EL SECRETO DE GRAUBNER
Thriller atmosférico
El perfilador criminal del Equipo de Análisis de Comportamiento Delictivo de Madrid, Kevin Green, deberá investigar los espeluznantes asesinatos llevados a cabo en la Sierra de Segura, al sur de Albacete. La obra de un sádico pondrá al descubierto la conducta humana y de lo que es capaz, cuando alguien se cree un Dios. Este interesante thriller se desarrolla por los preciosos parques naturales de los Calares del Mundo y de la Sima y Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. Donde nace el río Mundo y donde lo hicieron las primeras fábricas de cinc y latón de España, las Reales Fábricas de San Juan de Alcaraz, en Riópar.
Leer muestra
1
11 de septiembre de 2023
La llegada
Son pasadas las dos de la madrugada, me he quedado hasta tarde leyendo La industria metalúrgica experimental en el siglo XVIII, un libro novedoso en la historiografía sobre economía española del siglo XVIII, con especial interés sobre el tema de la metalurgia experimental. El trabajo original fue la Memoria de Licenciatura de su autor, leída en la Universidad de Valladolid en 1975, pero que no fue editada en libro hasta diez años más tarde. Comprende un período de veintiocho años, desde 1772 a 1800.
Pero ese libro, que encontré en el Rastro madrileño, no me he traído al valle de Riópar.
La Comandancia de la Guardia Civil de Albacete, reclamó los servicios del Equipo de Análisis de Comportamiento Delictivo de Madrid. Los sucesos acaecidos al sur de la provincia, mantenían en vilo a los lugareños de la zona. Y no era para menos. A pocos metros del mirador de Los Chorros, junto a un afloramiento rocoso, apareció el cadáver de una mujer con signos evidentes de violencia y la cabeza cercenada.
No era la primera víctima.
Apenas un mes antes, el cuerpo sin vida de un joven, fue encontrado en el barranco de los Muertos, cerca de un cortijo abandonado. Su cuerpo yacía sobre una losa de piedra, con multitud de heridas producidas por arma blanca; brazos, piernas y torso, presentaban una infinidad de cortes, algunos muy profundos. Como la última víctima, también estaba mutilado, le faltaba la cabeza.
Me acerqué a la ventana, caía una fina llovizna que se hacía visible bajo la luz de la farola que tenía justo enfrente de mi habitación. En algún rincón, en el patio de entrada al hostal, donde me hospedaba, podía escuchar el martilleo de las gotas de agua cayendo sobre algún recipiente de plástico.
No podía conciliar el sueño.
Llegué a última hora de la tarde. Recogí el informe en la Casa cuartel, y decidí cenar pronto para retirarme a mi habitación a descansar del largo viaje. Para entonces el cielo se cernía sobre las montañas y paulatinamente se fue oscureciendo hasta que terminó en tormenta, un buen chaparrón que persistió de continuo hasta medianoche. Luego se prolongó durante toda la madrugada, un sirimiri que iba calando sin pausa.
Tenía una copia de los informes de ambas víctimas, elaborados por la agente Alexandra López y el cabo Juan Gutiérrez. Me los entregó el sargento Huertas, quien me puso al tanto de la investigación. No era mucho, todo estaba en ciernes. Un incomprensible baile de hechos sin móvil aparente. Los brutales asesinatos, con ensañamiento y posterior descabezamiento de las víctimas, podría ser un ritual, un supuesto ajuste de cuentas o, a causa de los efectos de las drogas y el alcohol; una macabra diversión. Ambos crímenes se cometieron en plenas fiestas de numerosas aldeas y villas cercanas, cuando la noche pasa a ser la mejor cómplice para cometer atrocidades.
En el puesto de la Guardia Civil de Riópar, estaban a la espera de los informes periciales de criminalística de Albacete.
2
12 de septiembre de 2023
Una de las cinco villas
Riópar no tiene monasterio, ni catedral alguna, pero guarda, en su pasado, una historia tan interesante como única. Nada más llegar supe que estaba en el Señorío de las Cinco Villas, Riópar era una de ellas. Al llegar, con el último suspiro de la tarde y entrar al valle, los paisajes y bosques de extensos pinares se me antojaron distintos.
La pálida luz del sol cayendo en el horizonte, entre las plateadas nubes plomizas que oscurecían la tarde, se precipitaba voraz en vísperas de la noche, «las mejores puestas de sol las encontrará en el antiguo cementerio de Riópar Viejo», me comentó el hostelero.
Riópar tenía unas fábricas, las tuvo, fueron las primeras de latón que hubo en España en el último cuarto del s. XVIII. Las mismas que le dieron nombre a la villa, Las Fábricas de San Juan de Alcaraz, hoy simplemente Riópar. El municipio, que nació entre latones y bronces, se apropió del nombre, y de los pocos habitantes que residían en lo alto de la elevada aldea, que se erguía aislada en mitad del valle, varada en las alturas, como un navío sin mares que surcar. El auténtico Riópar quedó colgado en la soledad de los vientos, sobre un cerro calcáreo, en cuya cima, tiene por corona las ruinas de su antiguo castillo y el viejo cementerio. Dicen que el último habitante abandonó Riópar, el viejo, a finales del s. XX.
»Del auténtico Riópar queda bien poco, lo esencial diría yo. Aunque tenga el apellido de Viejo, ha rejuvenecido. El turismo ha venido como agua de mayo, no cabe duda. La mayoría de sus casas han sido restauradas y algunas son ahora casas rurales para turistas, me comentaría días después don Jorge, un ingeniero industrial retirado, que había ejercido como administrador, los últimos años de vida de las históricas fábricas de bronces. Un enamorado de su tierra y uno de los artífices en promover la villa y su riqueza, histórica y natural. Don Jorge fundó un Centro de Educación Ambiental en su Riópar natal y ha ido escribiendo en el transcurso del tiempo, infinidad de libros sobre lobos, mastines y paisajes naturales de estos bellos contornos. Así que, nadie mejor que él para tenerle a mano. Era una fuente de sabiduría.
Miré el reloj, faltaban diez minutos para las nueve de la mañana. Continuaba chispeando aún y el aire era fresco.
»Me gusta que llueva, aunque espero que no lo haga todos los días que tengo por delante. Con lo que había llovido, adiós a las pruebas, si quedaba alguna, la lluvia las habría borrado, y el barro habrá acabado por hacer desaparecer el resto. Me sobrevienen las dudas apurando un cigarrillo bajo el tejadillo de la terraza del hostal, donde he desayunado antes de acercarme a la Casa Cuartel, situada frente a la plaza Luis Escudero, a poca distancia de donde me hospedaba.
—Besos de agua —dice sonriendo otro huésped —. Hace unos días pasó lo mismo.
—¿Besos de agua?
—Eso dice el dueño del hostal. Supongo que se refiere a las primeras lluvias de finales de verano. Pronostican un septiembre revuelto.
«Vaya mierda» pienso.
3
12 de septiembre de 2023
Por los muertos de ahí arriba
Subo las amplias escaleras que dan a la plaza abalconada y cruzo en dirección a la Casa cuartel, situada al fondo de la misma, sobre el escudo heráldico de piedra de la villa, flanqueado por dos fuentes de agua cuyos surtidores están regulados por grifos. Me levanto el cuello de la chaqueta, sopla un airecillo helado, antes de llegar al puesto de la Guardia Civil, el calabobos ha cesado. No he encontrado ni un alma, como si a los habitantes del pueblo se los hubiera tragado la tierra.
El saludo formal del guardia de atención al ciudadano, antes guardia de puertas, me recuerda tiempos no tan lejanos de mis primeros destinos, cuando entré en el cuerpo de la Benemérita, apenas cumplido los dieciocho años. Después vino la licenciatura en psicología.
El sargento Huertas me indica que me siente delante de él, al otro lado de una mesa de madera oscura. Sin que la pantalla del ordenador de mesa, interfiriera entre los dos.
—Bienvenido al paraíso rural —me dice con solemne sonrisa—. Intentamos apañarnos con los medios a nuestro alcance. De hecho, la mayor parte del tiempo que nos ocupa, son las diligencias más comunes: robos, caza furtiva, accidentes, malos tratos, incendios y alguna muerte en circunstancias poco claras, pero siempre acaban resolviéndose sin más. Esos asesinatos… Son otra cosa y se nos escapa un poco de las manos.
—Por eso estoy aquí —le digo—, para intentar resolver estas macabras muertes y ayudarles a atrapar a quien las haya cometido.
—La agente López y el cabo Gutiérrez, fueron
los que se personaron al lugar de los hechos, en ambos casos. Tenemos pocos agentes como ha podido comprobar —suena a resignación—. Le pondrán al corriente de todo y le acompañarán en la investigación, siempre que el servicio sea posible. Intentaré que así sea y puedan dedicarse por completo al caso.
—Se lo agradezco.
—Aún no tenemos los resultados de criminalística.
Asiento.
—¿Cuándo puedo empezar?, me gustaría ir a los escenarios donde encontraron las víctimas.
El cabo Gutiérrez está en Alcaraz para cotejar unos informes sobre furtivismo. Alexandra, la agente López —rectificó—, bajó a la aldea de Mesones con un compañero, al parecer hubo un robo en el camping y lo han denunciado. El puesto de la Guardia Civil de Molinicos, ya no está operativo, cerraron el cuartel y a los agentes los trasladaron a Elche de la Sierra. Las restricciones de personal también nos afectan, sobre todo en estas poblaciones donde disminuyen sus habitantes. Un problema que va en detrimento de los que se quedan. Nosotros, con menos agentes, ahora nos ocupamos de toda la zona —Huertas me lanza una mirada de fastidio—. Si nada lo impide, a media mañana estarán aquí —me asegura, refiriéndose a López y Gutiérrez.
Desde la barandilla de hierro, frente a la Casa Cuartel, compruebo que la plaza sigue prácticamente vacía, a excepción de un muchacho que suelta las mesas y las sillas, y las dispone como si fuera un rebaño de ovejas, extendiéndolas más allá del porche del edificio de piedra del ayuntamiento, ocupando una porción de la plaza. Enciendo un cigarrillo y estoy un buen rato observando en silencio, solo interrumpido por mis dedos que tamborileaban sobre el pasamano de la barandilla. Se respiraba paz, tranquilidad. Decido tomarme otro café en el cercano restaurante San Juan, que se encuentra al principio de la calle.
—¿Viene a por los muertos de ahí arriba?
Le miro. El hombre no tiene más de cincuenta años, la gorra y la camisa a cuadros, me recuerda un leñador. Su barba cerrada le hace mayor de lo que aparenta.
—¿Qué le hace pensar eso?
—Usted no es de aquí, y no tiene pinta de ser un turista.
