Nace una nueva faceta, una que transforma la imagen en la palabra, una colaboración para BurgosNoticias.com y Radio Arlanzón, con la cual se pretende animar lo primero a los burgaleses a conocer rincones poco transitados, poco conocidos, poco promocionados de nuestra provincia y sugerir como bien dice la palabra, no solo a visitarlos, si no adentrarse en su historia y en la importancia para nuestra cultura.
SUGERIENDO BURGOS es un nuevo formato, que esperamos os pueda gustar.
Dos almas unidas en el tiempo por el arte
Enclavado entre el embalse del Ebro y el Monte Hijedo, Quintanilla de Santa Gadea es ese lugar perdido en el mapa donde las almas en busca de calma más allá del ruido, de vida más allá del estrés y de rincones olvidados más allá de la multitud, encuentran refugio. Tal vez fue esa misma quietud la que unió en el tiempo las almas de Lorenzo Pérez Arenas y Natalia Saiz.
El artista solitario
Lorenzo Pérez Arenas vivió en un constante vaivén entre el dolor y la creación. Nacido en Quintanilla de Santa Gadea en 1918, fue un hombre de contrastes: capitán de la Policía Armada en tiempos convulsos, emigrante en busca de fortuna en México, y finalmente, un artista solitario que, de regreso a su tierra, volcó sus vivencias, sentimientos y fantasías en cuadros llenos de color y emoción.
La vuelta a casa fue más dura de lo previsto, pero también alimentó una obra profundamente expresiva, que abrazaba desde paisajes hasta tragedias locales y reflexiones sobre el amor. Aislado en su mundo, Lorenzo escribía poemas, coplas y teatro, pero sobre todo pintaba sin pensar que sus cuadros trascenderían más allá de las paredes de su casa. Para los vecinos, era un personaje curioso; para él, el arte era su refugio.
El descubrimiento casual
Décadas después de su muerte, fue el destino o la casualidad la que llevó a Natalia Saiz a desempolvar los trazos de un artista. Cuando compró la antigua casa de la familia Pérez Arenas en 2019, Natalia jamás imaginó que un garaje atestado de objetos viejos y polvo guardaría un secreto tan valioso. Durante una fría mañana de enero, mientras transformaba el espacio en un taller, decidió limpiar las tablas amontonadas en un rincón. Lo que al principio parecían simples maderas deterioradas comenzaron a revelar formas y colores bajo el agua de una manguera: los cuadros de Lorenzo resucitaban ante sus ojos.
"Era como revelar fotos", recuerda Natalia, que desde aquel momento sintió una conexión especial con el pintor. No era solo el hallazgo de un artista olvidado; era urgar en la vida y el legado de un hombre que había transformado su soledad en arte.
Un museo en el corazón del pueblo
El destino quiso que el sueño de Lorenzo de convertir su casa en un museo se materializara décadas después, gracias a Natalia. En el mismo garaje donde descansaban sus cuadros, ahora reluce una exposición permanente que abre sus puertas todos los domingos. Con delicadeza y respeto, Natalia ha restaurado algunas de las obras, dejando que otras conserven las huellas del tiempo, como testigos de una vida compleja.
El antiguo garaje es ahora un lugar mágico. Las paredes de piedra, impregnadas del paso del tiempo, están cubiertas con cuadros que parecen respirar vida. Juguetes antiguos, espejos y libros conviven con las obras de Lorenzo, creando una atmósfera íntima, como si cada rincón contara una historia. Es un espacio que refleja la sensibilidad de Natalia, donde la esencia del pintor dialoga con el presente.
Cada cuadro cuenta una historia: desde paisajes de veleros multicolores hasta homenajes a tragedias locales, como el accidente en el puente de Arija, o títulos cargados de sentimiento, como “No llores, mi amor”. En cada pincelada hay un eco de la vida de Lorenzo, y en cada visitante que se acerca al museo, el reconocimiento de un legado que casi se pierde.
Un puente entre generaciones
Aquel tesoro esperó décadas a Natalia, una mujer con sensibilidad artística que ya venía desarrollando proyectos de conexión cultural en el entorno rural con su iniciativa Tejiendo Redes. Desde el hallazgo, Natalia ha seguido utilizando el arte como motor para conectar a la comunidad. Los niños del colegio de Soncillo han aprendido a limpiar cuadros mientras escuchaban las historias de Lorenzo.
En cada taller, en cada exposición, el arte del pintor solitario revive, no solo como una colección de obras, sino como un símbolo del potencial oculto en los rincones más insospechados de la España vaciada.
