LA REVOLUCIÓN CUBANA: GÉNESIS Y DEVENIR


Por Alberto Prieto Rozos

EL HISTORIADOR: REVISTA CUBANA DE HISTORIA Publicación científica y divulgativa

PUBLICACIÓN CUATRIMESTRAL DE LA UNIÓN DE HISTORIADORES DE CUBA

AÑO 10 – NO. 25 – ENERO - ABRIL – 2024 – TERCERA ÉPOCA

Los cien años de lucha del pueblo cubano por su independencia y revolución co­menzaron el 10 de octubre de 1868, con el grito emancipador de Carlos Manuel de Cés­pedes en el ingenio Demajagua de su plantación, donde liberó a los esclavos que poseía.

Casi al inicio de la Guerra de los Diez Años, el adolescente José Martí fue condenado a trabajar en las canteras —encadenado a un grillete—, de­bido a su manifiesta simpatía hacia el movimien­to emancipador insurrecto. Algo después, a cau­sa de su mala salud se le indultó para deportarlo a España y allí se graduó de universitario. Lue­go transitó por Francia rumbo a México, donde trabajó como periodista en El Socialista, órgano de difusión del gremio llamado Círculo Obrero. Dicha publicación distribuyó el Manifiesto Comu­nista, de Carlos Marx y Federico Engels, así como los estatutos de la Asociación Internacional de Trabajadores —también conocida como Prime­ra Internacional—, a la cual se afilió la referida organización sindical mexicana. En marzo de 1976, el Círculo Obrero celebró su primer con­greso general, en el que se conformó el Partido Socialista. Entre los representantes de países la­tinoamericanos asistentes a esa gran asamblea de asalariados descollaba el cubano Martí, quien poco después tuvo que abandonar México al ins­tituirse el tiránico “porfiriato”, animado por pre­ceptos positivistas.

José Martí regresó a Cuba tras el Pacto del Zanjón y se sumergió en labores conspirativas, en las cuales tanto se destacó que fue electo vicepre­sidente del Club Central Revolucionario en mar­zo de 1879. En dichas actividades comprendió que la Guerra de los Diez Años había sido llevada al traste por los errores y contradicciones del mo­vimiento independentista, que fueron repetidos por los auspiciadores de la llamada Guerra Chi­quita. El estallido de esta y su labor conspirativa motivaron que se deportara a Martí nuevamente, quien tras un complicado periplo desembarcó en Nueva York, donde ocupó la vicepresidencia inte­rina del Comité Revolucionario.

Años después acometió la colosal tarea de aglutinar a todas las fuerzas emancipadoras cu­banas en un movimiento político único. A esos efectos, logró la aprobación de las Bases y Estatu­tos secretos del Partido Revolucionario Cubano (PRC) en enero de 1892, para cuyo más elevado cargo, el de delegado, fue elegido. Dicha organización unía en sus filas una amalgama multiclasista compuesta por hombres lanzados fuera de su patria: comerciantes, asalariados, industriales, campesinos, profe­sionales, militares. Su base de apoyo principal era la clase obrera, lide­reada por los tabaqueros.

Este último grupo de cubanos emigrados se convirtió en el principal sostén de la futura independencia revolucionaria contra el poder colo­nial español, asociado con la oligarquía nativa y sectores burocráticos integrados por metropolitanos y desvergonzados criollos. En Cuba, casi paralelamente, la Junta Central de Artesanos del Círculo de Trabajado­res convocó al Congreso Regional Obrero de la Isla, que, a pesar del pre­dominio anarcosindicalista entre sus afiliados exigió la independencia, por lo cual las autoridades colonialistas lo clausuraron.

En febrero de 1895 estalló la guerra preparada por Martí, quien a los tres meses cayó en el combate de Dos Ríos. Su muerte no impidió el ini­cio de la invasión de Oriente al occidente por el Ejército Libertador, cuya vanguardia celebró el fin de ese año en las inmediaciones de la ciudad de La Habana. La intensidad de la lucha emancipadora, sin embargo, cobra­ba sus víctimas y muchos de sus prestigiosos jefes —como Antonio Maceo Grajales— cayeron unos tras otros, lo cual no dis­minuyó el batallar de los patriotas; el Generalísimo Máximo Gómez desgastaba a las tropas colonialis­tas con su campaña de La Reforma, mientras Ca­lixto García ocupaba importantes poblaciones en Oriente con ayuda de la artillería.