—Es usted buen observador.
—¡Qué va!, aquí nos conocemos todos.
—Puede —le digo.
El hombre toma un sorbo de la copa que sostiene en sus manos. Me viene un fuerte olor anisado.
—¿A qué tengo razón?
—Quizá.
—No es muy hablador. No debo meterme en cosas que no me importan. Total, esos muertos tampoco son de aquí.
—¿Cómo está tan seguro?
—Ya se lo he dicho. Aquí todos nos conocemos.
Apuro el café y vuelvo a la Casa Cuartel.
P.V.P. 15 € gastos de envío incluídos.
CUANDO LAS ARAÑAS CAZAN AL LEÓN
Thriller atmosférico
Philippe Orson descubre en un establecimiento de antigüedades de París, una misteriosa caja de madera que guarda un secreto perdido en el tiempo. El viejo cuaderno de su antiguo propietario, llevará a Orson y a su amigo, Dominique Chandler, a adentrarse en una fascinante aventura por el continente africano, desde Egipto a Etiopía.
Leer muestra
1
Un ojo enorme observaba detrás de una lupa.
—Es una araña de jardín del género Araneus —dijo el hombre enfundado dentro de una bata gris, camisa blanca y tensado con unos tirantes que le sujetaban el pantalón en la barriga, redondeada como un barril. Era gordito y lucía una barba desordenada—. Esta podría ser una Araneus diadematus —continuó diciendo—. La típica araña de jardín europea o araña de la cruz como se la conoce más popularmente. Es una especie de araña araneomorfa de la familia Araneidae, caracterizada por unas manchas claras en su parte dorsal —siguió con su disertación—. Es muy común —acabó diciendo.
—Muy interesante.
El hombre que estaba a su lado parecía más joven, pero ninguno de los dos pasaba de la cuarentena. De hecho, su acompañante era algo más joven, poco más allá de la treintena. Tan estrafalario como el observador de la araña. Tenía la cabeza bastante rasurada, su camisa blanca de cuello alto, no iba muy a juego con el chaleco gris de rayas negras a cuadros, mucho menos la corbata de un azul oscuro con dibujos florales celestes.
—Todos los individuos tienen marcas moteadas en el dorso con cinco o más puntos blancos grandes, formando una cruz que, según el ejemplar, a veces cuesta detectar.
—¿Esta es la araña que debe servirnos? —dijo el hombre encorbatado.
—Es difícil provocar a una araña de jardín para que muerda, si lo hace, la picadura es ligeramente desagradable, aunque absolutamente inocua para el hombre.
—¿Pero puede servirnos? —insistió.
—¡Yo diría que sí!
Esa misma tarde, sin pensarlo dos veces, se llevaron varios ejemplares de araña de la cruz dentro de un bote de cristal, capturadas en los jardines de Luxemburgo, en el barrio Latino, cerca del impactante Panteón de París.
Orson, el hombre gordito, guardaba un pequeño secreto. Aficionado a coleccionar juegos antiguos, había encontrado uno muy especial en la casa de un anticuario de París. Las instrucciones de este eran muy confusas, en realidad, no era solo un juego, sino el inicio de una búsqueda.
La caja medía cincuenta centímetros de largo por treinta de ancho. De madera oscura y gruesa, palisandro de guinea. Una madera noble de color purpúrea con finas y numerosas manchas negras. La caja tenía grabada a su alrededor una cenefa de trenzas entrelazadas de diferentes tonalidades, con pequeños triángulos y otras formas. En la parte superior un dibujo de una enorme araña del mismo color que la madera con rayas oscuras en su abdomen, nada que ver con las arañas capturadas. Toda la decoración estaba muy gastada, pero seguía siendo una caja de una espectacular belleza.
En la parte frontal una bocallave de bronce y en el centro de este embellecedor un agujero cóncavo como única entrada de una llave. Una llave que no se asemejaba a ninguna otra. Debajo del embellecedor, una frase grabada a fuego, en francés.
«Clé croisée, ocho écluses, un diadématus de origine vitale»
—Las instrucciones dicen, no forzar la caja para abrirla. Su contenido es sensible y peligroso —afirmó Orson.
—¿Cómo lo sabes? ¿Venía con instrucciones?
—El anticuario, un señor mayor que desde jovencito regentaba la tienda con su padre, lo recuerda muy bien —Orson miró a Chandler—. El misterioso personaje que les vendió la caja lo dejó muy claro.
—Llave cruzada, ocho cerraduras, un diadematus de origen vital…
—dijo Chandler, el hombre del chaleco gris de rayas negras a cuadros.
—¿Cómo supiste que se trataba de una araña? —volvió a preguntar a su amigo Orson.
—Al principio me costó mucho adivinarlo. Después empecé a atar cabos, la frase de la caja, el nombre en latín diadématus, las palabras del viejo anticuario… —hizo una pausa— diadematus, sin el acento en la e, corresponde a una especie de araña. En este caso, a la araña de la cruz.
—¡Nunca lo hubiera imaginado!
—Cuestión de lógica.
—Bien… lógica, lógica, es mucho suponer —dijo sonriendo Chandler.
—La araña es la llave, nunca mejor dicho. Pero sin eso —Orson le mostró un pequeño cuaderno de notas, de apariencia muy vieja y usado—, no habríamos llegado hasta esa conclusión, amigo mío. El cuaderno de sir Angus Archer —concluyó, levantando el ejemplar con la mano para mostrárselo.
—Así que el misterioso personaje tiene nombre.
—El anticuario dijo que era un personaje misterioso porque tal como vino se fue, sin más. Recogió los francos acordados de la venta y se esfumó para siempre.
—Y el juego se quedó en la tienda del anticuario todos estos años —concluyó Chandler.
—Que por casualidades de la vida yo encontré en el fondo del almacén, entre otras cajas y trastos viejos —resumió Orson, con un gesto reverente.
—Ahora entiendo las iniciales de la parte posterior de la caja, dos pequeñas «AA» escondidas en la cenefa.
—Las mismas de su cuaderno, donde hace una breve presentación de su persona con nombre y apellidos —la cara de Orson era todo un estallido de euforia.
—Y… la araña de la cruz tiene mucho que ver con la caja. ¿Me equivoco?
—Ya te lo he dicho, es la llave.
—De todas formas no sabemos si funcionará o no. Si es del todo cierto, y cierta la supuesta llave —admitió Chandler.
—¡Cierto! Pero pronto lo sabremos, amigo mío.
Orson le expuso el contenido del cuaderno.
—Entre todas las anotaciones que hay en el cuaderno de sir Angus Archer, solo dedica media docena de hojas a la misteriosa caja de juego. Una caja que compró a precio muy bajo en El Cairo —le comentó Orson—. Si tenemos en cuenta que, una hoja de este tipo de diario, no es muy grande… —hizo una pausa—, me imagino para poder llevar el cuaderno cómodamente dentro del bolsillo —reflexionó—, llegaremos a la conclusión que no es posible anotar mucha información. Por otra parte —prosiguió—, me da la impresión que dejó cosas por escribir.
—Algo detallará sobre su mecanismo, ¿no?
—Poco, pero lo suficiente para ponernos manos a la obra.
—¡Pues vamos bien!
—La caja del juego solo la puede abrir una araña —afirmó Orson.
—¿Una araña?
—Efectivamente y no una araña cualquiera, debe ser una araña de la cruz.
—Ya me dirás cómo una araña puede abrir una pesada caja de madera —dijo incrédulo Chandler.
—Yo tampoco lo tengo muy claro —dijo en tono resignado—. Las instrucciones parecen complejas, técnicamente imposibles de ejecutar desde mi punto de vista.
—Mejor dejarlo correr…
—Seguiremos las instrucciones del cuaderno. Todo está pulcramente escrito. Pese a la brevedad de las anotaciones —puntualizó Orson —. Por intentarlo que no quede —acabó diciendo.
—No sé, sigo pensando que es una tontería —dijo Chandler con cara agriada.
Chandler había cursado estudios en la escuela de Vezin-le-Coquet, después continuó formándose en la Universidad de Rennes. Estudió Humanidades. Finalmente, acabó trabajando de funcionario en París.
Orson y Chandler se conocieron a través de otro compañero aficionado a las antigüedades. Fue en el mercado de anticuarios de Marché Dauphine, en pleno centro del Mercado de pulgas de París, en Saint-Ouen. Orson regentaba una Librería de viejo con su hermano Olivier, pero su amor por las antigüedades no se restringía solo a los libros. Era un apasionado de juguetes y juegos antiguos. Así que cuando podía, aprovechaba las ferias y mercadillos de libro viejo, donde también encontraba otras cosas interesantes sobre juegos y juguetes.
Le gustaba decir una frase ocurrente «Las antigüedades tienen un valor económico histórico, las cosas viejas un valor económico sentimental. Cada una puede tener un valor incalculable».
La trastienda de la Librería de viejo parecía un pequeño laboratorio clandestino. Una estancia a medio camino entre una sala de experimentos y un estudio de alquimista, de hecho, de esto se trataba, no de alquimia, sino de realizar un experimento. Botes de cristal con arácnidos, en varios estados de madurez y tamaños, eran arañas de la cruz. Libretas, lápices, una diminuta báscula de precisión, pinzas, guantes y, la caja de madera noble.
—Las anotaciones de sir Angus Archer dicen que la araña debe tener un tamaño y un peso específico —informó Orson.
—Supongo que tiene su razón de ser —dijo Chandler.
—La cerradura es sencilla pero sofisticada. Un mecanismo se activa cuando la araña entra en el orificio.
—¿Puedes ser más explícito?
—La cerradura, como ves, tiene la forma cóncava. Es un tubo recto de quince centímetros, cuando llega a su fin cae hacia el interior de la caja cinco centímetros más abajo. A la salida del otro extremo interior, hay una especie de trampilla que activa la araña para caer en la caja, sin posibilidad de salir.
—¿Entonces es cuando se abre la caja? —preguntó Chandler.
—¡No! —dijo contundente Orson.
—¿Cómo qué no?
—Es aún más complicado.
—¿Más?
—La segunda fase de apertura comienza cuando la araña está dentro. Solo se puede abrir la trampilla para entrar si la araña mide veinte milímetros, que, al mismo tiempo, también hará el peso exacto.
Philippe Orson siguió explicando el contenido del cuaderno a su amigo Dominique.
—Sir Angus Archer dejó escrito que la araña de la cruz, una vez dentro, sin posibilidad de salir, teje su tela en su interior para cazar a las supuestas presas. Extendida la tela, que debe tener exactamente, entre veinticinco y treinta hilos radiales, estos formarán ángulos regulares entre 12° y 15°. Debe ser un espléndido trabajo geométrico, un centro con la treintena de radios equidistantes para que pueda ser efectiva la tela. La araña de la cruz es una prodigiosa tejedora, por tanto —hizo una pausa—, debe activar el mecanismo de apertura —a Orson le gustaba impresionar con sus pausadas explicaciones.
