Variaciones sobre Borges
El marinero de Malmö
Por Cecilia Bruzzoni
Hipotexto: Emma Zunz de Jorge Luis Borges.
Hipertexto: El marinero de Malmö de Cecilia Bruzzoni
Pliegue disparador:
"El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español" Borges, J.L. "Emma Zunz"
Por Cecilia Bruzzoni
El Nordstjärnan de Malmö bostezaba arrastrado por los remolcadores que lo llevaban a esa ciudad húmeda. Horas antes había atravesado un río oscuro inconcebiblemente ancho, que avivó la nostalgia por los fiordos de su tierra lejana.
Hacía meses que el marinero navegaba en el buque carguero atravesando océanos en ese mundo desolado e implacable, donde nada era seguro. Sólo permanecería unos días en tierra para no olvidar que el suelo podía ser firme y que todavía conservaba costumbres humanas.
Cuando el buque fondeó en el dique 3, descendió junto con otros marineros a hacer la obligada recorrida por el puerto. Pero esta vez quería estar solo, desprenderse del grupo que caminaba con pasos rítmicos de cardumen. Vagó sin rumbo tratando de orientarse en la ciudad desconocida escuchando su incomprensible idioma.
Siempre sucedía lo mismo: esa antigua sensación de desamparo en una ciudad extraña lo acuciaba inquietante. Entonces, la única solución era buscar el calor de la piel, el desesperado consuelo del contacto fugaz.
Fue en su búsqueda a los bares del puerto, como si no pudiera alejarse de su única referencia. Descubrió mujeres ajadas, vencidas por la costumbre de la exhibición impúdica. Ninguna de ellas podría siquiera mínimamente consolarlo, sólo le contagiarían sus tristezas.
Su mirada siguió descartando rostros, hasta que uno lo atrajo. Era una mujer muy joven con piel fresca y mirada indescifrable. “Quizás”, pensó. Ella sostuvo su mirada y se acercó a él ofreciéndose. Sólo gestos y mirada glacial.
El marinero, sin pronunciar palabra, la condujo a una habitación atravesando puertas, zaguanes y pasillos. Notó que ella había desviado su mirada al cruzar el vestíbulo con losanges, pero inmediatamente lo siguió hasta entrar a la última habitación. El marinero cerró la puerta tras ella.
La cama estaba ahí, obvia, usada, único mueble y único destino. Miró a la mujer con la recóndita esperanza de una caricia o de una palabra que los salvara a ambos de esa soledad asfixiante.
Pero nada de eso pasó, ella se desnudó mecánicamente, mientras él sentía que cada nueva revelación de su piel le dolía en sus manos con la necesidad urgente del tacto, con la necesidad urgente del consuelo primario del abrazo. Se hundió vertiginosamente en el ritual de los cuerpos que se agreden y se funden, tratando de redimirse a sí mismo del desamparo.
Asombrado, sintió que era una mujer nueva. El horror, la tristeza y el asco de la muchacha lo petrificaron.
Al separarse, la miró desconsolado tratando de decirle lo que sus palabras no podían.
Dejó el dinero y se fue, marcado para siempre por las llagas indelebles que dejó en él la pureza de ese cuerpo ultrajado.
Escritura en 2do grado.
Hipotexto: Emma Zunz de Jorge Luis Borges.
Hipertexto: El marinero de Malmö de Cecilia Bruzzoni