El conflicto independentista mantenía su inten­sidad, cuando en febrero de 1898, explotó miste­riosamente el acorazado norteamericano Maine en la bahía habanera. Entonces el ejército de Estados Unidos coordinó sus acciones con el destacado jefe de la región oriental y allá desembarcó sus tropas; apenas un mes después, la flota estadounidense hundió a la española en solo una hora. Aunque los insurrectos combatieron junto a los soldados norteamericanos en San Juan y El Caney, la alta oficialidad del cuerpo expedicionario yanqui impi­dió que Calixto García y los mambises entraran en Santiago.

El armisticio soslayó al Ejercito Libertador — al que se licenció— y después fue disuelto el PRC de Martí. Luego, con ausencia total de cubanos, se firmó un tratado de paz que traspasó las últi­mas colonias de España a Estados Unidos. Empe­zó así en Cuba un cuatrienio de total dominación militar por su vecino del norte, durante el cual los nuevos ocupantes se apropiaron de gran par­te de las riquezas en la Isla y, finalmente, le im­pusieron la espuria Enmienda Platt. Esta media­tizó la emergente república, pues cercenaba su independencia al permitir la reocupación de su territorio a voluntad del gobierno en Washing-ton. Los patriotas comprendieron entonces que, para alcanzar la verdadera emancipación, tenían que proseguir el combate revolucionario.

Las protestas contra la neocolonial Repúbli­ca liberal instituida, vincularon a veteranos del PRC fundado por Martí con los estudiantes, en­cabezados por Julio Antonio Mella. En 1923, ese carismático joven creó la Federación Estudiantil para luchar por la Reforma Universitaria y a los dos años, constituyó la sección cubana de la In­ternacional Comunista, que fungía como el par­tido revolucionario contra el mundo burgués.

En ese contexto, ocupó la presidencia Gerardo Machado Morales —general mambí—, quien im­puso un régimen tiránico. Para derrocarlo, Me­lla planteó formar un frente con un programa democrático de proyección nacional liberadora que agrupara a todas las fuerzas progresistas susceptibles de vencer la dictadura y promover las condicio­nes hacia el socialismo. Esta concepción difería de las nuevas directrices emanadas del VI Congreso de la Tercera Interna­cional en 1928, que orientaba desarrollar cualquier lucha según la táctica de “clase contra clase” y a la vez “bolchevi­zar los partidos”, para tomar el poder y constituir “soviets de obreros, campesinos y soldados”.

Cuba sufrió en América Latina la mayor secuela de la pro­fundísima crisis cíclica del capitalismo iniciada en 1929. A medida que sus consecuencias avanzaban, el primer Parti­do Comunista —fundado en 1925 por Mella y Carlos Bali­ño López, compañero de Martí en el PRC— se esforzó por organizar a las masas explotadas y llevarlas a la lucha. Bajo su dirección, se constituyó el Sindicato Nacional de Obreros de la Industria Azucarera en 1932, que al empezar la zafra del siguiente año desató un importantísimo movimiento huelguístico. Su éxito permitió que, al finalizar esa cosecha, dicha organización política llamara a la revolución bajo la hegemonía del proletariado, mediante el surgimiento de un “gobierno soviético (de obreros, campesinos y soldados)”.

Paralelamente Antonio Guiteras Holmes, relacionado con el Directorio Estudiantil Revolucionario (DEU) y partidario de acercarse al socialismo por sucesivas etapas preparatorias, fomentó una insurrección en distintas ciudades del país. Sin embargo, menos en San Luis, la acción armada fracasó.

El 5 de julio de 1933, los trabajadores de ómnibus urba­nos comenzaron una huelga que desató un proceso de para­lización económica por todo el país; a los doce días cerró el comercio de La Habana, Santiago y demás ciudades, luego los maestros se manifestaron en toda la República contra la rebaja de salarios y el atraso en sus pagos. Después protes­taron obreros, estudiantes y veteranos de la Guerra de Inde­pendencia.

