Historia, ¿para qué?
Muchas veces, al escuchar el curso de Historia nos preguntamos: ¿para qué? Como futuros arquitectos es importante tomar en cuenta que la carrera combina teoría y práctica para resolver necesidades dentro de los espacios delimitados. La materia consiste en una evolución de la humanidad. Dentro de ella, se pueden ver soluciones pasadas o primitivas para problemas presentes o futuros. Por otro lado, la trayectoria del desarrollo de esta no solo ha consistido en logros. Para llegar a un producto final, se tuvieron que cometer errores, los cuales hay que tomar en cuenta. Como una de las siete bellas artes, es un reflejo de la sociedad que lo produce y, por eso, es fundamental estudiar la historia.
Cuando tomamos un vistazo al desarrollo de la humanidad, enfocándonos en la carrera, podemos observar que nada es realmente "nuevo". A lo largo del tiempo, arquitectos de distintas épocas y culturas ya han enfrentado problemas relacionados al: clima, densidad en la población, entre otras muchas cosas. Al estudiar nuestros precedentes, no hay que "reinventar la rueda" buscando una estrategia. Por ejemplo, para el clima trópical y caluroso de Puerto Rico, podemos aprovechar la ventilación cruzada como estrategia sostenible siendo una técnica vernácula. Consiste más de una reinterpretación en el presente.
Aquellas estrategias que referenciamos han sido logros de la carrera, pero conllevo un sin número de errores de los cuales debemos tener conocimiento general. Como la frase: "aquellos que no conozcan su historia, están condenados a repetirla", si desconocemos problemas o experiencias predecesoras, se corre el riesgo de diseñar espacios que ignoren necesidades de una comunidad o que estén propensos a fallar. Con el conocimiento completo que se logra adquirir, se pueden desarrollar proyectos que trabajen para la comunidad, no en su contra.
El estudio de la historia en un bachillerato de arquitectura es fundamental en la formación profesional, haciéndola enriquecedora. No se trata de memorizar fechas, sino de internalizar y comprender que cada obra da un testimonio del cual el futuro aprende. Se reinterpreta y se acopla a nuevos problemas que surjan, obviando errores ya conocidos. Así recordamos que la carrera está en un diálogo constante con el pasado, para construir un futuro consciente.
Dibujos a mano (derecha) e inteligencia artificial (izquierda)
La sensibilidad de la arquitectura, ¿en riesgo?
La arquitectura ha estado en constante evolución, llevándose de la mano del desarrollo de la humanidad. A lo largo de la historia, se ha podido edificar un sistema de comunicación visual de nuestras ideas, siempre ligadas de una sensibilidad humana. Sin embargo, con el surgimiento de la era tecnológica, la carrera ha ido transformándose hasta cuestionar: ¿en qué momento el desarrollo deja las manos del arquitecto? La elaboración de distintos programas de dibujo y edición nos ha servido como herramientas útiles, pero algunos señalan que han restado sensibilidad al proceso creativo. Ahora, con la evolución de la inteligencia artificial, la pregunta se intensifica: ¿se perderá por completo esa sensibilidad humana en el diseño? Por lo tanto, es necesario reflexionar sobre hasta qué punto estas tecnologías se convierten en sustitutos del arquitecto y en qué medida corresponde a nosotros defender la esencia artística de la profesión.
La tecnología en la arquitectura nos ha ayudado históricamente a entender lo que hacemos, y el dibujo manual permitió al arquitecto adentrarse personalmente en su obra. Sin embargo, con los nuevos programas y tecnologías, la práctica se ha vuelto cada vez más sistemática y menos íntima. El arquitecto se encuentra cada vez más alejado del contexto, y la interacción directa con la obra y sus significados se diluye. No se puede diseñar sin tomar en cuenta el conocimiento de nuestros antepasados, que durante siglos permitieron entender la relación entre el espacio y el ser humano. Reducir la arquitectura a un proceso mecánico es reducir también su capacidad de transmitir sensibilidad.
El surgimiento de la inteligencia artificial y su desarrollo inmediato han mostrado una nueva amenaza para la carrera. No solo se utiliza para la elaboración de textos, sino también para la creación de imágenes y supuestos diseños arquitectónicos. Esto nos hace cuestionar: ¿hasta qué punto permitiremos que una máquina elabore por completo un proyecto bajo la justificación de inmediatez o comodidad? En la historia de la arquitectura, los diseños siempre respondieron a problemáticas específicas de distintas culturas, lo que les daba autenticidad y valor humano. La inteligencia artificial, por el contrario, depende de una base de datos predeterminada, incapaz de internalizar emociones, comprender contextos o sentir las necesidades de quienes habitan los espacios. Por lo tanto, aunque pueda generar imágenes atractivas, su falta de sensibilidad limita su capacidad de responder a problemas reales de la humanidad.
La tecnología y la inteligencia artificial son herramientas poderosas que pueden apoyar al arquitecto, pero no deben sustituirlo. Si bien facilitan procesos y ofrecen nuevas posibilidades, carecen de la sensibilidad necesaria para comprender y crear espacios verdaderamente humanos. La aseveración de que la arquitectura puede perder su esencia artística frente a la automatización resulta cada vez más evidente. Por ello, está en nosotros, como arquitectos, defender la sensibilidad de la profesión y garantizar que el arte y el pensamiento crítico no sean desplazados por lo mecánico.
