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Soy Evelyn, escritora de fantasía juvenil

BIOGRAFÍA

Evelyn Díaz Scifo nació el 20 de Abril de 1990 en Mendoza, Argentina. Desde pequeña tuvo una fuerte inclinación hacia la lectura. Su motivación por la escritura fue impulsada por un concurso literario llevado a cabo en su colegio primario, I.S.E.P., a los ocho años de edad, en el cual ella se inscribió sin dudarlo. Obtuvo el primer puesto con el cuento "El sueño de Marina". Al año siguiente, volvió a participar del mismo concurso, saliendo ganadora nuevamente, con el cuento "Marina entre el cielo y el sol". Desde entonces escribir se transformó en su pasatiempo favorito. Fue así como en pocos años escribió varios cuentos, poesías y leyendas, entre ellas: "Yo en el fondo del mar", "La Mariposa", "Perlita", "La leyenda del Arcoiris", entre otras. Dichos cuentos pueden descargarse de forma gratuita suscribiendote en esta página web. ​  

A los quince años de edad, se recibió de profesora de teclado electrónico y profesora superior de teoría y solfeo, en la academia Yamaha, profesión que ejerció, unos años después, mientras estudiaba la carrera de derecho.

A la edad de veinticuatro años se recibió de Abogada en la Universidad de Mendoza, y al año de recibida comenzó a trabajar en su propio estudio jurídico. ​ Luego de cuatro años de ejercicio de su profesión se dio cuenta de que su pasión y motivación mas grande era escribir, crear mundos, y sumergirse en historias de ficción y misterio. 

Fue así como en junio de 2018 publicó su primer libro de fantasía juvenil: "EL REINO DE FAIRIEL, Universos Paralelos"; el primer libro de una trilogía fantástica de amor, magia y suspenso; seguido por EL REINO DE FAIRIEL II, La rebelión de las sirenas; y por último EL REINO DE FAIRIEL III, La invasión, última entrega de la trilogía.  

En noviembre de 2018 fue galardonada con el premio Condor Mendocino, llevado a cabo en San Rafael, Mendoza.  

En enero de 2019 fundó Tinta de Luz, una editorial para autores independientes, que actualmente lleva más de 500 libros editados y publicados en todo el mundo.  

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El Reino de Fairiel I: Universos Paralelos

PRIMER CAPÍTULO: DÍA DE CAMPING

–¡El que sigue!

–¿Nombre?

–Paz.

–¿Equipo?

–Las Luciérnagas.

–¿Nombre del hím?

–Emm… no tengo hím aún, señor –dijo Paz con una sonrisa algo nerviosa y el tono de voz más bajo.

El organizador del torneo acercó su larga y puntiaguda nariz hacia ella y, con su voz ronca y un tono soberbio refunfuñó:

 –¿Cómo que no tienes uno todavía? –levantó la cabeza y en voz alta, como para que escuchara la larga fila de postulantes, dijo:

 –¡Sin hím no pueden participar del torneo!

–Pero señor inscríbame igual por favor, lo que pasa es… Que… Mi hím desapareció –dijo en un tono poco convincente.

–¡Pero hoy mismo consigo uno!

–Mire señorita, la voy a anotar al margen de la lista, apenas consiga su hím, yo la inscribo en el torneo. Disculpe, pero no puedo hacer excepciones, las reglas son muy estrictas con los competidores.


Mientras tanto… En otro lugar…

–¡Brenda! ¿Ya estás lista? ¡Ve subiendo las cosas al auto!

–¡Sí mamá, ya está todo listo! –gritó, mientras observaba con ansias y emoción desde su habitación cómo nacía un pichón de gorrión en un nido que se encontraba en el árbol más cercano a su ventana.

Luego de terminar de apreciar ese hermoso y tierno milagro de la naturaleza, tomó su mochila y sonriente salió de su habitación.

Brenda Burke tenía 11 años, vivía con sus padres, Blanca y José. No tenía hermanos. Su pasatiempo favorito era escuchar las historias de su abuela. Las leyendas y los mitos de Irlanda eran su debilidad. Sus abuelos eran de origen irlandés. Apenas se casaron inmigraron a Argentina, así que tenían innumerables historias de duendes y hadas para contar. El sueño de Brenda era conocer Irlanda y sus bosques encantados.

