Contexto histórico y cultural del siglo XX

  1. EL MUNDO OCCIDENTAL DEL SIGLO XX

La llamada «aceleración de la historia» da al siglo XX un ritmo vertiginoso en el que se suceden las guerras, se modifican los mapas, se producen fuertes convulsiones sociales, junto a la ebullición de ideologías, el desarrollo fulgurante de las ciencias y de las técnicas, la rápida sucesión de «ismos» artísticos y literarios... Atendamos a las vicisitudes sociales e ideológicas, (ligadas al acontecer político), distinguiendo cuatro etapas:

1.1 Hasta la primera guerra mundial

Los años que median entre 1895 y 1914 son una encrucijada para el mundo. Por un lado, es una época de expansión económica: «segunda revolución industrial», «gran capitalismo», afianzamiento de los grandes imperios coloniales...


En consecuencia, la burguesía vive una etapa de esplendor (su belle époque). Frente a ella, las masas obreras, cada vez más extensas y organizadas, luchan por mejoras y cambios sociales.


Ello se traduce, en el plano ideológico, por un enfrentamiento creciente entre los credos liberales y los socialistas. Y en ese marco se situará igualmente el malestar de ciertos intelectuales.


La guerra del 14 cerrará esta etapa. De ella saldrá Europa profundamente transformada y, a la vez, debilitada. La hegemonía mundial pasa a Estados Unidos y al Japón. Y en Rusia se ha producido la revolución comunista (1917). En adelante, la oposición de fuerzas en el mundo será de nuevas dimensiones. Comienza realmente una nueva etapa de la historia contemporánea.

1.2 El período de entreguerras

Pasado 1920 se produce una recuperación y hasta cierta euforia: son los happy twenties, «los felices años 20». Pero las tensiones sociales e ideológicas están lejos de aliviarse. El comunismo se endurece con Stalin. Enfrente surge el fascismo italiano (1922: Musolini en el poder). Se habla de un debilitamiento de la democracia liberal. Y el crack de 1929 denuncia una honda crisis del sistema capitalista. Sucederán los dark thirties, «los sombríos años 30».


En este clima, Hitler y el nazismo toman el poder en Alemania (1933). En cambio, en Francia se implantará el Frente popular (1936). Se llega así al ápice de los enfrentamientos ideológicos que estallarán con la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).


1.3 De 1945 a 1968

Siguen años angustiosos para una Europa desgarrada: nada más explicable que la angustia existencial que luego estudiaremos. El Occidente europeo se halla aprisionado entre dos grandes bloques: los EE.UU. y la Europa comunista. Los dos grandes sistemas rivales capitalismo y socialismo se encarnan ahora en dos gigantes. Y son los años de la guerra fría.

La recuperación europea se iniciará, en parte, gracias a la ayuda de Norteamérica, cuya influencia ha ido en aumento pese a los esfuerzos por robustecer la conciencia europea y su unidad económica (Consejo de Europa, 1949; Mercado Común, 1957...).

En lo ideológico, los enfrentamientos se suavizan a partir de 1960 («coexistencia pacífica»). El comunismo ruso irá adoptando posiciones menos combativas. Y los partidos socialistas occidentales moderan también sus posiciones y derivan hacia la social-democracia.

Paralelamente, en lo social, Europa accede a un Neocapitalismo y una nueva consolidación de la burguesía, a costa, sin embargo de concesiones a los obreros (mejoras salariales, seguridad social, etcétera). Y se desemboca, en fin, en la sociedad de consumo.

1.4 Del 68 a 2000

Pero el progreso material irá acompañado de servidumbres causantes de un nuevo malestar: los impulsos a consumir más (publicidad) llevan también a trabajar más (pluriempleo); se degrada la calidad de vida (masificación, agobios, contaminación...). Como respuesta, surgen nuevos movimientos revolucionarios que aspiran a un cambio radical (así, en mayo del 68 en Francia). O significativos movimientos «contraculturales» y «marginales» (desde los hippies, punkies...).


