la obligación del celibato. Los padres de Zubiri recibieron la noticia con inmenso dolor y decepción. La herida tardó años en restañar.

En noviembre de 1935 Zubiri se trasladó a Roma para conseguir la dispensa del celibato y contraer matrimonio con Carmen Castro. Allí intimó con el carmelita y teólogo catalán Bartomeu Xiberta, que le brindó su apoyo espiritual, permitiéndole gozar por primera vez en su vida de un diálogo teológico libre. El 8 de enero de 1936 obtuvo de Pío XI la dispensa del celibato y el permiso para casarse con Carmen Castro, cosa que hizo el 23 de marzo de 1936. La reconciliación con la Iglesia, la rectificación de lo que consideraba el gran error de su vida, y sus charlas teológicas con el P. Xiberta significaron un renacer de la fe católica de Zubiri, que llevaba muchos años languideciendo.

La estancia en Roma la aprovechó Zubiri para estudiar lenguas orientales con el jesuita Anton Deimel y con el benedictino español Luis Palacios. A punto ya de volver a España, le sorprendió la guerra civil. Zubiri acompañó a la embajada española ante el Vaticano a los primeros sacerdotes huidos de la península y colaboró con Luis de Zulueta, embajador de la República ante la Santa Sede. Acusado de comunista por el Prepósito General de los jesuitas, Ledóchowski, y el marqués de Magaz, embajador del gobierno de Burgos ante el estado italiano, fue expulsado de Italia junto con su mujer el 31 de agosto de 1936. El 8 de septiembre de 1936 se instaló en París, en el Colegio de España de la Ciudad Universitaria. Trató brevemente con Severo Ochoa y frecuentó a Ortega, Marañón y Morente, al que acompañó en su proceso de conversión. También se relacionó con Marcel Bataillon y Jacques Maritain. En noviembre de 1937 el Ministro de Educación de la República, Jesús Hernández, decretó la cesantía de Zubiri como catedrático de la Central por no haberse presentado en Madrid a la llamada del gobierno republicano.

Zubiri mantuvo en París una intensa actividad intelectual. Presentó en 1937 una ponencia, en el congreso celebrado con ocasión del III Centenario del Discurso del Método de Descartes. Asistió a las clases de los químicos Frédéric Joliot e Irène Curie, del matemático Elie Joseph Cartan y del físico Louis de Broglie. Siguió los cursos de filología irania de Emile Benveniste y de gramática asiria y babilónica de René Labat. Estudió hitita con Louis Delaporte, en el Instituto Católico de París, y exégesis bíblica con Edouard Paul Dhorme. En la Ciudad Universitaria dirigió varios seminarios de Teología en el Hogar de los Estudiantes Católicos y en el Instituto Católico de París impartió dos cursos de filosofía de la religión. El 20 de enero de 1937 Zubiri escribió una carta a Fidel Dávila, Presidente de la Junta Tècnica de Burgos, manifestando su adhesión al Movimiento Nacional. Seguía los consejos de Morente y de su propia familia. La deriva revolucionaria de la República, la persecución religiosa y el convencimiento de una pronta victoria de los nacionales le movieron a ello. Después se mantendría siempre absolutamente distante de cualquier toma de posición política. En 1938, Zubiri y su esposa se hicieron oblatos benedictinos.

En 1939, cuando ya se esperaba un ataque alemán a Francia, Zubiri hizo gestiones infructuosas para conseguir un puesto en la Universidad de Upsala, en Suecia, o en la Escuela Bíblica de Jerusalén. Juan Zaragüeta y Manuel Morente le ofrecieron una colocación en la Universidad de Tucumán, en Argentina, que no aceptó. Finalmente, el 2 de setiembre de 1939, un día antes de que Francia declarase la guerra a Alemania, Xavier Zubiri y Carmen Castro cruzaron la frontera de Irún.

