entrelaautonomiaylainstitucionalizacion

Entre la autonomia y la institucionalizacion

hoja de vida m.pardo

ENTRE LA AUTONOMÍA Y LA INSTITUCIONALIZACIÓN:

DILEMAS DEL MOVIMIENTO NEGRO COLOMBIANO

Mauricio Pardo Rojas

Bogotá

Abstract

Among the various trends of the black movement in Colombia, with diverse

claims, it is the peasant movement of the Pacific—whose territorial struggle has been

presented as ethnic vindication—with the most initiative and the greatest accomplishments.

The so-called “black communities” Law 70 of 1993, the result of the

mobilization of heterogeneous black organizations, centers on the creation of collective

territories in the Pacific are, but has marginalized other aspects of the black

movement and has caused it a diminution of political initiative, as well as considerable

institutionalization. This, along with particular identitary proposals and organizing

styles, has favored local organizations tied or aspiring to collective territories,

but has also generated increasing fragmentation of other black organizations. Recently,

armed conflict has burst violently into areas of rural black organizations. This

article analizes this situation in the last decade, in light of theoretical reflections on

identity, ehtnicity, race, and social movements.

Movimientos sociales, identidades, estrategias y oportunidades en el Pacífico

Este artículo reflexiona sobre la situación del movimiento negro en Colombia

entre 1993 y 2000, después de la expedición de la Ley 701 de 1993

sobre comunidades negras2. Para ello se presentan brevemente aspectos del

movimiento negro antes y después de la vigencia de dicha ley. Estos hechos

son discutidos a la luz de algunas reflexiones más generales sobre políticas de

la alteridad, identidad, etnicidad, roles del estado y movimientos sociales.

Son tres las tesis centrales de este escrito. La primera, que los desarrollos

de esta ley han sido el marco de notables avances hacia el reconocimiento de

los derechos de un sector importante de la población negra colombiana—los

pobladores riverinos de los bosques del Pacífico3—pero no se han proyectado

hacia otros aspectos del espectro de reivindicaciones de las gentes negras del

resto del país, particularmente de aquellas por fuera de las áreas rurales del

Pacífico. Los logros de este sector del movimiento social se explican por un

lado gracias a la consistencia de su organización, su manejo de recursos y la

acertada forma de plantear identidades y reclamos, y por otro lado debido a

The Journal of Latin American Anthropology 7(2):60-85 2002, American Anthropological Association

Entre la autonomía y la institucionalización 60

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la receptibilidad coyuntural en el plano nacional e internacional a agendas

étnicas y ambientales. Este caso parece ejemplificar el carácter ambiguo que

tienen algunas políticas estatales frente a ciertos reclamos en el contexto

contemporáneo. El estado neoliberal da curso a demandas sobre el medio

ambiente y sobre la promoción de minorías y estos tópicos pueden encajar en

su propia agenda de legitimación, de delegación de funciones administrativas,

de inclusión de sujetos sociales y de institucionalización de la naturaleza

(Agudelo 2000b; Gros 2000:103-06; Escobar 1996). Los logros alcanzados

por los movimientos negros de las selvas del Pacífico han sufrido un serio

revés al haberse extendido la guerra entre guerrillas, paramilitares y ejército a

estas zonas, afectando los procesos de organización y de manejo de los territorios

colectivos.

En segundo lugar se plantea que la institucionalización de procedimientos

y el flujo de recursos gubernamentales hacia organizaciones de movimientos

sociales origina complejos escenarios en los que se ponen en juego la autonomía

de los movimientos, la intensidad de su proyección política y la radicalidad de

sus planteamientos (Foweraker 1995; Tarrow 1994; McAdam, McCarthy y

Zald 1996). La Ley 70 y sus implementaciones institucionales han ocasionado

constricción de la iniciativa política, de las propuestas ideológicas del

movimiento negro y de su avance organizativo. Esta es una situación diferente

a la que se presentó durante la movilización en pro de la inclusión de los

derechos negros en la constituyente y durante la discusión que condujo a la

promulgación de la Ley 70. Los recursos y accesos a la actividad institucional

creados por la Ley 70 se han convertido en factores de tensión entre las

organizaciones y otros actores del movimiento negro. Al haber previsto la Ley

70 el establecimiento de territorios colectivos en el Pacífico administrados por

consejos comunitarios, las localidades con títulos territoriales o en proceso de

titulación frecuentemente terminan prefiriendo interlocutar directamente con

el gobierno y con las instituciones y se desligan de coordinaciones regionales

con sede urbana del movimiento social.

61 Journal of Latin American Anthropology

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Y como tercera tesis, se afirma que los desarrollos de identificaciones y

delimitaciones de la etnicidad que están en juego en las situaciones arriba

mencionadas, han atravesado por cambios de curso accidentados, con avances

en ciertas direcciones y subsecuentes retrocesos. Previas apelaciones a la

población negra a ventilar reclamos sociales desde posiciones de especificidad

cultural o de repudio a la discriminación racial no traspasaron reducidos grupos

de activistas. Búsquedas identitarias basadas en el pasado africano promovidas

desde la academia han encontrado aún más reducidas audiencias. Fue sólo

cuando un esfuerzo de organización y de reclamaciones territoriales en el centro

del Chocó caló en un sector de la población rural negra, que surgió por vez

primera un movimiento con apoyo de base significativo, y que se consolidó la

formación de identidades efectivas basadas en una discursividad étnica. El

modelo antropológico de comunidad nativa, que de manera esporádica había

venido siendo ensayado para “leer” la población negra, encontró felizmente su

concreción cuando fue adoptado por la organización campesina (Villa 1998;

Restrepo 1998). Este modelo sin embargo, en situaciones específicas, puede

entrañar tanto retos importantes a las culturas políticas dominantes (Álvarez,

Dagnino y Escobar 1998), como procesos autolimitantes que previenen el

desarrollo y la ampliación de la agenda política y la consolidación de alianzas

(Foweraker 1995:61). El contenido de las identidades étnicas no es determinado

por criterios de verdad o de autenticidad sino por motivaciones políticas que

ensamblan conjuntos simbólicos y discursivos asociados a unos orígenes

comunes (Hall 1992; Levine 1999:177).

El caso de este movimiento social sugiere que en ausencia de concisos

objetivos políticos a largo plazo, después de un proceso de negociación con el

estado, los actores y organizaciones de un movimiento social, en este caso el

movimiento social negro colombiano, pueden verse abocados a competir entre

sí por recursos, a administrar logros económicos para satisfacer a sus

miembros, y a entrar en un proceso de institucionalización. Ante la falta de

flexibilidad organizativa y de consistencia ideológica, los resultados obtenidos

por el movimiento en el plano institucional pueden frenar su desarrollo e

incluso revertirlo. (Foweraker 1995:65-82; Tarrow 1994; McAdam, McCarthty

y Zald 1996).

