Psst, en este texto vas a encontrar muchas palabras raras que tienen que ver con el sistema de rol Vampiro La Mascarada. Si no cazás un futbol, acá hay un diccionario
Simon Demir sintió su cuerpo no muerto estremecerse por primera vez en mucho tiempo. Sus recuerdos eran poco precisos, cosa poco usual en su memoria eidética. Estaba viendo el partido de Talleres-Belgrano con su hermano Leandro y de repente todo se había puesto negro.
Hacía mucho tiempo que no sentía dolor. Una sensación de ardor recorría su hombro izquierdo. Se incorporó en la oscuridad de un salto y se tanteó. Una sensación de alivio lo invadió cuando sintió junto a su mano muerta el frío de la cuchilla que llevaba siempre consigo. Su Sire, Amanda, la persona que lo había iniciado en la No-Vida, se la había regalado antes de desaparecer. Además de la daga, encontró en su bolsillo un papel escrito en latín: Invenire veritatem tuam.
Acostumbró sus ojos a la oscuridad y la habitación se volvió un poco más clara. Sacó su arma de manera preventiva. En la hoja se reflejó una luz y tres tumbas de mármol se iluminaron frente a él. Se acercó despacio y tocó la superficie. Estaba tersa, no había gravados ni marca alguna…pero algo, algo en su espíritu le indicaba que no eran placas comunes y corrientes.
Instintivamente, mordió uno de sus dedos con sus afilados colmillos. De la herida brotó un poquito de sangre. Apoyó el dedo sobre la placa helada y vio, sin demasiada sorpresa, cómo un hilo rojo se hacía visible. El hilo iba desde la lápida, por el piso, y hasta un cuadro que estaba en la pared. La habitación era un tanto más pequeña de lo que parecía en totales tinieblas.
— Típico— masculló con cierta molestia y avanzó hacia la imagen que se había dibujado en la superficie.
Se paró frente del cuadro y su descontento creció cuando se dio cuenta que reconocía a las personas que había dibujadas en el mismo. La figura de Leandro, imponente en su habitual traje marrón, le extendía la mano a una versión de él mismo, que lo miraba extrañado. Sus ojos denotaban complicidad. En una de las manos, escondida tras su espalda, Leandro empuñaba una daga. Detrás de esa escena había otra figura, otro vástago de seguro, que estaba ajeno a las fabulaciones de ellos dos. Por el rabillo del ojo, notó que algo había cambiado sobre la lápida que había manchado con sangre.
Volvió a verla y en ella había ahora un mensaje:
“¿Desconfiás de quien más confiás?
Un hermano del alma te propone un asesinato sin darte detalles ¿Lo ayudas?”
El disgusto se dibujó en el rostro de Simón. Golpe bajo. Quiensea que lo había encerrado acá, lo conocía bastante bien. Se fijo en la lápida con más detenimiento y encontró que bajo el enunciado había un espacio en blanco…quizás, un espacio que pudiera ser escrito con la respuesta a la pregunta.
“No” escribió con su sangre en el mármol. La lápida brilló, desapareció y un ruido metálico se ahogó en su lugar. Ok, había hecho lo correcto.
—Vamos a la que sigue — dijo y repitió el proceso de morderse el dedo.
Nuevamente, un hilo rojo recorrió el suelo hasta llegar a una pintura. La pintura, esta vez, volvía a mostrar a Leandro. Ahora estaba parado sobre el cuerpo sin vida de un chico que parecía ser humano. En las manos del joven había una flor, a su lado una tumba. La sangre manchaba el cuerpo de Leandro de arriba a abajo.
“¿Lealtad por sobre todo?
Tu hermano acaba de asesinar a un inocente. ¿Sigue siendo tu hermano?”
Simón estaba aún más enojado. “Sí” se apresuró a escribir. Otra vez la lápida desapareció y se escuchó el ruido metálico. Solo quedaba una. Simón repitió el proceso, ya visiblemente molesto.
La tercera pintura lo mostraba a él mismo. A sus pies, otro vástago le pedía clemencia. En los brazos del vampiro había una foto fuertemente agarrada. La foto mostraba a una mujer y un niño.
“El monstruo es humano ¿Vos lo sos?
