María, el Misterio de Dios
La revelación del Misterio de Dios es la revelación del amor de Dios por la Santísima Virgen María en la Creación, la Redención, la salvación y la santificación de los suyos en su Reino. La consumación de su voluntad en la tierra como es en el cielo.
Luis Martín González Guadarrama. Crucífero.
Miércoles de Ceniza.
2 de marzo de 2022.
“Vi también a otro Ángel poderoso, que bajaba del cielo envuelto en una nube, con el arcoíris sobre su cabeza, su rostro como el sol y sus piernas como columnas de fuego. En su mano tenía un librito abierto. Puso el pie derecho sobre el mar y izquierdo sobre la tierra, y gritó con fuerte voz, como ruge el león. Y cuando gritó, siete truenos hicieron oír su fragor. Apenas hicieron oír su voz los siete truenos, me disponía a escribir, cuando oí una voz del cielo que decía: « Sella lo que han dicho los siete truenos y no lo escribas». Entonces el Ángel que había visto yo de pie sobre el mar y la tierra, levantó al cielo su mano derecha y juró por el que vive por los siglos de los siglos, el que creó el cielo y cuanto hay en él, la tierra y cuanto hay en ella, el mar y cuanto hay en él: «¡Ya no habrá dilación! sino que en los días en que se oiga la voz del séptimo Ángel, cuando se ponga a tocar la trompeta, se habrá consumado el Misterio de Dios, según lo había anunciado como buena nueva a sus siervos los profetas.» Y la voz que había oído desde el cielo me habló nuevamente, diciéndome: «Ve a tomar el pequeño libro que tiene abierto en la mano el Ángel que está de pie sobre el mar y sobre la tierra». Yo corrí hacia el Ángel y le rogué que me diera el pequeño libro, y él me respondió: «Toma y cómelo; será amargo para tu estómago, pero en tu boca será dulce como la miel». Yo tomé el pequeño libro de la mano del Ángel y lo comí: en mi boca era dulce como la miel, pero cuando terminé de comerlo, se volvió amargo en mi estómago. Entonces se me dijo: «Es necesario que profetices nuevamente acerca de una multitud de pueblos, de naciones, de lenguas y de reyes» (Ap. 10.)
«El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: "Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas". Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: "El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren". Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. "Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?". El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Átenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes". Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos» (Mt. 22, 2-14).
I. El Misterio de Dios: la Santísima Virgen María.
La vida eterna consiste en poseer a Dios (Jn. 17, 3) para lo cual Cristo nos rescata del pecado y de la muerte y expulsa al demonio mediante su sacrificio en la cruz y nos da el bautismo y el perdón de los pecados como sacramentos, nos confirma en la fe (Mt, 26, 28; 28, 19; Jn. 12, 31; 22, 23; Lc. 22, 32) para hacernos sus hermanos e hijos del mismo Padre y quiere que seamos su madre (Mt. 6, 9; 20, 17; 12, 50); que comamos su carne y bebamos su sangre para estar en nosotros y nosotros en Él (Jn. 6, 51-57; Mt. 26, 26-28), seamos uno con Él y estemos donde Él está.
Es necesario pedir al propio Cristo la inclinación del espíritu del darnos a Él y que nos reciba; pedir al Padre que nos entregue a Cristo y allegarnos a Él y pedir al Padre nos dé al Espíritu Santo (Jn. 14, 13; 16, 23; 19, 26-27); pedir a Cristo al pie de la cruz que nos entregue a la Santísima Virgen María por madre y que la recibamos de Cristo como a verdadera madre en toda la vida. Quien así quiera tener a la Santísima Trinidad y vivir en la voluntad del Padre la misma vida de Dios, debe vivir en Cristo su misma pasión y muerte en la Cruz en el vientre purísimo de la Santísima Virgen María, siendo su verdadero hijo, puesto que es así como Dios lo dispuso, para recibir la gracia de la única persona que la encontró y que la tiene toda en plenitud por encima de todos los ángeles y santos del cielo, con excepción de nuestro Señor Jesucristo, cuya vida ella gesta en su vientre y da a quien se la pide.
Ella vive con quien así la recibe, como su verdadera y única madre, gestándose nuevamente como verdadero hijo de Dios y hermano de Cristo en sus entrañas purísimas, viviendo allí la misma vida de Cristo por María; dejando totalmente atrás la propia vida para vivir la totalidad del amor de Cristo arraigados y edificados así en la anchura, la profundidad y la longitud; la altura y la profundidad de su amor, colmados por la plenitud de Dios (Ef. 3, 14-21).
Cristo quiere que así seamos perfectamente uno con Él y en Él para poder estar con Él donde Él está y para eso ha preparado una habitación en la casa del Padre, que es su mismo templo, su Monte Santo y su morada, la Santísima Virgen María. Estos son los verdaderos adoradores de Dios (Jn. 4, 23-24) y corresponde a nosotros el recibir esa gloria que el Padre dio a Cristo al hacerlo Hijo de María, que Él nos da, porque solo naciendo de Ella es como podemos ser uno con Cristo como Él lo es con el Padre (Jn. 17, 21-24; Jn. 14, 2-3).
El misterio que se menciona a continuación, como dice Nuestro Señor Jesucristo acerca de todo lo que nace del Espíritu Santo, es como el aíre que va y viene donde quiere y como quiere (Jn 3, 8); como un perfume que apenas se percibe y escapa (Cant. 1, 3; 4, 14; 7, 14). Por más que quien quiera atraparlo y retenerlo lo busque no lo encuentra por sí mismo y rehúye al engreído (Mt. 11, 25-27), pero se hace encontradizo solo cuando quiere a quien quiere (Is. 65, 1). Quiere qué, a quien se allega, se quede con Él y lo aprecie, dejando todo (Mt. 13, 44-46; Lc. 14, 27; Mt. 10, 38) y ante la mínima distracción, falta de interés o no dejar todo para hacerlo suyo y vivirlo, puede ocurrir que se retire su fruición y el alma queda expectante, sin haber entendido ni acordarse de lo que perdió por su indolencia y hasta el recuerdo de que eso pasó desaparece, como que nunca se poseyó y no existiera (Mt. 13, 18-23; Mt. 25, 24-30; Sal 92, 7-8). (1)
Dios crea y se comunica al hombre.
Dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra Imagen y Semejanza... creó Dios, pues, al ser humano a su Imagen; a Imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gn. 1, 26–27). La imagen de Dios es Cristo y su semejanza es propiamente María. Ella tiene por entrega y adjudicación, ambas. Cristo es Dios y como hombre tiene la imagen y semejanza de Dios en su humanidad, siendo Dios es verdadero Hombre con la imagen y semejanza de Dios; verdadero Dios y verdadero Hombre (Col. 1, 15; 2, 9; 2 Co. 4, 6). Dios formó al hombre con polvo de la tierra (Gn. 2, 7), según el plan de su Sabiduría, haciendo al mismo tiempo uso del oficio que reservó para la Santísima Virgen María, quien es Madre de Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre (Prov. 8, 22-31; Eclo. 24, 6-22).
La Santísima Virgen María tiene la potestad y el poder, el oficio, el regalo de Dios, el deber y el privilegio de hacer las obras de Dios por sí misma y, al ser Madre de Cristo, es Madre de Dios y mediadora de todas las gracias, ya que todas se contienen en Cristo quien llegó al mundo por medio de Ella. Da ser, vida y el ser hijos de Dios en Cristo a todos sus hijos, quienes van a Cristo por obra del Padre (Jn. 6, 44-45).
Así, primero el Padre los hace hijos de María (Sal. 87) y por eso Cristo los recibe (Mt. 12, 48-50) y los hace sus hermanos con su pasión redentora (Jn. 6, 37-40; 17, 2) y los confirma como hijos de María (Jn. 19, 26-27). Luego Él los lleva al Padre también por medio de María (Jn. 14, 6; Ap. 12, 2 y 5), por cuanto en Ella se contiene la imagen y semejanza de Dios según la cual Él hizo al primer hombre natural según el modelo de Cristo, verdadero Hombre, que se contenía en María por determinación y participación directa de su Sabiduría y también al segundo hombre celestial que da la vida eterna (1 Cor. 15, 40-49; Jn. 10, 34; Sal. 82, 6; Jn. 17, 1-3).
Tiene la imagen en su función de ser madre, con la que es Madre de Cristo y con la que Dios quiso hacerla su Madre. Como Aquélla que está llena de gracia y que ha encontrado el favor de Dios, por lo cual Ella tiene la misma imagen y semejanza de Dios en su misma persona, según la cual hizo al primer hombre que es figura de Cristo.
La imagen y semejanza de Dios no es Dios, sino solo su imagen y semejanza, la cual tiene ser completo y absoluto en la persona de María, quien es la verdadera imagen y semejanza de Dios según la cual Él hizo al hombre y es su impronta, con la que da la imagen de Dios y gesta al verdadero Hombre, siendo Cristo, el Hijo de Dios, el primero. Y recibe rescatados, al resto de los hijos de Dios al pie de la cruz del mismo Cristo, en la consumación de su pasión.
Cristo entrega a María, como hijos, a los que Él ha redimido, porque María los ha ganado con el río de la salvación redentora que Ella generó desde que aceptó la encarnación del Hijo de Dios en su vientre purísimo y sabiendo que había sido destinada con su Inmaculada Concepción y con todos de los dolores redentores de Cristo que Ella misma había sufrido durante la pasión de su Hijo.
Los dolores de la pasión de Cristo se magnificaron en su corazón y su alma, con la vivencia de experimentar el dolor que sabía que su madre estaba sufriendo por El, y que Ella vivía en su corazón la espada de esos dolores que el anciano Simeón le anunció en la presentación de su hijo en el templo (Lc. 2, 35).
Con estos dolores y sufrimientos de Cristo y de su Madre Santísima, en un fluir biunívoco de un caudaloso río de dolor y amor entre Cristo y María por la humanidad, es que ocurrió la redención realizada por Cristo, a cuyos dolores se sumaron los de su madre. La Corredención obrada por María, es la fuente generada por el mismo Cristo en Ella, cuyo caudal regresó a Él para formar parte de todos los dolores de su pasión redentora, para así. Él ser el único redentor del género humano dueño absoluto de todo sufrimiento de la única redención en el Dios Hecho Hombre y santificando como corredentores los dolores de María.
Es así que la corredención de María ocurre con los dolores de Cristo que Ella vivió en una absoluta agonía en su alma; son los dolores de Cristo en María los que forman la sustancia de la corredención de Ella, que sufre su propio dolor con los dolores de su hijo. Todos los que sean padres y madres entienden que cosa es sufrir lo que sufra un hijo, sin que llegue al grado de lo que sufrieron Cristo y María durante la pasión redentora de Cristo.
María ha recibido en San Juan a todos los hijos que han sido rescatados con la redención de Cristo y que Ella merece por los dolores que ha sufrido por Cristo, con Él y en Él; desde la traición de Judas, el sufrimiento en el huerto y todo el camino del calvario hasta su crucifixión y muerte.
Esta imagen y semejanza que concibe en Cristo, que es verdadero Hijo de Dios (Lc. 1, 31-32) y verdadero Hombre, desde la anunciación de la encarnación hasta el calvario, su muerte y resurrección, la transmite también como mediadora de todas las gracias a todos los que se hacen sus hijos, gracias a la redención obrada por Cristo en la cual Ella misma coparticipó y colaboro de todas las maneras posibles como Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo,.
Se vinculó y actuó al concebirlo y darlo a luz como Dios hecho Hombre y luego como Redentor al pie de la cruz, participando de los sufrimientos y dolores redentores de Él, como madre de los mismos, viviéndolos todos y sufriéndolos en la carne de Cristo que es su propia carne.
La impronta de la imagen de Dios.
Si María no lo hubiera concebido y dado a luz, Jesús no hubiera padecido su pasión y muerte con la que nos salvó, por cuanto considerando toda la existencia de María como hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, Ella es causa material, formal y eficiente y final como creatura, de la creación del universo, la creación del hombre, su redención y la participación de la divinidad al hombre. Por ello es cocreadora y corredentora del género humano junto con Cristo por acuerdo y entrega de la Santísima Trinidad y por aceptación y adjudicación de estos atributos por parte de Ella (Lc. 1, 48-49; Eclo. 24, 18; Lc. 2, 35; Lam. 1, 12-13; Jn. 19, 25).
De este modo María es imagen de Dios como creatura con la semejanza de Dios decretada para ser Madre de Dios y madre de toda imagen y semejanza con Dios, incluyendo la imagen y semejanza de Dios que tiene Cristo como Dios hecho Hombre. Cristo es el decreto mismo de la imagen y tiene el decreto y la consumación del mismo al hacerse hijo de María en su vientre purísimo por obra del Espíritu Santo y tiene la semejanza de Dios que María le dio como su madre, independiente de ser la Segunda Persona de la Santísima Trinidad y Dios verdadero.
El hombre fue creado con las características de Cristo y de María, pero con su desobediencia disoció y distorsionó la imagen y semejanza de Dios, quedando solamente el hombre sin la vida divina que le proporcionaba la imagen y semejanza con Él, que se separó del hombre con el pecado. Con la Redención de Cristo, la vida de la gracia que recuperó para el Hombre le devuelve la imagen y semejanza con Dios, la filiación del que posee el ser hijo de Dios como Cristo, con Él y en Él, con, en, para y por la Santísima Virgen María.
Ahora podemos entender cómo ocurre esta mediación de María, lo cual Ella misma nos muestra.
“En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc. 1, 39-56).
Aquél que quiera amar a Dios en espíritu y en verdad, que es como Él quiere y debe ser amado (Jn. 4, 23), tiene como único modo perfecto el de recibir a la Santísima Virgen María, así como lo hizo Santa Isabel. María sabía que Isabel necesitaba de su ayuda y por eso se encaminó hasta encontrarla y le dio su saludo, con el cual le transmitió al Espíritu Santo quien la llenó al escucharla y, al quedar llena, también San Juan que estaba lleno del Espíritu Santo desde su concepción (Lc. 1, 15), saltó de gozo en su vientre.
Al hablar por boca de Santa Isabel, el mismo Espíritu Santo invenciblemente se vuelca hacia María gritando: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!”, con lo cual quien sea capaz de entender en su corazón tal hecho, se dará cuenta de que María, que está llena de Gracia desde su concepción, el Altísimo la cubrió con su sombra y concibe en correspondencia, a Cristo (Lc. 1, 35) y viene, como aquélla señal que apareció en el cielo con su Hijo en su vientre (Ap. 12, 1-2) y transmite al Espíritu Santo con solo saludar. Quien recibe su saludo recibe al mismo tiempo al Espíritu Santo y queda lleno con Él. La prueba de que eso así ha ocurrido es que de inmediato quien recibe tal gracia siente la necesidad y la fruición que ocupa al Espíritu Santo (57, 8-12; 108, 1-8) al estar delante de aquélla a quien Dios hizo su Madre y exclama y proclama las mismas palabras: “Salve María, llena de Gracia, el Señor es contigo” (Lc. 1, 28) y “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” Jesús, Cuya forma más perfecta es la oración continua (Mc. 14, 39; Lc. 22, 44) del Santo Rosario.
En respuesta, la Santísima Virgen María proclama y revela su misterio a aquél en cuya ayuda acudió y le entregó al Espíritu Santo.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.” (Lc 1, 46-55)
Todo aquél que de algún modo ha recibido la enseñanza y el poder pronunciar el Avemaría, ha recibido la visita de la Santísima Virgen María como su madre y al Espíritu Santo en correspondencia a su saludo, y todas las veces que pronuncia el Ave, puede hacerlo con el Espíritu Santo si así lo quiere y hace lo necesario para completar en sí mismo el ser un digno recipiente y morada de Él.
Del mismo modo, la Santísima Virgen María --que es madre nuestra puesto que gracias a Ella existimos y existe toda la creación (Is. 7, 10-16; 40, 12-14; 54, 1-3; Sab. 7. 12, 14; Prov. 8. 30, 1-5; Eclo. 24; 5, 6-22, 30-34; 36. 1-7, 13-16 y muchos más) y es por ello nuestra madre en orden natural y en el estado de gracia original que tuvieron nuestros primeros padres (Gn. 1; 2. 1-4, 7, 16, 18-25) y lo es en el orden sobrenatural ya que Ella es madre del Redentor y de la Redención (Lc. 1, 26, 41-42, 48-49; 2. 6-7, 34-35; Jn. 2, 5) y por eso Cristo le devolvió, al pie de la cruz, a todos sus hijos perdidos por el pecado (Jn. 19, 26-27 )-- se encaminó con Santa Isabel para ayudarla y darle al Espíritu Santo, siempre se encamina a sus hijos que la necesitan para entregarles al Espíritu Santo y recibir al mismo tiempo la confirmación de que han sido recibidos por sus hijos, quedando llenos del Espíritu Santo y pronunciando sin cesar lo que el ángel Gabriel y Santa Isabel dijeron en el Espíritu Santo.
Tal es la forma que Dios dispuso para que se consume la fidelidad y el cumplimiento de su voluntad de quienes en verdad lo aman y por eso Cristo se les manifiesta y la Santísima Trinidad hace morada y vive en ellos (Jn. 14, 21 y 23).
Santa Isabel sabía, por la comunicación que recibió San Joaquín, que su hijo estaba lleno del Espíritu Santo y que iba a ser el precursor del Mesías y supo que María estaba encinta del Hijo de Dios cuando recibió el saludo de Ella y quedó llena del Espíritu Santo.
Es así que la fruición del Espíritu Santo, con todos los misterios de Dios, de la creación y de la redención, quedó contenida y revelada en las mismas palabras del Espíritu Santo que pronunció por boca del Arcángel Gabriel y de Santa Isabel: “Salve María, llena de gracia, el Señor es contigo; bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc. 1, 28 y 31 y 42).
Así, cuando los hijos de la Santísima Virgen María pronuncian con todo su corazón y su vida tales saludos del Espíritu Santo, se configura en ellos la misma vida divina del Espíritu Santo; la de la Fuerza de Dios, que es el nombre del Arcángel Gabriel y la de Santa Isabel, quien al necesitar la ayuda de María, Ella fue a visitarla y le dio al Espíritu Santo. Por ello, quien reza el Santo Rosario en estado de Gracia, cada vez que pronuncia el Avemaría, se vuelca en ellos toda la misma vida de Dios, y es el mismo Espíritu Santo quien habla a María, quien en el acto entregará a quien así lo haga, en correspondencia de amor, todos los misterios y toda la vida y obras que a Ella le dio; es decir la misma vida de María desde su concepción inmaculada y su maternidad divina (Lc. 1, 49; Mc. 3, 34-35) es decir, la misma vida de Dios en el mayor grado que puede recibirlo, que es en María Madre de Dios.
Por ello, es necesario rezar el Santo Rosario incluso varias veces al día toda la vida y repetirlo con toda devoción con intención santa y recto corazón (Mc. 14, 39; Eclo. 15, 9; Is. 29, 13). Hacerlo cuando nos encontremos hundidos en el fango del pecado y ni siquiera atinemos a ver alguna salida ya que cuando la oveja que se ha perdido gime, clamando así, invenciblemente se juntan Madre e Hijo para ir a buscarla y la encuentran y ambos se alegran y la cargan y la rodean con sus ternuras, devolviéndola a la Gracia de la vida de Dios (Lc. 15, 4-6).
Solo así podremos exclamar con el Rey David, como verdaderos hijos de la verdadera Madre de Dios y del hombre: “A ti, Yahveh, me acojo, ¡no sea confundido jamás!.. Pues tú eres mi esperanza, Señor, Yahveh, mi confianza desde mi juventud. En ti tengo mi apoyo desde el seno materno, tú mi porción desde las entrañas de mi madre; ¡en ti sin cesar mi alabanza!… publicará mi boca tu justicia, todo el día tu salvación. Y vendré a las proezas de Yahveh, recordaré tu justicia, tuya sólo. ¡Oh Dios, desde mi juventud me has instruido, y yo he anunciado hasta hoy tus maravillas!… acrecentarás mi dignidad y volverás a consolarme. Entonces te daré gracias con el arpa, por tu fidelidad, Dios mío; te cantaré con la cítara, a ti, el Santo de Israel. Mis labios te cantarán jubilosos, y también mi alma, que tú redimiste” (Sal. 71, 6-8, 14-17, 21-23).
Es a través del vivir la misma vida de Dios en su más profundo, delicado e íntimo secreto y misterio, como El nos regala el participar de su divinidad.
La revelación de este misterio está a la vista de quienes quieran verla y llega el tiempo en que será explícita y clara para todos, luego de que ocurra nuevamente lo que anunció Nuestro Señor cuando dijo:
“… porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: "Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure". Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.” (Mt. 13, 13-17)
Es, entonces, el tiempo en que tal revelación se manifestará del modo como lo anunció Nuestro Señor Jesucristo, precisamente en la víspera de la instauración del Reino de Dios y previo a su llegada que será como un relámpago en el cielo:
“Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. El les respondió: «El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: «Está aquí» o «Está allí». Porque el Reino de Dios está entre ustedes». Jesús dijo después a sus discípulos: «Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán. Les dirán: «Está aquí» o «Está allí», pero no corran a buscarlo. Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día. Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación. En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempo de Noé. La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos. Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos. Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre. En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará. Les aseguro que en ese noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada». [De dos que estén en un campo, uno será llevado y el otro dejado.] Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?». Jesús les respondió: «Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres»”. (Lc. 17, 20-37)
Es así que el Reino de Dios está entre nosotros y sólo quienes lo aman pertenecen a este y se hacen parte cumpliendo la voluntad de Dios, particularmente para estos tiempos, cuando Él dice que será como en los tiempos de Noe, quien fue el varón más justo y cabal de su tiempo y andaba con Dios (Gn. 6, 9), lo cual significa que llega el momento de asumir el compromiso de vivir como verdaderos hijos de Dios, haciéndonos los más justos y cabales de este tiempo y andar con Dios del modo como El quiere andar con nosotros, es decir, en María, con María, para María y de María.
La tierra está corrompida a los ojos de Dios e impera la violencia como en tiempos de Noe y Él ha dispuesto revelar y consumar la nueva alianza con los que lo obedezcan para salvarse del exterminio y provee de los medios y todas las instrucciones para salvarse mediante su Arca, que es el vientre purísimo de la Santísima Virgen María, mediante la cual Él vino al mundo y mediante la cual quiere que quienes le aman vayan a Él, ya que serán tomados para ser llevados hasta Él, como Nuestro Señor Jesucristo lo advierte (Gn. 6, 11-22; Lc. 31 y 34-36; Ap. 12, 5) .
Nuestro Señor Jesucristo advierte también que será como en tiempos de Lot, que vivía en Sodoma donde hubo una guerra y tuvo que ser rescatado por Abraham, quien tras la contienda y la victoria fue bendecido por Melquisedec sacerdote de Dios y Rey de Salem quien para consagrar su victoria celebró el rito que consiste en ofrecer pan y vino, según el cual Nuestro Señor Jesucristo quiso ser Sacerdote Eterno y juntar el rito de la prescripción del sacerdocio levítico ofreciéndose Él mismo como cordero sin mancha para hacer del pan su carne y del vino su sangre (Gn 14; Ex. 12, 3-28; Dt. 8, 3; Jn. 6. 48, 50-58; Mt. 26-29; 1 Co. 11, 20; Ap. 19, 9).
Luego, el Señor comunicó a Abraham que iba a destruir a Sodoma – “el clamor contra Sodoma y Gomorra es tan grande y su pecado tan grave”-- con el propósito de que instruyese a su descendencia para que no se desviase del cumplimiento de la voluntad de Dios, sufriera castigo similar (Gn. 18, 17-33) y para revelar a quienes lo aman lo que ocurrirá al final de los tiempos, como lo explicó Nuestro Señor Jesucristo, por lo cual Lot fue rescatado por segunda ocasión, esta vez por los ángeles de Dios, quienes incluso llevaron de la mano hasta a sus familiares. De modo singular Dios accedió a su ruego de no destruir el poblado de Soar (Gn. 19, 12-29).
Nuestro Señor revela que “en los días del Hijo del hombre”, esto es, desde que vino al mundo para salvarnos, sucederá como en el tiempo de Noé y de Lot, lo cual indica que es necesario saber cómo ocurrieron los hechos con ambos. Noe era justo y andaba con Dios y siguió las indicaciones de Dios para construir el arca donde se salvó con su familia del diluvio, mientras que Lot fue rescatado dos veces de perecer; la primera a manos hombres y la segunda del mismo castigo de Dios sobre los malvados.
Menciona lo que hacía la gente que rodeaban a Noe y Lot: no les importaba servir a Dios y despreciaron sus advertencias, ocupados cada quien en sus asuntos de este mundo: “la gente comía, bebía y se casaba”… “se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía”.
Así, Noe entro en el arca y Lot salió de Sodoma; “llegó el diluvio, que los hizo morir a todos”… “cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos”.
Ocurrirá entonces el doble rescate de los que sean de Cristo, tal como ocurrió con Lot y su familia, puesto que serán rescatados de los que no son de Cristo y en la celebración por tal lucha rescate y victoria, serán transformados en ostias vivas, el mismo pan y el mismo vino del rito de Melquisedec, consagradas para ser ofrecidas al Padre, convirtiéndolas en personas eucarísticas, tal cual el sacerdote consagra el pan y el vino y, con tal consagración, bajo tales apariencias, se encuentra el cuerpo y la sangre de Cristo en tales especias. Así será con estos hijos de Dios convertidos en personas eucarísticas que tienen en sí mismos el cuerpo y la sangre de Cristo, como si acabasen de comulgar, estando ellos en Cristo y Cristo en ellos, como si la ostia consagrada no se diluyera al comerla, sino que de allí en adelante permaneciera siempre en ellos. Serán rescatados de los enemigos de Cristo y enemigos de Dios; serán convertidos en personas eucarísticas, en el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, como verdaderos hijos de María gestados en su vientre y entregados al Padre y serán librados del gran día de la ira de Dios que es el juicio de las naciones, para reinar con Aquél a quien el Padre le dice: "pídeme y te daré el herencia las naciones, las gobernarás con cetro de hierro y las quebrarás como jarro de loza", hasta que los reyes de estas naciones tengan la osadía y la soberbia de pretender enfrentar al mismo Dios (Sal. 2), y Dios los aniquilará y precipitará y encadenará al demonio, a la bestia de la tierra y la del mar en el infierno (Dn. 2, 44; Ap. 16, 12-14; 19, 11-21; 20, 1-7).
Nuestro Señor explica que esto mismo sucederá cuando Él se manifieste a todo el mundo: quienes a semejanza de Noe hayan andado con Él y Él con ellos y hayan trabajado siguiendo las indicaciones de Dios para poder entrar al arca y quienes hayan sido rescatados de las situaciones con los hombres de las que no podían salir y luego hayan cumplido con abandonar el lugar del pecado con todas sus relaciones y ataduras, se salvarán del agua y del fuego y no perecerán cuando ocurran los fenómenos de los que Dios se valdrá para aplicar los castigos y borrar a los malvados de la tierra: “Porque se acerca el tiempo en que se dirá: "¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron!" Entonces se dirá a las montañas: "¡Caigan sobre nosotros!", y a los cerros: "¡Sepúltennos!" (Lc. 23. 29- 30).
Esto ocurrirá cuando todos los que elijan recibir la misma vida de Cristo en el vientre purísimo de María se encuentren en Ella y no participarán quienes lo rechacen, quienes elijan retrasar su conversión esperando hasta el último momento, los que no quieran estar preparados y los que estén ocupados en sus asuntos de este mundo solamente (Os. 10,12; Mt. 24, 42-43; 25, 1-13; Mc. 13, 33-37; Lc. 12, 35-38; 21, 34-36; Rom. 13, 11; 1 Cor. 16, 13; 1 Tes. 5, 4; Ap. 3, 3; 3, 20) .
A quienes lo aman, Dios mismo les enseña su ley y la pone en su corazón y Cristo mismo es su maestro y los confirmará en ella una vez que aprendan a hacer el bien y a rechazar el mal por propia elección (Sal. 22, 10; 50, 8; Is. 49. 1; 54, 13; Jer. 31, 33-34; Jn. 13, 13-15; Hb. 10, 6). Estos son los pequeños a quienes Cristo se complace con revelar y entregar el misterio de la voluntad del Padre y su Reino: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana (Mt. 11, 26-30). Por esta voluntad divina es que Cristo dio como madre al apóstol San Juan, devolviendo a Ella el derecho de ser la verdadera madre sobre todos sus hijos que estaban perdidos por el pecado, quienes podrán tenerla como verdadera madre si Cristo se las quiere entregar para que sean sus verdaderos hermanos y lo hará para todos aquéllos que pidan al Padre en su nombre al Espíritu Santo y que Cristo les entregue, como a Juan, a su madre para que Ella lo sea y viva con ellos.
Los que realizan las acciones necesarias para ser rescatados y salir de la mano de los ángeles de los lugares, recovecos, condiciones, apegos, las ataduras de todo pecado, entran en el Arca que es el vientre purísimo de la Santísima Virgen María, donde se hace la voluntad del Padre y es el cielo donde puso Dios su trono y quiere que así como en este cielo se hace su voluntad de modo perfecto, se haga también en la tierra (Mt. 6, 10); es en su propio vientre donde Ella dará a quienes hayan querido y pedido al Padre recibir allí la misma vida de Cristo, se gestarán en y con el mismo cuerpo y sangre de Cristo –“Sacrificio y ofrenda no quisiste, más me diste un cuerpo (Hb. 10, 5)-- del modo perfecto, hasta que puedan exclamar: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal. 2, 20).
Al realizar esas acciones de conversión y entrega total a Dios con perfección (Mt. 5, 48; Lev. 20, 26; Is. 57, 15; 1 Cor. 3, 16; 1 Pe. 1, 13-17), es decir, habiendo buscado el ser alimentados por la Santísima Virgen María y bajo su amorosa enseñanza y con su misma vida en su vientre purísimo con el mismo cuerpo y sangre de Cristo, que son su misma carne y sangre (Jn. 6; 37, 48, 53-56; Lc. 1, 34-35) y aprendido a elegir el bien y rechazar el mal, --como está profetizado por Isaías cuando dijo: “el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que la virgen está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Cuajada de leche y miel comerá hasta que sepa rehusar lo malo y elegir lo bueno” (Is. 7, 15)--, recibirán la confirmación y consumación del sacerdocio eterno de Nuestro Señor Jesucristo y serán transformados en las entrañas de María en el mismo cordero sin mancha y el mismo pan y vino que es la misma carne y sangre de Nuestro Señor Jesucristo, para qué, al nacer con esa naturaleza participada por Cristo y engendrada por María, ser entregados por Ella misma al Padre, hasta el trono de Dios y salvados de ser devorados por el dragón rojo (Gn. 14, 17-20; Gal. 2. 17-20; Ap. 12, 5).
Nuestro señor Jesucristo es Emmanuel, Dios con nosotros, cuando nace y viene a redimirnos del pecado y de la muerte, y se consuma la transformación de quienes ya no son ellos quienes viven, sino Cristo quien vive en ellos; Cristo como persona y Cristo en la consumación plena de su cuerpo místico en su Iglesia, por quienes lo viven en la perfección con María. Así está anunciado y se ofrece en la visión que aparece en el cielo de la mujer vestida de sol que grita por los dolores del parto y el tormento de dar a luz, Cristo Redentor, Jesús y Emmanuel, Dios con nosotros en el niño que nace destinado a regir las naciones con cetro de hierro y quebrarlas como jarro de loza, que aprende a hacer el bien y rechazar el mal con la Virgen su madre. Así lo dijo el arcángel Gabriel de parte de Dios: “Le pondrás por nombre Jesús”, porque es la salvación, el salvador; “Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1, 21).
Cristo como Emmanuel viene como un niño y Dios fija un plazo en el que su cuerpo místico tiene que aprender a desechar lo malo y elegir lo bueno en sí mismo para poder salvarse.
En la persona de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre lo es en la edad propicia para realizar la redención y enseguida ejercer como rey y juez y separar a los buenos de los malos; para mandar a sus ángeles el día de la ciega a guardar el trigo en su granero y echar la cizaña al fuego eterno; para separar a las ovejas de los cabritos; a los justos para su gloria y los malvados al fuego eterno.
En ambos casos, están en el contexto tanto el demonio y sus huestes, como los hombres que rechazan a Cristo y se hacen hijos del diablo, figurados en los reyes que quieren causar daño.
Este misterio, de ser concebidos en María como Nuestro Señor Jesucristo para recibir de Ella la imagen y semejanza de Dios que Ella tiene, solo lo entienden quienes se hacen sencillos: “Gracias te doy Padre Santo porque revelaste estas cosas a los sencillos y las ocultaste a los sabios” (Mt. 11, 25-27).
Por eso dice Nuestro Señor que mientras unos estén imitando y viviendo hechos similares como los que vivieron Noe y Lot con sus familias, sufriendo mucho, siendo rechazado Cristo en ellos y con ellos y todos los demás estén ocupados en sus cosas y no en las de Dios, con la transformación de quienes se han entregado así a Cristo por María, recibirán la misma naturaleza de Él entregada por Ella y advierte que eso será “como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día” y por eso dice que “el Día en que se manifieste el Hijo del hombre... En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará. Les aseguro que en ese noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada». [De dos que estén en un campo, uno será llevado y el otro dejado.]...”
Así lo declara San Pablo: “El primer hombre procede de la tierra y es terrenal; pero el segundo hombre procede del cielo. Los hombres terrenales serán como el hombre terrenal, y los celestiales como el celestial. De la misma manera que hemos sido revestidos de la imagen del hombre terrenal, también lo seremos de la imagen del hombre celestial. Les aseguro, hermanos, que lo puramente humano no puede tener parte en el Reino de Dios, ni la corrupción puede heredar lo que es incorruptible. Les voy a revelar un misterio: No todos vamos a morir, pero todos seremos transformados. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la trompeta final –porque esto sucederá– los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados. Lo que es corruptible debe revestirse de la incorruptibilidad y lo que es mortal debe revestirse de la inmortalidad” (1 Cor. 15. 47-53).
María es autora de esta transformación porque toda la transformación del hombre en Cristo ocurre en su vientre purísimo, el cielo y el único monte y templo de Dios donde procede toda la divinidad para el hombre, toda la voluntad y todo decreto de Dios.
Cuando se complete el número de los que salen del pecado y vivan con Dios y para Él entren en su Arca, ocurrirá la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo en ellos y se transformarán, como el rayo que brilla de un extremo al otro del cielo en personas eucarísticas, es decir, con el mismo Cuerpo y Sangre de Cristo y participación de su divinidad, aunque ciertamente habrá quienes estando en camino de ello se olviden de lo que pasó con la mujer de Lot y quieran volver atrás, y por eso perezcan también.
Es decir, los que están aprendiendo a hacer el bien y rechazar el mal, alimentados con cuajo de leche y miel en su vida con la misma vida de la Santísima Virgen María, estarán gestando su ser con su aprendizaje dentro de su vientre purísimo, luego de que le hayan pedido nacer de nuevo en sus entrañas haciendo valer la nueva vida que les da el bautismo (Jn. 3, 5). Esto ocurrirá habiendo pedido al Padre que los conduzca a Cristo (Jn. 6, 44) y, a Cristo, que los reciba y les dé su misma vida y como camino verdad y vida que es y que nadie va al Padre sino es por medio de Él, que los lleve al Padre (Jn. 14, 6) pidiéndole para ello que diga a su Santísima Madre: "Mujer, aquí tienes a tu hijo", y al que pide; "aquí tienes a tu madre", para con esta verdadera y personal entrega poder llevarla a su casa (Jn. 19, 26-27) y, entonces, como Abraham y como verdaderos hijos de él, recibir el cumplimiento de la entrega de la verdadera tierra prometida por boca del mismo cordero sin mancha que se ofreció a sí mismo en el mismo acto de su sacrificio (Lc. 1, 54-55; Gn. 15, 5-12; 17-18).
Participarán de su misma naturaleza virginal, con su inmaculada concepción, para ser incorporados en la misma concepción de Nuestro Señor Jesucristo y estarán viviendo toda la vida de Nuestro Señor en sus propias vidas ordinarias, hasta completar su gestación. Cuando termine este aprendizaje, que es gestación y alimentación y vida misma de Cristo --en, con, para, por y de María--, vendrá el alumbramiento precedido con los dolores de parto y el tormento de dar a luz de Ella (Ap. 12, 2) en su única participación corredentora que vivió en la pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo y con los mismos dolores los cocreará de nuevo y corredimirá, lo que es igual a la manifestación de los hijos de Dios y será la venida de Cristo en los hijos de Dios “como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente” (Mt. 24, 27), --ya que “toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios” (Rom. 8, 19)--, la cual es consumada y coronada con la llegada de Cristo en persona, glorioso, con sus ángeles, para juzgar a los vivos y a los muertos (Mt. 25, 34; Ap. 20).
Así, entregados al Padre y llevados hasta el trono de Dios, reinarán sobre las naciones con cetro de hierro y las quebrarán como jarro de loza, junto con Aquél a quien el Dios mismo dijo “Tu eres mi hijo, Yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré a las naciones como herencia y como propiedad los confines de la tierra. Los quebrarás con cetro de hierro y los destrozarás como a un vaso de arcilla” (Is. 49. 5-6, Sal. 2. 6-9).
Así fue anunciado por el profeta Daniel: “Y en los días de estos reyes, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido y cuya realeza no pasará a otro pueblo: él pulverizará y aniquilará a todos esos reinos, y él mismo subsistirá para siempre” (Dn. 2, 44).
Será entonces cuando se consumará lo que dijo Nuestro Señor Jesucristo respecto de los siervos a los que les dejo sus bienes para que los trabajaran y a los que no lo querían por rey:
El les dijo: «Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida. Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: "Háganlas producir hasta que yo vuelva". Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: "No queremos que este sea nuestro rey". Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y le dijo: "Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más". "Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades". Llegó el segundo y el dijo: "Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más". A él también le dijo: "Tú estarás al frente de cinco ciudades". Llegó el otro y le dijo: "Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado". El le respondió: "Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigente, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, ¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses" Y dijo a los que estaban allí: "Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más". "¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!". "Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia"» (Lc. 19, 12-27).
En este reinado se impondrá la ley de Dios como norma para todos los pueblos, tal como lo explica el Rey David: “… Yo procedo con rectitud de corazón en los asuntos de mi casa; nunca pongo mis ojos en intenciones viles. Aborrezco al que obra el mal y no lo cuento entre mis amigos; aparto de mí a la gente falsa, nunca apruebo al malvado. Al que difama en secreto a su prójimo lo hago desaparecer; al de mirada altiva y corazón soberbio no lo puedo soportar. Pongo mis ojos en las personas leales para que estén cerca de mí; el que va por el camino perfecto es mi servidor. No habita dentro de mi casa el hombre traicionero ni el que comete fraudes; el que dice mentiras no puede permanecer delante de mi vista. Hago desaparecer día tras día a los malvados del país, para extirpar de la Ciudad del Señor a todos los que hacen el mal” (Sal. 101, 2-8).