En un reciente trabajo que examina los movimientos sociales colombianos

durante las cruciales décadas de 1970 y 1980, Leopoldo Múnera anota que

sucesivas escuelas enfocadas en el estudio de los movimientos sociales al

concentrarse en aspectos tales como el componente emotivo de las iniciales

aproximaciones de cariz psicológico, en la toma racional de decisiones de la

tendencia de movilización de recursos, o en los procesos identitarios de los

estudios sobre los “nuevos” movimientos sociales, han tratado temas que están

presentes en distintos grados de desarrollo de los movimientos (Múnera 1998

Entre la autonomía y la institucionalización 62

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471-473). Acciones y actitudes de las organizaciones negras en los últimos

años—en las que las posiciones y acciones para acceder a recursos y a

interlocución con el estado han tenido frecuente primacía frente a la búsqueda

de ampliaciones de objetivos estratégicos y de convergencia—sugieren la

prevalencia de actitudes emotivas y pragmáticas individuales de las

organizaciones.

El movimiento negro en Colombia es un caso sugerente sobre procesos de

construcción y transformación de identidades sociales, de dinámicas raciales y

de la etnicidad. La activación política de identidades étnicas, es decir, la

politización de la etnicidad, es frecuentemente la expresión de agitación social

en contextos políticos amplios, los cuales usualmente refieren a crisis en los

estados nación, y en los que se debilitan los mecanismos de inclusión social

(Nash 1989:17). La forma en que los recursos institucionales se intersectan

con el nivel de desarrollo del movimiento social constituye un factor

determinante en las proyecciones estratégicas de los movimientos sobre actitudes

de corto plazo o en el alcance de sus configuraciones ideológicas.

Los procesos de modernización y globalización, y las crisis que ellos han

acarreado en el plano nacional, han provocado la elaboración de identidades

étnicas instrumentales y performativas que se alejan de las representaciones

locales sedimentadas (Laclau 1994:3-4) o engendradas por una tradición no

reflexiva, (Gros 2000:111; Hall 1992; Wade 1997b:96). Éstas últimas son

representaciones éstas últimas a través de las cuales los pobladores negros por

ejemplo, mayormente rurales, mayormente pobres, daban sentido a sus

experiencias vitales y a sus intercambios con sectores de las poblaciones

indígenas y mestizas circundantes. Este tipo de representaciones son también

aquellas a través de las cuales sectores urbanos o personas con ciertos niveles

de escolaridad se sumían en la cotidianeidad enmarcada en las prácticas políticas

tradicionales. Ante el desgaste de los estilos políticos tradicionales y su

cuestionamiento en el ámbito nacional así como de la erosión de la

predominancia de los referentes sociales locales, procesos heterogéneos de

politización de las identidades sociales comienzan a generarse (Agier 1999:197-

198).

Dichos contextos de modernización y globalización sitúan los procesos

identificatorios en ámbitos más amplios con referencia al estado nación, y a

conceptos, algunos homogenizantes, otros diferenciadores, no exentos de

contradicciones entre sí, como los de ciudadanía, discriminación y derechos.

También los conectan con imaginarios y campos de tensión más recientes

como los de derechos étnicos, medio ambiente, biodiversidad, territorialidad

ancestral, producción sostenible, y otros. Las dinámicas globalizantes engendran

también desarrollos identitarios de diferenciación en tanto situados en

localidades resignificadas (Eriksen 1994:307-308; Friedman 1990). Los

resultados de estos cursos de acción dependen también en buena parte de las

63 Journal of Latin American Anthropology

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intersecciones específicas, de relaciones en red entre distintas fuentes discursivas:

activistas del movimiento, ONGs nacionales e internacionales, misioneros,

académicos (Escobar 1999:154; Pardo 1997).

Vertientes diferentes de la movilización colectiva negra en Colombia han

apelado a variados reclamos y en ocasiones se han dado superposiciones

discursivas y de marcos de referencia en los que entran reivindicaciones e

identificaciones económicas, políticas, raciales y étnicas. Convocatorias desde

una posición racial enfrentando la discriminación en sus diversas

manifestaciones, o desde posiciones de clase en contra de la explotación y la

pobreza, no han trascendido reducidos círculos de activistas ante la ubicuidad

y efecto desmovilizador de procedimientos políticos hegemónicos como el

clientelismo y el blanqueamiento4 (Agudelo 1999; Hoffman 1999; Wade

1997a; Villa 2000). Sin embargo, reclamos de etnicidad se han integrado a

movimientos en alza de campesinos negros pobres en procura de seguridad

territorial. Ante el surgimiento de una valiosa oportunidad política, con la

iniciativa de dichas organizaciones rurales, distintos movimientos negros han

convergido efímeramente bajo un presupuesto de solidaridad racial, para

presionar últimamente por el avance de la agenda campesina etnizada ante la

ausencia de otros discursos con mayores apelaciones de legitimidad.

Un proceso de conformación identitaria no genera por sí mismo un

movimiento social efectivo. Necesita además contar con unas formas

organizativas eficientes, acceso a distintos tipos de recursos y habilidades para

sacar ventajas de los contextos políticos circundantes (McAdam, McCarthy, y

Zald 1996). La combinación de estos factores probó ser muy favorable para la

consolidación de organizaciones campesinas negras en lucha por el control de

sus territorios y por el reconocimiento de su proclamada particularidad étnica.

Pero el mencionado conjunto de factores también explica la ausencia de acciones

hacia la consolidación en el nivel nacional de convergencias entre otras

tendencias y organizaciones del movimiento negro.

Además de éstos anteriores, la perspicacia para impulsar agendas políticas,

la extensión de la base poblacional que está intentando movilizar, y sobre todo

la fuerza de su convocatoria para mantener el interés y la participación de sus

afiliados, son tópicos cruciales para la continuidad de un movimiento social

(McAdam, McCarthy y Zald 1996). En la particular evolución de un

movimiento de base el aporte de los aliados y las redes es crucial para acceder

a recursos de distinto tipo, de otra forma inaccesibles desde la esfera local

(Álvarez, Dagnino y Escobar 1998:14-16; Pardo 1997).

Los planteamientos de los movimientos implican visiones sobre el mundo

y propuestas respecto de diversas dimensiones de la construcción, priorización,

o rechazo de constituciones de la vida social y especialmente de la manera en

Entre la autonomía y la institucionalización 64

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que éstas son agenciadas por el estado (Wade 1998; Agier 1999:197-204). Los

movimientos entonces se sitúan en un campo de disputa sobre políticas

culturales y los estilos en que esas políticas se agencian desde los estamentos

que detentan el poder (Álvarez, Dagnino y Escobar 1998). Los planteamientos

de las organizaciones negras incluyen visiones sobre el medio ambiente, sobre

la diversidad cultural y biológica, sobre los patrones culturales de asentamiento

y de uso de los recursos naturales, que se contraponen a los imaginarios del

desarrollo basados en el lucro, la acumulación y la expoliación de las poblaciones

locales y el medio ambiente (Villa 1998:443-444).

Estos hechos muestran la forma selectiva en que la etnicidad ha sido

integrada al discurso político, y por lo tanto a las identidades políticas del

movimiento rural negro: la integración de fragmentos provenientes del medio

académico, del discurso indígena y de enunciados ambientalistas (Villa

2000:226; Wade 1996) para configurar el sujeto negro étnico rural sostenible

que no pretende abarcar otros campos de “lo negro” en su proyección política.