Efectos de la globalización en la arquitectura
Con los avances tecnológicos, hoy día tenemos acceso al mundo entero desde la punta de nuestros dedos. Con una simple búsqueda podemos situarnos en cualquier país, y conocer sus cualidades culturales y arquitectónicas, adentrandonos en una realidad ajena. Con respecto a lo mencionado anteriormente, surge un impulso en la globalización que poco a poco va difuminando las barreras de identidad cultural entre países. En cuanto a la arquitectura, la globalización logra una reproducción de estilos, materiales y destrezas que se ven reflejadas en polos opuestos del mundo; causando un alejamiento del carácter personal y sobretodo cultural que tiene la arquitectura de cada pais. Entonces, con fin de buscar inspiración de tendencias que surgen en un país lejano y adoptar su esencia, la identidad cultural propia pasa a un segundo plano. De igual forma se comienza a obviar las características únicas de el país que “imita”. Por ejemplo, en Puerto Rico (y en otras partes del mundo) ha surgido la tendencia de diseñar casas que no responden o son compatibles con la realidad de nuestra situación climática. Es decir, que no cuentan con elementos de ventilación cruzada o luz natural y dependen únicamente de avances tecnológicos como el aire acondicionado y la energía electrica. Entonces, vuelve aquí el tema de la dependencia y me pregunto: ¿la tecnología será realmente un avance si lo que logra es globalización extrema y ajenación a nuestra realidad causando un desvanecimiento de identidad cultural?
A lo largo de la historia, factores como el idioma, la religión, la ubicación geográfica y las costumbres moldearon ciudades únicas, garantizando que cada urbe tuviera una identidad propia. Este carácter distintivo se manifestaba en la arquitectura, la cual respondía a las condiciones sociales, culturales y ambientales de cada lugar. Sin embargo, el desarrollo tecnológico permitió una conexión global que, aunque facilitó el acceso a información, también redujo la importancia de las particularidades locales. Hoy en día, la globalización impulsa la repetición de estilos y modelos arquitectónicos que se aplican indiscriminadamente, debilitando así la diversidad que antes caracterizaba a las ciudades. Surge entonces la interrogante de si este intercambio, en lugar de enriquecer, está borrando lo que hace especial a cada cultura.
La globalización, impulsada por la tecnología y más recientemente por la inteligencia artificial, ha transformado profundamente la manera en que concebimos y producimos arquitectura. Estas herramientas ofrecen un acceso inmediato a referencias, estilos y técnicas de cualquier parte del mundo, generando una red de información sin precedentes. No obstante, al priorizar la rapidez y la eficiencia, se fomenta la creación de proyectos estandarizados que muchas veces ignoran la memoria colectiva y las necesidades específicas de cada comunidad. Así, los espacios empiezan a responder más a patrones universales que a realidades locales, debilitando la sensibilidad cultural de la disciplina. En consecuencia, lo que parecía ser una oportunidad de enriquecimiento se convierte en una amenaza que uniformiza el diseño arquitectónico, hasta el punto de dificultar el trazo de una línea de tiempo que abarque las diferencias que hicieron únicas a cada cultura.
La evolución tecnológica ha llevado a una globalización que, si bien ha facilitado el intercambio de ideas, también ha diluido la expresión cultural única de cada país. Al observar cómo las ciudades pierden su carácter distintivo y adoptan modelos arquitectónicos ajenos, se evidencia un desplazamiento de la identidad propia en favor de un lenguaje uniforme. Esta tendencia refleja una dependencia cada vez mayor en la tecnología, la cual sustituye soluciones locales por alternativas universales que no siempre responden al contexto. Por ello, el reto de la arquitectura contemporánea no consiste únicamente en aprovechar los avances digitales, sino en hacerlo de manera que fortalezca en lugar de borrar nuestras raíces culturales. Por último, preservar la autenticidad de la arquitectura es el camino para que la globalización no se convierta en un sinónimo de homogeneidad, sino en un puente que conecte sin desvanecer identidades, evitando que se pierda para siempre la posibilidad de leer históricamente los rasgos que diferenciaron a cada sociedad.
Entre la armonía y el desorden: la importancia de las proporciones
En la historia, hemos podido apreciar cómo distintas regiones han jugado con las proporciones para crear un sentido de identidad. En algunos casos, estas responden a medidas antropométricas propias de la región, lo que generaba diferencias entre culturas; en otros, eran utilizadas como recurso simbólico para enaltecer creencias y valores. Los edificios, por tanto, siguen sistemas proporcionales que establecen ritmo y armonía dentro de su contexto. En la arquitectura del Viejo San Juan, este sistema de proporciones aporta valor estético, orden y un tejido urbano único y reconocible. Derivadas de relaciones matemáticas entre alturas, anchos y ritmos de fachada, estas proporciones ayudan a mantener una continuidad armónica. En el Viejo San Juan, todas las edificaciones, como por ejemplo el Edificio Real Intendencia, disponen de una repetición rítmica de ventanas, puertas y balcones que consolida un lenguaje arquitectónico coherente con el entorno histórico. Sin embargo, esta armonía se ve interrumpida en remodelaciones más recientes, como los Apartamentos San Cristóbal en la calle Norzagaray, cuya posición aleatoria de vanos rompe con el ritmo y la proporción que caracterizan a la ciudad amurallada. De este modo, las proporciones no son un simple recurso ornamental, sino una lógica matemática y cultural que garantiza la continuidad urbana. Al ignorarlas, se fragmenta la identidad del espacio al que pertenecen.