En los años 70, el problema energético desencadena una nueva crisis (recesión, paro...) que sólo se irá superando en los años 80. Curiosamente, ello va acompañado por un neo-liberalismo y hasta un neo-conservadurismo. O un desencanto de sectores antes combativos. El llamado espíritu posmoderno muestra su escepticismo ante las pretensiones de explicar y organizar racionalmente el mundo, su desconfianza ante las «utopías» políticas y su incierta visión del futuro, porque, como dice Octavio Paz, «el siglo xx es, en cierta medida, la historia de utopías que acaban en campos de concentración» .


Pero la historia sigue y 1990 marca un excepcional hito histórico. Las transformaciones en los países del Este, la reunificación de Alemania, la consolidación de la Unión Europea y los acuerdos sobre el desarme abren horizontes de esperanza. Pero el conflicto del Golfo Pérsico, la guerra de Yugoslavia, el terrorismo islámico (Ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, atentados de Madrid y Londres), la guerra de Afganistan e Irak, el escaso poder de la ONU para solucionar pacíficamente estos problemas, la degradación ecológica y los cambios climáticos producidos por la industria de los países ricos, la persistencia de la miseria en gran parte del planeta y las oleadas migratorias hacia el primer mundo etc.., ponen, en esos horizontes, la marca de la tragedia.

  1. MARCO HISTÓRICO DE ESPAÑA EN EL SIGLO XX

Graves crisis y hondos enfrentamientos ideológicos —en parte heredados del siglo XIX— componen el marco en que se desarrollará la creación literaria. Hagamos un repaso previo de las grandes etapas por las que pasa la España del siglo XX, antes de ver la evolución de nuestra literatura.

2.1 De principios de siglo a 1923

Dos grandes convulsiones sociales jalonan este período: la Semana trágica de Barcelona (1909) y la huelga general de 1917. Las consecuencias de esta última son decisivas: acaba el régimen de partidos turnantes y acceden nuevas fuerzas al primer término de la escena política.

Mientras tanto, la Guerra Europea del 14-18 ahonda el foso ideológico entre los españoles: los progresistas son «aliadófilos» y los conservadores, «germanófilos». Además, la neutralidad aumenta, curiosamente, las desigualdades sociales: enriquece a los industriales (proveedores de los contendientes) y empeora la condición de las clases bajas, víctimas de un gran aumento de los precios.

Tras la Guerra Europea, la situación española se agrava: recesión económica, agitación campesina y obrera. La crisis llega a ser total. Y a ello se añaden los reveses de la guerra de Marruecos (Desastre de Annual, 1921), nuevo motivo de malestar, especialmente entre los militares.

2.2 De la Dictadura a la guerra Civil (1923-1939)

Ante la gravedad de la situación, el general Primo de Rivera implanta la Dictadura, por concesión del rey. Pero, aparte victorias en Marruecos y el restablecimiento del orden público, poco pudo resolver. Los problemas de fondo siguieron pendientes. La oposición creciente de las clases medias y de los intelectuales, y una nueva crisis (consecuencia de la depresión mundial de 1929) llevaron a la dimisión de Primo en enero de 1930.

La misma monarquía ha quedado debilitada. La oposición republicana se une y, en 1931, triunfa en las elecciones municipales en las grandes ciudades. El rey, deseando evitar enfrentamientos, deja el trono. Y el 14 de abril se proclama la Segunda República. Era el triunfo de las clases medias, transitoriamente aliadas con los sectores obreros, frente a la vieja oligarquía.

Pierre Vilar ha dicho: «La Dictadura había gobernado sin transformar; la República intentará transformar y gobernará difícilmente.» El nuevo régimen surgía en medio de una grave crisis mundial y de fuertes enfrentamientos en el seno del país que acabarán haciendo inútiles los esfuerzos. Así, a una primera etapa de ambiciosas reformas (1931-1933) sucede un bienio contrarreformador que ha de reprimir fuertes movimientos revolucionarios (Asturias, octubre del 34). Las masas populares desbordan a los gobernantes, y en febrero del 36 se constituye el Frente Popular. El comunismo ha adquirido una fuerza notable; y ha surgido, con la Falange (1933), un movimiento inspirado en el fascismo.

España es un volcán que estalla el 18 de julio de 1936. La Guerra Civil (1936-1939) es el máximo enfrentamiento de los bloques sociales e ideológicos que hemos visto en tensión durante la historia precedente. La victoria será de los sectores conservadores y de la ideología tradicional.