Muestran también el débil estatus de convocatorias de impronta racial entre la

población negra colombiana, para la que la condición de negritud por sí misma

no genera resonancias con contundencia política. Pero aún así muestran que

estas reclamaciones étnico rurales no tienen ni mucho menos una receptividad

inmediata entre los pobladores de los asentamientos fluviales del Pacífico sino

que requieren de consistentes prácticas organizativas como se ha de mostrar

más adelante en este texto.

Los movimientos en cuestión no solamente requieren de la importación

de representaciones sino también de la impronta de recursos estratégicos y

organizacionales provistos por aliados externos, como lo han sido los misioneros

(Pardo 1997). Este hecho aparece contundente cuando se aprecia la

importancia, extensión y proyección de las federaciones rurales en el Atrato y

en el Patía5 que son las que han contado con el empeño decidido y constante

de las pastorales católicas (Khittel 2000; Rivas 2000; Wouters 2000) en

comparación con la dispersión de la mayoría de las otras asociaciones

campesinas en el Pacífico. Otros reclamos de sectores negros, entonces, han

adquirido visibilidad cuando han figurado en los escenarios nacionales

generados por el movimiento campesino, que entonces aparece etnizado como

de “comunidades negras”, pero han retornado a sus ámbitos particulares cuando

las organizaciones rurales se han vuelto a concentrar en su restringida agenda;

agenda ésta que a su vez ha sido seriamente afectada por la llegada y escalamiento

de la guerra entre ejército, guerrilla y paramilitares a las selvas del Pacífico. Las

organizaciones han tenido que concentrarse en la situación de gentes

desplazadas, amenazadas, sitiadas e incluso asesinadas y de esta forma han

debido desviar su atención de esfuerzos por consolidar la organización y por

avanzar en sus proyectos de manejo del territorio.

65 Journal of Latin American Anthropology

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Pre-1991: La gestación del movimiento negro contemporáneo

La erosión de la legitimidad del estamento político colombiano llevó al

replanteamiento constitucional de 1991. Pero aún en este marco de

cuestionamiento, no aparecía una disposición para aceptar la especificidad de

reclamos de la población negra (Arocha 1992; Arocha y Friedemann 1993).

Con anterioridad a la promulgación de la nueva constitución de 1991 el

movimiento negro colombiano se hallaba disperso en esos varios frentes con

diferentes antecedentes y procesos en lo ideológico y en lo organizativo y no

había encontrado escenarios de visibilidad o de encuentro de alcance nacional

o por lo menos regional (Wade 1996).

En 1976 nació en Pereira, una capital provincial en la región cafetera, el

Círculo de Estudios de la Problemática de las Comunidades Negras de Colombia,

Soweto, un grupo de universitarios que se proponían cualificarse como

conferencistas para denunciar el racismo. En 1982 se creó un capítulo en

Buenaventura, la principal ciudad y puerto en el Pacífico, y a finales de ese

año se constituyó como el Movimiento Nacional por los Derechos de las

Comunidades Negras, Cimarrón. Más tarde se crearían filiales en la principales

ciudades colombianas: Cali, Bogotá, Medellín, Barranquilla y Cartagena, y en

algunas de las poblaciones del Chocó: Condoto, Tadó, Quidó, Andagoya,

Puerto Tejada. Desde 1989 se ha impulsado la creación de algunas pequeñas

organizaciones de base en barrios pobres o en lugares rurales del Pacífico o el

Caribe (Jaramillo 2000:193-195). Las referencias identitarias de Cimarrón se

estructuraron a lo largo del eje racial, como respuestas a la discriminación

impuesta a los portadores del fenotipo africano, herencia del orden de

explotación colonial. (Wade 1996, 1997b).

Activistas negros y personas interesadas en propiciar reivindicaciones de

la población negra, incluso misioneros, tuvieron en los años setenta y ochenta

en Cimarrón la referencia y lugar para una militancia radical. Esta importancia

se hace manifiesta, por ejemplo, al considerar el hecho de que esta organización

fuera invitada como testigo de excepción a la firma del acuerdo de Buchadó

en 1987 en el Chocó que, como se ve en el siguiente párrafo, constituyó un

hito importantísimo en la definición del terreno político y del futuro del

movimiento negro rural. Los jóvenes negros que, en los años setenta y ochenta,

de sus regiones iban a las universidades de las urbes, tuvieron sus primeros

referentes acerca de una inquietud social y política específicamente negra a

través de Cimarrón, gracias a que se distanciaba claramente de la política

tradicional y del establecimiento económico y político.

De un grupo de estos estudiantes surgió un núcleo de activistas y líderes,

muchos de ellos oriundos de Palenque6 y hoy en su mayoría afiliados al Proceso

de Comunidades Negras, PCN (ver adelante) que se han mantenido al frente

de los procesos del movimiento negro en la costa Atlántica centrado

Entre la autonomía y la institucionalización 66

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principalmente en Cartagena (Cassiani 1999). Pero esta organización no ha

logrado constituir una significativa base de apoyo entre la población negra. Su

importancia reside en haber sido la voz más articulada por fuera del

bipartidismo oficial7, tal vez la única, en proponerle a la población negra una

lucha en contra de la discriminación racial en sus diversas expresiones.

Hace unos tres lustros comenzó a surgir una organización campesina en

el curso medio del río Atrato, departamento del Chocó. Inicialmente como

grupos de base promovidos por misioneros católicos que propusieron

reflexiones sobre sus condiciones de existencia. En la región operan grandes

madereras que degradan la selva y explotan el trabajo de los pobladores nativos.

Tiempo después se convirtieron en organización campesina y reclamaron al

gobierno cesar las licencias a las madereras y permitir a los habitantes de la

región acceder al control sobre los recursos naturales. A través de un proceso

de varios años de gran constancia por parte de los misioneros y de cooperación

con algunos líderes de los asentamientos negros entre ellos algunos maestros

de escuela, hacia 1987 ya se había consolidado sólidamente la ACIA, Asociación

Campesina Integral del Atrato, con 35 localidades asociadas y que planteaba

enérgicamente sus reivindicaciones en el nivel departamental y el nacional.

Ese año ACIA obtuvo en un hecho sin precedentes, reconocimiento estatal

sobre los derechos de los asentamientos negros sobre el territorio y los recursos

naturales en una memorable reunión con varias agencias gubernamentales en

la población chocoana de Buchadó (Pardo y Álvarez 2000:237)

Poco después el ejemplo de ACIA se extendía en el Chocó y se formaban

otras organizaciones campesinas: OCABA, ACADESÁN, ASOCASÁN y

ACABA8. En la conformación de estas asociaciones y de sus reclamaciones fue

importante el antecedente de los indígenas con la Organización Regional

Embera Wounán del Chocó, OREWA9 (Pardo 1997; Wade 1996). Para

entender el éxito del estilo de organización federativo campesino, hay que

considerar la asesoría estrecha y continua de los grupos misioneros, palpable

en las dos mencionadas federaciones de mayor consolidación: la ACIA en el

río Atrato y la ACAPA en el río Patía10 (Rivas 2000). Este acompañamiento

por varios años permitió la capacitación de líderes nativos, la consolidación de

prácticas organizativas, la sedimentación de discursos, el establecimiento de

relaciones y el conocimiento de fuentes de recursos, factores estos de difícil

alcance para una asociación de pobladores en una selva alejada de los circuitos

nacionales.

