A Francisco G. H. (58 años, empleado de banca, casado, 2 hijos) no se le ve muy conforme con la nueva política de recalificaciones que está realizando el Ayuntamiento de Villafranca. En un escrito remitido a esta redacción se queja de lo que él denomina "ecologismo de los cojone" que le tiene "hasta los güevos, hasta los mismísimos güevos".
"Estoy hasta los güevos", nos escribe Francisco, "hasta los mismísimos güevos de las gallinas, de los conejos, de los niños y de la madre que los parió". Y es que a Francisco, desde que es zona rústica, se le obliga a criar conejos y gallinas en su casa de la calle Guadiana, donde le han montado una granja escuela muy visitada por el alumnado de todos los colegios de Villafranca.
Pero eso no es lo peor. "Lo que más me joe -nos comenta Francisco- es que me piden la cérula de abrutalidad, o de abiltalidad, o como coño se diga cada vez que salgo a la puta calle lo sijo de su madre, a mí, qué trabajao to la vida en Banesto, vamo que me conoce tor mundo de sobra!"
Francisco no se explica por qué antes escribía y hablaba un perfecto castellano y ahora tiene más faltas que un partido entre la Ribereña y el Aceuchal. "Y no me pregunte la tabla del nueve que me pone nun compromiso".
Desde que fue declarado zona rústica sus refinados gustos musicales también han tomado un giro inesperado. "Manda cojone lo que me gusta aora el reguetón, eh, manda cojone!"
Por último, Francisco nos pide que hagamos pública su queja con el fin de que las autoridades tomen conciencia del problema y adopten una solución. "A ve si por lo meno se pué arreglá lo de la Mari". La Mari es su mujer, que ha sido declarada zona urbanizable " y ya han venío dos o tré a medirla y a pedirme precio y cualquié día destos se la llevan y me quedo sin la Mari, cagon laleche puta!"
Vemos al final de su carta un pequeño borrón azulado e imaginamos una lagrimilla que hubiera resbalado por su rostro al escribir el nombre de su mujer. Puede que ahora Francisco sea un hombre rudo, pero es un hombre enamorado. Una prueba indiscutible de que lo rústico nunca estuvo reñido con lo sentimental.