Un enemigo te pide piedad ¿Asesinar o perdonar?”
—Ahora sí estoy hinchado de las pelotas — dijo Simón en voz alta. Esta vez, en lugar de cortarse el dedo decidió hacer un ritual de sangre. Las gotas de vitae flotaron a durante unos segundos hasta tomar forma sobre el mármol. “Justicia”, escribió el vástago.
La lápida, una vez más, desapareció. El tercer ruido metálico dejó al descubierto un mecanismo que subió a la altura de donde antes estaban las piedras, en él había un cofre. Simón lo forzó con su daga, y se abrió. Dentro había un manuscrito. “El poder del número tres en el ocultismo y la magia” era el título del texto.
Simón estaba leyendo cuando escuchó el sonido de una puerta. Se dio vuelta y vio que estaba abierta. Avanzó en la oscuridad.
***
Leandro Álvarez se despertó con el ruido de algo líquido moviendose despacio a su alrededor ¿Qué había pasado? Le costaba un montón recordar. La cabeza le latía y el hombro izquierdo le ardía por algún motivo. Junto a él, una pequeña hoja de papel rezaba “Impetus tuos regere".
La habitación se iluminó de golpe. Leandro se dio cuenta que estaba parado sobre una plataforma y que a su alrededor, había lo que parecía ser agua. Inmediatamente después notó algo que, de haber estado vivo, lo hubiera dejado sin aliento. Frente a él, suspendida sobre el pozo, había una jaula. Y en la jaula había una persona. Alguien a quien él conocía. Alguien a quien no quería ver en esa situación bajo ningún punto de vista. Allí estaba su hijo Julián.
—¿Papá? — dijo el pequeño de diez años.
—¿JULIÁN? ¿QUÉ HACES ACÁ? — gritó Leandro.
—¡PAPÁ, AYUDAME POR FAVOR! — La jaula comenzó a chirriar. Se estaba acercando lentamente al agua.
—¡AHÍ VOY!
Sin pensarlo, Leandro metió la mano en el líquido. Automáticamente sintió un dolor penetrante, punzante. La piel de la mano se desprendió dejando lugar a la carne viva. Ácido. Julián estaba de a poco cayendo en una pileta de ácido.
Retrocedió. Lanzarse no lo iba a llevar a nada. Analizó el piso donde estaba parado. Con un poco de esfuerzo, notó que una de las baldosas estaba distinta. Estaba…¿De colores? Se acercó a investigar. Vio que, además, se encontraba floja.
Se agachó y se dio cuenta que aquello que estaba viendo no era una baldosa, sino una concavidad en el suelo, una muesca donde había algo suelto. Un…¿Cubo de Rubik? Leandro sonrió. Había pasado suficiente tiempo en su vida humana resolviendo estos rompecabezas para entender que este no suponía ningún tipo de desafío para él. Con una velocidad que un humano no podría haber imitado, movió las piezas de colores de manera precisa, sin siquiera dudarlo durante un segundo. Minutos más tarde, el cubo estaba completamente armado.
En ese preciso instante, sintió cómo algo cambiaba a su alrededor. De las paredes surgieron bocas de piedra, que lanzaron un líquido transparente sobre el ácido. A simple vista no parecía haber pasado nada. Pero quizás...
Con mucho cuidado, se acercó a inspeccionar nuevamente el pozo. Metió apenas un dedo en él. Esta vez no sintió ningún tipo de dolor. No pasaba nada.
Sin dudarlo, se arrojó al piletón y nadó hasta donde se encontraba Julián. Ya no moriría quemado por el ácido pero si no podía salir, moriría ahogado. Leandro sintió una ira sobrehumana. Se dió impulso y se colgó de los barrotes de la jaula. En ese mismo instante, un piso apareció debajo de él.
Con sus afilados dientes, se hizo un tajo en la mano y tomó el barrote con ésta. Con un sonido efervescente, la sangre del vástago comenzó de a poco a deshacer el hierro de la jaula. Continuó hasta que logró sacar a Julián de su prisión.
—Papá nunca te va a abandonar — dijo Leandro mientras se acercaba a abrazarlo.