La movilización colectiva en el resto del Pacífico, en los tres departamentos

del sur de la región—Valle, Cauca y Nariño—por aquella época presentaba

diversas facetas. Entre ellos estaban algunas organizaciones para el progreso

regional como en Guapi en el Cauca, asociaciones gremiales (agricultores,

carboneros, pescadores) y culturales (grupos de danza y teatro), e incipientes

67 Journal of Latin American Anthropology

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organizaciones de campesinos en unas 20 localidades (seis en el Valle, tres en

Cauca y diez en Nariño) algunos de ellos producto de los trabajos de acción

social por parte de los programas de pastoral social católica (Pardo 1997).

Salida del activismo estudiantil, la Fundación Litoral Siglo XXI en

Buenaventura y en Cali buscaba la conformación de un proyecto radical

independiente para la reivindicación de la población negra colombiana

(Cassiani 1999).

En términos de patrones de liderazgo, las organizaciones campesinas suelen

conformar sus cuerpos directivos con personas de base oriundas de las áreas

rurales y con algunos maestros, mientras que intelectuales de clase media se

agrupan en pequeñas ONGs, ejercen activismo individual, o tratan, sin mucho

éxito dada la tendencia centrífuga de la organización étnico territorial, de

impulsar procesos regionales que cobijen diferentes organizaciones (Pardo

1998).

Sobresale también entre las organizaciones campesinas un estilo

organizativo federativo y concéntrico mediante el cual todas las localidades

están afiliadas y eligen un sector directivo mediante una asamblea general. El

intento análogo entre habitantes de empobrecidos sectores urbanos, de la

Organización de Barrios Populares, OBAPO11, que exhibió un auspicioso

comienzo en Quibdó y que tuvo destacado protagonismo en el proceso de

creación de la Ley 70, se estancó por la aparición de prácticas personalistas de

sus dirigentes y la prematura inserción de éstos en la política electoral (Agudelo

1999).

El reclamo territorial por sí solo, aún con componentes ambientales en

un país de campesinos sin tierra, como otro sector más aunado al coro de

peticiones, presentaba poca contundencia. Con el antecedente de los indígenas

y de una normatividad internacional favorable, estas poblaciones campesinas

negras apelaron a la reclamación étnica. Diferencias culturales cimentadas

históricamente eran argumentos que se situaban en discusiones de actualidad

sobre los derechos culturales y que tenían más potencial de receptividad que

una demanda por tierra (Hoffmann 1999). De esta forma la organización

rural en el Chocó abordó por primera vez entre los negros colombianos una

etnicidad instrumentalizada políticamente dirigida a una significativa audiencia

en las localidades riverinas, y logró así configurar una propuesta identitaria

exitosa frente a las propuestas de perfil racial que habían quedado constreñidas

en unos sectores intelectuales y activistas (Wade 1996).

Ninguna otra organización negra en Colombia tuvo antes de la Ley 70

niveles semejantes a los de la ACIA en militancia, membrecía y solidez

ideológica. El resto de organizaciones no trascendían limitados ámbitos locales

y no lograron articular sus reclamaciones a escenarios políticos más

amplios. La única excepción era la de Cimarrón, que había logrado dar una

Entre la autonomía y la institucionalización 68

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dimensión nacional a su actividad, pero su impronta organizativa más orientada

a la formación de grupos de activistas en las principales ciudades que a la

organización de base, y su mensaje centrado en una crítica amplia a la

discriminación, no le posibilitaban ensanchar su audiencia y su impacto político

dada la falta de radicalidad de las clases medias negras hacia las que se dirigía

el discurso, así su influencia fuera innegable entre el conjunto de pequeños

núcleos de activistas negros.

Este último tópico se enmarca en otra de las dimensiones claves que

influencian el desempeño de los movimientos sociales como es el del los

contextos políticos (McAdam, McCarthy, y Zald 1996). En el Pacífico, dada

la predominancia de agricultura de subsistencia o de empresas extractivas en

el área rural y la escasa infraestructura productiva en el medio urbano y el

predominio del sector comercial controlado mayormente por mestizos de

procedencia andina, las posibilidades de empleo para los sectores más educados

de la población negra se dan principalmente en el sector gubernamental. Las

oportunidades de ascenso social para las clases medias pasan mayormente por

la vinculación a alguna de las clientelas partidistas. El estado en sus niveles

departamental y municipal es el mayor empleador y uno de los actores

económicos más importantes. Esto es en parte resultado de un movimiento de

los primeros profesionales negros a mediados de siglo quienes veían en el acceso

al aparato estatal un logro fundamental para el ingreso de la población negra a

los beneficios de la ciudadanía y la modernidad. Sin embargo, la precariedad

de la inserción política y económica de la región en un concierto nacional a su

vez precario, resultó en unas prácticas de completa expoliación de lo público

para el beneficio personal y faccional (Agudelo 1999; Villa 2000). Esta situación

es fundamental para entender cómo las organizaciones negras

antidiscriminatorias primero, y las étnicas después no encontraron eco ni aliados

entre las clases medias urbanas de la región y tuvieron que buscar apoyo en el

movimiento indígena y en sectores académicos del centro del país.

En este punto se revela cómo, a pesar de que el movimiento rural de

campesinos pobres no ha expresado una ideología ni unos procedimientos

políticos clasistas—prefiriendo resaltar los carices étnicos y ambientales—las

actitudes políticas de la población negra, en su conjunto están atravesadas por

subyacentes motivaciones de clase (cf. Hall 1986: 9-20). El desdén con el que

la inmensa mayoría de los cuadros de la dirigencia política tradicional y los ya

mencionados sectores medios de la región han mirado a la acción colectiva

campesina, atribuyéndole incluso la intención de instituir un tipo de apartheid,

entraña unas posiciones de clase en las que estratos más acomodados

menosprecian las acciones y consignas que reivindican prácticas productivas

vernáculas negras, las mismas que en visiones dominantes han sido consideradas

modelos de atraso y marginamiento12.

69 Journal of Latin American Anthropology

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La región Caribe que comprende no sólo el litoral Atlántico sino la extensa

planicie aledaña, exhibe marcada aunque dispersa influencia y presencia de la

población negra. Existen importantes sectores de esta población en las dos

mayores ciudades, Barranquilla y Cartagena, y hay otras algunas pequeños

poblados de población predominantemente negra. En el conjunto de la

población regional es notorio el componente fenotípico africano. Sin embargo

en el orden racial en Colombia, como lo ha subrayado Wade (1997a), el

mestizaje, o mulataje, coloca a las personas en la categoría mestiza, la cual en

términos ideológicos está en el polo “blanco” del espectro. En esta región el

movimiento negro ha estado a cargo de los activistas que se iniciaron en los

grupos estudiantiles en los ochenta, destacándose militantes de origen

palenquero13 quienes pasaron por Cimarrón y desde aquella época impulsaron

algunos procesos de organización en unas pocas poblaciones y en los barrios

de mayor población negra en Barranquilla y Cartagena (Cassiani 1999).