—¿Qué ocurre entonces? —quiso saber Chandler.
—Se inicia el ritual. Le daremos tiempo hasta mañana por la mañana, cuando ya tenga la tela tejida. La estimularemos con unos golpecitos en la caja. Se sentirá molestada y producirá un chirrido. Es un sonido que hace rozando entre sí ciertas partes del cuerpo, además de agitarse con violencia en su tela de araña. Este sonido genera unas vibraciones que recoge un mecanismo interior muy sensible y… —Orson hizo chasquear los dedos— ¡Et voilà! La magia se hace realidad y se abre la caja.
Chandler miraba a su compañero con rostro escéptico. No dijo nada. Parecía perdido entre la meditación y la incredulidad.
—Mañana saldremos de dudas… —después de unos minutos callado fue lo único que dijo.
A primera hora, antes de que Olivier abriera la librería de viejo. Orson y Chandler ya estaban perturbando la tranquilidad de la araña.
Orson golpeó prudentemente la caja de madera, palmaditas controladas pero contundentes.
Esperaron un rato. Varias veces más. Ahora con mayor energía.
Silencio y quietud…
Cuando estaban dispuestos a sacudir la caja, la tapa hizo un ¡clic!, suave.
A continuación, se abrió.
¡El resorte había cedido!
¡La araña había cumplido!
Ambos intercambiaron una mirada de satisfacción, al tiempo que no acababan de creerse el resultado.
Con precaución levantaron la tapa con las manos enguantadas.
La araña no tardó en escaparse por un lateral, saliendo de la caja.
La telaraña perfectamente tejida cubría todo el interior, como si fuera un tapete bordado. Estaba sobre unos barriletes o ruedas de bronce dentadas, como la maquinaria de un reloj. Era como el vientre de un reloj, instalado y fijado en el fondo de la caja.
Quitaron la tela que impedía ver lo que había debajo. Un extraño y complejo mecanismo de barriletes anchos dentados, hasta cuatro, contaron, alrededor de los cuales había unos números grabados, símbolos de grados y altitudes, un anj o cruz egipcia —un jeroglífico egipcio que significa vida y fertilidad, símbolo muy utilizado en la iconografía egipcia —puntualizó Orson—. Triángulos derechos e invertidos, un símbolo infinito, lunas, soles representados por un círculo y un punto en medio. También aparecían otros elementos en los cuatro niveles de los barriletes.
Orson abrió el cuaderno de sir Angus Archer y buscó las páginas donde hablaba de la caja y las fórmulas. Estaban anotados distintos seriales o códigos. Tomó nota de la primera línea numérica codificada.
En cada uno de los barriletes o ruedas, sobresalía un diente a modo de flecha.
En la primera rueda, empezando por debajo, había cuatro encajes o ranuras, cada vez que se acoplaba un símbolo se oía un breve chasquido, como si algo se encajara dentro de otra ranura.
—Seis grados, triángulo invertido, anj y un sol.
Orson pasó a la segunda rueda o barrilete con tres encajes.
—El símbolo infinito —que el matemático John Wallis inventó en 1655 para representar determinados elementos que no tienen límite —continuó y siguió marcando—. Cinco grados y… el símbolo de mannaz.
El tercer barrilete solo tenía dos posiciones. A Orson le caían gotas de sudor por la cara.
—Siete grados y el símbolo de Isis.
El cuarto barrilete, el más pequeño, superpuesto sobre el resto, solo admitía un símbolo.
Orson se secó la frente con la mano ante la atenta y nerviosa mirada de Chandler.
Hizo girar la flecha hasta la única ranura existente, en la cuarta rueda o barrilete. El símbolo era una especie de asterisco que, en realidad, representaba a una estrella de cinco aspas o puntas.
—¡La estrella! Los egipcios tenían la creencia de que las estrellas habitaban también en el Duat, el inframundo, y que bajaban a ese inframundo cada noche acompañando al sol —acabó diciendo Orson muy inquieto.
Anclado el último símbolo en los barriletes, empezaron a girar en direcciones contrarias cada uno de ellos.
¡De repente! Las ruedas dejaron de girar.
Todos los barriletes se elevaron en cuatro niveles, produciendo una serie de ruidos secos, dejando a la vista, bajo la torre elevada que acababan de formar, la esfinge de oro de una araña avispa, también llamada araña tigre, una Argiope bruennichi.
—Sir Angus Archer, dejó escrito que la cabeza de la araña debe redirigirse en dirección este, por donde sale el sol —dijo Orson.
Chandler buscó el este con la brújula.
Orson recondujo la cabeza de la araña en la dirección adecuada.
—¿Qué esperamos? ¡No hace nada! —dijo Chandler, invadido por una sensación extraña y fascinante al mismo tiempo.
Cuando estaban dispuestos a volver a realizar otro intento…
La araña levantó las patas y, bajo el abdomen, apareció un pequeño pergamino enroscado.
¡Se había iniciado el juego!
P.V.P. 12 € gastos de envío incluídos.
SAURIUM
Thriller de misterio y suspense
La novela transcurre en el Barrio Gótico de Barcelona, donde se cometen una serie de asesinatos que investiga la policía en colaboración con una zoóloga, un paleontólogo y dos periodistas.Las entrañas de Barcelona, la antigua Barcino, escondían secretos inimaginables. Las horribles muertes que se produjeron en el Barrio Gótico, trazaron un viaje al subsuelo de la ciudad, en busca del peculiar y atroz asesino.
Leer muestra
1
El inspector González apartó la luz de la linterna del cuerpo de la víctima. Un cuerpo hecho jirones entre los restos de cartones y de su propia ropa. La víctima presentaba un corte profundo y vertical, irregular, desde el tórax hasta el bajo vientre, le habían separado las costillas y arrancado de cuajo las vísceras. Le faltaba un brazo y parte del otro, las dos piernas con profundos desgarros y las partes blandas de su cabeza, cara y cuello, con rasgaduras desiguales.
—Ha tenido que ser una muerte horrible —comentó el inspector.
—Y dolorosa —acabó diciendo uno de los agentes.
—¿Se sabe quién era?
—Aún no inspector. Es posible que sea uno de los mendigos que frecuentan este callejón u otros de la zona.
Apenas había luz en la estrecha callejuela, empezaba a lloviznar y el agua se deslizaba entre las baldosas de piedra hasta mezclarse con la sangre del desafortunado desconocido. Poco más allá del cuerpo sin vida, sangre y agua, se perdían por un desagüe en la desolada madrugada.
—Señor, el forense acaba de llegar —le avisó uno de los policías.
—Gracias.
González encendió un cigarrillo y echó a andar despacio para salir del escenario del crimen. Las finísimas gotas de lluvia empezaban adherirse sobre su chaqueta. Se detuvo un instante y observó que una ventana, a ras del suelo, estaba reventada, como si alguien hubiera asestado un fuerte golpe en el centro de la misma con una maza de hierro.
Pasó la cinta plástica del cordón policial y saludó al médico forense.
—¿Mal asunto inspector?
—Júzguelo usted mismo.
En pocas horas la ciudad de Barcelona despertaría y volvería al bullicio diario. El Barrio Gótico se llenaría de gente buscando entre sus estrechos callejones medievales el encanto de su historia. El invierno daba sus últimos coletazos y una primavera incipiente dejaba atrás los días más fríos. Las inmediaciones de la catedral de Barcelona volverían a concurrirse de turistas curiosos llenando de vida la Plaza de la Seu. Nada quedaría de la noche anterior, nada de lo ocurrido trascendería más allá del ir y venir de sus gentes, a menos que…
P.V.P. 12 € gastos de envío incluídos.
La danza de la Libélula y el drago
Thriller atmosférico
Nadie sabía de quién era el cadáver del depósito de la sala de autopsias del Instituto de Medicina Legal de Santa Cruz de Tenerife. El subinspector que llevaba el caso le llamaba el hombre de Achinech. ¿Quién era en realidad? ¿Por qué su cuerpo apareció en una cueva envuelto en un misterioso ritual? Un thriller atmosférico con un final jamás imaginado.
Leer muestra
PREÁMBULO
Las islas Canarias conforman siete paraísos emergidos de las profundidades del mar Atlántico, producto de una intensa actividad volcánica que, en mayor o menor medida, aún no ha cesado desde hace millones de años. Uno de los ejemplos más recientes de actividad volcánica activa tuvo lugar en septiembre de 2021 en Cumbre Vieja, La Palma, y se prolongó durante meses, justo 50 años después de la última erupción del volcán Teneguía, al sur de la isla bonita.
Tenerife es el paraíso más grande, la isla más extensa del archipiélago canario. Está asentada sobre un enorme edificio volcánico que se eleva desde el fondo oceánico, a una profundidad de más de 3.000 metros. Su formación se inició hace unos 15 millones de años, producto de la acumulación sucesiva de materiales lávicos por actividad efusiva, que prácticamente se ha venido desarrollando ininterrumpidamente desde el Mioceno, en la Era Terciaria. El Teide es el tercer volcán más grande de la Tierra desde su base en el lecho marino.
Los primeros pobladores de la isla de Tenerife llegaron por mar y provenían de los pueblos bereberes del norte de África, huyendo con toda probabilidad de la invasión fenicia y romana, civilizaciones que se asentaron en la costa mediterránea africana. La primera presencia humana en la isla de Tenerife debió de ser hacia el siglo VI a. C., aunque bien pudieran haber llegado hasta ella algunos humanos en épocas más prehistóricas, de igual manera que al resto de las islas canarias, diferenciándose, con el paso de los siglos, de cada uno de los asentamientos isleños.
El origen etimológico de la palabra «guanche» hace referencia a los habitantes de la isla tinerfeña, nombre que bien pudiera significar «Hombre de Chinerfe», los aborígenes de cada una de las siete islas recibían otras denominaciones. A pesar de las investigaciones y excavaciones arqueológicas llevadas a cabo, el pueblo aborigen canario sigue siendo un misterio y se desconoce en profundidad su cultura, lengua, ritos religiosos y muchos otros aspectos. No obstante, los resultados arqueológicos han permitido conocer un poco más su estructura social, organizada en menceyatos, con un mencey que los gobernaba, en cada uno de los nueve territorios en que se dividía la población aborigen de Tenerife.
