No sorprenderá a nadie que tenga confianza en el triunfo de la derecha en las próximas elecciones. Cómo era adivinable hace varios años, la candidatura de Chile Vamos se quedó sin oxígeno y ahora todas las apuestas apoyan a José Antonio Kast. Si nos tomamos en serio esta oportunidad-la primera en más de medio siglo- podemos tener no cuatro años sino al menos una década de gobiernos conservadores.
Chile necesita un gobierno que le entregue tres tipos de reforma: un set como respuesta inmediata a los problemas del Chileno, otro grupo enfocado en simbolizar los valores del nuevo gobierno, y un tercero con vistas a mejorar el futuro en el mediano y largo plazo de nuestro país.
La respuesta inmediata debe incluir reformas que simplifiquen la vida en Chile, y debería ser encabezada por un esfuerzo real de bajar el costo de la electricidad drásticamente. La CNE muestra que desde 2006 el precio medio REAL en el SIC ha subido casi 350%. En Estados Unidos el precio real en cambio ha bajado marginalmente. ¿La razón para esta diferencia? La agenda verde. Este debiera ser el caballo de pelea del gobierno de los Republicanos. Si lo eligen, en un año verán réditos por todas partes y cimentarán su posición ante el país. Electricidad a un cuarto del precio actual no es sólo un increíble (y visible) beneficio para todos en su día a día, también afectará directamente la industria y activará la economía.
La batería simbólica debe transmitir al país lo que el nuevo gobierno es (y lo que no es). Por eso creo que la política emblemática en este grupo debe ser el rechazo y reemplazo del Transantiago como una política pública fracasada y mal habida. El chileno medio ha sufrido mucho con este sistema y merece verlo morir. En vez de un gran megaproyecto tipo Transantiago, podemos migrar hacia un sistema en el que la tenencia de autos (de calidad y seguros) se hace más económica para nuestros compatriotas. Otra reforma simbólica importante sería la modificación del sistema tributario para lograr dos objetivos: reducir la carga sobre las personas e incorporar a la familia. El sistema tributario debe cambiar para reconocer la existencia y valor esencial de la familia, y que el Chileno no es un trabajador sino un miembro de su comunidad y familia. Chile no necesita de abogados más que de padres y madres.
Finalmente, hay que invertir en el largo plazo. Esto quiere decir grandes reformas en educación y liberación de los mercados. Hay que deshacer todo lo que ha hecho la izquierda en educación primaria y secundaria, al mismo tiempo que se incluyen mejoras en base a lo aprendido desde 1990. En Chile tenemos la tendencia a regularizarlo todo, debemos reducir ese impulso. Liberar la banca para permitir la competencia se traduciría en el largo plazo en grandes beneficios para el Chileno común. Si lo hacemos bien, no sólo el presidente va a poder tener un crédito hipotecario de medio millón de dólares con tasas bajo 4% real, con 10% -o menos- de pie.
El año 2010-por primera vez en mi vida-un candidato de derecha obtuvo la presidencia. En ese entonces nos felicitamos profusamente por la selección de un candidato “elegible” en Sebastián Piñera.
Tenemos ahora la suerte de poder evaluar esta decisión bajo la luz de la historia. Aunque probablemente es temprano para un juicio definitivo, creo que aún ganamos considerablemente si nos hacemos la pregunta ¿Fuimos sabios al elegir un candidato de centro-y ganar las elecciones-, o fue esa nuestra rendición definitiva a las ideas de la izquierda?
Algunas métricas importantes pueden ayudarnos. El tamaño del Estado, por ejemplo. Cuando Michelle Bachelet fue elegida por primera vez el Estado consumía 14% de nuestro producto interno. Hacia el final de su segundo gobierno nuestro estado nos costaba un quinto del PIB, habiendo crecido un 40% en esta métrica en doce años. Piñera I no creció, pero tampoco redujo su peso, y Piñera II-incluso antes de la pandemia- le permitió seguir creciendo. Al año 2023 nuestro gobierno consume 21.9% de nuestro ingreso nacional.
¿Otro ejemplo? Reformas. Piñera en sus dos gobiernos no encabezó ninguna reforma de importancia. Bachelet reformó hasta el agua de los floreros: pensiones, subsidios, transporte público, amnistía a migrantes ilegales (durante Bachelet I), educación, la constitución, el proceso político, los tributos, e incluso la ley medioambiental.