Las proporciones en la arquitectura tratan de la relación numérica o mejor dicho, matemática entre los distintos elementos que componen un edificio. El investigador arquitectónico, Loai M. Dabbour (2012) publicó un escrito titulado “Geometric Proportions: The Underlying Structure of Design Process for Islamic Geometric Patterns” donde sugiere lo siguiente, “Geometric proportions have always been considered a guide for aesthetic values in architecture, providing a hidden order that governs harmony and beauty.” Este planteamiento nos invita a ver las proporciones como una guía a la hora de diseñar, pues lograr un entendimiento completo de estas nos asegura una obra arquitectónica visualmente atractiva. Sirven como guía y a la vez permite jugar con distintas variaciones entre los elementos que forman un diseño. En fin, las proporciones tratan de crear una relación armoniosa entre las dimensiones, formas y patrones que se utilizan en los componentes estructurales y espaciales de un edificio, logrando una composición arquitectónicamente hermosa en su totalidad.
Las proporciones no son un sistema fijo global, sino uno que varía en grande y pequeña escala, ya sea continente, país, ciudad o pueblo. Todos tenemos culturas, costumbres y estudios socio económicos diferentes que juntos empiezan a delimitar una serie de reglas que luego son imitadas por conveniencia. La proporción de ciertos elementos como ventanas, puertas, marquesinas,no resulta aleatoria. La industrialisacion consigue tener piezas fabricadas a un catálogo de medidas ya especificadas. Sin embargo las industrias pueden variar por región, la disponibilidad no es la misma, ahí, entonces ,vemos como las proporciones dialogan con un entorno. El edificio marca un ritmo que al repetirse resulta atractivo, ya que es armónico. Pero las proporciones no solo enriquecen un proyecto visualmente, garantizando la armonía entre elementos que fácilmente podrían verse fuera de lugar , facilitan también su gestión y construcción. Esta dimensión cultural también se manifiesta a nivel local, como el edificio San Cristóbal, el cual demuestra cómo romper con las proporciones establecidas del Viejo San Juan genera disonancia en el tejido urbano, atentando contra una identidad histórica cuidadosamente construida durante siglos. La importancia de las proporciones adecuadas no saltan al ojo si no hasta que un proyecto las violenta sin consideración, puede no ser la parte más entusiastamente en el proceso de diseño pero ignorar las reglas matemáticas tendrá un efecto inmediato, tanto visual como funcionalmente.
La arquitectura debe reflejar el contexto en el que habita. y aunque en ocasiones, proyectos propongan un lenguaje diferente. El buen diseñador está en retar los parámetros impuestos, no actuar como si estos no existieran. Mucho de lo que crea a las grandes ciudades y centros históricos como el viejo San Juan, es ese diálogo arquitectónico que refleja directamente costumbres. Resulta sencillo colocar un sin fin de elementos para marcar un espacio, más la belleza está en la armonía que tienen entre sí para crear un conjunto proporcional . La violacion de ese sistema no salta al ojo sino hasta que un proyecto las violenta sin consideración. Puede no ser la parte más entusiastamente en el proceso de diseño pero ignorar las reglas matemáticas tendrá un efecto inmediato, tanto visual como funcionalmente. Quizás, ahora se tenga un impulso de romper con las secuencias pasadas, Pero no hay que olvidar que estas existen por una razón y que la modernidad no debe ser la destrucción de estos parámetros, sino, la reinvención para elevar nuestros cascos urbanos.
La grandeza en la arquitectura: ¿más cerca de lo divino o del poder?
A lo largo de la historia, la arquitectura ha usado la altura como un recurso cargado de significado. En las civilizaciones antiguas, las plataformas y mesetas no eran simples bases, sino instrumentos para acercarse simbólicamente a los dioses, para marcar una diferencia jerárquica entre lo divino y lo terrenal. Los aztecas lo ejemplifican con la metrópolis de Teotihuacan, dónde las pirámides del Sol, la Luna y de Quetzalcoalt son dedicadas a esas figuras divinas en las que creían; mientras más alto se ascendía, más se abandonaba el mundo cotidiano para entrar en un ámbito sagrado. Esa misma lógica de la elevación no ha desaparecido en la modernidad: se ha transformado. Hoy, los rascacielos funcionan como un nuevo tipo de “meseta vertical”, donde la ambición humana ya no busca lo divino sino lo competitivo, lo económico y lo simbólico. Se crea un sentido de superioridad alrededor de quién logra hacer el edificio más alto del mundo, como en el caso de Burj Khalifa en Dubái. Este no solo es un indicio de una ingeniería ambiciosa, sino también una declaración de supremacía cultural, tecnológica y económica. Al igual que en las antiguas civilizaciones, la altura se convierte en un lenguaje de poder, una forma de visibilizar la grandeza de una sociedad frente al resto del mundo.
