El sueño de un niño...
la vida de un hombre.
Nacido en Medellín, en el año de 1977, mis primeros recuerdos están relacionados con mi gran afición por el dibujo y la pintura. Desde muy temprana edad, quise expresarme con ilustraciones e imágenes que mostraban un poco mi forma de ver el mundo; que me permitían mostrar todas las ideas que surcaban mi pensamiento y me hacían generar lazos afectivos con mi familia y mi entorno.
Mientras crecía, la pasión por el arte lo hacía a la par conmigo: cada vez de forma más clara, cada vez más expresivo, cada vez fluía más en mí y me hacía soñar en grande. Siendo un niño, no sabía muy bien lo qué podría lograr con el dibujo; sin embargo, un ímpetu extraño me tiraba hacia adelante y me impedía dejar de hacerlo; por el contrario, cada vez le dedicaba más y más horas; al punto de convertirlo en mi pasatiempo más divertido; y de paso, en mi mayor virtud durante la época escolar. Mis trabajos estaban cada vez más cargados de imágenes y colores: cuadernos llenos de ilustraciones, carteleras, dibujos en el tablero, cartas, camisetas, muros… cualquier elemento era bueno para transformarlo con mis diseños.
Luego... aprendí a escribir. Y este suceso tan fundamental en la vida de todas las personas que tienen la suerte de acceder a este conocimiento, me voló el cerebro; transformó mi mundo y por primera vez, me hizo darme cuenta, ahora sí, del poder que yacía en mis manos cuando se conectaban con mi conciencia creativa.
Recuerdo pasar horas sentado en una alta mesa de madera, ubicada en la cocina, ruñendo panela y tecleando en una vieja máquina de escribir que le habían prestado a mi hermana; quien por esa época, se encontraba terminando su bachillerato en la modalidad de secretariado comercial. Ella me enseñó la posición correcta en el teclado y el dedo asignado para cada letra, número o signo; pero mis manos, pequeñas aún y muy débiles, además, se esforzaban infructuosamente por dominar la presión exacta que requería cada golpe de tecla para plasmar con nitidez sobre el papel, los maravillosos caracteres que iban apareciendo como por arte de magia, tras el deliciosos sonido de las placas metálicas golpeando el papel; reposado suavemente sobre el rodillo plástico que, a su vez, se desplazaba el espacio justo para que la siguiente letra cayera a la distancia precisa para construir, una por una, cada palabra de aquel texto de ensueño. Debo confesar que mi dedo meñique nunca lo logró; y esa es una maña que, aún en la actualidad, ya con manos de hombre y con la potencia suficiente para presionar cada botón del teclado hasta reventar las membranas que los soportan, acompaña mi forma de teclear: no utilizar el dedo pequeño para ninguna función del teclado.
Mi madre, a su vez, se encargó de que la lectura fuera una de las ventanas que me permitieran conocer el mundo y todas las maravillas que en él habitan. Entre las múltiples ocupaciones que tenía una mujer que se encargaba ella sola de criar a siete hijos y velar por el bienestar de todos ellos; así como también el de un esposo trabajador que no podía acompañarla en esas labores del hogar, siempre encontraba el ratico para sentarse a leerme una de las historias que se encontraba en una revista de suscripción que mensualmente llegaba a sus manos. Y por medio de todas esas narraciones, fue expandiendo mi pensamiento y dotándome de las cualidades requeridas para que mis escritos fueran cada vez más prolijos y sustanciosos.
Ya en la adolescencia, el amor tocó a mi puerta; y con él, la necesidad inherente de que la poesía entrara por mis ojos y se transformara en un sustrato que pudiera fluir por mi sangre y acompañar todas mis ideas. Me convertí en un lector asiduo y un explorador incansable de la belleza universal; y así mismo, en un escritor que, a falta de presupuesto, recurría a sus palabras para, posteriormente con sus escritos... llegar al corazón de las personas amadas y de las mujeres que, con sus poderes de magas, comenzaron a refugiarme en sus adentros y a dejar huellas imborrables en mi alma; guiándome como hipnotizado por la ambrosía de sus ideas, plasmadas en mis labios con la dulzura de sus frases, de las cuales solo encontraba una ruta de regreso hacia mi centro, a través del camino de las letras.
