Entrevista: El papel social del estudio histórico de la Medicina y de la Salud

Entrevistado

Marcelo López Campillay

Doctor en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente es Profesor Asistente en el Programa de Estudios Médicos Humanísticos de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile.


Semblanza del entrevistado

Marcelo López Campillay es Doctor en Historia por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente se desempeña como Profesor Asistente en el Programa de Estudios Médicos Humanísticos de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Sus intereses de investigación se centran en Historia Social de la tuberculosis y la gripe, Salud Pública y Atención Primaria de la Salud, Profesionalización de la Odontología. Sus temas de docencia son Historia de la Medicina, Sociedad y Políticas de Salud en Chile, Pandemias: pasado y presente, Historia de la Odontología. 

El Equipo Coordinador de Red GERIDE quiso conversar con el profesor Marcelo López Campillay sobre la importancia y el papel social del estudio histórico de la Medicina y de la Salud.

Texto de la entrevista

Equipo Red GERIDE: ¿En que radica la importancia del estudio histórico de la Medicina y de la Salud?

M. López Campillay: Soy de los que adhieren a la idea de que el estudio histórico de la medicina y de la salud es una gran oportunidad para inquirir sobre una de las facetas fundamentales de la existencia humana, esto es, el binomio enfermar-sanar, una experiencia dual por definición. En el plano de las experiencias históricas existen innumerables testimonios sobre las profundas consecuencias que ese fenómeno ha reportado tanto a nivel individual como social, el estatus social en el que se traduce la identidad del enfermo y que puede transitar entre expresiones de solidaridad hasta la discriminación, así como la instalación de la salud como un concepto central de la organización social. Desde esa perspectiva, es motivo de interés para la disciplina histórica asumir el desafío de explicar el por qué la sociedad ha dedicado múltiples esfuerzos al afán de conocer el origen de las enfermedades, los principios que pueden definir el siempre multidimensional concepto de salud, y cómo la medicina científica, a contar del siglo XIX, progresivamente se transformó en un saber y una práctica con una influencia social, política y cultural que posee pocos parangones hasta el momento y que desde la óptica de diversos saberes ha sido catalogado como el proceso de medicalización de la sociedad.

Es bien sabido que a contar de la década de 1980 la historiografía de la medicina y de la salud ha gozado de una respetable expansión, quizás por las consecuencias de diversos grado que comenzaron a suscitar fenómenos como el impacto en la salud pública latinoamericana que generó la crisis económica del decenio de 1980, la irrupción de enfermedades desconocidas como el VIH-SIDA o el SARS o la reemergencia de la tuberculosis, la gripe, etc., o la neoliberalización de la medicina y el incremento de las inequidades sanitarias, entre otros ejemplos. Quizás, el impacto del COVID-19 represente una oportunidad para que la comunidad histórica haga presente la relevancia que puede reportar la historia de la medicina y de la salud como una herramienta para resolver las incertidumbres, temores y esperanzas que por siglos ha concitado las vivencias de enfermar y sanar, vivir y morir, y las aspiraciones de desarrollo de la sociedad en el siglo XXI.

 

Equipo Red GERIDE: ¿Podría explicarnos a que se refiere cuando en sus publicaciones habla de “papel social de la historia”?

M. López Campillay: Puedo afirmar que una de las tareas pendientes de nuestra profesión/oficio es un mayor involucramiento en la construcción de puentes con la ciudadanía. En primera instancia, puede aparecer como una tarea evidente para cualquier persona que se desenvuelva en el campo historiográfico. No obstante, en los últimos años ha sido objeto de debate la academización de la historia, producto del cual el ejercicio de historiador/a se habría volcado hacia la esfera de los lineamientos trazados por la “productividad académica” (publish or perish), soslayando una tarea no menos relevante como la de comunicar a la comunidad los resultados de sus pesquisas en torno a interrogantes esenciales sobre el quehacer social.

Desde esa perspectiva, se puede comprender el auge que ha experimentado en años recientes la historia pública, fenómeno que podemos interpretar como un reconocimiento a la necesidad de incorporar episodios de difusión del conocimiento histórico en el marco de la habitual actividad académica. A nuestro entender este proceso de apertura es una reedición de lo que tempranamente en la historiografía del siglo XX comprendió como su función social, vale decir, brindar significados al universo de experiencia que han constituido a una comunidad en el transcurso del tiempo y de la cual el historiador/a, indudablemente, forma parte.