El mismo Rey David menciona cómo será la conducta de quien ejercerá la dignidad real de Cristo: "Te alabaré en medio de los pueblos, Señor, te cantaré entre las naciones, porque tu misericordia se eleva hasta el cielo, y tu fidelidad hasta las nubes. ¡Levántate, Dios, por encima del cielo, y que tu gloria cubra toda la tierra!" (Sal. 57, 10-12), así como el intento de rebelarse de los reyes que aún habiendo presenciado la destrucción, quieran volver a las cosas antiguas del poder de este mundo de pecado y como tan solo con la vista de la ciudad santa de Dios, cuya naturaleza es la de los hijos de Dios que han sido gestados en María, no soportarán su presencia: "Mirad: los reyes se aliaron para atacarla juntos; pero al verla, quedaron aterrados y huyeron despavoridos; allí los agarró un temblor y dolores como de parto; como un viento del desierto, que destroza las naves de Tarsis" (Sal. 48, 5-7). "Con sólo dirigir una mirada, verás el castigo de los malos, porque hiciste del Señor tu refugio y pusiste como defensa al Altísimo" (Sal. 91, 8-9).
II. El Principio.
Quedó expuesto anteriormente un resumen de lo que es el Misterio de Dios, la Santísima Virgen María. Dejamos para el final las acciones necesarias para aprender a hacer el bien y rechazar el mal y recibir el alimento para poder hacerlo que consiste en el cuajo de leche y miel (Is. 7, 15) con el que la Santísima Virgen María nutre a quienes quieren ser concebidos por Ella, que es a su mismo hijo Jesucristo, que da el verdadero alimento que permanece hasta la vida eterna (Jn. 6; 27, 32-33, 35).
Es importante señalar la necesidad de pasar desde aquí hasta el capítulo final y seguir los pasos necesarios para la transformación y que no es estrictamente indispensable saber todo lo que a continuación se menciona para iniciar el camino, puesto que al emprenderlo, la Santísima Virgen María lo comunicará a quien se entregue a Ella para ser engendrado como Cristo en su vientre purísimo, aunque quien sea motivado por el Espíritu Santo podrá meditar estos misterios y luego vivirlos según vaya avanzando.
Dios decretó la creación, de modo que Él es el principio de ésta como su causa y cuando el decreto empieza a existir, inicia su realidad. Una cosa es el principio que da origen al decreto y otra distinta es el inicio del decreto.
Con relación a la naturaleza de Dios en Él todo ocurre eternamente, de modo que no hubo en la eternidad un acto de Dios que no sea todos los actos de Dios.
La diferencia ocurre en cuanto a la naturaleza de los actos y la relación de unos con otros en su voluntad e inteligencia.
Así, entre Dios y María, la causa eficiente es Dios al decretar y la causa material invenciblemente tiene que ser la Santísima Virgen María, como el decreto mismo distinto de quien decreta.
Desde el punto de vista de su naturaleza, tenemos entonces dos principios: Dios Todo Poderoso, como causa de la creación y la Santísima Virgen María como el decreto mismo que contiene la creación.
Una cosa es quien decreta y otra distinta es el decreto.
La Santísima Virgen María es El Principio del que habla San Juan, cuando dice: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron." (Jn. 1, 1-5).
San Juan nos revela tres cosas: El Principio, la Palabra y Dios, donde la Palabra distinta en su persona, es también Dios en su naturaleza, pero sin ser dos dioses, sino una sola sustancia, la cual estaba en el Principio –como causa eficiente en la causa material-- y todo se hizo por esta Palabra y en esta estaba la vida.
Diferencia así a Dios como Principio y causa eficiente, respecto de El Principio como decreto en el cual se quiso contener El mismo y su creación. La Santísima Trinidad quiso estar en la Santísima Virgen María cuando su Segunda Persona, la Palabra, era el origen y el fin de todo, incluyendo al mismo Principio y todo se hizo por Ella y sin Ella nada se hizo y en Ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron.
Así, es posible aproximarse al misterio de Dios cuando se entiende la revelación que contiene. En María, que es El Principio, existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en María con Dios. Todo se hizo por Ella y sin Ella no se hizo nada de cuanto existe. En Ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
Así María es el principio como inicio, el principio como sustancia activa del ser y el principio como la ley del decreto de todo cuanto existe, determinado por Dios y el fundamento y delimitación de todo cuanto existe, existió, ha de existir y de lo que jamás existirá (Prov. 8. 3, 20; 8, 24; Sal. 104, 5-9). Es el principio como causa y como razón suficiente de todo lo que Dios creó para Cristo, principio y fin, alfa y omega.
Entonces se entiende qué, en la naturaleza de la relación de Dios, Cristo y María, por determinación de Dios sin María no hay creación ni redención y, por tanto, cada uno de los momentos de la creación y de la historia de la salvación tienen por Alfa y Omega a Cristo como causa eficiente y causa final y estos ocurren por medio de María, que viene a ser la causa material misma de la Creación y de la redención en orden de las creaturas, vinculada e incorporada con la Santísima Trinidad como El Principio, siendo como tal, el principio como decreto, el principio como el inicio de todo y el principio que da la vida para configurarla consigo misma como único modo de configurarla con la perfección de Cristo.
Por su divina maternidad a través de la unidad sustancial y física entre Dios y el hombre que ocurrió en Ella --de tal manera que el hombre, realmente distinto de Dios, sea realmente Dios por la unión, siendo Cristo verdadero hombre y verdadero Dios-- Dios participa a María de tal unión haciendo de Ella verdadera madre de la unión entre Dios y el Hombre en Cristo por el decreto antes mencionado.
Así, en sus purísimas entrañas se verificó la unión de la naturaleza humana con la naturaleza divina en la única persona del Verbo, con la misma carne y sangre virginales e inmaculadas de la Santísima Virgen María y, por tanto, tiene una participación tan íntima, tan familiar con la divinidad, que con razón pertenece por apropiación de Dios aceptada por María, a la Familia de Dios.
Dios verdaderamente creó el concepto y naturaleza de la Madre como El Principio y la hizo para sí; se hizo su Hijo, la hizo su madre y la tuvo y la tiene y siempre la tendrá por la eternidad, otorgándole toda la autoría de su creación y redención como arquitecta e ingeniera, realeza, dominio, posesión y gobierno que El mismo realiza por medio de Ella, sin que se perturbe ni modifique o violente en modo alguno el principio eficiente o el principio material como causas en Dios y en María. Es decir, que Dios realiza tan absolutamente su voluntad en la Creación por medio de María sin que por esto su voluntad se modifique y tampoco la voluntad y señorío de la Santísima Virgen María sobre toda esta.
Dios reveló a Moisés este misterio: "Entonces fue cuando el Ángel de Yahvé se presentó a él, como una llama ardiente en medio de una zarza. Moisés estuvo observando: la zarza ardía, pero no se consumía. Y se dijo: «Voy a dar una vuelta para mirar esta cosa tan extraordinaria: ¿por qué la zarza no se consume?» Yahvé vio que Moisés se acercaba para mirar; Dios lo llamó de en medio de la zarza: «¡Moisés, Moisés!», y él respondió: «Aquí estoy»” (Ex. 3, 2-4).
Se revela entonces el misterio de la maternidad de Dios y cómo Dios tiene una Madre y cómo siendo virgen antes, durante y después de parto, concibe y da a luz a Nuestro Señor Jesucristo consumado la verdadera y perfecta naturaleza de la maternidad; la virginidad fecunda. La maternidad natural en los hombres viene a ser una derivación como medio de la generación de los hombres a través de la procreación con la participación de varón, que en los hijos de Dios ha de ser sustituida por el nacimiento del agua y del espíritu (Jn. 3, 5-7), lo cual indefectiblemente ocurre en la Santísima Virgen María quien es dueña, señora, autora y operadora de toda maternidad por ser El Principio como decreto de Dios y el principio como inicio de sus obras y el principio como sustancia activa que da la vida siendo esta vida La Palabra que radica en El Principio y está con Dios y es Dios (Jn. 1, 1-5).
Dios habla a través de este misterio; el misterio de hacerse creatura sin dejar de ser Dios en una zarza que arde en fuego sin consumirse; el misterio de su madre que es Virgen sin consumir su virginidad, sino exaltándola y consumándola en el mismo acto y haciéndola el principio activo del fuego de la caridad, tal cual la zarza ardiente, que se corresponde con la señal de la mujer encinta vestida de sol con la luna bajo sus pies que vieron los ángeles en el cielo como señora y dueña y causa de la creación y sus portentos. Así, el nombre de Dios que dio a conocer a Moisés, es el mismo misterio de la zarza que arde sin consumirse: Yo Soy, es decir el que Es en María, el que descansa en la zarza ardiente y habla desde Ella, con Ella, en Ella y para Ella.
Salomón accedió a este misterio del amor de Dios por, con, en, para y por la Santísima Virgen María cuando el Espíritu Santo exclamó por su medio:
"¡Qué bella eres, amada mía, qué bella eres! Palomas son tus ojos a través de tu velo; tu melena, cual rebaño de cabras, que ondulan por el monte Galaad. Tus dientes, un rebaño de ovejas de esquileo que salen de bañarse: todas tienen mellizas, y entre ellas no hay estéril. Tus labios, una cinta de escarlata, tu hablar, encantador. Tus mejillas, como cortes de granada a través de tu velo. Tu cuello, la torre de David, erigida para trofeos: mil escudos penden de ella, todos paveses de valientes. Tus dos pechos, cual dos crías mellizas de gacela, que pacen entre lirios. Antes que sople la brisa del día, y se huyan las sombras, me iré al monte de la mirra, a la colina del incienso. ¡Toda hermosa eres, amada mía, no hay tacha en ti! Ven del Líbano, novia mía, ven del Líbano, vente. Otea desde la cumbre del Amaná, desde la cumbre del Sanir y del Hermón, desde las guaridas de leones, desde los montes de leopardos. Me robaste el corazón, hermana mía, novia, me robaste el corazón con una mirada tuya, con una vuelta de tu collar. ¡Qué hermosos tus amores, hermosa mía, novia! ¡Qué sabrosos tus amores! ¡más que el vino! ¡Y la fragancia de tus perfumes, más que todos los bálsamos! Miel virgen destilan tus labios, novia mía. Hay miel y leche debajo de tu lengua; y la fragancia de tus vestidos, como la fragancia del Líbano. Huerto eres cerrado, hermana mía, novia, huerto cerrado, fuente sellada. Tus brotes, un paraíso de granados, con frutos exquisitos: nardo y azafrán, caña aromática y canela, con todos los árboles de incienso, mirra y áloe, con los mejores bálsamos. ¡Fuente de los huertos, pozo de aguas vivas, corrientes que del Líbano fluyen! 16. ¡Levántate, cierzo, ábrego, ven! ¡Soplad en mi huerto, que exhale sus aromas! ¡Entre mi amado en su huerto y coma sus frutos exquisitos!" (Cant. 4).
Así mientras que esta unión hipostática es la unión entre el Verbo de Dios y una naturaleza humana en la única persona del Hijo de Dios, de tal forma que no se puede decir que hay dos personas, sino sólo una con dos naturalezas, en la Santísima Virgen María existe la naturaleza humana de María y la naturaleza divina por entrega de María y por adjudicación en grado de madre de la unión de Dios con el hombre en Cristo, es decir de ser Madre de Dios, naturaleza de la cual Ella se apropio absolutamente con la aceptación al decir: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra” (Lc. 1, 38).
Se trata de la inmediata unión con Dios a través de la unidad sustancial y física entre Dios y María, de tal manera que la mujer tenga realmente a Dios por participación, no por identidad sino por la unión que resulta de la entrega mutua entre ambos.
Cuando Dios decreta crear, el único resultado posible es crear al hombre en el que Él asuma la humanidad y tenga la naturaleza humana y la divina en una misma persona. En ese mismo acto decreta a María como Madre del Dios hecho hombre y otorga a María el derecho y potestad para ser su Madre por adjudicación y apropiación como actos naturales a su voluntad, por lo que el resto de los decretos vienen invenciblemente a ser secretamente autoría intelectual y material de María como regalo anticipado, de modo que Dios crea y asume la redención en su Segunda Persona, ejerciendo el poder y potestad que secretamente dio a María, para María, en María y con María, haciendo libremente de María, cocreadora y corredentora como regalo para Ella que Ella acepta y ejerce con toda la realeza, poder, potestad autoridad, amor y entrega de Dios mismo, por medio de Ella, libremente por parte de ambos.
Dios determina el principio que menciona el apóstol Juan como María, en, con, para y por Ella, en el cual ocurre toda su voluntad.
Dios quiso hacerse Hombre, en, y con tal decreto sellado, compacto y arcano, y el mismo decreto es María. Como tal, como El Principio, como un acto de Dios, solo existen El como autor del decreto con su Santísima Trinidad, María como su Madre y Cristo, Verdadero Dios y Verdadero Hombre. En su titulo de lo que es el decreto, es decir “El Principio”, no se enuncia cielo, ángeles ni creación. Tal es María como El Principio del que venimos hablando, ya que Dios no tiene principio ni fin, por lo que solamente Ella fue dada como El Principio. Aquí, en este decreto que se enuncia, se establece qué es la vida eterna y como ocurre en la eternidad de Dios para entregarla a dos personas que son Cristo hecho hombre y la Santísima Virgen María, por cuyo medio la Segunda Persona de la Santísima Trinidad tendrá humanidad y poseerá como hombre, la vida eterna, la cual es Dios mismo y la regala a la creatura en la que quiere vivir su vida eterna, por cuanto la Santísima Virgen María es verdadera Madre de Dios, con quien El lo hace posible cumpliendo lo que el mismo Cristo proclama cuando en un éxtasis de amor revela tal misterio: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo." (Jn. 17, 3). Al abrirse el sello (Cant. 4, 12) y desenrollar el contenido del decreto con el “hágase en mi lo que has dicho” (Lc. 1, 38) de la Santísima Virgen María, se encuentra que todo cuanto contiene es autoría y obra de María, ya que Ella como el decreto, esto es, El Principio, es autora de lo que Ella quiera escribir dentro del mismo, puesto que para eso fue concebida por Dios, como principio de todo lo que Ella determine.
La vida eterna es Cristo y el Padre; Cristo es el camino, la verdad y la vida (Jn. 14, 6), y esta vida tal como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son posesión de la Santísima Virgen María no solo porque Ella misma fue consejera, maestra, arquitecta, ingeniera y operadora de este decreto en la preexistencia de su atributo como trono de la Sabiduría –principio activo de la sustancia de la Sabiduría querida así por Dios-- que estaba con Dios, la cual forma un solo ser con su persona --porque El así lo quiso y se lo regaló a Ella (Prov. 8, 22-31), y Ella se alegraba, se recreaba, jugaba y por eso se divertía con estos decretos--, sino también porque llegado el momento propicio, al darse cuenta paulatinamente de que Dios le regaló la Sabiduría para que fuera parte de su persona --y con ella todos sus actos, designios y mandatos y guardarlos en su corazón (Lc. 2, 51)--, se apropió de este regalo en el momento mismo en que Dios se lo entregó, con todo sus decretos, su poder, oficios, responsabilidades y del mismo tiempo en que ocurrieron los actos de la Sabiduría y su creación, por cuanto María fue la primera en confirmar el poseer la vida eterna que le fue dada al ser concebida sin pecado y en gracia en grado superior al de todos los ángeles del cielo al mismo tiempo de aceptar para ella la voluntad de Dios y ser concebido el Hijo de Dios en su vientre purísimo. Es así que María es la fuente de la vida eterna por decreto de Dios, por adjudicación y apropiación mutua de Dios y María en entrega de cada una de las personas divinas a Ella y de Ella a la Santísima Trinidad.
En el decreto de su encarnación, que es el de pronunciar con su Palabra cómo existe la vida eterna del Padre en el Hijo haciéndolo Hombre, para darla su misma vida a otros que serán creados para que la posean, --por medio de la Sabiduría, la cual crea con el propósito de entregarla como posesión y como parte de la misma persona de la Santísima Virgen María-- Dios mismo decidió, como si fuera la misma Santísima Virgen María y asumiendo el atributo que ya había creado y reservado para Ella, --como objeto de común uso entre ambos y haciendo que tal uso se atribuyera mutuamente a uno siendo del otro y viceversa, para serlo absolutamente en el momento en que Ella misma se diera cuenta de que Dios hacía estas obras grandes por Ella y se apropiase de estas y las hiciera parte de Ella (Lc. 1, 46-50)--, que se diera la existencia y la vida en todas sus formas en que la poseen las creaturas de Dios, y también siendo Madre de la misma vida de Dios como participación a las creaturas. Ella poseyó la vida y se dio cuenta de que Dios le dio su misma vida como posesión propia adjudicada porque El se la entregó y decidió que esa misma vida fuera el ser de la eternidad de aquellos a quienes Ella quiso darla, como la vida eterna. Es así que Ella misma se constituyó como la fuente de la vida eterna para todos sus hijos (Cant. 4, 12; Sal. 87, 7), ya que Ella la da y en Ella se vive porque de Ella procede y es así la intermediaria de todas las gracias desde el principio, siendo Ella misma El Principio.
Existiendo tal decreto, ocurre el decreto de la creación y el de la redención en un acuerdo entre Madre e Hijo, dejando amorosamente la autoría intelectual del qué y del cómo a tal Madre, solo por serlo, sellándolo con gran majestad, amor y delicadeza y con la total complacencia de la Santísima Trinidad, como propio.
Ocurre entonces que María es autora anticipada en el orden de las creaturas del decreto de la creación del universo y de los ángeles, así como conocedora del devenir de los actos de los ángeles y de los hombres y autora de la redención, como madre de la redención.
Tal es el ser de María; ser Madre de todo cuanto existe, Dios incluido porque Él así lo quiso.
Todo lo creado existe por María como su madre por naturaleza y por Gracia.
Dios es Hijo de María por elección. Siendo eterno e increado y todo poderoso, quiso crearse una madre y así lo hizo.
La maternidad es creación de Dios y la hizo para sí mismo, porque quiso tener una madre. Así lo decretó eternamente y así ocurrió (Jer. 32, 17 y 27; Lc. 1, 37; Ap. 1, 8).
Al darse a sí mismo una madre, la maternidad fue la causa remota, El Principio que genera y opera a toda la creación y todos sus fenómenos.
Siendo Madre de Dios, invenciblemente es La Sabiduría en su ser Virginal y Virgen El Principio y esencia de su maternidad, ya que con tal virginidad la maternidad concibe en su acto fundamental al Hijo de Dios al tiempo de concebir toda la creación en el mismo decreto y acto operativo y ejecutivo.
En María, la maternidad es un acto que ocurre con el consentimiento de la que quiere ser madre y, al consentir, se junta el decreto que le dio el ser con el decreto de dar el ser, cuyo poder, facultad y responsabilidad recibe con tal aceptación.
Así, en la eternidad de Dios, todo el amor del Padre que concurre en la eternidad al engendrar a su Hijo, se volcó sobre su Hijo al hacerse Hombre tomando ser en María qué, como creatura, asume la función del Padre de engendrar al concebir a Cristo en sus entrañas purísimas, asumiendo en el mismo momento de su aceptación el ser Hija, Esposa y Madre de Dios y convirtiéndose en depositaria de todos los decretos de la creación y de la redención como madre de los mismos, para concebirlos, gestarlos, darlos a luz y gobernarlos con su realeza con la imagen y semejanza mismas de Dios, como madre de estas.
Al hacer a María Hija, Esposa y Madre y al aceptarlo Ella por su parte, su concepción inmaculada ocurrió en función de los méritos anticipados de Cristo y la aceptación que en el tiempo ocurriría en el momento propicio, de modo que en nada altera su libertad ni condiciona al decreto y al misterio de Dios.
El vértice del desenvolvimiento de los decretos de Dios ocurre con la aceptación de María de ser madre de Cristo. Y es cuando se le hace entrega de la potestad real que corresponde a la Madre de Dios y el gobierno de todo lo creado y de la redención misma.
Cuando María dijo “Hágase en mi según tu palabra” y quedar encinta por obra del Espíritu Santo, en el mismo acto tomó posesión y fue tomada como Madre de Dios, puesto que en virtud de Cristo y de tal aceptación vista desde toda la eternidad, así como de todos sus méritos, fue concebida inmaculada y llena de gracia en grado superior al de los ángeles y justos habidos y por haber y solo inferior a Cristo. Al decir "hágase", asume con total perfección y soberanía de su voluntad la misma voluntad de Dios con la que Él creó al universo cuando dijo que este se hiciera y cuando dijo "hagamos", cumpliendo perfectamente la voluntad divina que quiere que su voluntad sea hecha en la tierra así como se hace en el cielo, la cual viene sin duda a consumar el plan que la Sabiduría de Dios --que entrega a María cuando Ella misma dice "hágase" para que acepte este regalo de Dios y se adueñe y adjudique todas sus obras-- haciéndose una con la misma voluntad divina.
En el acto de concebir a Cristo en su vientre purísimo, recibe el ser cocreadora y corredentora, como madre de la creación y de la redención, es decir, autora misma de los decretos de la creación y de la redención por entrega de Dios a Ella por ser su madre, ya que obtuvo el derecho de autoría como creatura llena de gracia, de todas las obras de Dios, de modo que Dios hizo todo con su acuerdo y por su medio, confiriendo a Ella el atributo mismo de la eternidad de actos cuyo efecto se extendió desde la eternidad de Dios, hasta el momento del Fiat y viceversa, hasta la eternidad con los hijos de Dios, formándose un solo acto con dos distintos seres actuando en entrega mutua.
Así todo cuanto existe es de Cristo, con Cristo, por Cristo en Cristo y para Cristo como Dios hecho hombre, como Alfa y Omega y es de María, con María, por María y para María como la creatura que es Madre de Dios y elevada a la naturaleza de Dios por participación en gado excelso de la divinidad por la unión hipostática del Verbo elevada a esta misma unión por el mismo hecho.
Siendo que la creación del universo; el cielo y la tierra, los ángeles y los hombres fue un acuerdo como un coloquio amoroso entre Madre e Hijo, en acuerdo con el Padre y el Espíritu Santo, lo mismo que la redención y el modo de consumarla, María es así madre de todo cuanto existe y Ella determinó la constitución de la materia y de todo espíritu que la anima.
Ella también determinó la creación de los cielos como morada donde habitaría y pondría Dios su trono y donde morarían los ángeles y los justos y a imagen del depósito de su maternidad divina en cuyo seno Dios se formaría como hombre y allí pondría su trono como Dios hecho hombre donde se gestaría para ser redentor y quiso participar como corredentora como madre de la redención, sufriendo, a la par de Cristo, todos y cada uno de sus sufrimientos y dolores en todo su ser, con estos mismo dolores del parto y del tormento de darlo a luz como redentor cuando El estaba redimiendo con su pasión y muerte.
Ella también determinó las jerarquías de los ángeles y estableció la creación de Lucifer y determinó rodearlo de gran belleza y majestad para que su Hijo –y Ella misma-- tuviera por servidor a tal creatura, que después se apartó de tal verdad y no quiso servir.
Debido a su participación como la Sabiduría creada y engendrada de la que Dios se valió al inicio de sus obras antes de todo el universo y sus seres en sus formalidades espiritual, mineral, vegetal, animal y humano, como madre de todo cuanto existe, es que Dios determinó que se proveyera como la señal de la mujer en el cielo para que los ángeles decidieran por Ella y su Hijo.
Ella proveyó con el ejercicio de arquitecta en la Sabiduría, anticipada y secretamente a todos los ángeles, al ser creados, de la pulsión, como una fruición de inclinación del ser para amar a Dios como su primer acto, pero sin violentar en modo alguno su libertad, contra el que obraron los rebeldes con su líder, --aquél que había sido constituido protector en el santo monte de Dios, y con su soberbia, sintiéndose Dios por su hermosura y el intercambio de acciones con el resto de los ángeles, como si fuera un comercio de bienes que no eran suyos y acumulando de ellos la suma de su poder y su lealtad que solo correspondían a Dios, se hizo padre de la mentira y homicida desde el principio y dio inicio al misterio de iniquidad contra el misterio de Dios (Ez. 28, 14-19)-- en la sucesión de acciones y el saber del peligro en que incurrían al someterse inicialmente a Dios solo por sujeción y no por amor y fue Ella la que les ofreció en su naturaleza el saber de todo lo que iban a perder y de lo que sufrirían sí se privaban de amar la verdad de Dios y mantenerse en esta.
Fue Ella quien vio primero el celo del San Miguel Arcángel y quiso ser su estandarte y le confirió su autoridad para expulsar a los rebeldes del cielo y fue Ella quien le otorgó el don secreto e invencible de su nombre y se gozó con la obediencia de sus leales.
En la Sabiduría, Ella también proveyó la formación de Adán y el modo de la formación de Eva y luego sufrió su desobediencia y el asesinato de Abel y todo pecado que ha ocurrido y ocurrirá en la tierra, así como se goza con el triunfo de los justos y la iglesia.
Ella diseñó y proveyó en su misterio --que se manifestó cuando dijo “hágase en mi según tu palabra” (Lc. 1, 38) y desde que Dios creó la Sabiduría y la formó desde la eternidad (Prov. 8, 22-36) y está con Dios en la creación-- la redención y el modo de realizarse con toda la justicia y la misericordia eternas de Dios, tal cual sus entrañas purísimas formaron a Nuestro Señor Jesucristo y, del mismo modo, diseño al pueblo de Israel con sus doce tribus, a la Iglesia con sus doce apóstoles, tal como lo hizo con el cielo, la tierra y todo cuanto existe. Así también es madre de la resurrección y del triunfo de Cristo y de la Iglesia en la Jerusalén celeste y la vida en Dios cuando Cristo entregue el Reino a su Padre y Dios sea todo en todos.
Conviene reflexionar también en otro misterio que ocurrió y que fue advertido por Dios en su Sabiduría, para meditar el tierno amor de Dios por el hombre y no dejarlo abandonado, sino encarnarse para redimirlo por medio de la Santísima Virgen María y poner a cargo de ella la mediación y el trabajo de realizar todo lo necesario para que su voluntad redentora se cumpliera a la perfección, porque si Él la eligió para ser su Madre, por ese mismo misterio tenía toda la soberanía para ser colaboradora en su plan de rescatar a los muchos que quisieran amar a Dios sobre todas las cosas como Ella lo hizo.
III. María mediadora de todas las gracias.
La voluntad de Dios es absoluta y todo lo puede. Toda la creación es por los méritos anticipados de la Redención de Cristo.
El decreto de Dios de tener Madre es con Él durante toda la eternidad; no tuvo un inicio y no tendrá fin. Siempre es.
El ser de la creatura existe en Dios como su decreto por toda la eternidad y para la creatura empieza en el tiempo cuando así está determinado por Dios.
Todos lo actos de los hombres Dios los ha visto desde toda la eternidad y así están escritos. Todo lo que el hombre decidió hacer así queda escrito y decretado como elección del hombre.
Cuando el hombre elige hacer la voluntad de Dios y se determina a una vida santa y muere viviéndola, así queda decretado por Dios, lo mismo que quien lo ignora o se entrega al pecado.
En la Santísima Virgen María Dios vio su aceptación y así quedó decretada como su libre aceptación. Como tal, le hizo entrega en ese momento de todo el caudal de tesoros, soberanía y potestades de lo que significa ser Madre de Dios para que lo viva y ejerza. Así ocurre con todos los hombres con relación al llamado de Dios para cada cual.
Entonces, aunque en el transcurso del tiempo todo los hombres existen a partir de que son concebidos en el vientre de sus madres, en la mente de Dios existen como decreto por toda la eternidad, lo mismo que todas sus vidas y el registro y sello como decreto de lo que eligieron en sus vidas.
Desde el primer acto de aceptación de cada ser humano, de la voluntad de Dios, se le va entregando el caudal de los tesoros de la vida divina hasta su entrega total en la Jerusalén Celeste.
Aunque en el tiempo la Santísima Virgen María dijo “Hágase en mi según tu palabra” cuando se presentó el Arcángel Gabriel para saludarla de parte de Dios y decirle que el Señor está con Ella y que va a ser Madre de Dios, es porque Ella encontró gracia ante Dios: "Has encontrado gracia delante del Señor" (Lc. 1, 30), lo cual significa que Ella realizó acciones con todo su ser buscando desde que pudo hacerlo, esa gracia y ese favor de Dios. Tal hecho en la mente de Dios lo ve desde la eternidad y ocurre eternamente juntándose su decreto, con la aceptación de María, razón por la cual la había concebido sin pecado y en gracia plena que encontró cuando el Señor vio todos sus actos anticipadamente, con una santidad superior a la de todos los ángeles del cielo y solo inferior a la de Cristo. En el orden temporal en este momento la Santísima Virgen recibe con la encarnación todo el caudal de tesoros que corresponden a la Madre de Dios. María da a luz a Cristo como Verbo encarnado y así como Dios hecho hombre y por eso María es verdaderamente la Madre de Dios, consumándose la voluntad de Dios de darse a sí mismo una madre, puesto que para eso había creado la naturaleza y el ser de la madre, primero para sí mismo (Mt. 20, 15; Rom. 9, 14-15).
Es así como en la eternidad Dios determinó hacerse hombre para lo cual diseño la naturaleza humana en María, pero lo hizo otorgándole al mismo tiempo la autoría de esta, como imagen y semejanza de sí mismo para Cristo por su medio, haciéndola dueña, señora y autora de tal diseño, de tal imagen y semejanza y de la misma decisión de hacerse hombre, como un regalo para María, como constitutivos de su ser.
Esto es, que el decreto de Dios lo hizo desde el corazón y con la voluntad de María, como si fuera la de Ella y haciendo uso del privilegio que le regalaría a Ella de que su voluntad sea la misma de Dios y haciendo uso de su voluntad como si Ella misma lo hiciera y lo hizo. Esto ocurre sin que sea violentada ni disminuida o afectada en manera alguna la voluntad de Dios ni la libre voluntad de María, sino como acto del amor como acto entre los que se aman y se conocen cada quien con su naturaleza y modo de ser.
María se adjudica y se apropia de cada uno de los actos y decretos de Dios correspondientes a la Creación y la Redención y los hace suyos con la naturaleza de la autoría misma de estos en Dios, conforme se va dando cuenta de éstos desde la encarnación y durante la vida de Nuestro Señor Jesucristo, hasta su resurrección, ascensión y asunción de Ella misma.
Es así que cada acto de Dios con relación a la Creación y la Redención fueron hechos en María, por María, con María, para María y al ocurrir esto en María desde su inmaculada concepción, al irse dando cuenta de estas obras grandes que Dios ha hecho en Ella, las acepta en su totalidad y en ese mismo acto las realiza en Dios, por Dios, con Dios y para Dios, formándose así una unidad de actos y decretos de Dios con María y de María con Dios en su Santísima Trinidad.
No se afecta ni violenta o modifica la naturaleza de los decretos y actos creadores, ni la exclusividad del poder y soberanía de Dios, ni la naturaleza de la Creación y de la Redención, como tampoco la mediación de María en todos estos, tal cual no se vio afectada la naturaleza humana como Dios la creo, ni la divina, cuando Cristo se encarnó en María. Así que en la encarnación y en la redención la naturaleza humana obtiene su plenitud y la Dios ve consumada su voluntad, lo mismo que en la participación de los atributos creadores y redentores totalmente entregados a María como madre, arquitecta y operadora de cada uno de ellos, sin que se disminuya o modifique la voluntad y actividad de Dios, o se vea modificada en modo alguno la libre voluntad de María.
En el tiempo y en la vida de la Santísima Virgen María, Ella se fue dando cuenta paulatinamente de estas cosas grandes que proclama (Lc. 1, 49), a lo largo de su vida en la tierra hasta su gloriosa asunción y las fue meditando y guardando en su corazón (Lc. 2, 19). El cómo y por qué Dios decidió encarnarse, crear todo el universo y redimir al hombre y el como y por qué todo lo hizo en Ella, con Ella, para Ella y por Ella, como hija, esposa y madre de la Santísima Trinidad y Reina de todo lo creado.
Por esto es que en la Bodas de Caná la Santísima Virgen María decide que Cristo haga el milagro del vino y ocurre un coloquio entre Ella y su Hijo, que tradicionalmente se entiende como que Jesús se muestra reticente al decirle "¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.” (Jn. 2, 4), pero que a la vista del discernimiento de espíritus implica el profundo misterio de lo que ellos sabían de la relación en la vida de Dios entre el Hijo y su Madre. "¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer?" Significa toda la verdad de lo que en realidad tienen que ver Cristo con su Madre, como Madre de Dios, madre de todo cuanto existe y madre de la redención.
"¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer?” significa la confirmación de lo que en realidad tienen que ver uno con otro en la mente de Dios que abarca desde todo acto y decreto por cuanto todo existe y por cuanto todo es recreado, así como el agua se ha de convertir en vino por intervención de ambos. Ella decide sobre todo el poder de Dios: cuándo se ejercita, cómo, dónde y por qué, así que Ella evangeliza sobre su potestad y dominio, adjudicación y apropiación de la divinidad y de todas sus obras, porque se ejercen por medio de Ella.
"¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora” significa así todo cuanto tienen que ver Cristo con su Madre y todos los acuerdos que tienen para realizar la obra de Dios por medio de Ella sin importar que el curso de los eventos indiquen que no ha llegado la hora de algo, por lo cual quien tiene señorío y gobierno real sobre estos, sobre su naturaleza, el espacio y el tiempo en que deban ocurrir, puede modificarlos a su arbitrio y esto es confirmado por Dios, ya que para eso le dio tal potestad.
IV. En la Santísima Virgen María está la Sabiduría de Dios.
El Rey Salomón recibió de Dios la sabiduría y ocultó en sus palabras al ser de la Santísima Virgen María, cuyo constitutivo natural por entrega de Dios, aceptación de Ella, adjudicación y apropiación, es precisamente la Sabiduría y por eso Ella es Trono y sede de la Sabiduría, ya que le fue entregada desde el momento de su concepción inmaculada.
Dice Salomón: “Yhavé me creo, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas” (Prov. 8, 22). Es así que se trata de una creatura de Dios, hecha con su atributo de sabiduría infinita del Espíritu Santo, como un ser independiente relacionado con Él como autor y creador y con la creación como consecuencia y efecto. La sabiduría fue creada como expresión de su eterna sabiduría y también engendrada. Es una participación de su Sabiduría para un propósito específico. Dios la usó como arquitecto.
Así lo expresa el Rey Salomón en el capítulo 8 del libro de Proverbios: ¿No está llamando la Sabiduría? y la Prudencia, ¿no alza su voz? En la cumbre de las colinas que hay sobre el camino, en los cruces de sendas se detiene; junto a las puertas, a la salida de la ciudad, a la entrada de los portales, da sus voces: «A vosotros, hombres, os llamo, para los hijos de hombre es mi voz. Entended, simples, la prudencia y vosotros, necios, sed razonables. Escuchad: voy a decir cosas importantes y es recto cuanto sale de mis labios. Porque verdad es el susurro de mi boca y mis labios abominan la maldad. Justos son todos los dichos de mi boca, nada hay en ellos astuto ni tortuoso. Todos están abiertos para el inteligente y rectos para los que la ciencia han encontrado. Recibid mi instrucción y no la plata, la ciencia más bien que el oro puro. Porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas, ninguna cosa apetecible se le puede igualar. «Yo, la Sabiduría, habito con la prudencia, yo he inventado la ciencia de la reflexión. (El temor de Yahveh es odiar el mal.) La soberbia y la arrogancia y el camino malo y la boca torcida yo aborrezco. Míos son el consejo y la habilidad, yo soy la inteligencia, mía es la fuerza. Por mí los reyes reinan y los magistrados administran la justicia. Por mí los príncipes gobiernan y los magnates, todos los jueces justos. Yo amo a los que me aman y los que me buscan me encontrarán. Conmigo están la riqueza y la gloria, la fortuna sólida y la justicia. Mejor es mi fruto que el oro, que el oro puro, y mi renta mejor que la plata acrisolada. Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad," (…) «Yahveh me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra. Cuando no existían los abismos fui engendrada, cuando no había fuentes cargadas de agua. Antes que los montes fuesen asentados, antes que las colinas, fui engendrada. No había hecho aún la tierra ni los campos, ni el polvo primordial del orbe. Cuando asentó los cielos, allí estaba yo, cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo, cuando arriba condensó las nubes, cuando afianzó las fuentes del abismo, cuando al mar dio su precepto - y las aguas no rebasarán su orilla - cuando asentó los cimientos de la tierra, yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres.» (...) «Ahora pues, hijos, escuchadme, dichosos los que guardan mis caminos. Escuchad la instrucción y haceos sabios, no la despreciéis. Dichoso el hombre que me escucha velando ante mi puerta cada día, guardando las jambas de mi entrada. Porque el que me halla, ha hallado la vida, ha logrado el favor de Yahveh. Pero el que me ofende, hace daño a su alma; todos los que me odian, aman la muerte.»"
Y confirma a la Sabiduría como su consejero y maestro para concebir y realizar la Creación y todas sus obras a través del profeta Isaías (Is. 40, 14), expresando el misterio que consiste en depositar su atributo infinito de la Sabiduría al hacer de este con relación a la Creación una creatura con ser propio; una persona que actúa y habla por sí misma en el Espíritu Santo y lo hace para ser adjudicado totalmente a la Santísima Virgen María.
Aquí hay dos actos distintos: aquél acto por el que crea y engendra a la Sabiduría desde la eternidad y el acto por el que esta le sirve como arquitecto para la creación del universo y la redención. El acto de crear al universo es de Dios y al mismo tiempo es de la Sabiduría como ser que puede actuar por su cuenta para Dios, que está con Él. Así la creación es un acto de la Sabiduría como arquitecto, consejero y maestro y de Dios como mandante con cuyo poder esta se crea y existe y cuyo depósito se encuentra en la propia Sabiduría.
Dios encarga a su arquitecto maestro y consejero la obra de la Creación y, al ejecutarla, ejerce la voluntad de Dios y al hacerla Dios hace la obra de Dios y es al mismo tiempo obra de la Sabiduría.
Por lo anterior el lenguaje de Salomón expresa a la Sabiduría como ser creado por Dios, con capacidad para actuar por su cuenta para Él, que está con Él y que obra con Dios pero con total soberanía al ejecutar la voluntad de Dios, que es también su voluntad, sin que en nada se disminuya la potestad de uno o del otro y como una misma cosa, que es obra a la vez de ambos, con absoluto dominio del uno y del otro. La Sabiduría es un ser distinto del ser del universo e independiente de este, y la creación depende del acto de la sabiduría como arquitecto, consejero y maestro.
Dios se deleitaba con los actos de la Sabiduría al ejercer como arquitecto y para la Sabiduría tales actos eran un juego que le divertía y cuyo desenvolvimiento deleitaba a Dios.
Para la Sabiduría, su función como arquitecto de la Creación fue, es y será un juego divertido que deleitaba a Dios, por cuanto el jugar y divertirse al hacerlo era un acto total y absolutamente propio de la Sabiduría, la cual podía decidir el modo que más le alegraba para poner en marcha cualquiera de las obras como cosa suya, sin que eso disminuyera Sabiduría ni perfección a sus actos.
Si toda la Sabiduría de Dios respecto de la creación que radica en el Espíritu Santo se encuentra en el ser mismo de la Sabiduría, como ser distinto de Dios, entonces puede administrarla como lo quiera y del modo que le parezca un juego para deleitar a Dios.
Es propio de la Sabiduría tener el atributo constitutivo de su naturaleza el decidir absoluta y libremente el modo mas perfecto, alegre y divertido de llevar a cabo los decretos de Dios y Dios los sellará como decreto suyo y eso será un deleite para Dios.