Así, pues... la vida me llevó a vivir dos cosas totalmente contrarias en mi juventud, pero felices desde mi primera experiencia laboral: No tuve los recursos para estudiar todo lo que hubiera querido; pero en una época en la que un título no pesaba más que lo que un trabajador honesto pudiera demostrar con su conocimiento y aptitudes, surgió la oportunidad para emplearme en una empresa de muebles en donde necesitaban un diseñador y ya sabían de mis capacidades: crear bibliotecas, muebles para oficina, puestos de trabajo, recepciones, escritorios, archivadores, repisas y cualquier idea que pudiéramos construir en madera y de forma modular, eran mi misión. Trabajando allí conocí mi primer software de diseño: Autocad. Esto dividió para mí la vida en el antes y el después del apoyo tecnológico en el desarrollo de mis ideas. El computador se convirtió en una extensión de mi cuerpo; en mi herramienta principal; y mi trabajo... en una obra de mucha calidad y precisión.
Luego… mi oportunidad se dio en una fábrica de calzado, y de ahí se vino todo lo demás: Corel Draw, Rhinoceros, Naxos, Flash, DreamWeaver, Ilustrator, PhotoShop, LightRoom, digital photo profesional, clip studio, in design… En ese momento ya era un diseñador a tiempo completo y estaba metido del todo y por todo: Desarrollo de colecciones, diseño de componentes y accesorios, copywriting, paginas web, fotografía de moda, comercial y de producto, publicidad, gráfica digital, ilustración técnica, catálogos virtuales e impresos… todo estaba a mi alcance; lo que me permitía estar cada día más feliz. Una vez más el arte gráfico se anteponía a mi vocación de cuentero, y relegaba mis palabras y mis textos, al rincón de los propósitos meramente publicitarios o funcionales.
Fueron diecisiete años de vivir aquella maravillosa experiencia y alcanzar todo ese aprendizaje; pero luego… de forma abrupta... aquel sueño que me permitió verme en mi vejez como un diseñador pensionado... terminó en un abrir y cerrar de ojos. Lo perdí todo de la noche a la mañana; excepto las ganas de crear, de expresarme y de gritar con el silencio de mis obras; y de ahí nació ese mágico rumbo que mi vida tomó a partir de aquella trágica experiencia; que gracias a la ayuda de Dios, pude transformar en una increíble oportunidad para la que la vida me había preparado desde el comienzo. «No te me desesperes; ya estamos por llegar. falta solo un golpe»
Estudiando guitarra y técnica vocal en Hard Rock, conocí a un gran artista: un excelente profesor que me hizo entender que el arte es algo que se tiene que sentir por dentro, venga de donde venga: de la música, de la pintura, del baile, de la escritura... De la mano de ese buen amigo, me vi envuelto en el ámbito del tatuaje y me rodeé de otras personas que compartían aquel gusto de una u otra forma: tatuadores, amantes de los tatuajes, lienzos, artistas plásticos, ilustradores, pintores, fotógrafos, músicos, poetas, locos… todos ellos seres excepcionales y ahora mis grandes amigos. Ese mundo me atrapó, y valiéndome de todas las herramientas, experiencias y talentos adquiridos hasta el momento… decidí convertirme también en tatuador y dejarme abrazar por aquella magia.
En ese nuevo rumbo que se materializó como un hechizo frente a mis ojos, conté con el apoyo y el acompañamiento de un grupo de personas «familiares, amigos y maestros», que de forma desinteresada y absolutamente amorosa «porque como más se puede lograr eso si no es con todo el amor del mundo», compartieron conmigo sus recursos, su energía, sus conocimientos, sus visiones, y me guiaron en el proceso. Yo había plasmado mis diseños en papel, en medios digitales, en telas, en cueros, en muros, en vidrios, en espejos, hasta en pavimento; pero la primera vez que toqué la piel humana con una herramienta que me permitió dejar mis trazos en aquel cuerpo a perpetuidad... entendí lo inmarcesible de este arte y me sentí eterno. Y fueron casi quince años de transitar por los fantásticos caminos del arte de la modificación corporal, tatuajes y body piercing, hasta que la enfermedad y las limitaciones de mi cuerpo, se interpusieron en mi destino y me llevaron a buscar una nueva salida. «ahora sí... ¡prepárate!»