La huelga política general, encabezada por la clase obrera bajo la conducción del comunista Rubén Martínez Villena, comenzó el 6 de agosto y, al día siguiente, una muchedumbre opositora fue disuelta al costo de 18 muertos y unos cien he­ridos. Cuatro días más tarde, para distanciarse del régimen que se desmoronaba, algunos batallones del Ejército se re­belaron, lo que indujo a Machado a renunciar y huir al ex­tranjero. Entonces las masas se lanzaron por toda la Isla a hacer justicia por su cuenta. Tres días duró la impresionante e incontrolable situación. Comenzaba la Revolución del 33.

El 4 de septiembre Fulgencio Batista Zaldívar encabezó una insubordinación de sargentos,1 que abrazó el programa revolucionario del DEU y dio vida a un gobierno colegiado pequeñoburgués: la Pentarquía,2 que elevó a coronel al nue­vo cacique militar, y a los seis días cedió el ejecutivo a una presidencia unipersonal detentada por Ramón Grau San Martín, cuyo secretario de Gobernación, Guerra y Marina era Antonio Guiteras Holmes.

Este joven de 26 años fue el impulsor de medidas radicales como el repudio a la Enmienda Platt; la Reforma Universi­taria, que otorgó plena autonomía al alto centro docente; la jornada laboral de ocho horas y otras medidas en beneficio de los trabajadores (retiros y seguros por accidentes); el voto femenino; tribunales para expropiar bienes malversados; re­bajas de las tarifas eléctricas y ulterior intervención guber­namental de la subsidiaria del monopolio estadounidense Electric Bond and Share.

Ante las disposiciones del nuevo régimen que surgía, los oficiales expulsados del ejército se atrincheraron en el ho­tel Nacional, donde intentaron establecer el estado mayor de la contrarrevolución. Entonces, el 2 de octubre, Guiteras ordenó a Batista que atacara con sus fuerzas el majestuoso edificio. A la vez, para dicha acción pidió la colaboración de combatientes civiles voluntarios, quienes en la batalla sufrie­ron cien muertos y doscientos heridos. Después Guiteras se empeñaría en constituir una fuerza armada revolucionaria reorganizando la marina de guerra; pero no pudo culminar su empeño. El 15 de enero de 1934, Batista conminó a Grau a dimitir y desde entonces se convirtió en el verdadero poder detrás de cualquiera que detentara el Ejecutivo; controlaba al ejército, que había reestructurado a su imagen y semejanza.

Los comunistas cubanos, aislados políticamente a causa de las directrices de la Komintern, participaron en la segun­da Conferencia de los partidos marxistas-leninistas de Amé­rica Latina, en octubre de ese año. En ese cónclave se deci­dió que, en nuestro subcontinente, la revolución socialista se hallaba precedida de la liberación nacional, por lo que se debía respaldar a las burguesías nacionales en su lucha por el poder, instituyendo conjuntamente frentes populares que derrotaran al imperialismo y a sus aliados internos agroex­portadores. Dicha novedosa concepción fue avalada por el VII Congreso de la Tercera Internacional, que también per­mitió a los partidos que la integraban cambiar sus nombres por “Vanguardias Populares o “Socialistas Populares”, con el propósito de no resaltar las diferencias filosófico-ideológicas con los creyentes de cualquier religión.

En Cuba, el reclamo principal de la población era la con­vocatoria a una Constituyente, cuyas sesiones, finalmente se iniciaron en 1940, con la participación de los comunistas. Es­tos respaldaron sus acápites más progresistas como la pros­cripción de los latifundios, lo cual afectaría los intereses de la poderosa burguesía azucarera y beneficiaría a la débil y emergente burguesía nacional. Luego, para los comicios pre­sidenciales se forjó una especie de coalición entre Batista y lo que se renombró Partido Socialista Popular (PSP). Debido a su triunfo en las urnas, los comunistas obtuvieron dos mi­nisterios (sin cartera) y bajo su conducción fortalecieron a los sindicatos. Durante ese cuatrienio, la economía cubana se benefició de las favorables consecuencias para la república de la Segunda Guerra Mundial; la zafra se duplicó y se mul­tiplicaron los pequeños y medianos negocios, cuyos dueños con frecuencia engrosaron las filas del llamado Partido Revo­lucionario Cubano (PRC-Auténtico) encabezado por Ramón Grau San Martín.