Siendo que Dios de nada tiene necesidad y nada agrega a su ser absoluto el crear algo, con el hecho de haber creado y engendrado a la Sabiduría tampoco satisfacía alguna necesidad, puesto que ninguna necesidad tiene.
Si Dios decide hacer al Hombre y este Hombre es Dios, tal acto en sí mismo agota el universo de la humanidad, toda vez que Jesucristo es el Hombre absolutamente perfecto y podría haberlo hecho sin necesidad de una madre, ni de crear previamente sustancia ni materia alguna y toda su gloria quedaría igual que antes y sin agregado o modificación, siendo en sí mismo consumación de su gloria inmutable.
Si la Santísima Trinidad ha determinado darse a sí mismo una Madre para hacerse Hombre en su Segunda Persona, entonces ha determinado y originado la causa de la existencia de la Sabiduría dándole ser distinto de Él para el efecto específico de la consumación de su voluntad. Entonces resulta que toda la humanidad perfecta radica en Cristo y su Madre, sin que haga falta algún hombre más.
Si la suma perfección de la humanidad se encuentra en Cristo y su Madre, no hay necesidad de crear los cielos ni al universo, tampoco a los ángeles ni otros hombres.
Si toda la razón y propósito de crear es absolutamente perfecto con Cristo y su Madre, pero Dios decidió crear a todo el universo, a los ángeles y todos los hombres, entonces es conforme con la Sabiduría el qué, como parte de sus obras, determine crear a todo el universo, los cielos y los ángeles; es autoría de la Sabiduría como parte de su acto como arquitecto, el cual Dios dio libertad absoluta de hacerlo como a Ella le pareciera o no hacerlo, y decidió hacerlo.
Tal decisión independiente en la Sabiduría, existió con tal naturaleza en la mente de Dios por toda la eternidad porque vio que eso iba a decidir la Sabiduría y así lo decretó como cosa suya, se lo adjudico y se lo apropió y se deleito con tal juego de la Sabiduría.
La Sabiduría misma como constitutivo de su ser, vio todas las consecuencias y efectos de crear al universo y todo cuanto contiene, ángeles y hombres, por cuanto en el mismo acto y con el dominio, regencia, autoridad y majestad de Dios, estableció la Redención para rescatar a los hombres que se acogieran a Ella, luego del pecado de la desobediencia que cometieron Adán y Eva.
Así lo declara el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías: “¿Quién ha medido el aliento del Señor? ¿Quién le ha sugerido su proyecto? ¿Con quién se aconsejó para entenderlo, para que le enseñara el camino exacto, para que le enseñara el saber y le sugiriese el método inteligente?” (Is. 40,13-14), revelando al ser que es el Trono de la Sabiduría con quien se aconsejó y ejerció como maestro y con quien tuvo coloquios para crearlo todo y luego recrearlo con la Redención consumada por Cristo. “¿Quién ha medido a puñados el mar o mensurado a palmos el cielo, o a cuartillos el polvo de la tierra? ¿Quién ha pesado en la balanza los montes y en la báscula las colinas?” (Is. 40,12).
Por testimonio mismo de María sabemos que la Sabiduría se radicó en Ella como su trono y constitutivo de su persona, como un don solo para Ella como su Madre, al declarar que Dios ha hecho obras grandes por Ella debido a que miró la humildad de si como esclava de Dios (Lc. 1, 46-49) y con los hechos y obras de Dios se confirma que la Sabiduría de Dios es de María y el gobierno y soberanía de Ella como Madre de Dios en la Creación y Redención es obra de Dios, ya que por haberla hecho su Madre, le entrego a la Sabiduría para realizar sus obras, por cuanto toda obra de María es obra de la Sabiduría de Dios.
Así se se revela como fue consumado el hecho de que Dios vio toda la vida de la Santísima Virgen María desde su concepción y vio que Ella tenía más humildad que cualquier creatura del cielo y de la tierra y que su obediencia era superior a la de todos los hombres y ángeles, por cuanto podía llamarse a sí misma su esclava, aquélla que cumple con toda perfección la voluntad de Dios y solamente Ella podría exclamar con toda verdad: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc. 1, 46-50).
La Sabiduría le fue dada a María para ser constitutivo de su persona y Dios la creó y engendró y usó como medio para crear al universo y todo cuanto existe, del mismo modo que en su momento, al concebir a la Santísima Virgen María inmaculada, por obra del Espíritu Santo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se encarnó en sus entrañas purísimas y concibió a Jesucristo Nuestro Señor, por cuanto en este momento la Sabiduría y María se hicieron una misma persona, adquiriendo Ella la adjudicación y apropiación de todas sus obras como su autora, por cuanto María Madre de Dios, es cocreadora y corredentora de modo absoluto como creatura, sin que su participación disminuya o afecte los decretos y obras de Dios y su soberanía como único creador de todo en la eternidad y que por su soberana voluntad lo quiere hacer por María, sino que los consuma y obtiene el deleite de Dios al actuar como la operadora y mediadora de todo cuanto el hizo, regalándole El el ser su Madre y el crear todo cuanto existe y redimir al genero humano como creatura que participa de Dios porque El así lo dispuso, al mismo tiempo que Cristo creo como Dios y redimió como verdadero Dios hecho hombre.
Ocurrió así qué, por medio de la Sabiduría creó todo, siendo esta constitutivo creado por El para entregarlo y hacerlo uno con la persona de la Santísima Virgen María y por elección de Ella, y por eso Dios le dio voz como ser independiente de Él, tal como lo escribe el rey Salomón y crea al universo y al hombre; y luego, cuando María dice “Fiat” --“Hágase en mi según tu palabra”--, esta Sabiduría que formaba parte de Ella como su persona misma radicada en su virginidad y en su inmaculada concepción, se adjudica y apropia, como cosa suya a la Creación que Ella misma había realizado con Dios antes de concebirse inmaculadamente como su posesión, para recrearla en la Gracia por medio de la Redención que habría de realizar Nuestro Señor Jesucristo, que por la sombra del Espíritu Santo se encarnaba en Ella virginalmente, para darlo a luz de igual manera. Todo ello por los méritos anticipados de la Redención de Cristo, que alcanzaron hasta aquél Principio e inicio, cuando fue creada y concebida la Sabiduría.
Por eso el mismo Dios se lo comunica por medio del arcángel San Gabriel, cuando le dice “Salve llena de Gracia, el Señor es contigo”, de igual manera como la Sabiduría dijo de sí misma, “desde la eternidad fui fundada”, tal cual se fundó el decreto eterno de la encarnación del Verbo, y tal cual el apóstol San Juan declara: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron." (Jn. 1, 1-5), habla de Jesucristo en El Principio, en La Sabiduría; es decir, en María.
Entonces, resulta que en las palabras que Dios dice a María por medio de Gabriel y por medio de Isabel (Lc. 1, 41-42) se encuentra el misterio de Dios: el de su Encarnación, el de la Creación y el de la Redención y el de la Jerusalén Celeste cuando Dios será Todo en todos. Lo será por medio de María, habiendo sido Ella la primera y única en estar Todo en Ella y desde Ella y en Ella será Todo en todos, cada uno en proporción a su merecimiento.
Ella es llena de gracia, es decir, de la vida de Dios; Dios vive en Ella, pero además de vivir en Ella y ser de Ella, está con Ella, es decir todos sus actos son de Dios, puesto que al estar llena de gracia, su vida es de Dios y la vida de Dios es de Ella, pero también cualquier decisión que Ella tome es soberana, ya que Dios la respalda cada vez como su propia voluntad y por eso está con Ella, quien ha sido bendecida entre todas las mujeres que existen gracias a Ella para ser madres y el fruto de de su vientre es bendito y va a sanar a su pueblo.
Por ello es que Cristo es el Alfa y Omega con María de todo cuanto existe y María es con Cristo Alfa y Omega de todo lo que es de Cristo al mismo tiempo y desde toda la eternidad, cada uno desde su naturaleza y sin que se afecte o disminuya la realeza y potestad de cada uno y obtener delicia al estar con los hijos de los hombres y ser la delicia de Dios en sus juegos al realizar toda estas obras.
Dado que la Sabiduría vio que si Dios creaba el universo, los ángeles y los hombres y convenía a Ella que Cristo no fuera el único hombre, sino que tuviera muchos hermanos y que estos iban a pecar desde el principio, entonces María aceptó, cuando dijo "fiat", el regalo de su participación en la Sabiduría, el momento de ser Madre de Él en la plenitud de los tiempos y no al principio, y por eso Cristo no fue el primer hombre creado en el tiempo, ni fue María la primera Mujer, como su madre, sino Adán y Eva, abriéndose así el tiempo natural y el tiempo de la redención con la recreación del universo, cuyo inicio ocurre con la encarnación del Hijo de Dios.
Así, cuando Dios decide ser Hombre y Redentor en Cristo, cargando con todo el peso del pecado de todos los hombres sin que tuviera en sí el pecado heredado de Adán por ser Dios hecho hombre, en esa misma decisión y entrega voluntaria para redimir y la exención del pecado por ser Hijo de Dios, confiere a su Madre la misma condición inmaculada en su concepción y le da el privilegio de poder elegir cargar con los mismos dolores y el mismo sacrificio que él iba a padecer y Ella así lo eligió anticipadamente en la Sabiduría que Dios había determinado que fuera constitutivo de su persona como su trono.
El mérito de Cristo Redentor alcanzó y se entregó totalmente a su Madre desde el inicio de todas las obras de Dios y fue inmaculada en la mente de Dios por estos méritos de Cristo desde toda la eternidad, puesto que ya desde que decidió hacerse hombre y crear a María para ello, esa condición excluía al pecado, la cual conservó intocable como constitutivo de su ser desde su concepción inmaculada al decidir ser madre del Redentor, aunque llegase a consumar tal oficio en la plenitud de los tiempos y no al principio de estos, por lo cual, a partir de la inmaculada concepción de María, su realeza como Madre de Dios que se adjudica totalmente con el “fiat”, se expande hacia todo el tiempo desde el principio y hacia el futuro hasta la consumación de los siglos para la eternidad.
María decidió libremente padecer las penas comunes a la naturaleza caída del hombre igual que Cristo decidió padecerlas al tiempo de sufrir la pasión y muerte para consumar la redención, sin que ello afectara su inmaculada concepción en Gracia.
Cuando María dijo dijo “hágase en mi según tu palabra” (Lc. 1, 38), esa determinación fue la misma que estaba en la Sabiduría, sin que eso afectase en modo alguno a su absoluta libertad de decidirlo así.
Tales decretos como Madre se confirman por voz de la propia Sabiduría, que salió de la boca del Altísimo. Es decir, no como palabra, la que el Verbo de Dios es su segunda persona, sino como algo distinto parecido a una neblina para tener un trono y poner su casa en Jacob y fijar su herencia en Israel como morada santa, esto es, nacer en la carne de María para ser madre de su segunda persona hecha hombre y expandir su maternidad sobre Israel, es decir sobre el pueblo de Israel y sobre la Iglesia de Cristo desde donde ejerce su autoridad y su ministerio, creciendo en sus hijos y elevándose al cielo en ellos, siendo en sus vidas la exhalación de los hermosos perfumes de la vida que les da, haciendo germinar la Gracia y la gloria y haciendo vivir la hermosura de su amor como Madre de Dios, siendo Madre del Amor Hermoso, el santo temor de Dios, la ciencia de Dios y la esperanza de poseerlo como Ella: “soy dada a todos mis hijos, a los que han sido elegidos por Dios. Vengan a mi los que me desean y sáciense de mis productos”… (Eclo 24, 23-31).
“La sabiduría hace el elogio de sí misma y se gloría en medio de su pueblo, abra la boca en al asamblea del Altísimo y se gloría delante de su Poder: «Yo salí de la boca del Altísimo y cubrí la tierra como una neblina. Levanté mi carpa en las alturas, y mi trono estaba en una columna de nube. Yo sola recorrí el circuito del cielo y anduve por la profundidad de los abismos. Sobre las olas del mar y sobre toda la tierra, sobre todo pueblo y nación, ejercí mi dominio. Entre todos ellos busqué un lugar de reposo, me pregunté en qué herencia podría residir. Entonces, el Creador de todas las cosas me dio una orden, el que me creó me hizo instalar mi carpa, él me dijo: «Levanta tu carpa en Jacob y fija tu herencia en Israel». Él me creó antes de los siglos, desde el principio, y por todos los siglos no dejaré de existir. Ante él, ejercí el ministerio en la Morada santa, y así me he establecido en Sión; él me hizo reposar asimismo en la Ciudad predilecta, y en Jerusalén se ejerce mi autoridad. Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia. Crecí como un cedro en el Líbano y como un ciprés en los montes del Hermón; crecí como una palmera en Engadí y como los rosales en Jericó; como un hermoso olivo en el valle, y como los rosales en Jericó; como un hermosos olivo en el valle, y como un plátano, me elevé hacia lo alto.
Yo exhalé perfume como el cinamomo, como el aspálato fragante y la mirra selecta, como el gálbano, la uña aromática y el estacte, y como el humo del incienso en la Morada. Extendí mis ramas como un terebinto, y ellas son ramas de gloria y de gracia. Yo, como una vid, hice germinar la gracia, y mis flores son un fruto de gloria y de riqueza. [Yo soy la madre del amor hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza. Yo, que permanezco para siempre, soy dada a todos mis hijos, a los que han sido elegidos por Dios.] ¡Vengan a mí, los que me desean, y sáciense de mis productos! Porque mi recuerdo es más dulce que la miel y mi herencia, más dulce que un panal. Los que me coman, tendrán hambre todavía, los que me beban, tendrán más sed. El que me obedezca, no se avergonzará, y los que me sirvan, no pecarán». Todo esto es el libro de la Alianza del Dios Altísimo, la Ley que nos prescribió Moisés como herencia para las asambleas de Jacob. [No dejen de buscar su fuerza en el Señor; permanezcan unidos a él, para que él los fortalezca. El Señor todopoderoso es el único Dios y, fuera de él, no hay otro salvador.] Ella hace desbordar la Sabiduría como el Pisón y como el Tigris en los días de los primero frutos; inunda de inteligencia como el Éufrates y como el Jordán en los tiempos de la cosecha; prodiga la instrucción como el Nilo, como el Guijón en los días de la vendimia.
El primero no terminó de conocerla y el último ni siquiera la vislumbra. Porque su pensamiento es más vasto que el océano y su designio, más profundo que el gran Abismo. En cuanto a mí, como un canal que brota de un río, como una acequia, salí a un jardín y dije: «Regaré mi huerta y empaparé mis canteros». ¡De pronto, mi canal se convirtió en un río, y mi río se transformó en un mar! Aún haré brillar la instrucción como la aurora e irradiaré su luz lo más lejos posible; aún derramaré la enseñanza como una profecía y la dejaré para las generaciones futuras. Porque yo no he trabajado sólo para mí, sino para todos los que buscan la sabiduría." (Eclo. 24).
V. María es Madre de todo lo que existe.
El ser de todas las creaturas también es obra de María.
Los cielos y la tierra y todos sus habitantes y la redención existen gracias a María en acuerdo con Cristo, por eso le dijo “¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer?” (Jn. 2, 4), a la hora de ejercer su potestad y deleitarse entre los hijos de los hombres y ser deleite de Dios con sus decisiones, al proveer a aquellos que existen gracias a Ella.
Todo ser es de María y en consecuencia, todo espíritu creado es esencialmente propiedad de María y por eso Ella es Reina de los ángeles a los cuales excede en gracia porque es Madre de la Gracia y tienen la Gracia por medio de Ella lo mismo que la visión beatífica. Es también por eso mismo que la señal que se les presento como prueba en el cielo fue la de la mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies con una corona de doce estrellas en su cabeza con el Hijo en sus entrañas que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro (Apoc. 12, 1-5).
Debido a que la Creación de Dios la hizo conforme al plan de la Sabiduría que el creó con el propósito de que diseñara la creación y esa sabiduría se la daba en su totalidad a la creatura que él iba a crear para que fuera su Madre, para que se apropiara de ella con todos sus actos anteriores como autoría propia, es que cuando empezó a crear sus obras durante siete días, término fijado por la propia Sabiduría, es que luego de crear "vio que era bueno" (Gn. 1; 2. 1-4), porque es lo que la Sabiduría como cosa de María había determinado que se crease. Dado que creó por medio de su Palabra, que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, aquello que la Sabiduría había decidido, es que cada cosa y cada vez que Dios creó dando ser al proyecto que le aconsejo su Sabiduría, es decir María, lo vio y vio su cualidad de bondad que la propia Sabiduría había determinado, con el caudal de bondad del mismo Dios (Mc. 10, 18).
Cuando Dios creó al hombre, lo hizo según el plan de su Sabiduría; secreta y misteriosamente siguiendo lo que la Santísima Virgen María había diseñado en la preexistencia del ejercicio de su voluntad en la ciencia de Dios. Por ello es que esta misma sabiduría proveyó qué, luego de haber pasado siete días y aunque Dios no había hecho llover y no había agua porque estaba sellada su fuente (Cant. 4, 12) hubiera un manantial que brotaba de la tierra solo para Dios, significando la materia prima con la que Dios iba a amasar la tierra para formar al hombre con sus manos (Gn. 2, 4-7), esto es, la propia naturaleza de la Santísima Virgen María que estaba con la voluntad de Dios, la cual estaba en la operación que realizaban sus manos, que es análoga con el misterio sacerdotal que hace posible la transubstanciación cuando al pronunciar las palabras sacramentales, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, quien mando celebrar este misterio (Lc. 22. 17-20) hasta que El vuelva revestido de poder y gloria para juzgar a vivos y muertos (Mt. 25. 31-46). Así como Dios con María creó al hombre con su imagen y semejanza la cual posee María, el sacerdote consagra en ejercicio del sacerdocio de Cristo, al pan y al vino y los convierte en el cuerpo y la sangre de Cristo. Tanto Dios uno y trino como el sacerdote realizan el oficio de María, porque así es la disposición del Padre.
La imagen y semejanza de Dios no es Dios, sino la Santísima Virgen María y propiamente son sinónimos la imagen y semejanza de Dios y la Santísima Virgen María. Cuando Dios formó al hombre con sus manos Dios quiso realizar la función de la Santísima Virgen María que como Madre forma al Dios hecho Hombre, configurándolo con la imagen de Cristo, cuya humanidad con la perfecta imagen y semejanza de Dios (Col. 1,15; 2 Co. 4, 4) adquiere en el vientre purísimo de la Santísima Virgen María y es Ella quien le da la humanidad según la imagen y semejanza perfecta de Dios que Ella posee y de la que es dueña.
Debido a que la Sabiduría fue el consejero y arquitecto de las obras de Dios y esta operaba la preexistencia de la voluntad de la Santísima Virgen María por quién el poderoso hizo obras grandes (Lc. 1, 49) --siendo una de estas obras la creación del universo y la misma creación del hombre-- es que Dios uno y trino habló en plural cuando lo creo y dijo "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1, 26); puesto que Él estaba considerando como cocreadora a la Santísima Virgen María, a cuya imagen se estaba haciendo al hombre, siendo Ella como ya se dijo, la propia imagen y semejanza de Dios como persona.
Por esa misma razón es que el génesis repite dos veces cómo hizo la creación, para que se revelase este misterio y este secreto a quienes quisieran verlo, entenderlo y descubrirlo y formar parte de el (Gn. 1, 27-28; 2. 7; 21-25); la primera es la concepción como la determinó la Sabiduría y la segunda es como la creo Dios siguiendo el diseño de la sabiduría. Moisés lo narra así para mantener inquebrantable el sello de la fuente sellada que es María. Solo conocen su venero aquéllos a quien Cristo quiere revelarlo (Mt. 11, 27).
Toda carne esencialmente es propiedad de María, ya que su carne fue constituida con la Sabiduría de Dios para ser su trono y constituirse en la Sabiduría creada y engendrada por Dios. La carne de todo hombre, incluyendo la carne de Nuestro Señor Jesucristo es de María. Por eso en la Cruz, poco antes de consumar la redención con su muerte y resurrección, reveló a Juan la verdad del vínculo que estaba restituyendo, que había sido roto por el pecado, de que María es Madre de los hombres.
"Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa." (Jn. 19, 26-27 ), y es precisamente con esta revelación al pie de la cruz que entre Jesús y María inicia la verdadera maternidad divina en la que se consuma la voluntad de Dios que Cristo pide que se haga junto con nosotros, consistente en que venga el Reino del Padre y se haga su voluntad en la tierra así como se hace en el cielo; esa maternidad que procede de la redención de Cristo y la corredención de María y finaliza la maternidad de Eva para quedar el nuevo orden de la creación, donde solamente existe María con sus hijos y Cristo con sus hermanos. Así se juntan en uno solo todos los "hágase" desde que Dios pronunció tal imperativo para crear el universo en la perfección del "hágase tu voluntad" que enseñó Cristo para dirigirnos al Padre en la oración, el "hágase" que pronunció en el huerto, con el "hágase" que pronunció María en la anunciación y el "hágase" que pronuncia con toda su mente y su corazón todo cristiano al juntarse con Cristo en la Padre Nuestro y hacerse hijo de María.
El apóstol san Juan vivía la voluntad de Dios y por eso dice de sí mismo que él era a quien Jesús amaba y por eso estaba reclinado sobre el pecho de Jesús durante la última cena, lo acompañó durante su agonía en el huerto y fue el único que lo siguió durante su pasión hasta su crucificción donde, al pie de la cruz estuvo muy cerca de su madre y allí Él lo dio a Ella como su hijo y, a él como su madre, haciéndolo su hermano a perfección y expresando su sed por entregar a Ella a todos sus hijos que habrían de venir, la manifestó, cumpliendo así la Escritura hasta el final (Jn. 13, 23; Mc. 14, 33; Jn. 19, 26-30), dando a conocer el misterio en el que consiste el que venga el Reino del Padre y se haga su voluntad en la tierra así como se hace en el cielo (Mt. 6, 10).
Este misterio había sido revelado por boca del profeta Baruc: “Contempla a tus hijos, reunidos de oriente y de occidente, a la voz del espíritu, gozosos porque Dios se acordó de ellos. Salieron a pie, llevados por los enemigos; pero Dios te los devuelve llenos de gloria, como príncipes reales. Dios ha ordenado que se abajen todas las montañas y todas las colinas, que se rellenen todos los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios. Los bosques y los árboles fragantes le darán sombra por orden de Dios. Porque el Señor guiará a Israel en medio de la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolo con su misericordia y su justicia.” (Baruc 5, 5-9).
No es que Cristo con su Redención entregara a su madre para que a partir de ese momento Ella iniciara a ser madre de los hombres, sino que Cristo le estaba restituyendo la plenitud de la maternidad a que Ella tenía derecho desde el principio, respecto de todos sus demás hijos, que había sido rota por el pecado, y cuya decisión de que existieran ocurrió antes de toda la creación, cuando la Sabiduría, como una preexistencia de la voluntad de María, con María, había decidido, en acuerdo con la Segunda Persona de la Santísima Trinidad --confirmado por el Padre y el Espíritu Santo--, adornar al decreto original de que en María y Jesucristo se agotara la existencia de toda humanidad como especie y decidió que existieran miradas y miríadas de hombres, como hijos suyos y hermanos de Jesucristo y así lo decretase Dios como cosa suya.
Esta entrega de sus hijos a María como hermanos de Cristo fue con la perfección de la Redención precisamente en la unidad del sacrificio de Cristo en el altar de la Cruz junto con los dolores de María, ya que ambos dolores ocurrieron al mismo tiempo en la unidad indisoluble que existe entre la Madre con su Hijo Cristo, de la misma carne, la misma sangre, una misma vida y un solo sentir en el cumplimiento de la voluntad de Dios. La carne, el alma y el espíritu y todo el ser de María habían sufrido cada una de las laceraciones, heridas golpes, escupitajos, cansancio y sufrimiento del corazón y del alma de Cristo y sufrían ambos al mismo tiempo el suplicio de la cruz, cuando se realizó esta entrega.
Así María estaba pariendo la Redención que consumó Nuestro Señor Jesucristo y, al hacerlo, lo parió a Él mismo como Redentor en su pasión y muerte redentores, con aquéllos dolores, al mismo tiempo que paría a todos sus demás hijos, hermanos de Cristo y por eso Cristo se los entregó ya que Ella es la verdadera Madre de todos los hermanos de Cristo redimidos por su pasión y muerte. Así ocurrió una doble y mutua entrega de dolores redentores. Cristo entregó sus dolores a María y, al hacerlo, Ella misma los sufrió totalmente en su corazón y los entregó a Cristo por todos sus demás hijos, a los que Cristo estaba haciendo sus hermanos, para que Cristo los entregase junto con sus propios dolores al Padre. Cristo sufría no solo los dolores propios, sino también los de su Madre, haciéndolos suyos y entregándolos todos al Padre.
Al mismo tiempo, cuando San Juan, el discípulo amado de Jesús, recibió a María como su Madre, recibió el conocimiento de este misterio secretísimo y profundísimo del significado de María Madre de Dios y de los hombres y Madre de todo cuanto existe; Cocreadora y Corredentora y que le estaba siendo devuelta a la humanidad con todos los privilegios del ser sus hijos que el demonio había arrebatado --y que había planeado destruir desde el primer instante en que fue constituido como querubín protector del Santo Monte de Dios-- por la desobediencia de nuestros primeros padres, la cual cada hombre había confirmado con sus propios pecados, pero que ahora era restituida para todo aquél que quisiera obtener la redención de Cristo y la Corredención de María. Por ello San Juan recibió las visiones de lo que fue y de lo que había de venir para saber el tesoro que había recibido y comunicarlo a todos sus hermanos, hijos de María, hermanos de Cristo e hijos de Dios.
Cristo confirma como hijo de María a quien le entrega a su madre, para lo cual es necesario ponerse al pie de la Cruz de Cristo y contemplar toda la obra que ha realizado con su Pasión, es decir, desde el asumir sus sufrimientos junto con María por el Viacrucis con el Santo Rosario, hasta presentarse ante Nuestro Señor crucificado y mirarlo a los ojos para que Él nos diga: he ahí a tu Madre y a Ella, he ahí a tu hijo y entonces Ella nos incorpora en la corredención con los dolores sufridos con su hijo Jesucristo.
Esto solo es posible realizarlo viviendo junto con Ella, en, con, por, para y de Ella. Cristo entregará como madre a su madre, solo a quien el quiera y esto ocurrirá entre quienes se la pidan para que diga a María que ese es su hijo y, enseguida, diga al que la ha pedido, aquí tienes a tu madre y enseguida Ella se vaya a vivir con su nuevo hijo. El modo de hacerse hijo de María es pidiendo al Padre --por medio de María-- la revelación de este misterio y que se complazca en hacerlo por medio de Nuestro Señor Jesucristo para que igualmente lo haga por medio de María y al mismo tiempo pedir al pie de la cruz a Cristo, que le de a su madre como madre; "por favor mi Señor Jesucristo, dame a tu Santísima Madre como Madre mi y que sea verdaderamente mi Madre. Dile "Madre, he aquí a tu hijo". Pedirle que se dirija a quien pide y le diga. "he aquí a tu Madre". Exactamente igual que hizo con el apóstol Juan. Es precisamente este el modo como Cristo nos ama y permanecemos en su amor al cumplir sus mandatos hasta hacernos sus hermanos (Jn. 15, 9-11).
Esta revelación es lo que vio en sueños el patriarca Jacob y no pudo más que exclamar: "¡Qué temible es este lugar! ¡Es nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo!; ¡Verdadaderamente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía!" Vio la gloria de la Santísima Virgen María, como la tierra prometida y la escalera al cielo, y recibió el regalo de esa tierra, la de la descendencia de los hijos de la Santísima Virgen María que entregó como su propia descendencia.
"Mientras dormía, tuvo un sueño. Vio una escalera que estaba apoyada en la tierra, y que tocaba el cielo con la otra punta, y por ella subían y bajaban ángeles de Dios. Yahvé estaba allí a su lado, de pie, y le dijo: «Yo soy Yahvé, el Dios de tu padre Abrahán y de Isaac. Te daré a ti y a tus descendientes la tierra en que descansas. Tus descendientes serán tan numerosos como el polvo de la tierra y te extenderás por oriente y occidente, por el norte y por el sur. A través de ti y de tus descendientes serán bendecidas todas las naciones de la tierra. Yo estoy contigo; te protegeré a donde quiera que vayas y te haré volver a esta tierra, pues no te abandonaré hasta que no haya cumplido todo lo que te he dicho.» Se despertó Jacob de su sueño y dijo: «Verdaderamente Yahvé estaba en este lugar y yo no me di cuenta.» Sintió miedo y dijo: «¡Cuán digno de todo respeto es este lugar! ¡Es nada menos que una Casa de Dios! ¡Esta es la Puerta del Cielo!» Se levantó Jacob muy temprano, tomó la piedra que había usado de cabecera, la puso de pie y derramó aceite sobre ella. Jacob llamó a ese lugar Betel, pues antes aquella ciudad era llamada Luz. Entonces Jacob hizo una promesa: «Si Dios me acompaña y me protege durante este viaje que estoy haciendo, si me da pan para comer y ropa para vestirme, y si logro volver sano y salvo a la casa de mi padre, Yavé será mi Dios. Esta piedra que he puesto de pie como un pilar será Casa de Dios y, de todo lo que me des, yo te devolveré la décima parte.»" (Gn. 28, 12-22).
Nuestro Señor Jesucristo había enseñado antes el significado del ser madre y hermano, cuando dijo “Aquí están mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt. 12, 49-50), ensalzando a la Esclava del Señor en quien perfectamente se hacía su palabra (Lc. 1, 38) al tiempo de revelar la naturaleza del ser su propia madre de todo aquel que cumple la voluntad de Dios, adquiriendo el vínculo íntimo como su madre, como lo es María, en María, con María, por María y para María.
Así que el discípulo amado de Cristo recibió la plenitud de ser hijo, hermano y madre de Cristo al pie de la cruz recibiendo la Redención de Cristo, la Corredención de María y juntando su propia vida y su propio dolor que experimentó con los dolores de Cristo y de María en él.
La primera noticia de este misterio se encuentra narrado en el capítulo 12 del Apocalipsis: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz”. “La mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono."
¿Por qué apareció como una señal? Para dar noticia de algo que no se sabía, frente a la cual solo podía ser amada o rechazada, obedecida o desobedecida.
¿Por que era una Mujer? Porque la noticia revelaba el ser mismo de tal creatura como Madre de Dios, madre de la creación y madre de la redención que moraban en Ella misma.
¿Por qué estaba vestida de sol? Porque Ella decidió vestirse así cuando en Ella y con Ella para Ella y por Ella se dio a conocer Dios como Sol de justicia y con Ella existía toda la luz para ver la creación como cosa suya, de su gobierno y su propia existencia y la del hijo que llevaba dentro así como la de toda creatura en el universo.
¿Por qué tiene la luna bajo sus pies? Porque representaba al gobierno y soberanía sobre toda gracia dada, tal cual la luz del sol es la que se refleja en la luna. El sol de la que ella misma se revistió al participar como cocreadora.
¿Por qué tiene una corona de doce estrellas? Porque esas estrellas son el poder en y sobre toda la creación, como su coautora y cogobernadora de todo proceso, fenómeno y disposición de Dios en la creación, representando la disposición de los Hijos de Dios en doce partes.
¿Por qué está encinta? Porque Ella decidió involucrarse desde la Sabiduría, no solo como coautora del plan de la creación y de la redención, sino como actor fundamental dentro de la ejecución del proyecto creador y redentor. Porque por Dios decidió hacerse hombre por su medio y Ella decide tener innumerables hijos hermanos del Dios hecho Hombre y corredimirlos.
¿Por qué gime con los dolores de parto y el tormento de dar a luz? Como consecuencia de su decisión de participar junto con Dios como cocreadora y corredentora y decidir misteriosa y anticipadamente que existan los cielos y la tierra, los ángeles y los hombres como el modo de ser la Madre del Dios hecho hombre. Cuando Cristo sufre su pasión y muerte, Ella lo pare en el dolor como redentor en el acto de sufrir por El desde que se extravió tres días y durante cada instante y hecho de la pasión como se lo anunció el Espíritu Santo por boca de Simeón. Sufre tales tormentos mientras se completa el número de los hombres que son redimidos por Cristo, desde que nacen hasta que mueren, debido a todas sus trasgresiones y pecados; el caer una y otra vez y miles y millones de veces, a pesar de todo el alimento que en su vientre mismo les da, hasta que aprendan a elegir el bien y rechazar el mal definitivamente, como lo expresa Isaías.
“Si no os afirmáis en mí no seréis firmes. Volvió Yahveh a hablar a Ajaz diciendo: «Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios en lo profundo del seol o en lo más alto.» Dijo Ajaz: «No la pediré, no tentaré a Yahveh.» Dijo Isaías: «Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel. Cuajada y miel comerá hasta que sepa rehusar lo malo y elegir lo bueno. Porque antes que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno, será abandonado el territorio cuyos dos reyes te dan miedo.” (Is. 7, 10-16)
El universo de lo que es ser la Madre de Dios incluye el crear con Dios y redimir con Dios, ya que en Dios el decretar tener a una madre y consumar su decreto confiere tal calidad del ser a todo lo que es Dios, es decir a su infinitud, su omnipotencia, su eternidad, su esencia, su poder y todas sus obras. Es madre de su naturaleza como un regalo de Dios a su madre, confiriéndole el ser madre de su Trinidad de un modo absoluto con relación a la naturaleza del ser madre que El decretó y creó para sí.
Mientras los hombres tienen por madre a su madre natural y es causa de su origen natural y tienen a Dios por padre sobrenatural como su creador y dueño, sin la participación del hijo en modo alguno para serlo, la madre de Dios lo es por decisión misma de Dios, que quiere darse a Ella como Hijo para concederle todos los derechos de sí mismo como El Ser en la eternidad, desde que existe tal decreto, es decir desde la eternidad, para hacerlo realidad en el tiempo hasta la eternidad.
Así que mientras que para María el ser Madre de Dios tiene un principio e inicio al acto de su aceptación cuando dijo “hágase en mi según tu palabra” que se entiende por la eternidad completa y por la naturaleza infinita de Dios, para Dios lo es desde siempre como decreto y consumación del mismo que ocurren al mismo tiempo, naturaleza de la que participa María por poseer tal maternidad desde el momento en que aceptó ser la Madre de Dios.
Así como Dios Padre es Creador y Redentor con Cristo y el Espíritu Santo es Creador y Redentor con Cristo por estar con El y en El, la Santísima Virgen María, que es Madre de Dios, es Creadora y Redentora como creatura, ya que el Señor está con Ella desde su concepción en la mente de Dios y en el vientre de su madre. Cada persona de la Santísima Trinidad esta con María de esa forma, por cuanto así como cada persona de Dios es Creadora y Redentora en Cristo como Dios en el Hombre Dios, María, que es con quien el Señor está, es Creadora y Redentora como creatura sola a la que Dios quiere darse como Padre, Esposo e Hijo, por cuanto su participación es como solo puede serlo una creatura elevada por Dios a tal oficio, por lo que su actividad es la de estar con Dios cuando Dios está con Ella, siendo entonces que su obra es de Cocreadora y de Corredentora, asociada mediante apropiación y adjudicación de Dios como propiedad de Dios y dándole es misma atribución de poder adjudicarse y apropiarse de Dios y de todos sus decretos como operadora de los mismos con todo el poder de Dios como su mediadora como sola creatura, por cuanto no altera, ni afecta o disminuye la exclusividad de la Redención de Cristo como Dios hecho hombre que quiso serlo por medio de María, con Ella, en Ella y para Ella y desde Ella a todos los hombres. La zarza no dejó de ser zarza ni el fuego dejó de ser fuego ni Dios que moraba en esta dejó de ser Dios, ni la zarza era Dios ni Dios era la zarza.
Adjudicarse el acto de disponer que Dios cree todo el universo con ángeles y hombres y adjudicarse como madre y reina de todo, la responsabilidad de las consecuencias de ello se expresa con la señal de la mujer en el capítulo 12 del Apocalipsis cuya señal y dolores en sí mismos son la manifestación de su participación y responsabilidad en la creación y la redención.
Así al decidir que sea creado el universo con cielos, tierra, ángeles y hombres Ella se responsabilizó de las consecuencias de ello, lo cual no implica que Ella tuviera culpa alguna, sino ejercicio de su fecundidad maravillosa con los portentos recibidos de Dios.
Se responsabilizó de que parte de los ángeles se rebelen y por eso determinó que fuera preparado para ellos el infierno donde se ejecute por la eternidad la justicia de Dios (Mt. 25, 41) y de que los hombres desobedezcan el mandato de Dios y mueran y muchos vayan por ello al infierno y se responsabilizó de proveer la redención para rescatar del pecado y sus efectos a los que aceptasen, con el precio de pedir a su Hijo morir en la cruz para redimirlos con todo el sufrimiento que ello implica y que El lo acepte gustoso y que así lo confirme la Santísima Trinidad con decreto y sello. Esto no tiene otra expresión en su vida que quedar encinta por su propia decisión y que la creatura sea Cristo y al mismo tiempo sea toda la humanidad redimida por sus dolores con los que los corredime junto con Cristo para entregar a Cristo y todos sus hermanos al Padre, lo cual se representa con la señal de la mujer en el capítulo 12 del Apocalipsis en cuyos dolores radica la expresión de su participación y responsabilidad en la creación y la redención.
Esta participación de la Santísima Virgen María en todas las obras de Dios, es decir, la creación y la recreación de todo mediante la redención Cristo mismo, la revela en las parábolas de lo que es el Reino de Dios, cuya responsabilidad de formación es de la Santísima Virgen María.
La parábola de la semilla de mostaza y la levadura forman una unidad y revela a Cristo y la Santísima Virgen María con el trabajo que hace cada uno para establecer el Reino de Dios: “¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a la semilla de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció y se convirtió en un arbusto grande y los pájaros anidaron en sus ramas”. Y dijo de nuevo: “¿Con qué podré comparar al Reino de Dios? Con la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina y que hace fermentar toda la masa”. (Lc. 13, 18-21)
El hombre es Nuestro Señor Jesucristo quien en su huerta, que es la Santísima Virgen María puso la semilla del Reino en Ella; crece y se convierte en un arbusto en que anidan las aves, es decir los hombres. La mujer que mezcla su levadura --esto es lo que Ella determino con La Sabiduría que tiene porque Dios se la dio para que fuera parte de su persona-- con tres medidas de harina que son la creación, la redención de los hombres mediante la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y la manifestación de los hijos de Dios, hace que fermente toda la masa.
El hombre que encuentra un tesoro escondido. No se sabe si lo andaba buscando o lo encontró por casualidad. La Santísima Virgen es el tesoro escondido y el que la encuentra, se llena de inmensa alegría por haberla encontrado; se deshace de todo cuanto tiene, incluyendo a sí mismo y cómo única moneda de cambio lo entrega todo para tener a Ella como su única vida y tesoro. Lo mismo ocurre con la perla, y la diferencia con el hombre que encontró el tesoro en el campo, es que aquí se trata de un comerciante experto en perlas. Es decir, se trata de uno que sabe de comercio y que sabe de perlas finas. Un individuo que sabe lo que vale el dinero y para que sirve y eligió comerciar con las perlas finas, es decir, no cualquier bien intercambiable, sino el tesoro del mar que son las perlas finas. Se trata de quien conoce todos los medios para llegar a Dios y encuentra a la Santísima Virgen María y vende todo lo que tiene, es decir comercia y vende todas sus posesiones y obtiene esa perla maravillosa que es la Santísima Virgen María.