En las islas de San Andrés y Providencia14 en el Caribe, la población negra

establecida hace cerca de tres siglos se ha visto asediada desde mediados del

siglo XX por la entrada masiva de población mestiza del continente. El medio

ambiente se ha deteriorado y la población nativa ha quedado marginada de las

posiciones de dominancia económica y política. Entre los negros sanandresanos

ha surgido un movimiento muy activo exigiéndole al gobierno la promulgación

de un “estatuto raizal” que devuelva a los isleños el control de los asuntos

públicos y solucione el exceso poblacional de inmigrantes. Es un movimiento

que no ha estado en la agenda de los partidos tradicionales ni conectado con el

resto del movimiento negro, pero que cuenta con considerable apoyo local.

Movilización negra, reforma constitucional y el libreto de la

Ley 70

El llamado para la expedición de una nueva constitución política sacudió

el panorama de dispersión de las expresiones del movimiento negro. Esta

circunstancia constituye un caso notable de oportunidad política, uno de los

factores primordiales que algunos analistas atribuyen al avance de los

movimientos (McAdam, McCarthy, y Zald 1996). La convocatoria de la

constituyente abrió la posibilidad de participar en la política nacional por

fuera de los dos partidos políticos tradicionales. No obstante, cabe recordar

que esta apertura política funciona en más de un sentido. Gros (1997, 2000)

ha insistido en que los logros de la descentralización administrativa y de

reconocimiento de minorías a través del multiculturalismo no solamente cubren

algunas aspiraciones democráticas sino que también encajan con las tendencias

neoliberales de reducción del estado y de delegación de las responsabilidades

en políticas públicas.

Entre la autonomía y la institucionalización 70

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Las organizaciones negras inician contactos a nivel nacional con el objeto

de postular candidatos unificados a la constituyente. En Cali, en el Encuentro

Preconstituyente de Comunidades Negras de 1990, participaron desde

entidades oficiales hasta partidos de izquierda pasando por misioneros católicos

y miembros de los partidos tradicionales y ONGs, mientras que las

organizaciones chocoanas15 se mantenían un tanto al margen y con cierto

escepticismo frente a los grupos de activistas e intelectuales que participaban

en el movimiento sin pertenecer a organizaciones de base. Como resultado de

este encuentro se crea la Coordinadora Nacional de Comunidades Negras,

CNCN, de frágil cohesión pues sus miembros no lograron unificar candidatos

a la asamblea constituyente: los sectores del partido liberal presentaron dos

listas, Cimarrón apoyó unas listas de izquierda, y los sectores más

independientes fueron con otro candidato, mientras que las organizaciones

del Chocó apoyaban a uno de los candidatos indígenas que a la postre resultó

elegido (Agudelo 1998; Cassiani 1999; Grueso, Rosero y Escobar 1988:199).

Fue este constituyente indígena, Francisco Rojas Birry, quien llevó la vocería

de los sectores negros. Activistas negros de pequeñas y dispersas organizaciones

junto con los miembros de organizaciones de mayor cubrimiento, por primera

y tal vez única vez, concertaron esfuerzos y a través de manifestaciones callejeras

y otros actos públicos por la inclusión de los reclamos negros en la constitución.

Así, logran a último momento la aprobación del Artículo Transitorio 5516

(Agudelo 1998, 2000b).

Las regiones nombraron sus delegados, y representantes de las regiones

del Caribe y del Pacífico, de las islas de San Andrés y Providencia y de grupos

negros asentados en las grandes capitales andinas pudieron estar reunidos en

la comisión especial como nunca antes habían estado, para vocear sus

memoriales de agravios frente a representantes del gobierno, de las instituciones

y de la academia. Fue la primera oportunidad en la historia de Colombia en la

cual se presentó reunido y deliberante un movimiento negro de alcance

nacional, así fuera de manera pasajera (Arocha y Friedemann 1993).

En el contexto de elaboración de propuestas para dicha ley se convocó a

una primera Asamblea Nacional de Comunidades Negras en Tumaco en julio

de 1992, en la que participan delegados de organizaciones de los cuatro

departamentos incluyendo la ACIA del Chocó, la Organización de

Comunidades Negras que agrupaba a los sectores independientes que estuvieron

en la CNCN y unas diez organizaciones de ríos de los departamentos del sur,

además de organizaciones de mujeres, culturales y gremiales. En la segunda

asamblea realizada en Bogotá, en mayo de 1993, participaron también

delegados de la costa Atlántica (Cassiani 1999; Grueso, Rosero y Escobar

1988:201).

En estas asambleas se discutía la creación de una organización nacional.

Las organizaciones del Chocó—en especial ACIA y ACADESÁN, en aquel

71 Journal of Latin American Anthropology

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momento las más consolidadas del Pacífico en términos de reclamos territoriales

y de número de localidades afiliadas—veían con desconfianza una organización

tal en la que organizaciones sin respaldo de base, se sentían en igualdad decisoria

frente a ellas que representaban la masa campesina negra más importante del

Pacífico. La posición de estas organizaciones chocoanas impediría la

consolidación de un movimiento negro de carácter nacional y anticiparía la

desagregación de las organizaciones de río de sus organizaciones regionales en

los departamentos del sur del Pacífico.

La Ley 70 fue aprobada por el Congreso en agosto de 1993 y en ella se

estableció la vigencia temporal de una circunscripción para dos representantes

a la Cámara por las comunidades negras (Agudelo 1999). La discusión sobre

los posibles candidatos añadió tensiones extras al panorama nacional de

organizaciones negras, pues las organizaciones chocoanas querían presentar

sus propios candidatos y no someterlos a la consulta con el resto de las

organizaciones.

Las organizaciones chocoanas no asistieron en noviembre de 1993 a la

tercera Asamblea Nacional de Comunidades Negras en la que se conformó el

Proceso de Comunidades Negras, PCN, una organización de carácter nacional

con la participación de prácticamente todas las otras organizaciones que habían

venido participando en las comisiones consultivas departamentales y en la

comisión especial establecidas por el gobierno para el estudio y redacción del

proyecto de ley de comunidades negras (Cassiani 1999).

Las identidades de los movimientos no son fijas sino el producto de los

procesos políticos en los que los sujetos colectivos en cuestión se involucran

(Mato 1996:64). En una compleja interacción de reclamos anclados en políticas

de la diferencia (Hall 1992), unas organizaciones negras con objetivos

estratégicos de base territorial, estructurando parte de su ideario en la forma

de un discurso étnico y ambiental, lograron convocar bajo un paraguas de

raza—“los negros colombianos”—a diversas organizaciones. Una vez logradas

las concesiones centrales –territorios colectivos y gobiernos locales—estas

organizaciones rurales, o ahora “étnico territoriales”, siendo los actores más

fuertes del movimiento, regresaron a sus luchas y escenarios particulares y

abandonaron las alianzas en el plano nacional.

La Ley 70 ha ocasionado importantes cambios en la vida de las gentes

negras del Pacífico; provocó también la actividad de movimientos negros en el

contexto nacional y también cierta institucionalización de estos movimientos.