En 1944, Grau obtuvo una victoria electoral arrolladora. Una vez en el poder auspició a la burguesía industrial, au­mentó los salarios, creó Cajas de Retiro y Jubilaciones e inició alguna reforma agraria. Aunque rechazó la alianza propues­ta por el PSP, durante tres años el presidente mantuvo cierta colaboración con la Central de Trabajadores, cuya dirección hasta su V Congreso perteneció a los comunistas. También debilitó al máximo las fuerzas armadas —incluso las policia­les— forjadas por Batista; dio baja al 35 % de la oficialidad y relevó todas las cúpulas militares.

Grau fue sustituido por su ex primer ministro Carlos Prío Socarrás, quien tras ser elegido a la presidencia, intensificó la persecución a los comunistas y se hundió en la más comple­ta corrupción. Sin embargo, creó instituciones que deberían implementar algún proteccionismo, pues deseaba restringir determinadas preferencias al comercio con Estados Unidos para fortalecer a la burguesía nacional. Esto le generó cre­cientes dificultades con la sacarocracia criolla, así como con círculos de poder estadounidenses vinculados a la bolsa de Nueva York y con los hermanos Dulles, miembros del gobier­no en Washington.

En ese contexto, la ciudadanía se preparaba para acudir a las elecciones generales, que según todas las encuestas ganaría el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), escisión del PRC-Auténtico se había popularizado debido a su lema “Vergüenza contra dinero”, que atraía a muchos campesinos, obreros y pequeño-burgueses. Sin embargo, el 10 de marzo de 1952, ochenta días antes de los programados comicios, Fulgencio Batista dio un golpe de Estado militar, que obtuvo el respaldo de la burguesía agroexportadora azucarera y el reconocimiento —a los cinco días— de Estados Unidos.

El régimen de facto revirtió la política económica de su predecesor, mantuvo inalterable la estructura del comercio exterior, otorgó al poderoso vecino del norte el estatus de “nación más favorecida”, auspició la penetración en Cuba de los intereses pecuarios del Medio Oeste norteamericano y el programado surgimiento de la OEA, en una reunión de la Unión Panamericana a celebrarse en Colombia. Sin embar­go, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán frustró la clausura de la referida asamblea estudiantil, al originar una violentísima insurrección popular conocida como El Bogotazo. En dicho estallido espontáneo, Fidel tuvo una actitud decidida, conse­cuente y desinteresada, dispuesto a morir en el anonimato, muy impresionado por la valentía de un pueblo rebelde, pero sin educación política ni dirigentes capaces.

Tras regresar a Cuba, poco después, Fidel se graduó en la Universidad y desde el Partido Ortodoxo se dedicó a la polí­tica y a ejercer su profesión. También se destacó por encabe­zar la mayor manifestación opositora frente a la embajada de Estados Unidos, la cual tuvo lugar a causa de la afrenta que los marines estadounidenses perpetraron al monumento de José Martí, en el Parque Central de la capital.

A las dos semanas del golpe militar de Batista, Fidel acusó al dictador ante un tribunal, pero sin consecuencia legal o práctica alguna. Entonces decidió nuclear grupos combati­vos de avanzada, que participaran en el embate general de toda la oposición contra el tirano; pero al cabo de un año se convenció de que los partidos tradicionales eran incapaces de acometer una verdadera lucha contra el tirano.