Pero cuando cerró sus brazos alrededor del niño, Julián desapareció. En su lugar quedaba solamente un libro viejo. Leandro sintió cómo el corazón se le hundía en el pecho, aún sin que latiera.
Miró la portada del libro. “Diccionario Latín-Español”. Se apresuró a buscar el significado de “Impetus tuos regere", la extraña frase que había aparecido junto a él. Significaba “Controlá tus impulsos”. Se miró la mano quemada y emitió un sonido de desaprobación con la boca.
Sus pensamientos se interrumpieron con un sonido. Una puerta había aparecido detrás de él.
***
Danielle Mimieux fue la tercera en despertar. Su cuerpo andrógino se encontraba completamente entumesido, como si llevara años sin moverse. No podía recordar demasiado, en un momento estaba en una galería de arte buscando una nueva presa para cazar y de golpe…estaba acá. No le gustaba en lo más mínimo la situación.
De a poco, se incorporó y observó el lugar donde se encontraba. Una habitación pequeña, oscura. A pocos metros, detrás de una serie de barrotes, se exhibía un cuadro en blanco y negro.
Notó algo en su bolsillo. Mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, sacó un papel de su saco de diseñador y leyó: “Inveni tuam inspirationem”. Sabía que la tercera palabra era “inspiración” pero más allá de eso, no podía entender qué decía la frase.
Se acercó al cuadro que estaba colgado al otro lado del cuarto y un cierto placer morboso recorrió su cuerpo cuando se dio cuenta de lo que estaba viendo. Ahí, frente a ella, se encontraba uno de los grabados de Goya, de la colección “Desastres de la guerra”. Ante sus expertos ojos, se trataba o bien del original o bien de una réplica tan exacta que solamente podría haber sido hecha por un profesional. Pero lo más increíble de ese objeto…era su aura.
Danielle era lo que se dice “una entusiasta de las emociones”. Su placer más grande era deleitarse con las sensaciones que hacía sentir en los otros. A veces le pasaba que estaba tan acostumbrada a exponerse a las emociones ajenas, que incluso podía sentir el aura que los objetos con una fuerte carga emocional desprendían. Y ese cuadro…ese cuadro era especial. Por tratarse de uno de los grabados de la guerra de Goya, el aura a dolor y sufrimiento que despedía era sencillamente deliciosa.
Como buena hija del Clan de la Rosa, la belleza era demasiada como para soportarla. Extendió la mano, casi sumida en un trance e intentó tocar la obra de arte. El dolor fue instantáneo, penetrante, como hacía mucho tiempo que no lo sentía. Retiró con rapidez la mano, que ahora estaba roja, como si algo la hubiese quemado.
—Ok…entonces no.— dijo mientras se alejaba.
Comenzó a caminar y notó que la obra de Goya no era la única que estaba colgada. En las paredes, tres cuadros se alzaban ante ella.
El primero tenía la imagen de una mujer mirando al horizonte. A lo lejos se veía un barco que zarpaba. El segundo tenía una pareja de sociedad que iba del brazo; la mujer del cuadro miraba hacia atrás y tendía su mano hacia un amante secreto que buscaba su roce desde las sombras, alejado de la mirada del marido. El tercero era un cuarto completamente oscuro; en uno de sus rincones se dibujaba la figura de una persona en posición fetal, tapándose el rostro. Debajo de cada cuadro había un espacio en blanco, como para poner un objeto cuadrado en él.
Danielle miró hacia el lugar donde había despertado y notó que en el piso había seis fotografías tipo polaroid que no había visto antes. Se acercó. Por la forma de las fotografías, intuyó que tenían el tamaño perfecto para ser colocadas en los espacios debajo de los cuadros. Miró las imágenes captadas por la cámara. Eran personas, todas con distintas expresiones. Reconocer emociones en rostros congelados en el tiempo no era un desafío para Danielle.
Reconoció una cara lujuriosa, otra temerosa, una feliz, una melancólica, una preocupada y una cansada. Miró los cuadros y sin dudarlo, puso la imagen lujuriosa bajo el retrato de los amantes, la imagen triste bajo el de la mujer mirando al horizonte y a la persona temerosa bajo el ser en posición fetal. Muy sencillo.
