ClassicSubversive - Osmel Rodríguez

Osmel Rodríguez

Cuba (1972)

Narrador y poeta. Tiene publicados los libros de cuentos: Un escritor desnudo, editorial Luminaria, 2008 y Memorias de una vida, Reglas del juego y Hacia una misma dirección, por la editorial Benchomo en España.

Dos cuentos

Ni músico ni poeta

Vuelves a detenerte en el mismo lugar de siempre, esperas al cambio de luz, que en definitiva nunca llegará, para continuar la marcha. Así ocurre cada día. Ya apenas distingues al resto de los vehículos, que como una perfecta caravana, esperan detrás.
Pepe te sigue, según él conduce un Mercedes del año, y todos le creen, excepto tú; sabes que estos autos estáticos no son más que simples cacharros del mismo año en que construyeron este lugar. Javier se impacienta, es muy joven y no ha logrado adaptarse a las leyes de vialidad, donde siempre, por más que aceleres, permaneces debajo del mismo árbol. Ahora vuelve a sonar su claxon, que dice ser de melodías, por eso varias veces se ha quedado ronco, a punto de perder la voz para siempre.
Aunque eres de los más expertos, reconoces tus pésimos dotes como chofer, y es que en realidad nunca deseaste esta profesión, fue la propia vida quien decidió tu destino.Mientras escuchas la música a través de la radiocasetera colectiva, piensas en el pasado cuando eras un poquito más feliz. En ocasiones suele sucederte, entonces la trayectoria del acostumbrado viaje te resulta más tediosa. Nunca has podido olvidar aquellos momentos de placer, cuando intentabas tocar la guitarra que, por tus notas excelentes, te obsequiara tu madre, haciendo miles de sacrificios, para complacer tus anhelos de músico. Recuerdas a tu padre, el peor de todos, con su aliento etílico impregnado en su mal humor. Luego te viene a la mente, como una imagen borrosa, la guitarrita, deshecha en pedazos, después de una nueva discusión. Fue la primera vez que odiaste al viejo y que debiste abandonar el mundo de los acordes para convertirte en el niño triste, o en el mejor de los casos, en el músico que no aprendió a tocar.Un día comenzaste a escribir, tus primeros poemas estaban cargados de odio, con el tiempo la fuente de inspiración fue otra, y en lo adelante la vida volvió a tener algún sentido lógico para ti, sin dudas la poesía había calado muy hondo para borrar los resentimientos de músico frustrado. La última vez que lograste inspirarte, nunca lo olvidarás, escribías tu primer poema a la vieja, para tratar de ahogar su desdicha, ayudándola a refugiarse en la tranquilidad de tu lira, cuando sentiste fuertes golpes en la puerta. Se trataba de tu padre, lo supiste al instante por las incoherentes ofensas que improvisaba desde el portal. Sin hacer el menor ruido te dirigiste a tu habitación, imaginando el rostro de tu mami, que se hacía acompañar de sollozos que se filtraban a través de las hendijas de la pared.
— No soporto verte más, mañana mismo busca a dónde meterte -dijo tu padre.—¿Pero a dónde iremos, sabes que no tenemos otro lugar? —alegó ella aumentando el volumen de su llanto.—No me importa, inventa, pero recuerda, ésta es la última noche que pasan aquí.
Quisiste interceder, pero te contuviste a pesar de tu indignación, así que te fuiste a la cama y con el objetivo de dormir comenzaste a contar como siempre en situaciones similares y contando sorprendiste al amanecer. Sin pensarlo, recogiste tus cosas y fuiste por tu vieja, sin saber aún cuál sería tu paradero en lo adelante. Decidido abriste la puerta de su habitación y fue como si en ese instante la vida se esfumara; ante tus ojos aparecía ella, lo único que tenías en el mundo, colgada de una de las vigas del techo con su rostro triste y la boca entreabierta como diciendo: Perdón hijo, no tuve alternativas...
En un momento todo se te puso gris, luego oscuro y no supiste nada más, hasta despertar un día en esta pequeña estación de choferes improvisados, autos de granitos y patrulleros vestidos de blanco, que por la menor infracción te multan con fuertes corrientazos en la cabeza.Observas la luz amarilla, a la que todos llaman semáforo, que como siempre, sólo cambiará de color cuando la apaguen a la hora de dormir. Te impacientas más que de costumbre, abandonas la caravana. Detrás escuchas el claxon de Javier, el bullicio y las ofensas de tus propios pasajeros...

Suceso fatal.

Alberto va a morir. La hora exacta dependerá de la velocidad con que transite. Su auto se estrellará en el kilómetro 249 del autopista nacional, mientras su compañera, la ideal para la ocasión, intente extraerle el semen a fuerza de labios. El impacto ha de producirse contra una máquina agrícola que, con lentitud, se acerca al lugar, donde, desde hace un buen rato, se encuentra un campesino realizando las ventas del día.
A sólo dos kilómetros del accidente, el conductor del tractor se detiene para nivelar la carga que, producto del trotar del equipo, perdió su posición inicial. Piensa en la idea de un descanso, pero desiste, se aferra al timón y continúa, no puede sospechar que para él también será el último viaje.
Alberto ahora va despacio, tratando quizás de alargar sin saber sus últimos instantes. Al parecer hoy será otro día de placer y de sexo, todo depende de la decisión de su nueva secretaria.
En una casa una mujer piensa que, tal vez, es demasiado pronto para comenzar con sus travesuras, en realidad no le gusta su nuevo jefe, pero tiene un defecto: No sabe decir que NO, por eso finalmente accede a la cita, las mujeres tenemos palabra, se dice, y abandona por última vez su casa.
Alberto acaricia la botella de Havana siete que prometió horas antes, mientras observa tan hermoso paisaje que, como un perfecto trillo, lo conduce al lugar acordado.
El campesino ha pensado en retirarse, la sed aumenta, y el último sorbo de agua bebido no llegó a enfriar su garganta. En realidad las ventas han sido buenaspero... quién sabe, tal vez puedan ser mejor... piensa, por lo que permanece bajo un sol que lo asfixia, el destino le dará la misión de ser el único testigo de la tragedia.
A esta hora el cielo es como una braza de fuego, pero el aire, propiciado por la velocidad con que transita Alberto, llenan sus pulmones...
A lo lejos se observa un punto diminuto que con lentitud va tomando la figura de un rostro conocido. Alberto sonríe triunfador: —Te cagaste en el coño de tu madre —se dice mientras hace las señales pertinentes para su detención... Al parecer hoy será otro día de placer y de sexo...

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