Concluyó entonces un plan según el cual los revolucio­narios aglutinados a su alrededor en la llamada Generación del Centenario del Apóstol atacarían en Santiago el cuartel la tiranía desató prácticas terroristas contra los opositores urbanos; pero en los campos, la insurrección se fortalecía, sobre todo desde principios de 1958, cuando Raúl Castro Ruz creó el Segundo Frente Oriental Frank País y Juan Al­meida abrió el Tercer Frente Mario Muñoz. Luego del fracaso de la llamada ofensiva de verano del ejército batistiano, la contraofensiva rebelde se intensificó, lo que indujo a Fidel a estructurar un amplio Frente Cívico en el que se nuclearían todos los opositores —fuesen militares, obreros, estudian­tes, profesionales, empresarios— para coordinar actividades contra la dictadura. Esa conjunción de fuerzas permitió que el Ejército Rebelde ocupara numerosas ciudades en Oriente y dejara aislado Camagüey. Mientras, en Las Villas, con la toma por el Che de la estratégica Santa Clara, la Isla quedó cortada a la mitad. Simultáneamente Fidel proclamó la huelga gene­ral revolucionaria y avanzó hasta la capital oriental, donde exclamó: “Esta vez los mambises sí entrarán en Santiago”.

Luego de tomar el poder el primero de enero de 1959, Fi­del llamó a sustituir las viejas estructuras por otras nuevas en un conjunto de etapas evolutivas, en las que se elimina­rían los negocios de los imperialistas y sus aliados internos, en nombre de los intereses generales de la sociedad. Al prin­cipio se estructuró un gabinete gubernamental, en el que se evidenciaba las oportunidades que se les brindaban a los re­presentantes de la burguesía nacional. Sin embargo, antes de que finalizara ese año, dichos individuos renunciaron a sus elevados cargos y huyeron al extranjero, siguiendo el rumbo iniciado por batistianos y oligarcas.

En definitiva, el proceso revolucionario intervino las pro­piedades malversadas por los gobernantes precedentes, re­bajó los alquileres para luego entregar la propiedad de los domicilios a sus inquilinos, nacionalizó los bancos y demás compañías extranjeras, estatizó 400 grandes empresas per­tenecientes a ricos criollos. Además, dictó una ley de refor­ma agraria que entregó la tierra a precaristas y aparceros estimulados a integrarse en cooperativas; pero convirtió en granjas estatales las plantaciones y latifundios ganaderos que funcionaban con peones asalariados o jornaleros agrí­colas. Después se convirtieron los cuarteles en escuelas, se fundaron milicias —de obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales—, se constituyeron en los barrios los Comités de Defensa de la Revolución, y se creó un Buró de Coordina­ción de Actividades Revolucionarias encargado de integrar al Movimiento 26 de Julio con el estudiantil Directorio Revolu­cionario y el proletario PSP.

Ese conjunto de medidas modificó el derecho y, conse­cuentemente, las formas de propiedad, el sistema económico y las relaciones sociales, a lo cual se añadió la transforma­ción cultural de la sociedad que se inició mediante una im­presionante Campaña de Alfabetización. El clímax se alcanzó en abril de 1961, al proclamar Fidel el carácter socialista del proceso en el emotivo entierro de las víctimas del bombardeo mercenario, realizado en vísperas de la derrotada invasión de la CIA por Playa Girón. Se evidenció entonces la meta­morfosis ocurrida en la moral o ideología ciudadana, pues los cambios realizados en el país habían sido históricamente deseados por la población. Por ello, Fidel logró que la rebel­día deviniese en Revolución.

La derrota imperialista en la bahía de Cochinos indujo al Gobierno estadounidense a gestionar la expulsión de Cuba de la OEA, como paso preparatorio para una posible inva­sión militar directa contra la Isla. Informado Fidel de esos propósitos, se llevó a cabo el acuerdo defensivo cubano-so­viético de instalar cohetes nucleares en Cuba, pero aviones espía norteamericanos los detectaron y en octubre de 1962, se produjo una seria amenaza de guerra atómica. Entonces la antigua Unión Soviética y Estados Unidos iniciaron nego­ciaciones sin la participación de Cuba, razón por la que Fidel bramó de ira; no estaba dispuesto a que se repitiera la histo­ria de 1898.