2.3 La «era de Franco» (1939-1975)

Los primeros años de la nueva —y mucho más férrea— dictadura están marcados por el hambre, el aislamiento internacional, los odios, las represiones, el «partido único», la censura severísima... Durante los años 50, se inicia una tímida liberalización (que aprovecharán los escritores) y una apertura hacia el exterior (entrada en la ONU, 1955). Se producen los primeros movimientos universitarios y obreros. Y los problemas económicos imponen en 1959 un Plan de Estabilización, cuyas primeras consecuencias son el paro y la emigración masiva.


Los años 60 son los del desarrollo, que situará a España, por fin, en la Europa industrial. El auge del turismo incide notablemente en la economía, en las costumbres, en las mentalidades. A la vez, crece la oposición al régimen, incluso desde sectores católicos (influencia del Concilio Vaticano II).


Y llegan los años finales del franquismo. Cada vez es más patente el desfase entre la modernización del país y su régimen político. Y se han ampliado los sectores sociales que alimentan la oposición, cuyos partidos y organizaciones sindicales son cada vez menos «clandestinos». Tal es el panorama cuando muere Franco el 20 de noviembre de 1975.

2.4 La «transición» y la democracia

Proclamado rey Juan Carlos I, y con el posterior gobierno de Adolfo Suárez (junio de 1976), se suceden los pasos que conducen a la democracia: referéndum para la reforma política (XII-1976), legalización de los partidos, retorno de exiliados, amnistías, supresión de la censura, elecciones a Cortes (15-VI-77), nueva Constitución (1978), desarrollo de las Autonomías... El mundo asiste con asombro a este proceso único: la transición pacífica de una dictadura a una democracia.


No faltan, con todo, los obstáculos. De nuevo una apertura política se produce en el marco desfavorable de una crisis mundial (la energética, iniciada en 1973), con lo que la situación económica española alcanzará una gravedad suma (inflación, paro...). En lo político, junto al incremento del terrorismo, hay intentos involucionistas como el frustrado golpe de estado del «23-F» (1981), pero la democracia sigue adelante.


España —que había ingresado en la OTAN en 1982— entrará en la Comunidad Económica Europea en 1986, con lo que consolida su puesto en el exterior.

  1. ALGUNAS CORRIENTES DEL PENSAMIENTO

A finales del siglo XIX y principios del XX la Filosofía da un notorio cambio de rumbo motivado por la crisis del positivismo y del racionalismo. Aquí nos limitaremos a dedicar unos parágrafos muy sucintos a ciertas corrientes del pensamiento que tienen una relación muy directa con la creación literaria.


3.1 Positivismo

El gran desarrollo de las ciencias experimentales y de la técnica a lo largo del siglo XIX, y las aplicaciones (al “bienestar de la burguesía”) de todos los inventos consecuentes, fundaron un optimismo creciente sobre la capacidad humana de mejorar a medida que avanzaba la historia. De ese optimismo nace el énfasis en la idea de progreso. Augusto Comte (1798-1857) afirma rotundamente que la humanidad ha alcanzado el estado positivo y que a partir de ese momento el progreso será irreversible.


Comte explica que después de haber pasado el estado teológico (época mística), y el estado metafísico (época filosófica), la humanidad ha llegado al estado positivo (época científica): gracias a la ciencia experimental, a la observación, se puede conocer todo, y ésa es la única verdad, lo positivo. Así pues, el positivismo no deja lugar a la duda, a lo espiritual: la historia es progreso, y el progreso se define exclusivamente por lo material, por el avance científico de una civilización dada (evidentemente Comte piensa en la europea). Con la crisis de fin de siglo esta confianza absoluta en el progreso se resquebrajará —al menos entre los jóvenes— y empezarán a destacar otras filosofías más pesimistas.