En el pasado, donde los recursos eran limitados y los métodos constructivos tardíos y laboriosos, las mesetas y plataformas, estaban reservados para obras que trascendían al ser humano. Una de las estructuras más imponentes del pasado, las grandes pirámides, comparten, sin importar su origen. El propósito de ser centros religiosos, ya sea como panteones o templos elevándose metros por encima de sus metrópolis . Los reyes, sabios o grandes guerreros de la época no vivían en este tipo de mega estructura. La realidad es que las alturas estaban reservadas a lo divino. En ciudades antiguas como Teotihuacán , estos templos, como la pirámide del sol, funcionaba como el corazón de la ciudad. Era visto como un directo portal entre lo terrenal y el más allá. No es casualidad que el punto jerárquico más importante de la ciudad era el templo del dios que les permitía conocer ciclos óptimos para la cosecha adecuada, el dios que permite alimentar al pueblo. Hay un propósito explícito, el de brindar homenaje.También, otro menos obvio, el de marcar una clara diferencia entre lo ordinario y extraordinario . Se pensaba que la sabiduría,;a fertilidad, la comparación y todos estos buenos atributos se encontraban en un plano más alto, por tanto, estas estructuras funcionan como puentes espirituales. La ciudadanía ascendí. Para acercarse a los dioses y recibir su favor. El mero mortal no era digno de tal grandeza.
En comparación, en la modernidad al hablar de edificación pensamos en la altura como poder. Uno siente que cada año se realiza un edificio más alto que el último. Se lucha por el título, lo cual conlleva poder en el skyline. Esta adquisición de poder se ve presente desde finales del siglo XX, cuando las grandes potencias comenzaron a competir por dominar el horizonte urbano con sus torres. A diferencia de las antiguas civilizaciones, donde lo elevado representaba la conexión con lo divino, hoy lo alto simboliza la conquista del espacio, la capacidad económica y el dominio tecnológico. Ejemplos como el Burj Khalifa en Dubái, el Shanghai Tower en China o el One World Trade Center en Nueva York reflejan esta nueva era, donde la verticalidad se convierte en una declaración política y económica. Incluso proyectos como el Jeddah Tower en Arabia Saudita, aún en construcción, buscan romper límites físicos y simbólicos para afirmar el poder de una nación. La grandeza ya no se mide por la cercanía a los dioses, sino por la influencia y la visibilidad global. En ese sentido, el edificio más alto no busca el favor del cielo, sino el reconocimiento del mundo. Es una forma moderna de culto, pero al capital y a la innovación. Así, la arquitectura contemporánea sigue expresando jerarquía, solo que ha cambiado su deidad: antes los dioses, hoy el poder humano.
En fin, con cada rascacielos moderno se revelan las intenciones que habitan las ambiciones del ser humano de esta época. El que no descansa hasta alcanzar esa superioridad económica y política junto a un poder superficial de reconocimientos propios que alcanza desde los cielos. Sin embargo, a pesar de esta tendencia actual cargada de prioridades torcidas, no debemos enterrar las costumbres de civilizaciones antiguas que engrandecen y alzaban sus edificaciones con fin de alcanzar un poder divino. Era un símbolo de respeto, un puente sagrado entre el cielo y la tierra. Apesar de que en ambos contextos, la altura es un lenguaje de jerarquía y ambición que muestra el deseo del ser humano de trascender, hay que resaltar una gran diferencia y es que mientras uno habla de acercamiento divino, el otro trata de dominio ante el mundo.
La perspectiva distorsionada de los templos griegos
Como aficionados de la arquitectura, se puede decir que somos expertos en el arte de la apreciación, específicamente cuando se trata de espacios habitables creados y diseñados por el ser humano. Incluso, se puede pensar que estamos adictos al buen dominio de proporciones y el equilibrio entre lo técnico y estético, que juntos hacen una composición armoniosa y sumamente satisfactoria para la percepción visual. Es importante destacar que la idea de generar un diseño enriquecedor a primera vista es un objetivo que existe desde la antigüedad, por ejemplo, en los templos griegos. Estos parecen responder a una precisión matemática absoluta, donde cada columna obedece una simetría perfecta. Este blog busca analizar dicha “perfección”, y comprender cómo la mezcla de un buen entendimiento de la manipulación de elementos estructurales y el posicionamiento de estos templos, crean una ilusión visual tan enriquecedora.
La idea del templo como estructura arquitectónica es meticulosa. Pensamos en edición monumentales ,cúpulas o columnas gigantes, en estructuras perfectamente simétricas . Sin embargo, esto no es siempre asi. Aunque sus medidas están estandarizadas no son idénticas. Que pasaría si dijera que en los Templos griegos la simetría matemática no es mas que una ilusión . Cuando vamos a la estructura como el panteón descubrimos que ninguna columna o dintel es igual por más semejante que aparezca. Los tiempos griegos nos muestran que sus constructores entendían mucho más que repetición matemática. Ya que entendían cómo manipular el ojo humano para conseguir la armonía visual absoluta. La simetría, que tanta jerarquía y grandeza le da al proyecto no es más que una ilusión perfectamente orquestada. Que en su imperfección. Logra lucir incluso más hermosa,que el sin fin de estándares que nos terminamos imponiendo como ley. La simetría, entonces, no es un hecho, sino una sensación que respeta ciertos parámetros para mantenerla centrada en la tierra pero que para ellos es mucho mas visual que exacta.
