Al analizar las relaciones entre las prácticas de enseñanza y las formas de trabajo propias de la dimensión socio-humanista, se observa una distinción entre la intención pedagógica del docente y la percepción del estudiante. Si bien los maestros en ejercicio caracterizan su práctica desde la mediación y la valoración de los saberes culturales, alineándose con los referentes teóricos del modelo, esta relación no siempre es identificada con la misma claridad por los maestros en formación. Esto permite concluir que el enfoque humanista se manifiesta actualmente más como una disposición actitudinal y un discurso valioso por parte del docente, que como una estrategia didáctica tangible y sistemática en la realidad del aula, existiendo una oportunidad para fortalecer la visibilidad de la inclusión en la práctica cotidiana.
Por otro lado, la caracterización de la dimensión problematizante evidencia una relación de alta coherencia entre lo propuesto por el modelo pedagógico y lo ejecutado en clase. Las formas de trabajo basadas en la pregunta abierta, la argumentación y la estructura dialéctica son reconocidas de manera consensuada por ambos actores, cumpliendo con el objetivo de fomentar una mentalidad crítica. Sin embargo, al revisar la gestión curricular, se identifica que la transición desde la reflexión teórica hacia la implementación de adaptaciones curriculares concretas representa un desafío pedagógico. Aunque la vinculación entre teoría y práctica es efectiva, la materialización de un currículo flexible y la comunicación de los propósitos de aprendizaje presentan matices que invitan a seguir trabajando para que la enseñanza atienda de manera integral y explícita las necesidades formativas.
Es conveniente fortalecer la coherencia entre el discurso inclusivo y las acciones dentro del aula. Para ello, resulta útil integrar de manera constante referencias culturales, adaptar las actividades según las necesidades reales y ofrecer explicaciones claras sobre los propósitos de cada proceso. La intención humanista debe convertirse en una práctica visible, consistente y significativa para quienes participan del proceso educativo.
Se sugiere mantener una actitud reflexiva que permita reconocer los desafíos pedagógicos y aprovecharlos como oportunidades de mejora. Participar activamente en la formulación de preguntas, la construcción de hipótesis y el análisis de situaciones reales contribuye al desarrollo del pensamiento crítico y la comprensión profunda de los contenidos, favoreciendo una relación más consciente con el aprendizaje