Montoya Cruces, Kevin Helpy
Barro Pensativo. CEIHCS
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En un lugar alejado de la esperanza y muy cerca de la realidad, yace un hombre que camina, agotado por el viento, el sol y la arena. Sabino Condori, un hombre fuerte, entrenado para la guerra, quien desertó de su ejército por oponerse a asesinar niños y violar mujeres.
La Plata fue un lugar envidiado por los tesoros que escondía en su subsuelo y los potajes que se servían en sus campos verdes y floreados. Cuando Sabino Condori sintió a lo lejos el embriagante olor a hierba fresca y divisó caballos galopando por la llanura, pensó: ¿es acaso un sueño? Estoy salvado, después de tanto caminar, creí que moriría. Este hombre corrió presuroso hasta llegar a un pequeño riachuelo, donde el agua destellaba y se observaban peces danzantes entre la corriente. No hay esperanza más satisfactoria que aquella que no queda en simple ilusión.
Después de satisfacer su sed, Sabino caminó hacia donde el bullicio alborotaba a las campantes palomas, encontrando así un pequeño pueblo que vacilaba entre la inocencia y picardía. Le tomó unos cuantos segundos captar la atención de los ciudadanos, quienes curiosamente se acercaron y le dijeron que él no pertenecía a La Plata, pues nunca lo habían observado.
Nuestro correcto amigo les comentó que había caminado bastante, que pasó noches frías y días sofocantes escapando del ejército de Eretz, quienes estaban participando en una guerra en busca de la paz y para ello tenían la orden de matar a todo aquel que no hiciera caso de lo establecido por el gobierno central.
Los hombres que lo escucharon dieron vuelta y rieron sarcásticamente, expresando su desacuerdo dijeron: ¿guerra para la paz? Solo a un loco se le ocurriría semejante desfachatez. Sabino observaba y caminaba por las calles buscando un lugar donde obtener un poco de comida, el estómago le crujía, el hambre lo apuraba, porque cuando el hambre llega, el cerebro se va.
Encontró una pequeña taberna, donde le ofrecieron pan, leche y unos cuantos huevos, no hubo mejor manjar. Luego de saciarse, escuchó a los clientes conversar, le extrañó bastante que luzcan tan preocupados, pues, todo parecía tranquilo. La Plata pronto será parte del desierto decía un hombre, rascándose el bigote y sobándose el estómago, otro contestaba que por lo menos tendrían dinero para poder viajar y encontrar un lugar mejor.
Sabino se preguntó a sí mismo: ¿Por qué un lugar tan hermoso se convertiría en un desierto y por qué querer irse del pueblo? Nuestro amigo se entrometió en la conversación y preguntó sus dudas, los hombres le comentaron que hace poco el Rey de la comarca había fallecido y su hijo había asumido la corona. Este nuevo rey quería explotar todos los minerales que La Plata tenía un su subsuelo y que además había elevado los impuestos a todos los ciudadanos.
No era extraño que un rey quiera acumular riquezas, pero, sí era extraño que un pueblo no quiera defenderse de la tiranía, Sabino les dijo: y… ¿por qué no se rebelan? Los hombres dijeron: nosotros somos trabajadores del campo, criamos vacas, borregos, sembramos y cosechamos, no sabemos utilizar armas y además tenemos pocas. Sabino se ofreció a enseñarles y a ayudarlos, con la condición de que le den comida y cobijo.
Así fue como al día siguiente se convocó a una reunión de todos los ciudadanos, con el fin de que todos estén de acuerdo en defender su tierra y aceptar a Sabino como su flamante estratega, todos los ciudadanos creyeron que era una buena idea.
Se prepararon tácticamente alrededor de dos meses, prepararon nuevas armas y aprendieron a usarlas, estaban listos para la batalla. Se corrió la voz de que el nuevo rey ya estaba empezando a destruir los campos verdes de La Plata, que sacaban metales brillosos a montones y necesitaban manos que ayuden a trabajar, se les iba a otorgar un buen pago si trabajaban rápido, algunos hombres acudieron al llamado, pero jamás volvieron.
En cierta noche los pobladores se reunieron, Sabino les dijo que era momento de alzarse en pie de lucha, que debían proteger su tierra. Los hombres coreaban la palabra ¡tierra! De pronto un hombre dijo: este mes ingresamos a invierno y no tenemos reservas de grano para los hombres y paja para las bestias. Los pobladores susurraron y aseveraban la certeza de la afirmación anterior, entonces acordaron trabajar ese mes, en la reunión de reservas.
Pasó el mes, el rey seguía pidiendo trabajadores para la mina de metales preciosos, algunos hombres decidían ir porque ya no sabían que hacer, lo raro era que jamás volvían, como si la tierra cobrase venganza por las heridas causadas en su seno. Sabino indicó a los pobladores que ya habían conseguido las reservas suficientes para pasar el invierno, que era momento de ir y pelear por su tierra, entre la multitud un joven dijo que los vasallos del rey eran demasiados, que ellos eran muy pocos, acordaron que acudirían a los pueblos vecinos para pedir ayuda.
Para suerte de estos hombres, los pueblos vecinos aceptaron apoyar, pues, compartían la idea de que el rey era un tirano y que solo le interesaban los metales obtenidos de lo profundo del subsuelo. Sabino creía que era el momento de ir a batalla, a defender la tierra; cuando se reunieron todos los hombres, algunos estaban temerosos, rápidamente Sabino intentó subirles la moral, les dijo: la tierra es nuestra y debemos hacerla respetar, este rey es un tirano y no la respeta, luchemos por ella, luego, señalando a un niño de unos diez años le dijo ¿acaso tú no quisieras ser rey y cuidar de nuestra tierra cuando crezcas?
El niño rápidamente respondió: no, yo no puedo ser rey, yo no tengo la sangre real. Los pobladores empezaron a susurrar y decían que la afirmación del niño era correcta, que ellos solo eran plebeyos, que no podían apuntar tan alto. Como si sus mentes estuviesen atadas a sentirse inferiores por siempre.
Se armó un gran alboroto, luego todos volvieron a sus casas, dejaron de lado la idea de defender la tierra, poco a poco todos fueron a trabajar en la mina de metales preciosos, los hombres morían, los campos se secaban, los animales enfermaban, el agua se volvió roja y no apta para el consumo, La Plata se fue volviendo un lugar desértico, con fuertes vientos y un sol abrazador.
Después de todo lo que sucedió, Sabino Condori había desarrollado un fuerte sentimiento de amor a la tierra que lo acogió, que le dio comida y cobijo, Sabino Condori fue el único del pueblo que se quedó protegiendo la tierra. Pasó el tiempo y Sabino Condori camina agotado por el viento, el sol y la arena, recordando lo que un día fue La Plata, de pronto se escucha un fuerte sonido en el viento, luego, Sabino Condori cae irremediablemente al suelo con los brazos extendidos como quien quiere abrazar a su madre.