En la Acrópolis de Atenas, la arquitectura griega juega con la perspectiva del visitante para crear una ilusión visual que va más allá de la aparente simetría. Ningún templo está colocado al azar; cada uno fue orientado con intención, pensado en cómo sería percibido desde su punto de acceso inicial. Al entrar por los Propileos, por ejemplo, el Partenón no se muestra de frente, sino en un ángulo calculado que permite apreciar su volumen completo, su profundidad y la forma en que la luz interactúa con las columnas. Esta disposición revela cómo los griegos dominaban la arquitectura no solo desde la técnica, sino desde la experiencia sensorial, entendiendo cómo el visitante sentiría y observaría el espacio. En ese juego entre movimiento y visión, la ilusión se vuelve parte de la armonía, conectando con aquella falsa simetría que, paradójicamente, hace que sus templos parezcan perfectos.
Más que una técnica compositiva, el Partenón y los templos de la antigua Grecia nos demuestran que la arquitectura no siempre busca la perfección objetiva, sino la percepción subjetiva de equilibrio y belleza. Lejos de ser estructuras simétricas en sentido estricto, estos templos fueron diseñados con pequeñas variaciones intencionales que logran una armonía visual mucho más impactante. Gracias al dominio de la perspectiva y la manipulación del ángulo de visión, los arquitectos griegos crearon una experiencia visual profundamente humana. Esta combinación de técnica y percepción nos recuerda que la arquitectura, más que una ciencia exacta, es un arte que se vive con los ojos y con el cuerpo. Así, el legado del Partenón no está solo en sus columnas o proporciones, sino en la ilusión perfectamente diseñada que continúa inspirando a quienes lo observan, siglos después. Tal vez por eso seguimos mirándolo con asombro: porque nos recuerda que, incluso en la imperfección, puede nacer la belleza más duradera. Una belleza que no se mide, se siente.
Las redes y la arquitectura
Por lo que hemos podido observar a través del semestre, la arquitectura tiene muchas maneras de comunicarse. Al revisar los blogs de nuestros compañeros, nos ha parecido interesante cómo cada uno utiliza diferentes medios para expresar sus ideas. El uso de redes sociales como Instagram y Tumblr introduce nuevos medios para expresar el pensamiento arquitectónico, aprovechando el lenguaje visual y la inmediatez digital a la que estamos acostumbrados hoy día. Estos medios no solo transforman la manera de presentar la información, sino también la forma en que las nuevas generaciones la reciben, ampliando su alcance a nivel global. Comunicar la arquitectura hoy implica entender tanto el mensaje como el medio: la forma en que se transmite influye directamente en cómo se percibe.
Lo que más nos llamó la atención de @archhist.notes, de Franky Vega Santos, Diego Pratts Collazo y Gabriela Feliciano Santana, @cimentandoideas, de Jeyshamarie Estrada Montalvo, Angeleen González Rivera y Frangelys Rivera García, y @alyanismontanez, de Alyanis Montanez Hernández, Andrea Castillo Perez y Kleisy Pereyra Gúzman, es la elección de sus plataformas. Escoger Instagram y Tumblr para hablar de aspectos variados sobre la arquitectura representa un avance con los medios tradicionales como Google Sites o Blogspot. Estas redes no solo permiten compartir contenido, sino también integrarlo al entorno visual en el que vivimos todos los días. En Instagram, la presentación gráfica, el formato de carrusel y el uso de tipografía clara hacen que los temas se sientan accesibles y actuales, aunque podrían reforzarse aún más con imágenes arquitectónicas que complementen el texto. Por otro lado, los blogs de Tumblr combinan lo visual con la reflexión escrita, invitando a detenerse y pensar sin dejar de estar dentro de un entorno digital más libre. Ambos ejemplos muestran que las redes sociales son, en sí mismas, un espacio de aprendizaje informal donde la arquitectura se mezcla con la cultura visual de nuestra generación.
No obstante, este tipo de comunicación digital también revela algunos efectos de la globalización que discutimos en nuestro blog. Las redes sociales permiten que las ideas viajen con facilidad, alcanzando públicos lejanos y diversos, pero no siempre con el mismo contexto o propósito. Al difundirse imágenes arquitectónicas sin explicar su trasfondo, muchas veces se reproducen estilos o materiales que no responden a las condiciones ambientales o culturales de otros lugares. Lo que en un país funciona por su clima, su historia o su economía, puede resultar ineficiente o fuera de lugar en otro. Este fenómeno ha impulsado una especie de arquitectura más guiada por la estética que por la necesidad, donde el valor visual prevalece sobre la función. De esa forma, el alcance masivo de las redes también puede fomentar imitaciones superficiales, descontextualizando el sentido real de la arquitectura como respuesta al entorno.