La parábola del la oveja perdida (Mt. 18,12-14) hace ver el amor de Cristo por el que se descarrió del camino y no puede volver y El mismo va buscarlo hasta los abismos del pecado donde se encuentre y lo trae en sus brazos. La del Hijo Pródigo (Lc. 15.11-32), que en un acto de rebeldía suprema contra su padre prácticamente lo dio por muerto al pedirle la parte de su herencia, causándole un dolor supremo, y se dio por muerto a su padre y se fue sin importarle que su padre sufriera por el resto de su vida su ausencia, pero se arrepiente y puede volver por sí solo. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y lleno de ternura corrió, se echó sobre su cuello y le besó.
Ambos son depositados en el seno de la Santísima Virgen María, toda vez que los brazos de Cristo están hechos con la carne de Ella y el amor de Cristo es el que Ella dispensa. El Padre corre a su hijo arrepentido con la vestidura, las sandalias y el anillo que lo reconocen como hijo del Padre, es decir como la Santísima Virgen María, en Ella, revistiéndolo con esa dignidad y le da a comer del cordero, figura de la carne misma de Cristo que es la misma de la Santísima Virgen María. Con estas parábolas se refiere a que a la Santísima Virgen María la recibirán y Ella recibirá no solo a los que la encontraron por ser el tesoro de Dios, sino a los que fueron buscados porque estaban perdidos y no sabían como hacer o sabiendo, no podían salir del pecado y quienes habiendo cometido pecados sabiendo lo que hacían rechazaron al Padre pero se arrepintieron y luego volvieron arrepentidos a El.
La parábola del sembrador expone a Cristo mismo como quien comunica la Palabra de Dios y las decisiones que toman los hombres al respecto, donde cada quien decide lo que hace la palabra y se incluye o se excluye por propia voluntad del Reino.
La parábola de la cizaña explica cómo Dios ha sembrado buena semilla en el mundo y como el diablo siembra junto a ella el pecado, dando por resultado hombres que eligieron cumplir la palabra de Dios y quienes eligieron rechazarla y eligieron como modo de vida al pecado y como ambos tipos de personas viven hasta el día de la muerte en el mundo y el día del juicio final donde los que eligieron a Dios serán guardados en su reino y los que eligieron al pecado y rechazar a Dios serán arrojados al infierno. Lo mismo enseña la parábola de la red que se echa al mar y recoge toda clase de peces, donde ángeles separarán los malos de los buenos y los arrojarán al horno del fuego.
VI. La vida de Cristo esta en María y la de María en Cristo.
Cuando el Verbo de Dios se hizo carne en María, se apropió de la carne de María, no solo al tener como su carne, la carne de su propio cuerpo de ser humano, sino que en ese acto también la carne de María se hizo suya, adjudicándosela y apropiándosela, de modo que la Carne de María, es Carne de Cristo por cuanto el decreto de toda carne humana pertenece a Cristo con toda su naturaleza, ser y destino, ya que Dios hizo la carne humana para que fuera la carne de su Hijo y hacerla parte de la Santísima Trinidad en Cristo, Verdadero Dios y Verdadero Hombre. Y también por ser la Esclava del Señor, por voluntad propia de quien dio todo su ser a Dios y le entregó toda su persona como propiedad y dominio de Dios.
Así resulta que cuando Cristo era concebido como Hombre, María era concebida como Madre de Dios, dando cumplimiento al decreto eterno establecido por Dios, por el cual creó la Sabiduría para estar con Dios siendo una misma cosa y un mismo hecho y realidad con el estar de Dios con María, como lo anunció el Arcángel Gabriel (Lc 1,28), con lo cual toda la carne de María lo era de Cristo y toda la carne de Cristo era de María por mutua entrega y por naturaleza, ya que los únicos genes que tiene Cristo son los de María y los de María son los de Cristo, de modo que no existe diferencia entre la genética de Cristo y la de María.
Por Ello, todo cuanto vivió Cristo desde que fue concebido en sus entrañas virginales, lo vivió María. Así María dio su virginidad e inmaculada concepción a Cristo y Cristo dio su Virginidad e Inmaculada concepción a María y ambos se adjudicaron y apropiaron de ello de modo absoluto al darse tal entrega exclusiva, sin dejar de ser personas distintas y con dominio total de sus decisiones y de su persona y de sus propias vivencias, las cuales se entregaron por amor el uno al otro.
La vida de Cristo estaba en María y la Vida de María estaba en Cristo, por tal entrega.
Cuando Cristo fue tentado por el demonio en el desierto, lo fue también en su carne, que era la de María, de modo que las tentaciones de Cristo, María las sufrió en su corazón.
Cuando Cristo sufrió espantosos, incomparables e inenarrables sufrimientos durante su agonía en el Huerto de los Olivos de Getsemaní, cuando fue apresado, flagelado, cargado con la cruz, clavado en ella, elevado, muerto y sepultado, María sufrió cada momento y cada dolor de Cristo en su corazón, tal cual lo profetizó el anciano Simeón (Lc 2, 32), cumpliendo el decreto de la Sabiduría por el cual todas las obras de Dios las hace con Ella (Prov. 8, 22-31), por lo que la Redención también la hizo con Ella, haciéndose corredentora, hecho que se confirma cuando reiteró el acuerdo que existía de hecho entre Jesús y María que se descubre en las Bodas de Caná, cuando también revela que Ella asiste a quien lo necesita cuando hemos invitado a Jesús y María a estar en nuestras vidas y Ella proveerá lo que necesitemos disponiendo como dueña y pidiendo a su Hijo que nuestra necesidad se convierta en signo de la misma vida sacramental de Nuestro Señor Jesucristo en su profundo misterio eucarístico (Jn. 2, 4).
Así, por naturaleza del hecho, el tormento de dar a luz de la mujer encinta vestida de sol con una corona de doce estrellas en su cabeza y la luna bajo sus pies, que se dio como señal a lo ángeles del cielo como prueba de amor para acceder a la visión beatífica y que se dio a conocer a los hombres por medio del Apocalipsis en el capítulo 12, es el tormento de la pasión y muerte de Cristo en la Cruz, cuando Cristo se hizo Redentor con sus terribles sufrimientos y muerte naciendo así como el Redentor para ser arrebatado y entregado al Padre.
Los terribles dolores de Cristo en su carne, que es la misma carne de María, en su alma y espíritu, son los mismos que sufrió María en su corazón, sin excluir ni desdeñar u olvidar alguno de todos los que sufrió Cristo, por cuanto la misma Redención que realizó Cristo obedeciendo al Padre como Hijo de Dios hecho Hombre, es la misma Redención que realizó María como Madre del Dios Hecho Hombre por la entrega mutua que de si mismo hicieron Madre e Hijo al Padre, y a sí mismos, en los oficios que corresponden a cada uno para consumarla.
Sin que de manera alguna se violente la autoría de la Redención como cosa realizada única y exclusivamente por Jesucristo y por El sólo, María es corredentora con El, ya que la exclusividad de redimir con sus propia entrega no se contrapone con la autoridad y realeza de Cristo de entregarla toda a quien El quiera, incluyendo la propia autoría y que quien quiera vivirla en su misma carne, la viva como si fuera el propio Cristo, para que quien sea digno, se la adjudique y se apropie de ella, tal cual lo dijo el propio Cristo cuando mencionó que cualquier cosa que se pida al Padre en su nombre Él la concederá, entregando hasta el extremo de todo cuanto es posible entregar, siendo a Dios mismo con todo su poder y decretos (Mt, 18,19; Jn 14, 14; 16, 23; Lc. 11, 13).
Siendo María la que está con el Señor y la llena de gracia y la esclava del Señor, por todo acto de Ella resulta corredentora y lo es, sin que su corredención sea distinta ni menor o disminuida ni desprovista de méritos, respecto de la Redención de Cristo ni deje de tener la misma naturaleza, puesto que Ella la tiene por entrega y acuerdo glorioso de la Santísima Trinidad, por lo que la Redención que vivió el Padre y el Espíritu Santo en Cristo cuando la sufrió, es la misma que María tiene en posesión como propia y vivida en toda su extensión al sufrirla al mismo tiempo que Cristo.
VII. María es Cocreadora y Corredentora.
Intrínsecamente la Santísima Virgen María es cocreadora y corredentora debido a que el ser madre es un atributo que se corresponde con su naturaleza de mujer, es decir capacitada naturalmente para serlo. Primero es mujer y por eso fue dotada para ser Madre de Dios.
Por esta razón, si el decreto de que Dios se da a sí mismo una madre y esta participa de todos los atributos que Dios le da al concederle este oficio inherente con su ser y por ello es causa material de todo cuanto fue creado y redimido, ocurre que por serlo adquiere el atributo de ser el objeto de elección o de rechazo para el resto de las creaturas, con la consecuencias de obediencia de la voluntad de Dios y su posesión o desobediencia y rechazo de contra Dios.
Así como Dios crea y ve que es bueno, para el caso de las creaturas les corresponde el ser creadas por la voluntad de Dios y ver a su creador para realizar el acto de su voluntad de consumar la bondad que vio Dios en ellas --porque esa fue la naturaleza con la que fueron diseñadas y cocreadas por la sabiduría en su oficio de estar con Dios y Dios con ella en todas sus obras-- obedeciendo a Dios para configurarse con su voluntad y poseerlo. Se corresponde entonces aceptar o rechazar a la mujer vestida de sol, ya que ella fue la autora de la existencia de tales creaturas. Así como los ángeles fueron creados y tuvieron la oportunidad de desenvolver la creación mediante el ejercicio de sus oficios para luego ser probados con la visión de la mujer, al hombre correspondió la prueba de la obediencia en el paraíso y luego ser redimidos con la pasión, muerte y resurrección de Cristo para poder recibir la oportunidad de incorporarse con María como sus verdaderos hijos y adquirir la perfección de la filiación en Cristo, con Él y en Él al recibir a María por madre y ser ellos recibidos como hijos.
No hay fundamento para que Dios se de una Madre como madre de su Segunda Persona hecha hombre, sin el propósito de otorgase a sí mismo totalmente con su Santísima Trinidad como efecto de la función que le asignó y, al hacerlo, se incluye toda su naturaleza divina y todas sus obras. Si es Madre de Dios entonces es madre de todas las obras de Dios, entregándole la facultad de adjudicarse como propias, de apropiarse de todas sus obras y hacerlas suyas junto con la autoría misma de sus obras.
La preexistencia de tal naturaleza de la Santísima Virgen María respecto de su nacimiento, que le va a dar en su Inmaculada Concepción y su actuación a nombre de Ella como una persona, Dios mismo la revela al dar ser y dejar hacer todo cuanto le plazca, obrar con independencia, soberanía e imperio hasta jugar en presencia de Dios todo el tiempo siendo su delicia y deleitándose a su vez con los hijos de los hombres (Prov. 8, 22-31). Y reitera también tal preexistencia y actuación al señalar a la Sabiduría como su consejero y maestro para concebir y realizar todas sus obras, la Creación y la Redención (Is. 40, 14).
Tal preexistencia la declara San Juan cuando escribe: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz." (Ap. 12, 1-2). Ella tiene la imagen y semejanza con Dios, lo mismo que su Hijo.
Con ello queda explícito que se trata de la Santísima Virgen María, quien esta encinta y el niño que tiene en su vientre es Jesucristo oculto tras el resto de la humanidad por Él redimida, ya que grita con los dolores del parto y el tormento de dar a luz. El dolor es consecuencia del pecado y es imposible que Ella pueda sentir el dolor del parto natural de Jesucristo, puesto que ni Ella ni Cristo tienen pecado, pero sufre tales dolores de parto en su alma y de allí en todo su ser, por libre aceptación con su voluntad, a ser madre de Cristo Redentor y así padecer todo cuanto Él padezca en tal oficio.
No se trata del parto cuando nace el Niño Dios, sino del parto durante la pasión redentora de Nuestro Señor Jesucristo por el cual María sufre en su corazón en su alma, en su espíritu y con todo su ser, pariéndolo con tal participación de sufrimientos, como Redentor, que también sufre místicamente y al mismo tiempo por el parto de cada uno de los que son hermanos de Cristo, de todos cuantos el hizo sus hermanos con esa misma redención a ese mismo tiempo, porque no puede haber la redención de Cristo sin que Él haya sido traído al mundo y nacido de María y por tanto Cristo no puede tener algún hermano que no sea hijo de María y que no haya sido parido por María con iguales dolores a los que sufrió cuando padeció la pasión de Cristo en su corazón y con todo su ser.
Así que la Santísima Virgen María sufrió dolores de parto como madre del redentor en el momento en que Cristo consumó la redención con su pasión y muerte, y cuando sufrió esos dolores, se juntaron en ella los dolores del parto de todos los que han de ser su hijos lo cual es conforme con lo que escribió el profeta Isaías cuando dijo “rompe a cantar en gritos de alegría, aclama, tú que no has conocido los dolores del parto! Porque los hijos de la mujer desamparada, son más numerosos que los de la desposada, dice el Señor. ¡Ensancha el espacio de tu carpa, despliega tus lonas sin mezquinar, alarga tus cuerdas, afirma tus estacas! Porque te expandirás a derecha y a izquierda, tu descendencia poseerá naciones enteras y poblará ciudades desoladas.” (Is. 54, 1-3) y también lo que escribió San Juan en Apocalipsis, para revelar que la Santísima Virgen María tuvo una gran descendencia (Apoc. 12, 17).
Tal misterio ocurre como consecuencia de su participación como cocreadora y como corredentora al responsabilizarse e intervenir en todos los decretos de Dios como su arquitecto y autora de tal arquitectura, hasta la consumación de los siglos y el desenvolvimiento de la vida futura en la Jerusalén Celeste cuando Dios sea todo en todos.
Entonces el niño por el cual sufre los dolores de parto en el acto de la redención, es el mismo Cristo y todos los que son de Cristo, todos sus hermanos representados en el niño que adquiere la naturaleza de Cristo por los dolores redentores de Cristo, su pasión, muerte y resurrección vividos también por su madre, que sufre por ser la causa de la existencia de todos sus demás hijos ya que decidió tenerlos –al ser autora de la decisión de que se realizara toda la Creación y luego del pecado del hombre, este fuese redimido por su Hijo Jesucristo y darse a la tarea de ser madre de todos los redimidos al echarse a cuestas el trabajo de proveer la redención a cada uno y sufrir por cada uno toda la pasión redentora de su Hijo cada vez por cada hombre por todas y cada una de las veces que cada uno de sus hijos cayó en el pecado y luego lo ayudó a levantarse pagando y viviendo nuevamente como moneda de cambio, todos los dolores redentores de su Hijo--, y de inmediato, al nacer consumando con su muerte la redención, es llevado al Padre y alejado absolutamente del alcance del dragón que ya no puede en modo alguno hacerle daño, para asumir el trono para regir con cetro de hierro, mientras que su cuerpo místico militante es objeto de su acecho: "La mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono." … “El Dragón, enfurecido contra la Mujer, se fue a luchar contra el resto de su descendencia, contra los que obedecen los mandamientos de Dios y poseen el testimonio de Jesús.” (Ap. 12, 5; 17).
Así el niño es Cristo y todos los hermanos de Cristo a la vez, y también lo es aquél que ha de ser investido con la función regia de Cristo. Luego de ser pecadores, repudian su vida de pecado y su vida anterior es destruida al instante de ser concebidos en el vientre purísimo y virginal de la Santísima Virgen María y allí dentro viven la misma vida desde la concepción de Cristo hasta su pasión y muerte, para nacer con la misma naturaleza de Cristo por participación eucarística y de inmediato ser arrebatados al trono de Dios Padre, para regir a las naciones con cetro de hierro y quebrarlas como jarro de loza, tal cual lo profetiza el Rey David: “Voy a proclamar el decreto del Señor; él me ha dicho: «Tú eres mi hijo: yo te he engendrado hoy. Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra: los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza.»”. (Salmo 2, 7-9). Así lo resumen el profeta Jeremías: “En aquellos días y en aquella hora, yo haré nacer del tronco de David un vástago santo, que ejercerá la justicia y el derecho en la tierra. Entonces Judá estará a salvo, Jerusalén estará segura y la llamarán ‘el Señor es nuestra justicia’” (Jer. 33). Será el mismo Cristo quien reine con quien sea investido con su misma naturaleza en el vientre purísimo de la Santísima Virgen María como cabeza del grupo de quienes se entreguen del mismo modo a Ella.
Los hermanos de Cristo, que participan del ser engendrados en el vientre purísimo de la Santísima Virgen María con Cristo y adquiriendo así su cuerpo, sangre y divinidad por participación, junto con el mismo Cristo, con Él y el Él, son los mismos que resisten el embate del demonio que está enfurecido en contra de la Santísima Virgen María a la que tampoco puede tocar ni dañar, pero que son protegidos por Ella en su mismo vientre por lo cual no reciben mayor daño por parte del demonio sino solo su ataque y asedio ante el cual resisten firmes en la Fe (1 Pe. 8-9).
María se revela como causa de toda la creación, ya que por sí misma aparece en el cielo como señal y está encinta y da a luz, hecho que no puede ocurrir sino solo con su participación inherente con su naturaleza, cosa que implica necesariamente que Ella es la causa que produce un efecto: Ella participó en el decreto de la creación y gracias a su decisión, existen el cielo, los ángeles, la humanidad y la Redención, la recreación de todo.
Aparece con la autoridad de Dios, conferida por Él y se da a conocer como madre de todo cuanto existe en sus dos creaciones, porque tiene la capacidad para serlo y la ha ejercido; apareció gritando con los dolores del parto y el tormento de dar a luz la creación de todo el universo, el cielo y la tierra, los ángeles y la humanidad que debía ser redimida debido a su desobediencia.
Sufre dolores de parto con el tormento de darlo a luz, porque el trabajo que se adjudicó cuando eligió ser Madre de Dios incluye el conocimiento de la causa eficiente que le da el ser a la creación y al genero humano, así como a todos los ángeles y las consecuencias de ello, es decir, asume la responsabilidad de ser madre de la redención haciéndose corredentora del género humano que vio que desobedecería el mandato de Dios.
Pudo elegir ser exclusivamente Madre de Dios y concebir en su vientre por obra del Espíritu Santo la Segunda Persona de la Santísima Trinidad como Dios hecho Hombre y estar con ambos en Dios. Sin embargo eligió que se crease el Cielo y la tierra; los ángeles y los hombres como hermanos del Dios hecho Hombre aprovechando su naturaleza de madre y su infinita fecundidad.
Pudo igualmente elegir que se crearan solamente los ángeles para servir a Dios y haberse hecho presente como señal en el cielo sin dolores de parto y sin dolores por el tormento de dar a luz y de igual manera el dragón rojo con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en sus cabezas hubiera arrastrado la tercera parte de las estrellas del cielo para precipitarlas sobre la tierra y se hubiera detenido delante de Ella para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. (Ap. 12, 3-4).
Sin embargo eligió ser fecunda y adjudicarse como autora del mismo, al decreto de crear a toda la humanidad, compuesta de incontables individuos que fueran hermanos del Dios hecho hombre y adjudicándose también la autoría de la prueba de Dios para que estos pudieran alcanzar la posesión de Dios y los efectos de la misma, incluyendo la posibilidad de la desobediencia y sus efectos y el trabajo de ser madre de la redención que con gusto aceptó el Hijo de Dios.
Debido a su labor de parto y de dar a luz a todos los hijos de Dios, aquéllos que han adquirido la imagen y semejanza de Dios en Cristo, en quienes se ha consumado el que son hechos a su imagen y semejanza que existe plenamente en Ella (Gn. 1. 26-27), que le hace sufrir los dolores, es que Ella se adjudica el ser felicitada por todas las generaciones: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones” (Lc. 1, 48). Se trata de todas las generaciones de los hijos de Dios, desde Adán incluyendo a los 9 coros angélicos.
Los decretos de Dios para la Santísima Virgen María incluyen la expresión de su ternura para Ella y su amorosa invitación para aceptar todos los tesoros que Él quería darle. Así lo expresa el Rey David cuando canta: “Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu señor. La ciudad de Tiro viene con regalos, los pueblos más ricos buscan tu favor. Ya entra la princesa, bellísima, vestida de perlas y brocado; la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes, la siguen sus compañeras: las traen entre alegría y algazara, van entrando en el palacio real. «A cambio de tus padres, tendrás hijos, que nombrarás príncipes por toda la tierra». Quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos. (Sal 44, 11-18)
Ella se adjudica la fecundidad que le estaba reservada y que en la Sabiduría había decidido soberanamente; el tener hijos, sufrir por cada uno de ellos los dolores del parto al vivir por cada uno de ellos como única, la pasión redentora de Cristo y el tormento de darlos a luz al proveerlos con la misma naturaleza de Cristo con su muerte en la cruz para nombrarlos príncipes por toda la tierra. En el ejercicio de tales oficiosos de su amor, Ella es cocreadora, corredentora, medianera y abogada de la humanidad como principio y fin de todos los oficios de Cristo por entrega mutua de su amor y del mutuo amor por todos sus hijos para dispensar para Ella, en Ella, de Ella y con Ella a Dios mismo para todos sus hijos y hermanos de Cristo. Tales oficios los realiza a perfección en la divina voluntad y es por eso que en por medio de Ella Dios Padre se hace Padre nuestro, en quien se santifica su nombre; en quien se hace su voluntad en la tierra tal como se hace en el cielo; por quien nos da el pan de cada día --el verdadero pan del cielo, verdadera comida y verdadera bebida, del cuerpo y la sangre de Cristo-- en quien y por quien Él perdona los pecados en proporción y correspondencia con el perdón que demos a quienes nos ofenden; por medio de Ella. Él no nos deja caer en la tentación con solo pedirlo verdaderamente y nos libra del maligno.
VIII. María vuelve a la gracia a sus hijos.
Ya que en la Sabiduría como atributo preexistente de la Santísima Virgen María, Ella decidió que se crease todo el universo con sus creaturas para Cristo y viendo qué, como defecto de los ángeles y de los hombres, ocurriría el pecado, se echó a cuestas con todo su amor el trabajo de volver a la gracia a sus hijos pecadores, como privilegio exclusivo para el género humano, cuya naturaleza Ella le compartiría como su autora, cocreadora y corredentora.
Así compartía la corredención que ejecutaría como autor Cristo y Ella como su coautora, dado que el mismo Cristo le regalaba tal coautoría en consorcio de acuerdo y trabajos compartidos por la Santísima Trinidad a su obra que es María y que quería juntar con la obra de que Dios se hacía hombre, dándosela como su Madre.
Tal como este, que es el Misterio de Dios, apareció como noticia y revelación en el cielo ante los ángeles para que libremente decidieran obedecer o no a Dios y esta noticia fue comunicada a los hombres por medio del Apocalipsis del apóstol San Juan, Ella se manifestará tal cual en los cielos de la tierra, donde tiene que aparecer la mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies gritando con los dolores de parto y el tormento de dar a luz, para que inicie la consumación del Misterio de Dios.
Ella quedará encinta con la concepción en su vientre purísimo de cada uno de sus hijos como el único, con cada uno de los que han repudiado su vida y han pedido que esta sea sustituida con la misma vida de Nuestro Señor Jesucristo en su vientre purísimo.
Este es el otro redil al que se refirió Nuestro Señor Jesucristo, el cual estableció cuando devolvió a María a todos sus hijos al pie de la cruz haciendo la primera oveja de este redil al apóstol san Juan. "«Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz». Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir. Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye. y el lobo las arrebata y la dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor" (Jn. 10, 1-16).
Tal gestación en María consiste en la vida desde la concepción de la creatura, es decir, desde que Ella misma proporciona su seno materno para las funciones y los elementos de vida sin los cuales no puede haber concepción, siendo qué, en María, lo es su propia naturaleza inmaculada, la de su propia carne y sangre virginales, que concede a aquéllos que en su Sabiduría ha visto el germen de la voluntad de qué, atraídos por el Padre, separados por Cristo quien no los perderá (Jn. 6, 44; 18, 9), tienen la intención de hacer lo que sea necesario para no perderse y hacen lo necesario para permanecer en Cristo, pidiendo ser incorporados en Él, en el propio vientre de Ella. Sin que ellos sepan y sin que se den cuenta del cómo ocurre ese misterio (Mc. 4. 26-29), los concibe en su vientre purísimo y son sus verdaderos hijos y Ella es su verdadera madre
Les transmite su misma concepción virginal con la que Ella fue preservada del pecado al ser sin pecado concebida como su regalo, precisamente con los dolores del parto y el tormento de dar a luz, para que sean inmaculados como Ella, por participación de esta naturaleza de Ella como su regalo a aquellos que Cristo no perdió porque le fueron dados por el Padre para que los salvara y la hacerlo de este modo, los hace verdaderos hermanos suyos e hijos de María por participación de Aquél que todo lo puede y como podía hacerlo lo hizo y lo hizo del mismo modo que él mismo asumió la naturaleza humana y se hizo redentor por medio de María.
Ella sufrirá y expresará tal sufrimiento y gritará con los dolores del parto y el tormento de dar a luz debido a que estos hijos han sido pecadores antes y son aceptados para ser concebidos ahora con el cuerpo y sangre, participando de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo que Ella les da con la misma Eucaristía como parte de sus personas.
Ella paga con su dolor de parto y del tormento de darlos a luz, todas y cada una de sus trasgresiones para que regresen a Dios y al regresar para que su culpa sea perdonada, las cuales incluso podrán ocurrir en cualquier momento de su gestación en Ella, ya qué, como amenazas de aborto por diversidad de causas no imputables a la Santísima Virgen María, se podría malograr la gestación y el nacimiento de la creatura, o el mismo aborto que ocurra porque al ser una gestación que depende igualmente de la voluntad y de la vida del que se gesta y caiga en las profundidades del pecado y se vuelva a levantar y vuelva a ser concebido. Ello no librará a la Santísima Virgen María del tormento y del sufrimiento del padecer de nueva cuenta en la única y eterna vez, los mismos dolores de Cristo por cada vez que ocurra con cada uno por los que ella aceptó padecer estos tormentos, hasta que el hijo sea llevado al Padre y con eso concluya tal oficio ideado y aceptado por Ella misma (Jer. 18, 1-4).
María se hace madre de cada uno de los que le piden que lo sea y Ella está dispuesta para ayudarlos y abrir un camino seguro a su conversión y compunción del corazón que acepten para arrepentirse del pecado. Estos son los que han pedido volver a ser concebidos por la Madre de Dios una y otra vez cada día de sus vidas y Ella vive todos los dolores y sufrimientos redentores de Cristo junto con sus propios dolores, al vivir la misma pasión de Nuestro Señor con cada trasgresión de cada uno de sus hijos por cada uno, para que sean perdonados y vueltos, para ser concebidos cada vez, hasta que Ellos por su voluntad junto con la ayuda de la Gracia de Dios, sean fijados en el acudir siempre a María para no caer en el pecado, cosa que ocurrirá finalmente para ser arrebatados al Padre (Miq. 7, 18-19; Mt. 18, 21-22; Ap. 12, 1-5).
Este hecho que ocurre con todos sus hijos es el mismo que se dio como señal en el cielo como prueba para los ángeles para que eligieran obedecer o desobedecer a Dios. Con el imperio y portento de la Santísima Virgen María por medio de su señal hizo que se le cayera la careta de engaño de Lucifer, quien venía incitando veladamente mediante su insidia y sugestión a inconformarse contra Dios hacia miles de ciclos y de eras a todos los ángeles del cielo, abusando del oficio que Dios le había dado como jefe de todos ellos y representante de la voluntad de Dios y protector de su monte santo.
Así lo explica el profeta Ezequiel: “...tu corazón se ensoberbeció (…) ¡Eres muy engreído, te consideras un dios en su residencia divina, (…) Tienes inteligencia, has sabido actuar y te ha llegado la riqueza (…) Gracias a tu inteligencia, gracias a tus negocios, ha aumentado tu riqueza y te ha crecido el orgullo en la misma medida que tu riqueza. (…) “...Así dice el Señor Yahveh: tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, acabado en belleza. En Edén estabas, en el jardín de Dios. Toda suerte de piedras preciosas formaban tu manto: rubí, topacio, diamante, crisólito, piedra de ónice, jaspe, zafiro, malaquita, esmeralda; en oro estaban labrados los aretes y pinjantes que llevabas, aderezados desde el día de tu creación. Querubín protector de alas desplegadas te había hecho yo, estabas en el monte santo de Dios, caminabas entre piedras de fuego. Fuiste perfecto en tu conducta desde el día de tu creación, hasta el día en que se halló iniquidad en ti. Por la amplitud de tu comercio se ha llenado tu interior de violencia, y has pecado por lo cual yo te eché del monte de Dios y te he eliminado, querubín protector, de en medio de las piedras de fuego. Tu corazón se ha pagado de tu belleza, has corrompido tu sabiduría por causa de tu esplendor. Yo te he precipitado en tierra, te he expuesto como espectáculo a los reyes. Por la multitud de tus culpas por la inmoralidad de tu comercio, has profanado tus santuarios. Y yo he sacado de ti mismo el fuego que te ha devorado; te he reducido a ceniza sobre la tierra, a los ojos de todos los que te miraban. Todos los pueblos que te conocían están pasmados por ti. Eres un objeto de espanto, y has desaparecido para siempre” (Ezequiel 28,12-19). "¡Cómo has caído del cielo, Lucero, hijo de la aurora! ¡Cómo has sido precipitado por tierra, tú que subyugabas a las naciones, tú que decías en tu corazón: «Subiré a los cielos; por encima de las estrellas de Dios erigiré mi trono. me sentaré en la montaña de la asamblea divina. en los extremos del norte; escalaré las cimas de las nubes, seré semejante al Altísimo!». ¡Pero te han hecho bajar al Abismo, a las profundidades de la Fosa! Los que te ven, fijan en ti la mirada meditan tu suerte: «¿Es este el que hacía temblar la tierra, que sacudía los reinos, que hacía del mundo un desierto, demolía sus ciudades y no soltaba a sus prisioneros?» (Is. 14, 12-17). (3)
Con ello da inicio el misterio de la iniquidad frente al Misterio de Dios y, en el misterio y el secreto se gesta y se precipita la insidia de la oposición de la iniquidad sin que logre afectar mi modificar ni alterar en modo alguno al Misterio de Dios. Queda establecida la confrontación de la iniquidad contra la Sabiduría de Dios --en cuyo misterio se envuelve María-- la mentira contra la verdad a partir del orgullo por los dones que Dios dio para servirle y que empezó a usar para servirse. En lugar de administrar para el orden del universo para su Alfa y Omega, usó su función y su conocimiento del desenvolvimiento de la creación y del oficio y trabajos que cada ángel debía realizar, como su propiedad y moneda de cambio para obtener lealtades y asegurarse el uso del poder de cada uno para su propósito final como oponente contra Dios.
El Monte Santo de Dios es su Misterio y como figura de la Santísima Virgen María, Lucifer había sido constituido como su querubín protector, pero decidió usar tal investidura y oficios para atentar en contra de aquello mismo que debía proteger: la santidad y el Monte de Dios y lo hizo en el mismo acto de recibir el ser con toda su naturaleza, oficio y funciones; como primer acto ante la prueba de amor. Para el ser humano tal hecho pudo ocurrir en miles de millones de años o un instante. Cristo menciona que es homicida y mentiroso desde el principio, refiriéndose al establecimiento mismo del El Principio, esto es, respecto del mismo y también al transcurso de sus actos en el inicio mismo del tiempo de la creación, tras lo que lo vio caer del cielo como un rayo (Jn. 8, 44; Lc. 10, 18).
La luz que portaba como vestido la Santísima Virgen lo traspasó y lo hirió su corona de 12 estrellas y la luna debajo de sus píes, y la señal reveló y expuso ante todos los ángeles el misterio de Dios que estaba en su monte santo, la verdad de su monte santo y, con esta luz de la verdad, quedó expuesto lo que cada ángel era y con su acto ante Dios y destruyó la careta de Lucifer y expuso su iniquidad y sus gritos del parto y del dar a luz quebrantaron su apariencia, quedando a la vista de todos los habitantes del cielo la verdad de lo que había hecho de sí: un dragón rojo con 7 cabezas y diez cuernos y siete diademas sobre cada una de sus cabezas. Apareció como siguiente señal en el cielo, porque él era quien estaba más cerca del santo monte de Dios como protector, y en el acto de la señal de la mujer que daba a conocer lo que en realidad era el santo monte de Dios, hizo efectivos los contratos --que eran su cola-- con la tercera parte de los ángeles que como él eran rebeldes y los arrastro tras de sí, se volvió y se arrojó para ponerse frente a Ella encarándola para devorar a su hijo al nacer, puesto que ninguna cosa podía contra Ella y, por el oficio redentor aceptado libremente desde la eternidad por Cristo, es que se le permitió acecharlo. Ella dio a luz a un hijo varón, el que regirá a todas las naciones con vara de hierro y su hijo fue arrebatado hasta el trono de Dios y San Miguel con sus ángeles leales a Dios combatieron con el dragón y sus ángeles, aquéllos que se hicieron como él, que habían hecho caso a sus sugestiones y mentiras y no hubo lugar para ellos en el cielo y fueron arrojados a la tierra (Ap. 12, 3-5, 7-9).
Así quedará expuesto en estos tiempos el dragón también en la tierra, cuando la Virgen de a luz al que quiso ser su hijo verdadero y que Ella fuera su verdadera madre.
Esta misma señal aparecerá como la señal del Hijo del Hombre en el cielo y así como en los cielos inmediato a la aparición de la señal de la Santísima Virgen María como Madre de Dios y de todo lo creado apareció el dragón rojo de siete cabezas y este arrojó con su cola a la tercera parte de las estrellas del cielo y luego hubo una batalla encabezada por San Miguel Arcángel, de igual manera ese dragón quedará al descubierto en la tierra tal cual es y sin lugar a dudas y todos lo verán y con su cola arrojará a la tercera parte de los que tenían un lugar como estrellas en la iglesia y quedarán fuera de la iglesia y como la batalla será entre quienes elijan al dragón y quienes elijan a Cristo y María y serán echados.
La luz de su vestido, que es la luz de la verdad y las obras de María representadas en su corona, traspasará todo el universo y, en la tierra, el dragón, la bestia del mar y la de la tierra quedarán expuestos y los gritos de la Santísima Virgen por el sufrimiento de los dolores del parto y del tormento de darlo a luz quitarán el engaño y quedarán a la vista de todos y al ocurrir esto, se abalanzarán contra ella pero nada podrán hacerle y se pondrán delante de ella para devorar al hijo que va a dar a luz, pero cuando nazca será arrebatado hasta el trono de Dios desde donde regirá a todas las naciones con cetro de hierro.
La corona de doce estrellas son las obras mismas de María como Madre de Dios; reina de todo lo creado, reina de la Sabiduría, poseedora de toda la sabiduría de Dios cuyas obras son de Ella misma desde que fue la Arquitecta de todas las obras de Dios que se extiende hasta toda la eternidad en sus extremos, por voluntad soberana de Él mismo, participación que Ella misma se ganó y obtuvo y se adjudicó y le fueron adjudicadas debido a su humildad y ser esclava del Señor.
Por eso son doce estrellas. Tres veces tres mas tres en María. Es decir, que la Santísima Trinidad incorporó a su misma vida eterna a una creatura que para eso fue creada, para ser parte del parentesco divino que por naturaleza une a las tres divinas personas, --como si fuera una cuarta persona-- a la que regaló los atributos y el poder de cada una de sus personas. Dios con María. No es mas la Santísima Trinidad sola en sí misma, sino con María viviendo su misma vida con cada una de las personas de la Santísima Trinidad.
Tres estrellas de su corona significan su vida íntima con cada una de las personas tres personas de la Santísima Trinidad. Otras tres son su vida con cada una de las Personas Divinas como partícipe de los decretos de la creación, como cocreadora. Otras tres son su participación con cada una de las Tres Divinas Personas en los decretos de la Redención, como Corredentora. Otras tres son su vida con sus hijos que son al mismo tiempo los hijos de Dios; todos los santos ángeles y hombres santos desde la creación hasta la redención y la Nueva Jerusalén, donde Dios es todo en todos. En cada una de estas se encuentra su participación como mediadora de todas las gracias específicamente de cada una de las personas divinas en su relación con cada uno de sus hijos. Su participación como Hija, Esposa y Madre, al mismo tiempo que Dios en Cristo es Padre e Hijo de cada uno de los hijos de Dios e hijos de María. Especifica y especialmente la naturaleza de madre de Cristo que se crea por voluntad expresa de Cristo en cada uno de los que cumplen la voluntad del Padre (Mt. 12, 50), la cual ocurre invenciblemente por medio de María, quien proporciona a quienes se la piden y la obtienen y les da su inmaculada concepción, su inmaculado corazón y toda su vida, la cual se remonta hasta los mismos y arcanos y profundos decretos del padre cuando por toda la eternidad le regaló el ser Madre de Dios, cocreadora y corredentora.
La corona en su unidad es Todo Dios en Ella por las obras de María en Dios, de Dios, con Dios, para Dios y por Dios.
Esta corona es la constitución misma de los Hijos de Dios como Hijos de María en la Iglesia y la Jerusalén Celeste; las 12 tribus de Israel, los doce apóstoles y los 144 mil sellados; 12 mil de cada tribu. Es decir, las obras de los Hijos de Dios como propias de cada uno de Ellos en María, de María, con María, para María y por María; en Dios, de Dios, con Dios, para Dios y por Dios.
Es así como la Santísima Virgen María formará un pueblo de Dios nuevo, concebido y engendrado en sus entrañas, a los cuales da la misma carne, sangre y espíritu de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso el profeta Zacarías escribe: “He querido a Sión hasta los celos y por ella he llegado hasta enojarme con sus enemigos. He vuelto a Sión, pues quiero residir en Jerusalén. Esta será llamada Ciudad fiel, y el monte de Yahvé de los ejércitos, Monte Santo.” (...) “Y pregunta Yahvé: «Si esto ahora les parece imposible a los que han quedado de este pueblo, ¿tendré yo también que pensar que no es posible? Pues bien, dice Yahvé, yo voy a salvar a mi pueblo que se encuentra tanto al oriente como al poniente. Los voy a juntar para que vivan en Jerusalén. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, guardándonos mutuamente fidelidad y respeto. No bajen sus manos desalentados, les dice Yahvé de los Ejércitos. Recuerden lo que les fue dicho por los profetas en aquel día en que se puso la primera piedra para reconstruir el Santuario del Señor.” (...) “Pero ahora, voy a tratar a los sobrevivientes de este pueblo en forma distinta al pasado, dice Yahvé. Pues yo sembraré la paz; la viña dará uva; la tierra, sus productos; el cielo entregará su rocío. Todo esto se lo daré a lo que queda de este pueblo.” (...) “Así habla Yahvé de los ejércitos: «Llegarán a Jerusalén gente de diversos países, habitantes de grandes ciudades. De una ciudad a otra se enviarán invitaciones diciendo: «Vengan con nosotros a orar ante Yahvé, vayamos a buscar a Yavé; pues ya estamos listos para partir.» Y así es como pueblos numerosos y naciones poderosas llegarán a Jerusalén, para adorar a Yahvé de los ejércitos y pedirle favores. Así habla Yavé de los ejércitos: En esos días diez hombres, de distinta nacionalidad cada uno, agarrarán por el manto a un judío, suplicándole: «Queremos ir con ustedes, pues hemos oído decir que Dios está con ustedes.»" (Zac. 8, 2-3; 6-9; 11-12; 20-23).
