Tres virtudes teologales adaptadas a un espacio determinado por el tiempo, representando experiencias personales, tanto internas como externas, heredadas y adquiridas. Tres ambientaciones tangibles aunadas a lo sobrenatural, por ese deseo intenso de alcanzar lo aparentemente inalcanzable. Situaciones concretas porque han vivido en espíritu, mente y carne desde la prehistoria hasta este presente multifacético, sensiblemente elaborado como lo hicieron mis primeros padres en el arte rupestre sencillo y sin pretensiones y tan antiguo como la fuerza espiritual de la Fe que me hace creer en lo invisible, como en Dios que es Amor.
A veces no entiendo el Amor de Dios cuando su ira divina permite un terremoto desatándose el caos, la angustia, la soledad; hechos dramáticos que en 1985 me motivaron a pintar tres obras: el asombro del Primer Día, junto con el dolor y la confusión que efectuaron la acción de rescatar la vida preciada por El Topo. Urge Curar las Heridas que no se Ven, es la tercera obra, ya que no sólo existía la catástrofe física sino también la moral y la espiritual. Las noticias gritaban la recuperación de los cuerpos y de las almas tan destruidas como las moles de concreto hechas polvo. Quizás si no hubiera habido este desastre, tampoco hubiera surgido la Esperanza que no merma la importancia de las tareas temporales y da motivos para la unión, la reconstrucción y el renacer, esperando los bienes futuros.
Dice San Pablo que la mayor de las virtudes es la Claridad. De qué se sirve tener todo el conocimiento heredado desde épocas remotas, vivir, se nada soy. Sin Dios no podría disfrutar de la creación ni a los niños ni a los dientes, ni siquiera del impulso para realizar esta presentación de tres aspectos diferentes en un solo sentir.