El alma del proyecto
La historia de Lorenzo y Natalia trasciende lo tangible. Es un testimonio del poder del arte para unir almas a través del tiempo, para encontrar belleza en la soledad y sentido en el azar. Natalia, con su sensibilidad, ha dado a Lorenzo la voz que no tuvo en vida.
“Es como si él hubiese estado esperando que alguien llegara para cuidar de sus cuadros, para contar su historia”, dice emocionada.
Tal vez fue el Monte Hijedo, con sus árboles centenarios, o el rumor del embalse del Ebro lo que alimentó el alma creativa de Lorenzo. Ahora, en su obra, esos ecos resuenan con fuerza, devolviendo a Quintanilla de Santa Gadea la riqueza de su arte y su historia.
Un legado que no deja de resonar
Quintanilla de Santa Gadea, con su veintena de habitantes, ahora alberga un museo que no solo guarda cuadros, sino que atesora un vínculo humano, un legado de pasión y redención que, como las pinceladas de Lorenzo y la sensibilidad y cariño de Natalia, nunca dejará de resonar.
(Sugiriendo Burgos)
"Solo el pueblo salva al pueblo": la lucha por el patrimonio en Fuenteodra y Villamorón
En una época en la que la frase "Solo el pueblo salva al pueblo" resuena como un llamado urgente en contextos de crisis, en Burgos esta máxima se ha convertido en una realidad cotidiana. Aquí, pequeñas comunidades han tomado la delantera en la conservación de su legado, demostrando que el compromiso local puede salvar auténticas joyas patrimoniales del abandono. Ejemplos como Fuenteodra y Villamorón son testigos de una fórmula que combina la acción vecinal, el micromecenazgo y la pasión por la cultura para revitalizar monumentos que parecían condenados al olvido.
Fuenteodra y "La Dama de las Loras"
En el corazón del Geoparque Mundial de Las Loras, la iglesia de San Lorenzo Mártir, conocida como "La Dama de las Loras", emergía como un gigante dormido al borde del colapso. Fue entonces cuando la Asociación Cultural Manapites decidió intervenir, convirtiendo un desafío monumental en una historia de esperanza.
Desde 2020, la asociación ha liderado un movimiento de restauración basado en la colaboración y la creatividad. A través de campañas de micromecenazgo, venta de productos y la organización de eventos culturales, se financiaron trabajos cruciales como la restauración del tejado de la torre campanario y sus campanas, piezas emblemáticas del siglo XVIII. Este esfuerzo fue recompensado en 2023, cuando la iglesia pasó de la temida Lista Roja de Hispania Nostra a la prestigiosa Lista Verde, un logro que marcó un antes y un después en la conservación del edificio.
El rescate de "La Dama de las Loras" no es solo arquitectónico; también es simbólico y espiritual. Gracias a la investigación sobre su simbología, se descubrió el fenómeno conocido como el "milagro de la luz", donde un rayo solar ilumina el altar mayor cada 10 de agosto, día de San Lorenzo. Este hallazgo ha añadido un atractivo único al templo, que ahora no solo se percibe como un vestigio del pasado, sino como un lugar de interés cultural y turístico.
Villamorón y la "Catedral del Páramo"
A unos kilómetros de distancia, la iglesia de Santiago Apóstol, conocida como la "Catedral del Páramo", es otro ejemplo de resistencia cultural en una España vaciada. Desde hace más de 20 años, la Asociación Cultural Amigos de Villamorón ha trabajado sin descanso para detener la degradación de este majestuoso edificio del siglo XIII, considerado uno de los primeros ejemplos del gótico en Castilla.
El trabajo de la asociación ha sido meticuloso y constante: desde la restauración de cubiertas para detener filtraciones hasta la consolidación de estructuras internas y la protección de valiosos elementos decorativos. Entre sus proyectos actuales, destaca la restauración del retablo mayor, una pieza clave que, una vez recuperada, devolverá al templo parte de su esplendor original.
Además de la restauración física, los Amigos de Villamorón han trabajado para dar visibilidad al valor histórico y artístico de la iglesia, organizando visitas guiadas y publicando investigaciones. Este esfuerzo no solo ha asegurado la supervivencia del edificio, sino que lo ha convertido en un punto de referencia para la arquitectura religiosa de la región.
Comunidad y cultura: el motor del renacimiento
Lo que une a Fuenteodra y Villamorón no es solo la belleza de sus templos, sino el poder transformador de sus comunidades. En ambos casos, la implicación vecinal y el apoyo de donantes externos han sido fundamentales. Las asociaciones han demostrado que, incluso en pueblos casi deshabitados, el patrimonio puede convertirse en un motor de revitalización social, cultural y económica.
