Desde la religión

La mirada del hombre según su creador

La persona humana y la paz: don y tarea

La Sagrada Escritura dice: «Dios creó el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien, capaz de conocerse, de poseerse, de entregarse libremente y de entrar en comunión con otras personas. Al mismo tiempo, por la gracia, está llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie más puede dar en su lugar. En esta perspectiva admirable, se comprende la tarea que se ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer progresar el mundo, renovándolo en la justicia y en la paz. San Agustín enseña con una elocuente síntesis: « Dios, que nos ha creado sin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros ».Por tanto, es preciso que todos los seres humanos cultiven la conciencia de los dos aspectos, del don y de la tarea.

También la paz es al mismo tiempo un don y una tarea. Si bien es verdad que la paz entre los individuos y los pueblos, la capacidad de vivir unos con otros, estableciendo relaciones de justicia y solidaridad, supone un compromiso permanente, también es verdad, y lo es más aún, que la paz es un don de Dios. En efecto, la paz es una característica del obrar divino, que se manifiesta tanto en la creación de un universo ordenado y armonioso como en la redención de la humanidad, que necesita ser rescatada del desorden del pecado. Creación y Redención muestran, pues, la clave de lectura que introduce a la comprensión del sentido de nuestra existencia sobre la tierra. Mi venerado predecesor Juan Pablo II, dirigiéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas el 5 de octubre de 1995, dijo que nosotros «no vivimos en un mundo irracional o sin sentido [...], hay una lógica moral que ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos ». La “gramática” trascendente, es decir, el conjunto de reglas de actuación individual y de relación entre las personas en justicia y solidaridad, está inscrita en las conciencias, en las que se refleja el sabio proyecto de Dios. Como he querido reafirmar recientemente, «creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad».Por tanto, la paz es también una tarea que a cada uno exige una respuesta personal coherente con el plan divino. El criterio en el que debe inspirarse dicha respuesta no puede ser otro que el respeto de la “gramática” escrita en el corazón del hombre por su divino Creador.

En esta perspectiva, las normas del derecho natural no han de considerarse como directrices que se imponen desde fuera, como si coartaran la libertad del hombre. Por el contrario, deben ser acogidas como una llamada a llevar a cabo fielmente el proyecto divino universal inscrito en la naturaleza del ser humano. Guiados por estas normas, los pueblos —en sus respectivas culturas— pueden acercarse así al misterio más grande, que es el misterio de Dios. Por tanto, el reconocimiento y el respeto de la ley natural son también hoy la gran base para el diálogo entre los creyentes de las diversas religiones, así como entre los creyentes e incluso los no creyentes. Éste es un gran punto de encuentro y, por tanto, un presupuesto fundamental para una paz auténtica.

El derecho a la vida y a la libertad religiosa

El deber de respetar la dignidad de cada ser humano, en el cual se refleja la imagen del Creador, comporta como consecuencia que no se puede disponer libremente de la persona. Quien tiene mayor poder político, tecnológico o económico, no puede aprovecharlo para violar los derechos de los otros menos afortunados. En efecto, la paz se basa en el respeto de todos. Consciente de ello, la Iglesia se hace pregonera de los derechos fundamentales de cada persona. En particular, reivindica el respeto de la vida y la libertad religiosa de todos. El respeto del derecho a la vida en todas sus fases establece un punto firme de importancia decisiva: la vida es un don que el sujeto no tiene a su entera disposición. Igualmente, la afirmación del derecho a la libertad religiosa pone de manifiesto la relación del ser humano con un Principio trascendente, que lo sustrae a la arbitrariedad del hombre mismo. El derecho a la vida y a la libre expresión de la propia fe en Dios no están sometidos al poder del hombre. La paz necesita que se establezca un límite claro entre lo que es y no es disponible: así se evitarán intromisiones inaceptables en ese patrimonio de valores que es propio del hombre como tal.

Por lo que se refiere al derecho a la vida, es preciso denunciar el estrago que se hace de ella en nuestra sociedad: además de las víctimas de los conflictos armados, del terrorismo y de diversas formas de violencia, hay muertes silenciosas provocadas por el hambre, el aborto, la experimentación sobre los embriones y la eutanasia. ¿Cómo no ver en todo esto un atentado a la paz? El aborto y la experimentación sobre los embriones son una negación directa de la actitud de acogida del otro, indispensable para establecer relaciones de paz duraderas. Respecto a la libre expresión de la propia fe, hay un síntoma preocupante de falta de paz en el mundo, que se manifiesta en las dificultades que tanto los cristianos como los seguidores de otras religiones encuentran a menudo para profesar pública y libremente sus propias convicciones religiosas.

Juan Pablo II, en su Carta encíclica Centesimus annus, escribe: « No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado ». Respondiendo a este don que el Creador le ha confiado, el hombre, junto con sus semejantes, puede dar vida a un mundo de paz. Así, pues, además de la ecología de la naturaleza hay una ecología que podemos llamar « humana », y que a su vez requiere una « ecología social ». Esto comporta que la humanidad, si tiene verdadero interés por la paz, debe tener siempre presente la interrelación entre la ecología natural, es decir el respeto por la naturaleza, y la ecología humana. La experiencia demuestra que toda actitud irrespetuosa con el medio ambiente conlleva daños a la convivencia humana, y viceversa. Cada vez se ve más claramente un nexo inseparable entre la paz con la creación y la paz entre los hombres. Una y otra presuponen la paz con Dios. La poética oración de San Francisco conocida como el “Cántico del Hermano Sol”, es un admirable ejemplo, siempre actual, de esta multiforme ecología de la paz.