Los guanches habitaban normalmente las cuevas, aunque también sencillas construcciones de piedra hechas a mano. Preferían vivir en las cavernas situadas en las laderas de barrancos y acantilados costeros. No existían poblados en el sentido estricto de la palabra. Los grupos familiares y los individuos solos se agrupaban según cómo estuvieran dispuestas las cuevas en las zonas ocupadas.
La conquista castellana de las islas Canarias fue larga, se produjo a lo largo del Siglo XV, concluyendo en el año 1496. Como todas las conquistas habidas, no estuvo exenta de sangre, martirio y esclavitud que diezmaron la población guanche hasta su rendición.
1
La niebla cubría insistentemente desde hacía días el norte de la isla, todo el macizo de Anaga estaba oculto bajo el manto de nubes bajas. El ambiente a principios de otoño era frío y húmedo. La variedad de los microclimas de la isla sorprendía a quienes la visitaban por primera vez, fuera la época que fuera. En el sur gozaban de sol y temperaturas, sino veraniegas, primaverales y, en cambio, en el norte de la isla, el tiempo era más otoñal. «La acción de los vientos alisios es un factor decisivo», pensé nada más pisar suelo canario. Casi me había acostumbrado al clima desapacible cada vez que llegaba al antiguo aeropuerto de Los Rodeos, aunque no siempre era así, el astro rey lucía la gran mayoría de veces al año, a fin de cuentas, estaba en una zona casi tropical, un paraíso inigualable.
Pedí un taxi.
—Al hotel Horizonte de Santa Cruz, por favor.
No conocía nada sobre el ritual, ni las consecuencias del mismo relacionadas con la muerte del joven excursionista. Solo sabía que unos chicos encontraron el cuerpo sin vida de la víctima. Los mismos que informaron del hallazgo a la policía.
A las nueve de la mañana el tráfico por la autopista del norte, la TF-5, era denso. Desde el Aeropuerto de Tenerife Norte hasta la capital de la isla, solo me separaban veinte minutos, algo menos si no había colapso en la autopista. Antes de entrar a la capital tinerfeña contemplé, a través de la ventanilla trasera del taxi, las esferas pintadas al estilo mironiano de la refinería de Santa Cruz de Tenerife. Instantes después, a mi derecha, el magnífico edifico del Auditorio Adán Martín, obra del arquitecto Santiago Calatrava. Siempre me ha impresionado su estructura, confieso que me recuerda vagamente la Ópera de Sídney.
El sol irradiaba una luz especial sobre la ciudad, el colorido de la vegetación y de los edificios influían de manera singular. Y el mar… con su intenso azul cobalto delataba la inmensa masa de agua que rodeaba todas las islas. Un mar Atlántico tan mágico como lleno de misterios ocultos en sus profundidades.
Dejé Madrid con cierta premura, a petición de mis superiores de la Brigada de Homicidios y Desaparecidos del Cuerpo Nacional de la Policía. Hace unos años, me licencié en Antropología Social y Cultural en la Universidad Complutense de Madrid, razón por la cual, con anterioridad, había estado destinado a la Brigada del Patrimonio Histórico, y quiero imaginar, que también es la razón por la cual estoy en la isla.
La entrada al hotel era sencilla, sin lujos, ni grandes halls dando la bienvenida a los huéspedes. El hall y la recepción eran acogedores, cuidadosamente decorados, al igual que su amplio comedor. El hotel estaba situado en una calle muy tranquila, en el mismo centro de Santa Cruz y a tan solo cinco minutos a pie del puerto. La habitación que me asignaron era limpia, con una decoración y paredes de tonos claros que daban mucha luz y confort a la estancia. Una cama cómoda, un sofá y una TV. Todo pulcramente en su lugar. Para ser un hotel de una sola estrella, no se podía pedir más. Solo entrar en la habitación, tuve la impresión de sentirme en casa a casi mil ochocientos kilómetros de distancia.
Me tomaría el día libre, después de tres horas de vuelo, necesitaba retomar fuerzas. Así que decidí dar un paseo por los alrededores del puerto, por la avenida Marítima, hasta la plaza España, la más amplia de la ciudad y del Archipiélago Canario. Tenía casi todo el día.
P.V.P. 14 € gastos de envío incluídos.
LA FORTALEZA INSÓLITA
Narrativa Juvenil
Un grupo de amigos de la adolescencia, se reúne en una villa de Galicia, después de 20 años sin haberse visto.
Una llave… Un monasterio perdido en los confines de un bosque atlántico. Un extraño y singular personaje. Una fortaleza insólita… Y unos amigos, dispuestos a resolver un enigmático misterio. Ninguno de ellos se imagina cuáles serán las consecuencias finales de su intrigante aventura.
Leer muestra
1
As Nogais, 2021
El aroma de café impregnaba toda la cocina.
—¿Lo recuerdas? —me dijo mientras tenía la mirada perdida a través de la ventana.
—¿Si o no? —insistió.
Me di la vuelta y miré a mi hermana. Tomé un sorbo de la taza que sostenía entre mis manos y la sonreí.
—¿Qué tengo que recordar?
—¿Qué va a ser? —noté en su tono cierta ironía.
Sonia dejó sobre la mesa de madera una vieja caja metálica de las que contenían galletas. La guardaba en su habitación desde hacía años para enterrar en ella sus pequeños secretos.
—De cuando nos perdimos en el bosque.
—Éramos unos críos —dije.
—Aún conservo la llave que encontramos.
Recuerdo aquel día. Lo tengo grabado en la memoria.
Nunca debimos alejarnos tanto del pueblo, ni del grupo.
Habían transcurrido veinte años y me seguía persiguiendo aquel maldito día, uno de los más horribles de nuestras vidas. Desde aquel verano de los hechos, los años que se sucedieron, se fueron disipando como la niebla en el tiempo. Muchas de las familias que veraneaban en el pueblo dejaron de venir. Algunos de sus familiares, los que residían en As Nogais se mudaron a otros lugares, la mayoría a Lugo. Nosotros también dejamos de venir durante algún tiempo. Los abuelos paternos nos visitaban en A Coruña, donde también residían nuestros abuelos maternos.
Esos años se fueron dilatando en el tiempo, hasta el pasado año en que decidí regresar a As Nogais para pasar unos días de verano. Necesitaba recuperar recuerdos, no los que me había devuelto mi hermana Sonia, sino aquellos que me resultaban agradables.
Necesitaba salir de Madrid, respirar, llenarme de paisajes y rodearme de absoluta tranquilidad. Nada mejor que la villa donde nació nuestro padre y donde crecí a golpes de agostos al sol en la casa de nuestros abuelos.
En As Nogais los grises tejados se desparramaban por las verdes colinas de las estribaciones meridionales de la Sierra de Ancares y el valle que forma el curso alto del río Navia. Un lugar idílico para descansar. Un lugar para desconectar, aunque solo fueran unos días.
Este año era distinto, mi hermana Sonia me propuso reunir a Julián, Ana y Carlos, los amigos de la adolescencia de los veranos en As Nogais.
Todos menos Anxo.
Sonia extrajo la llave de la caja metálica.
Me la mostró.
—¿Te acuerdas?
Intuí que mi hermana quería que la observara de más cerca.
Le tendí mi mano.
—Claro que me acuerdo. La encontraste poco antes de… —no hizo falta que acabara la frase. Sonia buscó la luz de la ventana para evadir mi respuesta.
Observé la llave.
El vástago cilíndrico media unos doce centímetros de largo, la pieza de la empuñadura tenía un curioso diseño, estaba compuesta por tres pares de pétalos de flor de lis, formando una especie de corona simple, a modo de asa, los dos del medio, más grandes e invertidos. Todos, montados sobre los sépalos del vástago, torneado a tres niveles cerca de la empuñadura. El código de dientes en el extremo más alejado del cilindro era sencillo, compuesto de dos salientes dentados para accionar el sistema de la cerradura.
La llave era compacta, sólida, su peso parecía mayor al de su tamaño. Un gris plomizo cubría buena parte de la superficie. Imaginé que era el proceso habitual de corrosión espontánea, que deja una pátina de sales de cobre impregnada sobre el metal, una capa generada por el paso de los años. Todos los metales tienden a regresar a su estado original en la naturaleza, a su forma mineral antes de ser extraídos de las entrañas de la tierra para convertirlos en metales puros.
Sonia se puso a mi lado.
—Creo que es de bronce.
—Tal vez —la dije.
Suspiré como si quisiera echar las angustias del pasado.
—Mañana me acercaré a Lugo. La llevaré a una joyería para que la limpien.
—Recuerda que mañana por la tarde llega Julián y Laura.
—Descuida, ya estaré de vuelta. Con o sin la llave —la sonreí.
—Gracias, eres un encanto de hermano.
—No pienses que va a ser gratis.
—Soy mal pagadora, lo sabes —soltó una carcajada—. Voy a buscar el pan.
La vi alejarse a través de la ventana.
P.V.P. 12 € gastos de envío incluídos.
EL BOSQUE MEDIEVAL
Thriller de suspense
La Tierra escupe fuego y cenizas en el norte. Se oculta la luz del sol y la gente muere. Él había sobrevivido durante siglos para salvaguardar el mayor secreto jamás imaginado. La audacia de un profesor de historia y un arqueólogo puso en jaque la custodia del mismo. Y los mundos se tambalearon como se tambalean los muros de un imperio a las puertas de la desolación.
Leer muestra
Capítulo. 1
Castillo de Calders
Sant Vicenç de Calders, primavera de 1557. Desde la colina, el paisaje desolador de la llanura hacia el mar, dejaba el rastro humeante de las hogueras, distantes las unas de las otras. La peste estaba extendida por toda la costa catalana.
Doscientos diez años antes, la primera epidemia de Peste Negra, se llevó las vidas de más de veinticuatro millones de personas en todo el continente. Fue la más devastadora de todas las epidemias en la historia de la humanidad. En el año 1347, la peste viajó con los comerciantes de la Ruta de la Seda hasta Italia y Francia. Donde desembarcó en sus puertos marítimos procedente de Asía.
Se propagó por la Europa occidental como la pólvora. Con una inusitada rapidez penetró en la península ibérica por tierras catalanas, extendiéndose con mucha celeridad por las provincias de Girona, Barcelona y Tarragona. No tardó en adentrarse hacia el interior, por poniente a través de Lleida.
