El Pozo-Airón y el Volcán Puracé. El valor de la experiencia de cara al futuro

Eduardo Pinzón Avendaño

Doctorando del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile. Máster en historia del mundo medieval mediterráneo, especialidad Bizancio, Universidad Paris-Sorbonne. Historiador de la Universidad Javeriana de Bogotá. Miembro de SIERS.

Semblanza del colaborador

Doctorando del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile, actualmente es miembro de la Sociedad Internacional para el Estudio de las Relaciones de Sucesos (SIERS). 

Sus temas de interés giran en torno a la historia intelectual en relación con fenómenos celestes en el periodo medieval y la modernidad temprana. Máster en historia del mundo medieval mediterráneo, especialidad Bizancio, Universidad Paris-Sorbonne. Historiador de la Universidad Javeriana de Bogotá.

Mitigar el riesgo ante desastres geológicos no es un tema nuevo, en el Antiguo Régimen tanto en la península ibérica como en los virreinatos americanos se llegó a manifestar preocupación por los terremotos y la actividad volcánica. Para el siglo XVIII, en dos escenarios puntuales las autoridades de lo temporal se propusieron a tomar medidas, por un lado, auscultando la utilidad o inutilidad de la excavación del pozo enclavado en las inmediaciones de la Calle Elvira en la ciudad de Granada (España); por otro lado, ordenando la limpieza de las bocas del volcán Puracé cerca a Popayán en el Nuevo Reino de Granada. Tanto el pozo de la ciudad española como el volcán de la cordillera americana suscitaron narrativas míticas y argumentaciones basadas en la filosofía natural.


Vale la pena destacar en primer lugar leyendas y anécdotas que estos dos lugares han despertado en la imaginación de los habitantes de Granada y Popayán, particularmente el nexo que se le atribuyó a los aires que circulan por los cráteres con los movimientos telúricos. La proliferación de extraños ruidos provenientes de la sima de origen ibero fue atestiguada desde la época de dominación musulmana; del mismo modo los indígenas de la confederación Pubenza y los residentes actuales del pueblo de Puracé han denunciado curiosas desapariciones en las inmediaciones del volcán.


Ante el miedo provocado por movimiento telúricos y señales de actividad volcánica, la respuesta religiosa ha sido una constante, en varias ocasiones se ha hecho referencia a la destrucción de templos, muertes de prelados y brotes epidémicos como resultado de los temblores que afectaron a las dos ciudades en cuestión. Ahora bien, durante la segunda mitad del siglo XVIII se promovieron una serie de medidas prácticas para mitigar el impacto de futuros terremotos, el pozo Airón pasó a la posteridad por estar inmerso en polémicas sobre la utilidad de cegarlo y, en general, dio de qué hablar de cara a las reformas urbanísticas que conoció la ciudad de Granada; el volcán del Puracé, entretanto, fue objeto de variadas descripciones por parte de viajeros ilustrados como Alexander von Humboldt, Francisco José de Caldas o Jean-Baptiste Boussingault, quienes con asombro dejaron testimonio de estruendos y explosiones.


A raíz del enjambre sísmico que se sintió en Granada en el año de 1778, le fue encargado un concepto a Don Gutierre Joaquín Vaca de Guzmán, este se manifestó en contra de la idea de que el Pozo Airón pudiera menguar en algo la fuerza de los temblores. En su disquisición titulada: “Dictamen sobre la utilidad, o inutilidad de la excavacion del Pozo-Airon y nueva abertura de otros pozos, cuevas, y zanjas para evitar los terremotos”, el autor, que por entonces trabajaba en la Alcaldía del Crimen de la Chancillería de Granada, presentó una argumentación en lenguaje científico que de alguna manera venía a romper con una tradición en la forma de presentar el evento sísmico si se le compara, por ejemplo, con la relación del terremoto de noviembre de 1755, acaecido en la misma ciudad y recordado por dejar numerosos y cuantiosos daños en la infraestructura religiosa.


A diferencia del pozo Airón que se encontraba dentro de una ciudad cambiante, el volcán del Puracé se encuadra más bien en un paisaje rural, dando pie a toda una serie de evocaciones bucólicas. Con todo, las autoridades tomaron decisiones para prevenir los

desmanes fruto de los terremotos, de una parte, el cabildo eclesiástico encomendó rogativas y celebraciones eucarísticas, de otra parte, el cabildo secular ordenó al alcalde don Mariano Tejada y a don Manuel José Carvajal subir a la cima en compañía de algunos indios para limpiar las bocas del volcán y así poder desahogarlo. Según William Jiménez Escobar, dicha práctica se fundamentó en las “Memorias instructivas, útiles y curiosas” de Jerónimo de Suárez, libro leído por escolares payaneses que hicieron de esta limpieza una suerte de política pública para mitigar el riesgo.


Bibliografía sobre el tema