Palabras de Benedicto XVI

En varios articulos escritos por el Papa sobre el aborto se puede observar como lo condena de manera absoluta. Tal es así que en muchos casos hace referencia al mandamiento “no matarás” que tiene un valor absoluto cuando se refiere a la persona inocente.

La traducción al lenguaje de la nueva ley del precepto “no matarás” podría ser “serás don para todos”. No sólo es cuestión de no perjudicar a los demás sino de ofrecer nuestra vida como un don. El respeto a la vida es el primer paso para desarrollarla como don hasta la plenitud. Y la plenitud no se entiende más que en el amor, cuyo punto culminante es la donación de sí mismo de manera gratuita, tal como hizo Cristo.

Dios es el único que puede disponer de la vida humana y no cualquier persona puede hacerlo. Toda vida humana es sagrada, pues la persona humana no es amada en función de algo distinto de ella, sino que es amada por sí misma, por haber sido creada a imagen y semejanza del Dios vivo y santo.

La vida de cualquier hombre tiene la mayor dignidad que se puede tener. Por esta dignidad del hombre, la vida humana debe ser defendida desde su concepción hasta la muerte. De ahí que sólo Dios, único señor absoluto, pueda disponer de ella. Sólo él la da y sólo él la puede quitar.

El Papa Juan Pablo II durante una visita a Río de Janeiro, en momentos en que el Congreso de Brasil debatía una ley para autorizar el aborto en casos especiales, decía lo siguiente:

“Hoy el combate fundamental por la dignidad del hombre gira en torno de la familia y de la vida”…”La fidelidad conyugal y el respeto por la vida, en todas las etapas de la existencia, están pervertidas por una cultura que no admite la trascendencia creada a la imagen de Dios”

El hecho de que la palabra "aborto" no aparezca en la Biblia no significa que Dios guardara silencio sobre el verdadero valor de la vida. La pregunta básica que debe ser respondida es si Dios considera al “no nacido” una persona. Si la respuesta es que no, al feto se le puede extirpar como a un apéndice o un tumor indeseable. Si la respuesta es que sí, entonces debemos de tratar al niño que no ha nacido todavía, con todo el amor y el cuidado que Dios exige de nosotros como cristianos, hacia cualquier persona.

Para resolver este dilema, Dios a puesto varios pasajes en la biblia que dan certeza de que el “no nacido” es una persona humana:

-Dios considera a David una persona antes de que naciera (Salmo 139:13-15): "Porque tú formaste mis entrañas, tú me tejiste en el seno de mi madre. Te alabaré por el maravilloso modo en que me hiciste. ¡Qué admirables son tus obras! Del todo conoces tú mi alma. No se te ocultaban mis huesos cuando secretamente era formado y en el misterio era plasmado".

-Dios le habla a Jeremías en su pasaje 1-4,5: "Vino pues, la palabra del Señor a mí, diciendo: antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué."

-El ser humano en el útero materno es un bebé, (Lucas 1-41,44): "Y aconteció que cuando oyó Isabel la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; e Isabel fue llena del Espíritu Santo, y exclamó con gran voz diciendo: ¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Tan pronto como la voz de tu salutación llegó mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.”

-Lo mismo se afirma de Juan El Bautista (Lucas 1-15): "...y será lleno del Espíritu Santo, aún desde el vientre de su madre". Dios es el autor y dueño de la vida: "El Señor da la muerte y la vida" (1 Samuel 2:6).

-San Pablo escribe en Gálatas 1:15: "Pero Dios me escogió desde el vientre de mi madre, y por su mucho amor me llamó".

Algunos pasajes del evangelio que hacen referencia a la vida, don de Dios:

-La vida es don de Dios (Sal 127)

-Señor de la vida y de la muerte (Dt 32,39).

-Sobre el origen del alma humana Agustin manifiesta su vacilación y prefiere no afirmar lo que no puede comprender con la razón humana ni probar con la autoridad divina. Por tanto aconseja imitar a la madre de los Macabeos que dice: “Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno” (2 Mc 7,22).

-Job: De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios (Jb 10,11).

-Desde el principio, el cristianismo defiende la vida humana en el seno de la madre. En el marco de los dos caminos (vida - muerte, luz - oscuridad) encontramos el siguiente precepto en la llamada Carta de Bernabé: “No matarás al hijo en el seno de su madre” (II,2;XIX,5). En la Carta a Diogneto se afirma que los cristianos “engendran hijos, pero no arrojan los fetos” (V, 6).

Para más información podes pinchar en estos articulos:

La vida es siempre un bien

Benedicto y Brasil

Enciclica Benedicto XVI

Benedicto XVI y la mujer

La tentación permanente de ser como Dios