Sin embargo los potenciales efectos de la ley, y el avance de los movimientos

han sido trágicamente frenados por la irrupción del conflicto armado en la

selva Pacífica. El territorio de la ACIA es, desde 1996, centro de despiadados

enfrentamientos entre la guerrilla y los paramilitares. Los dos principales

poblados de este territorio, Bellavista y Vigía del Fuerte, fueron destruidos

por ataques guerrilleros en 2000; de esta manera, la labor de la asociación se

Entre la autonomía y la institucionalización 72

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limita mayormente a la supervivencia física. El conflicto se ha extendido a

importantes áreas del Pacífico nariñense, y más recientemente ha surgido en el

área de Buenaventura y amenaza también la costa caucana. Los puntos que se

discuten adelante deben ser leídos con el trasfondo de esta guerra que ha

incidido profundamente en ellos (Agudelo 2000a; Wouters 2000).

Para la comisión especial que discutió el texto de la Ley 70 fue un problema

la inclusión amplia de la población negra colombiana dadas las restricciones

que imponía el Artículo Transitorio 55 sobre los pobladores riverinos del

Pacífico. Aunque el texto definitivo trata de ser inclusivo de toda la población

negra colombiana, más que una ley sobre las poblaciones negras colombianas,

es una norma que atañe a dichos pobladores negros de los bosques del Pacífico.

De la ley se derivan escenarios y recursos institucionales que se han venido

a constituir un guión para el accionar del movimiento negro. Esta circunstancia

ha mermado la iniciativa de las organizaciones negras y su capacidad de innovar

parámetros ideológicos y organizativos. Además, la tradicional dependencia

en la región del Pacífico de los recursos estatales para el accionar político ha

influido en el estilo organizativo del movimiento negro, lo cual lo lleva

frecuentemente a priorizar la obtención de recursos oficiales sobre la ampliación

del alcance de la agenda política (Pardo 2000).

Como consecuencia de la Ley 70 hay en la actualidad miembros de las

organizaciones o individuos respaldados por ellas en las juntas directivas de

corporaciones regionales y del Instituto de Investigaciones Ambientales del

Pacífico, o como empleados y contratistas en los anteriores organismos; y en

el Plan Pacífico, en el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, en la

Dirección de Comunidades Negras de Ministerio del Interior; en el Ministerio

de Educación, en el Ministerio de Minas, en el Ministerio del Ambiente; además

son miembros de las comisiones consultivas departamentales y nacional y

quienes integran cada cuatro años la Comisión del Plan de Desarrollo para

Comunidades Negras.

Conclusiones

La participación de las organizaciones y personas negras en la planificación

y gestión concernientes a la población negra, derivada de la Ley 70 y sus

territorios, ha acentuado el faccionalismo y disminuido el dinamismo

organizativo al entrar las organizaciones en competencia por el protagonismo

y reconocimiento oficial, y haberse debilitado los escenarios de coordinación

del movimiento negro a nivel subregional, departamental y nacional.

El proceso de discusión e implementación inicial de la Ley 70 originó dos

estilos organizativos y de estrategias de representación de las comunidades

negras rurales del Pacífico. De un lado se ha constituido un estilo políticocultural

en el que la convocatoria identitaria e ideológica gira alrededor de los

73 Journal of Latin American Anthropology

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reclamos territoriales apoyados en imágenes de una cultura ambiental sostenible

vernácula y en un modelo organizacional federativo a partir de los asentamientos

locales. Éstas son organizaciones chocoanas pioneras, anteriores a la Ley 70,

arraigadas en el territorio y directas protagonistas de los procesos de titulación17.

De otro lado, en los tres departamentos del Pacífico al sur del Chocó—en

Valle, Cauca y Nariño—cuando se expidió la Ley 70, las organizaciones rurales

estaban muy poco consolidadas. El activismo negro, en buena parte originado

a partir del proceso mismo de planeación y divulgación de la Ley 70, se

concentraba en los núcleos urbanos de Tumaco, Guapi y Buenaventura. En

estos departamentos la estrategia que predominaba tres años después de

promulgada la Ley 70, impulsada por el bloque organizativo Proceso de

Comunidades Negras, PCN, era la de federaciones departamentales, llamadas

palenques, de todas las organizaciones étnicas negras18, las cuales incluían grupos

culturales, gremiales y las organizaciones rurales. El PCN proponía entrar en

un proceso de discusión para encontrar elementos culturales e identitarios,

además de los de la ancestral pertenencia y manejo territorial, que pudieran

convocar amplios sectores de la población negra (Grueso, Rosero y Escobar

1998:205-209). Este planteamiento programático se extendía en buena medida

a los activistas negros de la costa Atlántica entre los que es significativa la

influencia del PCN.

El primer estilo basado en federaciones de organizaciones territoriales locales

iniciado en las cuencas fluviales chocoanas, durante los siete años siguientes

a la expedición de la ley, ha ido extendiéndose por el Pacífico en detrimento de

la propuesta de coaliciones e identificaciones más amplias del PCN. Dado

que la Ley 70 ha establecido que para solicitar la adjudicación de territorios

colectivos la comunidad interesada deberá designar un consejo comunitario

que enviará información sobre el territorio, la demografía, la historia y las

prácticas productivas, las organizaciones étnico territoriales han ido

generalizándose por todas las áreas rurales del Pacífico, creándose así una

distancia con organizaciones étnicas de otro tipo—ya sea cultural, gremial,

ambiental o de explícita proyección política, y especialmente con las basadas

en las grandes ciudades. En tanto avanzan los procesos de titulación, con

financiación gubernamental para que los consejos comunitarios hagan la

propuesta de territorio colectivo, las organizaciones de los ríos se han dado

cuenta que no necesitan de intermediarios para dialogar y acceder a los recursos

del estado.

Así, aunque no ha habido una ruptura formal de los palenques como

forma federativa en los departamentos del sur, se da entonces de hecho una

escisión entre una dirigencia campesina al frente del proceso de los territorios

colectivos y una dirigencia de carácter urbano que sigue teniendo presencia en

los espacios de interlocución con el gobierno pero que va viendo disminuir

Entre la autonomía y la institucionalización 74

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sus bases. De hecho en Nariño ha surgido una reagrupación de los consejos

comunitarios: algunos continúan organizados en torno al palenque, pero varias

otras decenas de consejos han establecido otra asociación. En el Pacífico caucano

las organizaciones riverinas han conformado una asociación, y algunas

organizaciones de mujeres rurales y urbanas han constituido otro grupo, las

cuales ahora canalizan recursos por fuera del núcleo que anteriormente desde

el palenque en Guapi llevaba la vocería departamental. Similarmente en la

costa del departamento de Valle, perteneciente toda al municipio de

Buenaventura, varios de los consejos comunitarios que han ido surgiendo

empiezan a adoptar un manejo autónomo de su representación y de

interlocución institucional apartándose de la coordinación de los activistas de

la cabecera municipal de Buenaventura.