En América Latina, luego del triunfo de la Revolución Cubana, muchos se lanzaron al combate guerrillero rural para acabar la opresión. Entonces Fidel emitió la trascen­dental segunda Declaración de La Habana, que puso en crisis los acuerdos del VII Congreso de la Tercera Internacional sobre los Frentes Populares; el texto planteaba, que el mo­vimiento de liberación latinoamericano sería indetenible si los mejores revolucionarios vertebraban los esfuerzos de obreros, campesinos, intelectuales, pequeñoburgueses y capas progresistas de la burguesía nacional, sin prejuicios ni divisiones o sectarismos.

Después, Cuba socialista convocó a la tercera Conferencia de los Partidos Comunistas, en 1964, que trazó una sinuo­sa línea conciliatoria entre detractores y proclives a la lucha guerrillera. Con el apoyo de estos últimos, a los tres años se celebró en La Habana la Conferencia de Solidaridad de Amé­rica Latina (OLAS), engrosada ahora con los partidarios de los combates urbanos. Simultáneamente, en Bolivia, inter­nacionalistas cubanos y comunistas bolivianos encabezados por Ernesto Guevara, guerreaban contra tropas guberna­mentales. Estas, en la Quebrada del Yuro, hirieron y captura­ron al Che. Luego, el 9 de octubre de 1967, lo asesinaron en el pueblo de La Higuera.

En medio de los ánimos caldeados de la población cubana por la noticia de la muerte del Guerrillero Heroico, el 13 de marzo de 1968, se anunció la ofensiva revolucionaria, que en las ciudades y campos extirpó todos los negocios privados; solo pervivieron las pequeñas fincas campesinas. Esto provocó la primacía absoluta de la propiedad socialista sobre los me­dios de producción. Al mismo tiempo, Fidel llamó a desarro­llar una colosal batalla para llegar a la total autonomía econó­mica de Cuba, mediante una gigantesca producción azucarera ascendente a 10 millones de toneladas. Todo el país se puso en función de ese objetivo y voluntariamente se convirtió en un hervidero laboral. Sin embargo, no obstante llegar a unos impresionantes 8 millones y medio —cuantía jamás alcanza­da—, la difícil meta establecida para la zafra de 1970, no se logró. Fidel entonces convocó al pueblo a una profunda re­flexión y se decidió alterar el funcionamiento de la sociedad.

En lo adelante, las instituciones tendrían mayor importan­cia, se emitiría una Constitución socialista, surgiría el Poder Popular desde los municipios hasta el Parlamento nacional, se celebrarían comicios, cuya originalidad estribaría en que el nuevo Partido Comunista —surgido de la integración de las tres organi­zaciones precedentes: MR-26-7, DR, PSP— no postularía candidatos; estos serían propuestos por la ciu­dadanía en asambleas de barrio y tendrían que ser escogidos con más de la mitad de los votos en primera o segunda rondas electorales.

Los cubanos impulsaban con en­tusiasmo la nueva etapa de la Revo­lución cuando la recién independi­zada Angola —11 de noviembre de 1975— fue invadida por las tropas de la Sudáfrica del apartheid. El presidente angola­no pidió ayuda a Fidel, quien le envió voluntarios internacio­nalistas. Estos, poco después, también colaboraron en derro­tar la agresión a la novel República de Etiopía. Al cabo de una década, los sudafricanos reiteraron sus ataques y acorralaron a las mejores tropas angolanas en Cuito Cuanavale.

Entonces el contingente cubano fue reforzado con comba­tientes y armamento sofisticado.

Cuatro meses duró la férrea defensa, hasta que Fidel —desde su puesto de mando en Cuba— ordenó una ofen­siva relámpago con tanques, infantería, aviones y artillería. El impetuoso avance resultó indetenible para los sudafrica­nos, quienes solicitaron negociar ante el peligro de que los combates llegaran a su propia frontera. Por ello, el 22 de di­ciembre de 1988, Sudáfrica firmó los Acuerdos de Paz que además reconocían la independencia de Namibia y de hecho condenaban a muerte al régimen del apartheid.