En la casa de sus abuelos siempre se escuchaba música celta y Brenda disfrutaba bailando al compás de las gaitas y los violines.

Era una niña muy emotiva y afectuosa, algo tímida, pero a la vez sociable, abierta y conciliadora. No le gustaban las peleas, siempre trataba de encontrar la solución. Aunque ella no se involucraba en discusiones, sí mediaba para que se hicieran las paces. Pero había veces que eso no resultaba. Una vez se estaban peleando dos compañeras del colegio por un resaltador que una de ellas había perdido y acusaba a la otra de habérselo escondido. Brenda no tuvo mejor idea que regalarle el suyo a la niña que lloraba histérica por su resaltador, y ésta se lo revoleó por la cabeza gritando que sólo quería el suyo.

Había cosas que Brenda no soportaba, una era la violencia, eso le hacía muy mal. No podía entender por qué el mundo era tan violento y agresivo, inclusive por cosas que no valían la pena. Sólo por el orgullo y el ego que albergan las personas, sólo eso los impulsaba a sentirse con el derecho de faltar el respeto y maltratar a los demás. A veces sentía que no pertenecía a este mundo, se sentía muy diferente y vulnerable.

A pesar de esas malas experiencias, ella era una niña muy sonriente y divertida, disfrutaba de la vida, sabía apreciar los milagros de la naturaleza y era muy raro verla triste, siempre transmitía esa energía tan noble e inocente que la caracterizaba.

–¿Adónde vamos a acampar? –preguntó a sus padres mientras miraba por la ventanilla del auto–. ¡Tendríamos que encontrar un lugar verde con muchos árboles!

Bren, tranquila que con papá ya tenemos el lugar perfecto. ¡Te va a encantar! –contestó Blanca mirando con complicidad a José.

Después de unos treinta minutos de viaje, comenzaron a ver las cristalinas y azules aguas del dique rodeado de las eternas y coloridas montañas. Digno de una fotografía. Esa vista que transmitía una paz y una emoción imposible de describir, así era Mendoza, una de las provincias más lindas de Argentina, allí vivía Brenda.

Cuando comenzaba la primavera y los días se volvían cálidos, el sol salía para quedarse, resaltando un cielo celeste profundo junto con las copas verdes y floridas de los árboles. La mejor época para acampar.

–¡Aquí es, Bren!

Brenda, atónita, no contestaba nada. Sólo no despegaba su cara de la ventanilla, admirando ese lugar. No era un camping común y corriente, era el camping, el más lindo que había visto jamás. Una alfombra de césped cubría todo, un pequeño bosque frondoso y verde como bolas de algodón a la orilla del río, junto a una ruidosa y alegre cascada. Y de fondo, las eternas montañas con los picos de nieves casi al alcance de las manos.

–Sin dudas el mejor que he visto –esbozó Brenda, mientras suspiraba enamorada del paisaje.

Ayudó a bajar las cosas del auto y buscaron el sitio donde acamparían. Cuando ya estuvo todo listo, José se dispuso a juntar la leña para encender el fuego y luego hacer el asado. Su mamá se encargó de la ensalada. El lugar estaba desolado, al parecer era la única familia que ese día había decidido almorzar allí.

–¡Voy a recorrer el camping, quiero ir al arroyo! –avisó en voz alta Brenda, mientras se sacaba sus zapatillas.

Comenzó a caminar descalza, sintiendo el césped fresco y húmedo por el rocío de la mañana. Disfrutando del silencio, del cantar de los pájaros y el sonido rítmico del agua cayendo por la cascada. “No hay nada más lindo que la música de la naturaleza”, pensaba mientras cerraba sus ojos e inspiraba suave y profundamente ese aire fresco y relajante.

Se escuchaban las hojas de los árboles danzando con el viento. Cada hoja rebosante de energía primaveral, y una fresca brisa acariciaba sus mejillas. Parecía que la naturaleza le daba la bienvenida.