Escuchó un ruido y vio cómo las rejas del cuadro de Goya se desvanecían frente a sus ojos. Se acercó nuevamente y extendió su mano para tocar el grabado.La imagen en blanco y negro se desvaneció y dejó en su lugar un mensaje con letras rojas y brillantes: “Calix sitit”.
Acto seguido, Danielle escuchó un ruido detrás de ella. Una puerta había aparecido.
***
Danielle, Simón y Leandro atravesaron los portales que habían encontrado en sus respectivos cuartos. Cada uno de ellos daba a un pasillo y al fondo de este, se veía una luz. Los tres vástagos avanzaron temerosos pero decididos por el estrecho corredor y finalmente, se encontraron frente a frente en una sala contigua.
—¿Hermano?— exclamó Simón al ver la cara perturbada de Leandro. Leandro corrió a abrazarlo.
—Lo ví… lo ví — Leandro hablaba entrecortado, con la voz compungida. —lo quise abrazar y desapareció— estaba a punto de quebrarse.
—¿A quién viste?
—A Julian
A Simón hacía rato que la situación no le gustaba, y ahora menos que menos. En ese instante, los dos Banu Haqim notaron que no estaban solos en la habitación.
—¿Y vos quién sos? — le dijeron casi al únisono a Danielle.
—Me llamo Danielle. No tengo idea qué hago acá.
—Leandro
—Simón.
Los tres se miraron durante unos segundos y notaron que además de ellos, había algo. En un pedestal, en el centro, se alzaba un caliz plateado. En el mismo, una frase grabada en latín brillaba: “Est Magicae in Sanguine”.
—¿Alguno sabe Latin? — preguntó Danielle
—No…pero tengo esto — dijo Leandro mientras alzaba el diccionario que había encontrado. —”Est Magicae in Sanguine” significa “Hay magia en la sangre”.
—No me digas. — exclamó Simón, sarcástico.
—¿Tenés idea de lo que significa “Calix Sitit”, ya que estamos?— dijo Danielle
—”La copa tiene sed” — respondió Leandro minutos más tarde.
—Ya tengo los huevos llenos de dar sangre. — dijo Simón, molesto. — Yo me encontré un manuscrito sobre el poder del número tres. Por lo tanto, asumo que quiensea que armó esto quiere que le demos sangre de los tres.
—Yo me encontré también un papel que decía “Inveni tuam inspirationem”
—Significa…— Leandro comenzó a buscar en el diccionario — “Encontrá tu inspiración”
—Ah… y la palabra Veritatem es verdad, así que supongo que mi papel decía “Encontrá tu verdad”— reflexionó Simón en voz alta.
—Bueno…no creo que nos quede otra más que poner sangre en la copa.— dijo Danielle, un poco resignada.
Los tres se miraron con determinación. Uno a uno, cortaron la piel muerta de sus manos y dejaron caer algunas gotas de vitae en la copa de plata.
Con un sonido borboteante, la sangre comenzó a hervir en el caliz. De pronto, la habitación empezó a mutar ante ellos y de repente, ya no estaban en el extraño cuarto. Ahora estaban en lo que parecía ser un despacho. Y alguien estaba aplaudiendo. Las heridas de Danielle y Leandro habían desaparecido por completo.
El lugar era grande, con bibliotecas que llegaban hasta el techo. Algunas tenían libros, otras contenían frascos con lo que parecían ser partes del cuerpo de personas. Había elementos que Simón reconoció como herramientas de Alquimia y el olor que desprendía el despacho era penetrante, como a hierbas aromáticas quemadas.
En el medio, un gran escritorio de roble se imponía, majestuoso. Y detrás de este, estaba la persona que aplaudía.
Una mujer hermosa, de cabello largo y rojo como la sangre. Piel pálida, labios carmín. Llevaba un traje de cuero color negro con detalles en rojo, y un collar con un símbolo extraño en el cuello. Detrás de ella, había una gran jaula vacía.
—Bienvenidos — saludó la mujer — pasen, sientensé.
Los tres obedecieron. Sabían de quién se trataba.
—Soy Clarissa, la baronesa de Río Cuarto…o de esta parte de Río Cuarto, por lo menos. Y ustedes son Leandro, Simón y Danielle. Ya se habrán dado cuenta que sabemos bien quiénes son. Vamos a hacer las cosas rápido, no me gusta andar con demasiados preámbulos. Seguro se preguntan qué hacen acá. Y se los voy a decir con mucho gusto. ¿Qué saben de Río Cuarto?