En un momento en que el abandono rural y la pérdida de identidad amenazan a tantas localidades, estas iniciativas son faros de esperanza. Nos recuerdan que el patrimonio no pertenece al pasado, sino al futuro, y que, con esfuerzo colectivo, "solo el pueblo salva al pueblo".
¿Y si en cada rincón de nuestra provincia tomáramos este ejemplo como inspiración?
(Sugiriendo Burgos)
Un Viaje Entre Rocas y Reflexiones
Adéntrate en el Desfiladero de la Yecla: Imagínate caminando por un sendero estrecho, donde las paredes de roca se alzan a tu alrededor como gigantes esculpidos por la mano paciente del tiempo.
Hay lugares que no solo se visitan, sino que se viven, que se sienten... El Desfiladero de la Yecla, esculpido pacientemente por el río Mataviejas y situado tan cerca de Silos, es uno de esos rincones que, con su imponente belleza y carácter salvaje, invita al viajero a un viaje no solo físico, sino también interior.
Imagínate caminando por un sendero estrecho, donde las paredes de roca se alzan a tu alrededor como gigantes esculpidos por la mano paciente del tiempo. Es un tiempo que no sabríamos ni contar ni cifrar, un tiempo que nos recuerda la larga historia de la Tierra, y a la vez, nuestra propia historia.
Cada paso que das te sumerge más en un pasaje que, aunque esculpido por las caricias del agua al deslizarse roca abajo, parece haber sido diseñado por la naturaleza misma para invitar a la reflexión, desconectando del mundo exterior y conectando con tu yo interior.
Al avanzar, sientes cómo la roca, suavemente tallada, te envuelve. La luz del sol pelea por adentrarse en cada rincón, pero cada choque con la piedra resalta los distintos tonos verdes y grises, creando un juego de luces y sombras que parece un reflejo de nuestras propias emociones. Es imposible no preguntarse qué otras maravillas aguardan más adelante, qué descubrimientos personales haremos al final del camino.
El desfiladero es una alegoría perfecta de la vida. Nos enseña que, a veces, es necesario atravesar lo desconocido, enfrentar la estrechez y la oscuridad, para descubrir la claridad y la amplitud que nos espera al final. Cada paso en la Yecla es una invitación a conocer no solo un paisaje impresionante, sino a conocernos mejor a nosotros mismos.
Al llegar al final, te das cuenta de que este viaje no es solo sobre el desfiladero, sino sobre la transformación que ocurre dentro de ti mientras lo recorres. Es un recordatorio de que, aunque el camino puede ser sinuoso y estrecho, siempre vale la pena recorrerlo. Porque caminar por la Yecla siempre, siempre, tendrá algo bueno que ofrecer: la promesa de un final que, aunque incierto, siempre será revelador.
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(Sugiriendo Burgos)
Cuando la luz despierta la piedra
El amanecer siempre tiene algo de revelador, un momento en que el paisaje parece cobrar vida entre sombras y destellos dorados. Hoy, en un rincón solitario del Valle de Valdivielso, lejos de las luces artificiales y del ruido cotidiano, la Ermita de San Pedro de Tejada se alza en silencio, como si el tiempo no contara para ella, envuelta en la magia de los primeros instantes del día. Más atrás, el río Ebro ha dejado cañones y desfiladeros para llegar a un valle de verdes campos, salpicado de cerezas y manzanas que evocan un Edén terrenal, como si del paraíso mismo se tratara.
Aquellos primeros monjes no pudieron haber escogido un mejor lugar. Rodeados de tanta belleza natural, su misión era titánica: igualar la perfección de la naturaleza con su obra. Sin embargo, de su dedicación surgió una ermita, una auténtica joya románica del siglo XII que parecía querer desafiar a la divinidad, mientras ellos, como enviados de Dios, daban forma a cada piedra con cincel y martillo, revelando las perlas escondidas en la roca. Cada arco de su portada, cada ventana del campanario y cada bloque de piedra respiran la historia de quienes la erigieron con paciencia y devoción.
Son las montañas de la Sierra de la Tesla las que aún impiden que el sol asome del todo, pero su color rojizo anuncia que la luz está a punto de vencer a la noche. Los primeros pájaros comienzan a cantar, revelando que no estás solo para vivir este instante. Sin previo aviso, los primeros rayos de sol alcanzan el ábside de la ermita, revelando con delicadeza los canecillos que lo adornan. Esa rica iconografía que envuelve el monumento por todos sus lados, pero que de momento parece esperar, como queriendo mostrar el resto de sus detalles con calma, consciente de que el día tiene horas de sobra para desvelar tanta belleza.