Después de explorar estos tres blogs, comprendemos que comunicar la arquitectura en la actualidad requiere un equilibrio entre el alcance y la responsabilidad. Las redes sociales y los medios digitales amplifican el mensaje, pero también exigen una mirada crítica sobre lo que compartimos y cómo se interpreta. Así como la globalización conecta a las personas y facilita el intercambio de ideas, también puede diluir las particularidades locales que hacen única a cada región. Por eso, comunicar arquitectura no debería limitarse a mostrar lo que se ve, sino a explicar por qué y para quién funciona. Por último, la arquitectura debe seguir dialogando con su contexto, su clima y su cultura, aun cuando se exprese en un espacio digital. Solo así lograremos que la comunicación global de la arquitectura no borre sus raíces, sino que las amplifique con propósito y conciencia.
Bramante, un pintor de espacios
Imagina caminar por las majestuosas calles de Milán, entrar a una de estas iglesias renacentistas que rodean la ciudad y encontrarte con un hermoso altar. Apreciando su hermosura y buscando contemplar este divino espacio, te acercas hasta que te das cuenta que la profundidad de aquel altar no era más que una obra de arte que nace de las manos de Donato Bramante. Para el siglo XV Bramante se encuentra con la tarea de diseñar unas modificaciones para la Iglesia Santa Maria Presso. Bramante se formó artísticamente desde temprana edad y con el tiempo obtiene el título de “pintor de perspectiva”. Es decir que era especializado en pintar espacios o perspectivas arquitectónicas de una manera magnífica. Detrás de su pincel se escondía un dominio casi perfecto de las matemáticas, ciencias y el arte de entender destrezas que logran manipular el ojo humano y lo que este percibe.
Cuando pensamos en arquitectura, muchas veces la separamos de la pintura, como si fueran disciplinas distintas. Sin embargo, en las obras de Bramante estos dos mundos se complementan entre sí.Un ejemplo perfecto de esto es la iglesia de Santa Maria presso San Satiro, en Milán. Allí, Bramante se enfrenta a un problema arquitectónico real: no había espacio físico para construir un altar debido a una calle detrás del templo. Entonces, en lugar de ver esto como una limitación, Bramante ve las cosas de otra manera, y obligó al ojo que percibe su obra a hacer lo mismo.
Bramante recurre a la pintura, la geometría y la perspectiva para crear una solución que trasciende lo material. Mediante el uso preciso del punto de fuga, la reducción gradual de los elementos arquitectónicos y el manejo magistral del claroscuro, logra construir una profundidad ilusoria de apenas unos centímetros. El altar que a simple vista luce profundo y monumental es, en realidad, una superficie plana manipulada y transformada para engañar pero no de manera superficial, sino provocar una experiencia sensorial que obliga al observador a cuestionar lo que ve y a reconocer el poder de la percepción en el espacio arquitectónico.
La pintura deja de ser un mero adorno y se convierte en una herramienta arquitectónica esencial, capaz de resolver problemas espaciales. En Santa Maria presso San Satiro, el muro pintado no es un sustituto pobre del espacio faltante, sino una respuesta inteligente y poética que revela cómo el conocimiento interdisciplinario puede expandir las posibilidades del diseño.
De esta manera, Bramante nos invita a repensar la arquitectura como un arte total, donde la técnica, la ciencia y la sensibilidad artística se entrelazan. Su obra no solo resuelve una limitación urbana, sino que también deja una lección duradera: el espacio no siempre se construye con ladrillos y piedra, sino también con líneas, sombras y percepción. En ese cruce entre pintura y arquitectura, Bramante establece un legado que sigue influyendo en la manera en que entendemos y experimentamos el espacio hasta el día de hoy.
¿Mejorar el pasado? Ciclos y rupturas en la arquitectura renacentista y gótica
Al observar la historia del arte y de la arquitectura, resulta difícil no notar que ocurre algo muy similar. Los renacentistas rechazaron el lenguaje extravagante del gótico medieval y se volcaron al clasicismo, mientras que el barroco reaccionó contra el equilibrio renacentista trayendo de vuelta el dramatismo y la complejidad. En cada momento se hablaba de una evolución del pasado, de una forma “mejor” de hacer arquitectura. Con el paso del tiempo, esa idea de perfección se transforma y se diluye, hasta llegar a propuestas mucho más libres, como las de Gaudí.
Cuando se trataba de construir grandes estructuras, cada periodo desarrolló sus propias estrategias. En el gótico, la estructura se convierte en el verdadero corazón del edificio. La altura extrema, las bóvedas de crucería y los arbotantes no son un simple exceso visual, sino la única manera en la que esas catedrales podían sostenerse. Los muros dejan de cargar peso y se convierten casi en piel. Son espacios impresionantes, pero con el tiempo y desde una mirada contemporánea, su impacto ya no se percibe de la misma manera. Frente a esto, el Renacimiento busca nuevamente en lo clásico aquellos grandes espacios que, en muchos casos, nunca llegaron a construirse en la Antigüedad, pero que existían como idea. La Escuela de Atenas de Rafael refleja muy bien este deseo. El edificio que aparece en la obra no es real; es una idealización de la arquitectura clásica y de lo que los renacentistas aspiraban a lograr con los avances técnicos de su época. Aquí empiezo a notar que no se trata solo de nostalgia, sino también de orgullo: la necesidad de demostrar que ahora sí se podía construir aquello que antes solo había sido imaginado.
