Concurso de Leyendas Tradicionales y Biografías Mexicalenses 2022

Premio único en el género de leyenda tradicional

de la categoría B

(Alumnos de la Escuela Preparatoria)

CLAMORES EN EL CERRO


Durante la segunda década del siglo XX, uno de los problemas que existía en Mexicali era la escasez de mano de obra agrícola. En 1912, la Colorado River Land Company internó a la ciudad cerca de quinientos jornaleros chinos. Pero el problema persistió. No fue hasta 1915 cuando el gobierno concretó el traslado de una mayor cantidad de ellos para que trabajaran en las tierras del valle.

En esa misma época, un joven chino llamado Juan vivía en Guaymas. Era delgado, astuto y fuerte. Disfrutaba viajar y admiraba la naturaleza. Sus familiares residían en el valle de Mexicali y tenía mucho tiempo sin verlos. Le agradaba su vida en la población sonorense, pero siempre imaginaba cómo sería estar en el hermoso y cálido lugar donde se habían asentado sus padres.

Comenzó a extrañar más y más a sus parientes, por lo que decidió venir a visitarlos. Pero había un problema: no tenía suficiente dinero. Tampoco disponía de algún medio de transporte para trasladarse.

Les contó a sus amigos (quienes también eran chinos) sus intenciones; sin embargo, desafortunadamente ellos tampoco contaban con recursos para apoyarlo. No obstante, se entusiasmaron con la idea y decidieron acompañarlo.

Luis, su mejor amigo, era muy inteligente y se ofreció a ayudarlo; las mujeres lo consideraban un hombre guapo y parecía más joven de lo que realmente era. Decidió vender frutas y verduras en las calles más concurridas. Le compraban rápidamente todos los productos, lo que fue de gran utilidad.

Consiguieron reunir más de lo que esperaban en tan solo una semana. Todos estaban muy contentos.

–Necesitamos un guía que nos lleve al valle de Mexicali, Juan.

–Por supuesto, Luis. Preguntemos en el mercado si saben de alguno.

Recorrían las calles; sin embargo, no lograban encontrar a alguien que conociera el camino de principio a fin. Además, los que se dedicaban a llevar a la gente hacia lugares cálidos y lejanos cobraban muy caro, por lo que no les alcanzaba para pagar.

Los días pasaban, pero Juan era muy perseverante y no se rendía; su deseo por estar con su familia era muy grande. Una mañana, vio a un hombre en el mercado que reunía personas para traerlas al pequeño puerto de San Felipe. Entonces, se acercó a preguntarle si tenía lugar para él y sus amigos.

–¿Podría llevarnos al valle de Mexicali, señor?

–Por supuesto, puedo llevarlos en mi barco. Hay lugar para ti y tus camaradas.

El joven chino se emocionó al escucharlo, pero pensó que le cobraría demasiado. Para su fortuna, el adinerado y amable guía le cobró mucho menos de lo que esperaba. Rápidamente, buscó a sus amigos para darles la buena noticia.

Al día siguiente, subieron al barco e iniciaron su travesía. Se sentían felices de haber salido de Guaymas y de estar disfrutando de una nueva aventura. Cuando al fin desembarcaron en su destino, Juan se sentía tan ansioso por llegar con su familia que no podía disimularlo.

–¡Ten calma! En este momento iniciaremos nuestro camino a través del desierto. Solo síganme y no se alejen del grupo. Cuando veamos un enorme cerro ya estaremos muy cerca.

–Claro que sí, señor. Mis amigos y yo no lo perderemos de vista.

Comenzaron a caminar por esas inmensas tierras; eran extremadamente calurosas y parecían no tener fin. Después de un largo tiempo, el guía les dijo que reposaran un poco y que él se quedaría vigilando. Ellos estaban tan cansados que cayeron dormidos. Cuando despertaron, no vieron al hombre por ningún lado.

Esperaron su regreso. Las horas transcurrían y no volvía. Los chinos comenzaron a preocuparse, el ambiente empezó a ponerse tenso y finalmente se dieron cuenta de que los había abandonado.

Gritaban desesperados. No conocían el camino para llegar al valle y estaban desconcertados. Por un momento pensaron en regresar, pero tampoco sabían cómo hacerlo. Sintieron pavor al pensar que ya nada los podía salvar de la muerte. A pesar de ello, se aferraban a la vida, decididos a encontrar una solución.

Seguían caminando desorientados. El clima cada vez era más caliente y no dejaban de sudar. Tenían el objetivo de encontrar comida y agua; pero los días pasaban y no lo conseguían.

Poco a poco Juan fue aceptando su destino y perdiendo las esperanzas de vivir. Sediento y hambriento, su cuerpo ya no respondía; no podría seguir caminando por mucho tiempo más.

Sus amigos comenzaron a morir de hambre y sed, lo que le provocó una profunda tristeza. Luego, junto con Luis, logró llegar a un cerro, donde ambos desfallecieron de cansancio. Se trataba del enorme cerro que el guía les había mencionado.

Juan comenzó a llorar por la idea de no volver a ver a su amada familia y recordó los mejores momentos junto a sus padres y hermanos.

–¡Nunca imaginé que mi travesía terminaría así…! ¡Ya no los volveré a ver, ni los podré abrazar!

Sus ojos se fueron cerrando lentamente. Vio a Luis moribundo y le agradeció por haberlo ayudado tanto a lo largo de su vida.

–Amigo, siempre estuviste a mi lado... Gracias por acompañarme hasta el final... ¿Puedes darme la mano una vez más?

–No tienes que agradecérmelo... Ahora hay que descansar en paz, eso es todo.

Luis ya no podía moverse bien y con mucho esfuerzo le dio la mano. Inmediatamente murió.

Juan vio la intensa luz del sol por última vez. Sus ojos se cerraron y falleció en ese cerro.

Tiempo después del lamentable suceso, la gente le llamó El Chinero al cerro donde perecieron los orientales. Desde entonces, aquellos que pasan por ahí, cuentan que ven atemorizantes figuras de fantasmas que los persiguen por los alrededores de la colina.

Además, se dice que, si prestas atención, puedes escuchar los terribles gritos de agonía de los chinos que murieron en ese lugar.


Versión narrativa de la obra teatral "Los lamentos de los chinos en el cerro" (del mismo autor), ganadora del segundo lugar en el Concurso de Poesía y Teatro 2021.

Segundo semestre de preparatoria