Simón habló, entre timido y tenso.
—Es una ciudad que durante muchos años fue testigo de las guerras de la Jyhad.
—Exactamente…y eso significa que el suelo está lleno de sangre. Y por lo tanto… de Magia. Cinco grandes vástagos fundaron la ciudad por eso. Y es por eso, que los traje acá. Permitanme. — Clarissa se aclaró la garganta- ¿Zuri? ¡Zuri! — nadie respondió. — Denme un ratito.
Dejó el despacho y los tres vástagos se miraron entre ellos. Simón examinó la habitación y encontró tres cosas que le llamaron la atención. Sobre el escritorio de Clarissa había dos libros que parecían muy hojeados. Uno era un manual de hechicería de sangre, el otro…una primera edición de Cumbres Borrascosas de Emiliy Bronte. Detrás del escritorio, en una biblioteca y apenas tapado con un paño…estaban las colecciones completas de la serie Sex and the City.
—Miren eso— dijo Simon, señalando los libros.
Danielle sintió cómo se desvanecía por algunos instantes. En su mente se dibujó la cara de Clarissa, pero estaba llorando sangre.
—Yo no voy a ser la que la haga llorar…no pienso tocar esos libros.
—¿Llorar? — preguntó Leandro
—No importa.
—¿Qué es Sex and the City? — preguntó Simón. Nadie respondió.
Permanecieron en incómodo silencio unos momentos. Escucharon unos taconeos y Clarissa volvió a la estancia, esta vez seguida de otra figura. Otra persona pelirroja, que vestía una túnica de seda abierta en el escote. No se podía definir a simple vista si sus facciones eran masculinas o femeninas. Tenía una coleta alta atada y dos mechones de pelo que caían a los costados de su cara.
—Les presento a Zuri. Elle es mi mano derecha.
Zuri los saludó y empezó a inspeccionarlos uno a uno. Les tomó la mano y miró atentamente sus palmas. A veces hacía pequeños gestos de asentimiento. A veces hacía muecas de disgusto.
—Y…¿Son ellos?
—Este sabe cosas — dijo en un hilo de voz fino, parandose al lado de Simón.
—Esta ve cosas — dijo, parandose al lado de Danielle
—Y este…este mató a Nisman — dijo refiriéndose a Leandro.
Danielle lo miró con sorpresa.
—Sí sí, por eso me abrazaron, larga historia — respondió Leandro.
—Ya sabía todo eso, Zuri…pero ¿Son ellos?
—No tengo idea. — canturreó Zuri en un tono risueño. Clarissa puso los ojos en blanco.
—Bueno, se preguntan por qué estan acá y pienso decirles. — comenzó Clarissa— ya habíamos dicho que hay mucha magia en esta ciudad…pero últimamente, algo raro está pasándole a la Magia. Lilly, mi otra mano derecha, tuvo hace algunas noches una profecía que encontré ciertamente inquietante. Regularmente, no nos cuesta trabajo ver a qué se refieren las visiones de Lilly. Pero esta vez, algo parece estar interfiriendo. Les leo:
“Cuando la sangre del suelo tiña el río de rojo y la vida de los impuros se derrame en los siete vértices. Los tres Reyes caerán y el imperio de la noche conocerá su fin a la luz del día. Tres traidores a su casta, El justo, el silencioso y el bello, alzarán la lanza de longinus contra los portadores del amanecer. Donde gana la vida, no hay lugar a la muerte. Donde gana la muerte, la sangre es inevitable”.
La expresión de Danielle se puso en blanco unos segundos. Durante una fracción de tiempo, pudo ver la imagen de una hidra voráz de siete cabezas. Estaba enojada. Las cabezas se peleaban, furiosas. Luego, volvió en sí.
—Ehhh…acabo de tener una visión.
—¿Qué viste?— dijo Clarissa, como si fuese lo más normal del mundo.
—Una hidra furiosa.
—No aporta demasiado .
—Parece hablar de la inquisición…o puede hablar del Sabbat — Dijo Simón.