Gaudí tiempo después vive para ilustrar este fenómeno ,En la Sagrada Familia, las columnas se inclinan, se ramifican y responden directamente a las cargas, alejándose tanto del canon clásico como del gótico tradicional, pero con una clara base en la sección gótica . La estructura vuelve a ser protagonista, pero ahora entendida como algo vivo, casi orgánico. Si buscamos nos damos cuentas que su base es la construcción gotica más Gaudí creía que él podía mejorarla. Podríamos tener una discusionn técnica al respecto más es altamente acertado que la idea de Gaudí no es Gótica o renacentista. A lo que quiero llegar cuando me refiero a que las estructuras pueden cambiar, pero cuando se busca la reinvención. Cuando se busca al pasado este no puede traducirse como tal y deja paso a un nuevo lenguaje
Desde esta perspectiva, entiendo que las columnas de Gaudí no corrigen ni reemplazan a las góticas, sino que responden a otra sensibilidad y a otros valores. La obra de Bramante no es una copia o hermana de aquellas que construían los romanos o griegos. Si estos la vieran de hecho, probadamente estarían horrorizados . Porque Su “mejora” no es absoluta, sino relativa a su tiempo. Más que perfeccionar la columna gótica, Gaudí crea un nuevo lenguaje. Esto me lleva a concluir que la arquitectura no avanza de forma lineal ni acumulativa, sino a través de ciclos constantes de reinterpretación, donde cada época cree estar mejorando a la anterior, cuando en realidad está construyendo algo distinto.
Rafael Sanzio: de trazos a lo tridimensional
Rafael Sanzio se asocia principalmente con la pintura, pero su rol en la arquitectura revela una comprensión profunda del espacio, la proporción y la perspectiva, relacionándose al Renacimiento sobre cómo la mirada humana organiza el mundo construido. Esta afirmación se respalda con la manera en la que Rafael incorpora principios clásicos —equilibrio, simetría y orden— para generar espacios armoniosos y medidos, y por otro, en la forma en que sus proyectos arquitectónicos retoman ideas propias del dibujo renacentista, como la ilusión óptica y la construcción de profundidad. Ambas conectan con que la arquitectura de Rafael funciona como una extensión tridimensional de su pensamiento visual, en la que la claridad del diseño sirve tanto a la función como a la experiencia sensorial.
La presencia de principios clásicos en su obra arquitectónica se evidencia al observar cómo organiza sus edificios a partir de relaciones proporcionales precisas, similares a las que dominan sus pinturas. Las reglas clásicas no aparecen como imposición rígida, sino como un lenguaje que permite articular secuencias espaciales coherentes. En proyectos como la Villa Madama, los patios y salas se enlazan con un ritmo que se relaciona con la “medida humana” y la armonía. De igual modo, en la Cappella Chigi, la planta centralizada y la clara jerarquía volumétrica muestran cómo Rafael traducía al espacio construido la lógica que el dibujo renacentista aplicaba al papel: ordenar, centrar, equilibrar. Estas decisiones estructurales ponen de principio un dominio de la proporción que busca claridad, alineándose con ideas tratadas previamente sobre la importancia de las relaciones métricas en la arquitectura antigua y moderna.
A la vez, su arquitectura incorpora elementos derivados de la perspectiva y la ilusión óptica. Así como la pintura desarrolló técnicas para sugerir profundidad y dirigir la mirada, la obra arquitectónica de Rafael dispone sus muros, columnas y aperturas para guiar la experiencia del usuario en secuencias visuales coherentes. La Loggia del Vaticano es un ejemplo claro: su composición ordenada genera una lectura rítmica del espacio, casi como si se atravesara un dibujo en perspectiva. Incluso su planteamiento para la Basílica de San Pedro revela un interés por una monumentalidad legible, donde el volumen y la luz se organizan para producir una imagen clara desde distintos puntos de vista. Estas estrategias muestran que, para Rafael, el edificio no era solo un objeto estático, sino un dispositivo visual que debía responder a la lógica de la mirada.
La integración de la proporción clásica y la perspectiva renacentista en su arquitectura confirma que Rafael logró trasladar al espacio tridimensional los mismos principios que definían su pintura. Sus obras no solo respetan la tradición, sino que la reinterpretan para crear ambientes serenos y equilibrados. Al considerar Villa Madama, la Cappella Chigi y su participación en San Pedro, se observa un pensamiento arquitectónico que concibe el espacio como experiencia visual y sensible, más que como demostración de poder. En conclusión, la arquitectura de Rafael constituye un ejemplo temprano de cómo el arte y la técnica pueden relacionarse para producir un lenguaje que combina claridad, armonía y una comprensión profunda de cómo el ser humano percibe y habita el espacio.
Miguel Angel. La arquitectura como escultura
Cuando se habla de las cuatro grandes figuras del Renacimiento se habla de los cuatro grandes artistas: Donatello, Leonardo da Vinci, Rafael y Miguel Ángel. Conocidos por ser grandes pintores y escultores, solo dos tuvieron relación con la arquitectura y, de esos, solo uno terminó trayendo sus obras a la realidad: Miguel Ángel. Su incursión en la arquitectura llegó en la parte final de su vida y no como una pasión suya. La arquitectura para Miguel Ángel fue otra de las muchas labores que se vio obligado a hacer en algún punto. Esto no significó, sin embargo, que estas no fueran obras de calidad; incluso en su arquitectura le fue fiel a los principios que lo hicieron un escultor de renombre. Era un maestro en buscar la reacción y la emoción en sus obras y, por consiguiente, su arquitectura es igualmente como una pieza escultórica que demanda atención y busca responder más a las emociones que al pensamiento crítico.