3.2 Corrientes irracionalistas y vitalistas

Es muy sintomático que, desde principios de siglo, alcancen gran difusión doctrinas de este tipo iniciadas antes, algunos de cuyos portavoces figuran entre los grandes precursores del pensamiento contemporáneo (los tuvieron muy presentes los «noventayochistas»): son Schopenhauer (1788-1860), para quien el mundo se movía impulsado por fuerzas ciegas e irracionales; o Kierkegaard (1813-1860), con su vitalismo angustiado; o Nietzsche (1844-1900), que exaltaba los impulsos vitales sobre la razón.


Así se constituyen en nuestro siglo unas filosofías vitalistas, entre las que se situaría, por ejemplo, el pensamiento de Henri Bergson (1859-1941), para quien la realidad es algo dinámico que no puede apresar la razón, sino la intuición (idea que hallará un eco en Antonio Ma­chado, como veremos). Pero, sobre todo, las corrientes vitalistas se prolongarán en el Existencialismo.

3.3 El Existencialismo

Es uno de los grandes movimientos filosóficos del siglo xx, presidido —en sus manifestaciones más memorables—, por el alemán Martin Heidegger (Ser y Tiempo, 1927) y el francés Jean-Paul Sartre (El Ser y la Nada, 1943).


Frente a las filosofías esencialistas (las que hablan de la «esencia» del hombre y de las cosas), Heidegger proclama que la esencia del hombre se reduce a su existencia. Ser hombre es un «estar en el mundo», como «arrojado ahí», sin razón, y abocado a la muerte (el hombre es un «ser para la muerte»). Asumir tal condición con «autenticidad», sin cerrar los ojos, lleva a la angustia existencial.


Sartre desarrollaría las causas de esa angustia e insistiría en lo absurdo de la existencia, ideas que expone no sólo en su obra filosófica, sino también en novelas y dramas.


Precursores de las inquietudes existenciales fueron Unamuno. Baroja o Antonio Machado. El Existencialismo influirá en muchos escritores españoles de posguerra.

3.4 El Psicoanálisis

Volviendo a comienzos de siglo, hemos de aludir a las doctrinas del médico vienés Sigmund Freud (1856-­1939), que no son sólo un tipo de terapia psíquica (el Psi­coanálisis propiamente dicho), sino que suponen unos conceptos de fondo que alcanzarían ecos decisivos en el campo de las Letras y las Artes.


En medio de la citada atmósfera de irracionalismo, Freud se sumerge, precisamente, en el análisis de los impulsos irracionales (o subconscientes) del hombre y elabora una nueva concepción de la personalidad. Según él, el hombre está regido por unos impulsos elementales que lo orientan hacia el placer; pero a tales impulsos se opone a menudo la conciencia moral o social que los reprime y los sepulta en el subconsciente (o «inconsciente»). Así, en lo más hondo de nuestra personalidad se almacena un complejo material psíquico (deseos frustrados, impulsos reprimidos, etcétera) que nos acompaña sin que lo advirtamos normalmente. Sin embargo, la presión de esa energía o carga subconsciente explica muchas veces u orienta nuestra conducta, nuestras reacciones, y en particular la creación artística y literaria. Si la presión de lo subconsciente se hace insostenible, provoca las neurosis.


Más adelante, Freud completó sus doctrinas con un análisis del malestar de la cultura, poniendo de relieve el papel que la realidad social y cultural desempeña en la represión de las ansias de felicidad del hombre. Así, la vida es frustración y conlleva una angustia semejante a la señalada por los existencialistas. El hombre buscará alivio o consuelo a sus dolores y frustaciones por diversos caminos, entre ellos el arte y la literatura.


Las teorías de Freud tienen que ver, pues, con la literatura: descubren al escritor aspectos y resortes de la psicología humana antes ignorados. Su exploración más audaz será, como veremos, la del Surrealismo.

3.5 El Marxismo

Aunque surgido en el siglo XIX, es indudablemente una de las doctrinas más operantes en el xx. El Marxismo pretendía ser más que una doctrina política: una concepción total del mundo. Oponiéndose al Idealismo, parte de la materia y del trabajo del hombre por dominar a la naturaleza (la producción). Así, la historia es un proceso dialéctico (esto es, de conflictos, de luchas) que avanza de un modo de producción a otro, mediante saltos cualitativos o cambios revolucionarios en los que se destruye un sistema y se implanta uno nuevo (así, por ejemplo, se pasó del sistema feudal al sistema capitalista burgués y se pasaría de éste a un sistema socialista).


