MÁS OSCURO QUE LAS LUNAS DE MARTE

LAURA MANJÓN FERRERAS

Me persiguen. Corro. Me quieren hacer daño. Huyo. No tengo donde esconderme. El precipicio. Caigo al vacío. Me despierto sobresaltada. El corazón late descontrolado. La respiración entrecortada. Tiemblo. Tengo miedo. Respiro. Solo ha sido un mal sueño.

En la Αntigüedad clásica, los griegos ya escribían sobre el mal sueño, κακόν ὄναρ, y el terror, δεῖμα, cuya personificación encontramos en la mitología griega en la figura de Δεῖμος, el Terror. Deimos es, junto con Fobos, el Miedo, hijo de Ares, dios de la guerra, y Afrodita, diosa del amor. Ambos acompañaban a su padre sembrando terror y miedo en el campo de batalla de numerosas guerras. En el plano de la astronomía junto al planeta Marte, nombre dado por los romanos al dios griego Ares, se pueden observar, girando a su alrededor, sus dos pequeños y oscuros satélites naturales que reciben los nombres de Deimos y Fobos. 


Deimos era uno de los démones, δαίμονες, aquellas divinidades o espíritus menores que hacían de intermediarios entre el mundo de los dioses y el de los hombres. En las creencias y cultos religiosos griegos, estos espíritus ofrecían al que dormía augurios o visiones sobre su porvenir, como un oráculo propiciatorio, convirtiéndose en guías a lo largo de su vida. Así se atestigua en Platón y en el Daimon de Sócrates, una especie de genio protector que le dice lo que no debe hacer. Será con la llegada del cristianismo cuando el término latino daemonium, demonio, del griego δαιμόνιον, adquiera connotaciones negativas. Esta religión quiso erradicar el culto que recibían las divinidades menores, pero al no conseguirlo, las dotó de significación peyorativa pasando a considerarse espíritus malignos en contraposición a los ángeles, ἄγγελοι, mensajeros o espíritus benévolos. La personificación de estos espíritus malignos será desde entonces para la tradición cristiana el Diablo, del griego διάβολος: διά-βόλος ‘por medio o a través de la red, de la trampa’. 


Fobos, del griego Φόβος, era la personificación del miedo, el temor. El étimo lo encontramos en nuestra lengua en el término fobia ‘aversión exagerada o temor angustioso’ y, además, constituye un elemento compositivo, -fobia, con una eminente producción, especialmente para designar temores en el ámbito de la psiquiatría: claustrofobia, agorafobia o xenofobia serían algunos ejemplos.


Por otro lado, a partir de los verbos terreo ‘aterrar’ y tremo ‘temblar, estremecerse de miedo’ los romanos nos hicieron sentir el ‘terror’, del latín terror, y el ‘temblor, estremecimiento’, de tremor. Gracias a esta raíz latina pudimos designar lo terrorífico, lo tremebundo, nos estremecemos o nos aterramos, pero también nos quedamos impertérritos y fuimos, somos y seremos intrépidos.

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