De nuevo en Madrid, Zubiri conoció a Pedro Laín Entralgo, iniciando una profunda relación de amistad, decisiva para ambos. A pesar de que el Ministro de Educación Nacional, José Ibáñez Martín, y el obispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, aceptaban su regreso a su cátedra de la Central, la Santa Sede le impuso el traslado fuera de la capital y en diciembre de 1939 fue nombrado profesor de la Universidad de Barcelona. En la ciudad condal fue bien acogido por profesores y alumnos, colaboró con la revista Escorial, dirigida por Dionisio Ridruejo y Pedro Laín, para la que escribió “Sócrates y la filosofía griega” (1940), y se involucró en diversos trabajos editoriales que no llegaron a fructificar. Mientras, su esposa Carmen comenzó a trabajar en diversas traducciones, algunas de las cuales aparecieron más adelante con la firma del propio Zubiri. Una creciente sensación de soledad en Barcelona, el deseo de recuperar su ambiente madrileño y ciertos problemas sentimentales, le movieron a regresar a Madrid, en verano de 1942, con la esperanza de recuperar su antiguo destino universitario. Al no aceptar ahora el Ministro de Educación su retorno a la Central ni a ningún otro puesto en instituciones oficiales, Zubiri renunció a su cátedra y comenzó su andadura personal, incierta en lo económico, al margen completamente del nuevo Estado nacional. Después de alojarse unos meses en casa de Pedro Laín, el matrimonio Zubiri se instaló en un piso de la calle Núñez de Balboa, en el barrio de Salamanca.

En 1943 publicó su libro Naturaleza, Historia, Dios, obra escrita bajo la insistencia de Laín, donde recogía una buena parte de los artículos publicados anteriormente en Revista de Occidente, Cruz y Raya y Escorial, y exponía ya en esbozo algunas de sus tesis básicas sobre la realidad, la inteligencia y la religación. Llegó a ser un clásico de la literatura filosófica española del siglo XX.

Con la voluntad de sacarlo de su ostracismo, apoyarle económicamente y aprovechar su saber, el médico Carlos Jiménez Díaz y Pedro Laín Entralgo lo animaron a dictar unos cursos privados, que comenzaron en octubre de 1945 en los locales de la compañía aseguradora La Unión y el Fénix, en Madrid. Entre los asistentes regulares a estos cursos estaban Pedro Laín, Javier Conde, Luis Felipe Vivanco, Julián Marías, Paulino Garagorri, Carlos Jiménez Díaz, entre otros.

En 1945, junto a Juan Lladó, un abogado católico de formación y pensamiento liberal, consejero delegado del Banco Urquijo, fundó la Sociedad de Estudios y Publicaciones. Esta sociedad, patrocinada por el Banco Urquijo, liderada por Lladó y asesorada por el propio Zubiri, auspició sus cursos privados y realizó en las décadas siguientes una discreta pero continuada tarea de promoción cultural al margen del doctrinarismo que inspiraba la cultura oficial franquista. Apoyó los trabajos de jóvenes investogadores que no hallaban acomodo en las instituciones oficiales, organizó cursos y conferencias dictados por renombrados intelectuales europeos y creó seminarios de investigación de economía, medicina, sociología, teología y filosofía.

Desde 1945 y a lo largo de los años 50, se sucedieron los cursos extrauniversitarios de Zubiri, centrados en los temas capitales de la filosofía, concebidos desde una perspectiva contemporánea, siempre atentos a los últimos desarrollos de las ciencias: “Ciencia y realidad” (1945–46), “Tres definiciones clásicas del hombre” (1946-47), “¿Qué son las ideas? (1947-48), “El problema de Dios” (1948-1949), “Cuerpo y alma” (1950-51), “Sobre la libertad” (1951-52), “Filosofía primera” (1952-1953), “El problema del hombre” (1953-1954), “Sobre la persona” (1959) y “Acerca del mundo” (1960). De este modo, iba formulando una filosofía original que pretendía ganar en radicalidad a la husserliana y la heideggeriana, superadora de la dicotomía realismo-idealismo y articulada por las nociones de realidad, sustantividad o inteligencia, concebidas novedosamente mediante un análisis filosófico cuyos logros se fundamentaron siempre en la criba de presupuestos. Los cursos zubirianos se convirtieron en un referente mayor de la vida cultural española. Alrededor del filósofo se fue reuniendo un público diverso de profesionales (médicos, abogados, ingenieros), filósofos, teólogos y estudiantes, bien dispuestos para una reflexión filosófica libre de corsés ideológicos, abierta a la ciencia y al pensamiento del siglo XX. En la década de los 50, Zubiri se convirtió sin buscarlo en una de las fuentes de inspiración de muchos intelectuales que iniciaban su divorcio del régimen franquista: tradicionalistas “renovadores” o “demócratas cristianos” liderados por Joaquín Ruiz Giménez, antiguos falangistas “integradores” o “liberales”, como Pedro Laín, Javier Conde o Antonio Tovar y católicos “abiertos” como José Luis Aranguren. Un grupo de amigos del filósofo editó en 1953 la miscelánea Homenaje a Xavier Zubiri, que supuso su primer reconocimiento público en la España de la posguerra. Sin embargo, el pensamiento de Zubiri, no acompañado de una obra escrita, permanecía prácticamente desconocido fuera del ambiente restringido de sus cursos.

