Este animal mitológico era representado originalmente como un caballo con un cuerno en la cabeza, patas de antílope, barba de chivo y cola de león; aunque con el tiempo su figura fue virando a la que hoy lo representa: un hermoso corcel siempre joven, generalmente blanco, el cual no difiere de cualquier otro equino a no ser por un gran cuerno en espiral en medio de su frente, además de un par de ojos de un llamativo azul intenso.
Se creía que eran inmortales, pero posiblemente sea el hecho de que su vida media era superior a los 1.000 años lo que hiciese pensar esto. Su longevidad es debida a la magia de su cuerno, que les hace tener siempre un aspecto juvenil y brioso.
Entre sus atributos estaba la inmunidad ante hechizos y conjuros y sobre todo la capacidad para detectar el veneno. Su saliva era curativa y podía sanar lastimaduras con solo pasar su lengua por ellas. También tenía fama de ser muy fuerte y de poder enfrentarse y vencer a animales mucho más grandes y poderosos que él, incluso ante leones y elefantes.
Era un animal dócil, puro, muy espiritual, intuitivo y con una inteligencia comparable a la de los seres humanos. Era muy solitario y tenía poco contacto con los humanos y solamente se relacionaba con doncellas, las únicas que podían montarlo y con quienes adquiría un lazo tan fuerte que lo llevaba a defenderlas y protegerlas hasta con su vida.
Este animal mítico fue protagonista de numerosas leyendas e historias, incluso es nombrado en el libro bíblico de Job y sin dudas se ubica entre las criaturas mitológicas más conocidas y queridas.
© Raúl Avellaneda
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