Doscientos diez años más tarde, otra vez y en otra primavera, la peste volvió a golpear la costa catalana. Corría el año 1557, y esta vez venía con insólita fuerza, acompañada del tifus exantemático, al que llamaban el tabardillo. Una época dura, de malas cosechas y malos augurios para las gentes pobres. Las pestes se prolongaron con más o menos incidencia desde el siglo XIV hasta el siglo XVI y continuarían en los años venideros, pasada la centuria. Pero eso no lo sabía Arnau de Agulló, señor de la fortaleza y de las tierras bajas de Sant Vicenç de Calders; contemplaba las hogueras que ardían en la llanura, junto a los cultivos y los campos de amapolas. El fuego devoraba las ropas, muebles y otros enseres, que fueron propiedad de los difuntos. Todo debía arder fuera de las poblaciones, en terrenos abiertos para que el humo y el hollín no llegaran a las casas. Debía quemarse todo lo que hubiera estado en contacto con los infectados, aunque fueran objetos de mucho valor.
—El diablo se lleva las almas impuras —dijo el abad. Que se había incorporado junto a Arnau, para contemplar, desde el amplio ventanal, los campos que tenía a sus pies, con un mar aserenado más allá de las tierras de labranza.
—La peste se lleva a todas las almas abad, a todas —respondió.
—¿Habéis dispuesto lo acordado?
—Todo lo que ordenasteis Reverendísimo Señor. Nadie sabrá nada hasta que llegue el momento oportuno.
—Debéis recordar la suma importancia que tiene. Y que no debe caer en las manos equivocadas. Hace siglos que se guarda el secreto. Un secreto que nadie debe descubrir. Por eso confiamos en vos, para que lo ponga a buen recaudo, lejos del monasterio y de la Corte Real.
—No temáis. Vos como yo sabemos que es el lugar adecuado. Mi hijo supervisa las reformas de un castillo cerca de los límites de Aragón. Conoce ese emplazamiento sagrado y solitario.
—Entonces nada hay que temer.
—¿Volvéis pronto al monasterio de San Cugat? No es seguro continuar aquí —avisó—. Así que yo parta con mi sequito hacia tierras de interior deberíais volver al monasterio —sugirió Arnau.
—En dos días partiré con la comitiva. Vos tendríais que hacer lo mismo. Aquí bien poco queda, apenas cinco casas habitadas.
—Me duele dejar el castillo de Calders. Debo tomar la decisión correcta.
—No la demoréis —terminó el abad.
Capítulo. 2
Villa de Ponts
Las jarras de vino danzaban sobre las mesas y el clamor de los hombres se podía escuchar desde el exterior de la posada. Arnau de Agulló esperaba el encuentro con su hijo en la villa de Ponts. Martí de Agulló debía acudir desde el castillo de Artesa donde había pasado la noche con sus leales, residencia del padre de Doña Elvira, después de que Martí de Agulló se uniese en nupcias con la pariente del marqués de Camarasa.
El pequeño sequito que acompañaba a Arnau de Agulló, se acomodó en una mesa. Pidieron vino y algo de comer al posadero, que presto les sirvió lo solicitado. La presencia de su hijo no se hizo esperar. Al poco de su llegada apareció en la posada convenida, donde se unió con dos de sus leales servidores al sequito de su padre.
—Todo está conforme lo dispuesto padre —dijo Martí de Agulló.
—Debemos actuar con cautela —advirtió su padre.
—Lo sé —asintió su hijo—. Que ningún infortunio se cruce en nuestro camino.
Desde un rincón de la posada, un rostro oculto bajo una capucha, atenuado por el contraluz del sol que entraba por la pequeña ventana, unos ojos observaban atentamente a los recién llegados.
A la mañana siguiente Arnau de Agulló acompañado de sus hombres, a los que se unieron su hijo y sus dos vasallos, emprendieron el viaje que los había de llevar a un lugar recóndito de las montañas, en la frontera con el Reino de Aragón. Los caminos eran escabrosos y las nieblas, casi permanentes, aunque el invierno fuera quedando atrás, se perpetuaban como una segunda piel en las vaguadas de las tierras de interior. En algunos trazados del camino la humedad de la madrugada dejaba embarrado los pasos de las caballerías. Antes de que cayera la tarde llegarían al castillo de Artesa, donde pasarían la noche. Desde allí partirían a la mañana siguiente hacia la frontera con Aragón, pasando por Camarasa Fontllonga, residencia de Martí de Agulló. En dos días, si nada les retuviere por el camino, llegarían a su destino, a la pequeña ermita de la Pertusa.
La niebla se había disipado con el sol de mediodía. Solo el trote de los caballos rompía el silencio, cruzando las tierras de labor y terrenos baldíos.
—No tardaremos en divisar las tres torres del castillo de Artesa —dijo con semblante alegre Martí de Agulló. Cabalgaba al lado de su padre.
—Eso espero. Desde que partimos de Calders no hemos parado, solo en las posadas para descansar el menor tiempo posible.
—Pronto acometeréis vuestro propósito y lo que os han encomendado padre.
—Cuanto antes este a buen recaudo, mucho mejor para todos. Dios no quiera otro destino, ni otras desventuras, después de estar oculto tantos años a los ojos de quienes no merecen poseerlo.
—Difícil encomienda padre, la vuestra. Pronto habrá terminado.
—No deseo otra cosa hijo mío.
La primavera del norte era fría y los caballos empezaban a dar muestras de cansancio a pesar de los breves descansos en las posadas. En las tierras de poniente las horas nocturnas, bajo el manto de las estrellas, se enfriaban más cuando la bóveda celeste se mostraba con un cielo raso infinito. El calor del sol acumulado en la tierra durante el día, se iba perdiendo de forma paulatina y el frío se hacía más intenso justo antes del atardecer, cuando las sombras empezaban a vislumbrarse por el este.
Pasado el mediodía llegaron al castillo de Artesa, donde se aposentaron para descansar y reponer fuerzas. Partirían al alba camino de Camarasa Fontllonga, donde pernoctarían en las nobles dependencias de la casa solariega, residencia de su hijo Martí de Agulló.
P.V.P. 10 € gastos de envío incluídos.
ELS JARDINS DE LA LLUNA
Narrativa Juvenil (edición en catalán)
Las profundidades de los bosques a veces esconden secretos inimaginables, pero también los lugares más cercanos, más habituales. Nos sorprendería saber que la fantasía de nuestra imaginación es más real de lo que pensamos. Hay lugares llenos de magia, rincones especiales, cuevas, grutas subterráneas, simas, montañas, cumbres, valles... Parajes no necesariamente alejados de la civilización que compartimos con otras criaturas y seres escondidos. Su presencia la notamos, pero no la vemos, lo que no significa que no existan.
Leer muestra
1
Amb molta habilitat van estirar capbaix la maneta de la porta del jardí. A la casa no hi havia cap gos, ni petit, ni gros, cap que pogués interrompre el que havien vingut a fer aquella nit de lluna plena, lluminosa com mai. Es van recórrer tot el jardí, de cap a peus, de dreta a esquerra, no van deixar cap racó sense mirar, assegurant-se sempre que ningú els pogués molestar o veure. No els podien enxampar, si no s’hauria acabat tot per a ells, tot per a la resta com ells.
Quan el Sol va treure el nas per sobre les cases de l’altra banda del carrer ja s’havien donat el dos. La Maria tot just acabava de despertar, encara hi era dins els llençols, a baix, a la cuina, s’escoltava el rebombori de veus, plats i tasses. La mare remugava alguna cosa amb el seu germà gran, en Dani, tenia disset anys quasi acabats de fer, la Maria catorze.
Dins d’uns dies s’acabava l’institut, en uns pocs més, arribava la nit de Sant Joan, la nit més curta de l’any, i com sempre es rebia amb una bona foguera a la vila, on es cremaven tots els mals desitjos dels tres-cents seixanta-cinc dies passats.
És la gran festa del foc, la nit de les bruixes. Els rituals entorn la foguera tenen els seus orígens en l'antiga creença que el foc adquireix propietats terapèutiques i màgiques, és un període de temps on els rituals i les creences propis d’aquesta nit, giren al voltant de fogueres enceses que cremen pels carrers i places. Les flames allunyen i espanten els éssers imaginaris que només campen la nit de Sant Joan per tots els racons de pobles, ciutats i llogarets allunyats, endinsats a les profunditats del bosc i les muntanyes.
En un indret proper a la vila la Maria va trobar un llibre d’escrits màgics, durant una excursió organitzada per l’institut, una sortida per desenvolupar l’assignatura de ciències naturals.
La Maria ho sabia prou bé des de que va trobar aquell petit llibre ple de paraules màgiques, perquè hi havia molts referents a la nit de Sant Joan i d’altres nits com la de Santa Llúcia, un llibre sense cap ni peus per ella, però que li resultava molt interessant.
—Què faràs la nit de Sant Joan?
La Maria tenia la mirada perduda més enllà de la finestra, com si cerqués amb l’esguard alguna cosa dins el bosc als peus de la muntanya. La Marta compartia taula amb la Maria a la classe de segon d’ESO. Va tornar a insistir.
—La colla anirem a l’esplanada de la Mà del Jueu, prop de l’heliport.
—Crec que l’han vingut a buscar—fou l'única resposta de la Maria.
—Què dius?
—Em va semblar beure’ls a la finestra de la meva habitació.
—A qui?—va preguntar de nou la Marta.
—Res, no em facis cas —li va dir fent-li una rialla.
P.V.P. 10 € gastos de envío incluídos.
La Torre de las Horas
Thriller de suspense (edición en castellano y catalán)
Sergi Delort, guía e informático del Monasterio de Santes Creus, se ve envuelto en unos hechos que nunca se hubiera podido imaginar. La visita de dos representantes del Vaticano, Pol Vernet y Alessandro Montanari, alteran la tranquila vida del monasterio y del joven. Se verán involucrados tras las pistas que relacionan a María Magdalena con el monasterio cisterciense. Con ayuda del monje Damián, prior de la pequeña comunidad de monjes, iniciarán una investigación en torno a la notable discípula de Jesús de Nazaret.
Leer muestra
1
El plato de cocido humeaba en las manos del hostelero mientras lo acercaba a la mesa. Afuera, el mes de noviembre, presagiaba la llegada del invierno, dejando desnudos los árboles de la alameda de Santes Creus. El cielo gris se cernía sobre las casas que configuraban la calle principal, la misma que conducía al monasterio. La lluvia no tardaría en hacer acto de presencia, a medida que avanzaba el día el aire del norte se cargaba de más oscuridad sobre el enclave monástico del Císter.
—Aquellos dos hombres sentados en la mesa que hay junto a la ventana, han preguntado por ti —le susurró el hostelero al oído del joven Sergi.
Sergi Delort llevaba tres años trabajando con los monjes del monasterio. Comenzó en la Oficina Comarcal de Turismo haciendo de guía, le encantaba la historia, y no desaprovechó la ocasión cuando le ofrecieron ese puesto de trabajo.