El mismo día del entierro de José Ortega y Gasset, el 18 de octubre de 1955, Zubiri publicó en ABC un artículo elogioso con su maestro, objeto entonces de una inmisericorde persecución por parte de los sectores católicos más retrógrados. Este artículo, junto con el que escribió en el XXV aniversario de la cátedra de Ortega (1936) y en la muerte de su amigo y mecenas Juan Lladó (1982), son los únicos que escribió para la prensa.

Entre otoño de 1954 y 1959, Zubiri suspendió sus cursos privados para dedicarse por completo a la redacción de un libro sobre la persona humana que se convirtió después en su tratado Sobre la esencia, publicada en 1962. En él defendía que la tarea primaria de la filosofía es el estudio la realidad actualizada en la aprehensión. Sólo a partir de ahí tiene sentido preguntarse por lo que las cosas son allende la aprehensión, en la realidad del mundo. Zubiri desarrollaba una teoría de la sustantividad, como estructura básica de lo real, que radicalizaba y sustituía la teoría aristotélica de la substancia y cualquier doctrina objetivista. En algunos países latinoamericanos Sobre la esencia tuvo una buena acogida, pero en España fue mal comprendido y asociado a la neoescolástica tradicional. A pesar de su mala recepción filosófica, el libro se convirtió de inmediato en un best seller.

En 1961, Zubiri trabó amistad con el jesuita Ignacio Ellacuría, que acudió a él para que le dirigiera su tesis doctoral. Entre los dos se anudó una verdadera relación paterno-filial. A partir de 1967, Ignacio Ellacuría dividió su tiempo, con la anuencia de la Compañía de Jesús, entre su colaboración con Zubiri y su trabajo universitario en la Universidad Centroamericana de El Salvador. Ellacuría animó decisivamente a Zubiri, siempre dubitativo, a poner por escrito su filosofía.

Más asequible al gran público y de enorme popularidad entre los estudiantes de filosofía, fue su tercer libro, Cinco lecciones de filosofía, donde exponía el pensamiento de Aristóteles, Kant, Comte, Bergson, Husserl y Heidegger.

Los principales cursos impartidos por Zubiri a partir de 1961 fueron: “Sobre la voluntad” (1961), “Cinco lecciones de filosofía (1963), “El problema del mal” (1964), “El problema filosófico de la historia de la religiones” (1965), “Sobre la realidad” (1966), “El hombre y la verdad” (1966), “Estructura dinámica de la realidad” (1968), “Estructura de la metafísica” (1969), “Problemas fundamentales de la metafísica occidental” (1969), “Sobre el tiempo” (1970), “Sistema de lo real en la filosofía moderna” (1970), “El problema teologal del hombre: Dios, religión, cristianismo” (1971-1972), “El espacio” (1973), “El hombre y Dios” (1973), “Tres dimensiones del ser humano: individual, social e histórica” (1974), “Reflexiones filosóficas sobre lo estético” (1975), “La inteligencia humana” (1976). Estos cursos comenzaron a publicarse después de la muerte del filósofo (véase biografía final), permaneciendo inéditos los que dio entre 1945 a 1954, algunos de miles de páginas.

En el año 1970 dos gruesos volúmenes recogieron un segundo “Homenaje a Xavier Zubiri”, en el que se dio cita una gran parte de la intelectualidad española y europea del momento. En enero de 1972, la Sociedad de Estudios y Publicaciones inauguró en la Casa de las Siete Chimeneas el “Seminario Xavier Zubiri”. Su primer director fue Ignacio Ellacuría, entonces rector de la Universidad Centroamericana de El Salvador. Ellacuría convocó a trabajar en el seminario a un grupo de jóvenes estudiosos que seguían de cerca al filósofo: Diego Gracia, Alberto del Campo, Alfonso López Quintás, Carlos Baciero, Carlos Fernández Casado, María Riaza y, más adelante Antonio Pintor-Ramos, José Monserrat, Antonio Ferraz, y otros. En las sesiones semanales del seminario, en las que siempre participaba, encontró Zubiri el mejor espacio para continuar y profundizar su labor filosófica. Del diálogo con sus compañeros y amigos recibió multitud de sugerencias, críticas leales y un estímulo constante gracias al cual fue evolucionando su pensamiento.

En noviembre de 1973, dictó en la Universidad Gregoriana de Roma el curso "El problema teologal del hombre. El hombre y Dios". Constituyó su regreso a un aula universitaria, después de más de treinta años, a instancias del Prepósito General de la Compañía de Jesús, su amigo Pedro Arrupe, con quien se creía en deuda por el apoyo que le brindaba Ellacuría.