—Exacto, no tenemos idea. Pero sabemos que algo horrible está por pasar. Y ahí es donde entran ustedes tres. Tres…traidores. Tres desertores de la Camarilla. Simón y Leandro, los chiquillos de Amanda. Desesperados buscando la verdad detrás de qué pasó con su sire. ¡Ah, Amanda! Una mujer muy fuerte…pero también bastante tonta. — Clarissa vio cómo Simón se tensaba en su silla — Chhht, tranquilo. No te hagas el malo. El sentido de la justicia de Amanda siempre fue su mayor debilidad…fue lo que la metió en el lío que todos conocemos. Leandro, el chiquillo que busca venganza. Y Danielle, quien busca reencontrarse con el amor de su no-vida. Existen pocas cosas que corrompen como el poder y el amor.
Clarissa caminó hacia la ventana del despacho, los tacones resonaron en el suelo de madera.
—Soy una baronesa justa. Todo indica que son ustedes, pero no puedo forzarlos a ayudarnos con nada. Por lo tanto, a los tres les voy a dar cosas que necesitan. Leandro, vos sabes que tu venganza empieza por Salvador. Él es el Príncipe actual y la persona que ordenó la caza de sangre a Amanda. Pero por supuesto, con tu poder actual es imposible que le toques un solo pelo de la cabeza a un Príncipe. Te prometo que cuando terminemos, vas a tener el poder suficiente para conseguir tu venganza…si todavía la querés. Simón, vos sabes que dos pueden guardar un secreto si uno está muerto. Imaginás entonces, por qué mandaron a Caza de Sangre a tu Sire. Te prometo que vamos a encontrar la verdad. Y Danielle…Te puedo dar información sobre Carmilla. A cambio, les pido su colaboración. Y por supuesto, son más que bienvenidos a los anarquistas de la ciudad.
—Creo que no tenemos mucha opción— respondió Simón.
—Me alegra que lo entiendan — sonrió Clarissa. — Ah…algo más. Si bien soy una baronesa benevolente, siguen siendo ex Camarilla. Tuve que hacer…algo….
Clarissa chasqueó los dedos e inmediatamente Leandro comenzó a sentir un ardor horroroso en su hombro. Se corrió sus ropas hasta dejar la piel al descubierto. Allí, en rojo, se dibujaba una marca extraña.
En un parpadear, Leandro desapareció de donde estaba sentado y reapareció en la jaula que se encontraba detrás de la Baronesa. Leandro estiró la mano para tocar los barrotes.
—Yo no haría eso si fuera vos — le dijo la pelirroja— Perdón, pero tuve que hacer esto. Hagan estupideces, y el sigilo se activa solo. También me sirve para sacarlos de alguna situación complicada. Pero la realidad es que solamente puedo hacerlo con uno de ustedes a la vez…así que yo no me arriesgaría tanto.
Con otro chasquido de dedos, Leandro volvió al lugar donde anteriormente había estado.
—Obviamente si se ganan mi confianza, el sigilo se va. No me gustan las medidas fascistas, pero una nunca puede ser poco cauta.
—Se entiende — dijo Simón.
—Bien…arreglé que puedan acomodarse cerca de acá. Por favor salgan del edificio y caminen dos cuadras y media para el norte, se van a encontrar con la Inmobiliaria Palacios - Corrado. Diganle a Alicia que son “Los chicos de Clarissa”. Bienvenidos a los Anarquistas. ¿Alguna duda?
—Sí— musitó Simón. — ¿Eso que tenés en el escritorio es una primera versión de Cumbres Borrascosas?
Fue por unos instantes, pero el Banu Haqim pudo ver cómo los ojos de la Baronesa se ponian brillosos.
—Sí…fue un regalo — dijo y esbozó una pequeña sonrisa, como recordando algo. — ¿Algo más?
—Sí..— siguió inquiriendo Simón — ¿Qué es Sex and The City?
La cara de Clarissa se desfiguró. Su respiración se agitó y sus manos comenzaron a apretarse contra el asiento. No le había gustado en lo más mínimo la pregunta.
—Yo les diría que se vayan yendo — gritó Zuri de atrás, que había permanecido todo este tiempo junto a la Baronesa. Los tres se apuraron a salir.