A la edad de casi cincuenta años, con un historial de trabajo netamente artístico en mi palmarés, con una independencia financiera que requería estrictamente de mi fuerza laboral para sostener mis costos operacionales, con el abandono en el momento más vulnerable de mi vida, de la mujer que había sido mi soporte en los momentos más difíciles y, por consecuencia, con la separación física de mi amado Miguel Ángel: el anhelado hijo que Dios me regaló para salvarme del abismo de la soledad y que es el dueño de mi corazón, la fuente de mi inspiración, el motor de mis proyectos, la fortaleza de mi cuerpo decadente y las ganas de vivir de mi alma fragmentada que sueña con volver a ser una.
Gracias a Dios, mi niño había escarbado en mis entrañas, aflorando de nuevo aquella voz que requería que mis palabras fueran escuchadas y que, de alguna manera, se alinearan con el universo de la forma adecuada para transmitir toda la magnificencia que yo, por mi hijo, estaba experimentando y que, gracias a él... se convirtieron en mi propósito. Me sentí perdido, lento, frío, oxidado, mudo, inconsistente; pero... aún así, me permití actuar de nuevo con mi voz silente y mi escritura rampante; y le encomendé a esta última, la noble misión de decir lo que yo no podía por un berraco taco que se me hacía en la garganta, cada vez que pretendía hablar de mi Ángel. Confieso que fue un reencuentro amoroso y muy emotivo, que me llevó a tocar el cielo con la punta de mis textos y aterrizar de nuevo con levedad en el reino de los mortales, convertido en luz; pero como tenemos que aceptar que todo en la vida acaba, y que amar no es suficiente... el destino me tenía reservado el regalito de hallarme nuevamente en la calle, destruido, y sin de donde echar mano.
El panorama era devastador: enfermo... quebrantado... viejo «así me sentí»... deshonrado... terminé por pensar que el diablo se había apoderado de mi alma y me había condenado a vivir en un lugar donde no habían esperanzas y que Dios ni siquiera se había dado cuenta. Pero como esto no se acaba hasta que no termina... fue ahí en donde la escritura se me paró de frente así: gigante, preciosa, romántica e imparable como es; me miró con los ojos encharcados «de lástima, debió ser», los dientes apretados por la rabia y la frustración, y el ceño fruncido de quien hubiera sido también abandonada por mí y asignada a las funciones netamente románticas y pragmáticas de mi vida; me dio un puñetazo frontal y potente en la nariz con un anillo de hierro en forma de calavera, del tamaño de una uva que llevaba en su dedo corazón, que me destrozó el tabique al primer contacto y me hizo sangrar todos mis miedos y lavar con lágrimas todas mis derrotas, y me dijo así, con inspirado acento:
—¡Qui´ubo pues, güevón! Vos con todos estos años de intensas emociones que has vivido, y con todos los infiernos terrenales que conocés y que a fuerza de trabajo has logrado extinguir ¿y te vas a venir a cagar que porque disque «los ojitos» ya no te sirven ni pa' puta mierda? ¡No me creás tan marica! Ya quisieran muchas personas haber atravesado tan siquiera la mitad de las tormentas que vos has dominado y que te han hecho merecedor de esa barba de vikingo tan brutal que te mandás. Seguí de aventurero, hom´e bobo: «¡Ay!, que no: que es que la pintura... ¡Ah!, perdón: que es que la música, mejor... Ah, no, ¡Mentiras!, que es que la poesía... ¡Ay!, ya, la ultimita: que es que los tatuajes, ¡Aquí sí me jubilo yo!» ¡Pobre cacorro! Entonces... ¿a todos tus fracasos les dedicaste tiempo, energía y dinero, menos a mí, que voy a ser tu éxito? ¡Coma mierda y no me olvide! Y ahora que todos te han fallado; y que el turno, por descarte, ya era mío... ¿la solución va a ser tirarte al suelo en posición fetal y echarte a llorar con el pretexto de que aquí termina toda tu voluntad? ¡Oigan a este! ¡Como si fuera tan mama´o uno dejarse morir! ¡Despertá, gonorrea!, ¿Vos todavía creés que es que te vas a ganar la vida haciendo dibujitos? Dejá ya de chimbiar y vení pues malparido y te me sentás aquí a escribir bien juicioso que a mí no me ha tocado el turno de demostrar todo lo que sos capaz de transmitir con las palabras. ¡Entrepute pues, mijo!