En la región del Caribe, en la parte norte del país, las dispares organizaciones

han sido promovidas por núcleos de activistas e incluyen pequeñas asociaciones

rurales, gremiales, culturales y grupos de estudio sin que hayan podido

proyectarse como un movimiento regional significativo. La Ley 70 no ha tenido

mayores repercusiones en los discretos grupos de base aunque la actividad

institucional motivada desde la constituyente ha proyectado a algunos de sus

dirigentes quienes han ocupado posiciones en el nivel nacional en el Ministerio

de Educación o en la Dirección de Comunidades Negras del Ministerio del

Interior.

En las islas de San Andrés y Providencia las acciones colectivas para retomar

el control de los asuntos públicos y enfrentar la seria situación demográfica y

ambiental, no obstante la gravedad de la situación y la energía del movimiento,

no han motivado ninguna acción o estrategia de coordinación con otros sectores

del movimiento negro colombiano. Aquí la brecha identitaria parece insalvable

entre estos grupos negros que se consideran parte del Caribe anglófono,

compartiendo una historia común mucho más con el litoral anglófono en

Costa Rica, Nicaragua y Honduras e incluso con Jamaica, que con los distintos

sectores de población negra en la parte continental colombiana.

A finales de 1996 los grupos paramilitares comenzaron a entrar en el río

Atrato en donde por años la guerrilla de las FARC había circulado y

transportado pertrechos aprovechando la total ausencia del estado. Se

desencadenó entonces una guerra intensa que desplazó a la mayoría de la

población rural del bajo Atrato y a la totalidad de la dirigencia de la OCABA19,

liquidando así a esta organización que poco antes había recibido el primer

título colectivo en marzo de 1997. Luego la guerra se extendió río arriba hacia

el territorio de la ACIA con sus consecuencias de muerte y desplazamiento.

En los últimos tres años una gran porción de las actividades de la ACIA han

girado en torno a la violencia y a la atención a desplazados. Problemas similares

75 Journal of Latin American Anthropology

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de violencia se vienen presentando hace algunos años en el Pacífico nariñense

y más recientemente en el Valle y amenazan con generalizarse al Cauca también.

La región entera presenta la sombría perspectiva de verse cada vez más envuelta

en el conflicto armado, y los movimientos sociales de ver sus actividades

disminuidas o paralizadas (Agudelo 2000a; Wouters 2000).

Las distintas expresiones del movimiento negro no se han encontrado con

una iniciativa que plantee de forma plausible la construcción de escenarios

discursivos y estratégicos comunes e incluyentes. Para la mayoría de las

organizaciones la perspectiva unitaria ni siquiera es un tema a considerar. Se

evidencia entonces el carácter autolimitante (cf. Foweraker 1995:61) de las

identidades propuestas por las distintas facciones, percepción que se acentúa

aún más con el hecho de que ni siquiera sectores análogos entre sí como las

agrupaciones de consejos comunitarios, han diseñado procedimientos de

convergencia más allá de ámbitos subregionales reducidos.

Es irónico que ahora espacios institucionales, definidos por la Ley 70

como terrenos en los que deberían encontrarse los representantes de la población

negra y los del gobierno para discutir el diseño y aplicación de políticas referentes

a la población negra—las comisiones consultivas departamentales y la

nacional—sean los únicos escenarios de encuentro entre las organizaciones

negras. Estas comisiones consultivas se han convertido básicamente en una

revisión burocrática de las actividades de las distintas instituciones previstas

en la Ley 70, con pocos y excepcionales momentos de discusión de temas que

traten de manera productiva las grandes necesidades y reivindicaciones de la

población negra colombiana.

La ubicua situación de dependencia de los puestos y recursos públicos

para la promoción y el ascenso social en Colombia, que de manera intensa

integra en una telaraña clientelar toda la geografía del Pacífico, además de

anular en buena parte la posibilidad de radicalización de sectores de las clases

medias negras, ha provisto un telón de fondo del que no han escapado del

todo activistas y organizaciones del movimiento social negro. Muchos de ellos

han tenido poca cautela, e incluso abierta ambición, para acceder a los recursos

y empleos públicos en detrimento de su crecimiento como líderes por fuera

del aparato institucional con las consecuencias de faccionalismo,

atemperamento y cooptación de la iniciativa política.

Las luchas y la movilización colectiva de las poblaciones negras en Colombia

de los últimos años han puesto de relieve más las diferencias que las

convergencias entre los sectores de estos movimientos sociales. Los procesos

en curso han señalado tendencias centrífugas no sólo entre organizaciones de

distinto carácter sino entre aquellas de similar vocación. Si las identidades

étnicas no se colocan dentro de perspectivas amplias de solidaridad y de

democracia, fácilmente actúan como factores excluyentes (Bloul 1999). En

Entre la autonomía y la institucionalización 76

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efecto, no sólo no se han generado espacios de encuentro o coordinación sino

que las asociaciones territoriales se han ido desagregando de coordinaciones

regionales. Factores importantes a este respecto son la heterogeneidad de las

identidades, la fragmentación que las afiliaciones y motivaciones de clase

propician, las inmersiones parciales de los movimientos en el juego hegemónico

del estado (Dagnino 1998:46-49), el papel divisivo de los recursos estatales y

la ambivalente lógica neoliberal que concede reivindicaciones pero impide la

consolidación de alianzas amplias y de identidades envolventes entre los

distintos sujetos políticos colectivos y sus agendas radicales (Gros 2000). Pero

incluso los proyectos así limitados de acción colectiva negra, particularmente

el movimiento territorial, están amenazados en su existencia misma por la

depredadora guerra que asola al país.

Notas

Agradecimientos. Este artículo hace parte del proyecto Poblaciones Negras

y Modernidad patrocinado por el Instituto Colombiano de Antropología e

Historia y Colciencias. He efectuado trabajo de campo sobre este tópico durante

varios meses desde 1995 en Quibdó, Buenaventura, Guapi, Tumaco,

Medellín, Cali y Bogotá así como investigación documental y numerosas

entrevistas. Agradezco al profesor Arturo Escobar su apoyo para el primer

viaje de trabajo de campo. Una versión inicial de este artículo fue presentada

en el simposio Black Populations, Social Movements and Identities in Latin

America (Universidad de Manchester, 1999). Mis reconocimientos al profesor

Peter Wade, quien organizó el simposio e impulsó con admirable paciencia la

publicación de las ponencias. Agradezco los comentarios y sugerencias de tres

lectores anónimos referidos por el JLAA. Cualesquiera sean los aciertos de este

artículo, se han beneficiado de las conversaciones con mis compañeros del

proyecto ICANH–Colciencias, particularmente con Eduardo Restrepo, y del

simposio en Manchester. La responsabilidad por el contenido es enteramente

mía.