Una vez fuera, dieron cuenta que todo este tiempo habían estado en el subsuelo de la Iglesia San Francisco. Una zona que los mortales temían, por pensar maldita. Un poco de razón tenían. Los tres vástagos caminaron hasta el lugar indicado por la Baronesa.
La inmobiliaria era un local vidriado, moderno. Parecía cerrado a esas horas de la noche, pero un resplandor que venía desde el fondo de una pared separadora de durlock sugería que había alguien ahí.
Leandro tocó timbre y la puerta se abrió con un pitido de la cerradura electrónica. Los tres vástagos ingresaron y esperaron a ser recibidos por alguien.
— ¿Y? ¿No van a pasar? — les gritó una voz desde el cuarto contiguo. Se miraron entre ellos.
—Permiso — dijo Danielle mientras ingresaba al despacho.
La sala era moderna, minimalista con toques de decoración muy “avant garde”. En el centro se encontraba una mujer de traje negro con camisa roja. Su cabello negro, lacio, caía en cascada sobre sus hombros. Sus ojos eran de un rojo penetrante. Al fondo, otra mujer de traje con pelo corto y rubio estaba sentada con los pies sobre una pequeña mesa ratona, tomando lo que parecía ser una copa de sangre.
—Hola, soy Alicia Palacios, co propietaria de la inmobiliaria. Ustedes deben ser los tres de Clarissa.— dijo la mujer en un tono malhumorado.
Los vástagos asintieron.
—Que les dé una propiedad, me dijo. Claro, porque es gratis. Porque no me cuesta nada darle alojamiento a tres ex Camarilla que vienen a instalarse con nosotros vaya uno a saber por qué.
Todos se quedaron en silencio mientras Alicia miraba fijamente un pizarrón con anuncios.
—Pero no, yo no soy quién para oponerme a los deseos de la Baronesa. En especial porque necesito que ella me deje expandir mis negocios hacia el norte de la ciudad. Así que vamos a hacer lo que ella me dice..—pausó un rato para mirarlos y esbozó una media sonrisa cínica — pero nunca me dijo qué características tenía que tener el lugar que les diera. Fotheringham al 200. Van a necesitar la llave.
Alicia les extendió un trozo de papel con un sigilo dibujado.
—¿Qué? Si no saben usar magia de sangre en esta ciudad, están bastante complicados. Está plagadísimo de Tremeres. Si la ciudad estuviera bajo mi control…
La mujer rubia del fondo se aclaró la garganta, como indicando a la morocha que dejara de hablar.
—Gracias Vanessa. Por cierto, ella es Vanessa, mi pareja. Vanessa Corrado, el segundo apellido de la inmobiliaria por si lo estaban preguntando. Si no necesitan nada más, por favor váyanse. Estoy muy ocupada.
Los tres salieron casi sin darse cuenta que no habían emitido palabra mientras estuvieron en el lugar. Caminaron algunas cuadras y llegaron a Fotheringham al 200.
Para sorpresa de los tres, no se trataba de una casa sino de un edificio abandonado. “Clínica Santísima Trinidad” decía un cartel viejo y derruido.
—Muy Tremere de parte de Clarissa. Creo que este es el lugar. — Dijo Simón.
Los tres entraron. Estaba oscuro, desordenado y sucio. Como si hiciera años que nadie ingresaba. Algunos sillones de la que alguna vez fue una sala de espera se encontraban tirados, y cada tanto, podían escuchar a lo lejos ruidos como el llanto de un bebé que salían desde las tinieblas.
Danielle estaba visiblemente incómoda. Ese lugar no era el ideal para alguien del Clan de la Rosa. Se miraron entre los tres. Simón concentró un poco su percepción y notó algo que antes no estaba ahí. En la pared contigua a donde se encontraban, había marcas de mano color rojo. Las marcas se extendían por toda la pared y parecían marcar un camino.
—Es por allá— exclamó Simón.