Y el Rey David exclama sobre este mismo misterio respecto del nuevo pueblo que será creado: “Los gentiles temerán tu nombre, los reyes del mundo, tu gloria. Cuando el Señor reconstruya Sión, y aparezca en su gloria, y se vuelva a las súplicas de los indefensos, y no desprecie sus peticiones. Quede esto escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado alabará al Señor. Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte. Los hijos de tus siervos vivirán seguros, su linaje durará en tu presencia, para anunciar en Sión el nombre del Señor, y su alabanza en Jerusalén, cuando se reúnan unánimes los pueblos y los reyes para dar culto al Señor.” (Sal 101,16-18.19-21.29.22-23).
Por esto mismo Dios reveló por medio del profeta Daniel el destino de este pueblo y este reino. Dios dejará que existan cuatro grandes reinos en la tierra, los cuales serán destruidos por una roca que es Cristo que se desprende del monte que es María y se convertirá en un gran monte que llenará toda la tierra. Es decir, Dios estableció a María como Madre del Dios hecho hombres Jesucristo, que nace de Ella y con la inercia de su llegada destruirá todos los reinos con todos sus súbditos, los cuales desaparecerán como tamo que se lleva el viento y establecerá su reinado en toda la tierra con los suyos, cosa que también se canta en el Salmo 149.
“En aquellos días, Daniel le dijo al rey Nabucodonosor: “Tú, rey, has tenido esta visión: viste delante de ti una estatua, una estatua gigantesca, de un brillo extraordinario y de aspecto imponente. La cabeza de la estatua era de oro puro; el pecho y los brazos, de plata; el vientre y los muslos, de bronce; las piernas, de hierro; y los pies, de hierro mezclado con barro. Tú la estabas mirando, cuando de pronto una piedra que se desprendió del monte, sin intervención de mano alguna, vino a chocar con los pies de hierro y barro de la estatua y los hizo pedazos. Entonces todo se hizo añicos: el hierro, el barro, el bronce, la plata y el oro; todo quedó como el polvo que se desprende cuando se trilla el grano en el verano y el viento se lo lleva sin dejar rastro. Y la piedra que había golpeado la estatua se convirtió en un gran monte, que llenó toda la tierra. Este fue tu sueño y ahora te lo voy a interpretar. Tú, rey de reyes, a quien el Dios del cielo ha dado el reino y el poder, el dominio y la gloria, pues te ha dado poder sobre todos los hombres, sobre las bestias del campo y las aves del cielo, para que reines sobre ellos, tú eres la cabeza de oro. Después de ti surgirá un reino de plata, menos poderoso que el tuyo. Después vendrá un tercer reino, de bronce, que dominará toda la tierra. Y habrá un cuarto reino, fuerte como el hierro; así como el hierro destroza y machaca todo, así él destrozará y aplastará a todos. Los pies y los dedos de hierro mezclado con barro que viste, representan un reino dividido; tendrá algo de la solidez del hierro, porque viste el hierro mezclado con el barro. Los dedos de los pies, de hierro y de barro, significan un reino al mismo tiempo poderoso y débil. Y el hierro mezclado con el barro quiere decir que los linajes se mezclarán, pero no llegarán a fundirse, de la misma manera que el hierro no se mezcla con el barro. En tiempo de estos reyes, el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido, ni dominado por ninguna otra nación. Destruirá y aniquilará a todos estos reinos y él durará para siempre. Eso significa la piedra que has visto desprenderse del monte, sin intervención de mano humana, y que redujo a polvo el barro, el hierro, el bronce, la plata y el oro. El Dios grande ha manifestado al rey lo que va a suceder. El sueño es verdadero, y su interpretación, digna de crédito” (Dn 2, 31-45).
“Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey. Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras; porque el Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria a los humildes. Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas: con vítores a Dios en la boca y espadas de dos filos en las manos: para tomar venganza de los pueblos y aplicar el castigo a las naciones, sujetando a los reyes con argollas, a los nobles con esposas de hierro. Ejecutar la sentencia dictada es un honor para todos sus fieles.” (Sal. 149).
IX. El monte del Señor y su morada
"¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes, y puro corazón, que no confía en los ídolos ni jura contra el prójimo en falso. Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob” (Sal. 23, 1-6).
Así como desde su revelación en el cielo quedó establecido el Reino de la Mujer Vestida de Sol, el cual se impuso por su propia virtud y soberanía para expandirse en toda la creación, --barriendo con aquél qué habiendo sido constituido como protector del mismo Santo Monte de Dios y sus ángeles malos para expulsarlos, se había apropiado y prostituido toda su naturaleza, funciones y privilegios para usarlos como objetos de comercio, intercambio, especulación y negociación para intentar destruir el mismo monte que debía proteger para buscar colocarse en el mismo lugar de Dios-- este reinado de María se establecerá incuestionable y con todo su imperio, luego de que aparezca en el cielo de la tierra a la vista de todos y sus gritos de los dolores del parto y del tormento de dar a luz se escuche en toda la tierra y sus hijos sean arrebatados hasta el trono de Dios. El dragón y sus huestes serán expulsados ahora también de la tierra, porque no se encontrará lugar para ellos, abriéndose el infierno para recibirlos.
Este oficio de María lo expresa claramente en el Magnificat. “María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»" (Lc. 1, 46-55).
Los hambrientos son aquellos que sintiendo el apetito por salvarse y ser verdaderos hijos de Dios; se allegan al vientre de María, donde son alimentados con su cordón umbilical y colmados de bienes, y quienes no lo hagan así, aunque sean ricos de sí mismos y de bienes materiales, son excluidos porque ellos mismos se excluyen y por eso Dios los despide vacíos de los verdaderos bienes que son dados en el vientre maternal de María. Auxilia de esta forma a Israel su siervo, esto es, a los que se hacen verdaderos israelitas por allegarse a la madre de Israel, que es su Iglesia, para ser sus hijos.
Dios no desea que sus hijos se pierdan por el pecado y por eso ha dado a María el que se ocupe de llevarlos a El. Ella los hace primero sus hijos y les proporciona su misma naturaleza y el ser hijos de Dios. Así, ya desde el inicio del deseo de quienes quieren ser hijos de Dios siéndolo de María, pone en su corazón el considerarse con el derecho para recibir los privilegios de ser realmente hijos de Dios al ser hijos de María, por lo cual Él rompe todas sus cadenas, incluidas las que atan al deseo de ser absolutamente hijos de Dios por ser hijos de María
El Rey David lo expresa de este modo: “Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas” (Sal. 115, 6-7). Y, para ser siervo de Dios, primero hay que ser hijo de María, quien es la verdadera Esclava del Señor (Lc. 1, 38, 48), para adquirir tal naturaleza por el bautismo y enseguida por la filiación con María.
Hay diversas formas de ser hijos de Dios y todas se allegan a serlo de María como fuente, constituida por Dios, de toda vida. El modo perfecto es serlo desde el principio del camino de la conversión, pidiendo ser hijo de María y al hacerlo del modo conveniente, recibirla como madre para serlo realmente tal como quiso ser su hijo el mismo Cristo, San José, San Miguel Arcángel, San Gabriel, San Rafael y todos los ángeles de Dios.
Así lo establece el Espíritu Santo por boca del Rey David, siendo María el Monte del Señor y su recinto sacro: “Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe, y todos sus habitantes: Él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes, y puro corazón, que no confía en los ídolos ni jura contra el prójimo en falso. Ése recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob” (Sal. 23, 1-6).
Siendo María el Monte y la morada de Dios, quien la encuentra es porque en su corazón verdaderamente quiere dejar su vida de pecado y amar a Dios sobre todas las cosas y hacerse su siervo. A esto se refiere cuando dijo que a estos, antes de que lo invoquen les responderá y aún estarán hablando cuando ya los habrá escuchado, cosa que no hará con quienes diciéndose sus siervos, no cumplieron su voluntad y por ese motivo nunca se dieron cuenta que María estaba dispuesta verdaderamente a hacerlos hijos suyos dando la misma vida de Cristo a quien se lo pidiera a modo de sustituir la vida de ellos por la misma vida de Cristo.
Dios sabe quienes han de responder a su fruición y por eso tiene a bien el presentarse ante estos cuando ni siquiera lo busquen o deseen sus bienes y les da todo su tesoro en el hacer de ellos hijos de María cuando prueben serlo mediante el cumplimiento de su ley y revelarles todo su misterio hasta la Jerusalén celeste, como lo menciona por medio del profeta Isaías: "Me he dejado hallar por los que no preguntaban por mí y me he dejado encontrar por los que no me buscaban. Dije: «Aquí me tienen» a una nación que no invocaba mi nombre. Le he tendido la mano todos los días a un pueblo desobediente, que seguía un camino que no era bueno, tras sus propios caprichos."… Por tanto, así dice el Señor Yahveh: Mirad que mis siervos comerán, mas vosotros tendréis hambre; mirad que mis siervos beberán, mas vosotros tendréis sed; mirad que mis siervos se alegrarán, mas vosotros padeceréis vergüenza; mirad que mis siervos cantarán con corazón dichoso, mas vosotros gritaréis con corazón triste, y con espíritu quebrantado gemiréis. Dejaréis vuestro nombre a mis elegidos para que sirva de imprecación: «¡Así te haga morir el Señor Yahveh...!», pero a sus siervos les dará un nombre nuevo tal que, quien desee ser bendecido en la tierra, deseará serlo en el Dios del Amén, y quien jurare en la tierra, jurará en el Dios del Amén; cuando se hayan olvidado las angustias primeras, y cuando estén ocultas a mis ojos. Pues he aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán mentados los primeros ni vendrán a la memoria; antes habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear. Pues he aquí que yo voy a crear a Jerusalén «Regocijo», y a su pueblo «Alegría»; me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, sin que se oiga allí jamás lloro ni quejido. No habrá allí jamás niño que viva pocos días, o viejo que no llene sus días, pues morir joven será morir a los cien años, y el que no alcance los cien años será porque está maldito. Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán su fruto. No edificarán para que otro habite, no plantarán para que otro coma, pues cuanto vive un árbol vivirá mi pueblo, y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos. No se fatigarán en vano ni tendrán hijos para sobresalto, pues serán raza bendita de Yahveh ellos y sus retoños con ellos. Antes que me llamen, yo responderé; aún estarán hablando, y yo les escucharé. Lobo y cordero pacerán a una, el león comerá paja como el buey , y la serpiente se alimentará de polvo, no harán más daño ni perjuicio en todo mi santo monte - dice Yahveh" (Is. 65,1-2; 13-25).
“Y si hacen esto, pondré mis ojos sobre ustedes, y mis oídos oirán sus preces, y antes de que me invoquen les diré: "Aquí estoy"” (Is. 58,9)-
“¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo. Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano. Entonces tu luz surgirá como la aurora y tus heridas sanarán rápidamente. Tu recto obrar marchará delante de ti y la Gloria de Yahvé te seguirá por detrás. Entonces, si llamas a Yahvé, responderá. Cuando lo llames, dirá: «Aquí estoy.» Si en tu casa no hay más gente explotada, si apartas el gesto amenazante y las palabras perversas; si das al hambriento lo que deseas para ti y sacias al hombre oprimido, brillará tu luz en las tinieblas, y tu obscuridad se volverá como la claridad del mediodía. Yahvé te confortará en cada momento, en los lugares desérticos te saciará. El rejuvenecerá tus huesos y serás como huerto regado, cual manantial de agua inagotable. Volverás a edificar sobre las ruinas antiguas y reconstruirás sobre los cimientos del pasado; y todos te llamarán: El que repara sus muros, el que arregla las casas en ruinas. Si te preocupas de no caminar en día sábado ni de tratar tus negocios en el día santo; si tú llamas al sábado «Delicioso», y «Venerable» al día consagrado a Yahvé; si tú lo veneras, evitando los viajes, no haciendo tus negocios ni arreglando, ese día, tus asuntos, entonces, te sentirás feliz con Yahvé. Yo te llevaré por las cumbres de la tierra, y te mantendré con la propiedad de tu padre Jacob - la boca de Yahvé te lo asegura" (Is. 58, 7-14).
María es verdadera morada de Dios, es su propio cielo, su trono, el cual comparte con quienes quieren ser hijos de Ella y Ella los acoge y les participa de su misma inmaculada concepción. Así lo declara el Rey David: ¡Qué amable es tu Morada, Señor del Universo! Mi alma se consume de deseos por los atrios del Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente. Hasta el gorrión encontró una casa, y la golondrina tiene un nido donde poner sus pichones, junto a tus altares, Señor del universo, mi Rey y mi Dios. ¡Felices los que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar! ¡Felices los que encuentran su fuerza en ti, al emprender la peregrinación! Al pasar por el valle árido, lo convierten en un oasis; caen las primeras lluvias, y lo cubren de bendiciones; ellos avanzan con vigor siempre creciente hasta contemplar a Dios en Sión. Señor del universo, oye mi plegaria, escucha, Dios de Jacob; protege, Dios, a nuestro Escudo y mira el rostro de tu Ungido. Vale más un día en tus atrios que mil en otra parte; yo prefiero el umbral de la Casa de mi Dios antes que vivir entre malvados. Porque el Señor es sol y escudo; Dios da la gracia y la gloria, y no niega sus bienes a los que proceden con rectitud. ¡Señor del universo, feliz el hombre que confía en ti!” ( Sal. 84, 2-13).
Morar en la casa del Señor, esto es, en el vientre purísimo de la Santísima Virgen María, asegura todo bien: “El Señor es mi pastor, nada me faltará. En lugares de verdes pastos me hace descansar; junto a aguas de reposo me conduce. El restaura mi alma; Me guía por senderos de justicia por amor de su nombre. Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento. Tú preparas mesa delante de mí en presencia de mis enemigos; has ungido mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días.” (Sal. 23, 1-6)
Dios comparte su morada con todos los que se hacen sus hijos (Jn. 1, 12), lo cual Ella consuma luego de sufrir los dolores de parto y el tormento de darlos a luz y entregarlos al Padre (Ap. 12. 2, 5).
La naturaleza que contraen quienes quieren ser hijo de María --por ello verdaderos hijos de Dios e hijos de San José-- incluye el cumplir su decreto de gobernar a las naciones, como también lo declaran el Rey David y el profeta Isaías: “Voy a comunicar el decreto del Señor: El me ha dicho: "Tú eres hijo mío, yo te he engendrado hoy. Pídeme y serán tu herencia las naciones, tu propiedad los confines de la tierra. Las regirás con un cetro de hierro y quebrarás como cántaro de arcilla."" (Sal. 2, 7-9). "Escúchenme, islas lejanas, pongan atención, pueblos. Yahvé me llamó desde el vientre de mi madre, conoció mi nombre desde antes que naciera. Hizo de mi boca una espada cortante y me guardó debajo de su mano. Hizo de mí una flecha puntiaguda que tenía escondida entre las otras. El me dijo: «Tú eres mi servidor, Israel, y por ti me daré a conocer.» Mientras que yo pensaba: «He trabajado en balde, en vano he gastado mis fuerzas, para nada.» Yahvé, sin embargo, protegía mis derechos, mi Dios guardaba mi salario, pues soy importante para Yahvé, y mi Dios e hizo mi fuerza. Y ahora ha hablado Yahvé, que me formó desde el seno materno para que fuera su servidor, para que le traiga a Jacob y le junte a Israel:" «Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob, y de hacer volver los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.» Así dice Yahveh, el que rescata a Israel, el Santo suyo, a aquel cuya vida es despreciada, y es abominado de las gentes, al esclavo de los dominadores: Lo verán reyes y se pondrán en pie, príncipes y se postrarán por respeto a Yahveh, que es leal, al Santo de Israel, que te ha elegido. Así dice Yahvé: En tiempo favorable te escucharé, y en día nefasto te asistiré. Yo te formé y te he destinado a ser alianza del pueblo, para levantar la tierra, para repartir las heredades desoladas, para decir a los presos: «Salid», y a los que están en tinieblas: «Mostraos». Por los caminos pacerán y en todos los calveros tendrán pasto. No tendrán hambre ni sed, ni les dará el bochorno ni el sol, pues el que tiene piedad de ellos los conducirá, y a manantiales de agua los guiará. Convertiré todos mis montes en caminos, y mis calzadas serán levantadas. Mira: Estos vienen de lejos, esos otros del norte y del oeste, y aquéllos de la tierra de Sinim." "Los reyes serán tus padres adoptivos y sus princesas tus niñeras. Se agacharán delante de ti hasta tocar el suelo y besarán el polvo de tus pies. Entonces tú sabrás que Yo soy Yahvé; y que nunca defraudo a los que esperan en mí" (Is. 49, 1-12 ). “El más pequeño llegará a ser un millar, y el más insignificante una nación poderosa. Yo, el Señor, a su tiempo lo apresuraré” (Is. 60, 22).
Nuestro Señor Jesucristo revela este misterio de los suyos al decir la causa y el propósito de su relación con ellos y su voluntad para ellos: “Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos” (Jn.17, 20-26).
Cristo revela que los que son suyos, lo son porque el Padre Eterno se los dio y por eso les dio la misma gloria que el Padre dio a Cristo, la cual se realiza con la encarnación en el vientre purísimo de María y pide que sean en la Santísima Trinidad unidad con Cristo, el Padre y el Espíritu Santo. La unidad que pide Cristo para los suyos solo puede proceder de aquella unidad que da el ser hijos del Padre por ser hermanos de Cristo y tener su misma carne sangre alma y divinidad, por participación, naturaleza que solo puede adquirirse en el vientre de María al ser concebidos y gestados como lo fue Jesucristo. Por eso el deseo de Cristo es que los suyos estén con El donde El está, es decir en el cielo, al lado del Padre y en el vientre de la Santísima Virgen María como su trono, único lugar donde es posible contemplar toda su gloria desde antes de la fundación del mundo, donde da y dará a conocer el nombre del Padre y poseerán el amor del Padre porque Cristo estará en ellos.
Ella misma lo establece en la Sabiduría: “En cuanto a mí, como un canal que brota de un río, como una acequia, salí a un jardín y dije: «Regaré mi huerta y empaparé mis canteros». ¡De pronto, mi canal se convirtió en un río, y mi río se transformó en un mar! Aún haré brillar la instrucción como la aurora e irradiaré su luz lo más lejos posible; aún derramaré la enseñanza como una profecía y la dejaré para las generaciones futuras. Porque yo no he trabajado sólo para mí, sino para todos los que buscan la sabiduría” (Eclo. 24, 30-34).
Así lo anuncia el profeta Zacarías y la Santísima Virgen María lo reitera en con El Magnificat: “ Grita de júbilo y alégrate, hija de Sión: porque yo vengo a habitar en medio de ti -oráculo del Señor-. Aquel día, muchas naciones se unirán al Señor: ellas serán un pueblo para él y habitarán en medio de ti. ¡Así sabrás que me ha enviado a ti el Señor de los ejércitos! El Señor tendrá a Judá como herencia, como su parte en la Tierra santa, y elegirá de nuevo a Jerusalén. ¡Que callen todos los hombres delante del Señor, porque él surge de su santa Morada!” (Zac. 2, 14-17; Lc. 1, 46-55).
La Santísima Virgen María, en la Sabiduría, pidió ser Madre de los que serían sus herederos, siendo la morada santa de Dios, cosa que ya había elegido desde el inicio de su obrar (Prov. 8, 30-31) y Dios le dio hijos, pueblo y nación tal como ella lo había pedido, para darles todas sus ternuras y su propia vida: “Sobre las olas del mar y sobre toda la tierra, sobre todo pueblo y nación, ejercí mi dominio. Entre todos ellos busqué un lugar de reposo, me pregunté en qué herencia podría residir. Entonces, el Creador de todas las cosas me dio una orden, el que me creó me hizo instalar mi carpa, él me dijo: «Levanta tu carpa en Jacob y fija tu herencia en Israel». Él me creó antes de los siglos, desde el principio, y por todos los siglos no dejaré de existir. Ante él, ejercí el ministerio en la Morada santa, y así me he establecido en Sión; él me hizo reposar asimismo en la Ciudad predilecta, y en Jerusalén se ejerce mi autoridad. Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia. Crecí como un cedro en el Líbano y como un ciprés en los montes del Hermón; crecí como una palmera en Engadí y como los rosales en Jericó; como un hermoso olivo en el valle, y como los rosales en Jericó; como un hermosos olivo en el valle, y como un plátano, me elevé hacia lo alto. Yo exhalé perfume como el cinamomo, como el aspálato fragante y la mirra selecta, como el gálbano, la uña aromática y el estacte, y como el humo del incienso en la Morada. Extendí mis ramas como un terebinto, y ellas son ramas de gloria y de gracia. Yo, como una vid, hice germinar la gracia, y mis flores son un fruto de gloria y de riqueza. [Yo soy la madre del amor hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza. Yo, que permanezco para siempre, soy dada a todos mis hijos, a los que han sido elegidos por Dios.] ¡Vengan a mí, los que me desean, y sáciense de mis productos! Porque mi recuerdo es más dulce que la miel y mi herencia, más dulce que un panal. Los que me coman, tendrán hambre todavía, los que me beban, tendrán más sed. El que me obedezca, no se avergonzará, y los que me sirvan, no pecarán”. (Eclo. 24, 6-22)
Es precisamente cuando de acuerdo con lo que describe San Juan en el capítulo 12 del Apocalipsis, la mujer aparece en el cielo vestida de sol con los dolores del parto cuando Dios anuncia que Él está aquí del modo como lo ha decretado, esto es, por medio de María, siendo Ella quien le aconsejó y le enseñó el camino exacto, el saber y el método inteligente en la persona de La Sabiduría porque Él mismo le dio esa función para decretarlo como cosa propia, haciendo ejercicio del privilegio que Dios mismo le dio al hacerla señora de todas sus posesiones para mandar sobre estas y administrarlas (Prov. 8, 1; 36); así viene con su salario y recompensa, reuniendo en el seno de María a los corderos, tomándolos en sus brazos y recostando allí mismo a las madres. Revelando todo su poder creador y redentor en María.
Este anuncio se realizará al final de los tiempos cuando se inicie la gestación de los hijos de Dios, aquéllos que son concebidos en María como su madre y Ella les da la misma naturaleza de Cristo en su vientre, tal cual lo expresa Isaías en su canto revelando a María cocreadora y corredentora, preexistente con la Sabiduría de Dios como su persona misma:
“Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios». Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres. ¿Quién ha medido a puñados el mar o mensurado a palmos el cielo, o a cuartillos el polvo de la tierra? ¿Quién ha pesado en la balanza los montes y en la báscula las colinas? ¿Quién ha medido el aliento del Señor? ¿Quién le ha sugerido su proyecto? ¿Con quién se aconsejó para entenderlo, para que le enseñara el camino exacto, para que le enseñara el saber y le sugiriese el método inteligente? Mirad, las naciones son gotas de un cubo y valen lo que el polvillo de balanza. Mirad, las islas pesan lo que un grano, el Líbano no basta para leña, sus fieras no bastan para el holocausto. En su presencia, las naciones todas como si no existieran, valen para él nada y vacío.” (Is. 40,10-17).
Dios mismo es quien devuelve a María a todos sus hijos cautivos y para ello provee que se abajen las colinas y se rellenen todos los valles hasta aplanar la tierra; árboles y bosques fragantes que den sombra por el camino cuyo recorrido sea alegre y glorioso: “Contempla a tus hijos, reunidos de oriente y de occidente, a la voz del espíritu, gozosos porque Dios se acordó de ellos. Salieron a pie, llevados por los enemigos; pero Dios te los devuelve llenos de gloria, como príncipes reales. Dios ha ordenado que se abajen todas las montañas y todas las colinas, que se rellenen todos los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios. Los bosques y los árboles fragantes le darán sombra por orden de Dios. Porque el Señor guiará a Israel en medio de la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolo con su misericordia y su justicia.” (Baruc 5, 5-9)
X. Morar en la casa de Dios
Dios revela a los que quiere que sean sus hijos que debido al celo que tiene por su casa (Sal. 69) --esto es, por la Santísima Virgen María que es templo, trono y sagrario de la Santísima Trinidad y su Madre--, Nuestro Señor Jesucristo padecerá para salvarnos. Por esto expulsa a los vendedores del templo (Jn 2, 17) y, debido a ese celo, es necesario entregar al resto de sus hijos a su Madre mediante la redención que realiza. Al entregar a María a los que Ella misma hizo que fueran creados para ser sus hijos y se perdieron por el pecado, con este acto deben configurarse con este templo de Dios (Heb. 3, 6) y ponerse a construirlo con las acciones necesarias para convertirse en Ella, con Ella, por Ella y para Ella, en el mismo templo de Dios que es María.
“¿De modo que es tiempo de vivir en casas revestidas de madera, mientras el templo está en ruinas? Pues ahora –dice el Señor de los ejércitos– meditad vuestra situación: sembrasteis mucho, y cosechasteis poco, comisteis sin saciaros, bebisteis sin apagar la sed, os vestisteis sin abrigaros, y el que trabaja a sueldo recibe la paga en bolsa rota. Así dice el Señor: Meditad en vuestra situación: subid al monte, traed maderos, construid el templo, para que pueda complacerme y mostrar mi gloria –dice el Señor–. Buscáis mucho, pero halláis poco; lo que guardáis en casa yo lo disiparé con un soplo. ¿Por qué? dice el Señor los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, mientras cada uno de vosotros corre a su propia casa. Por eso los cielos os han negado la lluvia, y la tierra retuvo sus frutos. Yo llamé la sequía sobre esta tierra y sobre los montes, sobre el trigo, sobre el vino, sobre el aceite, sobre todo lo que la tierra produce, sobre los hombres y sobre las bestias, y sobre todo trabajo de sus manos.” (Hageo 1, 3-11).
Y la respuesta debe ser congruente con la que Dios pone en boca de quienes en verdad quieren encontrarlo, lo cual solo ocurrirá configurándose con la Santísima Virgen María y al hacerlo así ocurrirá la perfecta configuración con Cristo y se poseerá la vida eterna al conocer al Padre y al Hijo (Jn. 17, 3).
Así lo expresa Salomón: “Palabras de Agur, hijo de Jaqué; la profecía que dijo el varón a Itiel, a Itiel y a Ucal. Ciertamente más rudo soy yo que ninguno, Ni tengo entendimiento de hombre. Yo ni aprendí sabiduría, Ni conozco la ciencia del Santo. ¿Quién subió al cielo, y descendió? ¿Quién encerró los vientos en sus puños? ¿Quién ató las aguas en un paño? ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra? ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes? Toda palabra de Dios es limpia; El es escudo a los que en él esperan.” (Prov. 30, 1-5).
Es necesario que se reconozca la relevancia del pedido de la Santísima Virgen de Guadalupe, que apareció encinta en el ayate de San Juan Diego en México y pidió que los hombres acudieran en todas sus necesidades a Ella y que le construyeran un templo. Con estas disposiciones, habrá de dar a luz a una simiente de hijos que tienen la imagen de Cristo y revisten su imagen virginal. Este camino que nos ha mostrado es el más directo y sencillo de todos para adquirir su imagen virginal y con ella la imagen de Cristo y la perfección cristiana: al subir un cerrillo, el del Tepeyac y hacer el oficio de San Juan Diego, quien tenía la imagen de María en su alma antes de que fuera impresa por los ángeles en su ayate, así como Verónica tenía la imagen de Cristo en la suya antes de que quedara impresa en el lienzo con el que enjugó su rostro. (3)
María desea que todos los que quiera ser sus hijos nos hagamos como Juan Diego –el más pequeño de sus Hijos-- para que recibamos su imagen en nuestras almas, ya que es la más perfecta imagen de Jesucristo, con lo cual cumpliremos su voluntad de construir el templo que quiere y qué, como lo explica San Luis de Montfort, seamos formados en su propio vientre como lo fue Nuestro Señor Jesucristo.
Es necesario aprender de Ella y cumplir lo que nos manda, como lo hizo el santo, para que Ella imprima en nuestra alma a su perfecta imagen y siendo Ella quien más perfectamente imitó a Cristo Nuestro Señor, imprimirá en ese mismo acto a la imagen de Cristo en nosotros, con la que seremos reconocidos por el Padre Eterno, dado que lo estaremos adorando en espíritu y en verdad, como El quiere ser amado.
Con esta forma de vida seremos la materia perfecta que Ella quiere para construir su templo, que es el templo de Dios en nosotros. Este templo es el que será medido con esa caña con la que San Juan midió al Templo en el Capítulo 11 del Apocalipsis: “luego me fue dada una caña de medir, parecida a una vara diciéndome: Levántate y mide el Santuario de Dios y el altar, y a los que adoran en él”. Esa caña con la que se nos medirá son las 7 prácticas de vida que nos hacen formar parte del templo y con las que adquiriremos la imagen de María –con las que subiremos el cerrillo-- y con la de Ella la de Cristo: Pobreza, obediencia, castidad, estabilidad, conversión de costumbres, santa esclavitud a María con la consagración a su inmaculado corazón y ofrecimiento como Víctima de Amor, que se nos han enseñado en todo camino de perfección cristiana desde Adán y Eva, Abraham, Moisés y los profetas, hasta la encarnación de Cristo y la fundación de la Iglesia y prevalecerán hasta su triunfo. Con esta forma de vida escalaremos las virtudes de María, que son las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad, y las virtudes capitales de humildad, generosidad, castidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia.
Estas son las alas del águila que en La Revelación le son dadas a la mujer –la Iglesia-- que está por dar a luz, para que se refugie en el desierto, --que es figura de las 7 prácticas de vida que nos enseñaron los padres que en este habitaron y donde les fue dado ser portadores del Espíritu Santo--, donde comerá de los frutos del Espíritu Santo con los que será alimentada el tiempo señalado. Allí, nutrida con los manjares del desierto, dará a luz a estos hijos nuevos, a este templo semejante a la Santísima Virgen María. Allí adquirirá esta construcción las proporciones del templo medido por San Juan.
La invitación de Dios para ser sus hijos por medio de María lo es a la perfección del ser sus hijos, por lo cual es necesario la determinación y las acciones necesarias, ya que se trata de la construcción del templo de Dios que en sí mismo debe emprender cada uno, sin retraso (Mt. 11, 12).
“Debéis renovaros en vuestra mente y en vuestro espíritu, y revestiros de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se manifiesta en una vida recta y pura, fundada en la verdad” (Ef. 4,17).
El trabajo de edificar el tempo de Dios en cada uno ocurre por invitación de Dios al hacerse hallar por quienes no lo habían buscado en María antes. Así María es quien ha determinado en la Sabiduría de Dios que quienes han de hacerlo fueran creados y la creación misma, para luego ser corredentora de ellos en la redención de Cristo.
Entonces se da y se entiende el hecho de que sus hijos tienen que aprender por Ella y ser alimentados por Ella con cuajo de leche y miel hasta que hayan sido nutridos y hayan aprendido a hacer el bien y a rechazar el mal, tal como lo dice el Profeta Isaías en el texto que hemos venido reproduciendo: “En tiempo de Ajaz, hijo de Jotam, hijo de Ozías, rey de Judá, subió Rasón, rey de Aram, con Pécaj, hijo de Remalías, rey de Israel, a Jerusalén para atacarla, más no pudieron hacerlo. La casa de David había recibido este aviso: «Aram se ha unido con Efraím», y se estremeció el corazón del rey y el corazón de su pueblo, como se estremecen los árboles del bosque por el viento. Entonces Yahveh dijo a Isaías: «Ea, sal con tu hijo Sear Yasub al final del caño de la alberca superior, por la calzada del campo del Batanero, al encuentro de Ajaz, y dile: «¡Alerta, pero ten calma! No temas, ni desmaye tu corazón por ese par de cabos de tizones humeantes, ya que Aram, Efraím y el hijo de Remalías han maquinado tu ruina diciendo: Subamos contra Judá y desmembrémoslo, abramos brecha en él y pongamos allí por rey al hijo de Tabel." Así ha dicho el Señor Yahveh: No se mantendrá, ni será así; porque la capital de Aram es Damasco, y el cabeza de Damasco, Rasón; Pues bien: dentro de sesenta y cinco años, Efraím dejará de ser pueblo. La capital de Efraím es Samaría, y el cabeza de Samaría, el hijo de Remalías. Si no os afirmáis en mí no seréis firmes.» Volvió Yahveh a hablar a Ajaz diciendo: «Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios en lo profundo del seol o en lo más alto.» Dijo Ajaz: «No la pediré, no tentaré a Yahveh.» Dijo Isaías: «Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Cuajada y miel comerá hasta que sepa rehusar lo malo y elegir lo bueno. Porque antes que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno, será abandonado el territorio cuyos dos reyes te dan miedo. Yahveh atraerá sobre ti y sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre, días cuales no los hubo desde aquel en que se apartó Efraím de Judá (el rey de Asur). Aquel día silbará Yahveh al enjambre que hay en los confines de los ríos de Egipto, y a las abejas que hay en tierra de Asur; vendrán y se posarán todas ellas en las quebradas, en los resquicios de las peñas, en todas las corrientes y en todos los arroyos. Aquel día rapará el Señor con navaja alquilada allende el Río, con el rey de Asur, la cabeza y el vello de las piernas y también la barba afeitará, Aquel día criará cada uno una novilla y un par de ovejas. Y así de tanto dar leche, comerá cuajada, porque «cuajada y miel comerá todo el que quedare dentro del país». Aquel día, cualquier lugar donde antes hubo mil cepas por valor de mil piezas de plata, será de la zarza y el abrojo. Con flechas y arco se entrará allí, pues zarza y abrojo será toda la tierra, y en ninguno de los montes que se desbrozan con la azada se podrá entrar por temor de las zarzas y abrojos; será dehesa de bueyes y pastizal de ovejas.»" (Is. 7).
Dios revela a quienes lo quieren buscar como hacer para encontrarlo, lo que El concede, así como la condición y conducta que debe tener quien recibe estos dones; explica lo que debe tener en su corazón aquél que quiere convertirse por medio de María y los actos que debe realizar, para que se los adjudique como cosa suya y siendo suyos tenga los tesoros que El quiere dar a sus verdaderos hijos y proclamar lo que Ella es, su relación con Dios y sus hechos. Así lo expresa en el libro de la Sabiduría:
“Yo también soy un hombre mortal como todos, un descendiente del primero que fue formado de la tierra. En el seno de una madre fui hecho carne; durante diez meses fui modelado en su sangre, de una semilla de hombre y del placer que acompaña al sueño. Yo también, una vez nacido, aspiré el aire común, caí en la tierra que a todos recibe por igual y mi primera voz fue la de todos: lloré. Me crie entre pañales y cuidados. Pues no hay rey que haya tenido otro comienzo de su existencia; una es la entrada en la vida para todos y una misma la salida. Por eso pedí y se me concedió la prudencia; supliqué y me vino el espíritu de Sabiduría. Y la preferí a cetros y tronos y en nada tuve a la riqueza en comparación de ella. Ni a la piedra más preciosa la equiparé, porque todo el oro a su lado es un puñado de arena y barro parece la plata en su presencia. La amé más que la salud y la hermosura y preferí tenerla a ella más que a la luz, porque la claridad que de ella nace no conoce noche. Con ella me vinieron a la vez todos los bienes, y riquezas incalculables en sus manos. Y yo me regocijé con todos estos bienes porque la Sabiduría los trae, aunque ignoraba que ella fuese su madre. Con sencillez la aprendí y sin envidia la comunico; no me guardo ocultas sus riquezas porque es para los hombres un tesoro inagotable y los que lo adquieren se granjean la amistad de Dios recomendados por los dones que les trae la instrucción. Concédame Dios hablar según él quiere y concebir pensamientos dignos de sus dones, porque él es quien guía a la Sabiduría y quien dirige a los sabios; que nosotros y nuestras palabras en sus manos estamos con toda nuestra prudencia y destreza en el obrar. Fue él quien me concedió un conocimiento verdadero de los seres, para conocer la estructura del mundo y la actividad de los elementos, el principio, el fin y el medio de los tiempos, los cambios de los solsticios y la sucesión de las estaciones, los ciclos del año y la posición de las estrellas, la naturaleza de los animales y los instintos de las fieras, el poder de los espíritus y los pensamientos de los hombres, las variedades de las plantas y las virtudes de las raíces. Cuanto está oculto y cuanto se ve, todo lo conocí, porque el artífice de todo, la Sabiduría, me lo enseñó. Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo observa, penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles. Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud de su pureza. Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma, renueva el universo; en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas, porque Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría. Es ella, en efecto, más bella que el sol, supera a todas las constelaciones; comparada con la luz, sale vencedora, 30. porque a la luz sucede la noche, pero contra la Sabiduría no prevalece la maldad" (Sab. 7).
XI. Dios quiere su morada en sus hijos.
María es la morada y el monte de Dios y por eso Él mismo proclama esta obra y la exalta con su misma gloria; invita, convoca y apremia a subir a Ella, por boca del profeta Isaías y con Cristo a la cabeza de todos sus hermanos: “El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo. Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Contemplarán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes; decid a los inquietos: «Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará.» Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo, y cantará la lengua del mudo, porque han brotado aguas en el desierto y corrientes en la estepa. El páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial. En el lugar donde se echan los chacales habrá hierbas, cañas y juncos. Habrá un camino recto. Lo llamarán «Vía sacra». Los impuros no pasarán por él. Él mismo abre el camino para que no se extravíen los inexpertos. No hay por allí leones, ni se acercarán las bestias feroces. Los liberados caminan por ella y por ella retornan los rescatados del Señor. Llegarán a Sión con cantos de júbilo: alegría sin límite en sus rostros. Los dominan el gozo y la alegría. Quedan atrás la pena y la aflicción (Is. 35,1-10).
“En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén». Juzgará entre las naciones, será árbitro de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor” (Is. 2,1-5).
“Aquel día, el vástago del Señor será el esplendor y la gloria, y el fruto del país será orgullo y ornamento para los redimidos de Israel. A los que queden en Sion y al resto de Jerusalén los llamarán santos: todos los que en Jerusalén están inscritos para la vida. Cuando el Señor haya lavado la impureza de las hijas de Sion y purificado la sangre derramada en Jerusalén, con viento justiciero, con un soplo ardiente, creará el Señor sobre toda la extensión del monte Sion y sobre su asamblea una nube de día, un humo y un resplandor de fuego llameante de noche. Y por encimo, la gloria será un baldaquino y una tienda, sombra en la canícula, refugio y abrigo de la tempestad y de la lluvia” (Is 4, 2-6).
