En los años 90, en un mundo donde los autos deportivos japoneses dominaban las calles y las pistas, el Toyota Supra MK4 emergió como una leyenda. Era el epítome de la ingeniería automotriz, una máquina poderosa que desafió las expectativas y dejó una marca indeleble en la cultura del automóvil. Esta es su historia.
Era 1993 cuando el Toyota Supra A80, mejor conocido como MK4, vio la luz. Su diseño, de líneas aerodinámicas y una silueta robusta pero elegante, ya prometía que no era un coche cualquiera. Bajo el capó, el corazón de este Supra era un motor de seis cilindros en línea, el famoso 2JZ-GTE, que se convertiría en el alma del vehículo. Con 280 caballos de fuerza, el Supra MK4 no solo ofrecía potencia, sino también una estabilidad y un manejo excepcionales.
En esta epoca lo que realmente hacía especial a este Supra no era solo su motor, sino lo que se podía hacer con él. Los ingenieros de Toyota habían creado un coche con un chasis tan bien equilibrado que cualquier modificación o mejora no solo era posible, sino casi natural. Así, el MK4 se convirtió en la base para una cultura de tuning que llevaría al Supra a alcanzar niveles de poder y rendimiento inimaginables. Los aficionados a la velocidad comenzaban a modificar sus turbos, inyectores, y sistemas de escape, mientras que los expertos se asombraban con la durabilidad de ese motor 2JZ-GTE, capaz de resistir más de 1,000 caballos de fuerza sin inmutarse.