Siguieron el rastro de huellas de mano y se encontraron con una pared perfectamente lisa. Simón dibujó con sangre el sigilo que les había dado Alicia y desde el hormigón se materializó una puerta de madera. Entraron y se encontraron con un pequeño hall de entrada que daba a otras tres puertas. Cada una tenía una placa con el símbolo del clan y el nombre de cada ocupante: Simón - Danielle - Leandro. Los tres departamentos eran similares. Un living-cocina-comedor con un baño pequeño y una habitación. Estaban todos bastante cuidados, con muchísimo contraste sobre el resto de la instalación. Pocos muebles, todos iguales. Una cama, un sillón.
— ¿Yo tengo que estar en medio de ustedes dos? — dijo Danielle
—Uhh el mío tiene Tele — se apresuró a decir Leandro, ni bien abrió la puerta. —¡Y PACK FUTBOL! — exclamó minutos más tarde. Simón se apresuró a entrar junto a él y ambos se sentaron en un sillón y empezaron a ver un partido de Bayer vs Munich. Danielle puso los ojos en blanco. Sintió que iba a costarle un poco encajar en su nueva Coterie.
En ese momento, sintieron un estornudo que venía desde afuera. Se miraron.
ALICIA PALACIOS - CO PROPIETARIA DE INMOBILIARIA CORREA PALACIOS
Lilly
—¿Qué fue eso? — preguntó Leandro.
—Claramente un estornudo — respondió Danielle.
— ¡No me digas, no me había dado cuenta!, ¿Pero quién fue?
—No tengo idea. Capaz fue el bebé que escuchamos llorar hace un rato.
Simón se paró entre los dos y abrió la puerta de un golpe
—¡¿QUIÉN ESTÁ ACA?!
Ante él había una chica que parecía haberse congelado en los dieciocho o diecinueve años. Tenía el pelo rosa y los ojos de un amarillo intenso. Era de baja estatura y sus dientes del medio estaban ligeramente separados, dándole un aspecto simpático. Vestía con una camisa victoriana y un saco púrpura. En el cuello tenía amarrado un lazo.
—¡Hola! Soy Lilly. Quería venir a conocerlos. Tendrían que cambiar la cerradura de la llave, no es muy segura que digamos. ¿Se las dió Alicia? No es muy buena todavía en los conjuros de sangre.
—Hola — comenzó Danielle — yo soy...
—Danielle, Simón y Leandro. Ya sé quiénes son. — Su mirada quedó clavada en la pared durante unos minutos, con una expresión risueña.
—Ok…¿te podemos ayudar en algo más?
Lilly transformó de a poco su expresión, cambiando la sonrisa que tenía por una de horror absoluto. Empezó a llorar y gritar, como si estuviese viendo algo horrendo que nadie más podía ver.
—¿QUÉ PASÓ? — Gritó Leandro
—¡NO SÉ, ALGUIEN HAGA ALGO! — Gritó Simón
—A VER, DEJAME PROBAR…QUÉ BUENAS QUE ESTÁN LAS TETAS DE LA BARONESA — Exclamó Leandro. Empezó a sentir un dolor penetrante en su espalda, justo donde estaba dibujado el sigilo. Le quemaba, le ardía. Pero no pasó mucho más.
—¿SOS ESTÚPIDO? — Le espetó Danielle.
—Quería ver si nos podía llevar a Clarissa…
—¡CHICOS! — Los interrumpió Simón, un poco presa del pánico.
Lilly continuaba llorando y contorsionandose de dolor. Simón se acercó y le pegó una cachetada, pero nada parecía sacarla de trance. Las lágrimas de sangre manchaban su ropa. Simón volvió a golpearla. Nada.
Pasaron segundos que parecieron horas y Lilly se recompuso como por arte de magia. Los tres la miraron horrorizados.
—¿Qué? — les dijo ella como si nada hubiese pasado.
—¿Estás bien? — preguntó Danielle
—Sí…¿Por qué?
—Porque empezaste a gritar y llorar, como si algo te estuviera pasando.
Lilly se tocó la cara y miró como sus dedos se teñían del rojo de sus lágrimas. Sacó un pañuelo de su bolsillo y se limpió.
—Uy…Es la tercera vez esta semana.
—¿Entonces es normal?
—No
—Pero ya pasó tres veces…
—Que algo sea frecuente, no lo hace normal. — dijo distraída mientras se arreglaba la ropa. — Bueno… ¡BIENVENIDOS A LOS ANARQUISTAS!