Desde hacía año y medio era el responsable de las gestiones informáticas, tanto las de los monjes como las de la oficina de turismo. Era quien solucionaba los problemas de los sistemas informatizados de todo el recinto y quien gestionaba el control de todo lo referente a los dispositivos de las audioguías, ordenadores y el sistema de seguridad. Un par de años atrás terminó los estudios de programador informático. Una buena combinación con su licenciatura de historia.
Se dedicaba en cuerpo y alma a su trabajo, le llenaba por completo. Cuando él no estaba, estas tareas recaían en Ferran, también informático, que lo suplía en sus ausencias. En la oficina de turismo siempre estaba dispuesta alguna compañera para suplirle en el cometido de guía para mostrar la historia del monasterio.
El chico miró de reojo a los dos hombres que no dejaban de gesticular, reír y hablar de forma desenvuelta.
Se acarició la barba cuidadosamente y se llenó la copa de vino tinto.
Lo primero es lo primero, acometer este suculento plato de cocido que hace revivir a los muertos —pensó—. Después ya hablaremos de lo que sea necesario.
Sergi terminó la carrera de historia con una de las mejores notas académicas. Unas notas que le ayudaron mucho cuando se presentó para el trabajo del Patronato Comarcal de Turismo, una comarca prospera, turística e industrial.
Al salir del Hostal Grau, se levantó el cuello de la chaqueta y decidió dar un paseo por la calle de Pere el Gran, hasta la explanada del monasterio, donde se detuvo para observar las copas de los árboles de la alameda junto al río. El rumor del río Gaià se podía escuchar desde la entrada del monasterio.
Debe de estar lloviendo en la parte alta de la cuenca del río —se dijo para sus adentros.
El Gaià es un río que baja encajonado por un paisaje montañoso que atraviesa la zona de norte a sur.
2
Los dos hombres lo abordaron al día siguiente en el interior del patio de entrada al monasterio, junto a la fuente.
—Buenos días —saludaron.
—Buenos días —Sergi les devolvió el saludo—. Supongo que lo es, a pesar del tiempo lluvioso de estos días —dijo resignado—. Y parece que hoy no será muy diferente —concluyó mirando al cielo.
—Supongo que no —respondió uno de los hombres—. Me refiero al día, siempre es un inconveniente ir con paraguas de un lado para el otro.
—El agua es necesaria, aunque no nos guste que llueva.
—En realidad no venimos a hablar del tiempo señor Delort. —le dijo sin más preámbulos el otro hombre.
Era bajito y de aspecto robusto, con barba de dos o tres días. Llevaba la camisa abrochada hasta el cuello, chaqueta informal de piel oscura con las solapas subidas y guantes negros, también de piel, que denotaban el frío que reinaba en el patio donde se encontraban. Sus ojos lo miraban tras unas gafas graduadas de pasta negra.
—¿En qué puedo ayudarles?
—Verá, este no es un lugar idóneo para poder hablar. Mejor que lo hiciéramos en otro más tranquilo —le sugirió el acompañante del hombre bajito. Hablaba un perfecto catalán, nada que ver con el otro personaje que lo acompañaba.
Era más alto y con más empatía que su amigo. Rigurosamente afeitado, más pulcro vistiendo, a pesar de la informalidad de su indumentaria.
—Lo que le vamos a explicar sólo nos concierne a nosotros. Nadie debe saber el motivo de porque estamos aquí.
—¿Periodistas?
—¡No! —respondieron los dos de forma contundente.
P.V.P. 8 € gastos de envío incluídos.
L’ANELLA DEL TEMPS
Narrativa Juvenil (edición en catalán)
¿Qué pasaría si el mundo cambias de repente? Si esas montañas, ciudades y pueblos de toda la vida fueran diferentes o simplemente dejaran de existir… Para Óscar y Xavier fue como si fuera el fin del mundo. Nunca olvidarían ese día, ese nuevo paisaje y todas las consecuencias y situaciones en las que se vieron repentinamente…
Leer muestra
1
El raig de sol, situat al sud-oest, al capdamunt dels densos boscos de pi, enlluernà l'Óscar. Els arbres passaven de pressa davant els miralls de les ulleres de sol d’en Xavier. Havien sortit de la frondosa vall del Brugent, deixant enrere seu el petit poble de Farena. Ara l’estreta carretera pujava cargolant-se per la carena passant sota l’ombra de l’arbreda. A menys d’un quilòmetre, una bifurcació amb un rètol anunciava dues direccions, una a la població de Capafonts —cap endins les muntanyes de Prades— l’altra en direcció al sud, a Mont-ral, des d’on es guanyava el descens cap a la plana.
Els dos agents rurals havien fet un llarg tomb pujant per la Riba, un bonic poble esglaonat a la falda de la muntanya, vora el riu Francolí, tot seguint l’escarpada vall d’un dels seus afluents, el riu Brugent. En arribar a Farena, aturada obligada per fer un breu descans a l’ombra de l’arbreda, continuaren en direcció a Alcover, situat al marge de la carretera C-240 i de la línia de ferrocarril, ja als peus de la serralada.
Per aquest motiu en arribar a la bifurcació agafaren direcció Mont-ral, que els venia de pas per baixar cap a Alcover per una carretera, també estreta i força corbada.
Ambdós agents, acostumats a guardar grans silencis al llarg del servei o bé a fomentar extenses converses entorn a determinats temes relacionats amb la natura, tot just tornaven cap a la central per donar acabada la tranquil·la jornada d’aquell xafogós dia d’estiu. Eren dos nois joves de no més de vint-i-cinc anys. L’Óscar era bru de cara i amb el cabell de color palla, amb ondulacions cap enrere el clatell. No estava grassonet, però tenia certa corpulència i uns ulls d’un blau cel intens. En canvi en Xavier era més aviat prim, cabells castanys com els ulls i un tarannà sempre molt jovial.
En arribar a l’alçada del mas d’en Gomis, s’aturaren a la dreta de la carretera, prop d’un pont que, en realitat, era un enorme tub que passava per sota l’asfalt per drenar les aigües d’un torrent d’on menava una font d’aigua fresca.
— Fem un glop —va dir l’Óscar que conduïa el Nissan Patrol de la patrulla.
— D'acord —va contestar complagut el seu company.
Deixaren el vehicle estacionat i creuaren la carretera, encaminant-se cap a la font que rajava sota l'entrada de la enorme boca del tub.
Amb cura van baixar un petit esglaó natural per poder accedir sota el fullam de les alzines i els esbarzers que creixien folls per la humitat de l'indret.
Mentre el seu company Xavier bevia a la font, l'Óscar observà a l'interior del tub de ferro, dins el corrent d'aigua un petit animaló.
— Xavi apropat, mira!
— Què dimonis has vist? —digué amoïnat en Xavier.
— Què diries que és?
Al moment d'abaixar-se per veure millor allò que l'indicà l'Óscar, dins el túnel, ambdós van notar un lleu terratrèmol.
El primer que els va passar pel cap era que algun cotxe havia topat amb el seu o amb un altre a dalt la carretera. Tots dos van sortir a corre-cuita per veure el que havia passat.
En arribar al capdamunt vora la carretera, la sang se'ls va quedar glaçada.
No podien donar fe d'allò que els seus ulls veien.
La carretera havia desaparegut!
El pas era barrat per esbarzers i arbres, just on, minuts abans, havien baixat a la font.
— No pot ser, Déu meu, no pot ser! —exclamà l'Óscar.
— Veus el que jo veig? —digué en Xavier.
— Això no pot ser real!
— Doncs fes-me un pessic, perquè jo veig el mateix que tu.
Les cames dels dos nois tremolaven. Era com un somni absurd. Una cosa que no podia succeir, un fet tan irreal i fora de lloc que eren incapaços de donar fe d'allò que els seus propis ulls veien.
Van donar uns passos enmig d'aquell bosc sorgit com per encanteri, no sense dificultats, i ben aviat trobaren restes de carretera, trossos barrejats amb pedres, com si haguessin passat molts anys, tants que havien esborrat gairebé tota resta de l'obra humana.
Van avançar una mica més fins on creien havien deixat el Nissan. En arribar al lloc, trobaren solament la ferralla del que havia estat algun dia un cotxe. L'esquelet, rovellat, estava envaït per la vegetació; dels seients no en quedava res, tampoc dels aparells que havien deixat al seu interior.
La suor regalimava pel clatell i la cara dels joves.
L'Óscar no va poder evitar que els ulls esclatessin com quan a un infant li prenen una joguina. Malgrat l'aparent duresa d’en Xavier, ell no va trigar en imitar al seu company.
— Déu, Déu, Déu! —cridà amb ràbia l'Óscar clavant un cop de peu al cercle rovellat on, en un altre temps, havia estat ocupat per una roda.
En Xavier tenia la cara tapada per ambdues mans, com si no volés ser testimoni de l'actitud violenta del seu company i d’aquella situació absurda.
— Què ha passat? —va dir en Xavier cercant una explicació.
— No ho sé pas. Això no pot passar de debò —contestà perplex l'Óscar.
— Què fem? —digué amb veu baixa en Xavier.
— Què dius! —cridà l'Óscar.
— Dic que hem de fer un pensament.
— És clar! Ja em diràs quin...
— Aviat es farà fosc. Podríem caminar, intentant seguir les restes de la carretera. Més avall trobarem l'entrada al mas d’en Gomis, potser... —En Xavier es va aturar de cop. Per la seva imaginació va passar, durant uns segons, un glop d'esperança, però aviat es va desdir. Potser el mas ni tan sols existia.
— Segurament del mas no en quedi res. —l'Óscar li endevinà el pensament— Jo continuaria fins més avall... Fins que trobem la plana. Allà baix tot deu estar igual, suposo... —però no n'estava del tot segur.
— Què tenim? —preguntà en Xavier.
— Uns binocles, una brúixola, una cantimplora, un ganivet multiserveis, un bloc, llapis i un paquet de cigarretes... Gairebé buit- havien escurat totes les butxaques recercant les pertinences de cadascú.
— Les cigarretes tant em fa, no fumo. Encenedor?
— Clar! I l'encenedor. —havia quedat al fons d’un petit butxacó del pantaló.
— L'encenedor és important. De matinada fa fred.
— Alcover no està tan lluny.
— Mira! Per creuar la inexistent carretera, hem trigat gairebé un quart d'hora. Creus que arribarem a Alcover aquesta tarda?
— Potser tens raó... no ho sé.
— Doncs som-hi, com més avall siguem millor. De fet no tenim gran cosa.
— Sempre és millor que res —va respondre amb resignació l'Óscar.
Tots dos van iniciar una penosa marxa en direcció a Alcover. Els pins, alzines i una atapeïda bardissa formada per esbarzers, argelagues i lligabosc, barraven el seu pas. De tant en tant trobaven algun bocí de quitrà molt malmès, segurament pel pas dels anys.