Ahora, algunos quieren repetirse el plato. Un personaje como José Antonio Kast es inelegible; nos lo aseguran todos los actores de izquierda del país, políticos y periodistas. No seamos cabeza dura, en vez de un “nazi” como Kast (que decir de un Kaiser!), seleccionemos a alguien razonable y medida… que además debe gustarle a la izquierda porque es mujer (por qué es relevante lo que quiere la izquierda es más de lo que yo alcanzo a comprender, pero lo es). En vez del candidato del partido más exitoso en quizás la historia del país, vámonos con Matthei, la elegible. Así podremos tener un Piñera 3 (coincidencia o no, comparten hasta profesión).
El problema es que Evelyn Matthei, cómo su jefe y antecesor, ya se rindió a la izquierda. Si es elegida como candidato de la derecha y obtiene la presidencia, nuestro estado va a consumir un cuarto de nuestro ingreso para el año 2030. La vida de familia va a ser prácticamente imposible en nuestro país, y el control estatal en nuestras vidas va a seguir aumentando para el sufrimiento de todos los Chilenos.
Intentamos ganar capitulando, en mi opinión no funcionó. Lo sensato y responsable es dejar atrás a la vieja derecha que participó de este ejercicio. Algunos de ellos podrán ayudar desde roles claros y precisos en adelante, pero no pueden ser los líderes de un movimiento que rechaza todo lo que han hecho ellos mismos en los últimos quince años. No es responsable poner nuestra confianza en que alguien va a cambiar tan radicalmente sus opiniones y posiciones, con nada más que su palabra de por medio.
Una rápida visita a las paginas oficiales de los partidos más populares de la derecha en Chile revela rápidamente la preocupante realidad que todos conocemos. En los 27 principios de la UDI, los 17 principios de RN, y los 15 principios de Evópoli, se menciona a Dios un gran total de…. nunca. Sólo un partido de nuestra derecha menciona a Dios en sus principios: Republicanos. Lamentablemente Republicanos es hoy un partido chico, lo que quiere decir que 24 de 25 senadores y 52 de 67 diputados de derecha han olvidado a Dios, y con El lo que creen. Bajo estas circunstancias, no debiera sorprendernos que las virtudes Cristianas hayan sido reemplazadas por virtudes materialistas, incluso a la `derecha’ de la DC (y que la derecha sea inerte e inútil).
El respeto dio paso a la tolerancia. Debemos tolerar que Alberto se divorcie de Ana, que Andrés sea ahora Andrea, y que Antonia aborte a su guagua. Años atrás -los que somos más viejos nos acordamos- la derecha argumentaba que esto no era virtuoso, no era respeto, sino tan solo indiferencia. No me importa que Alberto deje a Ana, porque no me importa Alberto y menos me importa Ana. Tampoco quiero tener nada que ver con Andrés(a), Antonia, o su guagua. Solíamos pensar que era un problema complejo que necesitaba abierta y larga discusión para ser entendido y adecuadamente considerado… ya no. Ya no importa ninguno de ellos porque no hay Dios, sólo cuerpos que no valoro y que por ende no tienen valor.
Otro gran problema frente al cual la derecha no sabe qué hacer, y por lo tanto se hace la muerta (o quizás no se hace): la agenda verde. La mortandad infantil es hoy la mitad de lo que era en 1990 y aproximadamente mil millones de personas salieron de la pobreza en treinta años. Esto se ha logrado en gran parte porque casi 20% de la población global ha obtenido acceso a electricidad entre 1990 y 2020, 84% de la cual se genera con combustibles fósiles. En Chile, gracias a políticas verdes, el precio de la electricidad ha aumentado 220% desde fines del 2006 (para el SIC) en vez de mantenerse o bajar. Esto no beneficia a los pobres, pero nadie está dispuesto a señalar esta realidad.
Finalmente, el tema quizás mas espinudo de todos, el trabajo femenino. El Estado y las empresas (las grandes al menos) tienen un interés por convertirnos a todos en trabajadores. La mama que se queda en su casa con los niños no beneficia en nada al Banco de Chile o a CMPC. Es más, que decida no trabajar significa que hay menos oferta laboral y que deben pagar mas por la misma cantidad de trabajo (simple oferta y demanda, cuando hay más oferta los precios caen). Que la derecha trate esto como un bien en si mismo esconde la concesión a la izquierda de que tu y yo no nos definimos respecto a nuestras familias (soy padre, madre, hijo), sino al mercado (soy trabajador, desempleado, inactivo). Terriblemente, esto puede convertirse en realidad, lo que hace aún más importante evitarla.
La derecha en Chile podrá volver cuando abrace a Dios. Solo en referencia a El somos todos iguales, y podemos volver a un mundo de respeto mutuo, conmiseración para con los pobres, y amor a la familia.