Podemos discutir si esa opción ha contado con una suficiente valoración por parte de quienes gobiernan los destinos de las instituciones académicas, toda vez que la atmósfera de competitividad reinante y los estándares de productividad que inundan os espacios universitarios, parecen ir en sentido contrario al papel social del ejercicio del oficio/profesión de la historia en los términos descritos. No obstante, siendo optimistas, la conciencia de un papel social comprende una voluntad proactiva de apertura con la opinión pública, y el actual escenario brinda herramientas que pueden favorecer esos propósitos, a saber, instancias de extensión universitaria, blogs, redes sociales, etc., En este escenario, el desafío es motivante para el historiador/a que adhiere al papel social de su disciplina, en tanto percibamos que en momentos complejos como las primeras décadas de la presente centuria, la búsqueda de respuestas a las decenas de interrogantes que se han formulado en medio de una sensación de crisis, hallan en la historia un fructífero camino para despejar incertidumbres.

 

Equipo Red GERIDE: ¿Podría explicarnos porque muchas naciones decidieron “olvidar” la gripe de 1918?

M. López Campillay: Mi explicación sobre este tema es tentativa por el momento porque es un tema que recién está siendo objeto de atención en ciertos ámbitos de la historia de la salud. Si algo quizás podemos rescatar de la multidimensional fisonomía que la englobado la presente pandemia de coronavirus es el reto de conocer las motivaciones que tuvieron algunos países para optar por el olvido de las pandemias que atravesaron los siglos XIX y gran parte del XX.

Un primer planteamiento es que el olvido de las pandemias no ha sido una opción universal. Existen testimonios representados por monumentos de carácter público que apuntaron a dejar una evidencia del impacto social que significó la desconcertante irrupción de microbios que dieron origen a la peste bubónica en Europa, entre los siglos XIV y XIX, la gripe española de 1918 en Nueva Zelandia, y el SARS del 2002-2003 en Hong Kong. ¿Qué pretendieron con esos gestos las generaciones que enfrentaron esas pandemias? Podríamos sostener que, desde el punto de vista de la población cristiana, se buscó expresar una forma de agradecimiento a Dios por su intervención para aplacar los efectos mortíferos de la peste bubónica. En el mismo sentido, es factible proponer que las poblaciones maoríes, asoladas por la pandemia de 1918, desearon tanto recordar a sus seres queridos, como reafirmar un sentimiento de comunidad debido a una experiencia que afectó a todos por igual. En forma más reciente, el memorial que se construyó en Hong Kong en honor de las víctimas del SARS, tuvo un afán pedagógico por cuanto entendieron que ese sacrificio debía enseñarles a prepararse ante el inminente regreso del virus, cuestión que el a fines del 2019 comenzaron a verificar.  

Tan relevante como lo anterior es un segundo enfoque ¿Por qué algunos países sí decidieron dejar atrás las pandemias? Un libro clave para elucidar esa interrogante ha sido el del historiador Alfred Crosby, quien en la década de 1970 escribió America’s Forgotten Pandemic: The Influenza of 1918, a partir de lo que a su entender fue el olvido de ese evento global por el que había optado EE.UU. Algunas de las razones que él expone fueron, primero, que la sociedad norteamericana gozaba de una suerte de memoria epidémica, razón por la que la presencia de la gripe fue un evento más, aunque de magnitud diferente. Junto a ello, el acto de memoria fue dirigido a la epopeya y el heroísmo de quienes participaron en la Primera Guerra Mundial, y cuya experiencia podía ser más balsámica que el trauma de una pandemia.

Es una tarea que en lo particular me invita a estudiar con denuedo la relación entre memoria y epidemias, por cuanto existen una serie de interrogantes sin respuestas, especialmente en nuestro país, Chile, que aparentemente también optó por la senda del olvido de las pandemias de la globalización. Tenemos algunas pistas a seguir, pero esperamos en el mediano plazo levantar algunas interpretaciones.


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