Este animal mitológico era un caballo que tenía la posibilidad de volar, a pesar de que cuando lo hacía movía sus patas como si fuese galopando en el aire. Se lo describe con la forma, el tamaño y la elegancia de un caballo árabe, de color blanco deslumbrante, con largas crines y cola y con la particularidad de dos enormes alas emplumadas.
Si bien su carácter era dócil, era un equino salvaje muy difícil de montar y tenía la facultad de percibir las intenciones buenas o malas de quienes se le acercaban. Según la leyenda, nació del chorro de sangre que brotó de la garganta de la gorgona Medusa cuando Perseo le cortó la cabeza. Muchos intentaron domar y montar al salvaje Pegaso, pero todos fracasaron.
Finalmente quien lo logró fue Belerofonte gracias a una brida mágica que le entregara la diosa Atenea. Fue montando al brioso equino alado que Belerofonte logró las proezas de acabar con la temible Quimera y de vencer él solo a las Amazonas (las mujeres guerreras). Estos logros hicieron sentir al héroe que estaba a la altura de los dioses y pretendió galopar con Pegaso hasta el Olimpo para unírseles, pero el animal percibiendo sus intenciones lo derribo en pleno vuelo.
Por esta acción Pegaso fue premiado por el dios supremo Zeus, quien no solo lo tomó como su montura, sino que lo alojó en los establos reales del Olimpo, le otorgó el rayo el trueno como símbolos de su poder y finalmente lo inmortalizó convirtiéndolo en una constelación en el cielo. Otro caballo alado similar a Pegaso se encuentra reflejado en el Corán (el libro sagrado del Islam) y es el Buraq, que llevaba a Mahoma en sus viajes a los cielos, travesías conocidas como Isra y Mi'raj.
© Raúl Avellaneda
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