Si no has leído aun la propuesta de nueva constitución vas a querer leer esta opinión. Te voy a ahorrar tiempo… o al menos sentirte culpable por no hacerlo.
Porque es verdad, no hay que leer la nueva propuesta. Esta noción nace de la idea de que el éxito de nuestra sociedad depende de nuestras instituciones, y como puede haber algunas buenas instituciones en el papel, no puedes estar seguro de que no va a mejorar lo que ya tenemos. Esta es la teoría que hizo famosa el libro “Por qué fracasan las Naciones” de Daron Acemoglu. El problema es que esta teoría no puede explicar por qué Argentina fue uno de los países ricos del mundo hasta 1970. Si recibió instituciones de España, ¿Como se explica que haya sido un país casi tan exitoso como los Estados Unidos hasta hace solo 50 años?
Comparemos tres países para ilustrar este error: Chile, Qatar, y China. El PIB per cápita (PPP) en Qatar es casi US$100,000, cuatro veces el chileno. China es aún más pobre que Chile, pero es la segunda economía del mundo y ha elevado su ingreso per cápita 80% en solo 10 años. En estas circunstancias solo un loco preferiría vivir en Chile… a menos que seas mujer, en ese caso quizás quieras elegir tu carrera libremente… o no ser enviada a la cárcel por una violación o engañar al marido… o vestirte como te de la gana… Bueno, pero sin duda que el que prefiere Chile a China es un lunático certificado,… a menos que seas un niño y prefieras estudiar a trabajar… o quieras tener una familia del tamaño que te parezca… o rezarle a tu Dios. Ok, quizás no si eres una mujer, o un niño, o si quieres familia, o si eres relativamente pobre… pero lo que si es cierto es que si eres un hombre soltero e infértil con un nivel alto de educación, solo un loco se quedaría en Chile en vez de irse a China o Qatar.
La diferencia esencial entre Chile y Qatar y entre Chile y China no tiene que ver con instituciones. No puede importar menos quien es el dueño legal del agua o de los ríos, o de las minas y el cobre. Lo que hace Chile diferente de esos otros dos países es que en Chile nadie es diferente ante el Estado. Este principio nace del Cristianismo (aunque no te guste), porque es el único sistema bajo el cual el genio tipo Einstein o Musk no vale mas en un sentido básico y profundo que un niño con síndrome down o un viejo con alzheimer. Bajo la teocracia de Qatar un hombre puede casarse con hasta cuatro mujeres, porque un hombre y una mujer no son esencialmente lo mismo en este país. Bajo el materialismo chino, una persona no es más que su materia, y por lo tanto el genio o el líder son no solo más importantes que tu o yo, tambien valen más. Solo en Chile un hombre y una mujer, un genio y un idiota, son vistos como esencialmente iguales, porque valoramos al individuo intrínsecamente.
Por lo tanto, basta con un artículo que pone al estado por sobre el individuo, u otro que implica diferencias esenciales entre dos personas (diversas justicias) para fundamentar sólidamente el rechazo a esta propuesta. Por eso, yo no solo rechazo aceptar la nueva constitución, también rechazo leerla.
Acabo de ver en las noticias a Paulina Daza recibiendo un premio internacional por el manejo en Chile de la pandemia, un orgullo para Chile… ¿o no?
Encontré en Google información de muertes y contagios por la pandemia para 157 países con un millón de habitantes o más. Casi 500 millones de contagios y 6.5 millones de muertes en total en el mundo. Y me puse a analizar los datos para ver que se logró en Chile a través del control del gobierno.
Lo primero que quise ver es si se logró contener un poco el virus. En términos de contagio por persona, Chile obtiene el lugar 36 (mejor que solo un 22% de los países). En términos de muertes por persona -donde contamos con la ventaja de ser mas ricos que la mayor parte de estos países- lo hicimos aún peor, Chile obtiene el lugar 18, mejor que tan solo un 11% de los países. Donde salimos un poco mejor parados es en términos de muertes por contagio, donde Chile registra el lugar 60, mejor que un 38% de los 157 países.
Para poner estos números en perspectiva podemos tomar como ejemplo una competencia olímpica, tipo 100 o 200 metros. Chile hubiera llegado entre el quinto y el ultimo corredor en la pista.