En un periodo de tanta riqueza artística no cualquiera podía sobresalir entre el montón; quienes lo hacían contaban con un detalle único, un sello, y en el caso del gran escultor Miguel Ángel ese sello era el cuerpo humano. Su obra buscaba retratar el cuerpo humano y la emoción en este, la realidad a profundo detalle pero igualmente de forma imponente. No era necesario que fuera un calco exacto; era conocido por sobreexagerar la musculatura incluso cuando no era necesario, pero lo hacía porque lo que realmente buscaba era convocar cierta imagen y emoción. Es la razón por la que famosamente adoraba únicamente la escultura. Él creía que las obras estaban atrapadas en el mármol y él las liberaba. Era el encargado de sacar la emoción y, por tanto, el valor. Así vemos fácilmente cómo, cuando transicionó a la arquitectura, fue un rebelde en cuanto a la metodología clásica del momento.
Un ejemplo claro de esto se puede observar tanto en la Biblioteca Laurenciana como en la Basílica de San Pedro, donde Miguel Ángel traslada su visión escultórica directamente al espacio arquitectónico. En la Biblioteca Laurenciana, las columnas del vestíbulo no se presentan como elementos estructurales tradicionales, sino como masas comprimidas dentro del muro, generando una sensación de tensión e incomodidad, mientras que la escalera central, lejos de ser un simple elemento funcional, se convierte en una pieza escultórica que parece derramarse hacia el espacio, obligando al cuerpo del espectador a reaccionar ante ella. De manera similar, en San Pedro, Miguel Ángel no se enfocó en la ornamentación ni en la proporción ideal clásica, sino en la unidad y la masa del edificio; la gran cúpula, concebida como un volumen pesado y dominante, no busca ligereza ni delicadeza, sino imponer presencia y autoridad. En ambos casos, logra en arquitectura lo mismo que en su escultura: provocar una respuesta emocional inmediata, utilizando la forma y la monumentalidad por encima de la lógica estricta del orden clásico.
En conclusión, aunque la arquitectura no fue la vocación principal de Miguel Ángel, su incursión en ella demuestra cómo un artista puede trascender disciplinas sin perder su identidad. Tanto en la Biblioteca Laurenciana como en San Pedro, su arquitectura responde a los mismos principios que guiaron su escultura: la búsqueda de emoción, tensión y presencia. Miguel Ángel no diseñó espacios para ser contemplados pasivamente, sino para ser experimentados corporalmente, confirmando que incluso fuera de su medio predilecto, su genio seguía siendo profundamente coherente y expresivo.
Reflexión final del curso (Juan)
El cierre del semestre siempre nos obliga a mirar hacia atrás y pensar cómo se transformó la forma de aprender y de enfrentar el material del curso. En estos meses hubo una exposición mucho más amplia a contenido histórico que, aunque intenso en ocasiones, ayudó a entender la arquitectura desde perspectivas que normalmente no se analizan con tanta profundidad. De ahí nacen dos ideas principales: que la flexibilidad del curso —especialmente al no tener exámenes— abrió espacio para aprender sin tanta presión, y que esa misma libertad requiere que cada estudiante se organice bien para aprovechar realmente lo discutido en clase. Ambas cosas demuestran que este semestre funcionó como un ejercicio de responsabilidad académica y pensamiento más consciente.
El estilo del curso y la manera en que el profesor presentó el material tuvieron un impacto evidente. La selección de textos, los ejemplos y la forma accesible en que se guiaba la clase hicieron que la historia se sintiera menos como una lista de datos y más como una herramienta para entender cómo evoluciona la arquitectura. Al no depender de exámenes, el enfoque pasó de memorizar fechas y nombres a conectar ideas, comparar procesos y cuestionar cómo se construyen las narrativas históricas. Aunque este tipo de clase no es del gusto de todo el mundo, la flexibilidad termina siendo una ventaja importante porque permite aprender a un ritmo más manejable y reflexionar sin el estrés de evaluaciones tradicionales.
Desde la perspectiva personal, la flexibilidad del curso resultó beneficiosa. Permitió organizar mejor el tiempo y relacionarse con el contenido de una manera más natural. También dejó claro que un curso sin exámenes no significa menos trabajo, sino más responsabilidad individual: todo depende de la constancia y de cómo cada cual decide manejar el semestre. Aun así, la experiencia ayudó a desarrollar una mirada más crítica, a entender mejor los temas históricos y a identificar conexiones entre lo discutido en clase y la manera en que se entiende la arquitectura en general.
Al final, el semestre deja la sensación de que la historia no se aprendió para repetirla, sino para pensarla. La estructura flexible del curso lo permitió, el profesor hizo que el contenido fuera accesible y relevante, y la experiencia completa demostró que aprender implica tanto absorber información como desarrollar hábitos y criterios propios. Fue un semestre que combinó libertad, contenido útil y la oportunidad de crecer académicamente desde la organización y la reflexión.