Teresa de Cepeda y Ahumada, nombre original de la santa, nació en Ávila el 28 de marzo de 1515 en el seno de una familia de conversos. Era hija de Alonso Sánchez de Cepeda, que se había casado en segundas nupcias con Beatriz de Ahumada y Tapia en 1507, con la que tuvo doce hijos, de los cuales Teresa fue la tercera. Creció en un hogar culto y religioso. Mientras que su padre le inculcaba, desde muy niña, el gusto por la lectura de los romanceros y los libros de caballería, su madre se ocupaba de enseñarle a orar y a ser devota de la Virgen y algunos santos.
Con siete años, era una niña eufórica, extrovertida, tierna y bastante seria, buena conservadora y capaz de adaptarse a cualquier persona o circunstancia. Sabía ya escribir con desenvoltura y destacaba por su habilidad y presteza ala hora de desempeñar labores caseras. Pero por encima de todo era intrépida y fogosa, como demostró cuando su hermano Rodrigo decidió ir a “tierra de infieles” para que le decapitasen por Cristo. Afortunadamente la aventura fue frustrada por su tío que pudo alcanzar a los dos hermanos cuando cruzaban el puente de Adaja rumbo al martirio. Con idéntico entusiasmo, se entregaba con otros niños a juegos tan devotos como rezar sin pausa, hacer limosnas o, lo que prefería por encima de todo, simular que eran ermitaños y se imponían imaginarias penitencias.
Tras cumplir los doce años, sin embargo su piedad empezó a enfriarse y poco a poco trocó los juegos de santidad por los libros de caballería que devoraba afanosamente. Teresa comenzó también a cultivar su encanto femenino y a pensar en casarse con alguno de sus primos, y en más de una ocasión burló la vigilancia a la que su padre la había sometido propiciando encuentros furtivos y prodigando promesas de amor al amparo de olmos rumorosos. Don Alonso, que buscaba un pretexto para apartarla de aquellos devaneos, lo halló tras morir su esposa y casarse la mayor de sus hijas, y confió a Teresa a las monjas agustinas de Santa María de Gracia, para que a sus dieciséis años no quedara sola en casa como única hija.
Muy pronto se renovó el entusiasmo religioso de la muchacha en tan santa compañía, de modo que inmediatamente quiso tomar los hábitos en el convento carmelita de La Encarnación, donde se encontraba su amiga Juana Suárez. Pero su padre no accedió. Como en tantas otras ocasiones, Teresa acabaría imponiendo su voluntad de una manera no poco arriesgada: en la madrugada del 2 de noviembre de 1535 huyó de su casa, se refugió en el convento y desde allí escribió una conmovedora masiva a don Alonso, quien no tuvo más remedio de otorgar su licencia. Como a una hidalga, se le asignó una espléndida dote y una celda propia. Al año siguiente tomo el hábito de carmelita.
Teresa, siendo de natural apasionado y testarudo, se entregó a los ideales del Carmelo con tan extrema vehemencia que no tardó en caer gravemente enferma. Su mal sería tratado por una curandera mediante terribles purgas que crispaban sus músculos y parecían desgarrar las entrañas, sumiéndola en un estado de postración absoluta. Luego aparecieron otros síntomas alarmantes, en especial una suerte de violentos ataques nerviosos que hicieron suponer a quienes la atendían que era la rabia, en la actualidad se conoce como epilepsia.
La noche del 15 de julio de 1539, a los veinticuatro años, cayó en coma profundo y la dieron por muerta. El espejo aplicado a sus labios no se empañaba. Le echaron cera sobre los párpados, la amortajaron y se preparó el luto. Pero durante cuatro días su padre se opuso a que la enterraran, aduciendo que no estaba muerta, sino experimentando una transformación. Su instinto fue certero. Cuando la paciente despertó delirando, todos se maravillaron. Inmóvil, encogida y con la mirada extraviada en el infinito, Teresa inició una lenta recuperación que duraría tres largos años. En 1544 fallece su padre.
La vida conventual era entonces muy relajada con cerca de 200 monjas en el monasterio y gran libertad para salir y recibir visitantes. Teresa tenía un vago descontento con este régimen tan abierto, pero estaba muy cómoda en su amplia celda con bonitas vistas, y con la vida social que le permitían las salidas y las visitas en el locutorio. En la cuaresma del año 1554, contando ella 39 años y 19 como religiosa, llora ante un Cristo llagado pidiéndole fuerzas para no ofenderle. Desde este momento su oración mental se llena de visiones y estados sobrenaturales, aunque alternados siempre con periodos de sequedad.
Aunque recibe muchas visiones y experiencias místicas elevadas, es una visión muy viva y terrible del infierno la que le produce el anhelo de querer vivir su entrega religiosa con todo su rigor y perfección, llevándola a la reforma de la orden del Carmelo según la regla primitiva. Entre otras cosas, la reforma teresiana establecía la práctica de la oración y del ayuno, el no poseer rentas ni propiedades, guardar silencio y descalzarse. Con la base de esta reforma, luchó por la fundación de una nueva orden. El permiso fue concedido por el papa Pio IV en 1562. De esta manera, en el convento de San José, y con la incorporación de cuatro novicias, se fundó en Ávila la nueva Orden de las Carmelitas Descalzas de San José. A partir de ese momento, la madre Teresa y sus hijas, soportando las incomodidades y sufriendo la incomprensión, cuando no la persecución de la propia Iglesia, sembraron media España de Comunidades Carmelitas.
Una de las dificultades que encontró por el camino fueron las calumnias contra los descalzos que difundieron algunos opositores de la reforma, como Miguel de la Columna y Baltasar de Jesús, quienes incómodos, tal vez, de que una mujer les enseñase como obedecer la antigua regla del Carmelo, la acusaron de loca o farsante. Sin embargo, esto no detuvo a la apasionada Teresa quien, a pesar de estar muy grave de salud, pudo enterarse de la fundación en Granada del decimosexto convento de carmelitas. La muerte la sorprendió en Alba de Tormes el 4 de Octubre de 1582. Reclinada la cabeza en los brazos de una de sus discípulas, espiró con una sonrisa en los labios. El cadáver despedía un olor celestial. En 1583 fue desenterrada íntegra y perfumada, encontrándose en su cuerpo una sangre tan fresca como si acabara de morir. En 1614 fue proclamada beata. En 1622 fue canonizada y en 1970 el Papa Pablo VI la declararía solemnemente Doctora de la Iglesia Católica.
SU OBRA
Su vida y su evolución espiritual se pueden seguir a través de sus obras de carácter autobiográfico, entre las que figuran algunas de sus obras mayores: La vida (escrito entre 1562 y 1565), las Relaciones espirituales, el Libro de las fundaciones (iniciado en 1573 y publicado en 1610) y sus cerca de quinientas Cartas. Además de las obras citadas, dejó escritas las siguientes: Conceptos del amor de Dios, Camino de perfección, Las Moradas o El Castillo Interior, Meditaciones sobre los cantares,Exclamaciones, Visita de descalzas, Avisos, Ordenanzas de una cofradía,Apuntaciones, Desafío espiritual, Vejamen, también villancicos populares y unas treinta poesías.