En arribar a una zona menys arbrada, l'Óscar li semblà que el lloc no li era del tot desconegut. Malgrat la foscor de la nit, feia una bona lluna, a estones però, quedava amagada darrere algun núvol. Baixaren per una forta pendent, fins a topar amb el que semblava haver estat un mas. Hi havia uns murs enderrocats però la seva conservació estava molt malmesa, tot hi així no hi havia cap mena de dubte que aquells esfondralls eren d’un mas.
— Em sembla que ens trobem al mas de la Fam.
— N'estàs segur ?
— Hem perdut la pista de la carretera, però si no vaig errat, una mica més avall hi ha d’haver un altre mas més petit. O el que quedi d'ell... —va acabar dient l'Óscar.
En saltar per un turonet i passar per una mar d'argelagues, coscolls i margallons, altre cop van trobar restes de quitrà. Aquí a causa de que la vegetació era menys densa, els bocins eren també més grans. Del mas més petit no en quedava res, les restes que trobaren els dos nois eren tan disperses que solament van poder identificar part del solar de la casa. Ara hi havia més núvols dalt del cel i la llum que rebien de l'esfera lunar era més escassa.
S'obriren pas entre els arbres fins que van poder sortir damunt d’una plataforma rocosa, com si es tractés d’un mirador natural. Era molt fosc, tot i que la lluna plena il·luminava tènuement la vall.
— Què és aquella lluentor? —preguntà en Xavier.
A baix a la plana lluïa una estranya brillantor d'argent molt extensa, com si els camps haguessin estat coberts per un mirall.
— No ho sé. El millor és esperar que surti el sol. Demà ja estarem a casa. —l'Óscar consultà l'hora. Eren dos quarts de cinc de la matinada.
P.V.P. 10 € gastos de envío incluídos.
VÉRTICE SUR
Novela erótica (segunda edición) Presentada al «Premio literario La sonrisa vertical»
Vértice Sur, combina el erotismo con la gastronomía y los paisajes de la costa Mediterránea. Un viaje en yate donde el placer llena los cinco sentidos de sus protagonistas. El sexo es el hilo conductor de esta novela que fue presentada al XVII Premio La sonrisa vertical de narrativa erótica en 1995.«...Y ella sintió como una extraña y somnífera pasión se apoderaba de su cuerpo»
Leer muestra
1
Salustiano García era un hombre normal, de los del montón, como se dice vulgarmente, no pasaba de uno setenta, era delgado, moreno, usaba unas gafas pequeñas redondas, que no le quitaban atractivo. Tenía dos virtudes; era observador y una gran memoria, que, unido a sus treinta y cinco años no eran cualidades para desdeñar. Salus como gustaba de llamarse también tenía otras suertes, que no todos los del montón las tienen, ser un discreto vicioso de las revistas pornográficas, era una de éstas. Subscrito a Magazine Sex desde hacía un par de años, no se podía imaginar la sorpresa que esta revista le deparaba. La capital burgalesa hacía algunas horas que había despertado, aunque no con demasiado bullicio, a mediados de julio el calor se hacía notar con prudencia, no era un día especial ni lo pretendía serlo. Como cada mañana estacionó su flamante Ibiza en el parking subterráneo de la Plaza Mayor. Salus era funcionario del Ayuntamiento, otra de sus suertes, y cada día tenía que desplazarse, desde la barriada del general Yagüe al centro. Siempre salía del parking por la misma salida, como un ritual, delante de la cafetería "Plaza", donde cada mañana con meticulosa costumbre se tomaba un café y, como siempre, al salir de la cafetería, echaba una ojeada a los titulares de la prensa del día, justo en el quiosco de enfrente, luego cruzaba la plaza, entre las palomas, para encaminarse al tercer piso del Ayuntamiento donde ejercía como administrativo.
Había llegado por correo certificado, era una carta urgente con matasellos datado el dieciocho de Julio en Madrid, como para celebrar una muy particular victoria, sin remite, como de costumbre, ni otros motivos, discreta, solo con el nombre y la dirección de Salustiano. Se acercó a la ventana para leerla mejor, en la calle y en la distancia, unas campanas lanzaban sus sonoros repiques por toda la ciudad.
Pocas y breves palabras contenían la carta, las suficientes para arrancar una sonrisa a Salus que, por unos momentos, se le iluminaron los ojos. El viaje era suyo ¡Bendita suerte! Se estremeció y el corazón le dio tantas vueltas como las campanas que ya habían dejado de sonar, se inundó de adrenalina.
»Apreciado subscriptor, tenemos la satisfacción de notificarle que ha sido agraciado con el premio de nuestro "viaje erótico por la costa Mediterránea" que sorteamos entre nuestros subscriptores, el pasado quince del corriente. Como Vd. sabe este viaje lo compartirá con otro ganador y nuestras fabulosas chicas para tan extraordinaria ocasión. Le rogamos se ponga en contacto urgentemente con nuestra redacción... *
Otra de sus suertes, de las que jamás, ni por asomo, uno pudiera llegar a imaginarse, un excepcional viaje desde la Costa Brava hasta la Costa del Sol, siete días inolvidables con sus noches y sus fortunas. Salus, un solterón poco afortunado con las mujeres, posiblemente debido a su timidez, nunca fue más allá del atrevimiento y siempre se quedó en el chico formal, en el amigo del que te puedes fiar y darle la espalda sin temor a que te eche la mano en el culo.
Él prefería vivir sus fantasías a través de las fotografías que mensualmente la Magazine Sex le hacía llegar desde sus páginas, la imaginación se liberaba en la intimidad de su habitación o en el baño, donde amortizaba cada página de la revista hasta la última paja. Se había tirado a las mejores chicas jamás imaginadas, se había recreado en sus cuerpos estampados en el papel, habían sido suyas, calladas, sumisas, cada mes, en cada número, en cada página... en cada masturbación.
Jorge Menéndez era un joven que sobresalía del llamado montón de españolitos de a pie. Con sus ciento ochenta centímetros de estatura, cuerpo robusto, cabello rubio y ojos claros, era difícil que pasara desapercibido delante de las mujeres. A veces aparecía en las fiestas con unas gafas redondas de corte clásico, pero sin graduar, ya que según él le hacían más intelectual. Al conocer a cualquier persona del sexo contrario, se presentaba como Jorge pero resaltando de inmediato que le gustaba que le llamasen George, al puro estilo inglés. De vez en cuando, y para hacer las conversaciones más amenas, debido a su profesión, era representante de una importante firma comercial de productos de cosmética para peluquerías, empezaba a contar historias o anécdotas que tenía que interrumpir porque no se acordaba de los detalles de las mismas, dado que su memoria era uno de los puntos negativos que poseía su cerebro. Jorge residía en el centro de Zaragoza, muy cerca del parque de Pignatelli y a pocos metros del cine Torrero. Vivía en un apartamento de una sola habitación, baño y un comedor-cocina con una pequeña barra americana que a su vez hacía funciones de estudio, todo muy coqueto y siempre bien ordenado, ya que, según él, nunca se sabe cuándo puede aparecer una hembra para echar un kiki. No estaba subscrito a ningún diario, pero si a la revista Magazine Sex, de la cual tenía unos veinte ejemplares y a los que acudía cuando hacía tiempo que no pegaba ningún polvo. En ellas recreaba su imaginación y llegaba a tal éxtasis que no controlaba su miembro para evitar que alguna gota de semen se intercalara entre página y página, quedando ambas pegadas entre sí. Una o dos veces por semana, Jorge se acercaba a correos para retirar la correspondencia de su apartado. En él había, junto a otras cartas, un aviso de certificado. Se acercó a la ventanilla para recogerlo, era una carta, observó que no poseía remite alguno sólo su dirección, supuso que el contenido debía de estar relacionado con la revista Magazine Sex, dicha publicación se caracterizaba por su discreción cuando tenía que hacer llegar cualquier cosa a sus clientes o simplemente su número mensual. Sin abrir las cartas se dirigió hacia su coche, abrió la puerta, se sentó, depositó toda la correspondencia en el asiento del acompañante y luego buscó con la mirada la carta certificada sin remite. Antes de abrirla miró su reloj de pulsera y observó que su calendario marcaba veintidós, reflexionó unos instantes y luego pensó que tal vez le enviaban publicidad de la sección Magazine Shop, era fácil deducir que no se trataba de la revista por el tamaño del sobre y además siempre llegaba puntual a primeros de mes. ¿Qué sería aquella carta certificada? La abrió con suspense e intriga, ¿Qué contenía?
»Apreciado subscriptor. Tenernos la satisfacción de notificarle que ha sido agraciado con el premio de nuestro "Viaje erótico". Después de leerla un par de veces, la segunda más detenidamente que la primera, sus cejas se alzaron de forma expresiva, no se acordaba de haber remitido carta alguna para el concurso, pero en cambio, la frase "Viaje erótico por la costa Mediterránea" le traía algún vago recuerdo en su despistada memoria.