Nuestro Señor Jesucristo da a conocer la profundidad de este misterio a través de San Juan. Cuando promete “fijaremos en él nuestra morada”, dice que fijara en quién cumpla su voluntad a la Santísima Virgen María con su Inmaculada Concepción, con la encarnación de Cristo, con la preexistencia de María en la Sabiduría con la que estableció los fundamentos de la creación, la redención y la consumación de la Jerusalén Celeste y con la concepción inmaculada de cada uno de sus hijos en el vientre purísimo de María, que concibe y engendra a cada uno de sus hijos con su propia Inmaculada Concepción para entregarlos al padre luego de sufrir los dolores de parto y el tormento de dar a luz a cada uno. La Santísima Trinidad entregará a la Santísima Virgen María, que es su morada, a quien ama y es fiel a Cristo y allí vivirá en quien así lo ama:
“No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy». Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto». Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta». Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Hombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré. Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él». Judas –no el Iscariote– le dijo: «Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Jesús le respondió: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes». Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo (Jn. 14, 1- 28).
En quien es fiel a Cristo con María coexisten las tres venidas de nuestro señor, la primera por su encarnación, la segunda en la Eucaristía y la tercera con poder y gloria para juzgar al mundo. Solo así se cumple de modo perfecto la unidad en Él y poder ser todos uno solo en la manifestación de los hijos de Dios, dado que solo pueden serlo de este modo, para que todo el mundo crea y conozca que Cristo fue enviado por el Padre y que sepa que Cristo ama a los suyos como el Padre ama a Cristo. Esa es la gloria que Cristo da a los suyos al entregarles a su propia madre para que sea nuestra verdadera madre y nos de el mismo ser de Nuestro Señor Jesucristo, para ser en Él y Él en el Padre y poseer el mismo amor que el Padre tiene para Cristo desde antes de la creación del mundo (Jn. 17, 21-24; Jn. 14, 2-3).
San Luis María Grignón de Montfort resume de la siguiente forma en su “Tratado de la Verdadera Devoción":
Dios quiere, pues, revelar y manifestar a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos.
a) porque Ella se ocultó en este mundo y se colocó más baja que el polvo por su profunda humildad, habiendo alcanzado de Dios, de los Apóstoles y Evangelistas, que no la dieran a conocer;
b) porque Ella es la obra maestra de las manos de Dios tanto en el orden de la gracia como en el de la gloria, y Él quiere ser glorificado y alabado en la tierra por los hombres;
c) porque Ella es la aurora que precede y anuncia al Sol de justicia, Jesucristo, y, por lo mismo, debe ser conocida y manifestada si queremos que Jesucristo lo sea;
d) porque Ella es el camino por donde vino Jesucristo a nosotros la primera vez y lo será también cuando venga la segunda, aunque de modo diferente;
e) porque Ella es el medio seguro y el camino directo e inmaculado para ir a Jesucristo y hallarle perfectamente. Por Ella deben, pues, hallar a Jesucristo las personas santas que deben resplandecer en santidad. Quien halla a María, halla la Vida, es decir, a Jesucristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Ahora bien, no se puede hallar a María si no se la busca ni buscarla si no se la conoce, pues no se busca ni desea lo que no se conoce. Es, por tanto, necesario que María sea mejor conocida que nunca, para mayor conocimiento y gloria de la Santísima Trinidad;
f) porque María debe resplandecer, más que nunca, en los últimos tiempos en misericordia, poder y gracia: en misericordia, para recoger y acoger amorosamente a los pobres pecadores y a los extraviados que se convertirán y volverán a la Iglesia católica; en poder contra los enemigos de Dios: los idólatras, cismáticos, mahometanos, judíos e impíos endurecidos, que se rebelarán terriblemente para seducir y hacer caer, con promesas y amenazas, a cuantos se les opongan; en gracia, finalmente, para animar y sostener a los valientes soldados y fieles servidores de Jesucristo, que combatirán por los intereses del Señor;
g) por último, porque María debe ser terrible al diablo y a sus secuaces "como un ejército en orden de batalla", sobre todo en estos últimos tiempos, cuando el diablo, sabiendo que le queda poco tiempo -y mucho menos que nunca- para perder a las gentes, redoblará cada día sus esfuerzos y ataques. De hecho suscitará en breve crueles persecuciones y tenderá terribles emboscadas a los fieles servidores y verdaderos hijos de María, a quienes les cuesta vencer mucho más que a los demás.
Nuestro Señor Jesucristo reservó el anuncio de su ministerio con el milagro de las Bodas de Caná para esconder hasta el momento preciso la comprensión del misterio de María que dio a conocer en el capítulo 12 del Apocalipsis, por el cual como el único novio de su única esposa que es la Iglesia va a transformar el agua en el vino de su sangre y engendrar en Ella a su cuerpo en cada uno de los hijos de la Santísima Virgen María, tras convertirse en Hija del Padre, Esposa del Espíritu Santo y Madre de Dios, lo cual es el secreto que existe entre María y Jesús por el cual solo Cristo y María sabían a qué se refería cuando le dijo: "Mujer, ¿A ti y a mi qué? Todavía no ha llegado mi hora" y Ella en el acto dijo a los servidores: "Hagan todo lo que Él les diga" y ordenó llenar las tinajas de agua, y por eso puso en boca del mayordomo: "Todos sirven primero el vineo bueno y después el peor, pero tú has guardado el mejor vino hasta ahora" (Jn. 2, 1-11).
Debemos estar vacíos para poder ser llenados con el agua que van servir los ángeles de Dios para poder ser transformados en el vino de su propia sangre en el vientre purísimo de la Santísima Virgen María y ser presentados ante el mayordomo la boda, que es el Arcángel San Miguel, quien dará su visto bueno para ser vertidos en el altar de Dios y presentados en la propia sangre de Cristo.
XII. Aprender a hacer el bien y rechazar el mal
Cuando el hombre cae en el pecado, tiene delante de sí la elección de volver a Dios como su Padre para pedir su perdón por rechazar su amor y pedir su ayuda para salir del mal que El quería que evitarnos (Lc. 15, 18-19; Sal. 50 -51 Biblia católica-) o rechazarlo y alejarse de Él (Gn. 3, 10; Ex. 32, 7; Is. 6, 9-10; Mt. 13, 15; 23, 37).
En cualquier caso, el Padre busca a su hijo que ha caído, que se ha extraviado y lo llama cariñosamente: “Oh Adán, ¿dónde estás?” (Gn. 3, 9) y amorosamente se pone a esperar todos los días con gran anhelo, buscando a la lejanía para ver si su hijo regresa para correr a él y abrazarlo con todo su corazón (Lc. 15, 20); como una gallina trata de cubrirlo con sus alas (Mt. 23, 37) y al ver que no regresa, por lo malo que le haya pasado va a buscarlo hasta el lugar donde se encuentre perdido y hundido, se llena de alegría al encontrarlo y lo rescata (Lc. 15, 4-6) .
Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre es absolutamente dueño del total de la naturaleza humana. Es dueño de la humanidad de Adán y Eva antes de la caída y lo de la humanidad corrompida por el pecado luego de la desobediencia de Adán. Nuestra humanidad es suya, como Dios dueño de todo porque fue hecha por Él y para Él. Lo es por su concepción como ser humano y lo es en su naturaleza caída, al asumir la humanidad en estado de postración sometida a la muerte a causa del pecado, cuya culpa asumió sin la vileza del pecado, para redimirla.
Como tal, María es dueña de toda humanidad; la humanidad que existe en la mente de Dios y la cual Ella poseyó desde el instante de la concepción sin pecado alguno, que es la misma humanidad de Cristo; es dueña de la humanidad con su naturaleza caída por el pecado, para darle a Cristo Redentor, quien la rescatará del pecado y de la muerte y Ella la corredimirá junto con El, y es dueña de la humanidad redimida por Cristo con su pasión, muerte y resurrección. Así, María es dueña y señora de la naturaleza humana tal cual existió siempre en la mente de Dios sin mancha ni defecto y también lo es la humanidad caída, tal como lo es de Cristo, por adjudicación para redimirla. Así, de María procede la humanidad porque la Santísima Trinidad se la regaló absolutamente.
Nosotros tenemos la humanidad en deuda con Cristo de cualquier modo. La tendremos con pleno derecho como el derecho de Cristo de ser Hombre, al convertirnos en su madre y hermanos (Mc. 3, 33-35) y cumplir la voluntad del Padre que es la de Cristo, que es hacernos uno con El y que no seamos nosotros quienes vivamos, sino Cristo quien viva en nosotros.
En la unión con Él, cuya única manera perfecta en esta vida es la unión eucarística, esto es, cuando lo recibimos como comida y como alimento en la Eucaristía, recibimos su humanidad y su divinidad y nos hacemos uno con El y El con nosotros, obteniendo así la verdadera y única forma del ser humano perfecto que es el mismo Cristo (Jn. 6, 48-58), porque para El fue hecha la naturaleza humana (Lc. 10, 22), para ser uno con ella y cumpliendo El así la Redención total del género humano, estando y permaneciendo El con nosotros y nosotros con El y en El en la sola persona de El.
Tal unión eucarística solo puede ocurrir de modo perfecto en el vientre purisimo de la Santísima Virgen María, por cuánto en el momento mismo de comulgar, debemos pedir al Padre hacer de nosotros ovejas para el rebaño de Cristo y pedir a Él nos reciba como ovejas entregadas a Él por su Padre y pedirle que nos de su misma vida y que nos entregue al pie de la cruz a la Santísima Virgen María como nuestra madre y, a nosotros, como a sus hijos y Ella viva con nosotros; pedir al Espíritu Santo nos conciba con la inmaculada Concepción de María, con Ella y en Ella, en su misma carne, con su mismo cuerpo, sangre, alma y maternidad divina y pedir a Ella nos de su misma vida en nosotros, para que no seamos nosotros quienes vivamos, sino María quien viva en nosotros y que nos reciba en su vientre para ser concebidos por el Espíritu Santo en Cristo. Pedir al Espíritu Santo nos conciba con Cristo cuando fue concebido en María en su mismo cuerpo, sangré y divinidad y nos haga vivir toda la misma vida de Cristo en su vientre y así nos entregue al Padre. Así, en esta vida, en la voluntad divina que cumple Cristo en nosotros y nosotros en El, de modo perfecto en, con, por y para María, tenemos la misma vida de Cristo y no la nuestra y vivimos en la verdadera humanidad que pertenece y es y solo puede ser de Cristo, la cuál es redimida así en Cristo por María.
Con ello se podrá tener toda su vida y vivir en ella el perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios y concebir en nosotros a Cristo vivo y verdadero, y concebirlo en nosotros y vivir su misma vida en el vientre purísimo de María y vivir la voluntad divina con Él y en Él.
Cuando recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo recibimos toda la vida completa de Cristo como verdadero Dios y verdadero Hombre, desde su concepción viriginal en el seno de la Santísima Virgen María y obtenemos la verdadera y única humanidad que creó Aquél que dijo "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn. 1, 26-27). Recibimos la misma imagen y semejanza de Él, que es la Santísima Virgen María y recibimos a toda la divinidad, con toda la naturaleza de la Santísima Trinidad, con la misma vida de Dios; con el Misterio de Dios que es María, con la creación, con la redención y la vida eterna, y nos hacemos cocreadores y corredentores en María y en Cristo mismos.
Recibimos en el mismo acto a toda la Iglesia triunfante, purgante y militante en el cuerpo místico de Cristo, que es al mismo tiempo el cuerpo místico de María, ya que la carne y la sangre de Cristo son la misma carne y sangre de María. Por esto mismo dice el San Pablo; “Teniendo entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando con el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne, y teniendo un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala conciencia y con el cuerpo lavado en agua pura. Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa; fijémonos los unos en los otros, para estimularnos a la caridad y a las buenas obras. No desertéis de las asambleas, como algunos tienen por costumbre, sino animaos tanto más cuanto más cercano veis el Día” (Hb. 10,19-25).
Esta cocreación que recibimos como participación en el derecho y acto de cocrear que en su naturaleza misma tiene la Santísima Virgen María como regalo de la Santisima Trinidad, ocurre en el mismo acto de comulgar y unir nuestra voluntad con la entrega de nuestra vida a Cristo para que no seamos nosotros quienes vivamos, sino Cristo quien viva en nosotros (Gal. 2, 20), de modo que en realidad nuestra vida queda unida por la misma vida de Cristo, aunque bajo la forma de nuestra vida ordinaria entregada a Cristo, así como ocurre con la forma sagrada que es pan y es vino pero es el mismo cuerpo y la sangre de Cristo, con toda su humanidad desde su concepción hasta su vida a la derecha del Padre y toda su divinidad eterna como Dios. Por ello al participar así de la Humanidad y de la Divinidad de Cristo y dado que esa gracia la recibimos por medio de la Santísima Virgen María, porque Ella hace que su misma carne sea al mismo tiempo la Carne de Dios hecho hombre y por este oficio, por medio de Ella, existe el sacerdocio de Cristo en Él y en todos los sacerdotes, y hace posible la transubstanciación en la Eucaristía, participamos de su derecho y oficio como cocreadora y corredentora de todo cuanto existe, por entrega misma de quien así se entregó para ser Hijo de María siendo Hijo de Dios y por ello María es Madre de Dios y de todo lo creado por entrega y por participación arcana, por entrega de Dios a Ella del derecho a decidir que cosa crear, cómo y cuando hacerlo y el derecho de corredimir por Cristo, con Él y en Él todo lo creado.
Esta corredención que recibimos para redimir junto con Cristo y con María, es igualmente un regalo que viene con la redención que recibimos en el bautismo y de la que participamos como actores al recibir todos los sacramentos y específicamente en la Eucaristía, ya que Cristo Redentor y Glorioso se hace uno con nosotros y María también, y en nosotros se encuentra el resto de la humanidad que se allega a participar de la vida divina por medio del cuerpo y la sangre de Cristo que recibimos a modo de que tenemos la misma pasión, muerte y resurrección en nuestro cuerpo y vida mortal, cuyo único propósito es redimir a muchos y en cuyo conjunto se encuentran todos los que están vivos y sufragar por los que purgan, según la misericordia eterna de Dios, para ir a la vida eterna.
Por ello, la participación como corredentores de quienes así se entregan a la voluntad de Dios es de vivir la misma vida de Cristo, María, todos los ángeles y Santos de Dios, aquí en esta tierra, para la redención, ocurriendo que nos incorporamos a la pasión salvadora de Cristo en el espacio y tiempo mismos que Él lo consumó, que en Él permanecen eternamente y Él vive en nosotros, en nuestro espacio y tiempo, su misma vida desde su concepción hasta la eternidad, con todos y cada uno de sus actos, los de la Santísima Trinidad, los de la Santísima Virgen María y los de todos los ángeles y santos del cielo.
Esta vida divina, esta cocreación y esta corredención que se nos da, es como la semilla del sembrador, como la semilla de mostaza, como la levadura, como el tesoro oculto, como la perla escondida, como la moneda encontrada, como el aceite de la linterna de las vírgenes, como los talentos entregados (Mt. 13, 23; Lc. 13: 19, 22; Mt. 13: 44, 45, Lc. 15, 8-10; Mt. 25, 1-13; 14-30).
Es necesario aceptarla en su totalidad y vivirla activamente; aprender a elegir el bien con ella y rechazar el mal de no vivirla todos los días hasta el día final.
¿Y cómo puede ser eso, si cuando comulgamos, el cuerpo de Cristo vivo y verdadero como está en el cielo que se hace uno con nosotros desaparece cuando se diluye la hostia consagrada en nuestro estómago? Pues pidiéndolo al Padre y al propio Cristo, puesto que el Padre no niega todo cuanto se le pide en el nombre de Cristo y Cristo no niega lo que se le pide en su propio nombre y la Santísima Trinidad no niega lo que se le pide por medio de la Santísima Virgen María y San José. Es indispensable pedir en la misma comunión mientras estamos unidos con El, que nos haga hostias consagradas, para que la consagración de nosotros dure todo el día y la noche hasta volverlo a pedir al día siguiente y estarlo pidiendo en todo momento. Así se cumplirá el deseo de Cristo cuando dijo “que todos sean uno como tú y yo lo somos, yo en ti, tú en mi y ellos en nosotros” (Jn. 17, 20-23).
Así inicia el cumplimiento de lo anunciado por medio del profeta Jeremías: “Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor –oráculo del Señor–. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo del Señor–: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: «Reconoce al Señor.» Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande –oráculo del Señor–, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados (Jer. 31,31-34).
También se cumple la petición del Rey David: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal. 50).
Debido al pecado, habían quedado disociados los actos humanos respecto del acto divino propio de Dios en ellos, pero con esta total pertenencia de la humanidad en Cristo, toda su capacidad y toda su vida y toda sus potencias internas, así como la potencialidad de todos sus actos, son de Él y nosotros los actuamos en nosotros como de nosotros (Jn 15, 1-10).
Antes del pecado de Adán, todos sus actos eran actos divinos por propia naturaleza y solamente un acto posible quedaba como exclusivo del hombre sin Dios, que era el acto que estaba prohibido, de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Todos los actos que el hombre realizó de negarse a comer de tal árbol, fueron actos de obediencia y actos meritorios que le capacitaban para recibir la plenitud de la humanidad cuando Cristo se encarnara. Cuando desobedeció, todos sus actos posteriores quedaron desprovistos de vida divina y disociados cada uno del mismo acto realizado por Dios con el hombre y en el hombre.
Habiéndose encarnado Cristo para redimir al hombre, reunió y se apropió en sí mismo de todos los actos del hombre desde Adán hasta el último de los hombres, incluidos todos los pecados para pagar por ellos y será el hombre quien elija hacer sus actos y funciones en Cristo, con El y en El, para que todos sus actos sean al mismo tiempo actos de Dios y el hombre le entregue sus pecados para que Él los destruya y, con tal entrega de arrepentimiento y dolor de amor por haberlos cometido y repudiándolos y deseando con toda su vida jamás haberlos cometido, con esa compunción El los destruye con su pasión redentora y con su sangre los lava y queda en su lugar ese dolor de amor de quien los cometió junto con todos los dolores y la sangre de Cristo.
Para ello, al ser engendrados en Cristo mediante el bautismo y pidiendo ser concebidos con El y en El en el vientre purísimo de la Santísima Virgen María, somos alimentados con la propia vida divina, por lo cual, como niños en gestación, recibimos la humanidad y la divinidad de Cristo en sus entrañas y no debemos preocuparnos más de qué comeremos o que vestiremos y con que nos sustentaremos, ya que de esas cosas se ocupa el Padre, sino estar concentrados en el Reino de Dios en la Voluntad del Padre (Mt. 6, 31-34).
Cuando el hombre se une en la voluntad divina que por Cristo, con Él y en Él, en ofrenda de amor para el Padre, ocurre la manifestación de los hijos de Dios en la tierra y ocurrirá la plenitud de la manifestación de los hijos de Dios que espera el universo gimiendo con dolores de parto, de la que habla San Pablo (Rm. 8, 19-23) cuando se manifieste durante el final de los tiempos en el cielo la señal de la mujer vestida de Sol con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza, gimiento con los dolores del parto y el tormento de dar a luz al hijo que ha de regir a las naciones con cetro de hierro y ha de quebrarlas como jarro de loza (Ap. 2, 27; 12, 5) dando a luz al mismo tiempo a todos aquellos que quisieron hacer la voluntad divina en Cristo y lo hicieron pidiendo el ser concebidos en el voentre purísimo de la Santísima Virgen María, primero teniendo la misma carne, sangre y maternidad divina de Ella por haber pedido esto al Padre al pedirle ser ovejas para el rebaño de Cristo y pedir a Él ser incorporados a su rebaño y enseguida pedirle su misma vida y ser lleados al padre por Cristo, quien es el camino, la verdad y la vida. Y una vez adquirida esta vida de Cristo, ser arrebatados al Padre.
El único modo de adquirir la verdadera vida de Nuestro Señor Jesucristo y con Ello vivir en la voluntad de Dios, como encarnación de la misma voluntad de Dios en Cristo y María, es precisamente en María, quien es el único y verdadero medio de adquirirlo, ya que eternamente Dios quiso crearla y ser Dios en Ella para recibir la humanidad de Ella y ser dado al mundo para la redención en Ella y por Ella. Así que la verdadera y perfecta voluntad de Dios es en Ella y Ella la da a quienes Ella quiere, a quienes se la piden.
Poseemos la humanidad, que es totalmente de Cristo, en estado de deudores, porque tenemos que juntar todos los actos de nuestra vida con el original divino de cada uno de esos actos que están guardados en cada uno y depositados allí por Dios para juntar los nuestros con cada uno de los de Él, haciendo su voluntad aquí en la tierra como se hace en el cielo, y por ello pedimos el perdon en proporción al perdon que concedamos a los demás, por todas las deudas que tenemos respecto de la voluntad del Padre y por nuestros pecados.
Solo de este modo queda cumplida la condición para ser perdonados de nuestras deudas con Dios (Mt. 6, 12); de elegir no juntar nuestra vida con todos nuestros actos con los de Él y saldadas todas nuestras deudas –incluidas todas nuestras ofensas y pecados-- y juntada toda nuestra vida con la voluntad de Dios, es que ocurrirá la manifestación de los hijos de Dios (Rm 8, 19) con la manifestación de Cristo en ellos: mediante su pasión, muerte y resurrección gloriosa al tercer día y ocurrirá la morada de la Santísima Trinidad en nosotros, ya que entonces nuestro corazón estará perfectamente inclinado a los preceptos de Dios para cumplir todos sus mandatos (Sal. 119, 33-36).
Este es el verdadero alimento de Cristo; el de hacer la voluntad del Padre, la cual consuma con su pasión muerte y resurrección, en la misma Eucaristía. “… los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: «Come, Maestro». Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen». Los discípulos se preguntaban entre sí: «¿Alguien le habrá traído de comer?». Jesús les respondió: «Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra (Jn. 4, 31-34). Su obra es Redimir al hombre con su pasión, uerte y resurrección la cual se encuentra en la Eucaristía, donde Cristo hace del pan su carne y del vino su sangre, como el cuerpo que se entrega y sangre que sale de él a causa de las lesiones que le son inflgidias para ocasionarle el mayor daño y es derramada para transformarlo todo y transmitirle la vida que El tiene.
Toda la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo y la Redención se encuentra en la Eucaristía; en el pan y el vino consagrados que son el cuerpo y la sangre de Cristo. En la Eucaristía ser encuentra la voluntad del Padre y Cristo come su propio cuerpo y bebe su sangre, comiendo y bebiendo la voluntad del Padre en su cuerpo y en su sangre, que por su consagración se encuentra bajo la forma del pan y el vino y así come su propia pasión, muerte y resurrección incruentas, previamente a consumarlas de modo cruento y así come la voluntad del Padre y come a todos los que cumplen la voluntad del Padre y se incorporan con Él y en Él desde siempre y los hace suyos una vez que se han hecho uno con Él en el pan y el vino consagrados.
Así se establece la unidad de sustancias entre su cuerpo y su cuerpo místico y son una misma cosa y por eso el propio Cristo sentencia: “Sin mi nada podéis hacer” (Jn. 15, 5). Todos los actos que valen delante de Dios son unidos con Jesucristo, quien hace todo lo que ve hacer al Padre y hace solo su voluntad (Jn. 5, 19; 6, 38).
El hombre junta su voluntad con la de Cristo y así hace la voluntad del Padre y su acto es con el mismo acto del Padre: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Amense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros” (Jn. 15, 1-17).
En consecuencia, dado que sin Cristo nada podemos hacer, con Cristo todo lo podemos (Flp. 4, 13), el ser hijos de Dios y participar de su divinidad, y ser uno con Él (Jn. 1, 12; 17, 22), es que la Santísima Virgen María es Cocreadora y Corredentora y nosotros podemos serlo con Ella en Cristo y en la Santísima Trinidad, ya que todo es posible a Dios y el así lo quiere y por eso dijo que todo cuanto pidamos al Padre en el nombre de Cristo, El lo concederá (Mt. 19, 26; Jn. 15, 7). Si la Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre de Cristo y en ella se encuentra toda la vida de Cristo y es Cristo, y es el mismo cuerpo y la misma sangre de la Santísima Virgen María, entonces también la Eucaristía contiene toda la vida eterna, la salvación, el perdón de los pecados --no excluye el recibir el sacramento de la penitencia--, la creación y la corredención y el cuerpo místico de Cristo y en ella se encierra a todos los que son de Cristo y a todos sus ángeles y santos. Misteriosamente contiene toda la voluntad de Dios y también a todos los que la cumplen.
Explicado lo anterior es posible entender el significado de aprender y saber que cosa es desechar lo malo y elegir lo bueno que el Espíritu Santo dice por medio del profeta Isaías.
"… Una Virgen concebirá un hijo y su nombre será Emmanuel. Él se alimentará de leche cuajada y miel, hasta que sepa desechar lo malo y elegir lo bueno" (Is. 7, 14-15)… "los caminos torcidos serán enderezados, y los escabrosos allanados" (Lc. 3-5)... “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.” (Lc. 15, 20-24).
Mientras que Cristo como Emmanuel creció desde su infancia hasta su madurez, --como un plazo fijado por Dios para la liberación de reyes perversos-- y finalmente ejerce como juez de las naciones para gobernarlas con cetro de yerro y quebrarlas como jarro de loza, y más adelante como juez universal para dar en posesión el reino preparado para los justos y enviar al infierno a todos los malvados, tal como lo establece en el libro de Isaías, en el Evangelio y en el Apocalipsis, el cuerpo místico de Cristo, sus primicias, quienes elijan ir al vientre de María para ser formados en Cristo, tienen que pedir que sus caminos torcidos escabrosos que han seguido, sean enderezados y allanados, para lo cual tienen que aprender a desechar lo malo y elegir aquello bueno que Dios les pone enfrente. Así es como también se consuma el misterio de la mujer vestida de sol que da a luz al que ha de gobernar a las naciones con cetro de yerro. Es Cristo redentor y es su cuerpo místico redimido.
San Pablo resume de la siguiente manera este decreto y misterio de Dios: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. El nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de al gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido. En él hemos sido redimidos por su sangre y hemos recibido el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, que Dios derramó sobre nosotros, dándonos toda sabiduría y entendimiento. El nos hizo conocer el misterio de su voluntad, conforme al designio misericordioso que estableció de antemano en Cristo, para que se cumpliera en la plenitud de los tiempos: reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo. En él hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano –según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad– a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria. En él, ustedes, los que escucharon la Palabra de al verdad, la Buena Noticia de la salvación, y creyeron en ella, también han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido. Ese Espíritu es el anticipo de nuestra herencia y prepara la redención del pueblo que Dios adquirió para sí, para alabanza de su gloria.” (Ef. 1, 3-14).
Siendo que es Dios mismo quien ha dado por María a Nuestro Señor Jesucristo para salvar al hombre, haciéndolo el camino, la verdad y la vida, también se hace cargo de devolver a María a todos sus hijos cautivos por el pecado y ha facilitado el tránsito por el camino y para ello ha ordenado que se abajen todas las montañas y todas las colinas, que se rellenen todos los valles hasta aplanar la tierra; también provee sombra y ofrece el brazo y los hombros del mismo Cristo para allegarse a su monte santo, su morada, su ciudad santa. El mismo es el guía, los escolta con su misericordia y justicia, les produce alegría y les da la luz de su gloria (Baruc 5, 5-9; Lc. 15, 4; Mt. 14, 31).
Cristo ha venido a sacar al hombre del estado de pecado en que se encuentra, enmarañado y la mayoría de las veces atrapado y sin poder moverse ni realizar alguna acción para poder salir de allí, e incluso hasta sin darse cuenta de la gravedad de lo hundido en que está. Muchos quisieran salir de tal estado, pero no saben como y tampoco tienen fuerzas para hacerlo, e incluso hasta pensar salir y como podrían hacer es dificultoso (Lc. 15, 24; 19, 10; Mt. 9, 36; Tito 3, 3; Ef. 2, 1; Col. 2, 13).
Sin importar lo hundido que se encuentre, en lo profundo del pecado, estando atascado de lodo y suciedad, que incluso se encuentre en la boca, la garganta, las entrañas, los ojos y las orejas, es decir aún en el acto mismo del pecado o inmediatamente antes y después, es necesario pedir perdón a Dios si se tiene dentro el remordimiento de la conciencia, y si no se tiene, pedir el ansia de Dios como sea que pueda hacerlo.
Hay que pedir a Dios la ayuda para no cometerlo y salir de allí (1 Jn. 1-2; Jn. 15, 5). Hacerlo al menos una vez hasta poder hacerlo muchas veces. Si no se puede pedir porque no se tiene la voluntad de hacerlo, no se puede o no se sabe como, solo pedirlo por el solo hecho de hacerlo, como cualquier cosa. Hay que pedir la ayuda como sea del modo que salga el pedirla y no conformarse solo con esto, sino ofrecer una acción para no hacerlo y Aquél que conoce todas las intenciones del corazón, verá el esfuerzo y lo respaldará con su misma fortaleza (2 Cor. 8-9).
Clamar la ayuda a Dios aunque el mismo pecado que se esté cometiendo se vuelque en uno mismo hostigando con su ansia y levantándose poderoso, dando la satisfacción en la malicia del antes el ahora y el después y su suciedad apoderada totalmente de la voluntad, como vencedor sobre la conciencia y habiendo logrado quedar sordo a su llamado, sometiendo, diciendo y blasfemando contra Dios como si El tuviera que fulminar el acto pecaminoso con un rayo o desaparecerlo sin la voluntad del pecador y sin que este deje de cometer lo que es abominable a sus ojos (Rom. 7, 19-25).
Como sea, es necesario con David clamar a Dios hasta hacerlo como él pudo hacerlo: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: «¿Dónde está tu Dios?» Recuerdo otros tiempos, y mi alma desfallece de tristeza: cómo marchaba a la cabeza del grupo, hacia la casa de Dios, entre cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta. ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío.» Cuando mi alma se acongoja, te recuerdo, desde el Jordán y el Hermón y el Monte Menor. Una sima grita a otra sima con voz de cascadas: tus torrentes y tus olas me han arrollado. De día el Señor me hará misericordia, de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida. Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué me olvidas? ¿Por qué voy andando sombrío, hostigado por mi enemigo? Se me rompen los huesos por las burlas del adversario; todo el día me preguntan: «¿Dónde está tu Dios?» ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío.» (Sal. 41)
Y reforzar cada vez la suplica para recibir el auxilio: "Sálvanos, Dios del universo, infunde tu terror a todas las naciones; amenaza con tu mano al pueblo extranjero, para que sienta tu poder. Como les mostraste tu santidad al castigarnos, muéstranos así tu gloria castigándolos a ellos: para que sepan, como nosotros lo sabemos, que no hay Dios fuera de ti. Renueva los prodigios, repite los portentos, exalta tu mano, robustece tu brazo. Reúne a todas las tribus de Jacob y dales su heredad como antiguamente. Ten compasión del pueblo que lleva tu nombre, de Israel, a quien nombraste tu primogénito. Ten compasión de tu ciudad santa, de Jerusalén, lugar de tu reposo. Llena a Sión de tu majestad y al templo de tu gloria (Eclo. 36, 1-7, 13-16).
Dios no tarda en hablar a quien quiere volver a Él. Así lo explica mediante el profeta Oseas: "Por eso, yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré de su corazón. Desde allí, le daré sus viñedos y haré del valle de Acor una puerta de esperanza. Allí, ella responderá como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto. Aquel día –oráculo del Señor– tú me llamarás: «Mi esposo» y ya no me llamarás: «Mi Baal». Le apartaré de la boca los nombres de los Baales, y nunca más serán mencionados por su nombre. Yo estableceré para ellos, en aquel día una alianza con los animales del campo, con las aves del cielo y los reptiles de la tierra; extirparé del país el arco, la espada y la guerra, y haré que descansen seguros. Yo te desposaré para siempre, te desposaré en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; te desposaré en la fidelidad, y tú conocerás al Señor. Aquel día yo responderé –oráculo del Señor– responderé a los cielos y ellos responderán a la tierra; y la tierra responderá al trigo, al vino nuevo y al aceite fresco, y ellos responderán a Izreel. Yo la sembraré para mí en el país; tendré compasión de «No compadecida» y diré a «No es mi pueblo»: «¡Tú eres Mi Pueblo!» y él dirá: «¡Dios mío!» (Os. 2, 16-25).
La dificultad radica en hacer lo que es preciso y necesario para poder reconocer la gravedad del estado de pecado en que el hombre se encuentra y lo que debe hacer paso a paso para salir de allí.
Eso implica un aprendizaje y es necesario pedir a Dios haga saber tanto los pecados que hemos cometido como su gravedad; “¿Cuántas faltas y pecados tengo? ¿Cuál ha sido mi transgresión o mi ofensa?" (Job, 13, 23), así como lo inmovilizado y hundido en que se encuentra en ello sin poder voltear ni salir de allí: "Mis culpas sobrepasan mi cabeza, como un peso harto grave para mí; mis llagas son hedor y putridez, debido a mi locura; encorvado, abatido totalmente, sombrío ando todo el día. Están mis lomos túmidos de fiebre, nada hay sano ya en mi carne; entumecido, molido totalmente, me hace rugir la convulsión del corazón. Señor, todo mi anhelo ante tus ojos, mi gemido no se te oculta a ti." (Sal. 38, 5-9).
Es necesario aprender a rechazar el mal y elegir el bien y ser alimentados con cuajo de leche y miel, como se ha venido exponiendo y conviene repetir el texto: “Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel. El se alimentará de leche cuajada y miel, cuando ya sepa desechar lo malo y elegir lo bueno. Porque antes de que el niño sepa desechar lo malo y elegir lo bueno, quedará abandonada la tierra de esos dos reyes, ante los cuales estás aterrorizado. El Señor hará venir sobre ti, sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre, días como no lo hubo iguales desde que Efraím se separó de Judá». Aquel día, el Señor llamará con un silbido al tábano que está en el extremo de los canales de Egipto, y a la abeja que está en el país de Asiria. Ellos vendrán a posarse en los barrancos escarpados en las grietas de las rocas, sobre todos los matorrales y sobre todos los abrevaderos. Aquel día, el Señor rapará con una navaja alquilada al otro lado del Río –con el rey de Asiria–, la cabeza y el vello del cuerpo; y la navaja afeitará también la barba. Aquel día, cada uno criará una ternera y dos ovejas; y como darán leche en abundancia, se comerá leche cuajada, porque todo el que quede en medio del país se alimentará con leche cuajada y miel. Aquel día, todo lugar donde había mil plantas de vid, a un valor de mil siclos de plata, se cubrirá de cardos y espinas. Allí habrá que entrar con flechas y arco, porque todo el país será cardos y espinas. Y por temor a los cardos y espinas, tú ya no irás a todas esas montañas que se escardaban con la azada: serán un lugar donde se sueltan los bueyes y que es pisoteado por las ovejas” (Is. 7, 14-25).
Se entiende entonces que mientras los que quieren ser hijos de María y caminan a la sombra de las alas del altísimo guiados por su gloria para subir el monte de Dios y entrar en su morada, que es el vientre purísimo de la Santísima Virgen María, para tener la misma carne, sangre, alma y divinidad con Cristo, ocurrirán la devastación en el mundo.
“Desechar lo malo y elegir lo bueno” tiene dos extremos en el universo del significado y el entendimiento del concepto desechar.
El primero consiste en qué, sin cometer lo malo, discernirlo como malo, identificarlo, verlo, saber que es malo y desecharlo, es decir no cometer la maldad que puede venir como inclinación de la propia concupiscencia o por tentación del demonio y el mundo. Este es un acto de discernimiento y un ejercicio de la virtud.
El segundo consiste en que habiendo cometido la maldad, darse cuenta de su daño como trasgresión a la voluntad de Dios, la culpa por la malicia con que se cometió y el daño a la vida del alma con la sentencia inherente de la separación de Dios y la condenación eterna, y desecharlo mediante el arrepentimiento, la contrición y la compunción del corazón con el firme propósito de no cometerlo nuevamente: "Busquen al Señor mientras puedan encontrarlo, llámenlo mientras está cerca. Que el malvado deje su camino, que el perverso deje sus ideas; vuélvanse al Señor, y él tendrá compasión de ustedes; vuélvanse a nuestro Dios que es generoso para perdonar. Porque mis ideas no son como las de ustedes, y mi manera de actuar no es como la suya. Así como el cielo está por encima de la tierra, así también mis ideas y mi manera de actuar están por encima de las de ustedes. El Señor lo afirma" (Is. 55, 6-9).
En ambos casos el vientre purísimo de la Santísima Virgen María es el único santuario y refugio tal como lo expresa el Rey David: "¡Qué amable es tu Morada, Señor del Universo! Mi alma se consume de deseos por los atrios del Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente. ¡Felices los que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar! Vale más un día en tus atrios que mil en otra parte; yo prefiero el umbral de la Casa de mi Dios antes que vivir entre malvados" (Sal. 84: 2-3, 5, 11); “Dirijo la mirada hacia los montes: ¿de dónde me llegará ayuda? Mi socorro me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. No deja que tu pie dé un paso en falso, no duerme tu guardián; jamás lo rinde el sueño o cabecea el guardián de Israel. El Señor es tu guardián y tu sombra, el Señor está a tu diestra. Durante el día el sol no te maltratará, ni la luna de noche. Te preserva el Señor de todo mal, él guarda tu alma. El te guarda al salir y al regresar, ahora y para siempre" (Sal. 121).
“Tú que habitas al amparo del Altísimo y resides a la sombra del Omnipotente, dile al Señor: "Mi amparo, mi refugio, mi Dios, en quien yo pongo mi confianza". El te librará del lazo del cazador y del azote de la desgracia; te cubrirá con sus plumas y hallarás bajo sus alas un refugio. No temerás los miedos de la noche ni la flecha disparada de día, ni la peste que avanza en las tinieblas, ni la plaga que azota a pleno sol. Aunque caigan mil hombres a tu lado y diez mil, a tu derecha, tú estarás fuera de peligro: su lealtad será tu escudo y armadura. Basta que mires con tus ojos y verás cómo se le paga al impío. Pero tú dices: "Mi amparo es el Señor", tú has hecho del Altísimo tu asilo. La desgracia no te alcanzará ni la plaga se acercará a tu tienda: pues a los ángeles les ha ordenado que te escolten en todos tus caminos. En sus manos te habrán de sostener para que no tropiece tu pie en alguna piedra; andarás sobre víboras y pisarás leones y dragones. "Pues a mí se acogió, lo libraré, lo protegeré, pues mi Nombre conoció. Si me invoca, yo le responderé, y en la angustia estaré junto a él, lo salvaré, le glorificaré. Alargaré sus días como lo desea y haré que pueda ver mi salvación" (Sal. 91) .
Cristo mismo nos enseña como como salir de tan terrible y deplorable estado.