Uno puede imaginar a los monjes de antaño experimentando esta misma sensación de quietud. En lugares como este, la prisa no tiene cabida. Si el amanecer es así de majestuoso, el día solo puede traer cosas buenas. Aquí, en este rincón apartado del Valle de Valdivielso, la conexión con la naturaleza y el entorno es inmediata, tangible, como si el tiempo hubiese quedado suspendido.
El día comienza despacio, y con él, las piedras de San Pedro de Tejada parecen despertar con la misma calma. Después de casi mil años, parece que estas piedras saben que aún les queda mucho por delante. Al igual que la noche apaga su esplendor, el amanecer lo devuelve una y otra vez, permitiendo que la luz revele su forma majestuosa. Es en ese momento, cuando la luz acaricia la piedra, es cuando uno se da cuenta de que aquellos monjes lograron superar a la naturaleza utilizando sus propios elementos, haciendo que la piedra y la luz dialoguen entre sí.
Visitar la Ermita de San Pedro de Tejada al amanecer es más que un simple encuentro con la historia. Es una experiencia íntima, un reencuentro con el paisaje y el patrimonio de Burgos en su estado más puro. Cada amanecer aquí es único, un instante fugaz que se disfruta con todos los sentidos, mientras la luz revela los detalles y la piedra cobra vida.
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(Sugiriendo Burgos)
La obsesión llamada Arreba
¿Cuántas veces me he detenido para hacer esta foto?, muchas, muchas, no sería capaz de contar las veces que este paisaje me ha hecho pisar el freno y volver a intentarlo, ya que la fotografía es el intento de capturar el momento, pero no vale cualquier momento o al menos a mí, no me vale cualquiera, pero este punto y lugar me da tantos y tan variados, que al final se convierte casi en una obsesión.
Pero una vez que lo capturas, es como que siempre me falta algo, algo que sabes que está allí y no terminas de atraparlo, por eso la siguiente vez, seguro que vuelvo a parar e intentarlo. Pero no solo paro en este punto, por supuesto que existen más motivos para parar y comenzar a descubrir cada pequeño rincón de este lugar y de esta vista, por supuesto que para ser realmente consciente del lugar tal vez lo primero es armarse de valor y subir los más de doscientos escalones que nos llevan hasta los restos de su castillo, una pequeña fortaleza de la cual apenas nos quedan unos pocos muros, que fue no solo un testimonio de aquella avanzada posición por encima del río Ebro en los tiempos de reinos, condados y taifas, que básicamente marcaba una línea de pequeños fuertes en posiciones elevadas, algunas con muy difícil o casi imposible acceso, que cambiaba de manos demasiado fácilmente.
Estos habitantes de las Peñas Arriba de aquella ribera del Ebro o Ripa, como se fue conociendo, se mantuvieron por un tiempo en las peñas y las zonas más elevadas, para con el tiempo abandonaron aquellas fortalezas para poblar los valles, de la misma manera que aquel lugar conocido como Ripa se fue moldeando, en su uso y forma del lenguaje hasta el actual Arreba y aunque son unos cuantos los lugares que lo mantienen como apellido, solo uno lo tiene de nombre y a este lugar donde miramos, unas peñas que destacan y encandilan, unas vistas desde ellas que te dejan seguir el curso de un Ebro, que unos kilómetros antes, había decidido tomar rumbo hacia el norte de nuevo, tal vez, porque no le valía cualquier paisaje y en su enorme gusto decidió cambiar su rumbo, evitando el páramo y haciéndose a un lado de la meseta, para servir de raya divisoria entre dos lugares tan distintos.
Pero claro, desde arriba también se puede bajar y eso es algo que este lugar siempre parece haber ofrecido en su encrucijada de caminos y lugares, dando el acceso a las poblaciones de Manzanedo, o los lugares de Zamanzas, o marchar sobre el paso de Las Palancas, en busca de solitario Munilla o del olvidado Perros y con todo esto dicho, me queda claro, que tal vez lo que pasa es que cuando llego a este lugar, tengo la necesidad de parar, de detenerme y pensar en qué dirección tomar como destino, aunque parte de ese destino, siga siendo esperar ver que me encuentro en mi siguiente paso que me haga volver a parar e intentarlo de nuevo.
