Pandemia y Estado social-demócrata 

Autor del Texto

Cristóbal Hasbun L. 

Profesor en el Diplomado de derecho penal económico y de la Empresa de la U. de Chile

Semblanza del colaborador

Candidato a doctor en derecho penal, Goethe Universität, Frankfurt am Main. Actualmente Profesor en el Diplomado de derecho penal económico y de la Empresa de la Universidad de Chile. 

Texto

A pesar de que la historia reciente demuestra que la exposición a los desastres relacionados con amenazas de origen natural genera la falsa ilusión de un significativo aprendizaje colectivo, el que se difumina al poco tiempo de recuperada la normalidad, vale la pena reflexionar de todas formas sobre el Covid-19 y lo que significa para el Estado de Derecho, particularmente para el caso de Chile. Ello dado a que dicho país se encuentra en una discusión constitucional, sea una que acabe en reformas estructurales vía parlamentaria o en una nueva vía convención constitucional. El hecho de que, dado el particular momento histórico-político, la estructura institucional se encuentre “moldeable” y no “rígida” permite abrigar la esperanza de que la experiencia de la pandemia pueda incidir en cómo nos organizamos institucionalmente en sociedad.

Considero que la pandemia expresa, junto con otros factores, la necesidad de que el futuro diseño institucional chileno sea uno social-demócrata, uno que propicie mayor colaboración entre el sector privado y el público. Dada la limitación del espacio, exhibiré una razón para fundamentar este pensamiento: la necesidad de controlar el riesgo.

Minimizar los riesgos para una persona, en esto sigo a Ulrich Beck, equivale en la sociedad moderna a tener riquezas. Pero –y este es un punto de tensión− para que una sociedad vía el Estado pueda controlar más riesgos debe tomar medidas que fortalezcan el Estado, lo cual puede disminuir la producción de riqueza. Entonces se requiere un balance entre la prerrogativa del aparato estatal como ente regulador versus la creación de espacios de libertad para que el mercado se organice. Mi idea es que una lectura del primer quinto de siglo XXI, pasando por el s. XIX y XX, arroja como resultado que, por diversas razones, hoy las sociedades occidentales debiesen volver a fortalecer los Estados, cuidando no volver a la catástrofe que fueron los Estados totalitarios del siglo pasado.

Si el artefacto social mejor logrado en el siglo XIX fue el Estado como ente organizador de la vida en sociedad, en el siglo XX lo fue el Estado de Bienestar. El Estado de Bienestar en su mejor versión fue lo suficientemente colectivista para brindar apoyo a quien sufre aleatoriamente desventajas o desgracia (sea por mala suerte en su herencia económica-cultura, sea por sufrir un accidente) y lo suficientemente respetuoso del sector privado para permitir que existiese el siempre necesario capitalismo. El proyecto llegó a buen puerto: los países más desarrollados del mundo, en su inmensa mayoría, exhiben ese tipo de estructura político-institucional.

Sin embargo, ese equilibro comenzó a perderse cuando la sociedad europea tendió a neoliberalizarse (abandonando el capitalismo social) luego de que quedara atrás el recuerdo de las dos guerras mundiales y la guerra fría. Habiéndose olvidado de que la vida es inherentemente riesgosa, optaron por ir restando facultades de control al Estado en aras de fortalecer la osadía de los particulares. El caso chileno recorre un camino parecido: luego de casi treinta y cinco años de estabilidad, promoviendo un capitalismo prácticamente sin regulaciones, la sociedad chilena desde octubre ha visto por qué, por un lado, la desigualdad es un problema que debe ser atendido. Y desde la crisis económica que ha dejado el Covid-19, se ha dado cuenta o ha recordado, que la empresa privada necesita al Estado. Y que juntos deben complementarse a la hora de equilibrar la necesidad de fortalecer al primero para compensar los riesgos y la mala suerte a la que están expuestas las personas sin que este reste el debido espacio a la empresa para que produzca riqueza.

La dificultad de proponer este equilibrio para Chile consiste en convencer a la extrema izquierda de que hoy el capitalismo no tiene adversario (en esto sigo a Žižek) y a la extrema derecha de que el neoliberalismo en la modernidad tardía no es capaz de satisfacer las demandas de reducción de riesgos y de mayor estabilidad y certeza que piden las personas.

Insistir en fortalecer el centro político en un país históricamente polarizado exhibe un resabio transformador y quizás también un estimulante dejo idealista. Sobre todo, ateniendo a que aunque la anterior no es una propuesta nueva, en Chile no ha sido todavía seriamente intentada.  

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