La circulación era densa, acostumbraba a serlo en aquellas horas punta, Jorge tenía ganas de llegar a su apreciado apartamento y comprobar la veracidad del premio, pero era imposible, los coches no avanzaban. Todos los conductores se entretenían mirando los escaparates de las tiendas que se encontraban cerca de la calzada, algunas cerradas por vacaciones, otras, por la hora. El sol de julio caía a plomo en calles de la capital aragonesa, la gente transitaba por las aceras con acelerada prisa, adelantaban, sin duda alguna, más que los automovilistas en sus potentes autos que, ahora, se tenían que conformar con mirar a las jóvenes transeúntes, de escotes generosos y faldas cortitas hasta la exageración. Jorge, desde el interior de su coche observó a una chica con minifalda negra y blusa pastel, tan fina que, al andar, se le notaban unos pezones afilados, semejantes a dos puntitas de limón. Su fantasía empezó a actuar y lo único que Jorge veía era a esa chica, totalmente desnuda, acercándose hacía él. Se la imaginaba entre sus brazos, sobre una cama, pidiéndole que la penetrara con su miembro. ÉI empezó a acercar su pene y acariciar con éste la parte exterior de los labios vaginales de la muchacha, éstos parecían una rosa abierta, rojos, exuberantes, cargados de miel. Presionaba con la punta de su erecto miembro aquella delicada flor, mojada. ¡De pronto! un sonoro claxon desclavó de raíz el miembro viril de aquel dulce jardín. El vehículo posterior al de Jorge le pedía que avanzara de nuevo. Por fin llegó a su apartamento, entró con prisas, cerrando la puerta con un fuerte portazo, propinado con la base del zapato. Se dirigió a la habitación y abrió el último cajón del armario donde tenía todas las mensualidades de Magazine Sex. Empezó a ojear las últimas entregas de la revista, buscando las bases del concurso, hasta que por fin las encontró. Era en el número del mes de enero, en las páginas centrales, la dirección de la revista hacía público que se sortearía entra todos sus subscriptores, un crucero de siete días por la costa del Mediterráneo, desde Roses, en la Costa Brava, hasta Marbella, en la Costa del Sol, para dos ganadores, acompañados de cinco bellas señoritas dispuestas a todo. No era necesario enviar nada, sólo por la sencilla razón de ser subscriptor se entraba en el sorteo. Según las bases esta gentileza por parte de los editores, se debía a la celebración del décimo aniversario de la Magazine Sex en España. También quedaba claro que, en el caso que fueran afortunadas subscriptoras, las señoritas de alto standing serían reemplazadas por apuestos jóvenes, o mitad y mitad, en el supuesto que los agraciados fueran de ambos sexos. La organización corría a cargo de una importante agencia de servicios especiales, ducha en estos menesteres. No sólo el sexo era el principal aliciente de este extraordinario crucero, la gastronomía y las fiestas nocturnas para la ocasión, marcaban la suma totalidad de placeres jamás soñado por Jorge. Su sonrisa era amplia y, tal vez, una poco malévola, hizo que su imaginación empezara de nuevo a funcionar, ya se veía acompañado y rodeado de las tetas más hermosas que cualquiera hubiera podido imaginar. En esos instantes se le empezó a secar la garganta, quizás, debido a la pérdida de la baba bucal, producida por la fantasía pasajera acaecida en su cerebro. Se dirigió al frigorífico y cogió una cerveza, tomó un buen trago, miró la botella y se la terminó de beber. Salió de la cocina y una vez en el comedor dejó la botella vacía sobre la mesa, se sentó en el sofá con los brazos echados hacia atrás en el reposa cabezas, en forma de cruz. Repasó con la mirada todo el contorno del comedor, sus ojos acabaron estrellándose en el suelo, se quedó en dicha posición durante un largo minuto. De repente y como si fuese empujado por un resorte en el culo se fue a la habitación. Cogió el último número de la revista Magazine Sex y empezó a ojearla rápidamente, se detuvo en una página —¡Hoy te tiro a ti! —pensó en voz alta. La rubia poseía unos pechos erguidos, bien definidos, piel dorada, ojos verdes y labios sensuales. El bello de su cuerpo se reflejaba a contra luz, eran unas fotografías espléndidas. Jorge no quiso demorar más tiempo, entró en el lavabo y dejó la revista sobre la tapadera del inodoro, se bajó los pantalones y el slip. Con la mano derecha empezó a estirar y encoger su pene, se masturbaba mientras sus pupilas leían cada centímetro de piel de aquella fabulosa rubia de papel. Cuando llegó al éxtasis final, intentó sin éxito alguno, meter su pene en el inodoro abriendo la tapa con su mano libre, para proceder a descargar todo su líquido viscoso, pero los pechos de la despampanante rubia recibieron un buen impacto de semen —¡Mierda, otra manchada!—exclamó.
P.V.P. 8 € gastos de envío incluídos.
El hallazgo de una piedra desencadena un alucinante viaje al interior de un castillo medieval del nordeste de Francia, que perteneció a un miembro de la Orden de los Templarios y cuya trama gira en torno a un misterioso personaje llamado Hénoch Lotharius.
Leer muestra
I. NANCY
El cielo se iluminó por un instante, el destello hizo que la ciudad resplandecería unas décimas de segundo, después, se oyó un estrepitoso estruendo. Era como si el firmamento se partiera en dos, la lluvia caía con fuerza.
Unas horas antes el solar que, ahora era un revoltijo de barro, había estado cubierto de escombros. Unas retroexcavadoras se habían afanado en dejarlo todo limpio. Era el precio del progreso, viejos edificios cedían su espacio a los nuevos, la ciudad crecía a un ritmo vertiginoso. No en vano era una de las regiones de Francia más densamente pobladas.
La tierra húmeda resbalaba de las paredes desnudas y el agua dejaba entrever los fragmentos de la antigua construcción. Guijarros, ladrillos, algún resto de madera y, un pequeño disco de piedra, con unas inscripciones, que se deslizó de una de las paredes de barro hasta caer en un charco de agua y lodo.
Arthur Clement llevaba dos años trabajando en el departamento de arqueología de la Universidad de Nancy, al noreste de Francia, cerca de la frontera alemana. Se había especializado en historia medieval y desde que acabó su carrera y su tesis doctoral, había recorrido los lugares más enigmáticos de media Europa, buscando siempre los lados más oscuros y retorcidos que envolvían los misterios del pasado. A pesar de ser casi un cincuentón, conservaba un cuerpo atlético, era de trato afable y siempre dibujado una eterna sonrisa en sus labios. Por todo ello era admirado por sus alumnos, especialmente por las alumnas.
En los dos últimos años impartía clases en la Universidad y colaboraba intensamente con su departamento junto a Edmond René, un viejo profesor de historia apasionado por los temas esotéricos y gran conocedor de los cultos primitivos. Algunos alumnos, los más avanzados, formaban parte de su equipo de investigación.
Nunca anteriormente, se había encontrado con singular hallazgo. Una semana antes llegó al departamento de arqueología una extraña pieza de piedra circular, semejante a un primitivo medallón neolítico, aunque no pertenecía a esa época, con unos dibujos a modo de inscripciones, tan interesantes como desconcertantes.
―Ignoro qué significado pueda tener – dijo Edmond detrás de sus gafas con montura de metal. Se rascó con la punta de los dedos su espesa barba grisácea y prosiguió.
―Podría tratarse de una especie de disco de Faristos, pero es más simple.
―Quizá su simpleza sea la clave. –sugirió Arthur de pie junto a Edmond que estaba sentado frente al ordenador.
—Es más, parecen estar grabados de forma rudimentaria.
Se inclinó y tecleó en el ordenador. En la pantalla aparecieron diversos símbolos. Golpeó una vez más el teclado y la pantalla se dividió en dos mitades, una conservaba los signos, en la otra, apareció una fotografía de la piedra circular que presentaba un círculo y, dentro de éste, unos signos: Un asterisco en el centro, una cruz de Tau enlazada, un círculo más pequeño con un punto romboide en su interior, otro círculo más, unido a una línea recta, una especie de «U», un trazo vertical con cuatro líneas horizontales y finalmente una “H” montada sobre una “L”. Con toda probabilidad se trataba de un monograma.
―Rudimentarios o no parecen simples signos dispuestos en un orden... Por ejemplo –dijo Edmond dándole a una tecla que amplió en la pantalla la fotografía– El asterisco puede representar varios significados. Suponiendo que no vayan unidos a otros elementos. –Aclaró– Puede ser un sextil, o sea, sesenta grados, utilizados para formular horóscopos precisos, en que los planetas y los signos zodiacales deben encontrarse en relación directa. En este caso se produce dos veces cada treinta días.
Observó unos instantes la pantalla y luego añadió.
—Puede representar una doble cruz, que es también un signo iniciático antiquísimo, se compone de la ji griega y la cruz. La «U» suele simbolizar la estación de calor, el verano. Pero tiene muchas otras aplicaciones.
Edmond volvió a teclear y buscó en el archivo más símbolos.
―El círculo con un punto en forma de rombo es otra cosa. Como puedes ver... –alzó la mirada hacia Arthur. En la pantalla aparecieron diversos significados asimilados al mismo dibujo– Podemos interpretar cualquier significado, el bueno, es aquél que vaya unido al resto de los símbolos grabados. Por supuesto debemos descifrarlo antes.
Ambos observaron una breve relación que aparecía debajo del citado símbolo.
―Puede representar la época de recolección anual. En alquimia simboliza el oro, principio de sabiduría. También es el símbolo del Sol, fuente espiritual del Todo, el Yo divino del Gran Hombre. Representa a uno de los cuatro elementos, el aire. Simboliza el desarrollo de la vida interior de todo ser humano. El Ojo vigilante de Dios en el centro del Universo, la causa primera y es el objeto de la Revelación. — Arthur terminó la retahíla de supuestos significados.
―Interesante –añadió Edmond.
―Los otros símbolos, a pesar de sugerirnos un alguna cosa, no están del todo claros. Por ejemplo, sabemos que esto –Edmond volvió a recuperar la fotografía del disco de piedra en la pantalla y señaló con el dedo índice la parte superior del disco– es una Cruz de Tau o Cruz ansada, el más importante símbolo egipcio. Denominada también la Llave del Nilo.
—Esta especie de sartén – Edmond volvió a señalar otra zona de la piedra– representa la conjunción, es decir, a una distancia de 0 grados. Un fenómeno que se produce cada veintiocho días, coincidiendo con la luna nueva. El trazo vertical –se refería a otro de los símbolos– representa la Divinidad, el Poder que desciende sobre la humanidad desde lo alto. Las líneas horizontales pudieran significar los cuatro elementos, el Tierra, el Aire y el Agua.
― ¿Qué opinas de este otro?
Arthur le indicó la posición del símbolo en la fotografía.
―No sé. Tal vez se trate de un monograma.
―Conclusiones... –Arthur se pasó la mano por la cabeza.
A pesar de la larga experiencia, ambos se mostraban cautos, podían haber interpretado el significado de cada símbolo pero aún quedaba por unir la clave del mensaje, si es que había algún mensaje en aquellos dibujos. Durante las dos semanas, desde que llegó a sus manos el medallón de piedra, habían buscado una relación entre cada uno de los signos. Pero ahora les quedaba una ardua tarea, la de componer y descifrar el origen de la piedra, tal vez escrito en su leyenda jeroglífica
Edmond se levantó de la silla y camino hacia la ventana. Se quedó unos segundos mirando a través de los cristales, afuera hacía frío. Las primaveras en la región de Lorraine eran frías. El Campus de la Universidad estaba vacío.
―Quizá nos hallemos cerca de la solución. Marta viene mañana. Que meta todos los datos en el programa de Arquet– dijo Edmond.
―Lo que me llama poderosamente la atención son los relieves del disco. Todos los signos excepto el asterisco, están labrados a cierta profundidad en la piedra, sin embargo, el asterisco presenta un relieve de casi cincuenta milímetros por encima de la superficie– Arthur alzó la piedra en posición horizontal para ver a contra luz el relieve.
―Si, pero no debes olvidar que en la Edad Media, los grabados en piedra eran frecuentes. –Edmond empezó a recoger los papeles que había sobre la mesa.
―Insisto. Intuyo algo que se nos escapa de las manos.
Sonó el teléfono...