Los distintos sistemas, basados en la propiedad privada, han dividido a los hombres en poseedores y desheredados, en explotadores y explotados; de ahí la lucha de clases, que hace avanzar la Historia hacia una sociedad (la comunista) en que tal división desaparecería.


La infelicidad y las angustias humanas tienen, pues, para Marx, causas histórico-sociales. Y ante ello propone —junto a la teoría— una praxis política revolucionaria: según él, «los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversos modos; pero de lo que se trata ahora es de transformarlo».


Con el Marxismo se relacionan escritores de todo el mundo que han concebido la literatura como «un arma»; un medio para contribuir a transformar la sociedad. Veremos muestras de esta concepción social de la literatura a lo largo del curso.

3.6 Relativismo

Aunque este nombre no existe como denominación de ninguna corriente de pensamiento, vamos a utilizarlo para referirnos a la noción científica del conocimiento que aparece en la segunda mitad del siglo XIX —si bien su origen está en Kant (1724-1804)— y se consolida en el siglo XX.


Las ideas relativistas surgen del desarrollo de la matemática y de la física, y sus dos pilares son, por una parte, la definición de lo que es una teoría científica, y, por otro lado, el valor de la observación y de la experimentación. En cuanto a lo primero, la elaboración de las «geometrías no euclídeas» (distintas a la clásica de Euclides) demostró que un postulado o axioma (por ejemplo, «por un punto exterior a una recta sólo puede trazarse una paralela a dicha recta») puede ser sustituido por cualquier otro postulado (por ejemplo, «por un punto exterior a una recta pueden trazarse infinitas paralelas a dicha recta») siempre y cuando no sea contradictorio con el resto de postulados de la teoría; es decir que una teoría no es más que un conjunto de conceptos coherentes, no es la única explicación de la realidad; puede haber varias teorías que expliquen satisfactoriamente la realidad: una teoría no es más que un modelo. En cuanto a lo segundo —el valor de la observación empírica—, Heisenberg con su «principio de incertidumbre» y Einstein con su «teoría de la relatividad» demostraron que no es posible confiar el conocimiento sólo a un observador (la tierra, p. ej.) pues el fenómeno percibido aparece de modo distinto a cada observador; el espacio y el tiempo, por ejemplo, son variables relativas al observador; no existe una medida absoluta; además, cuando medimos algo, alteramos algún elemento (si medimos la «cantidad de movimiento» de una partícula alteramos su posición, y viceversa). Todo esto se opone al positivismo esquematizador que confiaba en la observación y experimentación para alcanzar la verdad. La verdad no es única, por decirlo de algún modo. Podemos decir de una teoría que es «falsa» (porque ya no sirve para explicar un hecho nuevo) pero nunca se puede decir de una teoría que es «verdadera».


Este perspectivismo, este enfoque relativista de la capacidad del conocimiento humano influyó en los escritores, y ayudó a crear nuevas técnicas literarias que perseguían mostrar la multiplicidad de planos y puntos de vista

Observaciones


Con puntos de partida muy distintos —pero con interesantes convergencias ocasionales—, el Existencialismo, el Psicoanálisis y el Marxismo tienen en común el ser pensamientos que se enfrentan con el vivir humano concreto. Ello explica su enorme repercusión fuera del ámbito estrictamente filosófico. Han encontrado eco en la literatura cada vez que el escritor ha intentado dar salida a los estratos más profundos de su ser, y expresar o combatir las angustias y miserias humanas.


Frente a las filosofías que proponen una explicación racional del mundo (pensamientos llamados «fuertes», como el Marxismo), han surgido en los últimos años formas de pensamiento posmoderno, al que ya hemos aludido (y que un filósofo ha llamado «pensamiento débil»). En su escepticismo ante las pretensiones de explicar y organizar racionalmente el mundo, puede verse cierto resurgir de la veta irracionalista de que hablamos para empezar (vuelve a hablarse mucho, por ejemplo, de Nietzsche). En literatura, ello parece traducirse en un nuevo interés por lo íntimo, por lo individual (frente a lo social o los «grandes problemas») y una marcada atención a las metas estéticas.