(Sugiriendo Burgos)
La Iglesia Blanca
A lo largo y ancho de la campiña burgalesa, se atesoran un sinfín de patrimonio artístico, tan excepcional que apenas somos conscientes de su existencia. Y es que uno puede poner todo su empeño, en mostrar y mostrar infinidad de lugares y monumentos excepcionales, pero a veces es complicado, muy complicado, centrarse en uno solo para que de verdad tome fuerza, interés y a la vez, anime a más gente acercarse a conocerlo.
Yo soy el primero que a veces salgo sin rumbo y sin una idea clara de hasta dónde voy a llegar y con ello muchas veces obtengo auténticas sorpresas y alegrías, llegando a lugares realmente excepcionales y que a veces, hasta preparándolo en algunos casos, no soy capaz de seguir el guíón, y me alegro, me alegro, porque a veces son decisiones de un cartel, de un nombre o de la intuición del momento.
Este podría ser perfectamente el caso de Grijalba, una localidad que no está entre esas guías turísticas a las que seguir o no faltar una visita imprescindible, pero que por mi parte, tranquilamente lo incluiría, aunque tengo que decir que llegué sin rumbo y sin una idea clara del destino, ya que en los alrededores existen un sinfín de patrimonio, como antes había comentado, tal vez una de esas razones que me empujó fue seguir el cauce el río Odra, ese que había empezado ya hace un tiempo en Fuenteodra y al que había llegado en numerosas ocasiones a lo largo de otras salidas y viajes a diferentes zonas de la provincia.
Es claramente destacable la importancia que tienen los cauces fluviales en general, esa importancia que tenían en el tiempo y que al final se demostraba en el poblamiento de las gentes de otros tiempos y de lo que, gracias a su aprovechamiento, conseguían sacar adelante en su día a día; podríamos pensar en historias del cauce del río Nilo y de otros pueblos milenarios, pero de momento, prefiero darle un repaso a lo que más cerca tenemos.
Pero retomando el lugar, Grijalba está en medio de la campiña, en medio o rodeada de otros lugares que han tenido o tienen un nombre en nuestra cabeza… Sasamón, Villasandino o los Padilla de Arriba y Abajo o incluso el mismo Melgar de Fernamental, claro… sin grandes vías de comunicación que lleguen a dicha población o fuera de esas rutas milenarias, como la calzada romana segisamon - pisoraca o el Camino de Santiago, quien se acerca a Grijalba tiene que ser porque quiere encontrar una de las iglesias góticas más importantes del país, un monumento declarado bien de interés cultural, una magnífica obra de arte, no solo en su exterior, sino también en su interior y que fue la determinación de la denominación de la misma población, Ecclesia Alba (Iglesia Blanca) y que se redujo en Grijalba.
A veces salir sin rumbo y encontrarlo en el camino es el objetivo de cada paseo, de cada búsqueda, esos momentos que te sorprenden lo suficiente, como para que mi retina me vuelva aconsejar y repetir el retornar a algunos de esos lugares, porque a veces no es como vas a un sitio una vez, a veces es volver y seguir sorprendiéndote y descubriendo que mirando de otra manera, se consigue algo totalmente diferente y casi hasta nuevo, porque existen lugares que por muchas veces que vuelvas, te sorprenderán de nuevo.
(Sugiriendo Burgos)
El pan y circo de la Meseta
Lo primero cuando te vas acercando, puedes observar en la distancia una depresión del cerro, el hueco perfecto y semicircular del anfiteatro. Eso ya te anima acercarte y llegar hasta ese lugar, aunque atravesar Peñalva de Castro al momento no es de primer interés, si es necesario poder hacer una parada, una vez que se termina la visita en el yacimiento.
Nada más pasar la taquilla, la recomendación es que empieces por la parte más elevada y de esa forma recorrer lo excavado hasta el momento, casi como en cualquier lugar donde apenas quedan restos o se mezclan con construcciones posteriores, como ocurre en otros yacimientos, es difícil imaginarse inicialmente todo lo que allí pudo haber ocurrido, haber existido y haber significado.
Tal vez, en lo primero que habría que fijarse con detenimiento en algunas de las dimensiones de las bases de esas edificaciones e incluso en el tamaño y extensión de los restos, eso hace pensar que aquello no era cualquier cosa, que allí se había organizado de forma muy preparada un trabajo eficiente para conseguir que esa ciudad fuera eficaz y eficiente, para ello, tienes la oportunidad de subirte a unos monolitos preparados donde poder ver con tus propios ojos de que hablamos.