Y así: con la mirada perdida en el vacío de la soledad y el desasociego, y chupando mocos amalgamados entre verde y rojo, que chorreaban ya por mi mentón trémulo del terror ante la violenta imagen de aquella escritura descomunal que amenazaba con matarme si no le daba la oportunidad de gritar que estaba viva en mí todavía; y que a pesar de mi abandono, estaba dispuesta a sacarme del mierdero en el que mi ingenuidad me había sumido por... «bueno, ya saben». Así que me refregué en la cara con la manga de mi camisa, aquella pincelada viscosa, haciéndola llegar casi hasta mi oreja derecha, y me di cuenta de que era verdad: ¡¡¡la escritura tiene toda la hijueputa razón y le cuelga!!! ¿Qué más puedo hacer yo, sino crear universos inescrutables e historias descabelladas a partir de mis propias experiencias de muerte?
—¡Vamos a darle! ¡Por qué no!—le respondí yo, todo ilusionadito y creyendo que de verdad era posible; y extendiendo mi sonrisa con los mocos que ya se empezaban a resecar en mi cachete y que me daban la apariencia asimétrica de un Guasón neutro de vereda «de esos que no da ni miedo, ni risa»—, me levanté y le dije: pero eso sí. ¡No me vas a dejar morir de nuevo, mamasota! Solo dame un tiempito para que se suelden de nuevo todos mis huesos y que termine de sangrar ese ñervo que tengo entre pecho y espalda, ¡y te juro que nos vamos es con toda!
Y aquí estoy: prometiéndole a ustedes poner todo de mi parte y aprovechar cada recurso que esté a mi alcance para plasmar sobre el papel, obras de un valor incalculable y de una belleza absoluta. Si es con tinta de impresora... mejor; pero si toca con sangre... ¡con sangre será! Esto es todo lo que deseo para mi cierre magistral y mi vida esta puesta en ello. Y con el apoyo de todos ustedes «mis amados lectores»; la bendición de mi hijo adorado y de la mano de Dios, que aún me sostiene... ¡sé que lo voy a lograr!
Gracias…¡totales!
En el año 2024, yo, un hombre enamorado del arte en todas sus formas y manifestaciones: dibujo, pintura, escultura, teatro, cine, fotografía, música, poesía, danza, lectura, y como no... de la escritura que es ahora el canal que he elegido para liberar al Kraken que dormía en mis entrañas, decido lanzarme al fantástico mundo de las letras; y con esto me refiero a que, por primera vez, elijo plasmar en papel, lo que he venido haciendo durante más de treinta años a palabra viva: contar y encantar con mis historias.
Mi debut lo hago con mi obra «El ojo de cristal»: un laboratorio en el cual someto a experimentación mi dominio de la palabra y mi estilo; poniendo a prueba mi capacidad de narrar de forma espontánea «pero literaria», unos hechos que navegan entre la verdad y el engaño, aunque dotados de una alta carga de verosimilitud.
Ya para el 2025, estoy ultimado los detalles para la publicación de mi segunda obra «Angélica». Una historia más adulta, que también aspiro a que sea la evidencia de mi crecimiento como escritor durante estos tres años de carrera. Igualmente cargada de sucesos que te harán dudar hasta de tu propia sombra, y escrita con una narrativa mucho más depurada y palpitante.
Al final, siempre serás tú el que tenga que decidir: ¿realidad?... ¿ficción?.... Ya verás que conmigo... ¡nunca se sabe!.
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