Se acercó al arroyo y se sentó en una piedra bajo un enorme sauce. Mientras observaba hipnotizada el correr del agua, dejó su mente divagar. Sólo estaba relajada. De pronto comenzó a escuchar un suave susurro que provenía de… ¿de dónde provenía? Miró a su alrededor y se quedó observando el sauce que estaba a su lado, y sintió que éste también la observaba. “Que extraña sensación”. Hasta que algo pequeño y borroso bajó del árbol y se paró frente a ella.

Brenda se sacó sus lentes y mientras pensaba que tal vez tendría que volver al oculista debido a su astigmatismo que se acrecentaba, limpió los vidrios con su remera y se los volvió a colocar. Pensó que tal vez le había saltado una gota de agua. Pero aquella mancha borrosa y brillante continuaba frente a ella. Acercándose un poco, notó que se trataba de un minúsculo ser que le agitaba la mano a gran velocidad, como saludándola.

Se trataba de una pequeña personita luminosa con un diminuto vestido color coral. Su tamaño era como el de una mano extendida, o tal vez un poco más grande.

Tenía unos brillantes y almendrados ojos amarillos, una amplia, muy amplia sonrisa y unas pequeñas alas parecidas a las de una libélula, que aleteaban tan rápido como las de un colibrí. Su piel no se veía rosada como la de los humanos, sino más bien algo grisácea pero a la vez iluminada.

Brenda se quedó helada, paralizada. Fue como si su corazón hubiera dejado de latir por unos segundos. Ni siquiera podía sentir sus piernas. Y este extraño ser seguía allí. Ahora se arreglaba su lacio cabello rubio detrás de sus pequeñas y puntiagudas orejas, mientras la miraba sonriente como preparándose para dar un discurso o algo así. Brenda estaba muda.

Y con una voz aguda y graciosa dijo:

–Hola pequeña hím, yo soy Paz, y ¡te necesito! –gritó de forma algo histérica y desesperada, pues no le hacía mucho honor al nombre.

–Disculpa, me dejé llevar –dijo nuevamente, con una risita aguda y nerviosa, y bajando la voz, para no asustarla, continuó–. Mira, ven, tengo que mostrarte algo. Sino nunca entenderás –y voló hasta la rama más baja del sauce.

Brenda seguía muda. Se paró para salir corriendo, pero por un momento la invadió la curiosidad. Eso que estaba viendo parecía un hada, como las de los cuentos que le leía su madre cuando era niña. Así que temerosamente se acercó hacia la rama. El pequeño ser estiró su diminuta mano y le pidió que la sujetara. Brenda tocó su mano apenas con la punta de sus dedos.

En el segundo en que la tocó, sintió una fuerte presión en sus oídos, causándole un mareo tan grande que provocó que cayera al piso. Sentía como si estuviera girando adentro de un enorme lavarropas que no paraba jamás. No veía absolutamente nada.

El Reino de Fairiel I

¿De qué trata?

¿Y si te dijera que no estamos solos?, ¿que donde tú estas en este momento, pasan miles de cosas en un mundo superpuesto? Sólo si ellas quieren y si tú lo mereces, puedes verlas. ¿Pero qué tan seguro podría ser eso? Brenda Burke, fue elegida sin buscarlo. Es llevada por un hada al Reino de Fairiel, con el sólo fin de ayudarla a competir y ganar el gran torneo de jabalina. El problema es que no es fácil salir de allí. Con el tiempo, Brenda, comenzará a olvidar su origen. Pasarán los años y su vida se desarrollará en el misterioso mundo de las hadas y demás seres de la Naturaleza. Tendrá que adaptarse a sus costumbres y aprenderá a vivir como ellas. Se convertirá en una habitante más del Reino de Fairiel. Allí, Brenda descubrirá el amor, y su vida cambiará para siempre. 

El Reino de Fairiel II: La Rebelión de las Sirenas

PRIMER CAPÍTULO: PELIGRO

A pocas horas de partir, estalló una tempestad espantosa, verdaderos torrentes de agua hinchaban las olas. El barco pesquero fue empujado por el viento hasta altamar.