1. En 1991 se eligió en Colombia una asamblea que expidió nueva

Constitución en la que se incluyó el Artículo Transitorio 55 que ordenaba

constituir una comisión especial para proponer una ley para la protección del

territorio y la cultura de las comunidades negras riverinas del Pacífico y otras

poblaciones de características similares. La Ley 70 se aprobó en 1993 y consta

de ocho capítulos con 68 artículos. Esta ley estableció los procedimientos para

reconocerles territorios colectivos a las comunidades negras que ocupen y

usufructúen territorios selváticos, se organicen en consejos comunitarios y

soliciten la titulación. La ley ordena un manejo concertado y sostenible de

dichos territorios, otorga derechos especiales a las comunidades negras en la

77 Journal of Latin American Anthropology

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actividad minera, e instaura medidas para la protección cultural y la promoción

social y económica de la población negra colombiana. Creó la Dirección de

Comunidades Negras en el Ministerio del Interior y las comisiones consultivas

departamentales y nacional para concertar políticas de los representantes de

las comunidades negras y las instituciones estatales.

2. La población colombiana tiene un componente importante de población

negra, la tercera de las Américas después de la de Estados Unidos y la de Brasil:

los estimativos oscilan entre el diez por ciento y el 25 por ciento o sea entre

cuatro y diez millones de personas negras. Los esclavizados africanos fueron

llevados a las minas de oro del occidente colombiano y a las haciendas en el

Valle del Cauca y en las sabanas caribeñas. Desde la colonia ha habido un

proceso de mixtura racial entre los componentes amerindio, africano y español.

En la región del litoral Caribe el componente negro de la población mestiza es

muy notorio. La región del Pacífico es una de las zonas más extensas en América

con población mayoritariamente negra. En la ciudad de Cali, la tercera del

país, con más de un millón de habitantes un cuarto de la población es negra,

y en las otras principales ciudades colombianas hay importante población negra.

3. El Pacífico colombiano es una franja selvática de aproximadamente

1.000 kilómetros de largo y unos 100.000 kilómetros cuadrados que se extiende

de norte a sur entre Panamá y Ecuador, limitada al oriente por los Andes.

Comprende cuatro departamentos: al norte, el Chocó (capital Quibdó),

contiene la frontera con Panamá y está enteramente en la llanura del Pacífico,

mientras los otros tres departamentos al sur tienen buena parte de su territorio

y sus capitales en las montañas y valles interandinos (Valle, Cauca y Nariño

con Buenaventura, Guapi y Tumaco respectivamente como sus centros urbanos

principales). La población del Pacífico es de cerca de un millón de habitantes;

de ellos la mitad vive en los centros urbanos. La población negra es el 85 por

ciento, la mestiza el diez por ciento, y la indígena el cinco por ciento.

4. El fenómeno del clientelismo es especialmente agudo en la región del

Pacífico en donde el estado es el principal empleador. En la particular

constitución racial en Colombia, las características de las culturas negras

vernáculas son juzgadas por el estamento dominante negro como atrasadas e

incultas. Algunos autores han llamado entonces “blanqueamiento” a la adopción

de las maneras y actitudes de las clases medias y altas mestizas, incluyendo la

búsqueda de cónyuges mestizos y la residencia entre población mestiza por

parte de personas negras como mecanismo para ascender socialmente (Wade

1997).

5. El Atrato es el principal río del departamento del Chocó. El Patía es un

río del departamento de Nariño, el departamento situado más al sur de la

región. Siguiendo el modelo iniciado en el Atrato por la ACIA a medidos de

los ochenta, las organizaciones campesinas se dan en un área fluvial, es decir

Entre la autonomía y la institucionalización 78

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en un río principal y sus afluentes. En estos dos ríos se han constituido las

organizaciones campesinas más pujantes gracias al constante apoyo de equipos

misioneros católicos; en el Patía la Asociación Campesina del Patía, ACAPA,

ha atravesado por siginificativo crecimiento desde mediados de los años

noventa.

6. San Basilio de Palenque es una población cerca de Cartagena, de gran

notoriedad histórica y cultural. En los tiempos coloniales, fue un “palenque”

muy famoso, es decir un centro de esclavos fugados el cual no se sometió a la

autoridad española. Es la localidad en la región Caribe con mayor vigencia de

expresiones socioculturales específicamente negras. Palenquero es el gentilicio

correspondiente.

7. La política colombiana ha estado dominada por los partidos liberal y

conservador desde el siglo XIX. En las décadas de los cincuenta y sesenta del

siglo XX los dos partidos libraron una sangrienta guerra en áreas rurales del

centro del país. Un acuerdo entre ellos para terminar la guerra y alternarse en

la presidencia de la república, cerró aún más la posibilidad para la participación

de otras fuerzas políticas. Esta situación trató de cambiarse con la Constitución

de 1991 pero poco después las viejas fuerzas dominaban de nuevo la política

nacional.

8. En el Chocó desde mediados de los setenta se dan intentos de fundar

organizaciones campesinas; en 1974 a instancias del párroco de Riosucio se

fundó la Organización Campesina del Bajo Atrato, OCABA, principalmente

para organizar trabajos colectivos, y diez años después surgió la ACIA (ver

nota 5, arriba) como la primera organización exitosa en cuanto a movilización

política y trabajo de base. Se crearon luego la Asociación Campesina del San

Juan, ACADESÁN, la cual es la segunda organización en empezar a reclamar

territorios colectivos; la Asociación Campesina del Baudó, ACABA; la

Organización Popular Campesina del Alto Atrato, OPOCA; y la Asociación

Campesina del Alto San Juan, ASOCASÁN.

9. En 1982 se constituyó la Organización Regional Embera Wounan,

OREWA, de los indígenas chocoanos. Comenzó gracias al trabajo de un equipo

misionero católico con un grupo de estudiantes indígenas. En poco tiempo se

convirtió en una federación que había agrupado los 30.000 indígenas del

departamento, erigiéndose como un protagonista principal de la política regional,

constituyendo más de un centenar de cabildos (juntas de gobierno

indígenas) y obteniendo del gobierno cientos de miles de hectáreas tituladas

en resguardos (territorios colectivos inalienables) previstos en la ley colombiana

pero nunca antes implementados en el Chocó.

10. Ver nota 5.

11. La Organización de Barrios Populares, OBAPO, comenzó en Quibdó

a finales de los ochenta como un movimiento de los sectores pobres urbanos.

79 Journal of Latin American Anthropology

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Constituyó, junto con la ACIA y ACADESÁN, el grupo de organizaciones

más activas e influyentes para lograr la expedición del Artículo Transitorio 55

y la Ley 70.

12. Las clases medias urbanas negras y en especial sus sectores dirigentes

nunca se han identificado con los objetivos del movimiento social negro,

manifestando incluso abierta oposición a él. Los dirigentes políticos negros de

los partidos oficiales han expresado en numerosas ocasiones que los reclamos

campesinos sobre territorios colectivos y sobre legislación especial para

poblaciones negras son intentos para enclaustrar a los negros pobres en

tradiciones retardatarias y aislacionistas.

13. Ver nota 7.

14. El departamento de San Andrés y Providencia, archipiélago situado

cerca a la costa nicaragüense, ha estado bajo jurisdicción colombiana desde

tiempos coloniales. Poblado desde hace más de tres siglos por negros anglófonos

como en toda la región caribeña circundante, se constituyó en puerto libre

desde los años cincuenta, originándose una ola de inmigración mestiza para

explotar el comercio y el turismo.

15. Ver notas 8 y 10.

16. Ver nota 1.

17. Ver nota 5.

18. Ver nota 7.

19. Ver nota 8.

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