EL DERECHO A DUDAR
por Andrés Reliche
por Andrés Reliche
Los adjetivos no alcanzan para calificar el asesinato de María Belén Bernal, una joven abogada. Este crimen execrable podría haber pasado como uno más de los ya más de doscientos que se han registrado en el año (o sumado a los casi 600 registrados desde 2014, año en el que la figura de femicidio fue incluida en el Código Penal) si no fuese porque su desaparición se dio al interior de la Escuela de la Policía Nacional Gral. Alberto Enríquez Gallo, en Quito.
La conmoción nacional fue creciendo en una espiral que pasó del repudio a la indignación con el paso de los días y con la revelación, casi a cuenta gotas de datos que hacían temer un desenlace fatal (aunque al final fue macabro).
Y es que el caso de María Belén conlleva una serie de elementos que no se pueden analizar desde una sola dimensión: un crimen pasional, como dijo en su momento el ahora exministro del Interior, Patricio Carrillo. O que era un problema de marido y mujer, como justifican otros.
Las aristas de este crimen van desde lo institucional, social, psicológico, jurídico, político.
Y conlleva más que afirmaciones, una serie de interrogantes: ¿Se trata de un hecho aislado? ¿Es un crimen de Estado? ¿Por qué si no es un crimen de Estado, el Gobierno solicitó la renuncia de los mandos policiales y del ministro del Interior, al que solo pocos días antes defendía a capa y espada? ¿Ha tocado fondo la Policía Nacional? ¿Tiene responsabilidad el Estado o es solo la actuación de un mal elemento?
¿Qué habría pasado si el guardia de la garita no dejaba pasar a María Belén? ¿Qué habría pasado si los/las cadetes que escucharon gritos de auxilio (y otro tipo de ruidos) alertaban a sus superiores (aunque hay versiones de que sí lo hicieron)? ¿Qué habría pasado si llamaban al ECU 911? ¿La obediencia debida (“la ley sobre la ley”) se impuso al cumplimiento del deber?...
¿Qué habría pasado si la Fiscalía hacía su trabajo y pedía la detención del teniente Germán Cáceres? ¿La falta de colaboración de la Policía fue por torpeza o por premeditación? ¿Quién conocía sobre lo que pasaba en el Castillo de Greyskull (Greiscol)? ¿Por qué no había cámaras en ese sitio? ¿Hubo complicidad de altos oficiales? ¿Hay espíritu de cuerpo? ¿Por qué los cadetes acataron “la orden” (amenaza) del teniente de que no dijeran nada?
¿Por qué la búsqueda se realizó tarde y, en un inicio, por sitios distantes a la Escuela de la Policía? ¿Por qué apareció una cobija limpia si supuestamente era la que envolvió el cuerpo inerte y brutalmente violentado de la abogada? ¿Por qué la mañana del jueves el exministro Carrillo ya estaba seguro que en el cerro Casitagua había indicios del paradero de María Belén? ¿Por qué hubo restricciones para la prensa el día del hallazgo cuando los días anteriores no hubo)…
¿El sacrificio de María Belén Bernal marcará un antes y un después en la historia de la violencia de género en el país?
Y así, un largo etcétera.
Obviamente, no es en este espacio donde encontraremos las respuestas a estas y otras tantas interrogantes, sospechas y dudas que fueron expresadas con legítimo derecho sobre todo en redes sociales, pese a que los guardianes de la corrección política a conveniencia (curiosamente los que hasta hace pocos años defendían a ultranza la libertad de expresión) trataron de descalificar con el criterio del “prestigio institucional”, o porque supuestamente se trata de “expertos de Twitter”, correístas malintencionados o analistas de Netflix.
Pero es que este escepticismo estaba sustentado en una serie de hechos inconexos, absurdos, rocambolescos, y en una ya comprobada cadena de acciones erráticas, declaraciones fuera de foco, lapsus verbales, errores, omisiones, encubrimientos, ocultamiento de información, falta de colaboración, que permitieron la fuga del principal sospechoso del asesinato, contra quien la Fiscalía formuló cargos, la noche del viernes 23 de septiembre, por el presunto delito de femicidio.
En 1976, Diane Russell propuso el término femicide para describir el asesinato misógino de mujeres cometido por hombres, motivados por odio, desprecio, placer o por darle sentido de propiedad al cuerpo de las mujeres. En el 2005, Marcela Lagarde y De Los Ríos, denomina “feminicidio” y resignifica el concepto porque no se trata sólo del asesinato de mujeres cometidos por hombres, sino que le agrega el sentido de impunidad que conllevan esos asesinatos, considerándolos como un crimen de Estado. *
Nadie, bajo ningún concepto, puede escamotear el derecho de los ciudadanos a dudar y de expresar esas inquietudes en los espacios que considere pertinentes. Así como todos tenemos la obligación de exigir a las autoridades que, en el marco del debido proceso, se juzgue y se dé con los responsables de la muerte de María Belén Bernal, justamente para evitar la impunidad.
También está el derecho de los ciudadanos, de las agrupaciones de mujeres, de las feministas de alzar su voz y exigir que de una vez por todas algo cambie y (aunque es casi imposible porque el Ecuador tiene arraigada una cultura machista) pare la violencia contra las mujeres.
Y el Estado, las instituciones del Gobierno, trabajar en planes efectivos (no coyunturales ni para la foto o el figureteo) que signifiquen una evolución en la convivencia entre hombres y mujeres.
Es posible pensar, soñar, en una sociedad diferente para que nunca más mueran otras María Belén, para que nunca más ninguna mujer sea atacada de forma tan vil y que sus cuerpos aparezcan en una cuneta, en una quebrada o en cualquier otra parte. Es posible soñar en una sociedad diferente.
Por ello debemos transformar esta indignación, este repudio, este dolor en el cambio de mentalidad, en acciones pequeñas, pero progresivas que hagan posible ese cambio.
“Podrías decir que somos marionetas. Pero creo que somos marionetas con percepción, con consciencia. En ocasiones podemos ver los hilos y, tal vez, nuestra consciencia es el primer paso para nuestra liberación”. Stanley Milgram, psicólogo social estadounidense.
* Femicidios en Ecuador. Realidades ocultas, datos olvidados e invibilizados.
Andrés Reliche
Columnista
Periodista