Este ser mitológico era un ave del tamaño de un águila, con fuertes pico y garras. Su plumaje era de color rojo, anaranjado y amarillo incandescente y tenía la virtud de poseer lágrimas curativas. Se caracterizaba por consumirse en el fuego cada quinientos años para luego resurgir de entre sus propias cenizas.
Cuando llegaba el momento de su inmolación, hacía un nido de hierbas aromáticas y especias, donde ponía un único huevo que empollaba por el término de tres días, tras lo cual ardía en las llamas, consumiéndose por completo convirtiéndose en cenizas para después resurgír del huevo la misma Ave Fénix eterna.
En el Oriente Medio, Egipto y posteriormente Grecia fue un símbolo de fuerza e inmortalidad, pero sobre todo de purificación, así como de renacimiento y renovación, tanto física como espiritual.
© Raúl Avellaneda