–¡Pedro! ¿Qué es eso? ¿Estoy viendo bien?

–¡Sí, Julián, es una mujer! Por Dios… ¿Qué hace en el mar?

–¡Traigan un salvavidas! ¡Rápido! –gritó Pedro con desesperación.

–¡Aguanta un poco más! ¡Ya te sacaremos!

En cuanto llegaron los hombres corriendo para ver qué sucedía, con el salvavidas en la mano, Pedro se lo arrojó a la pobre pero inmutable mujer, que permanecía flotando en el medio de la tormenta, sin esfuerzo alguno, y con la soga que lo sujetaba la atrajo hasta el barco para ayudarla a subir.

–¿Estás bien? ­–se preocupó Pedro.

Al notar que la mujer con el semblante relajado permanecía muda, sin presentar signo de estrés alguno, solicitó a sus compañeros una frazada y se la colocó sobre sus hombros para que se secara.

La misteriosa mujer estaba apenas vestida. Su cabello mojado era tan largo que le cubría parte de su cuerpo y la cara.

–¿Cómo fue que…?

–¡Pedro, allá hay dos más! –interrumpió Julián mientras señalaba hacia el otro costado del barco–. ¡Más salvavidas!

Apenas terminó de decir la frase, las dos mujeres que señalaba Julián, con una velocidad increíble y difícil de explicar, ya estaban arriba del barco.

Una más bella que la otra, pero todas tenían algo en común, vestían poca ropa y su piel grisácea tirando a azulada comenzaba a cambiar de color. A medida que se acercaban a los hombres, su piel se tornaba casi blanca, traslúcida.

Los hombres se miraron con un gesto de pánico mientras retrocedían tropezando entre ellos, hasta que un fuerte dolor de cabeza se apoderó de sus mentes y su cuerpo.


Al día siguiente…

Minuto Uno Noticias informa: Un barco pesquero que había partido de Puerto Madryn, Argentina, a las 18 horas de ayer, fue encontrado sin tripulantes dos horas después por la marina australiana. Hasta ahora nadie se explica cómo pudo recorrer tantas millas en tan poco tiempo. Se está investigando qué fue lo que sucedió. Los nombres de los desaparecidos son: Pedro González, Lautaro Giménez, Rodrigo Díaz y Julián Moreno. Vamos a estar informando a medida que se avance con la investigación, solicitamos que si algún familiar sabe algo…

–¡Sebastián! ¿Puedes bajar el televisor, que estoy hablando por teléfono?... Disculpa, ¿cómo me decías?... ¿Y luego de las palabras mágicas, que sucedió?... ¿Se abrió la puerta sola?... ¿Y pudiste ver algo?... Ah, era tu perro… Bueno, hay que seguir intentando. Mañana voy a invocarlas en el jardín para ver si aparecen, les gustaban las flores y la naturaleza… Y la miel, la jabalina y las fiestas… Bueno amiga, veo que entiendes mi desesperación por volver allí. Extraño a Fairiel como a nada en el mundo, culpa de ese estúpido cuélebre ahora estoy acá, sin saber qué hacer de mi vida... Disculpa que a veces me pongo algo intensa con este tema. Mañana hablamos. ¡Gracias por ayudarme!

–Miranda, ¿ya terminaste de hablar con tu amiga rara?

–Sebastián, deja de llamarla así. ¡No es rara! Solo me está ayudando. Es la única que me entiende. Sigue jugando con tus videojuegos.

–No estaba jugando… pero ahora que lo dices…

Desde que el horroroso cuélebre había secuestrado a Miranda y la había hecho volver a la Tierra, atravesando el portal dimensional que se encontraba en su cueva, ella se había obsesionado con buscar la forma de volver al Reino de Fairiel. Creía que todos los niños que había conocido continuaban allá. A pesar de los años transcurridos desde su último día en el mundo de las hadas, ella no olvidaba lo feliz que había sido y lo mucho que deseaba volver el tiempo atrás.