Pensar que en aquel lugar elevado y yermo, con esas vistas a medio camino entre la Sierra de la Demanda, el sistema central o casi los picos de Europa, el agua fluía para tener disponibles unas termas en medio del terreno, sorprende enormemente, pero pasear por el entorno y callejear sus galerías muestra claramente los sistemas de funcionamiento, pero para despejar las dudas, solo hay que acercarse al cercano anfiteatro y ver desde su parte superior la enorme capacidad del lugar, el hecho de que existiera una infraestructura de ese tipo y envergadura dice mucho de las dimensiones de la ciudad que allí albergó, los romanos fueron esos expertos en acuñar el término de “pan y circo” y desde luego que un anfiteatro con capacidad para 10.000 espectadores, era porque la posibilidad de llenarlo existía y con ello entretener a una
buena parte de la población. Parece mentira, pero Clunia en sus buenos tiempos pudo llegar albergar a 30.000 habitantes, para hacerte una idea, es casi la población que la cercana Aranda de Duero tiene actualmente, hablamos de un cerro de poco más de 1 km2 de extensión, unas limitaciones importantes donde albergar tanta gente, pero para entenderlo ampliamente la visita final debe ser al pequeño centro de interpretación, que dividido en tres salas que alberga casi a la entrada del recinto, es donde terminas de admirar la grandeza que pudo tener aquel lugar en sus mejores momentos y como a pesar de todo, el tiempo parece haber enterrado o dispersado mucho de lo que allí existió, conocer los secretos de aquella ciudad e imaginar…. Imaginar mucho… con otros ojos lo que aquello pudo haber sido.
Pero antes de abandonar la zona, merece ya finalmente recorrer con calma y con ganas de descubrir muchos restos por las calles y construcciones de Peñalva de Castro y Coruña del Conde, que casi se podría considerar un museo abierto ya que por mucho tiempo, esta fue una cantera perfecta, que suministraba piedras trabajadas allá donde se requería.
Tal vez nos queda mucho Clunia por descubrir y aprender, mucho trabajo por hacer, para ponerlo en valor al lugar, menos PAN y menos CIRCO, necesitamos para ser nosotros los primeros en potenciar y creer en lo que tenemos en nuestro territorio.
(Sugiriendo Burgos)
El Monasterio del pueblo
Hoy en día se ha convertido en uno de los atractivos turísticos más importantes de la zona, pero quien lo diría que, hasta hace no tanto, parecía oculto entre la maleza y la falta de interés de los que habían vuelto a ser sus propietarios. Fue hacia mediados de los 90 cuando hice mi primera incursión en este lugar, casi por casualidad en una de esas travesías por la zona, buscando carreteras en las que perderse, destacaba una construcción entre la espesa vegetación de la zona. Para llegar hasta allí, había que coger un pequeño sendero serpenteante, por su actual acceso, que llegaba hasta un cierre construido con un somier viejo donde se leía “propiedad privada”, eso no fue impedimento para acceder, ya que podía más la curiosidad, pero tampoco parecía que lo era para otras muchas personas, que habían estado utilizando aquel lugar como cantera personal donde extraer aquellas necesidades de piedras para su construcción.
Aunque antes de que se comenzara su transformación, visité aquel lugar en otras cuantas ocasiones, por todo lo que contenía, su situación en ruina, pero tomado por la naturaleza, daba la sensación de estar visitando uno de esos templos en plena selva de Camboya y ese halo de misterio y abandono, le daban un estado casi poético único, pero a la vez, chocaba esa manera brutal del ser humano de dejar su huella más sucia, con restos de bolas del juego del paintball, pintadas o incluso destrozando alguna piedra, losa o lugar.
Aunque alguien pudo imaginar, que las autoridades podrían hacer algo al respecto para recuperarlo con la declaración de Parque Natural a la zona del Alto Ebro y Rudrón, sorprendentemente este lugar quedó fuera de esa declaración por escasos metros por intereses claramente personales y administrativos, pero no por este lugar fuera un patrimonio desconocido, hoy en días para engañar al visitante y tal vez a ellos mismos, lo que han hecho es colocar el cartel de “está entrando en Parque Natural” antes del lugar donde corresponde, antes de llegar al monasterio, tal vez, como queriendo lavar una conciencia que con el tiempo les debería haber sacado los colores.
Tal vez el destino o la casualidad, como decía la canción, hizo que ese lugar renaciera como el Ave Fénix de sus cenizas en aquellos años, el cierre de la central nuclear de Garoña en la comarca era un tema de interés y con ello la posibilidad de que unos fondos de apoyo para transformar la zona al cierre de dicha instalación no tuviera un impacto tan importante, por eso el Ayuntamiento de Villarcayo en su día planteó en una moción la posibilidad de reconstruir y convertir ese lugar en un parador turístico, ya que se hablaba también de la posibilidad de que esa opción fuera para la localidad de Oña en su monasterio, el cual es propiedad de la Diputación de Burgos.