Hay que acercarse como la mujer con flujo a como de lugar, a empujones aún sangrando (Mc. 5, 25 34) con la misma confianza de ella, “si tan solo toco sus ropas, sanaré”; como Zaqueo subiendo a un árbol para que Jesús lo vea (Lc. 19, 1-10); como la mujer que insistentemente pedía justicia al juez y como el ciego Bartimeo no se podía mover y por eso al escuchar que Jesús pasaba por allí que gritaba escandalosamente para hacerse escuchar por Él y como los dos ciegos que también gritaban; o como los diez leprosos que curó (Lc. 18, 35-43; Mt 9, 27-31; Lc. 17, 11-19; ); dándose cuenta de la lepra y pedir la cura (Mc 1,40-45) y acercándose a Jesús –por medio de la asistencia a la Sagrada Eucaristía en nuestro caso--; como la mujer jorobada por un demonio, el hidrópico, como el que estaba paralítico desde hacía 38 años, que estaba por donde pasó Jesús y que no tenía amigos ni nadie que se compadeciera de él para cargarlo y acercarlo a la fuente curativa o como Malco que estando cerca de Jesús curó su oreja o el tullido de una mano; o como el ciego de nacimiento (Lc 13,10-13; Lc 14, 1-6; Jn 5,1-9; Lc 22, 50-51; Mc 3,1-6; Jn 9,1-7); como Jairo, postrándose y le rogando mucho a Jesús (Mc 5,21-43); para obtener la salud de alguien a quien se ama aunque no se tenga fe, como el oficial real que pidió la salud para su hijo (Jn. 4, 46-54).
Un medio eficaz son los amigos y conocidos que nos acerquen a Jesús o de los amigos de Jesús, como la suegra de Pedro, el paralítico que metieron por el techo, el sordo y tartamudo, el ciego de Betsaida, los cojos, ciegos, mancos, mudos y otros muchos enfermos, que pusieron a los pies de Jesús y él los sanó; el criado del capitán romano, el ciego y mudo endemoniado, (Mc. 1, 29-32; 2, 1-12; 7, 31-37; 8, 22-26; Mt. 15, 29-31; 8, 5-13; 12, 22-23).
En realidad, mientras más nos acerquemos a Dios, mas nos daremos cuenta que mucho hemos pecado y como la mujer, imitándola lloraremos por nuestros muchos pecados y lo amaremos más que quien no reconozca que ha recibido perdón por una multiplicidad de culpas.
“Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. “Di, Maestro!”, respondió él. “Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?”. Simón contestó: “Pienso que aquel a quien perdonó más”. Jesús le dijo: “Has juzgado bien”. Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor”. Después dijo a la mujer: “Tus pecados te son perdonados”. Los invitados pensaron: “¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?”. Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz.” (Lc. 7, 40-47).
Por esta razón es que Nuestro Señor Jesucristo advierte que "los publicanos y las prostitutas entrarán en el reino de Dios antes que vosotros" (Mt. 21, 31) y que “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse." (Lc. 15, 7).
Apenas ve el Señor que su hijo aparece a lo lejos de regreso, siente compasión, corre a echarse a su cuello y lo besa (Lc. 15 , 20).
Es necesario que como cumplidores de la voluntad de Dios, Cristo y María tienen la obediencia perfecta a la voluntad del Padre y la moción del Espíritu Santo. Cristo es el más eficiente ejecutor de la redención y María lo es corredimiendo, ayudando a realizarla como mediadora de todas las gracias. Es decir, que se tiene el apoyo invencible para que quien quiera salvarse y santificarse lo haga de la mejor manera. Cristo es profesional salvando a las almas y no pierde a ninguna de sus ovejas que el padre le haya dado.
El caso que nos ocupa es el de quienes se encuentran en las profundidades del pecado atados y sin querer o poder hacer algo por salir de allí, por que estén muy atrapados, enredados, enmarañados y atascados hasta el cuello en un barro y cieno ya sin poder moverse y sin que nadie pueda ayudarlos, equiparable al estado de la mujer con flujo y todos los que pudieron ser curados porque otros los llevaron ante Jesús y particularmente el hombre que yacía postrado paralítico y nadie ayudaba, hacía mas de 38 años pero que estaba por donde Jesús pasó.
Es el caso de una incalculable cantidad de bautizados que se encuentran en múltiples situaciones en las profundidades del pecado por vivir en adulterio, es decir, personas que se casaron y se separaron para juntarse con otras, personas que viven en amasiato, que tienen amantes por muchos años, personas que mantienen relaciones pecaminosas contra la naturaleza y viven cometiendo tales actos sin arrepentirse y sin querer ni poder salir de ello, justificándose de cualquier manera.
También personas que han hecho de la mentira, el fraude, el robo, y cualquier pecado contra el decálogo su forma de vida.
Personas que por cualquiera de los casos anteriores, se encuentren en posesión diabólica perfecta y que quieran escuchar el llamado de su conciencia a la salvación y la conversión.
¿Cuál es le modo de salir de eso?
Está escrito que se trata de un aprendizaje para desechar el mal mediante el arrepentimiento, la contrición y la compunción del corazón con el firme propósito de no cometerlo nuevamente y aprender a elegir el bien.
Hay que aprender a pedir a Dios que nos muestre nuestros pecados para saber cuántas faltas y pecados tengo y cual ha sido la transgresión y ofensa con cada uno y que nos muestre el camino para salir de la situación en que caímos o buscamos para haber caído en ello. Es necesario aprender a pedir con determinación, de modo que se adquiera tal hábito frente a la inclinación al olvido. El ángel de la guarda ayudará a recordarlo con sólo pedirle que nos lo recuerde y el lo hará siempre y pondrá una buena disposición e inclinación en nuestro interior para hacerlo, hasta lograr pedir el perdón y que el mismo Señor, a través de la confesión de los pecados ante el sacerdote nos diga: vete en paz. Tal aprendizaje y ejercicio paciente requiere de una recta intención, de modo hasta alcanzar el no pecar más y pedir que el mismo Cristo nos inscriba en el corazón sus palabras: "yo tampoco te condeno; vete y no peques más (Jn. 8, 11), de modo que hay que pedir la inclinación del corazón a no pecar más, mediante la oración y el esfuerzo de alejarse de las ocasiones de pecado y no ponerse en estas y pedir la limpieza de la mente, haciendo el esfuerzo por alejarse del recuerdo del pecado. Hay una diferencia entre el hacer el esfuerzo para salir del pecado y elegir no pecar y que se vuelva a caer, y el falso arrepentimiento que consiste en seguir pecando pidiendo a Dios que lo saque de tal estado sin hacer un mínimo esfuerzo ni elegir el no pecar esperando que solo por pedirlo Dios tenga la obligación o creyendo que va a quitar sin más la inclinación a pecar y quitar todas las circunstancias que se configuran y que el pecador genera, sin realizar el esfuerzo para salir de tal estado. Es necesario usar la voluntad para repudiar el pecado y usarla para no cometerlo y para salir de tal estado mediante acciones concretas y la compunción del corazón y hacerlo con perfección hasta adquirir la virtud (Mt. 5, 19-48). Jamás podrá salir del pecado quien no se esfuerce por hacerlo.
1.- Hay que reconocer que estamos en un pecado aunque no sepamos su gravedad o no nos importe porque queremos seguir en ello debido a que no conocemos otra forma de vivir por la cantidad de años que hemos estado sumergidos y/o por la afición y el gusto por el pecado. Este reconocimiento puede hacerse solo por el hecho de recordar que alguien dijo que estaba mal o por el llamado de la conciencia que siempre ha dicho que estamos mal o bien por revisar los 10 mandamientos y darse cuenta que se esta cometiendo ese pecado, aunque no lo reconozcamos como tal.
2.- Decidir pedir la ayuda de Dios y pedirla como sea que se entienda o pueda hacerlo, de modo general y hacerlo al menos cada día. Si se olvida, un día, un mes, semana o todo un año o el tiempo que sea, cuando se acuerde volverlo a hacer. A la siguiente vez que se acuerde, pedir a Dios le regale el recuerdo de que tiene que pedir y pedir que le regale el recuerdo cada vez que se acuerde hasta que no se olvide pedir el recuerdo de que se está en el pecado. Para este paso, puede también pedir a su ángel de la guarda que se lo recuerde cada día.
3.- Una vez que se tenga el regalo de recordar que está en el pecado y estar pidiendo a Dios no olvidar que se está en el pecado, seguir pidiendo a su ángel de la guarda que se lo recuerde siempre pedir el recuerdo de la Santísima Virgen María como madre que recuerde que estoy en el pecado y que regale el deseo de salir de este en mi voluntad y hacerlo así todas las veces que venga el recuerdo.
4.- Si se vuelve a olvidar, empezar de nuevo desde el principio.
5.- Cuando ocurra que ya se tiene el regalo de recordar frecuentemente que se está en el pecado y que se está pidiendo el deseo de salir de este, pedir que se me agregue un mayor deseo por salir del pecado y el recuerdo diario de que estoy en el pecado y quiero salir de este.
6.- Aprender el Padre Nuestro y el Ave María y rezarlos cada vez que se acuerde de que se está en el pecado y se quiere salir de este.
7.- Pedir el poder rezar el Padre Nuestro y el Ave María con devoción a la misma Virgen María y la ayuda del ángel de la guarda.
8.- Adquirido el hábito del rezo, ir a misa un domingo y pedir allí el regalo de poder ir a misa todos los domingos.
9.- Debido a que seguramente los propios afectos por el pecado y el diablo se inconformarán con eso, es probable que se generen multiplicidad de situaciones con las relaciones con personas que atan al pecado o lo propician y se generen muchas situaciones por las que se olvide hacer todo lo anterior y la persona se vuelva a alejar e incluso a olvidar de todos de que está en situación de pecado y pase algún tiempo o mucho tiempo en ese olvido. Incluso ocurra que se vuelquen multiplicidad de situaciones para desanimar a este ejercicio y repudiarlo. El cansancio, el aburrimiento e incluso una convulsión y vuelco de rechazo interior contra el recuerdo, la oración y la misa. Esto es señal de que se ha emprendido el camino y que se va por el camino correcto, por lo que hay que volver a empezar esta vez con mayor determinación.
10.- Como esto aplica a cualquier pecado o pecados a que se encuentre atado, pedir a Dios discernir con claridad toda la situación de pecado en que me encuentro y pedirle que como dueño que es de todos los caminos, de la lejanía y de la cercanía y que con su sabiduría conoce el único modo de salir de cada uno de esos caminos del pecado, que los deshaga y que les ponga obstáculos y haga caminos nuevos para salir de allí.
11.- Dependiendo de la situación particular del pecado y sus ataduras, se debe identificar cada día el camino para no pecar y hacer el esfuerzo para no pecar en ese día, pidiendo la ayuda de Dios Padre, que es quien atrae a las almas y da las ovejas a Cristo. Pidiendo la ayuda de Cristo que es el buen pastor; pidiendo la ayuda del ángel de la guarda, de San José y de San Miguel Arcángel. “Hoy no lo haré”; “hoy no iré”, “solo hoy no”.
12.- Si no se logró en ese día, Pedir a Dios, al ángel de la guarda con la Santísima Virgen María y San José, que se tenga el recuerdo y se guarde la intención para el siguiente día y que se recuerde luego al despertar y se mantenga, hasta consumarla con el acto de no cometer el pecado solo ese día o no caminar ese camino y no ir.
13.- Si se logra no cometer el pecado un día, pero se vuelve a cometer al siguiente, hay que volver a empezar desde el principio.
14.- Si en el pecado están involucrados terceros, es necesario pedir por ellos para que Dios ponga caminos de distancia y también les regale la conversión. Hacerlo con dedicación y con todo el corazón. Si no puede, es necesario proceder para esta intención con los pasos anteriormente señalados.
15.- Si persiste o aumenta la atadura interior hacia las personas con las que se peca, es necesario pedir a Dios, dueño de todo, quite esos sentimientos y pedir la ayuda de Nuestro Señor Jesucristo, la Virgen María, San José y el Arcángel San Miguel. Pedir lo mismo para las personas con las que se tiene la atadura interior que mantiene en el pecado.
16.- Rezar el Santo Rosario por esas intenciones en cualquiera de los pasos en que se encuentre. De hecho, el Rezo del Rosario se tiene que incorporar hasta poder hacerlo diario. Si no puede, le da mucho sueño o le vienen cientos de ocupaciones, tiene que pedir siguiendo la ruta antes descrita. Lo mismo para asistir a misa al menos los domingos.
17.- Dios, por medio de la Santísima Virgen María, modificará caminos y abrirá rutas para salir de la situación de pecado, hasta quebrar las relaciones y poner a cada uno en el camino de su conversión y de manera natural se observará como ocurren situaciones de distanciamiento. Es posible que incluso en este momento, se vuelva a caer y se redoblen las ataduras, pero volviendo a iniciar el camino antes descrito y ya teniendo identificados los caminos y las ataduras del pecado, se puede pedir en específico a Dios que deshaga tal o cual cosa, por lo que al empezar de nuevo la ruta, se tendrá mayor facilidad para pedir lo que necesita para salir de nuevo.
18.- Es necesario aumentar la devoción en la Santa Eucaristía y en el rezo del Rosario, aunque esta solo ocurra en la voluntad y en medio de miles de distracciones. El Señor verá el esfuerzo y enviará a sus ángeles para allanar los caminos. Aquí es conveniente mandar a hacer misas por la intención de la conversión propia y de las personas involucradas. También aquí es necesario empezar a platicar con el sacerdote de su parroquia y si este no entiende o no quiere escuchar, buscarse otro, y pedir su consejo. Puede involucrarse con grupos parroquiales porque ello servirá para alejarse de las relaciones pecaminosas por el solo ocupar el tiempo y pedir a Dios que ponga en iguales o parecidas circunstancias alejando a las personas relacionadas con el pecado del que se esta buscando salir.
19.- Una vez que Dios va obrando y abriendo unos caminos y cerrando otros, es necesario suplir los vacíos con la oración y dedicándose a un trabajo del que sea para ocupar la mente y el corazón.
20.- En este momento, es necesario acercarse a la confesión y hacer acopio de memoria para confesarse generalmente y decir todos los pecados cometidos al sacerdote.
22.- Cuando se genere la ruptura y separación de las situaciones, ocasiones y personas con las que se este relacionado para el pecado, es necesario acudir a la confesión y la comunión y hacerlo al menos cada semana y mantener el rezo del Rosario diariamente.
23.- Es necesario aquí empezar a ir a misa y comulgar todos los días y empezar a darse cuenta de que la misa es el mismo sacrificio de Cristo para salvarnos y es necesario empezar a vivir la misa. Eso se puede hacer de la siguiente forma:
a) Desde la noche anterior, antes de acostarse pedir al ángel de la guarda recuerde que hay que ir a misa y nos de una favorable disposición corporal con ganas y alegría parta ir a misa.
b) Poner toda la atención en cada parte de la misa y darse cuenta de como se prepara el camino para que Cristo venga en la Eucaristía y cuando está presente volver a pedirle todo para salir completamente de las ataduras del pecado. No distraerse con los cantos ni las tonadas ni dejar divagar la mente con estos ni con la gente que asiste o con recuerdos. Volver cada vez que se distraiga..
c) Al recibir el cuerpo de Cristo rezar la oración con la que se adquiere indulgencia plenaria. Por ejemplo: “Miradme oh mi amado y buen Jesús...”
24.- Si se vuelve a caer hasta el fondo del pecado habiendo llegado hasta aquí, hay que empezar otra vez. El chiste es levantarse todas las veces.
25.- Al avanzar en la relación con Cristo en la Eucaristía se hace necesario incorporar el rezo del viacrucis y si no tiene la disposición y no le da la gana, es necesario pedirla como ya se enseñó antes. No se ocupe en rezar muchas oraciones en el Viacrucis, sino solo considerar brevemente cada estación y pedir a Cristo el vivir con el y en el en María cada estación, como si la estuviéramos viviendo nosotros con Él y en Él, hasta poder hacerlo de ser posible diario y terminar de rodillas en el sagrario rezando por las llagas de Nuestro Señor Jesucristo, pidiendo estar en ellas. Padre Nuestro, Avemaría y gloria por cada una de estas: manos, pies, costado, hombro, cabeza, espalda y alma. Es decir, son nueve oraciones. Es fundamental e imprescindible la consagración de santa esclavitud a la Santísima Virgen María y su Inmaculado Corazón y hacer los cinco primeros sábados para desagraviar las blasfemias contra su Inmaculada Concepción, su virginidad, su maternidad divina y de todos los hombres, contra quienes infunden en los niños el desprecio contra María y estos errores, y contra el ultraje a las imágenes sagradas. Asimismo consagrarse al Sagrado Corazón de Jesús y hacer los primeros nueve viernes de mes que Él nos ofrece. También consagrarse al corazón justo y casto del Señor San José como su hijo y San Miguel Arcángel. Muy importante es que se les imponga el Escapulario de la Virgen del Carmen y vestirlo con propiedad, entregados a la imitación de las virtudes de la Santísima Virgen María, consagrados como se dijo antes.
26.- Si no puede hacerlo, pedir la gracia a Dios del modo ya expuesto.
27.- Enseguida es necesario adentrarse más en la vida con Cristo desde el momento de la consagración y en el momento de la comunión. Es necesario concentrar el la mente y con todo el corazón y todas las fuerzas pedir lo siguiente:
“Jesús mío, yo te amo y me arrepiento de todos los pecados con que te he ofendido y hoy te entrego toda mi vida, no quiero pecar más y te pido que me des tu misma vida; mándame ir a ti y recíbeme por favor; destruye todos mis pecados y toda mi vida de pecado y en lugar de esta dame tu misma vida. Que no sea yo quien viva, sino que seas tú Cristo quien viva en mi. Te doy gracias por venir a mi y te pido digas a tu santísima Madre: “Madre, he aquí a tu hijo” y que me digas a mi: “hijo, he aquí a tu madre”. Por favor Tú que eres el camino la verdad y la vida, llévame al Padre. Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, no merezco ser llamado hijo tuyo, recíbeme como a uno de tus servidores. Abrázame Padre. Se mi Padre y que yo sea tu hijo. Atráeme y llévame a Cristo. Mi Señor Jesucristo, recíbeme y dame tu misma vida, no permitas que me pierda y dame a tu madre como mi madre y dile que yo soy su hijo. Llévame al Padre. Padre Eterno, por favor dame tu misma vida, que no sea yo quien viva, sino que seas tu Padre quien viva en mi. Padre mío, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, te pido me des al Espíritu Santo. Espíritu Santo, sé mi padre y que yo sea tu hijo, enciende en mi el fuego de tu amor, que no sea yo quien viva, si no tú Espíritu Santo quien vivas en mi. Santísima Trinidad, que no sea yo quien viva sino que seas tu quien viva en mí. Haz de mi tu morada e inclina mi corazón a tus mandatos para los cumpla como quieres y para que que vivas en mi y cumpla siempre los mandatos de Cristo. Espíritu Santo, concíbeme con Nuestro Señor Jesucristo en el vientre purísimo de la Santísima Virgen María; que no sea yo quien viva sino que sea Cristo quien viva en mi. Espíritu Santo, concíbeme junto con la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, en su mismo cuerpo, sangre alma y maternidad divina. María Santísima sé mi madre y que yo sea tu hijo; dame tu misma vida, que no sea yo quien viva, sino que seas tu María Santísima con tu Inmaculada Concepción, con tu cuerpo, sangre alma y maternidad divina, quien viva en mi. Cuida tu vida en mi, por favor. Hoy me consagro totalmente a tu Inmaculado Corazón como propiedad tuya, como esclavo tuyo, como cosa tuya sin que nada quede de mi. Concíbeme en tu vientre purísimo con Nuestro Señor Jesucristo y hazme vivir toda su vida en tu vientre purísimo. Has de mi al niño que tienes en tu vientre por el que sufres dolores de parto y hazme nacer con el mismo cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo y entrégame al Padre. Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, no merezco ser llamado hijo tuyo, recíbeme como a uno de tus servidores. Sé mi Padre y que sea yo tu hijo. Abrázame Padre. Espíritu Santo, concíbeme con San José con su corazón justo y casto. San José, sé mi padre y que yo sea tu hijo. Dame tu misma vida y cuídala en mi, que no sea yo quien viva sino que seas tu San José quien viva en mi. Espíritu Santo, concíbeme con San Miguel, San Gabriel, San Rafael y todos los santos y ángeles del cielo. Por favor, que no sea yo quien viva, sino que sean todos ustedes quienes en Cristo vivan en mi. Ave María Purísima sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti. Dame tu misma vida.
Sin duda alguna el Padre nos abrazará con su tierno amor, el que tiene por María y por eso nos reviste con el mejor traje, que es el de Ella misma. Nuestro Señor Jesucristo lo revela conociendo el corazón de aquel a quien ha rescatado y recibe su redención: Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.” (Lc. 15, 18-24).
Durante el aprendizaje que se nos ha comunicado y en cuya ruta y camino cada quien vive como puede, la constante puede ser el tropiezo con cualquier cosa y la torpeza en el andar, sea por la propia necedad e ignorancia o porque con los propios actos y elecciones cada quien se ha procurado poner toda clase de objetos para tropezar. Una larga vida sumergidos en el pecado oscurece la visión ya la percepción del juicio, que hace creer cosas malas como irrelevantes y hasta buenas. Es posible estar tan hundido y postrado qué, incluso, la persona no tenga deseo alguno de salir de tal estado y se conforme con este, quedando la pulsión del Espíritu como una lejana llama creyendo que hasta no se tiene.
Por ello es menester seguir la ruta descrita como se pueda y tener la constancia, o mejor dicho, la necedad de siempre levantarse y corregir la mente para dejar de creer que lo malo es bueno y corregir el pensamiento cada vez y todas las veces y pedir la ayuda vez con vez para lograrlo y para mantenerse allí, pidiendo a Dios que deshaga tal atadura y cada vez pidiendo al ángel de la guarda que modifique circunstancias, caminos, rutas, relaciones y condiciones, hasta que con el mismo hecho de hacerlo todas las veces, aunque se vuelva a caer y volver al estado de postración, se vuelva a levantar, hasta conseguir que Dios haya modificado tal circunstancia. El corazón se tiene que entrenar en la inconformidad con tal estado, hasta que esté inconforme con estar el ese estado de pecado y no quiera estar en este y salga de allí de inmediato. Con ello observará que cuando antes caía en ese estado todos los días o a cada rato, pasa cada vez más tiempo entre una caída y otra, hasta aprender a desconfiar de las propias fuerzas y de la propia condición, ya que la tentación y la ocasión son más peligrosas cuanto menos sensaciones producen en su incursión, y la persona puede caer tan solo por la inercia de la misma acción repetida muchas veces antes.
Es así que es necesario pedir el discernimiento de espíritus y la condición de fortaleza y de resistencia ante la tentación, no con base en la propia fuerza que se crea tener, ni en la propia determinación a no pecar, la cual puede ser oscurecida como parte de la misma tentación, sino en el acto de clamar por la sangre, las llagas y la cruz de nuestro Señor Jesucristo y en los dolores de la Santísima Virgen María y los dolores sufridos por San José, para obtener su auxilio y que ellos se antepongan de modo que la tentación y la compulsión se nulifiquen y desaparezcan.
Advertencia.
Es el Padre quien da las ovejas a Cristo; quien atrae a los fieles a él y se los entrega; Cristo no pierde a una sola de ellas, ya que es perfecto en la obediencia a su Padre y da su vida por ellas para redimirlas y en el mismo momento de hacerlo, entrega a quien es verdadera oveja a su misma madre y Ella vive con aquel a quien se ha entregado por madre, entregándole, a su vez, su misma vida, con toda su perfección de ser vivida para Cristo, con Él y en Él, a aquél que es una verdadera oveja y se comporta como tal y aprende a hacer el bien y a rechazar el mal, enseñado por Ella misma, quien le da la misma vida de Cristo en su vientre purísimo y de allí es entregado al Padre con toda la vida de Cristo en él. Es así como en el estado de vida que corresponde a cada uno y en la vida sacramental, ocurre la filiación de los hijos de Dios.
Una vez que alguien conoce este misterio, no es posible quedarse como siempre ya que cualquier acto se extiende hacia la salvación o la perdición y tampoco se piense o se crea que Dios sacará del pecado a alguien sin que esta persona haya hecho lo necesario por querer salir de allí y hacer el esfuerzo, el trabajo y los sacrificios que deba para agarrarse de los auxilios de Dios y afianzarse de su brazo para ser salvado y la determinación de repudiar el pecado y no volver a pecar, puesto qué, incluso Nuestro Señor Jesucristo, como cumplidor a la perfección del oficio de Salvador y Redentor, Sacerdote y víctima propiciatoria, busca al pecador, no lo condena y le ofrece la salvación y la vida eterna, aunque este no lo haya invocado e incluso aunque no busque su ayuda (Mt. 14, 28-31; Jn. 8, 11). La propia fuerza de la gracia se abre camino en quien con un corazón sincero quiere y busca ser salvado por Cristo (Jn. 4, 14; Mc. 4, 24-29) y Dios lo hace que sea tierra buena para su semilla y su higuera y que deje de ser terreno pedregoso, orilla de camino, tierra de abrojos y espinas (Mt. 13, 1-9; Lc. 13, 6-9).
Es inevitable que la cizaña crezca también y que haya quienes practiquen toda clase de obras exteriores y hagan parecer y hasta logren ser tenidos por justos y santos, entre quienes se incluyen quienes crean que con realizar una o todas las acciones necesarias para salvarse, no se conviertan de corazón y dentro de ellos guarden la iniquidad y crean que lograrán salvarse. Para empezar, Dios estableció una enemistad entre estos y sus verdaderos hijos desde que maldijo a la serpiente luego de la desobediencia del hombre en el paraíso terrenal (Gn. 3, 15) y los ha dejado extraviarse por que eso han elegido (Is. 5, 1-6; Zac. 7, 11-12; Mt. 13, 13-15). Sus actos no les sirven para salvarse porque obran el mal en su corazón y no realizan las obras necesarias para salvarse y creen que realizando algunas a la vista de los demás han realizado todo lo necesario para quedar justificados (Gn. 4, 5-7; Lc. 18, 10-14; Lc. 6, 46; Mt. 7, 21) pero finalmente sus obras quedarán expuestas con la misma luz de la verdad que emana del sol de justicia y el mismo fuego del amor de Dios será su castigo pues los calcinará al no tener el vestido de la gracia (Ap. 12, 3; Lev 10, 1-3; Mt. 22, 10-13).
María es el templo, monte y morada de Dios y si queremos adquirir su misma vida para adorarlo en espíritu y en verdad y que Él more en nosotros, es necesario estar bien dispuestos a subir este monte sorteando toda dificultad, tal como lo reveló Sor Lucía en el Tercer Secreto de Fátima, donde se da a conocer que incluso el Papa lo subirá como lo hemos explicado y morirá al llegar a la cruz que se encuentra en su cumbre, es decir, la cruz de la redención de Cristo y de la corredención que junto con Él vivió María para recibir de Él a todos sus hijos: "Vimos varios otros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una escabrosa montaña, encima de la cual estaba una gran cruz, de tronco tosco, como si fuera de alcornoque como la corteza. El Santo Padre, antes de llegar allí, atravesó una gran ciudad, media en ruinas y medio trémulo, con andar vacilante, apesadumbrado de dolor y pena. Iba orando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino. Llegando a la cima del monte, postrado, de rodillas a los pies de la cruz, fue muerto por un grupo de soldados que le disparaban varios tiros y flechas, y asimismo fueron muriendo unos tras otros los obispos, los sacerdotes, religiosos, religiosas y varias personas seglares. Caballeros y señoras de varias clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la cruz estaban dos ángeles. Cada uno con una jarra de cristal en las manos, recogiendo en ellos la sangre de los mártires y con ellos irrigando a las almas que se aproximaban a Dios".
Así estaremos resguardados en el vientre purísimo de la Santísima Virgen María y seremos entregados al Padre, configurados con Cristo junto con todos los que hayan hecho lo mismo, para aparecer en la manifestación de Cristo en nosotros; como rayo que ilumina de un lado al otro del cielo para preparar su llegada como Rey de reyes y señor de señores a juzgar a todas las naciones, como Él mismo lo explica:
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver". Los justos le responderán: "Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?". Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo". Luego dirá a los de su izquierda: "Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron". Estos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?". Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo". Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna». (Mt. 25, 31-46)
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(1).- Supe que este misterio fue depositado en mi interior cuando estuve en la gruta de piedra de la Sierra de Santa Catarina(*) y conocí solo su sabor, aunque no lo que era, en la Cartuja. La multiplicidad de mis pecados y las distracciones del mundo no me lo quitaron porque no sabía lo que era y estaba oculto en lo profundo de mi. Solo sabía que al vivir buscando a Dios por María, un día tenía que conocerlo porque estaría escrito con vida y hablar de este; escribirlo en un libro, vivirlo una y otra vez, enseñarlo y hacer de este el modo de vida de quienes como yo quisieran portar la cruz de Cristo en su orden de los Crucíferos. Así llegó el tiempo de saberlo. Primero se me dejó saber que está contenido en el Santo Rosario y luego se me dio la inclinación del corazón en el Padre Nuestro y el Avemaría. Mucho tiempo pasé sabiendo solo eso y con tal adquisición en mi corazón. Incluso creyendo que tal vez solo eran deseos y alucinaciones mías y que por la multiplicidad de mis pecados, nunca sabría nada más. Como luces de rayos lejanos de pronto aparecía una impresión de alguna de esas verdades. A veces en mi corazón con un fuego ardiente o a veces en mi inteligencia como una verdad cuya certeza era más brillante que la luz del sol. Sin embargo, así como el relámpago desaparecía sin que pudiera alcanzarlo, quedando como el que en el desierto extiende la mano por una gota de agua sin poder alcanzarla y hasta dudando de poder tenerla alguna vez. Así ocurrió muchas veces con distintas revelaciones en mi interior al leer algún pasaje de las Sagradas Escrituras o escuchar las lecturas en la Eucaristía. Las tempestades de las pasiones y las preocupaciones del mundo no sofocaron estas luces que aparecieron para mi durante muchos años. Llegó el tiempo esperado de discernirlo en su totalidad al mismo tiempo que la escasez de medios de subsistencia. El tiempo se me iba con todo mi esfuerzo en conseguir el sustento y hundido en esas preocupaciones propias de los paganos, tal como está escrito. Un enviado de Dios me dijo que debía escribir ya, porque el tiempo era corto. Así que empecé a hacerlo y cada uno de esos flashes se transformó en una semilla que germinó y crecieron árboles con sus frutos. Aún así, como siervo inútil, torpe, perezoso y pronto al desánimo, a las preocupaciones de este mundo y agitado incluso por mis propias pasiones, concupiscencias y apegos, las revelaciones me llegaban con gran rapidez demandando atención total y sabiendo que si no las atendía en el momento, se irían. Casi todas las perdí, pero me fueron presentadas muchas veces más y todas las veces que fueron necesarias, hasta que pude entenderlas y escribirlas. Todas son perlas, piedras preciosas, diamantes, flores exquisitas y frutos deliciosos, pero, sin duda, la más fugaz es una perla de la corona de los tesoros de gracias que la Virgen Santísima quiere dar a sus hijos, que nadie pide y que guarda en su corazón. Se trata del misterio de la visitación de la Santísima Virgen a Santa Isabel y la transformación del agua en vino en las bodas de Caná, ya que Ella acude a quien la necesita y le pide a su hijo amado que atienda y resuelva y enseñe su misterio y, sobre todo, le entrega al Espíritu Santo y se queda allí en adelante con el Espíritu Santo, junto con aquél al que se allegó. No me había pasado lo mismo con los misterios de la Santísima Virgen como templo, monte y morada de Dios Nuestro Señor, cocreadora y corredentora, medianera y abogada nuestra, los cuales igual me fueron dados si no me equivoco también durante mi estancia en la cueva y durante el tiempo que estuve en la Cartuja y en otra vez que estuve en las montañas, los cuales se me aclararon con la lectura de los libros de San Luis Grignon de Montort. De hecho siempre tuve la creencia de que todas las personas con el solo hecho de rezar devotamente el Rosario y comulgar frecuentemente, sabrían que la Santísima Virgen María fue establecida como Madre de Dios con independencia de la desobediencia del hombre y que Cristo se haría hombre por su medio sin importar que el hombre cayera en pecado, por lo que si caía, Cristo además de encarnarse sería redentor y la Santísima Virgen, corredentora. Para mi fue una sorpresa darme cuenta cuando pude escuchar en YouTube la narración del libro de las revelaciones a Sor María de Jesús de Agreda "Mística Ciudad de Dios", particularmente la parte de "La Divinidad y el Decreto de la Creación", que lo mismo que yo entendía y tenía en mi corazón, había sido revelado por Dios a su sierva desde hacía siglos. Por supuesto que me dio gran felicidad escuchar todo lo que Dios le explicó y fue para mi como un regalo, ya que muchos años antes, cuando escribí lo que traía dentro en el libro "De cara al templo" hasta mi propia familia decía que tales ideas eran herejías, dicho del que se retractó mi padre antes de morir. Es muy necesario que quien quiera profundizar en estos misterios escuche todas las revelaciones a Sor María de Jesús de Agreda, así como leer o escuchar "El Secreto de María" y el "Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen" de San Luis Grignon de Montfort, además de "Las Glorias de María" de San Alfonso María de Ligorio y el libro "La Virgen María" del padre Antonio Royo Marín.
(*).- Narración de la Subida a la montaña ocurrida en 1986. La potestad de la piedra. El fuego de Elías.
...la compulsión de ir a la montaña que tenía dentro de mí hacía muchos años, se acrecentó de un modo irresistible.
Me atraía avasalladoramente.
Desde los 14 años, aproximadamente, empezó a crecer en mí el deseo y aclararse en mi mente, la idea de hacer algo por mi patria. Un gran movimiento de masas para acceder al poder del gobierno y recuperar el destino de la nación consagrada a la Santísima Virgen de Guadalupe cuyo símbolo es una águila devorando a una serpiente. Tenía que hacer esto para ponerla a los pies de Ella proclamando: ¡Viva Cristo Rey! Me puse a estudiar los movimientos políticos y las guerras, así como ciencia política, historia y diversas ciencias. Escribí mi primer libro: "La Reacción" y pedí a Salvador Borrego hiciera el prólogo. "Se está usted preparando para cosas grandes" --me dijo--. "Si", le respondí.
Para mi era un proyecto político.
Por eso tenía que ir a la montaña para recibir allí, como Moisés y Elías, la misión y las indicaciones de Dios.
No bajaría hasta que Él me hablara.
¡No tenía la menor idea de lo que me esperaba!
Al bajar de la montaña todos mis planes habían cambiado. Sí había que hacer algo, pero no un proyecto político, sino ser primicia del Reino de Dios y para conseguirlo, luchar por obtener la misma naturaleza de Cristo con los medios que nos da la Iglesia pero en le Vientre Purísimo de la Santísima Virgen María, obteniendo la misma carne, sangre, alma y espíritu de Cristo, viviendo su misma vida como Cristo, con Él y en Él hasta nacer plenamente como Hijo de María Santísima, completamente transformado con la misma carne y sangre como eucaristía viva nacido de la Santísima Virgen de Guadalupe, quien dará a luz tal cual está escrito en el libro del Apocalipsis.
A mediados de 1986 me puse a hacer un hábito de penitencia con costales de yute.
Hice un saco y un escapulario.
Ambos negros.
Este último con trabas como el escapulario cartujano.
Con capucha blanca.
Los pinté de negro, porque tenía la idea de que debía parecerse al plumaje del águila calva.
Un día, a principios de octubre, agarre mi Biblia, el Evangelio que me había regalado mi papá, un crucifijo, mi rosario y me encaminé a la sierra de Santa Catarina.
Puse en manos de Dios mis intenciones y subí a la cumbre de uno de los cerros, el que parecía tener cuevas, con el propósito de quedarme allí hasta la muerte.
No llevaba comida ni agua. Sería como aquellos anacoretas y ermitaños de los que se hablaba en los inicios del cristianismo.
Un fenómeno empezó a apoderarse de mí.
En cuanto puse un pie en las faldas del cerro, empecé a experimentar a cada paso como si se cayeran partes de mí, como si algo entrara en mi alma y arrancara enormes partes de mí.
En su lugar quedaba un vacío.
Todo esto ocurría en mi inteligencia y en mi voluntad.
Como que el entendimiento se fuera estrechando y la voluntad, la facultad de querer, se fuera haciendo cada vez más y más pequeña.
Iba a la mitad del cerro y ya me quería regresar.
No sabía que empezaba a entrar en la noche oscura del sentido y del espíritu poco a poco.
De haber leído previamente a San Juan de la Cruz, sabría lo que me estaba pasando.
La angustia se apoderaba de mí a cada paso.
Aún así seguí adelante y no descansé hasta llegar a la cima.
Allá en lo alto encontré unas cuevas de piedra volcánica, me introduje en una de ellas, la más grande, en la que cabían dos o tres personas.
Todo era piedras y como que de entre ellas salía un viento del corazón de la montaña.
Me senté en una piedra y me puse a rezar el Rosario y luego me puse en silencio, solamente a clamar:
--Dios mío ven en mi auxilio, Señor, date prisa en socorrerme; Dios mío ven en mi auxilio, Señor, date prisa en socorrerme; Dios mío ven en mi auxilio, Señor, date prisa en socorrerme; Dios mío ven en mi auxilio, Señor, date prisa en socorrerme… Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mí; Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mí; Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mí; Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mí… Dulce corazón de María, sed la salvación mía; Dulce corazón de María, sed la salvación mía; Dulce corazón de María, sed la salvación mía; Dulce corazón de María, sed la salvación mía; Dulce corazón de María, sed la salvación mía…
Así me la pasé horas.
No alcanzaba a medir el paso del tiempo, era como si al mismo tiempo pasara muy rápido y muy lento.
Ya entrada la noche, el frío se hizo intenso.
La angustia fue creciendo cada vez más.
Rompí a llorar.
Delante de mí estaba toda mi vida, todo lo que había hecho mal y el daño que había causado a quien se lo hubiera hecho, fresco como si acabara de ocurrir.
De pronto todas las personas que conocí en mi vida, asumieron la persona de Cristo.
Un dolor intenso, muy intenso, me embargó.
Lloraba amargamente por cada acto de mi vida, por cualquier clase de contrariedad y dolor que hubiera causado. Por cada desobediencia a mis padres, por cada desavenencia con mis hermanos. Por no haber amado.
Me sentía muy vulnerable, como un niño recién nacido que requiere de la ternura y la protección de su madre.
Clamaba a Dios sin cesar.
El llanto se transformó en gritos. Empecé a gritar con todas mis fuerzas.
El dolor salía desde lo hondo, era un dolor indescriptible del corazón.
Era como un ojo de agua del que brotaba el dolor a borbotones de manera incontenible.
La compulsión me hacía sentir que tenía que seguir llorando hasta que salieran todas esas lágrimas y todo ese dolor.
No quería ser consolado, cada dolor tenía que salir y ser llorado hasta que se acabara.
Así me abracé de la piedra en donde estaba sentado y me apretaba el pecho, que me dolía cada vez más.
Fueron horas de llorar amarga y dolorosamente, en esa noche tan oscura, en la que no veía nada, ni mis manos.
Así pasó el tiempo, mucho y poco tiempo a la vez, hasta que se me acabaron las lágrimas y los gritos.
Mi cuerpo estaba temblando, más que de frío del dolor experimentado.
Reparé en el frío de la piedra, sin reflexionar o reflexionando.
No sé cómo comprendí la obediencia que las piedras encierran para Dios, una obediencia tan íntima y misteriosa que es la chispa de existencia que las llamó al ser y que guardan en su interior, una chispa tan caliente que el sentido no puede experimentarla de otro modo que con el frío más intenso y más frío que nadie haya sentido, un frío más frío que el de un cadáver.
El amor de las piedras a su creador --si se le puede llamar de esta forma a la permanencia de la roca-- es incomparable en el universo.