Sin embargo, en dos categorías tenemos derecho al podio. Chile merece oro en cuanto a lo estricto de las medidas ejecutadas en el país. Solo cinco países obtuvieron un índice mas alto (promedio entre Mayo 2020 y Mayo 2021) en el Oxford Stringency Index. Adicionalmente, nuestro desempeño económico nos puede hacer merecedores de una medalla de bronce. Tuve que invertir la categoría, pero la contracción Chilena de 5.8% nos permite superar a 107 países en cuanto a malos resultados económicos.
También destacamos en otra categoría: gasto. Entre el gasto del gobierno y los retiros de las AFP, los Chilenos hemos gastado aproximadamente noventa mil millones de dólares por la pandemia, casi 36% de nuestro PIB (2020). Esto nos pone en directa competencia con los siete países más ricos del mundo. Chile superó en gasto a Estados Unidos (gastó 28%), Francia (25%), y Canadá (20%); igualó con Gran bretaña; y fue superado por Alemania (44%), Japón (45%), e Italia (46%).
Sin embargo, a pesar de gastar en línea con los países mas ricos y de tener medidas más estrictas que todos ellos, las estadísticas no son claras. Japón y Canadá tuvieron menos casos por habitante que Chile (nótese que uno gastó mucho y otro gastó el mínimo), y solo Francia sufrió una mortandad por habitante mayor que la nuestra. Finalmente, cuatro de estos siete países sufrieron una contracción menor a la Chilena durante el año 2020.
Así las cosas, quizás sería preferible no tener este reconocimiento internacional.
En Chile se habla casi constantemente de subir el ingreso mínimo. De hecho, su valor real ha aumentado consistentemente desde 1990. Ante esta evidencia, vale la pena hacerse la pregunta que nadie se hace (quizás porque creen la respuesta evidente): ¿A quien beneficia un ingreso mínimo más alto?
Una posibilidad es que todo el mundo tenga razón, y los principales beneficiados sean los pobres. Sin duda, a mi y a todos nosotros nos gustaría creer que es así. 15 años atrás me hubiera bastado esta respuesta, pero hoy me he transformado en un cínico casi incapaz de creer en ella. La evidencia hace imposible mantener la certeza. Primero, porque muchos economistas creen y argumentan que el ingreso mínimo destruye empleos. Segundo, porque entre los que no creen esto, se argumenta que el ingreso mínimo disminuye fuertemente las oportunidades de avanzar en tu trabajo. Esencialmente, no pierdes tu trabajo, pero en vez de recibir un aumento dentro de uno o dos años, te mantienen en el mínimo indefinidamente (es decir, ¡tú pagas el aumento con tu futuro ingreso!). Tercero, porque hiere a los trabajadores en búsqueda de trabajo. Basta que alargue el desempleo por un mes para que todo el beneficio desaparezca por completo.
Supongamos que el beneficio real sea para las grandes empresas. Para nosotros cínicos esta es una respuesta mucho más atractiva, pero… ¿tiene sentido? Se ve en Chile y en EE.UU. que las grandes empresas parecen oponerse muy poco a subir el salario mínimo. Muchas parecen incluso estar a favor de estas medidas. Algunos dicen que lo hacen por imagen, marketing; sin embargo, aunque a cualquier empresa le gusta el marketing, a todas les encanta y viven para ganar plata, no para tener una bonita imagen. La pregunta entonces es si pueden ganar plata y mantener una buena imagen. Yo creo que sí. El ingreso mínimo es un escudo inigualable contra las presiones competitivas.
Es un hecho ampliamente reconocido que las grandes empresas pagan mejores salarios, para un mismo cargo. Por lo tanto, mientras más chica la empresa más va a sufrir con un aumento del ingreso mínimo. En esas condiciones un aumento del ingreso mínimo no es una amenaza para la gran empresa, sino una protección contra su competencia. Es más, un ingreso mínimo suficientemente alto puede servir como una barrera de entrada. Todo crecimiento de una pequeña empresa se debe hacer contra flujos futuros en caso de éxito. Si el costo de la mano de obra es aumentado considerablemente, su probabilidad de éxito es reducida considerablemente.
Las grandes corporaciones tienen acceso a mercados de capitales infinitamente profundos (en la práctica), y siempre podrán financiar sus inversiones a un costo mas bajo que sus competidores de menor envergadura. Si el ingreso mínimo sube suficiente como para motivar grandes inversiones en tecnología, esto también beneficiará a las grandes empresas. A un costo moderado hoy (si no bajo o inexistente), aseguran su primacía por un tiempo indefinido.
Todo esto no se logra sin un costo para el consumidor y el trabajador -altos precios y desempleo es el precio a pagar-, pero eso no es problema de la gran empresa.