En la década de los 70, Zubiri se ocupó de la antropología filosófica, los problemas del espacio, del tiempo, y de la materia, y de la filosofía de la religión y la teología. Interesaron especialmente su concepción del hombre como “animal de realidades”, su análisis del hecho religioso, cristalizado en la noción de “religación”, su concepción de la historia y su peculiar materialismo. Mientras, trabajaba intensamente en su filosofía de la inteligencia, dotándola de una orientación original que había de constituir la culminación de todo su itinerario filosófico.

En 1974 el “Seminario Xavier Zubiri” comenzó a editar la revista Realitas, de la que llegaron a aparecer tres gruesos tomos en los que el filósofo y sus discípulos fueron publicando sus trabajos. En octubre de 1978, en su último viaje al extranjero, Zubiri asistió a un congreso de Filosofía de la Religión en Perugia (Italia). Ya con 80 años cumplidos, fue objeto de reconocimientos diversos. En 1979, la República Federal de Alemania le concedió la Gran Cruz al Mérito. En 1980 fue investido con el doctorado honoris causa en la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto (Vizcaya). Y en 1982, recibió, junto con Severo Ochoa, el Premio Ramón y Cajal a la investigación.

En 1980, Zubiri publicó el primer volumen de su obra más importante: Inteligencia sentiente. A este primer volumen, titulado Inteligencia y realidad, se agregaron Inteligencia y logos (1982) e Inteligencia y razón (1983). En esta trilogía exponía un análisis de la intelección humana concebida como mera actualización de lo real en los actos humanos. La realidad, el carácter “de suyo” de lo sentido en cualquier acto humano, pone en marcha el proceso de la intelección mediante el cual el hombre intelige unas cosas entre otras (logos) e intenta inteligir la realidad de las cosas (razón). Mediante este análisis Zubiri pretendía superar la contraposición entre sentir e inteligir mantenida desde Parménides a lo largo de toda la historia del pensamiento occidental.

En el año 1983, con las fuerzas mermadas por un cáncer, Zubiri comenzó a preparar un nuevo libro, El hombre y Dios, que ya no pudo terminar. El 21 de septiembre fallecía en Madrid.

Obras de Xavier Zubiri: Naturaleza, Historia, Dios, Madrid, 1944; Sobre la esencia, Madrid, 1985; Cinco lecciones de filosofía, Madrid, 1963; Inteligencia y realidad, Madrid, 1980; Inteligencia y Logos, Madrid, 1982; Inteligencia y razón, Madrid, 1983; El hombre y Dios, Madrid, 1984; Sobre el hombre, Madrid, 1986; Estructura dinámica de la realidad, Madrid, 1989; Sobre el sentimiento y la volición, Madrid, 1992; El problema filosófico de la historia de las religiones, Madrid, 1993; Los problemas fundamentales de la metafísica occidental, Madrid, 1994; Espacio. Tiempo. Materia, Madrid, 1996; El problema teologal del hombre: Cristianismo, Madrid, 1997; El hombre y la verdad, Madrid, 1999; Primeros escritos (1921-1926), Madrid, 1999; Sobre la realidad, Madrid, 2001; Sobre el problema de la filosofía y otros escritos (1932-1944) 2002. El hombre lo real y lo irreal, Tres dimensiones, Escritos menores.

Bibl.: J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, la Soledad Sonora, Taurus 2006;  VICENs, Zubiri a Catalunya 2007; C. Castro de Zubiri, Biografía de Xavier Zubiri, Málaga, Edinford, 1992; R. Lazcano, Panorama bibliográfico de Xavier Zubiri, Madrid, Revista Agustiniana, 1993 (crec que hi ha un nou llibre) ; D. Gracia, Voluntad de verdad. Para leer a Zubiri, Barcelona, Labor, 1986; A. Ferraz, Zubiri: el realismo radical, Madrid, Cincel, 1991, A. Pintor-Ramos, Realidad y verdad. Las bases de la filosofía de Zubiri, Salamanca, Ed. Universidad Pontificia de Salamanca, 1994, Juan Bañón destaca el libro Metafísica y noología en Zubiri, Salamanca, Publicaciones Universidad Pontificia, 1999, I. Ellacuría, Escritos filosóficos II, El Salvador, UCA editores, 1999; (consultar III)  J. A. Nicolás, O. Barroso (Ed.), Balance y perspectivas de la filosofía de X. Zubiri, Granada, Comares, 2004.

J. Corominas Escudé

J. A. Vicens Folgueira