En otras partes del mundo los acontecimientos no se perfi­laban bien; desaparecían los países socialistas europeos y em­pezaba a desintegrarse la Unión Soviética, con la cual Cuba realizaba dos tercios de sus intercambios mercantiles. A ello se unió el recrudecimiento del despiadado bloqueo —econó­mico, financiero y comercial— impuesto a Cuba por Estados Unidos desde 1960, cuyo Congreso con posterioridad emitió leyes extraterritoriales —Helms-Burton— que han provoca­do en la pequeña república antillana una situación dificilísi­ma, con una caída del PIB del 36 % en solo tres años.

Fidel adoptó entonces un programa de emergencia eco­nómica denominado periodo especial, que metamorfoseó la forma de gestionar la propiedad de las granjas estatales, transformadas en Unidades Básicas de Producción Coopera­tiva; entregó tierras ociosas a miles de familias para su autoa­bastecimiento, cuyos excedentes podían ser vendidos en los nuevos mercados agropecuarios. Y basado en la experiencia del cuarto de siglo transcurrido desde la ofensiva revolucio­naria, decidió que los pequeños comercios o el trabajo por cuenta propia no eran en modo alguno irreconciliables con una sociedad socialista. Todo lo contrario, la podían hacer más eficiente y contribuir a su desarrollo.

En virtud de ello se reactivó el trabajo por cuenta propia, lo que legitimó la actividad privada en esferas como la pro­ducción mecánica y los servicios; aprobó una Ley para la In­versión Extranjera que permitiera que los capitales foráneos pudieran hacer negocios en el país; auspició el turismo inter­nacional para convertirlo en motor del desarrollo nacional. Ese conjunto de medidas reactivó la economía y la reinsertó en el globalizado mercado mundial; pero afectó los niveles de equidad alcanzados previamente por la Revolución.

Una grave e inesperada enfermedad, a mediados del 2006, indujo a Fidel a separarse de la jefatura del Partido así como de la presidencia de los Consejos de Estado y de Mi­nistros. Para dichos cargos fue designado su hermano, hasta entonces ministro de las prestigiosas Fuerzas Armadas Re­volucionarias y siempre considerado por la población como su posible relevo. El general Raúl Castro, ya presidente, hizo evidente la necesidad de actualizar el modelo económico del país; tenía el objetivo de superar por completo las secuelas de la desaparición del campo socialista europeo. Por ello en el año 2011, previa consulta popular, en el 6.o Congreso del Par­tido Comunista se decidió impulsar un programa que incluía disminuir y reorganizar estructuras y funciones del Estado, del Gobierno y del Partido.

Además, dando continuidad a las transformaciones inicia­das por Fidel, se brindó mayor apertura al trabajo por cuenta propia y a la microempresa, y se autorizaron las cooperativas de “segundo grado” dedicadas a proveer servicios y activi­dades de comercialización. También se otorgó autonomía a las empresas estatales y se creó la Contraloría General para supervisar gastos y luchar contra la corrupción. Asimismo se concedió mayor poder a las Asambleas Provinciales y Munici­pales, que engendrarían sus respectivos gobiernos. Al mismo tiempo, se limitó a dos quinquenios el periodo para ejercer cargos estatales y partidistas.

El colofón de dichas medidas fue el proceso que desem­bocó en la Constitución de 2019, aprobada por referendo. Dicho texto estableció que “Cuba es un Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y sobe­rano”. La nueva carta magna reconoció distintas formas de propiedad: “socialista de todo el pueblo; cooperativa; de las organizaciones políticas, de masas y sociales; privada sobre determinados medios de producción; mixta y personal”. La nueva Constitución reconoce, respeta y garantiza a todas las personas la libertad de pensamiento, conciencia y expresión. De esa forma se pretende garantizar un socialismo próspero y sostenible, que facilite el bienestar de todos los cubanos.

1 El iniciador de la conspiración entre las clases y soldados del ejército había sido el sargento mayor Pablo Rodríguez Silverio, en unión del sar­gento primero José Eleuterio Pedraza y el sargento Manuel López Mi­goya. Después se sumaría el sargento taquígrafo Fulgencio Batista.

2 Antes de la Pentarquía, el general Alberto Herrera Franchi (12-13 de agosto de 1933) y Carlos Manuel de Céspedes Quesada (13 de agosto-5 de septiembre de 1933) fueron presidentes provisionales.