 A sus veintitrés años, Miranda tenía una vida algo vacía. Era la rara del barrio, todos creían que estaba loca o que sufría de esquizofrenia por andar contando que había pasado años viviendo en el mundo de las hadas y que quería volver, motivo por el cual había sufrido bastante bullying. Excepto por su única nueva amiga, Camila, que a pesar de no creer del todo lo que Miranda decía, la ayudaba a buscar información en internet y en bibliotecas sobre cómo invocar a las hadas. Miranda tenía un pequeño altar en su habitación, donde siempre les dejaba miel y repetía algunas palabras para que Tania, Paz o algún otro ser de Fairiel apareciera y al fin se la llevara.

Su madre compartía poco con ella, ya que trabajaba mucho y debía dedicarle más tiempo a Sebastián, que tenía apenas nueve años. Marcos, su otro hermano de dieciocho, a veces dormía en casa y otras veces permanecía durante días en lo de algún amigo, a veces ni siquiera sabía qué hacía de su vida. La comunicación no era un gran tema en su familia, sus tres hermanos mayores: Rodrigo, Mateo y Cristian, luego del sorpresivo pero inminente divorcio, decidieron quedarse a vivir con su padre en el campo, mientras que Miranda apenas hacía unos meses se había mudado con su madre y sus dos hermanos más pequeños a Mar del Plata. Una ciudad costera que en temporada alta colapsaba de turistas y surgían muchas actividades divertidas para hacer y gente nueva por conocer.

Cuando Sebastián se sentó frente al televisor, Miranda se dirigió directamente hacia la computadora, ingresó a Google y escribió: “¿Cómo invocar a las hadas?”, automáticamente aparecieron muchas opciones de enlaces e hizo clic en la segunda.

Vamos a convocar hadas y Elementales de la naturaleza… ¿Te animas? Necesitamos un hornillo con una fragancia de flores, la misma puede ser jazmín, gardenia, rosas, loto… Un mantel blanco, un ramo de flores naturales en un florero con agua, un pequeño recipiente con miel, otro con leche y una manzana cortada en cuatro partes colocada sobre un platito, una vela blanca encendida y si quieres puedes colocar música celta suave…

“Después de todo ese despliegue, espero que no me vea nadie, porque ahí sí que me envían a un manicomio”, pensó Miranda, pasando su mano nerviosa por la frente, mientras leía el artículo.

 Cada oración se repite tres veces. Luego debes agradecer y despedir a las hadas e invitarlas a regresar. Si por ejemplo tienes que enfrentar alguna situación difícil y te falta seguridad, invócalas. Si estás solo o sola en casa y tienes miedo, invócalas, si tus niños están enfermos, invócalas. Si notas tristeza en tu hogar, o hay peleas, ellas traerán alegría y bienestar. Pero luego no olvides despedirlas.

 Miranda copió en una hoja la larga frase de invocación que salía después de dicha explicación, para repetirla en voz alta, en algún incierto momento, cuando se encuentre sola en casa.

–¡Ahí llegó mamá! –gritó Sebastián luego de escuchar el sonido de activación de la alarma del auto.

Miranda cerró la página, borró el historial de internet para no dejar rastro alguno de que seguía, aún, algo obsesionada con el tema y apagó la computadora. Ya estaba cansada de que hasta su propia madre a veces la tildara de loca, al igual que la gente de afuera y sus ex compañeros del colegio. A parte, eso daba pie para que su madre comenzara con los sermones de que por qué no ocupaba mejor su mente estudiando una carrera o buscando trabajo en algún lado. Siempre le repetía que debía encaminar su vida hacia alguna dirección y que no iba a vivir para siempre en casa con su madre, que ya estaba en edad de conocer a alguien y… bla, bla, bla.

Justo se escuchó el ruido de las llaves en la puerta y entró Lorena, su madre.

–¡Hola! ¿Qué hacen mis pequeños? –expresó mientras le daba un beso en la frente a Sebastián–. ¡Tenemos vecino nuevo, Miranda! –esbozó acompañando con una guiñada sutil y cómplice, mientras se acercaba a ella para saludarla.

–¿Ah, sí? No he visto nada… –contestó Miranda, mientras se acercaba como quien no quiere la cosa, para espiar a través de la cortina.