  1. EL ESCRITOR EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

En medio de los conflictos sociales, de las contradicciones existenciales, etc.., ¿cómo se sienten los escritores?


Recuérdese que, con el Romanticismo, había nacido el descontento del artista en una sociedad burguesa. De un complejo de sentimientos: no plenitud, aislamiento, marginación, soledad, angustia. Más tarde, con el Realismo el escritor se enfrentó a menudo con la sociedad con una actitud crítica, más radical con el Naturalismo. A la vez, las tendencias hacia «el arte por el arte» y el movimiento simbolista fueron como un volver la espalda a una realidad insatisfactoria para refugiarse en mundos bellos y sugestivos.


En el siglo XX, las cosas no varían sustancialmente: seguimos en cierto modo, dentro de un amplio ciclo cultural que se abrió con el Romanticismo (de "neorrománticos" han sido calificados algunos movimientos de nuestro siglo. Con todo, las actitudes que adoptan los escritores pueden ser muy variadas. He aquí las más notorias:


a) La angustia es frecuente. Ya Nietzsche decía que «la existencia es absolutamente insoportable». Y de un «sentimiento trágico de la vida» arranca la línea que conduce al existencialismo. La expresión literaria de tal angustia será especialmente visible a principios de siglo y en las cercanías de las dos grandes guerras (o de la Guerra Civil, en España), pero es producto de un mundo deshumanizado que «nos lleva nadie sabe dónde» (Kafka).


b) La esperanza religiosa puede ser una respuesta a la angustia. La fe podrá dar sentido a la vida y llevará a exaltar los valores espirituales frente a un mundo materializado. Pero también nos hallaremos a veces ante una religiosidad conflictiva, dramática (desde Unamuno).


c) La protesta social y política será otra de las grandes posturas. Estaremos entonces ante una literatura comprometida, de testimonio o denuncia, que encontraremos desde principios de siglo en formas diversas.


d) Pero también caben posturas «escapistas», que vuelven la espalda a las realidades angustiosas. Así la evasión hacia el pasado, o hacia horizontes exóticos o refinados, que vemos desde ciertas corrientes finiseculares (Modernismo, Decadentismo.) hasta ciertas tendencias cercanas («novísimos», «posmodernos»...).


e) A estas tendencias suele ir unido el esteticismo. Puede ser otra forma de escapar de la realidad gris (un refugiarse en la «torre de marfil»); pero también puede ser una forma de rebeldía a su modo: un reivindicar la belleza contra la mediocridad «burguesa». Insistiremos en ello al tratar del Modernismo. Y estudiaremos otras manifestaciones de arte puro, en que el escritor proclama su independencia y la autonomía de su creación, guiada a veces sólo por «el placer del texto». O reivindica la belleza como curación o alivio de la angustia: según una frase sugestiva, «la dicha de la escritura nos compensa de la desdicha de la existencia» (Doubrovski).


Tema I: Contexto histórico y cultural en el siglo XX.



El hombre controlador del universo, Diego Rivera, 1934, Mural en el Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México. Interpretación del cuadro


Eje cronológico del siglo XX





Las vanguardias



Robert Wiene, El gabinete del Dr. Caligari. Cine, 1920.

Murnau, Nosferatu. Cine, 1922.

Serguéi M. Eisenstein, El acorazado Potemkin, Cine,1925.

Fritz Lang, Metrópolis. Cine, 1927.

Federico García Lorca, Romancero gitano. Poesía, 1928.

Luis Buñuel, Un perro andaluz. Cine, 1929

Charlie Chaplin, Tiempos modernos. Cine, 1936.

Charlie Chaplin, dos secuencias de El gran dictador. Cine, 1940. El poder, Discurso final.


Pedro Salinas, Cero, Poema de Todo más claro, 1949.

Albert Camus, fragmento del discurso a la recepción del premio Nobel, 1957


Penderecki, Treno por las víctimas de Hiroshima, Música. 1960.

György Ligeti, Requiem. Música, 1965.





SIGLO XXI


Exposición de pinturas de Tetsuya Ishida, Palacio de Velázquez en el parque del retiro de Madrid, junio de 2019.