A la vez un joven párroco movilizaba a los jóvenes scouts de Villarcayo, para empezar a limpiar un lugar que apenas había podido conocer bien en su recorrido de cuarenta y dos pueblos a los que atender y del cual también le correspondía, después de que ya hacía unos años el monasterio había regresado a manos eclesiásticas, el resto ya es una historia que ha hecho correr ríos de tinta y el lugar. Aunque en un proceso de tiempo y seguramente de muchos cambios que le quedan por realizar, es un pequeño icono de esa España Vaciada y olvidada, que a veces pierde su historia sin casi darse cuenta.
Eso sí, la central nuclear se paró en 2012 y se cerró en 2017, de ello han pasado un tiempo importante, pero aquellos fondos nunca llegaron a esta zona y ni Oña, ni Santa María de Rioseco se convirtieron en Parador turístico y el gobierno no parece tener prisa por hacer nada en ese sentido, la Junta de CyL prometió un albergue en su plan turístico en parques naturales en 2016 para Oña, pero eso sigue sin llegar, la Diputación acomete obras de restauración en el histórico Monasterio de Oña, para uso turístico y cultural, pero sin un plan definido y parece que únicamente es el Monasterio de Rioseco, quien sin haber acabado ningún proceso de cambio, remodelación y transformación si ha conseguido ya tener un plan turístico, cultural y social en la zona y la comarca sin una administración pública al frente.
Alejarse del mundanal ruido parece ser cada vez una idea más en mente de muchas personas, nuestra acelerada sociedad nos requiere día a día con más intensidad en cada una de las actividades que desarrollamos, y con ello, un enorme gasto de energías a todos los niveles, desde físicos, pero sobre todo mentales, por lo cual pensamos que cada vez estamos peor, o tal vez vivimos en una sociedad un poco más loca.
Para poder retomar la cordura de nuestras vidas, muchos somos los que recurrimos a escapar al mundo rural, a uno de esos lugares perdidos de la mano de Dios como me dicen algunos, pensando que habríamos descubierto algo nuevo o descifrado algún teorema imposible, pero la realidad es muy distinta, las sociedades humanas, tal vez siempre han estado un poco locas, tanto que son muchos los que desde hace miles de años tomaron la decisión de abandonar el mundanal ruido, refugiándose en lugares recónditos y alejados de todo, tanto, tanto... que hoy en día sigue costando mucho llegar alguno de ellos o eso es lo que parece, pues siguen siendo lugares tan desconocidos, como mágicos y enigmáticos.
Presillas de Bricia, está situado en un amplio valle al que el río Ebro presta su nombre, pero las casualidades humanas hicieron que esa parte formase junto con otros lugares del páramo cercano, un alfoz denominado de Bricia y que en esa tesitura de separación de municipios se le juntó la de provincias primero y después la de comunidades autónomas, todo un lío de divisiones administrativas que hay simplemente se pierden; se pierden tanto que para llegar al lugar de San Miguel, tienes que abandonar el asfalto y el hormigón para adentrarte en un camino de tierra, atravesar un vallado ganadero y procurar que el sentido de orientación te lleve a su destino.
Un escudo de Castilla y León en piedra te avisa que estás cerca, será posiblemente, aquella la vez que se acordaron lejanamente que este lugar estaba dentro de sus dominios y quisieron poner la pica en Flandes, aunque son los de la vecina Cantabria quien promociona el lugar como suyo, mucho más y mejor que los del escudo. Pero allí no hay nada construido y poco más que unos letreros artesanales que piden silencio y paz en tu recorrido te van señalando hacia donde te tienes que dirigir, seguramente alguna buena alma local prefirió indicarlo, para no tener que estar constantemente dirigiendo a los escasos visitantes, porque vayas en la época que vayas, será muy difícil que encuentres multitudes para verlo.
Por fin, una silueta de roca aparece y por un momento te detiene, te pide calma y te para, para que mires con detenimiento pensando ¿quién se le pudo ocurrir hacer aquello allí?, entonces es cuando de nuevo te entra la curiosidad y subes una pequeña loma, porque una escalera metálica moderna te da acceso a una abertura en la roca y quieres ver lo que se encuentra ahí dentro y por supuesto que cuando subes a la parte de arriba te quedas realmente impresionado por el lugar escogido y piensas que desde luego aquellas personas sabían perfectamente dónde perderse a base de bien.