–Lindo chico… –agregó su madre y subió las escaleras dirigiéndose a su habitación para ponerse cómoda.

“Muuuy lindo chico”, pensó Miranda mientras lo observaba pintar el frente de su nueva casa.

Era alto y musculoso, tenía algunos tatuajes: un ancla en el brazo, entre otros que no se distinguían a la distancia y unas líneas sin sentido en los costados de su cuello, como si de sutiles cicatrices se tratara. Tenía porte de nadador. Su espalda era enorme y su corto y lacio pelo tenía algunas mechas azules. Miranda corrió un poco la cortina para no perderse ningún detalle, pero el apuesto joven dirigió su mirada hacia ella y la saludó asintiendo con la cabeza y levantándole la mano. “Papeloneraaa. ¡Te descubrió!”, se regañó a sí misma mientras levantaba la mano para responder el saludo con una sonrisa forzada. Inmediatamente corrió las cortinas de forma exagerada para simular que no tenía ni media intensión de espiarlo, solo tenía que abrir las cortinas como sí nada y retirarse inmediatamente de esa ventana delatadora. “Listo, ya quedé como una estúpida”, se convenció mientras volteaba para ir hacia su habitación.

Esa noche, Miranda tuvo un sueño extraño. Una gran tormenta hacía crecer la marea de forma abrupta arrasando con la ciudad costera donde ella vivía. Olas enormes se llevaban autos, casas y personas. Una pesadilla fuera de control. Un grupo de gente salía del mar, caminando como si nada sucediera, de entre medio de las violentas olas, hacia la ciudad. Gente extraña y muy intimidante, parecía como si se tratara de zombis. Exactamente como en las películas de terror.

Miranda se despertó sobresaltada y con el pulso acelerado. Tomó agua del vaso que tenía en su mesa de luz y se arrimó a su ventana, desde un rincón se alcanzaba a ver una parte del mar. Todo parecía tranquilo. Las olas se veían moderadas y oscuras. La luna proyectaba su reflejo sobre el agua. Por ahí creía ver algún movimiento fuera de lo normal, pero cuando observaba mejor, no había nada. “Solo fue un sueño, ya está, ya pasó”, se repetía intentando tranquilizarse a sí misma. “Todo está normal”.

Se sentó en su cama, observó el pequeño altar de las hadas, como de costumbre, y se recostó nuevamente. Al cabo de unos minutos se hundió en un profundo sueño.

Al día siguiente, Miranda se despertó con la voz de su madre regañando a Sebastián desde el piso de abajo, algo que se había vuelto rutinario últimamente. Bajó y se preparó el desayuno, mientras Lorena ayudaba a su hermano con una tarea que no había hecho para ese día.

–Hija, hoy hay reunión de padres en el colegio, así que lo más probable es que no vengamos a almorzar. Hay una pata-muslo para descongelar, podrías comer eso.

–Bueno, ma, igualmente yo más tarde tengo una entrevista de trabajo, tal vez lleguemos al mismo tiempo, para almorzar juntas.   

–¿Una entrevista? ¡Qué bien! ¿Para qué trabajo es?

–Cami habló en el restaurante de su tía para que me tomaran allí como moza. Y me citó para entrevistarme hoy día.

–¡Me alegro mucho, hija! ¡Te va a ir muy bien, ya verás! –contestó su madre con una exagerada efusividad–. ¿A qué hora es?

–A las 13.

–¡Ay! Qué bien nos vendría otro ingreso. ¡Ojalá te contraten! Por favor no vayas a mencionar lo de las hadas, hijita, te lo pido por favor. Trata de actuar normal en la entrevista –expresó Lorena, mientras ayudaba a Sebastián a guardar los útiles en la mochila–. Vamos, que se ha hecho tarde, Seba. Toma tus cosas.

–Chau, hija –besó a Miranda en la frente, quien esbozó un profundo suspiro de impaciencia para contenerse de no contestar ante el ridículo consejo de su madre–. Saluda a tu hermana –le ordenó a Sebastián.

–Chau, mentirosa.