Entendí de golpe y se apoderó de mí la noción de la causa por la cual Jesucristo Nuestro Señor nombró a Simón “la Piedra”.
No solo porque sobre ella se establecería la construcción de la Iglesia, la Fe, sino porque por más débil y pecador que era, Simón tenía para Cristo ese amor único solamente conocido por Dios, solo comparable al de la piedra.
Por eso cuando Pedro le dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente, Jesús le respondió: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Enseguida le dijo: Yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
Comprendí también que a aquellos que han sido destinados por vocación al papado, han sido solicitados por el demonio para cribarlos como se criba al trigo y que en muchos casos eso no ocurre solo a partir del momento en que son electos, sino que desde su nacimiento, hasta desde su concepción.
También comprendí que toda aquella insidia que el demonio no pudo ni podrá volcar en contra de la Santísima Virgen María, la dirige contra los sucesores de Pedro.
Comprendí que cuando Dios creó a las piedras, estaba creando al fundamento del amor que quería para sí como sustancia de su unión mística con la humanidad.
Esa sustancia, si así le podemos llamar, que las piedras entregaron a Dios al momento de crearlas, es la misma sin variaciones que tienen hoy y tendrán hasta el fin del mundo y por la eternidad.
En ese frío de la piedra que penetraba mi cabeza y todo mi cuerpo, todos mis huesos, me transmitió la esencia fría para mí, pero de fuego, proporcional al que las vuelve lava, de aquella obediencia de amor incuestionable y firme contra todo, de la piedra, aquella voluntad misma que les da el ser, de todas las piedras del universo, de las partículas, de los planetas y de las galaxias.
Ese frío ancestral y arcano se apoderó de mí e inundó y compenetró toda mi mente y todo mi corazón.
Fui una piedra con las piedras.
Eso me ocurría al mismo tiempo que el dolor aumentaba desmesuradamente.
Aunque ya no había lágrimas en mis ojos, ni llanto en mi garganta, el dolor fluía de mí, salía de todo mi ser y se iba para arriba.
Podía sentir que salía de mi traspasando mis entrañas, como traspasaba las piedras sobre las que me encontraba y que me rodeaban, por todas partes y se iba al cielo, por arriba y debajo de mí, por los lados, por todas partes, traspasaba la tierra y la atmósfera y se iba por el espacio y llegaba en un acto ante los pies de Dios.
Ese era yo, un dolor ante Él.
Ese era mi auténtico ser, ese era mi verdadero yo.
No podía decir otra cosa que presentarme como dolor por no haberlo amado, ese dolor quería seguir existiendo hasta dolerse más y más y consumirse como un carbón hasta convertirse en polvo que se lleva el viento, en un humo de incienso en su presencia y que aún en su violencia, delante de Él no era nada.
No había otra forma de expresarle mi ser, porque la verdad completa era que no lo había amado de verdad, nunca lo había amado. Y eso dolía más allá de todo dolor.
Entendí al Rey David cuando dijo: ¡Señor, delante de ti todo mi anhelo!
Un grito silencioso era en lo que me había convertido.
Tirado, inerte, en una piedra.
Transmitiéndome el secreto de su creación mediante su alma helada que me traspasaba todos los huesos que se helaban en igual proporción hasta irradiar ese frío jamás sentido y juntarse con todo mi dolor.
No hay persona que no merezca ser amada, pensaba.
Por eso Cristo murió por todos.
Por eso el amor duele, porque nos ha sido compartido y no lo podemos sentir ni entender, ni siquiera posesionarnos de él como se debe, en la voluntad.
A partir de ese momento, hasta el día de hoy y hasta que me muera, siempre que escucho cantar a un gallo, mi corazón se llenaba de lágrimas, porque con ese canto, de esa ave que las piedras me enseñaron a amar, he escuchado infinidad de veces, cada vez como la única vez en mi vida, como pronunciadas sólo para mí, aquellas palabras de Cristo: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? …Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? …Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Y mi respuesta, con todas mis lágrimas, con toda mi tristeza, con todo ese dolor que solamente yo conozco: ¡¡¡Señor!!! ¡¡¡Tú lo sabes todo!!! ¡¡¡Tú sabes que te amo…!!! Aunque sé que eso solamente se lo demostraré y así lo quiero y no quiero vivir sino para eso, el día en que entregue mi vida y toda mi sangre y todo el dolor de mi carne y de mi alma al morir por Él, cuando ya no se lo diré con mis palabras ni con mi mente, sino con mi sangre.
Sentía una agonía como de muerte.
Creía que me iba a morir allí, de un momento a otro.
Me sentía como en medio del océano en medio de la tempestad con mi nariz apenas saliendo del agua para respirar solo un poco para volver a hundirme muchos metros debajo de la superficie.
“Señor, si tú quieres que aquí muera, aquí moriré”, le decía con todas las fuerzas de mi corazón.
No sé en qué momento me desmayé.
Allí quedé tirado entre las piedras.
Creo que deliraba, porque recuerdo haber despertado helado, dos o tres veces, hasta salir y mirar al cielo. Ver uno que otro avión que pasaba a lo lejos.
Pensarme tan abandonado que quisiera que estuviera allí aquella persona a quien más hubiera odiado en mi vida y quien más daño me hubiera ocasionado para abrazarla y llorar y rogarle que estuviera conmigo un solo momento.
Cuanto añoraba la compañía de otro ser humano.
En todo mi ser estaba el grito de auxilio a Dios.
Sin saber cómo desperté cuando apenas empezaba a clarear el día.
Di gracias a Dios, la oración estaba impregnada en mi mente, como una respiración expresaba las palabras como si se hubieran convertido en los latidos de mi corazón.
Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, date prisa en socorrerme, Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos, amen. Dulce corazón de María, sed la Salvación mía.
Recé el Padrenuestro y salí de la cueva.
Me quedé a la entrada.
Vi en ese momento como las nubes, como un manto, cubrían al monte más grande que estaba enfrente de mí, parecía una cobija, un manto, que permanecía estático y luego se movía cubriendo más y luego se recogía, cubriendo menos.
Era algo hermoso de ver, ya que el sol que estaba saliendo, iluminaba partes de la nube, que luego se adelantaba hasta donde yo estaba y me cubría.
Esa visión me conmovió hasta el llanto, un llanto de paz que inundó mi corazón y alegría suave e indescriptible.
Mi mente se llenó de palabras de agradecimiento a Dios al ver ese manto de nubes.
Así estuve como dos horas y las nubes seguían cubriendo como manto los cerros; iban y venían, era como un cortejo.
Me parecía estar presenciando un misterio del amor de Dios. Así estuvieron como hasta las 12 del día.
En ese lapso hice la pregunta: Señor ¿qué quieres de mí? ¿Qué quieres que haga? Recé el Rosario y me quedé un rato en silencio.
Tomé la Biblia en espera de una respuesta. La abrí y apareció a mi vista el capítulo 19 del Libro primero de los Reyes.
Elías en el Horeb.
1. Ajab refirió a Jezabel cuanto había hecho Elías y cómo había pasado a cuchillo a todos los profetas.
2. Envió Jezabel un mensajero a Elías diciendo: «Que los dioses me hagan esto y me añaden esto otro si mañana a estas horas no he puesto tu alma igual que el alma de uno de ellos.»
3. Él tuvo miedo, se levantó y se fue para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado.
4. El caminó por el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseó la muerte y dijo: «¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!»
5. Se acostó y se durmió bajo una retama, pero un ángel le tocó y le dijo: «Levántate y come.»
6. Miró y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar.
7. Volvió segunda vez el ángel de Yahveh, le tocó y le dijo: «Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti.»
8. Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.
9. Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahveh, que le dijo: «¿Qué haces aquí Elías?»
10. Él dijo: «Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela.»
11. Le dijo: «Sal y ponte en el monte ante Yahveh.» Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor.
12. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave.
13. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz que le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?»
14. El respondió: «Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela.»
15. Yahveh le dijo: «Anda, vuelve por tu camino hacia el desierto de Damasco. Vete y unge a Jazael como rey de Aram.
16. Ungirás a Jehú, hijo de Nimsí, como rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, le ungirás como profeta en tu lugar.
17. Al que escape a la espada de Jazael le hará morir Jehú, y al que escape a la espada de Jehú, le hará morir Eliseo.
18. Pero me reservaré 7.000 en Israel: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal, y todas las bocas que no le besaron.»
19. Partió de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Había delante de él doce yuntas y él estaba con la duodécima. Pasó Elías y le echó su manto encima.
20. El abandonó los bueyes, corrió tras de Elías y le dijo: «Déjame ir a besar a mi padre y a mi madre y te seguiré.» Le respondió: «Anda, vuélvete, pues ¿qué te he hecho?»
21. Volvió atrás Eliseo, tomó el par de bueyes y los sacrificó, asó su carne con el yugo de los bueyes y dio a sus gentes, que comieron. Después se levantó, se fue tras de Elías y entró a su servicio.
Tenía la mente embotada, que me costaba leer y retener las palabras en mi mente. Pero al ir leyendo y releyendo, poco a poco la alegría que había sentido al ver las nubes se volcó en mi interior y se hizo inmensa.
Sabía que Dios me había llevado allí y que me había escuchado. Que todo el tiempo estuvo conmigo.
En el momento en que había subido a ese monte tenía la voluntad llena del deseo de entregarme a Dios. “No me moveré de allí hasta que Dios me hable”, me decía. “No me moveré de aquí hasta que me hables”, decía a Dios cuando estaba arriba.
Con todo lo que me había pasado ya no tenía esa voluntad del mismo modo.
Sí me iba a quedar allí hasta la muerte o hasta que Dios me manifestara lo que quería de mí, pero la forma de mi voluntad había cambiado en todo.
Ya no se sustentaba en mi querer.
En realidad ya no quería estar allí, más bien era algo distinto, el permanecer allí no se fundaba totalmente en mi voluntad, en mi querer, sino que estaba allí como por una fuerza que no venía de mí, pero que tampoco se sentía como tal.
Solamente era el acto de estar porque eso era lo que tenía que hacer, con toda mi voluntad sin fuerza alguna de seguir allí sustentada en el simple acto de estarlo haciendo en ese momento, porque era lo que había que hacer.
Sí quería estar allí, pero no tenía fuerza en mi voluntad para permanecer, es difícil de explicar.
Dios me mantenía allí y estaba allí por eso; no me resistía.
Leí el texto varias veces, no se durante cuánto tiempo.
Había una idea clara, Dios se me había manifestado en ese hermoso manto de nube que acariciaba el cerro que estaba delante de mí y que llegaba hasta donde yo estaba y me cubría con su blanca y cálida brisa.
En ese sentimiento de paz y tranquilidad que me invadió al verlo y sentirlo. Y me había hablado a través de la Biblia.
Me había dicho que en su monte, --antes de hablarme--, se había hecho preceder por un huracán violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas dentro de mí; pero no estaba allí, solamente era yo con sus piedras mostrándome su naturaleza y la mía.
Un temblor de tierra que me hizo gritar hasta el silencio desgarrador; pero no estaba allí, solo era el polvo de mi persona disolviéndose.
Un fuego que me derritió las entrañas hasta sentir la muerte, pero no estaba en el fuego, solamente era mi naturaleza queriendo vivir agarrándose de Dios.
Después del fuego, el susurro de esa brisa suave, de esa nube hermosísima cuya danza me conmovió profundamente fue con la que Él me habló, a mi parecer, como lo hizo con Elías.
Pensaba que cómo ha de estar el mundo, en donde el Señor Todo Poderoso, lleno de amor para sus creaturas, manifiesta su presencia a alguien como yo, lleno de la podredumbre de mis pecados, con signos parecidos a los que presentó ante el profeta Elías.
Es como si hubiera metido la mano a lo más profundo de la fosa séptica que era mi vida para sacarme y hablarme.
Estaba muy lejos de mí el creer que me había dado el espíritu de Elías o el de Eliseo, como no fuera en el ardiente deseo de que así fuera y de que tuviera todo el espíritu de Elías, ese del que repartió dos partes a Eliseo.
Sí tenía la certeza de que a mi alma se había colado una chispa de ese fuego y que era tan ardiente que me sobrepasaba.
Años más tarde, por un sueño supe que se me había entregado todo el fuego de Elías para custodiarlo y propagarlo y que eso había ocurrido en aquella montaña.
En aquel momento, tanto con la mente como con el corazón embotado, supe que no tenía que permanecer en la cueva, sino bajar de allí y prepararme para el trabajo que tenía que cumplir.
No estaba muy claro lo que sería.
Con el correr de los años me di cuenta que con eso que me pasó desde que subí la montaña, en la cueva y con las nubes, se habían grabado en mi alma enseñanzas acerca de Dios, de la Santísima Trinidad, de nuestro amado Señor Jesucristo, de la Santísima Virgen María, de San José, de los ángeles, de la creación y de la redención, del misterio de la iniquidad, de los ángeles buenos y de los malos, que nunca me imaginaría; que no había leído en ninguna parte y cuya consideración, reflexión y enseñanza me producían esa compunción del corazón y ese temor de amor de Dios que todo cristiano quiere experimentar para salvarse.
Uno de los conocimientos que atesoro, es el de la perspectiva de la eternidad y el tesoro más grande que creo que se me entregó, fue el acercarme al conocimiento de los misterios de la Santísima Virgen María, la aproximación a estos que puedo entender.
Muchos de estos se me escapan aunque los tengo presentes. No alcanzo a verlos bien; como que rehúyen la mirada directa.
Al paso del tiempo se me han presentado frescos y poco a poco, como si acabaran de ocurrir.
Con toda claridad he aprendido que así debe ser; que se develan en el momento preciso y oportuno, tal vez solo para escribirlos aquí, para que los descubran y atesoren y vivan aquellos que Dios ha separado para ello.
Bajé del monte y regresé a casa.”
(...)
"Narración de sueños...
Luego de regresar de la montaña a partir de 1990. Los sueños que tuve expresan la misión en esta vida como primer soldado crucífero y fundador de la Orden de los Crucíferos a quienes Dios llamará cuando sea el tiempo propicio.
"Veía la profundidad del cielo desde las alturas y alcanzaba a mirar los rincones de la tierra. Con sutileza como el aire viajaba por muy diversos lugares del mundo.
A todas horas del día; por la mañana, antes del amanecer, por la hora primera y el medio día; por la tarde y al anochecer.
Así también entrada la noche y la madrugada hasta el amanecer.
Los días eran tanto claros y diáfanos, con sus noches tranquilas y silenciosas, como lluviosos y húmedos; con nubes cubriendo todo el cielo y lloviznas interminables.
Recorría muchas ciudades, montañas, desiertos, selvas, mares hasta el fondo, cielos hasta muy alto.
En la tierra, en cuevas y montañas.
Llegaba donde había hermoso y ricos tesoros; piedras hermosas de todos los colores; rubíes, diamantes, zafiros, perlas y otras piedras desconocidas pero hermosas, tan hermosas que era imposible dejar de verlas.
Ante mí, residencias riquísimas, con mármol, granito y cantera, columnas y estatuas tipo romano y de muy diversos tipos y épocas, estatuas; ricas ventanas y cortinas.
Por dentro, habitaciones interminables con ricos y muy finos muebles.
Bibliotecas en repisas de pared y estantes, hechos de maderas finísimas; con hermoso libros de todos tamaños, muy nuevos y muy antiguos, manuscritos y de imprenta, pequeños de varias hojas y vastas enciclopedias. Los pequeños, nuevos y muy antiguos, parecían contener tesoros de conocimiento.
Papiros y rollos escritos con tintas hermosas y cautivadoras. Los había por todas partes y todo en sí era un tesoro maravilloso.
Había salones inmensos y ricamente adornados, con instrumentos musicales finísimos.
Había una sala en donde se podían observar vitrinas y repisas con cámaras fotográficas de diversos tiempos, así como plumas, instrumentos de escritura y bolígrafos, igual de épocas remotas, de todas formas y tamaños.
Multiplicidad de objetos que atrapaban mi atención.
Así también entré por edificios antiguos en ruinas, con interminables laberintos, en donde habitaban familias y personas de todas las edades desde niños de brazos hasta ancianos falleciendo, de muy diversos pueblos; ricos, pobres, de épocas presentes y remotas. Enfermos y sanos.
Vi todas y cada una de las conexiones que había entre habitaciones de pobres y ricos, enfermos y sanos, viejos, jóvenes y niños; hombres y mujeres.
Vi además sus historias, los dramas de sus vidas, sus momentos felices y tristes, así como sus tragedias, crímenes y actos indecibles.
También por los cuartos en donde tenían cosas guardadas, libros, papeles, cajas con cosas nuevas y viejas.
Hasta recovecos en donde tenían sus cosas de valor y lo que para cada uno eran sus tesoros.
En algunas de las habitaciones de todas esas personas parecía que yo tenía nichos ocultos, en donde había guardado cosas de mucho valor, incluso piedras y objetos que había tomado de los numerosos tesoros que había visto ocultos en el mar, en cuevas de montañas y en otros lugares.
Así me trasladaba a todos esos lugares por jornadas interminables.
Finalmente recorrí por extensos desiertos y llanuras erosionadas por el agua, con las cuarteaduras del lodo que está siendo resecado por el sol, las lajas formadas por segmentos de color gris, gris claro y blanco, ondeadas por el calor.
Pareciera que fueran los llanos en donde corrí en mi infancia.
Enseguida llegué a una calle estrecha, estaba pavimentada y tenía una acera para caminar.
Al lado de la acera empezaba un monte que enseguida era escarpado, como si fuera una pared.
En ese monte había cuevas y ermitas donde moraban monjes viejos y jóvenes, de épocas recientes, intermedias y de ápocas muy remotas. Unos tenían hábitos nuevos y vistosos y otros pobres y raídos, por el uso y el tiempo. Unos eran fuertes y otros se veían débiles y huesudos por las penitencias y los largos años de vida dedicados al ascetismo para Dios. Unos eran de órdenes conocidas y otros de congregaciones desconocidas; sacerdotes unos y otros solo religiosos. En todo ese monte había monjes. Parecía que siempre habían estado allí y que nadie los veía, solo yo. Se dieron cuenta que estaba allí y que merodeaba por su monte, pero no me dijeron nada por su cuenta y yo tampoco les pregunté algo, respetando su silencio y solo me miraron pero sin reprobar mi presencia.
Baje de allí y en una calle en la que desembocaba la calle inicial, había otros monjes, pero estos estaban en casas, no en monte. Era igual, también los eran de diversas regiones, ordenes, tiempos, edades y constitución física, con hábitos nuevos y viejos. Ocurrió lo mismo: los ví y me vieron.
Era como si todos me hubieran hecho saber de su existencia y que se complacían con mi visita.
Todos eran hombres de Dios y santos.
De allí fui al centro de México, donde me encontré en el Palacio Nacional y sus patios, así como los pasajes debajo del mismo y todos sus cuartos.
Era de mañana.
Vi cuartos ricamente adornados con las cosas más antiguas del país, hasta objetos de los príncipes aztecas que a nadie le son mostrados y que solamente puede ver cada gobernante en turno, así como cuartos con documentos secretos y cuartos con personas que deben permanecer allí recluidas.
También fui por cuartos vacíos y cuartos casi derruidos. Recorrí todos y cada uno de sus rincones.
Luego de conocer hasta la más pequeña ventana y rincón de este palacio, fui por el costado sur del Palacio Nacional, por la calle de Corregidora hacia atrás.
Por un callejón a un templo antiguo en el centro de México.
En su interior fui al pie de un monumento al lado izquierdo del altar principal dedicado a Cristo Rey.
En el monumento estaba el profeta Elías, pero la imagen era como las hechas por los indígenas mexicanos que hay en templos antiguos de los pueblos.
En sus pies ardiendo el fuego de Elías.
En mi interior, una voz sin palabras, algo muy extraño e imposible de explicar se grabó con fuego en mi corazón: "cuida y propaga el fuego" y, en ese acto, el fuego se hizo mío.
Al salir de allí, empecé otro recorrido por mares y montañas hasta que oscureció y llegué a un enorme edificio cuyo interior parecía una explanada cuyo término no se alcanzaba a ver.
Con innumerables iglesias de distintos ritos.
Todas las iglesias estaban dentro de un mismo complejo que a su vez era una iglesia gigantesca.
Los templos estaban en medio, a los lados, al fondo, por el camino, arriba, debajo.
Por todas partes.
Eran templos construidos de muy diversas formas y tamaños; con muy diversos materiales.
Unos templos eran ricos, otros pobres.
Adornados y sin adornos; de formas caprichosas y simples.
Con ventanas y sin ventanas, con altares suntuosos y simples.
Una multiplicidad de formas.
Dentro de ellos había sacerdotes de todas las épocas y con variados ornamentos, sotanas y estolas.
Muchísimos los ritos con que celebraban la Eucaristía, cada uno con el suyo.
Desde el rito más simple, esto es, la mesa con el pan y el vino y las palabras sacramentales llanas de la última cena, hasta las misas más largas y complejas que alguien hubiera visto.
También había sacerdotes de todos los tiempos y de todos los ritos, confesando por todas partes.
Sacerdotes ricos y pobres, ilustrados e ignorantes, enfermos y sanos, jóvenes y viejos confesaban a iguales condiciones de fieles, que pasaban formados uno por uno.
Al ver a detalle, se notaban personas compungidas y dolientes y otros que ni se inmutaban. También vi sacerdotes fornicando en el confesionario, en el altar, en los recovecos de los templos.
Unos ricamente vestidos, con ornamentos casi luminosos del oro con que estaban bordados. Otros con ornamentos muy pobres y raídos por el uso y el tiempo.
Otros más iban y venían por ese inmenso complejo de templos e iglesias.
Luego de recorrer todo lo largo y lo ancho de esa inmensidad, regresé al lugar por donde había entrado y fui por la derecha, a otra explanada inmensa a cielo abierto, con piso de piedra donde yacía Cristo crucificado.
Sangrante y totalmente desnudo.
Tirado a todo lo ancho y largo.
Inmenso; con pies y brazos extendidos sobre una gigantesca cruz de madera.
Se movía lentamente.
Sus extremidades todas eran un dolor por sí mismas.
No atinaba a ver cuál estaba más destrozada y macerada por los latigazos y golpes que había recibido.
La sangre caía al piso.
Sus piel estaba molida por muchas partes de tanta rasgadura.
Sus músculos, que se alcanzaban a ver, en unos lados expuestos y en otros cubiertos por esa piel destrozada.
Recios, parecían rígidos, como dispuestos para querer sufrir completamente sin dejar de experimentar todo el dolor que fuera necesario soportar, por si había más.
Como si lo pudieran decir así.
Pude darme cuenta de su desnudez total.
No como hemos visto al crucificado; con un lienzo cubriendo su entrepierna a modo de un calzón.
No era así.
Estaba totalmente expuesto y totalmente destrozado.
Como si en esas parte de su cuerpo, en todo su derredor, se hubieran ensañado particularmente en atormentarlo.
Pude ver con toda claridad y con un sentimiento de profundo dolor y compasión, totalmente confundido, con un modo y con una forma de no saber qué hacer, que la cuenta de cada uno de nuestros pecados de la carne había sido pagado hasta la última gota de sangre con ese tormento particular.
Totalmente indescriptible.
Sus manos y pies, clavados y sus heridas absolutamente dolientes y dolorosas.
Dignas de un amor que fuera el único y absoluto amor.
El primero y el último.
El de toda la vida.
Como para abrir el pecho y arrancarse el corazón para meterlo en esas heridas.
Como para llorar un llanto y un dolor que fueran los más grandes de toda la vida.
Parecía que Él quería recoger, para dolerse, todas las vidas de nuestros padres y abuelos y así hasta la más remota semilla de donde provenimos.
Con amor de amores que no hay forma de describir con palabras.
Heridas y hoyos en la carne, que al mismo tiempo eran generosas, como una tierra de cultivo, como una flor que va a dar un fruto, como si fueran una promesa que se estaba cumpliendo en su más grande, alta e incomprensible expresión, del único y verdadero amor que da el único y verdadero enamorado de ti.
La herida de su costado exhalaba un respirar.
Como un viento con muchas expresiones de un querer y un amor tan generoso y tan grande, tan bello, tan hermoso y delicado, tan fuerte y poderosos, como el que jamás nadie haya visto ni sentido ni recibido, ni podido dar, pero con el cual cualquiera quiere ser amado de esa única y avasalladora manera.
La respiración que por allí salía era una vida toda en si misma.
De un amor entregado de cada segundo, de antes del segundo y de después del segundo; de antes de todo tiempo y de después de todo tiempo.
Como si fuera la madre del tiempo de donde sale toda vida y toda existencia.
Totalmente absoluto, totalmente tierno y delicado, pero totalmente violento como la madre de todos los huracanes de este universo.
¡Cómo decirlo!
Con la fuerza inexplicable de un hoyo negro que absorbe y expulsa, pero más allá de toda forma de sentir y de entender.
Su cabeza, con una corona de espinas enorme y sangre resbalando hasta el piso.
Esas espinas habían sido creadas para taladrar de ese modo, pero recibían vida de esa carne a donde fueron plantadas y vivían con una fuerza que proclamaba y reclamaba amor para su dueño.
Cada una hablaba y su lenguaje era una forma de proclamación de todo el amor de todo ese cuerpo doloroso y amoroso.
Totalmente inexplicable, incomprensible, avasallador y digno de rendición y de súplica de amor.
Sus ojos, llenos de sangre que se había secado y remojado con lágrimas y sangre nueva con lágrimas nuevas y sudor salado viejo y nuevo.
Su mirada que arranca lágrimas de amor, confusión, pena, de nueva noticia de haberlo visto, pero haberlo ignorado; de haber recibido de él, y haberle negado el amor.
Su mirada llena de un amor indecible traspasaba el alma y se quedaba en cada una de sus partes, fija.
Ese amor ponía de inmediato, como rebotado de uno mismo, como cosa de uno, como si fuera uno mismo, el desamor.
Todas las cosas de la vida, todos los actos de la vida, todos los segundos de la vida donde Él siempre estuvo amándome
¡Y yo, no le amé!
Dolor de dolores.
Amor de amores.
Dolor de dolores.
Amor de amores.
Dolor de dolores.
Amor de amores.
Quería morirme llorando y dolerme y sentir todo el dolor sin dejar de hacerlo y resucitar para seguir llorando y dolerme mil veces para pedirle perdón por no haberlo amado y decirle con cada respiro de mi vida y de toda vida: te amo!!
Así latía mi corazón diciendo y mi respiración gritando.
Más al fondo, en la cabecera, una iglesia blanca, majestuosa que era un altar.
Arriba el cielo profundo y la noche callada.
La misma voz de lenguaje imposible de explicar me hizo saber: “Esta es mi iglesia".
Así, absorto, fui arrebatado como por un torbellino, que me llevó a mi acostumbrado ir y venir por llanuras, montañas, el fondo de todos los mares, cielos y estrellas, galaxias, soles y mundos, hasta regresar a la tierra y pasar nuevamente por esa llanura, en que había llovido y ya se estaba secando, donde había lajas.
Fui por muchos rincones de la tierra, a una colonia muy vieja, pareciera la colonia Loma Bonita --una colonia vecina a la colonia donde viví mi niñez, adolescencia y parte de juventud-- con las casitas de cuando apenas se formaba, aunque había casas ya viejas y cayéndose de esas que sus dueños nunca pudieron iniciar a construir.
Llegué al fondo, a una especie de construcciones de piedra enormes con arcos y paredes derruidas, hacia unas catacumbas donde había una iglesia casi derruida y antiquísima, donde unos sacerdotes concelebraban y el sacrificio era de un cordero inmaculado, tras de lo cual, comulgaban con las formas sagradas y me dieron la comunión.
Luego fui llevado a un corredor más debajo de esas catacumbas, desde donde salí a otro corredor que desembocaba a una arena como la romana.
Estaba parado en la entrada y caminé poco a poco al centro.
El piso era de arena como de playa.
Levanté mis ojos y fui viendo poco a poco el entorno, alrededor.
Me llamó la atención ver miles de gradas con miles de nichos, pequeños y grandes, unos nuevos, otros recientes y otro miles, antiquísimos.
En su interior había figuras, como si cada nicho fuera su pequeño templo o santuario.
Era una especie de estatua, del tamaño del nicho, de modo que había estatuas pequeñas, medianas, grandes y gigantescas.
Al fijarme más a detalle vi que eran horribles monstruos, engendros y demonios de todos tamaños y formas, como petrificados.
Como si se hubieran dado cuenta de mi presencia, se empezaron a mover y caer de todos ellos el polvo que las cubría y la piedra en lajas y escamas.
Era como si supieran que había llegado la hora de la lucha.
Una hora que habían estado esperando largo tiempo, tal vez muchos siglos y, por la espera, se habían petrificado.
Al ir cayendo de ellos su recubrimiento e ir quedando expuesto su horrible y despreciable ser, en ese mismo acto, como si se desprendiera de ellos, salía el odio y la destrucción.
Una violencia que me empezó a traspasar y doler en mi interior, como lanzas que me entraban por un lado del cuerpo y me salían por el otro y, al hacerlo, no solamente hirieran mis carnes, sino mi interior, mi espíritu, mi mente, mi voluntad; todo.
Como ellos, yo sabía que era el momento de luchar; de pelear y defenderme como jamás lo había hecho en toda la vida.
Sabía que cualquiera de esos tenía el poder de fulminarme, de acabar conmigo, de destrozarme hasta la última partícula y átomo de mi ser.
¡Qué cansancio sentí!
Me sentí tan agobiado.
Tan cansado.
No quería luchar.
Pero no me quedaba de otra.
Esos engendros me iban a perseguir por todo el orbe y más allá de cualquier lugar de la tierra.
La única ley que había era la de ser exterminado o la de exterminarlos.
¡Eran muchos! ¡Muchísimos!
Dentro de mi sentí la ayuda de la Santísima Virgen María y de Jesucristo. San José y San Miguel Arcángel también me protegían.
La misma voz dentro de mí, con esa forma indescriptible como una certeza me dio seguridad para la lucha.
Parece que ya había despertado, pero al voltear sobre mi almohada, vi a Jesucristo, que estaba acostado en la misma cama a mi lado. Estaba vestido con una túnica blanca y traía una especie de guitarra en una de sus manos.
Se incorporó.
Hice lo mismo.
Amarró su cintura y me dijo: “tú solo ven y sígueme”.
Al salir a la calle detrás suyo, vi algo en las nubes, a lo alto. Alcancé a ver que era una persona.
El Señor había desaparecido de delante de mi.
“Soy Abadón”, dijo el que estaba por las nubes.
Miré para todas partes para ver si alguien lo estaba escuchando o si se dirigía a alguna persona en especial.
Me di cuenta que era a mí a quien hablaba.
Parecía que me estaba esperando. Era como si aguardara que le dijera que ya la hora había llegado para hacer su trabajo. De un modo extraño era como si Dios le hubiera ordenado obedecerme.*
Enseguida desperté.
Tenía la cabeza embotada, pero una gran alegría en mi corazón y llanto en los ojos.
Tenía bien frescas las imágenes de Jesús Crucificado que se me habían presentado y lo que había sentido en mi corazón al verlo.”
(…)
“Cuando escribía estas líneas, en el 2014 tuve un sueño. Pasaba por una iglesia muy antigua toda de piedra, enorme. Al parecer estaba en San Marcos Huixtoco, un poblado en el Estado de México. Tenía a San Martín de Porres como patrón. Por dentro era parecida a la catedral de Lima, Perú. Al entrar vi a San Martín que estaba en el altar, sirviendo, colocando los menesteres para la celebración. Me vio, pero siguió en lo suyo. Me acerqué hasta entrar luego de la contención del altar. Allí estaba el Santísimo. Había muchos cirios encendidos en su derredor. San Martín se acercó a una imagen de la Santísima Virgen María, que estaba al lado del Santísimo y colocó una foto de Santa Bernardette La imagen de la Virgen era de Lourdes. Luego desapareció y yo me quedé arrodillado frente al Santísimo. No puedo asignar otra interpretación que la que es análoga con la aparición de la Santísima Virgen en Lourdes, que se apareció en insalubre y pestilente cueva donde resguardaban a los cerdos. Debo decir que el hecho de hablar de cosas santas, en el contexto de mi vida, es peor que eso, frente a lo cual se impone el amor que Dios tiene a sus hijos pecadores, que destruye toda podredumbre de vida para crearla nueva a partir de la sangre de su Hijo y como una semilla , su semilla, plantarla en las entrañas purísimas de María para que germine bajo su amorosa entrega de vida a sus hijos.” "
*(Esto último me sorprendió mucho al reflexionarlo después, ya que Abadón es el nombre que se atribuye a un demonio que es jefe de las langostas que salen del "foso del abismo", que atormentan a los hombres durante cinco meses, hecho que ocurre cuando el quinto ángel toca su trompeta. Entonces se le dio a la llave del pozo del abismo a una persona, a quien se identifica en el libro del Apocalipsis como "una estrella que había caído del cielo a la tierra. Abrió el pozo del abismo y subió del pozo una humareda, como la de un horno grande y el sol y el aire se oscurecieron con la humareda del pozo. De la humareda salieron langostas sobre la tierra, y se les dio un poder como el que tienen los escorpiones de la tierra. Se les dijo que no causaran daño a la hierba de la tierra, ni a nada verde, ni a ningún árbol; sólo a los hombres que no llevaran en la frente el sello de Dios. Se les dio poder, no para matarlos, sino para atormentarlos durante cinco meses. El tormento que producen es como el del escorpión cuando pica a alguien. En aquellos días, buscarán los hombres la muerte y no la encontrarán; desearán morir y la muerte huirá de ellos.” “Tienen sobre sí, como rey, al Ángel del Abismo, llamado en hebreo «Abaddón», y en griego «Apolíon»”. A mi entender esas langostas son una clase especial de demonios, destinados a la posesión diabólica para todos los que no se conviertan y se opongan a Dios, cosa que ocurrirá en el momento que quien tiene la llave del foso del abismo, --porque se le dio cuando el ángel tocó su trompeta y se trata de un hombre o un ángel que se describe en el texto sagrado como "la estrella que había caído del cielo a la tierra"--, abra ese foso y ocurra tal posesión como castigo decretado para aquellos hombres. No se dice quien les da la orden de hacerlo y tampoco se menciona en el texto sagrado que Abadón y la estrella que cayó del cielo a la tierra sean la misma persona, sino únicamente que Abadón gobierna a esas langostas y que hasta el momento en que salen de la humareda que salió del foso del abismo, es que se les da el poder como el que tienen los escorpiones de la tierra y se les especifica solo dañar a los hombres que no llevan en la frente el sello de Dios. Puede ser que tal posesión y castigo de las langostas ocurra en los términos que lo expresó San Pablo contra quienes blasfemaron y naufragaron en la fe y, en este caso, como última oportunidad para volver a Dios, habiendo sido entregado su cuerpo a tales demonios, para salvación de sus almas, para ver si así, sufriendo tal tormento --el cual podría ser eterno si no se convierten-- se vuelven a Dios. Asimismo, hay razón para afirmar que existe la posibilidad de que la estrella que cayó del cielo, cae no por castigo contra su persona, sino que cayó solo para castigar con el oficio que se le dio al recibir la llave del abismo, cosa que se podría confirmar en los primeros dos versículos del capítulo 20 del Apocalipsis: "Luego vi que un ángel descendía del cielo, llevando en su mano la llave del Abismo y una enorme cadena. El capturó al Dragón, la antigua Serpiente –que es el Diablo o Satanás– y lo encadenó por mil años. Esto es, que una vez que el ángel que había caído del cielo a la tierra a quien se le había dado la llave del foso del abismo lo abrió, entregó la llave al cielo terminada su función y luego esta misma llave le fue dada al ángel que debía encadenar por mil años a la serpiente).
(2). El profeta Ezequiel establece al orgullo como causa de la caída de Lucifer, el cual surgió por contemplar su propia belleza y por realizar un comercio como actividad principal. Esto origino que su voluntad se volcase con violencia llenándose de esta. Con tales actos se corrompió y la sabiduría no habitó más en él quedando solo el fuego de esa corrupción en la que se complacía. Siendo el príncipe de este mundo, es decir, el primero y su gobernante, por ser constituido para ello en el marco de las funciones que Dios le había establecido, el único comercio que habría podido realizar era el de convertir su función en objeto de intercambio, es decir, dirigir y revelar instrucciones e información propia del desarrollo de todos los fenómenos de la creación para que esta se desarrollase de acuerdo con los planes de Dios, que conocía y los demás ángeles no, para que la misma creación se generase con el trabajo de los ángeles según tales instrucciones y bajo tal supervisión, tergiversando la obediencia que le debían para tales funciones e introduciendo una lealtad personal y adoración a él por los atributos con los que Dios lo había dotado, y haciéndoles creer que todo ese universo sería gobernado por él y que era para él y por sus atributos Dios le había dado, se abrogó el poder de apropiarse de todo ello, como si eso fuera una empresa más a alcanzar. Para ello sedujo a los ángeles a para sumarse a esto. Así acumuló multiplicidad de acuerdos de lealtad con los ángeles que se dejaron engañar, hasta que llegó el momento de la revelación del plan de Dios, dejando a la Sabiduría la determinación de aparecer Ella misma como la señal de la Mujer Vestida de Sol, con cuya propia presencia fue suficiente para desenmascarar a Lucifer, para que la verdad en plenitud de Ella misma expusiera la verdad de todo cuando existiera frente a Ella. Es natural deducir que se trata de un artilugio del demonio eso de el convertir el comercio --y el control y manipulación de todos los fenómenos económicos, como el mercado, el capital, el trabajo, la riqueza, los negocios y finanzas-- en una fuente de riqueza para la acumulación de poder económico, político, social, religioso, etc, como medio de imponer la práctica de la corrupción, el robo, la mentira y hacer de la acumulación del dinero y su posesión, la verdadera fuente de todo poder que haya en la tierra para utilizarlo como medio para excluir a Dios y su Reino e imponer el gobierno de Satanás.
(3). Es importante considerar lo que Cristo reveló a Ana Catalína Emmerich acerca de la relación de Verónica con la Sagrada Familia, según lo cual ella cuidó al Niño Jesús siendo bebé y lo alimentó a petición de la Virgen, cuando Ella necesitó de alguien que lo cuidara. La confianza y familiaridad de María con ella era tan grande y profunda que mereció tal privilegio. Luego, debido a tal perfección de entrega a la voluntad de Dios que expresó en su cercanía con María, Verónica tuvo el privilegio de obtener el cáliz que venía siendo custodiado desde antes del diluvio y que fue desechado del tesoro por los sacerdotes del templo. Este cáliz lo usó Nuestro Señor para celebrar la pascua varias veces hasta la última cena, para posteriormente ser custodiado por la naciente Iglesia, para posteriormente perderse, quedando la promesa de que aparecerá al final de los tiempos. En la misma revelación que se refiere, se dice que está hecho de un material desconocido. Leí en algún libro que fue esculpido con el diamante que tenía Lucifer en su frente que Dios le dio como signo de su majestad para las funciones que le había señalado, el cual se le desprendió de su cabeza luego de ser traspasado por la luz de la mujer vestida de sol en el cielo, cuando se reveló ante todos su iniquidad. Custodiar la sabiduría y las cosas santas dadas por Dios es un regalo para quienes buscan ser hijo de María y hermanos de Cristo cumpliendo su voluntad.
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