De primeras no esperes encontrar más información del lugar en ese momento, ni cerca, ni lejos, podrás ver algún letrero que te ilustre sobre tan maravilloso lugar (que por supuesto, no estaría de más), pero eso levantará una curiosidad muy sana y por el momento una imaginación importante de cómo aquellas pequeñas sociedades se trasladaban aquellos lugares que hoy siguen perdidos de todo, para vivir de una manera que habían escogido. Y es que eso sí era libertad y no la que nos venden hoy en día para ir a beber una cerveza en una terraza de un céntrico bar de una avenida plagada de vehículos haciendo ruido. Empápate de oxígeno que es gratis, de vistas amplias, de ausencia de sonidos y observa con calma tu alrededor.
Para que te hagas una idea, este fue el primer lugar al que fui en cuanto nos dejaron salir a la calle, después de la pandemia del Covid19. Cuando llegues allí, lo encenderás perfectamente.
El alzheimer es una enfermedad degenerativa que se desarrolla lentamente y que genera en un tipo de demencia que sobre todo afecta a la pérdida de memoria y otras habilidades cognitivas que afectan a la actividad diaria. Pero... ¿puede que exista el "alzheimer" generalizado en nuestra sociedad?, el cual haya sido el responsable de que lentamente en el tiempo y el trascurso de los últimos ochenta años, hayamos olvidado buena parte de nuestros orígenes, de nuestras facetas y habilidades peculiares que nos distinguía como sociedad.
Para unas pocas personas, cinco en especial y más concretamente, decidieron recobrar sus memorias para que aquello que los unía, fuera el motivo y razón, para que un proyecto más que ambicioso los llevara a recuperar no solo la memoria de sus orígenes, sino las del mismo lugar donde surgió su apellido. La mayoría de los seres humanos, pasamos por la vida pensando en dejar algún legado para el día de mañana por el cual se nos pueda recordar, pero no todos podemos ser artistas reconocidos y consagrados, porque nuestra pintura es horrible, aunque algunos de los más grandes artistas apenas llegaron a vender ni un solo cuadro en vida. ¿Y si nuestro mejor legado, es la propia historia?, tal vez eso es lo que pensaron estos cinco valientes uniendo sus esfuerzos en una asociación "UNPORTA", para sacar del olvido no solo a un apellido, sino también a un pueblo.
Tamayo es una pequeña localidad muy cerquita de Oña, apenas dos kilómetros de esta la separan, pero a pesar de ello, quedó despoblada hacia 1967, un proceso muy temprano en nuestro conocido abandono rural, ya que la gran mayoría de poblaciones empezó a sufrir los mayores descensos poblacionales a finales de los 70 y principios de los 80. Pero esta parecía ya ser una muerte anunciada para aquella población, desde bastantes décadas anteriores. Desde un movimiento de tierras enigmático que solo afectó aquel lugar, ni al resto del Valle de Caderechas, ni a la cercana Oña, que el mismo Pascual Madoz recogió en su edición de mapa estadístico de España, esta pudo ser una buena razón para buscarse un lugar más seguro donde seguir haciendo sus vidas, aun de esa manera, fueron elementos tan característicos del llamado progreso, los que remataron a esta localidad, como la falta de luz eléctrica, o la creación de la N232 por la otra orilla del río Oca, evitando el camino real que pasaba por esta localidad, lo que terminó por aislar a este lugar de las posibilidades de sobrevivir.
Durante décadas, el tiempo fue haciendo su labor y la ruina se fue apoderando del lugar, manteniendo en pie potentes muros de mampostería, de viviendas de hasta tres plantas, con sus balcones y entramados de vigas cruzadas que siguen siendo un elemento constructivo distintivo de todo el Valle de Caderechas, pero sobre todo de la cercana Poza de la Sal, pero "UNPORTA" sacudió su memoria del letargo, para fijarla en las paredes de una vivienda, que aunque inicialmente en ruinas, ahora se ha convertido en un nuevo museo de la provincia, un museo peculiar, el museo de un Apellido y sus gentes dispersas por todo el mundo, pero a la vez originarias de este pueblo.
El alzheimer colectivo es un problema actual, nuestra memoria es corta o a corto plazo, no está de más proponerse a empaparse un poco de lo que somos, de dónde venimos y que el destino de un lugar como Tamayo, puede ser un buen ejemplo para no olvidar que nuestro pueblo es importante y que no podemos dejarlo perder, esperando que varias generaciones después se acuerden de lo que fueron y de donde salieron.
-La visita al "Museo de la Memoria de Tamayo" se puede hacer en cualquier momento, ya que esta englobada en la rede de Museos Vivos.