Miranda le lanzó una mirada fulminante a Sebastián, quien automáticamente agregó:

–Mentira, hermanita linda… ¡Mucha suerte con tu entrevista!

Una vez que la casa quedó sola para ella, Miranda suspiró en voz alta. “Es ahora o nunca”. Subió hasta su habitación, buscó un hornillo para colocar esencias que una vez había comprado en una santería para perfumar su habitación; buscó la esencia de rosas, tomó el recipiente con miel que dejaba en el altar de las hadas y bajó a la cocina en busca de leche y una manzana. “Me falta el mantel blanco, el florero y la vela… Creo que tenemos uno blanco, por acá… bueno éste es blanco con algunos garabatos, pero blanco al fin”. Tomó el florero y una vela alargada también blanca, la típica que se utilizaba cuando se cortaba la luz antes de que existieran las famosas y salvadoras luces de emergencia.

Una vez que juntó todo, se dirigió al jardín que apenas separado con el del nuevo vecino por un ligustro que cercaba la propiedad. Un ligustro que, a pesar de ser bastante robusto y verde, por entre sus hojas se veía el jardín vecino. Y, por lo que se alcanzaba a vislumbrar, no había nadie.

Miranda extendió el mantel blanco en el césped, bajo los tenues rayos del sol matutino y colocó la vela, el florero con unas margaritas que cortó de su jardín; colocó un pequeño recipiente con miel, otro con leche y la manzana en cuatro partes sobre un platito. Encendió la vela y extendió el papel donde tenía las palabras de invocación anotadas. Respiró tres veces hondo y leyó en voz alta:

Criaturas de luz, criaturas de amor y alegría, venid a mí, debéis dejar atrás vuestra timidez, conmigo estáis seguras, amor y juegos os daré. Hadas mágicas y luminosas, traed vuestra alegría, vuestro amor, paz y juegos de antaño. Traedme vitalidad, llenad de alegría mi vida y mi hogar. Dejad sentir vuestro amoroso cuidado, que la satisfacción sea nuestra norma, acompañadme siempre, llevando así luz por donde vaya. Cuidad de peligros mi hogar, mi gente y mi vida. Hadas luminosas, venid a mí. Por el poder que se me ha concedido yo os invoco. Estas ofrendas son para vosotras, podéis tomarlas. Podéis jugar libremente en mi presencia.

Cuando terminó, se quedó en silencio, esperando que algo sucediera, comenzó a sentir una suave y fresca brisa acariciar sus mejillas, le parecía oír susurros… estaba perceptiva.

–Chicas, sé que pueden escucharme, las siento, sé que están acá… ¡Pero necesito verlas! No se escondan, ¡soy yo, Miranda!

 Hasta que de pronto algo totalmente inesperado sucedió.

¿De qué trata?

Segundo libro de la trilogía. Contiene ilustraciones y un mapa desplegable a color al final del libro.


Extrañas tormentas se desatan en altamar, los barcos desaparecen y aparecen a millas de distancia, pero sin tripulantes. ¿Qué sucede en el mar? ¿Se abrió un portal que permanecía dormido o las sirenas se han revelado contra los humanos? Ambas preguntas son correctas. Dos bandos de sirenas con objetivos diferentes, unas intentan sobrevivir a la contaminación de los océanos mezclándose entre los humanos; otras buscan venganza en el mar. ¿Quién está a cargo de esa rebelión? Brenda descubre un secreto en su familia que cambia su vida y le permite volver a Fairiel. Un libro atrapante, lleno de suspenso, magia y amor. Secretos revelados, descubrimientos sorprendentes, una decisión importante y una poción que transforma vidas. 

El Reino de Fairiel III: La Invasión 

¿De qué trata?

Tercer libro de la trilogía de fantasía juvenil "El reino de Fairiel". Contiene ilustraciones y un mapa a color. 


El mapa de Fairiel que custodia José cae en manos equivocadas. Un grupo de humanos toma conocimiento de la existencia de portales que conducen a un universo extraño y harán lo necesario por descubrirlo.

La avaricia y la búsqueda de poder desencadenarán un caos en el mundo de las hadas. Fairiel corre peligro.

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