LAS GARRAS DE LOS CUCOS
por César Febres-Cordero
por César Febres-Cordero
Entre tantas figuras mesiánicas y promesas de redención, a veces se nos olvida que la política no es solo un sueño sino también una pesadilla. Por cada masa oprimida hay una élite opresora, por cada pueblo auténtico hay una hueste invasora y por cada caudillo salvador hay toda una conspiración montada en contra suyo.
Durante la década correísta se nos dijo que cada ataque contra el gobierno era parte de una agenda golpista que reunía a una variopinta alianza que incluía a varios expresidentes, la prensa, el empresariado, el movimiento indígena, las oenegés, los gremios, los hermanos Isaías, la aristocracia serrana, la oligarquía costeña y, cómo no podía ser de otra manera, la CIA. Un terrorífico aquelarre que se redibujaba según la ocasión, explotando viejos prejuicios, reciclando clichés del siglo pasado y mezclándolo todo con las particulares manías del presidente de turno.
La oposición, que después de una traición y la subsecuente reconfiguración del balance de poderes terminó siendo oficialismo, también adaptó su propia narrativa paranoica. Ahora ya no hablan nada más de una oscura alianza con las FARC, sino de una gigantesca estructura narcosocialista comandada desde el exilio por Correa, en confabulación con grandes carteles trasnacionales. Y eso se queda corto.
En ciertas ediciones, esta estructura criminal correísta no es sino parte de una conspiración regional que incluye a todos los gobiernos de izquierda. En otras, aun más creativas, la conspiración comunista llega a tener tal alcance que cuenta con los que hasta hace no muchos años eran símbolos de la archirreación: El papa y el presidente de los Estados Unidos.
Aunque estas historias fantásticas no han logrado despertar al monstruo de la violencia política en el Ecuador, esto no significa que sean inofensivas. Los cucos de la política del miedo tienen garras de verdad con las que atrapan a sus víctimas y secuestran sus consciencias. Asustados por supuestos enemigos en las sombras y creyendo que detrás de cada crimen están los mismos autores, estos pobres incautos paralizan a la sociedad entera y la arrastran a su cruzada imparable contra los que ellos perciben como la raíz de todos los males.
Las complejidades de la ciencia y la moral no tienen cabida en su lucha, son solo obstáculos que ponen los blandengues o los cómplices, sean tanto políticos del centro como defensores de los derechos humanos o comunicadores. De la misma forma, la democracia se vuelve una traba y los ideales más nobles se desnaturalizan completamente. Si hay que dar un golpe es en nombre del pueblo soberano, si hay que callar o deportar a alguien es en nombre de la causa de la libertad.
Sin embargo, nada de esto es tan terrible como el zarpazo de la locura con la que las garras de los cucos transforman nuestras miradas. El miedo que nos generan estos relatos de la política invade nuestro día a día y desfigura a nuestros vecinos, compañeros y seres queridos. De repente, ellos ya no son personas formadas por rasgos distintos que justifican su diversidad de pensamiento, sino que son soldaditos de juguete pintados por los colores que los identifican con la conspiración. A ellos se los puede odiar como se odia al cuco en una mente retorcida.
Los ecuatorianos ya hemos sido presas del engaño, instrumentos de la violencia. Anticlericales, anticomunistas, antiloquesea, ya nos hemos masacrado los unos a los otros. Pero quizá nunca hemos sentido a la fatalidad tan cerca como ahora. Tal vez nunca haya sido tan urgente resistir a estos bajos impulsos y rechazar estas mentiras.
Solo lo sabremos si triunfamos. Solo triunfaremos si sobrevivimos. Solo sobreviviremos si podemos ver y entender lo que combatimos.
César Febres-Cordero
Columnista
Analista político